Oración de la Madre gestante. Oración de los padres que esperan prole

enero 12, 2024

Padres que esperan un hijo más: Dios, fuente de toda familia, dador de vida, hace fecundo el amor de los esposos, abiertos a la vida generosa y gozosamente. 

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Oración de la Madre gestante. Oración de los padres que esperan prole. Asociación Madres Cristianas Santa Mónica.

A la oración de la Madre y a la de los Padres por la fe de los hijos, añadimos la Oración de la Madre gestante y la de los Padres que esperan prole.

Con estas oraciones queremos acercarnos, en estos días posteriores a la Navidad, a los esposos y padres que esperan un hijo para acompañarlos en esa experiencia tan particular, tan entrañablemente única. Los esposos se convierten en padres, es decir, con-creadores con Dios: dadores de vida humana y de vida cristiana, a la vez.

La bendición de madres gestantes ha sido una práctica tradicional en la historia de la Iglesia. Aunque la nueva criatura es fruto del amor de los dos esposos, indudablemente la función de la madre en la generación, gestación y conformación de la nueva persona humana es única: Por su cercanía física, emocional y religiosa.

El modelo acabado de maternidad es la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra en la fe. La vocación de maternidad espiritual está enraizada en la naturaleza de la misma Iglesia.

Por eso, es justo que toda la Iglesia acompañe, sienta y celebre el nacimiento de un hijo. Un hijo que alegra la familia humana y aumenta la familia de Dios por el bautismo.

De ahí que la Asociación Madres Cristianas Santa Mónica se une a la alegría de la familia y celebra con toda la Iglesia esta bendición de Dios: el nacimiento de un hijo nuestro al que queremos hacer hijo de Dios para siempre.

Repito la publicación-entrada de esta tercera oración de las Madres, afiliadas a la Asociación, en estos días todavía con sabor navideño, porque la Navidad es fiesta de gozo y alegría. Y de paz, paz en el corazón, en la familia, en la Iglesia y en el mundo entero.

El domingo 31 celebraremos la Fiesta de la Sagrada Familia, fiesta de las familias cristianas. Como todos los 27 de mes, el 27 de diciembre honramos a Santa Mónica: Con misa votiva, con reuniones de los coros de oración, charlas de formación para las madres que oran por la fe de sus hijos, testimonios, etc.

En esta oportunidad quiero acercarme a las madres y a los padres que no han recibido aún la bendición sobre su nuevo hijo a quien esperan con toda ilusión y felicidad, y les ofrezco a continuación la Oración de la Madres gestante.

Oración de la Madre gestante.

Señor Dios nuestro, Padre, Hijo y Espíritu Santo: te adoro como comunidad trinitaria y fuente de vida en el cielo y en la tierra.

Te doy gracias, Padre bueno, por haber pensado en mí desde toda la eternidad: Tú pronunciaste mi nombre y me creaste mujer. Tanto confiaste en mí, que me has llamado a ser madre, a ser colaboradora tuya en la transmisión de la vida y de la fe a los hijos.

Gracias, Señor Jesús, porque, siendo Dios, quisiste tener una madre en la tierra para hacerte hombre como nosotros. Tú llenaste del Espíritu a la santísima Virgen María para que cumpliera su especial vocación. Así la hiciste modelo de todas las madres redimidas por ti. Apoyada en ella, te pido que derrames tu Espíritu sobre mi marido y sobre mí, para que cumplamos los planes del Padre: Dar vida a nuestro hijo y transmitirle la fe.

Te doy gracias, Espíritu Santo, señor y dador de vida: Ven sobre mí y sobre la criatura que estoy gestando. La confío a tu acción santificadora para que se desarrolle con bien y salud hasta que la dé a luz. Gustosamente acepto los sacrificios del embarazo y las molestias que suponga para mí esta gestación.

Asísteme, Espíritu consolador, y purifícame de todo mal para que pueda transmitir sólo vida y ternura a nuestro hijo. Te pido que esta criatura sea nuestra alegría como esposos y padres, y la de toda la familia.

Gracias, Santísima Trinidad, por llamarme a formar con mi esposo la comunidad conyugal, y también familiar haciendo fecundo nuestro amor. Gracias por el don de mi marido y de nuestro hijo.

Con mi marido me siento feliz disfrutando del amor mutuo, y ahora formando con nuestro hijo una verdadera familia a imagen de la comunidad trinitaria. ¡Qué maravillosos son tus designios, Dios mío, y qué insospechadas experiencias reservas para tus fieles! ¡Cómo no alabarte, si me has dado el esposo querido, los hijos y la vida de fe!

Señor Jesucristo, tú nos dejaste a María como madre. A ella me dirijo confiada: Virgen María, tú eres modelo para mí como mujer, y sobre todo ahora como madre gestante. Quiero contemplar la dulzura de tu rostro para poder imitar tu maternidad. Junto a ti también admiro a tu esposo, el fiel José.

Te pido, Virgen María, que con mi esposo sepamos imitar los ejemplos de tu sagrada familia. Tú eres mi consuelo y fortaleza. Enséñame a dar vida contigo a esta criatura que el Señor nos regala.

Te suplico, Madre santa, que todo esto me lo alcances de tu Hijo bendito, por intercesión de santa Mónica, que gestó a sus hijos dándoles a luz en la vida y en la fe. Así sea. Amén.

 Oración de los Padres que esperan un hijo

(Ambos) Señor Dios nuestro, con todo amor nos ponemos en tu presencia como pareja de esposos que tú has bendecido. Te damos gracias por llamarnos a formar una comunidad conyugal abierta a la vida y a la plenitud del amor. En particular te damos gracias, Señor, porque estás bendiciendo nuestro matrimonio dándonos al hijo que esperamos ilusionados.

Las palabras nos resultan cortas para expresar la felicidad que sentimos, y la emoción que embarga nuestros corazones. Resulta maravilloso experimentar que tú nos haces colaboradores tuyos para transmitir la vida. Nos llena de gozo el saber que somos creadores contigo de esta nueva criatura, nuestra y tuya a la vez, Dios nuestro, fuente de vida.

Conscientes de la grandeza de esta vocación de esposos y padres, queremos ahora purificarnos de todo mal para ser canales limpios por donde pase la vida y la fe a nuestro hijo, a nuestra familia, a la Iglesia, al mundo. Queremos ser signo de tu amor, sacramento de tu misterio de vida y comunión.

Deseamos ser siempre una pareja ejemplar y formar una familia santa para gloria tuya. Como no podemos alcanzar esas metas sino con tu gracia, ahora rezamos el uno por el otro y nos bendecimos mutuamente en tu nombre y en tu amor.

 (Marido-padre) Te doy gracias, Señor, por el don de mi esposa. Ella me hace cercano tu amor, tu perdón y tu preocupación por mí. Ella es la prueba de que me amas y me tomas en serio. Por eso, te doy gracias todos los días de mi vida y te pido que me hagas digno de un don tan maravilloso.

Quiero sinceramente ser mejor esposo y padre cada día. A la vez, te pido perdón si no he sabido valorar a mi mujer debidamente, si he sido duro con ella. Perdón por cualquier debilidad con la que le haya defraudado y ofendido.

En adelante prometo, con tu gracia, ser más delicado y responsable en todos mis comportamientos, particularmente ahora durante la gestación. Quiero darle a mi esposa cariño y protección en estos momentos, para que la criatura pueda sentir a través de nosotros el infinito amor que tú le tienes desde siempre.

Que yo sea un sacramento de tu amor providente para mi esposa y para nuestro hijo. Quiero que ellos descubran en mi conducta responsable y fiel tu presencia protectora en nuestro hogar. Amén.

 (Esposa-madre) Te doy gracias, Señor, por mi marido, el mayor regalo que me has dado en la vida, junto con esta criatura que se está formando dentro de mí. Me siento feliz de poder cumplir tu voluntad, como lo hizo María, siempre confiada y alegre en tu presencia. Señor, que se haga también en mí lo que tú dispongas: Quiero ser la alegría de mi esposo y de mi hijo, para su satisfacción y para gloria tuya.

Perdóname si he causado preocupación a mi marido o si le he defraudado en algo. Por mi parte, estoy segura de que me darás cuanto necesite como esposa y madre. Creo en ti, Señor, pero aumenta mi fe y mi esperanza.

Santa María, Virgen y Madre, confío en ti; necesito tu ternura y fortaleza. Que esta criatura se parezca lo más posible a tu hijo Jesús. Que nuestro hijo se desarrolle sano de cuerpo y alma hasta que nazca. Así sea. Amén.

(Ambos) Señor Dios nuestro, te damos gracias por esta oración que nos has permitido dirigirte con amor. Que podamos cumplir con alegría y generosidad lo que te hemos prometido. Ten misericordia de nosotros pues somos débiles, pero confiamos en ti. Pues si tú nos regalas esta criatura, tú mismo nos ayudarás a cumplir la misión que nos confías.

Por eso, Padre de bondad, concédenos ser generosos dadores de vida. Señor Jesús, que acariciabas a los niños, bendice a nuestro hijo para que nazca sano y sea nuestra alegría y felicidad. Espíritu divino, ven sobre nosotros y asístenos mientras dure esta gestación, para que nuestro hijo sea lleno de gracia y bendición. Señor Dios nuestro, reina en nuestra familia. Es tuya, te la consagramos. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Amén.

ORACIÓN POR LA VIDA. Juan Pablo II

Santa María, aurora del mundo nuevo,

Madre de los vivientes,

a ti confiamos la causa de la vida:

mira, Madre, el número inmenso

de niños a quienes se les impide nacer,

de pobres a quienes se les hace difícil vivir,

de hombres y mujeres víctimas de la violencia inhumana,

de ancianos y enfermos muertos a causa de la indiferencia

o de una presunta piedad.

Haz que quienes creen en tu Hijo sepan anunciar,

con firmeza y amor, a los hombres de nuestro tiempo

el Evangelio de la vida.

