El maná de cada día, 1.1.2015

diciembre 31, 2014

Santa María, Madre de Dios

Estreno del Año Nuevo 2015: Feliz Año Nuevo a todos los seguidores del blog y en particular a las personas suscritas. El Señor siga estando grande con ustedes. Amén.

Jornada Mundial de la Paz
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La Palabra tomó de María nuestra condición humana

La Palabra tomó de María nuestra condición humana

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Antífona de entrada

¡Salve, Madre Santa!, Virgen, Madre del Rey, que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos.


Oración colecta

Dios y Señor nuestro, que por la maternidad virginal de María entregaste a los hombres los bienes de la salvación, concédenos experimentar la intercesión de aquélla de quien hemos recibido a tu Hijo Jesucristo, el autor de la vida. Él, que vive y reina contigo.


PRIMERA LECTURA: Números 6, 22-27

El Señor habló a Moisés: «Di a Aarón y a sus hijos: Ésta es la fórmula con que bendeciréis a los israelitas:

«El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor se fije en ti y te conceda la paz.» Así invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.»


SALMO 66

El Señor tenga piedad y nos bendiga.

El Señor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros; conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación.

Que canten de alegría las naciones, porque riges el mundo con justicia, riges los pueblos con rectitud y gobiernas las naciones de la tierra.

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.


SEGUNDA LECTURA: Gálatas 4, 4-7

Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.

Como sois hijos, Dios envió a nuestros corazones al Espíritu de su Hijo que clama: «¡Abba! (Padre).» Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.


Aclamación antes del Evangelio: Hebreos 1, 1-2

En distintas ocasiones habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo.


EVANGELIO: Lucas 2, 16-21

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo a Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.

Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.

Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.

Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.


Antífona de comunión: Hebreos 13, 8

Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre.


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AVEMARÍA COMENTADA

MARÍA dijo:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.»

San Beda el Venerable trata de introducirse en los sentimientos de la Virgen María, una vez dado su consentimiento al mensaje del Ángel, y los describe bellamente con estas palabras:

«El Señor -dice- me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne.»

MARÍA prosigue:

«Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación».

En estos días santos, nosotros con gusto aceptamos la invitación de María a proclamar las grandezas de nuestro Dios. Pues él ha estado grande con nosotros en el misterio de la Navidad, al desposarse, a través de María y en ella misma, con la humanidad entera, con la Iglesia, con cada uno de nosotros.

Por eso, con alegría alabamos a Dios saludando a María de muchas maneras, pero particularmente con el Avemaría. Con esta plegaria, que a continuación comentaré, nos unimos a todas las generaciones que proclaman dichosa y siempre bienaventurada a la Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra.

Como se hizo con la oración del «Ángelus», hoy comentaré el «Avemaría», brevemente y en clave trinitaria.

Rosario

Dios te salve, María: Dios Padre pronuncia el nombre de María eternamente y proyecta sobre ella un maravilloso plan para dar vida a los hombres y salvarlos de todo mal. Es el mejor proyecto, juntamente y después del de Cristo, que el Padre ha podido imaginar, como Dios, desde toda la eternidad.

Llena eres de gracia: Dios Hijo le concede a María ser totalmente fiel al plan del Padre en todas las posibilidades. El Hijo, que es la respuesta perfecta al Padre, capacita a María para que corresponda plenamente al Padre: para que no defraude en nada las expectativas del Padre que quiere que todos los hombres se salven.

El Señor está contigo: Dios Espíritu Santo inunda a María de la santidad divina hasta desposarse con ella para hacer presente a Dios en el mundo en la persona del Verbo: Jesús, Dios y hombre verdadero; “Dios con nosotros”.

Así, el Padre, el Hijo y el Espíritu no pudieron hacer más con una criatura de lo que hicieron y siguen haciendo en María, con María y por María. Ella es plenamente dichosa: ”Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza”.

Bendita tú eres entre todas las mujeres: Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, hombre y mujer. Ambos reflejan la gloria de Dios de manera específica: varonil y femenina. María es la encarnación perfecta de la ternura, el amor y la belleza de Dios en la expresión femenina.

Por eso, es la gloria y el honor ante Dios de todas las mujeres, desde siempre y para siempre. Por la gracia de Dios, María es mujer única.

Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús: Toda mujer está llamada a ser madre: espiritual o materialmente. María fue tan anegada por el poder y el amor de Dios que se convirtió en su esposa; ella, con el poder de Dios, ha transmitido la vida de Dios y la vida humana a un ser único, Jesús, Dios y hombre verdadero.

María es la mujer más fecunda, plena y feliz: la madre del hombre más bello nacido de mujer, que es a la vez Hijo del Altísimo. María fue pura transparencia y gratuidad: Cuanto recibe de Dios, no lo retiene para sí, lo devuelve a Dios, y, en él, lo da a los hombres. Por eso es el orgullo de nuestra raza.


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La Palabra tomó de María nuestra condición

De las cartas de san Atanasio, obispo
Carta a Epicteto, 5-9

La Palabra tendió una mano a los hijos de Abrahán, afirma el Apóstol, y por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos y asumir un cuerpo semejante al nuestro. Por esta razón, en verdad, María está presente en este misterio, para que de ella la Palabra tome un cuerpo, y, como propio, lo ofrezca por nosotros.

La Es­critura habla del parto y afirma: Lo envolvió en pañales; se proclaman dichosos los pechos que amamantaron al Señor, y, por el nacimiento de este primogénito, fue ofrecido el sacrificio prescrito.

El ángel Gabriel había anunciado esta concepción con palabras muy precisas, cuando dijo a María no simplemente «lo que nacerá en ti» –para que no se creyese que se trataba de un cuerpo in­troducido desde el exterior–, sino de ti, para que creyé­semos que aquel que era engendrado en María procedía realmente de ella.

Las cosas sucedieron de esta forma para que la Pala­bra, tomando nuestra condición y ofreciéndola en sacrificio, la asumiese completamente, y revistiéndonos des­pués a nosotros de su condición, diese ocasión al Apóstol para afirmar lo siguiente: Esto corruptible tiene que ves­tirse de incorrupción, y esto mortal tiene que vestirse de inmortalidad.

Estas cosas no son una ficción, como algunos juzga­ron; ¡tal postura es inadmisible! Nuestro Salvador fue verdaderamente hombre, y de él ha conseguido la salvación el hombre entero. Porque de ninguna forma es ficticia nuestra salvación ni afecta sólo al cuerpo, sino que la sal­vación de todo el hombre, es decir, alma y cuerpo, se ha realizado en aquel que es la Palabra.

Por lo tanto, el cuerpo que el Señor asumió de María era un verdadero cuerpo humano, conforme lo atestiguan las Escrituras; verdadero, digo, porque fue un cuerpo igual al nuestro. Pues María es nuestra hermana, ya que todos nosotros hemos nacido de Adán.

Lo que Juan afirma: La Palabra se hizo carne, tiene la misma significación, como se puede concluir de la idén­tica forma de expresarse. En san Pablo encontramos escri­to: Cristo se hizo por nosotros un maldito. Pues al cuerpo humano, por la unión y comunión con la Palabra, se le ha concedido un inmenso beneficio: de mortal se ha hecho inmortal, de animal se ha hecho espiritual, y de terreno ha penetrado las puertas del cielo.

Por otra parte, la Trinidad, también después de la encarnación de la Palabra en María, siempre sigue siendo la Trinidad, no admitiendo ni aumentos ni disminuciones; siempre es perfecta, y en la Trinidad se reconoce una única Deidad, y así la Iglesia confiesa a un único Dios, Padre de la Palabra.