Alcánzales la gracia de acogerlo

como don siempre nuevo,

la alegría de celebrarlo con gratitud

durante toda su existencia,

y la valentía de testimoniarlo

con solícita constancia, para construir,

junto con todos los hombres de buena voluntad,

la civilización de la verdad y del amor,

para alabanza y gloria de Dios Creador,

y amante de la vida. Amén

Asociación Madres Cristianas Santa Mónica. Agustinos Recoletos. Provincia Santo Tomás de Villanueva

ismaelojeda.wordpress.comhttps://www.facebook.com/ismael.ojedalozanowww.agustinosrecoletos.com

P. Ismael Ojeda Lozano

Madrid, Parroquia de Santa Mónica, Domingo 19 de diciembre de 2021. Actualizado, enero de 2024, Madrid.


Novena al Señor de los Milagros. Día 4, 24 de octubre 2023

octubre 24, 2023

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Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.

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NOVENA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS, Día 4, 24 octubre 2023

Con reflexiones y oraciones sobre la Santísima Trinidad

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  1. Señal de la cruz

Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro; en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

  1. Acto de contrición

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre virgen, a los Ángeles, a los Santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

  1. Oración preparatoria para todos los días: Postrados ante el Señor de los Milagros. Adoración y petición.

Señor de los Milagros, me postro a tus pies y te reconozco como mi Salvador y mi Dios. Te adoro y te pido la gracia de hacer devotamente esta Novena en tu honor.

Te doy gracias, Señor Jesús, porque tú bajaste del cielo y viniste al mundo para demostrarnos cuánto nos ama el Padre, el Dios invisible. Divino Jesús, tú sabías que el Padre desea que todos sus hijos se salven y tengan vida en abundancia.

Por eso, te ofreciste al Padre voluntariamente para venir al mundo y cumplir la misión de Mesías y Salvador del pueblo elegido Israel y después de todos los hombres. Eso fue lo que más te gustó, Señor Jesús. Nadie te obligó, a no ser tu amor incondicional a tu Padre Dios, y por él, a todos los hombres.

Señor Jesús, desde lo más íntimo de mi corazón te agradezco que te encarnaras y te hicieras hombre como uno de nosotros, igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Te reconozco como mi Señor y mi Dios y te admiro por tu generosidad y tu solidaridad con los hombres.

Señor de los Milagros, mi Redentor, te bendigo y te alabo por tu bondad y tierna compasión hacia todos los hombres. Tú eres el puente entre Dios y los hombres. A través de ti, Señor Jesús, todos tenemos acceso seguro y directo al Padre Dios.

Por eso, Padre Santo, yo me postro en tu presencia, te adoro y te bendigo pues tú eres digno de toda bendición en el cielo y en la tierra. A ti la gloria y el poder porque gobiernas el mundo con sabiduría y misericordia. Tú eres el Creador, el Amo y Señor: Todo está en tus manos y nada está perdido.

Gracias, Padre, por enviarnos a tu propio Hijo y también al Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. Este Espíritu nos conduce a la Verdad total que nos trajo Jesucristo. El Espíritu Santo habla con suavidad y poder persuasivo a nuestro espíritu asegurándonos que somos hijos amados del Padre y hermanos entrañables de Cristo. Él nos hace clamar: ¡Abba, Padre! Y también: ¡Jesús vive y es Señor!

Por eso, Padre de bondad, como hijos tuyos que somos en tu Hijo bendito, te pedimos que nos envíes el Espíritu y lo derrames en nuestros corazones. Ven, pues, Espíritu Santo, y llénanos del amor del Padre y del Hijo. Ven, dulce huésped del alma. Ven, Padre amoroso del pobre, y no pases de largo ante nosotros en esta Novena. Déjanos la huella de la santa unción que nos dé fe, vida y salud.

Te pedimos, Espíritu Vivificador, que durante estos días podamos saborear el amor personal e incondicional del Padre Dios y la dulzura inefable de su bendito hijo Jesucristo, el Señor de los Milagros. Amén.

  1. Consideraciones bíblico-teológicas para cada día de la Novena.

DÍA CUARTO: La Encarnación del Hijo de Dios en las purísimas entrañas de la Virgen María, por obra y gracia del Espíritu Santo.

1. El Misterio de la Encarnación

Hoy queremos considerar el misterio de la Encarnación: El Hijo eterno de Dios, el Verbo Increado, la Palabra que estaba junto al Padre desde toda la eternidad y que hemos contemplado ayer, se ha encarnado y se ha hecho hombre en El Nazareno, en Jesús, el hijo de José y de María.

¿Por qué se hizo hombre y se encarnó de esa manera? El Catecismo de la Iglesia Católica, citando el Credo Niceno-Constantinopolitano, responde: “Por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre” (n. 456).

¿Cuál ha sido la finalidad de la encarnación del Hijo de Dios? ¿Para qué lo envió el Padre? ¿Qué misión, qué encargo o encomienda ha traído el Hijo al mundo de parte del Padre Dios? ¿Cómo le ha ayudado el Espíritu Santo a cumplir la voluntad del Padre y sus designios?

La encarnación ¿ha alterado de alguna manera la pacífica y eterna convivencia de la Trinidad, las relaciones de las personas divinas, las funciones y los servicios de las tres divinas personas?

El Catecismo nos responde: El Verbo vino al mundo y se encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios (n. 457), para que nosotros conociésemos así el amor de Dios (n. 458), para ser nuestro modelo de santidad (n. 459) y para hacernos “partícipes de la naturaleza divina” (n. 460).

He aquí, bien resumido, el “admirable intercambio” realizado por el poder y el amor de Dios en la Encarnación del Hijo de Dios: Dios se hace hombre para que el hombre se pueda hacer Dios.

Estamos ante el “misterio” del amor inefable de Dios por su propia criatura, tan fuerte y tan tierno que la biblia habla de “enamoramiento, de desposorio, de amor nupcial” entre Dios y el hombre, entre el Creador y la creatura.

De ahí la pregunta que muchos se han planteado, entre curiosidad y asombro: ¿La Encarnación se ha producido porque los hombres han pecado, o de todas formas Dios se habría encarnado como una consecuencia, no necesaria sino “libre”, de su amor infinito y eternamente condescendiente con los hombres?

Algunos piensan que la Encarnación no se explica ni se justifica totalmente por la existencia del pecado, sino por el infinito amor de Dios a su creatura.

En este sentido, escribe san Ireneo: “Porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: Para que el hombre al entrar en comunión con el Verbo y al recibir la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios”. Y lo completa san Atanasio: “Porque el Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios”.

Prosigue el Catecismo: “La Iglesia llama ‘Encarnación’ al hecho de que el Hijo de Dios haya asumido una naturaleza humana para llevar a cabo por ella nuestra salvación” (n. 461).

La Encarnación es un gran misterio si no el más principal y determinante, pues de él se derivan múltiples consecuencias y efectos salvíficos, más allá, claro está, de la destrucción del pecado.

De ahí la expresión agustiniana: ¡Feliz culpa, la de Adán, que nos mereció tal redentor! El pregón pascual dirá que hemos salido beneficiados a cuenta del pecado de nuestros primeros padres, que el amor de Dios siempre se impone, prevalece…

De hecho el Catecismo afirma que la Encarnación “es el signo distintivo de la fe cristiana: ‘Podréis conocer en esto el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios’ (1 Jn 4, 2). Esa es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos cuando canta ‘el gran misterio de la piedad’: ‘Él ha sido manifestado en la carne’” (1 Tm 3, 16; n. 463).

2. Dos naturalezas pero una sola persona

A la primitiva Iglesia le costó tiempo y dolor formular debidamente este misterio. De nuevo el Catecismo nos ilustra: “El acontecimiento único y totalmente singular de la Encarnación del Hijo de Dios no significa que Jesucristo sea en parte Dios y en parte hombre, ni que sea el resultado de una mezcla confusa entre lo divino y lo humano. Él se hizo verdaderamente hombre sin dejar de ser verdaderamente Dios. Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre” (n. 464). 

Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza y no por adopción. Jesucristo ha sido engendrado, no creado, de la misma sustancia o naturaleza que el Padre (n. 465). Es verdadero Dios y verdadero hombre, nn. 464-469: Dos naturalezas, una persona. Unión hipostática. “No hay más que una hipóstasis -o persona- que es nuestro Señor Jesucristo, uno de la Trinidad” (DS 424).

Por tanto, todo en la humanidad de Jesucristo debe ser atribuido a su persona divina como a su propio sujeto (cf ya Cc Éfeso: DS 255), no solamente los milagros sino también los sufrimiento (cf DS 424) y la misma muerte: ‘El que ha sido crucificado en la carne, nuestro Señor Jesucristo, es verdadero Dios, Señor de la gloria y uno de la Santísima Trinidad (DS 432; n. 468). “La naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida”, n. 470.

“Se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo Señor, Hijo único en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. La diferencia de naturalezas de ningún modo queda suprimida por su unión, sino que quedan a salvo las propiedades de cada una de las naturalezas y confluyen en un solo sujeto y en una sola persona” (DS 301-302; n. 467).

Por tanto, Jesucristo tiene dos naturalezas completas porque es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre. Pero no tiene dos personalidades, dos sujetos de apropiación, sino una sola personalidad que es la divina. Dos naturalezas, pero una sola persona, la del Hijo de Dios o del Verbo.

Según el Catecismo, el Concilio de Éfeso confiesa que ‘“el Verbo, al unirse en su persona a una carne animada por un alma racional, se hizo hombre’ (DS 250). La humanidad de Cristo no tiene más sujeto que la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido y hecho suya desde su concepción” (n. 466).

“Por eso el Concilio de Éfeso proclamó en el año 431 que María llegó a ser con toda verdad Madre de Dios mediante la concepción humana del Hijo de Dios en su seno: ‘Madre de Dios, no porque el Verbo de Dios haya tomado de ella su naturaleza divina, sino porque es de ella, de quien tiene el cuerpo sagrado dotado de un alma racional, unido a la persona del Verbo, de quien se dice que el Verbo nació según la carne’” (DS 251; n. 466; “… porque es de ella… de quien se dice que el Verbo nació según la carne”).

Con estas afirmaciones caemos en la cuenta de que nos estamos moviendo en el terreno sagrado de la fe: ¿Cómo podemos afirmar que Jesús es verdadera y completamente hombre si no tiene personalidad humana?

Este hecho ¿implicaría necesariamente una imperfección, una privación de bien o bondad en Jesús? No, en absoluto. La naturaleza humana ha sido creada para ser dirigida por el Espíritu de Dios al bien y habitada totalmente por el Amor de Dios.

Por eso, cuanto más dependa nuestra naturaleza del amor de Dios, e incluso viva de él, mejor, más humana será y más divina a la vez, más plenamente realizada en su esencia y misión, según los designios divinos.

Es decir, lo que le faltaría a Jesús sería la personalidad “pecadora”, una carencia de bien. Al carecer de toda inclinación al mal y de todo pecado, Jesús vive totalmente animado por el Espíritu y plenamente habitado por el poder y la gracia y la santidad de Dios.

De hecho, la esencia de la vida cristiana consiste en echar fuera de nosotros al pecado para ser habitados por el Espíritu de Dios, porque el hombre ha sido creado “capaz de Dios». La irrupción de lo divino en su ser y la vivencia de tal asunción resulta tan extraordinaria y tan fuerte que san Pablo podrá exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

El Catecismo enseña con toda claridad: “Siguiendo, pues, a los Santos Padres, enseñamos unánimemente que hay que confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: Perfecto en la divinidad, y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente hombre compuesto de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, ‘en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado’ (Hb 4, 15); nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad; y por nosotros y por nuestra salvación, nacido en los últimos tiempos de la Virgen María, la Madre de Dios, según la humanidad” (n. 467).

3. El inefable misterio de Jesús nazareno, el hijo del carpintero: En su alma y en su cuerpo ha expresado humanamente las costumbres de la Trinidad.

“Puesto que en la unión misteriosa de la Encarnación ‘la naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida” (GS 22, 2), la Iglesia ha llegado a confesar, con el correr de los siglos, la plena realidad del alma humana, con sus operaciones de inteligencia y de voluntad, y del cuerpo humano de Cristo.

Pero paralelamente, ha tenido que recordar en cada ocasión que la naturaleza humana de Cristo pertenece propiamente a la persona divina del Hijo de Dios que la ha asumido. Todo lo que es y hace en ella pertenece a ´uno de la Trinidad´.

El Hijo de Dios comunica, pues, a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad. Así, en su alma como en su cuerpo, Cristo expresa humanamente las costumbres divinas de la Trinidad” (cf. Jn 14, 9-10; n. 470).

Por tanto, entre la convivencia del Verbo increado dentro de la Trinidad Santísima y su comportamiento en la historia de la Salvación como Verbo encarnado hay una «inefable y misteriosa correspondencia», una continuidad y una conformidad; no hay dicotomía, ni discontinuidad ni mucho menos arbitrariedad o contradicción.

Esta verdad de fe nos trae mucha paz, sosiego y asombro por la condescendencia de Dios en su revelación a los hombres, para hacerlos partícipes de su vida divina, miembros de la familia divina.

De ahí que el n. 470 concluya con estas afirmaciones: “El Hijo de Dios… trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado” (GS 22, 2).

En síntesis, la encarnación del Hijo de Dios es el abrazo de Dios y el hombre para siempre, la unión y común unión del hombre y de Dios, sin perjuicio de ninguno de los dos, Creador y creatura.

En perfecta armonía y misteriosa implicación o intercomunicación: Es decir, por una parte, Humanización de Dios, y por otra, Divinización del hombre. Desposorio de Dios con la humanidad, en el que Dios toma la iniciativa de manera unilateral, pero necesitando la benevolencia obsequiosa y la colaboración del hombre (cf. Cantar, 2, 8-14).

  1. Peticiones o plegaria universal
  1. Dios Padre misericordioso, te damos gracias porque tú eres digno de toda bendición. Haz que te alabemos siempre a través de tu propio Hijo Jesucristo,

Invitación: Roguemos al Señor.

Respuesta: Te lo pedimos, Señor.

  1. Gracias, Padre santo, porque enviaste a tu Hijo al mundo para salvarnos. Concédenos acoger a tu Hijo como el mayor regalo que nos has dado,

Invitación: Roguemos al Señor.

Respuesta: Te lo pedimos, Señor.

  1. Gracias, Padre santo, porque enviaste a tu Hijo al mundo para salvarnos. Concédenos acoger a tu Hijo como el mayor regalo que nos has dado,

Roguemos al Señor…

  1. Padre todopoderoso, que todos los hombres reconozcan que tú, con el Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, para que crean, esperen y amen al Dios único y verdadero,

Roguemos al Señor…

  1. Padre eterno, que a través de tu Hijo has creado todas las cosas y con el Espíritu Santo todo lo gobiernas y diriges, haz que sepamos cuidar del mundo en que vivimos,

Roguemos al Señor…

  1. Señor de los Milagros, honrado, venerado y adorado por generaciones de peruanos dentro y fuera del territorio patrio, bendice al Perú para que seamos un pueblo próspero y creyente para gloria de Dios Padre en el Espíritu Santo,

Roguemos al Señor…

  1. Señor Jesús, te adoramos y te bendecimos porque con tu santa cruz has redimido el mundo. Ayúdanos a colaborar siempre contigo en la salvación de nuestros hermanos para gloria del Padre,

Roguemos al Señor…

  1. Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo, ven a iluminar a todos los que estamos rezando esta novena a fin de que conozcamos mejor el amor del Padre y del Hijo,

Roguemos al Señor…

  1. Pídase y formúlese ante el Señor la gracia específica que se desea obtener en esta Novena

(Pausa en silencio)

Roguemos al Señor…

6. Padre nuestro, Ave María y Gloria (tres veces).

7. Oración final para todos los días

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro y te bendigo como mi único Señor y mi Dios. Me postro ante tu divina majestad y me rindo totalmente en tu presencia como criatura tuya que soy y también como hijo tuyo en tu bendito Hijo Jesucristo.

Te adoro, mi único Dios y Señor, y te entrego toda mi libertad. Quiero pertenecerte en cuerpo y alma y me consagro íntegramente a tu divina voluntad y misericordia. Te entrego todas mis facultades y pongo ante ti todas mis posibilidades: Deseo hacer siempre tu santa voluntad, pues te confieso como mi único amo y señor. Quiero andar en tu presencia toda mi vida. No quiero vivir dividido, disperso, y renuncio a toda actitud o conducta que me separe y me aparte de ti.

Padre de bondad infinita, te consagro mi memoria y quiero recordar y considerar siempre lo que tú esperas de mí. Deseo vivir, Padre Santo, según las expectativas, planes y proyectos que, desde toda la eternidad, has acariciado, soñado y pensado sobre mí. Que nada me distraiga y me aparte de ese proyecto misterioso. Quiero que estés orgulloso de mí como lo estás de tu amado Hijo, Jesús.

A ti, Señor Jesús, Señor de los Milagros, te consagro mi entendimiento y toda mi capacidad de pensar, discurrir y soñar. Tú eres mi sabiduría y mi ciencia. En tu vida narrada en el Evangelio, divino Maestro, quiero aprender todos los secretos y todo el saber. En ti encuentro el sentido más pleno de mi vida y de mi existencia. No quiero saber ni entender nada fuera de ti. Tú eres mi luz, vida y esperanza. Renuncio a buscar al margen de ti razones para vivir y esperar.

A ti, Espíritu Consolador, te entrego toda mi voluntad. Te consagro toda mi capacidad de gozo y felicidad. Que sólo en ti encuentre alegría y contento. Dame, Espíritu Santo, gusto en las cosas santas. Dame la vida eterna, que es conocer de verdad y saborear el amor del Padre y del Hijo. Hazme sentir la belleza y la bondad de la vida cristiana, y valorar la sabiduría de la Cruz. Líbrame de la mentira y de la vanidad del mundo presente.

Ven, Espíritu Vivificador, y mira mi pequeñez, ten compasión de mí, Padre amoroso del pobre: Ven a iluminar lo que está oscuro en mí, ven a enderezar lo torcido, a calentar lo frío, a endulzar lo amargo, en fin, a sanar mis heridas. Ven, Espíritu Santo, a pacificar a los violentos, a reconciliar a los enemistados, a robustecer a los débiles, a vivificar lo que languidece, y finalmente, a resucitar a los que están muertos.

Padre Santo, por tu bendito Jesús, derrama el Santo Espíritu sobre toda carne, sobre tu santa Iglesia, sobre el Perú, y de manera especial sobre todos los devotos del Señor de los Milagros, y sobre los que estamos haciendo esta Novena en su honor. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

8. Himno al Señor de los Milagros

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Faro que guía, da a nuestras almas

la fe, esperanza, la caridad;

tu amor divino nos ilumine,

nos haga dignos de tu bondad.

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Con paso firme de buen cristiano

hagamos grande nuestro Perú,

y unidos todos como una fuerza

te suplicamos nos des tu luz.

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Letra y música: Isabel Rodríguez Larraín

NOTA: Revisado en Madrid, oct. de 2023


Novena al Señor de los Milagros. Día 3, 22 de octubre 2023

octubre 22, 2023

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Por su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.

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NOVENA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS, Día 3, 22 octubre 2023

Con reflexiones y oraciones sobre la Santísima Trinidad

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  1. Señal de la cruz

Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro; en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

  1. Acto de contrición

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre virgen, a los Ángeles, a los Santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

  1. Oración preparatoria para todos los días: Postrados ante el Señor de los Milagros. Adoración y petición. 

Señor de los Milagros, me postro a tus pies y te reconozco como mi Salvador y mi Dios. Te adoro y te pido la gracia de hacer devotamente esta Novena en tu honor.

Te doy gracias, Señor Jesús, porque tú bajaste del cielo y viniste al mundo para demostrarnos cuánto nos ama el Padre, el Dios invisible. Divino Jesús, tú sabías que el Padre desea que todos sus hijos se salven y tengan vida en abundancia.