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Santa María, Madre de Dios. “Nacido de una mujer” (Ga 4, 4)

Aquella verdad dogmática que el concilio de Éfeso proclamó en el año 431 sigue hoy resonando incansable en los ecos de la liturgia. Todas las demás fiestas litúrgicas del año nacen de esta Solemnidad en la que la Iglesia celebra la maternidad divina y virginal de María.

Si algo faltaba a la omnipotencia de Dios era precisamente nacer de una mujer para hacerse carne de la carne que él mismo creó. Y si algo faltaba a aquel misterio de la mujer, que empezó a revelarse ya en la creación de Eva, era precisamente que una mujer fuera la Madre de Dios.

Naciendo de una Mujer, el Verbo traspasó de eucaristía el misterio de la feminidad. Naciendo de una Mujer, la maternidad quedó para siempre traspasada de Dios. Ecos de aquella maternidad de María hay en toda maternidad. Y mucho de femenino y de maternidad hay allí donde la gracia de Dios engendra y da a luz a Cristo.

La Iglesia contempla en María su ser y su corazón de Madre, deseosa de entregar a los hombres ese Hijo nacido de sus entrañas virginales. La Iglesia es también, como María, madre de Dios en las almas. Venera hoy a María, tu Virgen Madre, con especial cariño de hijo.

Encomiéndate a Ella, encerrando en su corazón materno todas tus fatigas, tareas y dolores. Besa con el alma esas manos de Madre que tiernamente te cuidan, quizá sin que tú lo agradezcas. Déjate enamorar por esos ojos que tanto contemplaron a Dios en la carne. Confíale tus deseos, entrégale tus ilusiones, descansa en Ella todas tus preocupaciones.

Y pídele, especialmente hoy, por Mater Dei, en el día especial de nuestra fiesta, para que Ella guarde esta obra suya en su corazón de Madre como guardó también allí las cosas de su Hijo.

¡Feliz Año 2015!

¡Feliz fiesta de Mater Dei, Madre de Dios!

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El maná de cada día, 31.12.14

diciembre 31, 2014

Día VII dentro de la Octava de Navidad

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La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros

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Antífona de entrada: Isaías 9, 6

Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; lleva a hombros el principado, y es su nombre: Mensajero del designio divino.


Oración colecta

Dios todopoderoso y eterno, que has establecido el principio y la plenitud de toda religión en el nacimiento de tu Hijo Jesucristo, te suplicamos nos concedas la gracia de ser contados siempre entre los miembros vivos de su Cuerpo, porque sólo en él radica la salvación del mundo Por nuestro Señor Jesucristo.



PRIMERA LECTURA: 1 Juan 2, 18-21

Hijos míos, es el momento final.

Habéis oído que iba a venir un Anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido, por lo cual nos damos cuenta que es el momento final.

Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros. Si hubiesen sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para poner de manifiesto que no todos son de los nuestros.

En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos vosotros lo conocéis.

Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad, sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.


SALMO 95, 1-2. 11-12. 13-14

Alégrese el cielo, goce la tierra.

Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre, proclamad día tras día su victoria.

Alégrese el cielo, goce la tierra, retumbe el mar y cuanto lo llena; vitoreen los campos cuanto hay en ellos, aclamen los árboles bosque.

Delante del Señor, que ya llega, ya llega a regir la tierra: regirá el orbe con justicia y los pueblos con fidelidad.


Aclamación antes del Evangelio: Juan 1, 14. 12b

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. A cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios.


EVANGELIO: Juan 1, 1-18

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.

Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho.

En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz.

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció.

Vino a su casa, y los suyos no la recibieron.

Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre.

Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: «El que viene detrás de mí pasa delante de mí, porque existía antes que yo.»»

Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la Ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.

A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.


Antífona de comunión: 1 Juan 4, 9

Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él.

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RECUPERAR EL TIEMPO PERDIDO

P. Francisco Fernández Carvajal

— Un día de balance. Nuestro tiempo es breve. Es parte muy importante de la herencia recibida de Dios.

— Actos de contrición por nuestros errores y pecados cometidos en este año que termina. Acciones de gracias por los muchos beneficios recibidos.

— Propósitos para el año que comienza.

I. Hoy, es un buen momento para hacer balance del año que ha pasado y propósitos para el que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que no hicimos, por el amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los beneficios del Señor.

La Iglesia nos recuerda que somos peregrinos. Ella misma está «presente en el mundo y, sin embargo, es peregrina»1. Se dirige hacia su Señor «peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios»2.

Nuestra vida es también un camino lleno de tribulaciones y de «consuelos de Dios». Tenemos una vida en el tiempo, en la cual nos encontramos ahora, y otra más allá del tiempo, en la eternidad, hacia la cual se dirige nuestra peregrinación.

El tiempo de cada uno es una parte importante de la herencia recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos presentaremos ante nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Solo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer para la otra.

En realidad, cada día nuestro es «un tiempo» que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de caridad con quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de ejercitar las virtudes…, de obras agradables a los ojos de Dios.

Ahora es el momento de hacer el «tesoro que no envejece». Este es, para cada uno, el tiempo propicio, este es el día de la salud3. Pasado este tiempo, ya no habrá otro.

El tiempo del que cada uno de nosotros dispone es corto, pero suficiente para decirle a Dios que le amamos y para dejar terminada la obra que el Señor nos haya encargado a cada uno. Por eso nos advierte San Pablo: andad con prudencia, no como necios, sino como sabios, aprovechando bien el tiempo4, pues pronto viene la noche, cuando ya nadie puede trabajar5.

«Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por tanto, que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confía a cada uno»6.

San Pablo, considerando la brevedad de nuestro paso por la tierra y la insignificancia que tienen las cosas en sí mismas, dice: pasa la sombra de este mundo7. Esta vida, en comparación de la que nos espera, es como su sombra.

La brevedad del tiempo es una llamada continua a sacarle el máximo rendimiento de cara a Dios. Hoy, en nuestra oración, podríamos preguntarnos si Dios está contento con la forma en que hemos vivido el año que ha pasado.

Si ha sido bien aprovechado o, por el contrario, ha sido un año de ocasiones perdidas en el trabajo, en el apostolado, en la vida de familia; si hemos abandonado con frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado con facilidad al encontrarnos con la contradicción y con lo inesperado.

Cada año que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de que estamos un poco más cerca del momento definitivo con Dios.

No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente, mientras hay tiempo hagamos el bien a todos8.

II. Al hacer examen es fácil que encontremos, en este año que termina, omisiones en la caridad, escasa laboriosidad en el trabajo profesional, mediocridad espiritual aceptada, poca limosna, egoísmo, vanidad, faltas de mortificación en las comidas, gracias del Espíritu Santo no correspondidas, intemperancia, malhumor, mal carácter, distracciones más o menos voluntarias en nuestras prácticas de piedad…

Son innumerables los motivos para terminar el año pidiendo perdón al Señor, haciendo actos de contrición y de desagravio. Miramos cada uno de los días del año y «cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido»9. Ni un solo día se escapa a esta realidad: han sido muchas nuestras faltas y nuestros errores.

Sin embargo, son incomparablemente mayores los motivos de agradecimiento, en lo humano y en lo sobrenatural. Son incontables las mociones del Espíritu Santo, las gracias recibidas en el sacramento de la Penitencia y en la Comunión eucarística, los cuidados de nuestro Ángel Custodio, los méritos alcanzados al ofrecer nuestro trabajo o nuestro dolor por los demás, las numerosas ayudas que de otros hemos recibido.