Por eso, te ofreciste al Padre voluntariamente para venir al mundo y cumplir la misión de Mesías y Salvador del pueblo elegido Israel y después de todos los hombres. Eso fue lo que más te gustó, Señor Jesús. Nadie te obligó, a no ser tu amor incondicional a tu Padre Dios, y por él, a todos los hombres.

Señor Jesús, desde lo más íntimo de mi corazón te agradezco que te encarnaras y te hicieras hombre como uno de nosotros, igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Te reconozco como mi Señor y mi Dios y te admiro por tu generosidad y tu solidaridad con los hombres.

Señor de los Milagros, mi Redentor, te bendigo y te alabo por tu bondad y tierna compasión hacia todos los hombres. Tú eres el puente entre Dios y los hombres. A través de ti, Señor Jesús, todos tenemos acceso seguro y directo al Padre Dios.

Por eso, Padre Santo, yo me postro en tu presencia, te adoro y te bendigo pues tú eres digno de toda bendición en el cielo y en la tierra. A ti la gloria y el poder porque gobiernas el mundo con sabiduría y misericordia. Tú eres el Creador, el Amo y Señor: Todo está en tus manos y nada está perdido.

Gracias, Padre, por enviarnos a tu propio Hijo y también al Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. Este Espíritu nos conduce a la Verdad total que nos trajo Jesucristo. El Espíritu Santo habla con suavidad y poder persuasivo a nuestro espíritu asegurándonos que somos hijos amados del Padre y hermanos entrañables de Cristo. Él nos hace clamar: ¡Abba, Padre! Y también: ¡Jesús vive y es Señor!

Por eso, Padre de bondad, como hijos tuyos que somos en tu Hijo bendito, te pedimos que nos envíes el Espíritu y lo derrames en nuestros corazones. Ven, pues, Espíritu Santo, y llénanos del amor del Padre y del Hijo. Ven, dulce huésped del alma. Ven, Padre amoroso del pobre, y no pases de largo ante nosotros en esta Novena. Déjanos la huella de la santa unción que nos dé fe, vida y salud.

Te pedimos, Espíritu Vivificador, que durante estos días podamos saborear el amor personal e incondicional del Padre Dios y la dulzura inefable de su bendito hijo Jesucristo, el Señor de los Milagros. Amén.

  1. Consideraciones bíblico-teológicas para cada día de la Novena:

DÍA TERCERO: El Hijo de Dios, el Verbo increado

El primer día de la Novena, contemplamos la Imagen del Señor de los Milagros en su referencia al Misterio de la Santísima Trinidad. Hoy deseamos acercarnos al misterio de la identidad del Nazareno clavado en la cruz. ¿Quién es en verdad el crucificado?

La fe nos asegura que “El Crucificado” es Dios y hombre a la vez, es el Verbo, la Palabra, el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad; y también en él adoramos a Jesucristo, el nuevo Adán que ha resucitado, ha subido al cielo, se ha sentado a la derecha de Dios Padre y nos ha enviado el Espíritu Santo.

Según esto, en Dios Hijo distinguimos tres estados de existencia, sin detrimento de su única Personalidad e Identidad divina:

– El Verbo increado o eterno que vive junto al Padre desde siempre y por siempre.

– El Verbo encarnado, Dios y hombre a la vez: Jesús de Nazaret

– El Señor Jesucristo, Cristo Resucitado, Cabeza de la nueva creación.

1.- El dato bíblico de la relación de Jesús con su Padre Dios

Podemos hablar del Verbo eterno porque Jesús, un hombre como nosotros, con una historia personal y familiar bien concreta, se presentó en el mundo asegurando que él conocía a Dios eternamente, porque venía del cielo y había sido enviado por Dios a quien llamaba con toda su alma y en verdad “Padre”, papá, «abba».

Los discípulos de Jesús fueron testigos de esta experiencia única, la creyeron y la predicaron a la Iglesia; también la pusieron por escrito, sobre todo Juan evangelista, como patrimonio espiritual de la comunidad cristiana.

Juan escribe, en efecto: Al principio existía el Verbo, la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Vino a este mundo a dar testimonio de la verdad. Nosotros hemos conocido la Palabra, la hemos visto y oído, la hemos tocado con nuestras propias manos. Y damos testimonio de la misma. Y sabemos que decimos la verdad. Damos testimonio para que ustedes crean lo mismo que nosotros… y sabemos que decimos la verdad (Jn 1, 1 ss.; 1 Jn 1, 1 ss.)

Desde la experiencia del «Jesús histórico», que los discípulos recordaban y guardaban celosamente, y con la ayuda de la vivencia pascual nos remontamos hasta la vida intratrinitaria de “ese Nazareno”, vida escondida en Dios antes de los siglos.

Jesús vivió en constante comunicación con su Padre Dios. Se sentía enviado por él para salvar a todos los hombres. No tenía un proyecto ni un mensaje propio, sino el mismo del Padre. Sólo hablaba de lo que había visto y oído junto al Padre, sólo predicaba lo que el Padre le había revelado, sin aumentar ni quitar nada. Su doctrina no era suya, aseguraba.

Su alimento era cumplir la voluntad de su Padre, porque solo él es bueno, lo sabe todo y lo gobierna todo con sabiduría y amor.

Esta familiaridad de Jesús con su Padre Dios tenía tan impactados a los discípulos que, un buen día, Felipe le dijo a Jesús: Muéstranos al Padre y eso nos basta, no te preguntaremos más cosas, seguro que eso será suficiente para nosotros.

Jesús le respondió: ¿No te has dado cuenta, Felipe, de que el Padre y yo somos uno? Quien me ve a mí, ve al Padre, quien me conoce, conoce al Padre. Jesús y el Padre están íntimamente unidos, viven en plena comunión (Jn 14, 8, ss.)

2.- Formulación eclesial y teológica de esa relación “misteriosa”

Acogiendo estos elementos bíblicos y las enseñanzas de la primitiva Iglesia los teólogos nos han ayudado a comprender mejor el misterio de la Santísima Trinidad, y más en concreto la relación entre el Padre y el Hijo. Gracias a esta tradición la Iglesia nos invita a conocer, y nos enseña a creer en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.

Así, afirmamos que nuestro Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, el Dios uno y trino a la vez no es un individuo o una personalidad única, sino una familia, una comunidad: Un solo Dios, sí, pero en tres personas distintas, iguales en su ser y dignidad. Dios es comunión o intercomunicación de las tres divinas personas.

En Dios, ser y existir se dan a la vez, es lo mismo, desde siempre e infinitamente. Dios Padre existe porque tiene un Hijo. No existe primero como Dios y después se hace Padre. No. El Padre, desde siempre engendra al Hijo, y a él le da todo, sin reservarse nada, excepto su relación o referencia al Hijo, es decir su «paternidad».

No tiene nombre propio. Su nombre como su entidad personal es esencialmente referencial. Si no engendrara al Hijo, no existiría ni como Padre ni como Dios Padre.

Y ese Padre es Dios porque no existen más formas de ser “padre”, otras maneras de ser origen, amor, dador de vida, que engendra, que afirma, que protege, que sostiene… El Padre es Dios porque genera toda forma de “paternidad”, realiza todas las formas posibles e imaginables de paternidad, y acaba, agota todas las posibles maneras de ser “padre”, origen, dador y protector de la vida…

Por eso, es “Dios” porque no queda ninguna “paternidad” fuera de él, no hay ninguna otra realidad paternal, no tiene rival, es único… Y además, todo lo da al Hijo, esencialmente, desde siempre y, por siempre, eterna e infinitamente, sólo hace eso, y nada más… de una manera simplicísima y purísima: Es la “paternidad en persona, en esencia y eternamente”.

Respecto de Dios Hijo, afirmamos algo parecido: Dios Hijo existe porque tiene un Padre. No existe primero como Dios y después se hace Hijo. No. El Hijo, el Verbo, la Palabra, desde siempre es engendrado por Dios Padre y desde siempre, eternamente, está vuelto al Padre, adorándolo, glorificándolo, dándole todo su amor y ternura, sin reservarse nada, excepto su relación o referencia al Padre, o su relación filial.

No tiene nombre propio, es decir, existir primero como algo consistente, sólido y autosuficiente en sí, y después “darse” al Padre, no; tiene nombre común, “hijo” o engendrado. Si no tuviera al Padre, no existiría. Si no tuviera una referencia esencial al Padre, no existiría, ni como Hijo ni como Dios Hijo.

Y ese Hijo es Dios porque no existen más formas de ser “hijo”, engendrado, amado, respetuoso, amoroso, agradecido, obediente, que glorifica, que cumple la voluntad del Padre… El Hijo es Dios porque genera toda forma de “filiación”, de sumisión obsequiosa y libre, dependiente esencialmente, porque realiza todas las formas posibles de obediencia y acaba, agota, todas las formas de ser “hijo bien nacido y agradecido”, fiel, amoroso, entregado, tierno…

Por eso, el Hijo es “Dios” porque no queda ninguna otra “forma de filiación” fuera de él, no tiene competidor o rival… Todo lo agradece al Padre, está esencial y totalmente vuelto al Padre, adorándolo, desde siempre y, por siempre, eterna e infinitamente, sólo hace eso, y nada más, sin reservarse nada sí… de una manera simplicísima y purísima: Es la “filiación en persona, en esencia y eternamente”.

Escribe el P. Nereo Silanes, trinitario: “Si el Padre es solo Padre, el Hijo es solo Hijo. Ser Hijo, en la segunda persona de la Trinidad es el mismo ser divino en su plenitud infinita, en entrega filial. El Padre es solo Padre, pero el Hijo, de igual forma, es solo Hijo, constitutivamente Hijo. Todo su ser divino es filial. ¿Y qué es ser Hijo? Estar recibiendo constantemente la divinidad del Padre, ser engendrado ininterrumpidamente por el Padre… El Hijo… nunca sale del Padre. Ser Padre y ser Hijo en la Trinidad se corresponden…” (El don de Dios, La Trinidad en nuestra vida; págs. 136 y 137).