No importa que de esta realidad solo percibamos ahora una parte muy pequeña. Demos gracias a Dios por todos los beneficios recibidos durante el año.

«Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser ingratos, porque con esa condición las da el Señor; que si no usamos bien del tesoro y del gran estado en que nos pone, nos lo tornará a tomar y nos quedaremos muy más pobres, y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a los otros.

Pues, ¿cómo aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que está rico? Es imposible, conforme a nuestra naturaleza, a mi parecer, tener ánimo para cosas grandes quien no entiende está favorecido de Dios, porque somos tan miserables y tan inclinados a cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá de hecho con gran desasimiento, quien no entiende tiene alguna prenda de lo de allá»10.

Terminar el año pidiendo perdón por tantas faltas de correspondencia a la gracia, por tantas veces como Jesús se puso a nuestro lado y no hicimos nada por verle y le dejamos pasar; a la vez, terminar el año agradeciendo al Señor la gran misericordia que ha tenido con nosotros y los innumerables beneficios, muchos de ellos desconocidos por nosotros mismos, que nos ha dado el Señor.

Y junto a la contrición y el agradecimiento, el propósito de amar a Dios y de luchar por adquirir las virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera el último año que el Señor nos concede.

III. En estos últimos días del año que termina y en los comienzos del que empieza nos desearemos unos a otros que tengamos un buen año. Al portero, a la farmacéutica, a los vecinos…, les diremos ¡Feliz año nuevo! o algo semejante. Un número parecido de personas nos desearán a nosotros lo mismo, y les daremos las gracias.

Pero, ¿qué es lo que entienden muchas gentes por «un año bueno», «un año lleno de felicidad», etcétera? «Es, a no dudarlo, que no sufráis en este año ninguna enfermedad, ninguna pena, ninguna contrariedad, ninguna preocupación, sino al contrario, que todo os sonría y os sea propicio, que ganéis bastante dinero y que el recaudador no os reclame demasiado, que los salarios se vean incrementados y el precio de los artículos disminuya, que la radio os comunique cada mañana buenas noticias. En pocas palabras, que no experimentéis ningún contratiempo»11.

Es bueno desear estos bienes humanos para nosotros y para los demás, si no nos separan de nuestro fin último. El año nuevo nos traerá, en proporciones desconocidas, alegrías y contrariedades. Un año bueno, para un cristiano, es aquel en el que unas y otras nos han servido para amar un poco más a Dios.

Un año bueno, para un cristiano, no es aquel que viene cargado, en el supuesto de que fuera posible, de una felicidad natural al margen de Dios. Un año bueno es aquel en el que hemos servido mejor a Dios y a los demás, aunque en el plano humano haya sido un completo desastre.

Puede ser, por ejemplo, un buen año aquel en el que apareció la grave enfermedad, tantos años latente y desconocida, si supimos santificarnos con ella y santificar a quienes estaban a nuestro alrededor.

Cualquier año puede ser «el mejor año» si aprovechamos las gracias que Dios nos tiene reservadas y que pueden convertir en bien la mayor de las desgracias. Para este año que comienza Dios nos ha preparado todas las ayudas que necesitamos para que sea «un buen año».

No desperdiciemos ni un solo día. Y cuando llegue la caída, el error o el desánimo, recomenzar enseguida. En muchas ocasiones, a través del sacramento de la Penitencia.

¡Que tengamos todos «un buen año»! Que podamos presentarnos delante del Señor, una vez concluido, con las manos llenas de horas de trabajo ofrecidas a Dios, apostolado con nuestros amigos, incontables muestras de caridad con quienes nos rodean, muchos pequeños vencimientos, encuentros irrepetibles en la Comunión…

Hagamos el propósito de convertir las derrotas en victorias, acudiendo al Señor y recomenzando de nuevo.

Pidamos a la Virgen la gracia de vivir este año que comienza luchando como si fuera el último que el Señor nos concede.

1 Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum concilium, 2. — 2 ídem, Const. Lumen gentium, 8. — 3 2 Cor 6, 2. — 4 Ef 5, 15-16. — 5 Jn 9, 4. — 6 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 39. — 7 1 Cor 7, 31. — 8 Gal 6, 9-10. — 9 San Agustín, Sermón 256. — 10 Santa Teresa, Vida, 10, 3. — 11 G. Chevrot, El Evangelio al aire libre, p. 102.

www.homiletica.org


La teología del selfie

diciembre 30, 2014

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La Joconda o Mona Lisa con Selfie

La Joconda o Mona Lisa con Selfie

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La teología del selfie

29 de diciembre de 2014

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A mediados de 2014 la NASA creó el mosaico temático sobre el planeta tierra más grande del mundo: 36,422 selfies completaron el collage. La manera de conseguir las fotografías no fue menos megalómana: se hizo por medio del hashtag #GlobalSelfie el cual fue secundado por personas de más de cien países en redes sociales.

La masiva participación conseguida por la NASA supuso, en realidad, la continuidad de un fenómeno cada vez más extendido y que incluso ha merecido ser reconocido por el prestigioso Oxford Diccionary como la palabra del año en 2013: «selfie».

El fenómeno de los selfies ha sobrepasado el ámbito de lo anecdótico (recuérdese, por ejemplo, los «camelfies» o selfies con camellos) y parece estar destinado a no quedar encorsetado en la denominación «moda pasajera».

¿A qué se debe esta masificación del compartir imágenes sobre uno mismo que tan solo en 2013 supuso 1 millón de publicaciones diarias de este tipo? Evidentemente esto es posible gracias a la dinámica de la inmediatez y la masificación que la técnica hace posible y a la que la sociedad digitalizada estimula.

Se trata, por tanto, de algo de carácter técnico pero también psicológico: son las propias personas las que se sienten involucradas y, aunque parezca una redundancia, protagonistas también de sus propias fotos, incluso al sacarlas.

Esta dimensión protagónica está aderezada por el hecho de que las fotos también son un testimonio capturado en pixeles por el que las personas dicen con imágenes: «yo estuve ahí», «yo soy así», «alguien estuvo conmigo». Y tal vez con un poco de suerte se convierten en contenidos virales, es decir, masivos, consiguiendo así también un poco de fama efímera.

El fenómeno selfie no ha quedado exento de tintes patológicos como cuando en mayo de 2014 un joven ve caer, tras el sprint final del «Giro de Italia», al ciclista alemán Marcel Kittel: se le acerca y en lugar de ayudarlo se toma una foto con él para luego compartirla en las redes sociales.

Actitudes análogas se repiten en muchas partes y con muchas personas. Y eso es también lo que está al fondo del breve corto «Aspirational», de la actriz Kirsten Dunst.

Dunst se burla finamente de la cultura del selfie y pone el dedo en la llaga: la deshumanización de las personas al tiempo de Instagram.

En «Aspirational» vemos a Kirsten esperando fuera de su casa. Pasan dos chicas que la reconocen, se le acercan con smartphones en la mano y, sin más, comienzan a hacerse fotos con ella. Terminada la «sesión» fotográfica las jóvenes se van sin apenas cruzar palabras. «¿No quieren preguntarme nada?», les interpela Dunst, mientras una de las chicas pregunta a la otra: «¿cuántos seguidores crees que voy a sumar con esta foto?».

Desde luego «Aspirational» es una caricaturización pero que tiene su fundamento real: cómo no recordar a aquel niño español que por las mismas fechas se emocionó hasta las lágrimas ante el hecho de poder tomarse una foto con el futbolista argentino Leonel Messi. «¿Qué te ha dicho Messi?», le preguntó al zagal un periodista tras haber obtenido la foto. «Nada», fue la respuesta. Él solamente quería la foto con Messi, no las palabras del futbolista.

A decir verdad, los selfies no son algo absolutamente nuevo. ¿Quién no recuerda el mito de Narciso quien por vicisitudes de la vida termina enamorándose de su propia imagen lo que supone también su muerte ahogado mientras contempla su belleza en la rivera del río?

No parece exagerado encontrar alguna lección moralizante de aquel «selfie mitológico» que, aplicado a las circunstancias actuales, invita a abrir los ojos no sólo a esa sobre exposición vanidosa sino también a esa falta de autenticidad que va de la mano de la manipulación de imágenes para aparentar ser quienes no somos.

Históricamente hablando el primer selfie fotográfico data de 1914 y la protagonista fue una adolescente de 13 años: la gran duquesa Anastacia, de Rusia. Si nos remontamos mucho más atrás y colocamos nuestra atención en ámbito religioso qué es la Sábana Santa o el ayate de la Virgen de Guadalupe sino dos selfies de peculiaridad sobrenatural. Pero en realidad el primer selfie es aún más antiguo, se remonta a Dios mismo y tiene un fundamento teológico: la Biblia.

En el capítulo 1 versículos 26 y 27 del libro del Génesis se dice claramente que Dios creó al hombre a imagen y semejanza suya. En este sentido, cada auto-fotografía humana sería una imagen que refleja algo de divino -la acción de Dios- y que remite a Él. Pero Dios es todavía más original y quiso sacarse el «selfie más perfecto» de todos: Jesucristo.

Ciertamente Jesucristo no es una imagen de Dios sino Dios en persona. Y es aquí en definitiva donde encontramos una explicación teológica de los selfies: en el fondo los autoretratos son expresiones de cercanía, de esa capacidad creadora sembrada por Dios en los corazones humanos y que queda materializada en imágenes.

No es, por tanto, una simple amauterización de la fotografía posibilitada por las tecnologías sino expresiones muchas veces instintivas que por medio de la reflexión nos revelan ese anhelo de eternidad para el que hemos sido hechos.

Cada foto es una forma de decir «existo», «yo también soy parte de la raza humana» y, todavía a un nivel más profundo, «soy imagen y semejanza de Dios». En este sentido podemos decir que hay un anhelo de eternidad en cada autorretrato.

http://es.catholic.net/op/laiglesiahoy/52494/la-teolog-237a-del-selfie.html

Pregunta o sugerencia personal.- En relación con las últimas afirmaciones del artículo recuerdo las palabras de autosatisfacción o autocomplacencia de Dios al contemplar la creación recién salida de sus manos: Y vio Dios que esto era bueno. Vio Dios que todo cuanto había hecho era muy bueno (Génesis 1, 25. 31). Pareciera que Dios mismo se festeja por la obra realizada, como si se dijera a sí mismo: ¡Me ha salido bien, muy bien! Tanto que bendijo el día en que terminó su tarea y descansó satisfecho, y así lo hizo santo (Génesis, 2, 1-3).

 

 


El maná de cada día, 30.12.14

diciembre 30, 2014

Día VI dentro de la octava de Navidad

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Alégrese el cielo y goce la tierra

Hoy una gran luz ha bajado a la tierra

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Antífona de entrada: Sb 18, 14-15

Un silencio lo envolvía todo, y al mediar la noche su carrera, tu Palabra todopoderosa, Señor, vino desde el trono real de los cielos.


Oración colecta

Dios todopoderoso, por este nuevo nacimiento de tu Hijo en nuestra carne, líbranos del yugo con que nos domina la antigua servidumbre del pecado. Por nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA: Juan 2, 12-17

Os escribo, hijos míos, que se os han perdonado vuestros pecados por su nombre. Os escribo, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio. Os escribo, jóvenes, que ya habéis vencido al Maligno.

Os repito, hijos, que ya conocéis al Padre. Os repito, padres, que ya conocéis al que existía desde el principio. Os repito, jóvenes, que sois fuertes y que la palabra de Dios permanece en vosotros, y que ya habéis vencido al Maligno. No améis al mundo ni lo que hay en el mundo.

Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre. Porque lo que hay en el mundo -las pasiones de la carne, y la codicia de los ojos, y la arrogancia del dinero-, eso no procede del Padre, sino que procede del mundo.

Y el mundo pasa, con sus pasiones. Pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.


SALMO 95, 7-8a.8b-9.10

Alégrese el cielo, goce la tierra.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor, aclamad la gloria y el poder del Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor.

Entrad en sus atrios trayéndole ofrendas, postraos ante el Señor en el atrio sagrado, tiemble en su presencia la tierra toda.

Decid a los pueblos: «El Señor es rey, él afianzó el orbe, y no se moverá; él gobierna a los pueblos rectamente.»


Aclamación antes del Evangelio

Nos ha amanecido un día sagrado; venid, naciones, adorad al Señor, porque hoy una gran luz ha bajado a la tierra.


EVANGELIO: Lucas 2, 36-40

En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.

Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.


Antífona de comunión: Jn 1, 16

De su plenitud todos hemos recibido gracia tras gracia.
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SER PEQUEÑOS PARA CRECER

El milagro de un Dios hecho niño, carne de nuestra carne, es algo que se escapa a cualquier lógica humana. Pero, ¿cuál es la lógica de Dios?

No es otra, sino la sencillez. Imaginarnos a un Dios lejano y distante, guerrero y destructivo, no tiene nada que ver con la realidad.

Si Dios se hizo hombre, y además niño, no fue fruto de un esfuerzo “titánico” para despistarnos; todo lo contrario, pertenece a lo más íntimo que hay en Él: simplicidad y sencillez.

Simplicidad, porque Dios es lo más simple que existe (no tiene limitación material alguna, ni ha sido creado por nada anterior a Él); sencillez, porque la absoluta transparencia de Dios hace que su actuar sea sin doblez ni engaño… todo es verdad en Él.

Si Dios se hace carne, sólo desde el mayor de los anonadamientos (la humildad de un Niño, absoluta fragilidad e indefensión de cara a los hombres), es posible conocer su intención y lo que significa para cada uno de nosotros.

Nos complicamos la existencia con razonamientos, problemas y dudas. Creemos que madurar es llevar una vida complicada, “llena” de responsabilidades y asuntos urgente.

Pero, una vida llevada hasta ese extremo nos hace toparnos con la frustración de que es el tiempo y las circunstancias las que nos esclavizan y nos impiden llevar a cabo lo que sí es importante: quién soy, de dónde vengo, a dónde voy.

Dios, con su Encarnación, nos enseña a relativizar aquello que condiciona nuestra libertad y nos recuerda que sólo siendo niños seremos capaces de crecer hacia el conocimiento de lo que somos (hijos de Dios), nuestro verdadero origen (el amor de Dios) y nuestro último destino (la verdadera felicidad de la que nada ni nadie podrá arrebatarnos… y para siempre).

Hacerse niño es mirar el milagro de Belén y enamorarnos de lo que allí acontece: una entrega sin condiciones para que tú y yo podamos tocar al mismo Dios.