3.- Teología trinitaria

El Padre da todo lo que es, se autodona desde siempre… El Hijo devuelve todo lo recibido, toda su sustancia, filialmente. “Ser Padre constitutiva y esencialmente es comunicar toda su riqueza infinita al Hijo; y ser Hijo constitutiva y sustancialmente es eso: no ser nada más que Hijo: entregarse plena y totalmente al Padre” (Ibíd., pág. 137).

Tanto el Padre como el Hijo descansan en esa comunión, son un don mutuo y gratuito en el Espíritu Santo: sin distracción, sin fluctuación, sin dispersión, sin egoísmo ni rivalidad… de manera simplicísima y recíproca, plena, generosa y amorosa, total, desde siempre y para siempre.

Así, en Dios Hijo todo su ser filial es estar vuelto, estar volviendo, siempre y constantemente, estar contemplando, agradeciendo al Padre… diciéndole “tú eres mi Padre”, soy tu Hijo amado, solo tu Hijo… Es lo que más me gusta. Todo es poco para agradecerte suficientemente, por eso te obedezco en todo, es mi delicia cumplir tu voluntad, me ofrezco totalmente, ¿qué quieres de mí, en qué te puedo agradar? Aquí estoy para hacer tu voluntad… (Is 6, 8 ss.).

Eternamente el Padre Dios se dirige al Hijo para expresarle todo su amor hacia dentro de la Santísima Trinidad, y también hacia fuera. Y el Hijo también eternamente responde al Padre. Por tanto “dialogan” entre ellos o mejor “tria-logan” porque se comunican en el Espíritu.

Y así el Padre le expresa al Hijo que todo lo que él pueda imaginar y crear lo hará siempre a través del Hijo, contando con él, por medio de él, según su peculiaridad filial… y asegurándole que por él y en él encontrarán entidad y consistencia todas las cosas… y que sólo aceptará gloria de parte de la creación a través de él y por él, pues en él ha fundado todas las cosas y les da consistencia (Jn 14, 10 y ss.; 17, 1 y ss.). Nada puede volver al Padre si no es a través del Hijo, por el Hijo, siendo de alguna manera el mismo y único Hijo en el Espíritu.

Todo cuanto existe fuera de la Trinidad ha sido creado en el Hijo, a través del Verbo, de la Palabra. Por tanto, de alguna manera tiene relación estrecha con el Hijo, es como una prolongación del Verbo ya que nada ha sido creado fuera de él. El Verbo, por ser horma o molde de la creación, es causa ejemplar de la misma, y también causa final pues todo debe volver al Padre por medio de él y en la medida en que se parezca a él será salvo y grato a Dios Padre. No será por esencia, claro está, sino por participación o gracia.

Y cuando el hombre se aparta del proyecto de Dios por el pecado y arrastra consigo a toda la creación, el Padre le confía al Hijo su preocupación: ¿A quién enviaré, quién irá por mí, cómo hacerle entender al hombre su gran equivocación, cómo hacerle volver a la casa paterna? (Is 6, 8. Salmo 11).

Y el Hijo se ofrece sin pensarlo dos veces y responde inmediatamente: Aquí estoy, yo iré, dame un cuerpo y mándame a mí, yo iré y les hablaré de ti y te los devolveré para que tu casa se llene de invitados y tu banquete no sea despreciado (Hebreos, 10, 5-7. Salmo 40; Jn 17, 1-5).

En la Biblia, la segunda persona de la Trinidad toma diversos nombres que nos ayudan a comprender y gustar la realidad bendita del Hijo de Dios, el engendrado por el Padre desde siempre. Los enumeramos someramente: Palabra del Padre, Verbo, del latín, o Logos en griego. Es la mente o inteligencia del Padre, el lenguaje del Padre, su gesto o su rostro, el dedo del poder del Padre. Es impronta de su sustancia. Imagen, manifestación o esplendor del Padre…

El Hijo del Padre es conocido como la sabiduría divina en persona: es amable, pacífico, dulce, paciente, humilde, amante de los hombres, casto, noble… (Prov 8, 22; Eclesiástico, 24, 1 y ss.; Sab 7, 21 y ss.; Prov. 9, 1-6).

La Palabra de Dios es revelación del Padre, proyección y sacramento, icono del Padre, es el amén al Padre y el amén de los hombres a Dios. El Verbo es también la bendición descendente desde el Padre y la bendición ascendente desde los hombres al Creador.

¡Dios sea bendito, en sus ángeles y en sus santos! ¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo! Como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén. 

  1. Peticiones o plegaria universal
  1. Dios Padre misericordioso, te damos gracias porque tú eres digno de toda bendición. Haz que te alabemos siempre a través de tu propio Hijo Jesucristo,

Invitación: Roguemos al Señor.

Respuesta: Te lo pedimos, Señor.

  1. Gracias, Padre santo, porque enviaste a tu Hijo al mundo para salvarnos. Concédenos acoger a tu Hijo como el mayor regalo que nos has dado,

Roguemos al Señor…

  1. Padre todopoderoso, que todos los hombres reconozcan que tú, con el Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, para que crean, esperen y amen al Dios único y verdadero,

Roguemos al Señor…

  1. Padre eterno, que a través de tu Hijo has creado todas las cosas y con el Espíritu Santo todo lo gobiernas y diriges, haz que sepamos cuidar del mundo en que vivimos,

Roguemos al Señor…

  1. Señor de los Milagros, honrado, venerado y adorado por generaciones de peruanos dentro y fuera del territorio patrio, bendice al Perú para que seamos un pueblo próspero y creyente para gloria de Dios Padre en el Espíritu Santo,

Roguemos al Señor…

  1. Señor Jesús, te adoramos y te bendecimos porque con tu santa cruz has redimido el mundo. Ayúdanos a colaborar siempre contigo en la salvación de nuestros hermanos para gloria del Padre,

Roguemos al Señor…

  1. Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo, ven a iluminar a todos los que estamos rezando esta novena a fin de que conozcamos mejor el amor del Padre y del Hijo,

Roguemos al Señor…

  1. Pídase y formúlese ante el Señor la gracia específica que se desea obtener en esta Novena

(Pausa en silencio para orar personalmente; pídase la gracia especial que se desea alcanzar en esta novena)

Roguemos al Señor…

7. Padre nuestro, Ave María y Gloria (tres veces).

8. Oración final para todos los días

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro y te bendigo como mi único Señor y mi Dios. Me postro ante tu divina majestad y me rindo totalmente en tu presencia como criatura tuya que soy y también como hijo tuyo en tu bendito Hijo Jesucristo.

Te adoro, mi único Dios y Señor, y te entrego toda mi libertad. Quiero pertenecerte en cuerpo y alma y me adhiero y me consagro íntegramente a tu divina voluntad y misericordia. Te entrego todas mis facultades y pongo ante ti todas mis posibilidades: Deseo hacer siempre tu santa voluntad, pues te confieso como mi único amo y señor. Quiero andar en tu presencia toda mi vida. No quiero vivir dividido, disperso, y renuncio a toda actitud o conducta que me separe y me aparte de ti.

Padre de bondad infinita, te consagro mi memoria y quiero recordar y considerar siempre lo que tú esperas de mí. Deseo vivir, Padre Santo, según las expectativas, planes y proyectos que, desde toda la eternidad, has acariciado, soñado y pensado sobre mí. Que nada me distraiga y me aparte de ese proyecto misterioso. Quiero que estés orgulloso de mí como lo estás de tu amado Hijo, Jesús.

A ti, Señor Jesús, Señor de los Milagros, te consagro mi entendimiento y toda mi capacidad de pensar, discurrir y soñar. Tú eres mi sabiduría y mi ciencia. En tu vida narrada en el Evangelio, divino Maestro, quiero aprender todos los secretos y todo el saber. En ti encuentro el sentido más pleno de mi vida y de mi existencia. No quiero saber ni entender nada fuera de ti. Tú eres mi luz, vida y esperanza. Renuncio a buscar al margen de ti razones para vivir y esperar.

A ti, Espíritu Consolador, te entrego toda mi voluntad. Te consagro toda mi capacidad de gozo y felicidad. Que sólo en ti encuentre alegría y contento. Dame, Espíritu Santo, gusto en las cosas santas. Dame la vida eterna, que es conocer de verdad y saborear el amor del Padre y del Hijo. Hazme sentir la belleza y la bondad de la vida cristiana, y valorar la sabiduría de la Cruz. Líbrame de la mentira y de la vanidad del mundo presente.

Ven, Espíritu Vivificador, y mira mi pequeñez, ten compasión de mí, Padre amoroso del pobre: Ven a iluminar lo que está oscuro en mí, ven a enderezar lo torcido, a calentar lo frío, a endulzar lo amargo, en fin, a sanar mis heridas. Ven, Espíritu Santo, a pacificar a los violentos, a reconciliar a los enemistados, a robustecer a los débiles, a vivificar lo que languidece, y finalmente, a resucitar a los que están muertos.

Padre Santo, por tu bendito Jesús, derrama el Santo Espíritu sobre toda carne, sobre tu santa Iglesia, sobre el Perú, y de manera especial sobre todos los devotos del Señor de los Milagros, y sobre los que estamos haciendo esta Novena en su honor. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

  1. Himno al Señor de los Milagros

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Faro que guía, da a nuestras almas

la fe, esperanza, la caridad;

tu amor divino nos ilumine,

nos haga dignos de tu bondad.

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Con paso firme de buen cristiano

hagamos grande nuestro Perú,

y unidos todos como una fuerza

te suplicamos nos des tu luz.

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Letra y música: Isabel Rodríguez Larraín

NOTA: Revisado en Madrid, octubre de 2023


Novena al Señor de los Milagros, Día 2, 20 de octubre 2023

octubre 20, 2023

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Te adoramos, Cristo, y te bendecimos. Pues con tu santa cruz redimiste al mundo.

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NOVENA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS, Día 2, 20 octubre 2023

Con reflexiones y oraciones sobre la Santísima Trinidad

  1. Señal de la cruz

Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro; en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

  1. Acto de contrición

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre virgen, a los Ángeles, a los Santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

  1. Oración preparatoria para todos los días: Postrados ante el Señor de los Milagros. Adoración y petición.

Señor de los Milagros, me postro a tus pies y te reconozco como mi Salvador y mi Dios. Te adoro y te pido la gracia de hacer devotamente esta Novena en tu honor.

Te doy gracias, Señor Jesús, porque tú bajaste del cielo y viniste al mundo para demostrarnos cuánto nos ama el Padre, el Dios invisible. Divino Jesús, tú sabías que el Padre desea que todos sus hijos se salven y tengan vida en abundancia.

Por eso, te ofreciste al Padre voluntariamente para venir al mundo y cumplir la misión de Mesías y Salvador del pueblo elegido Israel y después de todos los hombres. Eso fue lo que más te gustó, Señor Jesús. Nadie te obligó, a no ser tu amor incondicional a tu Padre Dios, y por él, a todos los hombres.

Señor Jesús, desde lo más íntimo de mi corazón te agradezco que te encarnaras y te hicieras hombre como uno de nosotros, igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Te reconozco como mi Señor y mi Dios y te admiro por tu generosidad y tu solidaridad con los hombres.

Señor de los Milagros, mi Redentor, te bendigo y te alabo por tu bondad y tierna compasión hacia todos los hombres. Tú eres el puente entre Dios y los hombres. A través de ti, Señor Jesús, todos tenemos acceso seguro y directo al Padre Dios.

Por eso, Padre Santo, yo me postro en tu presencia, te adoro y te bendigo pues tú eres digno de toda bendición en el cielo y en la tierra. A ti la gloria y el poder porque gobiernas el mundo con sabiduría y misericordia. Tú eres el Creador, el Amo y Señor: Todo está en tus manos y nada está perdido.

Gracias, Padre, por enviarnos a tu propio Hijo y también al Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. Este Espíritu nos conduce a la Verdad total que nos trajo Jesucristo. El Espíritu Santo habla con suavidad y poder persuasivo a nuestro espíritu asegurándonos que somos hijos amados del Padre y hermanos entrañables de Cristo. Él nos hace clamar: ¡Abba, Padre! Y también: ¡Jesús vive y es Señor!

Por eso, Padre de bondad, como hijos tuyos que somos en tu Hijo bendito, te pedimos que nos envíes el Espíritu y lo derrames en nuestros corazones. Ven, pues, Espíritu Santo, y llénanos del amor del Padre y del Hijo. Ven, dulce huésped del alma. Ven, Padre amoroso del pobre, y no pases de largo ante nosotros en esta Novena. Déjanos la huella de la santa unción que nos dé fe, vida y salud.

Te pedimos, Espíritu Vivificador, que durante estos días podamos saborear el amor personal e incondicional del Padre Dios y la dulzura inefable de su bendito hijo Jesucristo, el Señor de los Milagros. Amén.

  1. Consideraciones bíblico-teológicas para cada día de la Novena:

DÍA SEGUNDO: Trinidad salvífica y Ofrecimiento de obras

  1. Consideraciones bíblico-teológicas sobre la Trinidad Salvífica

Si el hombre ha sido creado por Dios que es Uno y Trino, que es comunidad, que es comunión de las tres personas divinas, entonces el hombre tiene que parecerse a su Creador, tiene que ser esencialmente comunicativo, llamado a vivir en comunión con Dios, en primer lugar, y también con sus semejantes y con el mundo. ¿En qué cualidades del hombre se manifiestan los vestigios de la Trinidad creadora y salvadora?

A) En el plano natural de la creación, el hombre refleja de múltiples formas a su Hacedor. Entre ellas, destacamos en primer lugar que el hombre posee tres facultades superiores que lo diferencian específicamente de los demás seres creados: memoria, entendimiento y voluntad. Cada facultad podemos relacionarla específica y metodológicamente con una de las tres divinas personas.

Así, por la memoria, el hombre recuerda los hechos y experiencias puntuales de su historia personal. Además, tiene presente la “impronta” original recibida del Creador por la que es consciente de su dignidad, tiene conciencia moral para distinguir el bien del mal, y tiende de forma espontánea y natural a cumplir el proyecto divino de alcanzar la felicidad en Dios. Está hecho para ser feliz, y busca de manera espontánea el bien y huye instintivamente del mal.

La memoria la referimos a Dios Padre porque él es origen, fuente y principio de todo. El Padre toma la iniciativa, él se adelanta a todo, nos amó primero. Por eso, le atribuimos las palabras de la Escritura: Eternamente te he amado, he pensado en ti, he pronunciado tu nombre, tengo pensamientos y proyectos de paz y bendición y no de aflicción sobre ti, eres único para mí (…).

Por la memoria, nos preguntamos sobre el proyecto que Dios Padre ha soñado desde toda la eternidad para cada uno de nosotros. La memoria nos recuerda las expectativas que el Padre se ha forjado sobre nosotros. Al esperar nuestra respuesta nos capacita para realizarla hasta con facilidad, con gusto.

Ese proyecto en el fondo está calcado de la realidad de su propio Hijo, y ya está perfectamente cumplido en Cristo. Por tanto, en la medida en que nos parezcamos y reproduzcamos a Cristo en nuestra vida estaremos cumpliendo las expectativas del Padre, realizando su proyecto y dándole gloria.

El entendimiento lo aplicamos al Verbo. El Padre no tiene más que un Hijo que es su Palabra y solamente a través de él se comunica hacia afuera de la Trinidad. Todas las cosas fueron creadas a través de él, por él y para él, y solo por medio de él pueden volver al Padre.

Fuera del Verbo nada ha sido hecho. Él es la horma, el molde en el que se ha hecho todo lo creado. Por tanto, todo tiene “racionalidad” en el Verbo y también “referencialidad” o relación. Solo en él se puede conocer el hombre a sí mismo, y también conocer y entender todas las cosas.

Por tanto, el cristiano no querría saber nada fuera de Cristo. Pues en él encuentra la solución, la explicación y la clave de interpretación y comprensión de todos los problemas humanos. En Cristo habitan todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia.

La voluntad la relacionamos con el Espíritu Santo. El hombre desea, se goza y disfruta de las cosas y de las personas por medio de la voluntad. Es la dimensión afectiva de la Trinidad, por decirlo de alguna manera. El Espíritu es la simpatía de la Trinidad. Es amor, comunión, abrazo, descanso, gozo, plenitud… El Espíritu hace apetitosas y gustosas las cosas de Dios. Sin él todo es arduo, misterioso, oscuro, pesado, insípido…

B) En el plano de la gracia, el cristiano se comunica con Dios Uno y Trino mediante las virtudes infusas recibidas en el bautismo como la primera gratuidad de la Trinidad. Son llamadas virtudes “teologales” porque permiten al creyente comunicarse directamente con Dios, de manera inmediata y segura. Son tres las virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

La caridad o amor se lo relacionamos o atribuimos, específicamente, a Dios Padre porque él ha tomado la iniciativa de amarnos cuando no existíamos y también cuando habíamos pecado; no éramos «buenos», pero amándonos en su Hijo, nos hizo buenos. No nos amó porque ya fuésemos buenos o lo mereciéramos. No somos nosotros los que nos hemos adelantado en el amor a Dios, sino que Dios nos amó primero.

De ahí, de ese amor fontal viene todo, “porque le pareció bien, porque quiso, para que sea alabada su gloria”. Tanto nos ha amado Dios Padre que ha enviado a su Hijo al mundo para hacernos sus hijos en su bendito Hijo Jesucristo: para salvarnos.

La fe se la atribuimos al Hijo porque solamente él ha hablado y nos ha dicho todo lo que necesitamos saber sobre Dios. Sólo él ha bajado del cielo, sólo él ha sido enviado y ha sido acreditado con palabras y hechos poderosos: Por tanto, a él hay que creerle. El que le crea, se salvará; el que no crea en él será condenado. El Hijo nos ha comunicado cuanto el Padre le encomendó, porque éste todo lo ha puesto en sus manos.

Por eso, el Hijo solo nos ha revelado lo que el Padre le confió sin quitar ni añadir nada. Luego enseña la verdad, no puede engañarse ni engañar. Él se puede presentar y se define como el camino y la verdad y la vida. Nadie puede ir al Padre sino a través de él. Es la verdad en persona. El Salvador. El que no le crea, no tiene remedio, queda fuera del ámbito divino.

Y al Espíritu lo relacionamos, específicamente, con la esperanza. El Hijo ha vuelto al Padre pero nos han enviado otro consolador, el Espíritu que nunca se irá. Él nos hará comprender la verdad plena de lo que Jesús hizo y enseñó. Con él se inauguran los últimos tiempos y él nos ayudará para que seamos fieles hasta el final. Él asegura a nuestro espíritu la verdad del amor del Padre y del Hijo y nos infunde la esperanza que no defrauda.

El Espíritu completa la obra del Padre y del Hijo en nosotros, la culmina, la embellece, la hace no solo posible para nosotros sino incluso agradable, gratificante, segura y plena. Todo está bien, todo funciona bien, todo tiene sentido. Es el testigo interior del creyente. Derramado en nuestros corazones, nos da toda garantía de verdad y santidad: El Espíritu “convence” a nuestro espíritu acerca de las realidades divinas. Mediante el testimonio íntimo y veraz «sostiene» nuestra peregrinación por este mundo hasta llegar al Cielo.

C) El hombre es un ser deficitario, necesitado, no acabado: Debe desarrollarse, crecer y sanarse tanto en humanidad como en gracia y divinidad. El ser humano está llamado a la plenitud y a la felicidad gracias a su propia realización y gracias a su relación con Dios que lo visita continuamente y lo habita cada vez más… y sin medida. 

Por eso, los autores sostienen que todo ser humano tiene tres necesidades fundamentales que deben ser atendidas y satisfechas. Los padres satisfacen básicamente esas necesidades del hombre.