Desde esa pequeñez es posible alcanzar la madurez de las cosas que valen la pena: generosidad de un alma que alcanza la plenitud de lo humano cuando se deja abrazar por el amor de Dios.

María, la Virgen, contempla a ese Niño y pondera en su interior la gracia de la sencillez de Dios, llenando todos sus deseos e intenciones… ninguna otra cosa acapara su corazón.

Mater Dei


El maná de cada día, 29.12.14

diciembre 29, 2014

Día V dentro de la Octava de Navidad

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Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador



Antífona de entrada: Juan 3, 16

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.


Oración colecta

Dios todopoderoso a quien nadie ha visto nunca, tú que has disipado las tinieblas del mundo con la venida de Cristo, la luz verdadera, míranos complacido, para que podamos cantar dignamente la gloria del nacimiento de tu Hijo. Él que vive y reina contigo.


PRIMERA LECTURA: 1 Juan 2, 3-11

Queridos hermanos:

En esto sabemos que conocemos a Jesús: en que guardamos sus mandamientos.
Quien dice: «Yo le conozco», y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud.

En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él.

Queridos, no os escribo un mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que tenéis desde el principio. Este mandamiento antiguo es la palabra que habéis escuchado. Y, sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo -lo cual es verdadero en él y en vosotros-, pues las tinieblas pasan, y la luz verdadera brilla ya.

Quien dice que está en la luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas.
Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza. Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos.


SALMO 95,1-2a.2b-3.5b-6

Alégrese el cielo, goce la tierra.

Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor, toda la tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre.

Proclamad día tras día su victoria. Contad a los pueblos su gloria, sus maravillas a todas las naciones.

El Señor ha hecho el cielo; honor y majestad lo preceden, fuerza y esplendor están en su templo.


Aclamación antes del Evangelio: Lucas 2, 32

Luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.


EVANGELIO: Lucas 2, 22-35

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones.»

Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo, diciendo a María su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»


Antífona de comunión: Lucas 1, 78

Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos ha visitado el Sol que nace de lo alto.

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En la plenitud de los tiempos
vino la plenitud de la divinidad

San Bernardo. Sermón en la Epifanía del Señor 1,1-2

Ha aparecido la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre. Gracias sean dadas a Dios, que ha hecho abundar en nosotros el consuelo en medio de esta peregrinación, de este destierro, de esta miseria.

Antes de que apareciese la humanidad de nuestro Salvador, su bondad se hallaba también oculta, aunque ésta ya existía, pues la misericordia del Señor es eterna. ¿Pero cómo, a pesar de ser tan inmensa, iba a poder ser reconocida? Estaba prometida, pero no se la alcanzaba a ver; por lo que muchos no creían en ella.

Efectivamente, en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios por lo profetas. Y decía: Yo tengo designios de paz y no de aflicción. Pero ¿qué podía responder el hombre que sólo experimentaba la aflicción e ignoraba la paz? ¿Hasta cuándo vais a estar diciendo: «Paz, paz», y no hay paz?

A causa de lo cual los mensajeros de paz lloraban amargamente, diciendo: Señor, ¿quién creyó nuestro anuncio? Pero ahora los hombres tendrán que creer a sus propios ojos, y que los testimonios de Dios se han vuelto absolutamente creíbles. Pues para que ni una vista perturbada puede dejar de verlo, puso su tienda al sol.

Pero de lo que se trata ahora no es de la promesa de la paz, sino de su envío; no de la dilatación de su entrega, sino de su realidad; no de su anuncio profético, sino de su presencia. Es como si Dios hubiera vaciado sobre la tierra un saco lleno de su misericordia; un saco que habría de desfondarse en la pasión, para que se derramara nuestro precio, oculto en él; un saco pequeño, pero lleno.

Ya que un niño se nos ha dado, pero en quien habita toda la plenitud de la divinidad. Ya que, cuando llegó la plenitud del tiempo, hizo también su aparición la plenitud de la divinidad. Vino en carne mortal para que, al presentarse así ante quienes eran carnales, en la aparición de su humanidad se reconociese su bondad.

Porque, cuando se pone de manifiesto la humanidad de Dios, ya no puede mantenerse oculta su bondad. ¿De qué manera podía manifestar mejor su bondad que asumiendo mi carne? La mía, no la de Adán, es decir, no la que Adán tuvo antes del pecado.

¿Hay algo que pueda declarar más inequívocamente la misericordia de Dios que el hecho de haber aceptado nuestra miseria? ¿Qué hay más rebosante de piedad que la Palabra de Dios convertida en tan poca cosa por nosotros? Señor, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Que deduzcan de aquí los hombres lo grande que es el cuidado que Dios tiene de ellos; que se enteren de lo que Dios piensa y sien­te sobre ellos.

No te preguntes, tú, que eres hombre, por qué has sufrido, sino por lo que sufrió él. Deduce de todo lo que sufrió por ti, en cuánto te tasó, y así su bon­dad se te hará evidente por su humanidad. Cuanto más bueno se hizo en su humanidad, tanto más grande se reveló en su bondad; y cuanto más se dejó envilecer por mí, tanto más querido me es ahora. Ha aparecido –dice el Apóstol– la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor al hombre.

Grandes y manifiestos son, sin duda, la bondad y el amor de Dios, y gran indicio de bondad reveló quien se preocupó de añadir a la humanidad el nombre Dios.

 


Papa Francisco: La buena relación entre jóvenes y ancianos, decisiva

diciembre 28, 2014

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Papa en audiencia

Papa saluda a la gente en la Plaza de San Pedro

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este primer domingo después de Navidad, mientras estamos todavía inmersos en el clima gozoso de la fiesta, la Iglesia nos invita a contemplar la Santa Familia de Nazaret.

El Evangelio hoy nos presenta a la Virgen y San José en el momento en el cual, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, se dirigen al templo de Jerusalén. Lo hacen en religiosa obediencia a la Ley de Moisés, que prescribe ofrecer al Señor al primogénito (cfr. Lc 2, 22-24).

Podemos imaginar esta pequeña familia, en medio a tanta gente, en los grandes patios del templo. No resalta a los ojos, no se distingue… ¡Pero todavía no pasa inobservada! Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el Espíritu Santo, se acercan y se ponen a alabar a Dios por ese Niño, en el cual reconocen al Mesías, luz de las gentes y salvación de Israel (cfr. Lc 2, 22-38).

Es un momento simple pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos, también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién los hace encontrar? Jesús. Jesús los hace encontrar: a los jóvenes y a los ancianos. Jesús es Aquel que acerca a las generaciones.

Es la fuente de aquel amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda desconfianza, todo aislamiento, todo alejamiento. Esto nos hace pensar también a los abuelos: ¡Cuánto es importante su presencia, la presencia de los abuelos! ¡Cuánto es precioso su rol en las familias y en la sociedad! Las buenas relaciones entre jóvenes y ancianos es decisiva para el camino de la comunidad civil y eclesial. ¡Y mirando a estos dos ancianos, estos dos abuelos –Simeón y Ana– saludamos desde aquí, con un aplauso, a todos los abuelos del mundo!

El mensaje que proviene de la Sagrada Familia es sobre todo un mensaje de fe. En la vida familiar de María y José, Dios está verdaderamente al centro, y lo está en la persona de Jesús. Por esto la familia de Nazaret es santa. ¿Por qué? Porque está centrada en Jesús.

Cuando los padres y los hijos respiran juntos este clima de fe, poseen una energía que les permite afrontar pruebas también difíciles, como muestra la experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo, en el evento dramático de la huida en Egipto: una dura prueba.