Pero a la vez en esta estructura ontológica y existencial del hombre queremos ver un reflejo de la Trinidad. El hombre herido por el pecado es sanado mediante una relación específica con cada una de las tres divinas personas.

Todo hombre necesita ser afirmado, querido, valorado, acompañado… Los padres proporcionan ese fundamento existencial al ser humano de manera «necesaria y suficiente». Ellos participan así del amor del Padre Dios creador que da la plena fundamentación, sentido y derecho a la existencia a todo ser humano.

El amor personal e incondicional de Dios Padre subsana los vacíos afectivos que puede el hombre haber sufrido desde los primeros instantes de su existencia, venida a este mundo y crecimiento. El creyente desarrolla todas sus potencialidades apoyado en el respaldo que experimenta en el sólido amor del Padre Dios que lo afirma, lo recrea constantemente y nunca lo niega. Que lo empuja hacia adelante siempre.

En segundo lugar, todo ser humano siente la necesidad de sentirse útil, de desarrollar sus talentos, de ser y sentirse valioso para los demás… El trabajo se convierte así en dignidad. El Hijo de Dios nos convoca a compartir su gran misión en el mundo: «Vayan por todo el mundo, y prediquen el Evangelio a toda criatura. Den gratuitamente lo que han recibido de balde». Jesús nos recordará que al Padre le gusta que demos mucho fruto.

Jesús no es celoso ni acaparador. Más bien goza con ver felices a los 72 discípulos cuando volvían contentos de la misión. No acabarán los pueblos de Israel antes de que llegue el Hijo del hombre. Sin embargo, les recomienda que no pongan su felicidad en los éxitos. «Alégrense más bien porque sus nombres están escritos en el libro de la vida».

Y finalmente, el Espíritu Santo, sanará las heridas afectivas del hombre que necesita ser acogido incondicionalmente por lo que es, no por lo que tiene o produce. La unción del Espíritu satisface plenamente la necesidad de afecto y de gratuidad en todo hombre. Él es el consolador, el dulce huésped del alma que alegra el desposorio de Dios con su criatura: Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido.

Podríamos rastrear todavía mucho más las huellas dejadas en la creación, y sobre todo en el ser humano, por el Creador, Uno y Trino a la vez. Encontraríamos con seguridad similitudes y analogías sin fin, incontables, sobre todo en lo afectivo, sicológico, referencial, interpersonal, intencional…

Sólo cito una semejanza muy sugerente: Muchos autores distinguen en el hombre tres centros vitales estrechamente relacionados entre sí: cabeza, corazón y entrañas. Estarían relacionados con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo específica y respectivamente. Dejamos ahí esta visión panorámica y referencial, muy sugerente y rica en claves de comprensión e interpretación.

Concluyo estas consideraciones sobre las referencias naturales y sobrenaturales a la Santísima Trinidad, invitándolos a dejarse «mover interiormente» por el Espíritu, que conecta con nuestro espíritu, a fin de que puedan sentir y experimentar cierta familiaridad con este Misterio Divino, con nuestro Dios, uno y trino, Amigo de la vida y del hombre en particular… que siempre viene a nosotros y nos habita de manera inefable.

Pues al fin y al cabo pertenecemos a su Familia, y somos habitados por su Presencia que todo lo abarca, lo penetra y habita, lo anima y lo sana para reconducir nuestro ser y existencia hacia su plenitud en Dios. Amén. Bendito sea Dios. Sólo él merece toda adoración y alabanza.

  1. Lectura espiritual

Del Diálogo de santa Catalina de Siena, virgen, Sobre la divina providencia
(Cap. 134: edición latina, Ingolstadt 1583, ff. 215v-216)

¡Cuán bueno y cuán suave es, Señor, tu Espíritu para con todos nosotros! 

El Padre eterno puso, con inefable benignidad, los ojos de su amor en aquella alma y empezó a hablarle de esta manera:

«¡Hija mía muy querida! Firmísimamente he determinado usar de misericordia para con todo el mundo y proveer a todas las necesidades de los hombres. Pero el hombre ignorante convierte en muerte lo que yo le doy para que tenga vida, y de este modo se vuelve en extremo cruel para consigo mismo.

Pero yo, a pesar de ello, no dejo de cuidar de él, y quiero que sepas que todo cuanto tiene el hombre proviene de mi gran providencia para con él.

Y así, cuando por mi suma providencia quise crearlo, al contemplarme a mí mismo en él, quedé enamorado de mi creatura y me complací en crearlo a mi imagen y semejanza, con suma providencia. Quise, además, darle memoria para que pudiera recordar mis dones, y le di parte en mi poder de Padre eterno.

Lo enriquecí también al darle inteligencia, para que en la sabiduría de mi Hijo comprendiera y conociera cuál es mi voluntad, pues yo, inflamado en fuego intenso de amor paternal, creo toda gracia y distribuyo todo bien.

Di también al hombre la voluntad, para que pudiera amar y así tuviera parte en aquel amor que es el mismo Espíritu Santo; así le es posible amar aquello que con su inteligencia conoce y contempla.

Esto es lo que hizo mi inefable providencia para con el hombre, para que así el hombre fuese capaz de entenderme, gustar de mí y llegar así al gozo inefable de mi contemplación eterna.

Pero, como ya te he dicho otras muchas veces, el cielo estaba cerrado a causa de la desobediencia de vuestro primer padre, Adán; por esta desobediencia vinieron y siguen viniendo al mundo todos los males.

Pues bien, para alejar del hombre la muerte causada por su desobediencia, yo, con gran amor, vine en vuestra ayuda, entregándoos con gran providencia a mi Hijo unigénito, para socorrer, por medio de él, vuestra necesidad. Y a él le exigí una gran obediencia, para que así el género humano se viera libre de aquel veneno con el cual fue infectado el mundo a causa de la desobediencia de vuestro primer padre.

Por eso, mi Hijo unigénito, enamorado de mi voluntad, quiso ser verdadera y totalmente obediente y se entregó, con toda prontitud, a la muerte afrentosa de la cruz y con esta santísima muerte os dio a vosotros la vida, no con la fuerza de su naturaleza humana, sino con el poder de su divinidad.»

(Nota: Los subrayados son míos)

3. Ofrecimiento de obras al comenzar el día

Todo lo que vamos explicando sobre la Trinidad no es solo para “saberlo”, para aumentar nuestros conocimientos filosóficos o teológicos, sino sobre todo para “experimentar”, para sentir y vivir una «relación afectiva» con Dios uno y trino. La fe nos capacita para “fiarnos” de Dios y crecer en confianza y amor hacia él.

Por medio de la oración expresamos esa incipiente relación con Dios, la hacemos crecer dentro de nosotros y nos motivamos para proyectarla en todo nuestros ser: pensamientos, sentimientos, deseos y acciones personales y comunitarias.

Por eso, me parece oportuno formular una oración trinitaria que nos sirva para consagrarnos a Dios al comenzar el día, cada mañana.

Esta oración-consagración se fundamenta en una enseñanza muy categórica de Jesús: «Si alguien me ama, guardará mis palabras, y el Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él». Esta confesión de Jesús nos asegura que somos templo de Dios, sagrario de la Trinidad.

Aunque no se cita expresamente al Espíritu, indudablemente se sobrentiende presente como el testigo del amor del Padre y del Hijo, primero entre ellos, y después entre ellos y nosotros. El Espíritu es el perfume que ambienta toda la casa, el corazón de los creyentes y la Iglesia del Señor.

A esta enseñanza bíblica, le añado una oración tradicional que pudo tener su origen en san Agustín y su desarrollo más logrado en san Ignacio de Loyola. Con esa oración el creyente expresa su consagración total a Dios, uno y trino, enumerando la libertad, en primer lugar relación con Dios Unidad; y después las tres facultades superiores del hombre: memoria, entendimiento y voluntad, en relación con Dios Trinidad.

Según estas observaciones, la oración quedaría reformulada de la siguiente manera:

“Tomad, Señor –Dios Uno-, y recibid toda mi libertad”. Te consagro, Dios único y verdadero, toda mi persona con mi capacidad de elegir, seleccionar y preferir, y te elijo libremente a ti con toda mi alma, te adoro y te reconozco como al único Señor y Dueño soberano de cielos y tierra; y renuncio a pensar y a actuar por mi cuenta, distrayéndome de ti, apartándome de ti, eligiendo otros bienes, otros caminos, otros dioses… Tú eres el único Dios, Altísimo Señor de cielo y tierra, y me consagro totalmente a ti, tuyo soy, y para siempre. Amén.

“Tomad, Señor –Dios Padre Santo-, y recibid… mi memoria”. Te consagro, Padre Santo, toda mi capacidad de recordar: No quiero sino acordarme siempre de tu divina voluntad, de tu designio de amor sobre mí; quiero recordar siempre lo que tú esperas de mí, tu proyecto sobre mí, según el modelo de Cristo.

Y renuncio a recordar y a considerar todo aquello que me aparta de ti. Te pido que todo este día esté consagrado a recordar las cosas buenas y santas: de dónde vengo, quién pensó en mí desde la eternidad, y adónde voy. Amén.

“Tomad, Señor –Dios Hijo, Jesucristo-, y recibid… mi entendimiento”. Te consagro, Señor Jesús, mi capacidad de pensar, entender, comprender… y deseo “entender” las cosas de Dios, las Escrituras. Que mi mente esté llena de la sabiduría de Dios.

En ti, Señor Jesús, están todos los tesoros de la vida y de la ciencia. No quiero saber nada fuera de ti, Cristo Jesús. Que en ti, pueda entender el sentido de todas las cosas, las intenciones de todos los hombres, el sentido de la historia y de los acontecimientos… Lo único necesario, la vida eterna. Amén.

“Tomad, Señor –Dios Espíritu-, y recibid… mi voluntad”: Te consagro, Santo Espíritu, toda mi capacidad de gozar, de saborear, de gustar, de sentirme plenamente feliz y realizado… Que mi gozo esté en contemplar y saborear las cosas de Dios, que mi disfrute sea cumplir sus santos mandamientos.