El Niño Jesús con su Madre María y con San José son un icono familiar sencillo pero sobre todo luminoso. La luz que irradia es luz de misericordia y de salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo hombre, para la familia humana y para cada familia.

Esta luz que viene de la Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano en aquellas situaciones familiares en el cual, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía y falta el perdón.

Que nuestra concreta solidaridad no disminuya especialmente en relación a las familias que están viviendo situaciones muy difíciles por las enfermedades, la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar…

Y aquí nos detenemos un instante y en silencio rezamos por todas estas familias en dificultad, sean dificultades de enfermedad, de falta de trabajo, discriminaciones, necesidad de emigrar, sea necesidad de entenderse (porque a veces no se entiende) y también de desunión (porque a veces se está desunido).

En silencio rezamos por todas estas familias.

http://www.teinteresa.es/religion/completa-Papa-Francisco-domingo-Vaticano_0_1274872993.html


El maná de cada día, 28.12.14

diciembre 27, 2014

Domingo Octava de Navidad

La Sagrada Familia: Jesús, María y José

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Lo primero que santificó Jesús con su presencia fue un hogar

Lo primero que santificó Jesús con su presencia fue un hogar


Antífona de entrada: Lucas 2, 16

Los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en un pesebre.


Oración colecta

Dios, Padre nuestro, que has propuesto a la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo, concédenos, te rogamos, que imitando sus virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios eternos en el hogar del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 3, 2-6. 12-14

Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre su prole.

El que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre acumula tesoros; el que honra a su padre se alegrará de sus hijos y, cuando rece, será escuchado; el que respeta a su padre tendrá larga vida, al que honra a su madre el Señor lo escucha.

Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas; aunque chochee, ten indulgencia, no lo abochornes mientras vivas.

La limosna del padre no se olvidará, será tenida en cuenta para pagar tus pecados.


SALMO 127, 1-2. 3. 4-5

Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien.

Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida.


SEGUNDA LECTURA: Colosenses 3, 12-21

Hermanos:

Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión.

Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro.

El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.

Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada.

Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón; a ella habéis sido convocados, en un solo cuerpo.

Y sed agradecidos. La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente.

Cantad a Dios, dadle gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.

Y, todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.

Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene en el Señor . Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.

Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso le gusta al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos.


Aclamación antes del Evangelio

Abre, Señor, nuestro corazón para que entendamos las palabras de tu Hijo.


EVANGELIO: Lucas 2,22-40

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor. (De acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor»), y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones». Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el Consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño.

Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma.»

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana; de jovencita había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se apartaba del templo día y noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones. Acercándose en aquel momento, daba gracias a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba.


Antífona de comunión: Baruc 3, 38

Nuestro Dios apareció en el mundo y vivió entre los hombres.
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LA FAMILIA DE NAZARET

— Jesús quiso comenzar la Redención del mundo enraizado en una familia.

— La misión de los padres. Ejemplo de María y de José.

— La Sagrada Familia, ejemplo para todas las familias.

I. Cuando cumplieron todas las cosas mandadas en la Ley del Señor regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él1.

El Mesías quiso comenzar su tarea redentora en el seno de una familia sencilla, normal. Lo primero que santificó Jesús con su presencia fue un hogar. Nada ocurre de extraordinario en estos años de Nazaret, donde Jesús pasa la mayor parte de su vida.

José era el cabeza de familia; como padre legal, él era quien sostenía a Jesús y a María con su trabajo. Es él quien recibe el mensaje del nombre que ha de poner al Niño: Le pondrás por nombre Jesús; y los que tienen como fin la protección del Hijo: Levántate, toma al Niño y huye a Egipto. Levántate, toma al Niño y vuelve a la patria. No vayas a Belén, sino a Nazaret. De él aprendió Jesús su propio oficio, el medio de ganarse la vida. Jesús le manifestaría muchas veces su admiración y su cariño.

De María, Jesús aprendió formas de hablar, dichos populares llenos de sabiduría, que más tarde empleará en su predicación. Vio cómo Ella guardaba un poco de masa de un día para otro, para que se hiciera levadura; le echaba agua y la mezclaba con la nueva masa, dejándola fermentar bien arropada con un paño limpio.

Cuando la Madre remendaba la ropa, el Niño la observaba. Si un vestido tenía una rasgadura buscaba Ella un pedazo de paño que se acomodase al remiendo. Jesús, con la curiosidad propia de los niños, le preguntaba por qué no empleaba una tela nueva; la Virgen le explicaba que los retazos nuevos cuando se mojan tiran del paño anterior y lo rasgan; por eso había que hacer el remiendo con un paño viejo…

Los vestidos mejores, los de fiesta, solían guardarse en un arca. María ponía gran cuidado en meter también determinadas plantas olorosas para evitar que la polilla los destrozara. Años más tarde, esos sucesos aparecerán en la predicación de Jesús.

No podemos olvidar esta enseñanza fundamental para nuestra vida corriente: «la casi totalidad de los días que Nuestra Señora pasó en la tierra transcurrieron de una manera muy parecida a las jornadas de otros millones de mujeres, ocupadas en cuidar de su familia, en educar a sus hijos, en sacar adelante las tareas del hogar.

María santifica lo más menudo, lo que muchos consideran erróneamente como intrascendente y sin valor: el trabajo de cada día, los detalles de atención hacia las personas queridas, las conversaciones y las visitas con motivo de parentesco o de amistad. ¡Bendita normalidad, que puede estar llena de tanto amor a Dios!»2.

Entre José y María había cariño santo, espíritu de servicio, comprensión y deseos de hacerse la vida feliz mutuamente. Así es la familia de Jesús: sagrada, santa, ejemplar, modelo de virtudes humanas, dispuesta a cumplir con exactitud la voluntad de Dios. El hogar cristiano debe ser imitación del de Nazaret: un lugar donde quepa Dios y pueda estar en el centro del amor que todos se tienen.

¿Es así nuestro hogar? ¿Le dedicamos el tiempo y la atención que merece? ¿Es Jesús el centro? ¿Nos desvivimos por los demás? Son preguntas que pueden ser oportunas en nuestra oración de hoy, mientras contemplamos a Jesús, a María y a José en la fiesta que les dedica la Iglesia.

II. En la familia, «los padres deben ser para sus hijos los primeros educadores de la fe, mediante la Palabra y el ejemplo»3. Esto se cumplió de manera singularísima en el caso de la Sagrada Familia. Jesús aprendió de sus padres el significado de las cosas que le rodeaban.

La Sagrada Familia recitaría con devoción las oraciones tradicionales que se rezaban en todos los hogares israelitas, pero en aquella casa todo lo que se refería a Dios particularmente tenía un sentido y un contenido nuevo. ¡Con qué prontitud, fervor y recogimiento repetiría Jesús los versículos de la Sagrada Escritura que los niños hebreos tenían que aprender!4. Recitaría muchas veces estas oraciones aprendidas de labios de sus padres.

Al meditar estas escenas, los padres han de considerar con frecuencia las palabras del Papa Pablo VI recordadas por Juan Pablo II: «¿Enseñáis a vuestros niños las oraciones del cristiano? ¿Preparáis, de acuerdo con los sacerdotes, a vuestros hijos para los sacramentos de la primera edad: confesión, comunión, confirmación? ¿Los acostumbráis, si están enfermos, a pensar en Cristo que sufre? ¿A invocar la ayuda de la Virgen y de los santos? ¿Rezáis el Rosario en familia? (…)

¿Sabéis rezar con vuestros hijos, con toda la comunidad doméstica, al menos alguna vez? Vuestro ejemplo en la rectitud del pensamiento y de la acción, apoyado por alguna oración común, vale una lección de vida, vale un acto de culto de mérito singular; lleváis de este modo la paz al interior de los muros domésticos: Pax huic domui. Recordad: así edificáis la Iglesia»5.

Los hogares cristianos, si imitan el que formó la Sagrada Familia de Nazaret, serán «hogares luminosos y alegres»6, porque cada miembro de la familia se esforzará en primer lugar en su trato con el Señor, y con espíritu de sacrificio procurará una convivencia cada día más amable.

La familia es escuela de virtudes y el lugar ordinario donde hemos de encontrar a Dios. «La fe y la esperanza se han de manifestar en el sosiego con que se enfocan los problemas, pequeños o grandes, que en todos los hogares ocurren, en la ilusión con que se persevera en el cumplimiento del propio deber.

La caridad lo llenará así todo, y llevará a compartir las alegrías y los posibles sinsabores; a saber sonreír, olvidándose de las propias preocupaciones para atender a los demás; a escuchar al otro cónyuge o a los hijos, mostrándoles que de verdad se les quiere y comprende; a pasar por alto menudos roces sin importancia que el egoísmo podría convertir en montañas; a poner un gran amor en los pequeños servicios de que está compuesta la convivencia diaria.

»Santificar el hogar día a día, crear, con el cariño, un auténtico ambiente de familia: de eso se trata. Para santificar cada jornada se han de ejercitar muchas virtudes cristianas; las teologales en primer lugar y, luego, todas las otras: la prudencia, la lealtad, la sinceridad, la humildad, el trabajo, la alegría…»7.

Esta virtudes fortalecerán la unidad que la Iglesia nos enseña a pedir: Tú, que al nacer en una familia fortaleciste los vínculos familiares, haz que las familias vean crecer la unidad8.

III. Una familia unida a Cristo es un miembro de su Cuerpo místico y ha sido llamada «iglesia doméstica»9.

Esa comunidad de fe y de amor se ha de manifestar en cada circunstancia, como la Iglesia misma, como testimonio vivo de Cristo. «La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino, como la esperanza de la vida bienaventurada»10.

La fidelidad de los esposos a su vocación matrimonial les llevará incluso a pedir la vocación de sus hijos para dedicarse con abnegación al servicio del Señor.

En la Sagrada Familia cada hogar cristiano tiene su ejemplo más acabado; en ella, la familia cristiana puede descubrir lo que debe hacer y el modo de comportarse, para la santificación y la plenitud humana de cada uno de sus miembros.

«Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida»11.

La familia es la forma básica y más sencilla de la sociedad. Es la principal «escuela de todas las virtudes sociales». Es el semillero de la vida social, pues es en la familia donde se ejercita la obediencia, la preocupación por los demás, el sentido de responsabilidad, la comprensión y ayuda, la coordinación amorosa entre las diversas maneras de ser.

Esto se realiza especialmente en las familias numerosas, siempre alabadas por la Iglesia12. De hecho, se ha comprobado que la salud de una sociedad se mide por la salud de las familias.

De aquí que los ataques directos a la familia (como es el caso de la introducción del divorcio en la legislación) sean ataques directos a la sociedad misma, cuyos resultados no se hacen esperar.

«Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, sea también Madre de la “Iglesia doméstica”, y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una pequeña Iglesia de Cristo.

Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias.

»Que Cristo Señor, Rey del universo, Rey de las familias, esté presente, como en Caná, en cada hogar cristiano para dar luz, alegría, serenidad y fortaleza»13.

De modo muy especial le pedimos hoy a la Sagrada Familia por cada uno de los miembros de nuestra familia, por el más necesitado.

1 Lc 2, 39-40. — 2 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 148. 3 Conc. Vat. II, Const. Lumen gentium, 11. — 4 Cfr. Sal 55, 18; Dan 6, 11; Sal 119. — 5 Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, 60. — 6 Cfr. San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 22. — 7 Ibídem, 23. — 8 Preces. II Vísperas del día 1 de enero. — 9 Conc. Vat. II, Const.Lumen gentium, 11. — 10 Ibídem, 35. 11 Pablo VI, Aloc. Nazaret, 5-I-1964. — 12 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 52. 13 Juan Pablo II, Exhort. Apost. Familiaris consortio, 86.

http://www.homiletica.org


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SERVICIO DE ORACIÓN
O MINISTERIO DE INTERCESIÓN – 140

1. Macarena
2. Julián
3. Carmen
4. Rebeca
5. Chela
6. Ana M.
7. Ali y Cipri
8. Susana
9. Julia R.
10. Anita
11. Jaime
12. Jesús
13. Ángel
14. Marcela
15. Carlos
16. María del Valle y Luis
17. Gerardo (hijo; cambio de actitudes; conversión…)

18. Edu, Mónica y Alba

19. Dorian Jesús

20. Samuel y Manuel

21. Mónica

22. + Rubén

23. + Julia A.

24. + Esteban

25. En favor de cuantos se encomienden a nuestras oraciones, por vivos y difuntos.

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Parroquia Sta. Rita: Fiesta de la Sagrada Familia


El maná de cada día, 27.12.14

diciembre 27, 2014

Toda la vida de Juan estuvo centrada en su Señor y Maestro

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San Juan. Apóstol y evangelista


 

 

Antífona de entrada

Este es el apóstol Juan, que durante la cena reclinó su cabeza en el pecho del Señor. Este es el apóstol que conoció los secretos divinos y difundió la palabra de vida por toda la tierra.


Oración colecta

Dios y Señor nuestro, que nos has revelado por medio del apóstol san Juan el misterio de tu Palabra hecha carne; concédenos, te rogamos, llegar a comprender y amar de corazón lo que tu apóstol nos dio a conocer. Por nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA: 1 Juan 1, 1-4

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó.

Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa.


SALMO 96, 1-2.5-6.11-12

Alegraos, justos, con el Señor.

El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables. Tiniebla y nube lo rodean, justicia y derecho sostienen su trono.

Los montes se derriten como cera ante el dueño de toda la tierra; los cielos pregonan su justicia, y todos los pueblos contemplan su gloria.

Amanece la luz para el justo, y la alegría para los rectos de corazón. Alegraos, justos, con el Señor, celebrad su santo nombre.


Aclamación antes del Evangelio

A ti, Oh Dios, te alabamos, a ti, Señor, te reconocemos. A ti te ensalza el glorioso coro de los apóstoles.


EVANGELIO: Juan 20, 2-8

El primer día de la semana, María Magdalena echó a correr y fue donde estaba Simón Pedro y el otro discípulo, a quien tanto quería Jesús, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.»

Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; y, asomándose, vio las vendas en el suelo; pero no entró.

Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte.

Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
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Antífona de comunión: Juan 1, 14. 16

La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. De su plenitud todos hemos recibido.
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La misma vida se ha manifestado en la carne

De los tratados de san Agustín, obispo,
sobre la primera carta de san Juan

Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida. ¿Quién es el que puede tocar con sus manos a la Palabra, si no es porque la Palabra se hizo carne y acam­pó entre nosotros?

Esta Palabra, que se hizo carne, para que pudiera ser tocada con las manos, comenzó siendo carne cuando se­ encarnó en el seno de la Virgen María; pero no en ese momento comenzó a existir la Palabra, porque el mismo san Juan dice que existía desde el principio. Ved cómo concuerdan su carta y su evangelio, en el que hace poco oísteis: En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios.

Quizá alguno entienda la expresión «la Palabra de la vida» como referida a la persona de Cristo y no al mismo cuerpo de Cristo, que fue tocado con las manos. Fijaos en lo que sigue: Pues la vida se hizo visible. Así, pues, Cristo es la Palabra de la vida.

¿Y cómo se hizo visible? Existía desde el principio, pero no se había manifestado a los hombres, pero sí a los ángeles, que la contemplaban y se alimentaban de ella, como de su pan. Pero, ¿qué dice la Escritura? El hombre comió pan de ángeles.

Así, pues, la Vida misma se ha manifestado en la carne, para que, en esta manifestación, aquello que sólo podía ser visto con el corazón fuera también visto con los ojos, y de esta forma sanase los corazones. Pues la Palabra se ve sólo con el corazón, pero la carne se ve también con los ojos corporales.

Éramos capaces de ver la carne, pero no lo éramos de ver la Palabra. La Palabra se hizo carne, a la cual podemos ver, para sanar en nosotros aquello que nos hace capaces de ver la Palabra.

Os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó, es decir, se ha manifestado entre nosotros, y, para decirlo aún más claramente, se manifestó en nosotros.

Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Que vuestra caridad preste atención: Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos. Ellos vieron al mismo Señor pre­sente en la carne, oyeron las palabras de su boca y lo han anunciado a nosotros. Por tanto, nosotros hemos oído, pero no hemos visto.

Y por ello, ¿somos menos afortunados que aquellos que vieron y oyeron? ¿Y cómo es que añade: Para que estéis unidos con nosotros? Aquéllos vieron, nosotros no; y, sin embargo, estamos en comunión, pues poseemos una misma fe.

En esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto, para que nuestra alegría sea completa. La alegría completa es la que se encuentra en la misma comunión, la misma caridad, la misma unidad.


Homilía del papa Francisco en la Misa de gallo

diciembre 26, 2014

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El Papa dirige la oración del Ángelus

El Papa dirige la oración del Ángelus

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Texto de la homilía del papa Francisco en la Misa de gallo

Es la segunda Navidad que el Santo Padre pasa en el Vaticano. ‘Lo más importante es dejar que el Señor me encuentre y me acaricie con cariño’.

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Ciudad del Vaticano, 24 de diciembre de 2014 (Zenit.org) Redacción | 6847 hits

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló» (Is 9, 1). «Un ángel del Señor se les presentó [a los pastores]: la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2, 9).

De este modo, la liturgia de la santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.

También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la «luz grande». Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.

El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4, 8).

También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios Esperaba. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar.

En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2, 13). Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos. La paciencia de Dios, qué difícil es entender esto, la paciencia de Dios delante de nosotros.

A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción.

En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando de ver a lo lejos el retorno del hijo perdido.

Con paciencia, la paciencia de Dios.

La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores.

Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

La «señal» es la humildad de Dios, la humildad de Dios llevada hasta el extremo. Es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones.

El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.

Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? «Pero si yo busco al Señor», podríamos responder.

Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera mucho?

Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio?

¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! La paciencia de Dios, la ternura de Dios.

La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre.

Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle:

«Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la mansedumbre en cualquier conflicto».

Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el pesebre: allí «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande». La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios.

En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: «María, muéstranos a Jesús».


El maná de cada día, 26.12.14

diciembre 26, 2014

Señor, no les tengas en cuenta este pecado

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San Esteban, protomártir



Antífona de entrada

Las puertas del cielo se han abierto para Esteban, el primero de los mártires; por eso ha recibido el premio de la corona del triunfo.


Oración colecta

Concédenos, Señor, la gracia de imitar a tu mártir san Esteban y de amar a nuestros enemigos, ya que celebramos la muerte de quien supo orar por sus perseguidores. Por nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA: Hechos de los apóstoles 6, 8-10;7,54-60

En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.

Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»

Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»

Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.»
Y, con estas palabras, expiró.


SALMO 30, 3cd-4.6 y Sab 16bc-17

A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirigeme y guíame.

A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te has fijado en mi aflicción.

Líbrame de los enemigos que me persiguen; haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia.


Aclamación: Salmo 117, 26a y 27a

Bendito el que viene en nombre del Señor, el Señor es Dios, él nos ilumina.


EVANGELIO: Mateo 10, 17-22

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

«No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán.

Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.»


Antífona de comunión: Hechos de los apóstoles 7, 58

Se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu.


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San Esteban, protomártir

LAS ARMAS DE LA CARIDAD
De los sermones de san Fulgencio de Ruspe, obispo

Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado.

Ayer nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y saliendo del recinto del seno virginal, se dignó visitar el mundo; hoy el soldado, saliendo del taber­náculo de su cuerpo, triunfador, ha emigrado al cielo.

Nuestro Rey, siendo la excelsitud misma, se humilló por nosotros; su venida no ha sido en vano, pues ha aportado grandes dones a sus soldados, a los que no sólo ha enriquecido abundantemente, sino que también los ha fortalecido para luchar invenciblemente. Ha traí­do el don de la caridad, por la que los hombres se hacen partícipes de la naturaleza divina

Ha repartido el don que nos ha traído, pero no por esto él se ha empobrecido, sino que, de una forma ad­mirable, ha enriquecido la pobreza de sus fieles, mien­tras él conserva sin mengua la plenitud de sus propios tesoros.

Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al cielo. La caridad, que precedió en el Rey, ha brillado a con­tinuación en el soldado.

Esteban, para merecer la corona que significa su nom­bre, tenía la caridad como arma, y por ella triunfaba en todas partes. Por la caridad de Dios, no cedió ante los judíos que lo atacaban; por la caridad hacia el pró­jimo, rogaba por los que lo lapidaban. Por la caridad, argüía contra los que estaban equivocados, para que se corrigieran; por la caridad, oraba por los que lo lapi­daban, para que no fueran castigados.

Confiado en la fuerza de la caridad, venció la acerba crueldad de Saulo, y mereció tener en el cielo como compañero a quien conoció en la tierra como perseguidor. La santa e inquebrantable caridad de Esteban deseaba conquistar orando a aquellos que no pudo convertir amonestando.

Y ahora Pablo se alegra con Esteban, y con Esteban goza de la caridad de Cristo, triunfa con Esteban, rei­na con Esteban; pues allí donde precedió Esteban, mar­tirizado por las piedras de Pablo, lo ha seguido éste, ayudado por las oraciones de Esteban.

¡Oh vida verdadera, hermanos míos, en la que Pablo no queda confundido de la muerte de Esteban, en la que Esteban se alegra de la compañía de Pablo, porque ambos participan de la misma caridad! La caridad en Esteban triunfó de la crueldad de los judíos, y en Pablo cubrió la multitud de sus pecados, pues en ambos fue la caridad respectiva la que los hizo dignos de poseer el reino de los cielos.

La caridad es la fuente y el origen de todos los bienes, egregia protección, camino que conduce al cielo. Quien camina en la caridad no puede temer ni errar; ella dirige, protege, encamina.

Por todo ello, hermanos, ya que Cristo construyó una escala de caridad, por la que todo cristiano puede ascender al cielo, guardad fielmente la pura caridad, ejercitadla mutuamente unos con otros y, progresando en ella, alcanzad la perfección.

 

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