No quiero complacerme en nada que no seas tú, divino Espíritu: Nada de rivalidades, impurezas, mentiras, soberbia, insultos, peleas, guerras, injusticias, abusos o explotación, dominación… Sólo quiero agradarme en la comunión, comprensión, amor, reconciliación, complementariedad, amistad, benevolencia, alegría, gratuidad, perdón, armonía, consolación, sanación, paz, descanso, abandono, gozo… Rezar con el salmista: Gustad y ved qué bueno es el Señor; es agradable vivir los hermanos unidos…

“En fin, todo mi haber y mi poseer, tú me lo diste, a ti, Señor, lo devuelvo. Todo es vuestro. Disponed de mí, Señor, según vuestra santa voluntad. Dadme vuestro amor y vuestra gracia que esto me basta”. Amén. (San Ignacio de Loyola).

Señor, haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea te doy las gracias. Ven y toma tu lugar en mi corazón: Puebla mis soledades, habítame. Que durante este día sea sagrario y templo tuyo, que habites en mí y yo en ti, o Santa Trinidad.

Me abandono en tus manos, con infinita confianza, porque tú eres mi padre. Tú sabes mejor que yo lo que me conviene, por eso te doy gracias por lo que has hecho, por lo que haces conmigo, y por lo que harás… Habitaré en tu santo templo cantando tus alabanzas. Amén. (San Carlos de Foucauld).5.

  1. Plegaria universal
  1. Dios Padre misericordioso, te damos gracias porque tú eres digno de toda bendición. Haz que te alabemos siempre a través de tu propio Hijo Jesucristo y te demos gloria,

Invitación: Roguemos al Señor.

Respuesta: Te lo pedimos, Señor.

  1. Gracias, Padre santo, porque enviaste a tu Hijo al mundo para salvarnos. Concédenos acoger a tu Hijo como el mayor regalo que nos has dado,

Roguemos al Señor…

  1. Padre todopoderoso, que todos los hombres reconozcan que tú, con el Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, para que crean, esperen y amen al Dios único y verdadero,

Roguemos al Señor…

  1. Padre eterno, que a través de tu Hijo has creado todas las cosas y con el Espíritu Santo todo lo gobiernas y diriges, haz que sepamos cuidar del mundo en que vivimos,

Roguemos al Señor…

  1. Señor de los Milagros, honrado, venerado y adorado por generaciones de peruanos dentro y fuera del territorio patrio, bendice al Perú para que seamos un pueblo próspero y creyente para gloria de Dios Padre en el Espíritu Santo,

Roguemos al Señor…

  1. Señor Jesús, te adoramos y te bendecimos porque con tu santa cruz has redimido el mundo. Ayúdanos a colaborar siempre contigo en la salvación de nuestros hermanos para gloria del Padre,

Roguemos al Señor…

  1. Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo, ven a iluminar a todos los que estamos rezando esta novena a fin de que conozcamos mejor el amor del Padre y del Hijo,

Roguemos al Señor…

  1. Pídase y formúlese ante el Señor la gracia específica que se desea obtener en esta Novena

(Pausa en silencio)

Roguemos al Señor…

Padre nuestro, Ave María y Gloria (tres veces).

6. Oración final para todos los días

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro y te bendigo como mi único Señor y mi Dios. Me postro ante tu divina majestad y me rindo totalmente en tu presencia como criatura tuya que soy y también como hijo tuyo en tu bendito Hijo Jesucristo.

Te adoro, mi único Dios y Señor, y te entrego toda mi libertad. Quiero pertenecerte en cuerpo y alma y me consagro íntegramente a tu divina voluntad y misericordia. Te entrego todas mis facultades y pongo ante ti todas mis posibilidades: Deseo hacer siempre tu santa voluntad, pues te confieso como mi único amo y señor. Quiero andar en tu presencia toda mi vida. No quiero vivir dividido, disperso, y renuncio a toda actitud o conducta que me separe y me aparte de ti.

Padre de bondad infinita, te consagro mi memoria y quiero recordar y considerar siempre lo que tú esperas de mí. Deseo vivir, Padre Santo, según las expectativas, planes y proyectos que, desde toda la eternidad, has acariciado, soñado y pensado sobre mí. Que nada me distraiga y me aparte de ese proyecto misterioso. Quiero que estés orgulloso de mí como lo estás de tu amado Hijo, Jesús.

A ti, Señor Jesús, Señor de los Milagros, te consagro mi entendimiento y toda mi capacidad de pensar, discurrir y soñar. Tú eres mi sabiduría y mi ciencia. En tu vida narrada en el Evangelio, divino Maestro, quiero aprender todos los secretos y todo el saber.

En ti encuentro el sentido más pleno de mi vida y de mi existencia. No quiero saber ni entender nada fuera de ti. Tú eres mi luz, vida y esperanza. Renuncio a buscar al margen de ti razones para vivir y esperar.

A ti, Espíritu Consolador, te entrego toda mi voluntad. Te consagro toda mi capacidad de gozo y felicidad. Que sólo en ti encuentre alegría y contento. Dame, Espíritu Santo, gusto en las cosas santas. Dame la vida eterna, que es conocer de verdad y saborear el amor del Padre y del Hijo. Hazme sentir la belleza y la bondad de la vida cristiana, y valorar la sabiduría de la Cruz. Líbrame de la mentira y de la vanidad del mundo presente.

Ven, Espíritu Vivificador, y mira mi pequeñez, ten compasión de mí, Padre amoroso del pobre: Ven a iluminar lo que está oscuro en mí, ven a enderezar lo torcido, a calentar lo frío, a endulzar lo amargo, en fin, a sanar mis heridas. Ven, Espíritu Santo, a pacificar a los violentos, a reconciliar a los enemistados, a robustecer a los débiles, a vivificar lo que languidece, y finalmente, a resucitar a los que están muertos.

Padre Santo, por tu bendito Jesús, derrama el Santo Espíritu sobre toda carne, sobre tu santa Iglesia, sobre el Perú, y de manera especial sobre todos los devotos del Señor de los Milagros, y sobre los que estamos haciendo esta Novena en su honor. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

  1. Himno al Señor de los Milagros

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Faro que guía, da a nuestras almas

la fe, esperanza, la caridad;

tu amor divino nos ilumine,

nos haga dignos de tu bondad.

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Con paso firme de buen cristiano

hagamos grande nuestro Perú,

y unidos todos como una fuerza

te suplicamos nos des tu luz.

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Letra y música: Isabel Rodríguez Larraín

NOTA: Revisado en Madrid, octubre de 2023


Novena al Señor de los Milagros: Oración preparatoria y final para todos los días

octubre 15, 2023

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La imagen del Señor de los Milagros en procesión, cargada por cofrades de su Hermandad

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NOVENA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS

Con reflexiones sobre la Santísima Trinidad

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I. Secuencia de la Novena y partes fijas para todos los días

1. Señal de la cruz

Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro; en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

2. Acto de contrición

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre virgen, a los Ángeles, a los Santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

3. Oración preparatoria para todos los días: Postrados ante el Señor de los Milagros.

Señor de los Milagros, me postro a tus pies y te reconozco como mi Salvador y mi Dios. Te adoro y te pido la gracia de hacer devotamente esta Novena en tu honor.

Te doy gracias, Señor Jesús, porque tú bajaste del cielo y viniste al mundo para demostrarnos cuánto nos ama el Padre, Dios invisible. Divino Jesús, tú sabías que el Padre desea que todos sus hijos se salven y tengan vida en abundancia.

Por eso, te ofreciste voluntariamente para cumplir la misión de Mesías y Salvador de todos los hombres. Eso fue lo que más te gustó. Nadie te obligó, a no ser tu amor incondicional y fiel a tu Padre Dios.

Señor Jesús, desde lo más íntimo de mi corazón te agradezco que te encarnaras y te hicieras hombre como uno de nosotros, igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Te reconozco como mi Señor y mi Dios y te admiro por tu generosidad y tu solidaridad con los hombres.

Señor de los Milagros, mi Redentor, te bendigo y te alabo por tu bondad y tierna compasión hacia los hombres. Tú eres el puente entre Dios y los hombres. A través de ti, Señor Jesús, todos tenemos acceso seguro y directo al Padre Dios.

Por eso, Padre Santo, yo me postro en tu presencia, te adoro y te bendigo pues tú eres digno de toda bendición en el cielo y en la tierra. A ti la gloria y el poder porque gobiernas el mundo con sabiduría y misericordia. Tú eres el Creador, el Amo y Señor: Todo está en tus manos y nada está perdido.

Gracias, Padre, por enviarnos a tu propio Hijo y también al Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. Este Espíritu nos conduce a la Verdad total que nos trajo Jesucristo. El Espíritu Santo habla con suavidad y poder a nuestro espíritu asegurándonos que somos hijos amados del Padre y hermanos entrañables de Cristo. Él nos hace clamar ¡Abba, Padre!

Por eso, Padre de bondad, como hijos tuyos que somos en tu Hijo bendito, te pedimos que nos envíes el Espíritu. Ven, pues, Espíritu Santo, y llénanos del amor del Padre y del Hijo. Ven, dulce huésped del alma. Ven, Padre amoroso del pobre, y no pases de largo en esta Novena. Déjanos la huella de la santa unción que nos da fe, vida y salud.

Te pedimos, Espíritu Vivificador, que durante estos días podamos saborear el amor personal e incondicional del Padre Dios y la dulzura inefable de su bendito hijo Jesucristo, el Señor de los Milagros. Amén.

4. Consideraciones bíblico-teológicas para cada día de la Novena

5. Peticiones o plegaria universal

6. Padre nuestro, Ave María y Gloria (tres veces).

7. Oración final para todos los días 

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro y te bendigo como mi único Señor y mi Dios. Me postro ante tu divina majestad y me rindo totalmente en tu presencia como criatura tuya que soy y también como hijo tuyo en tu bendito Hijo Jesucristo.

Te adoro, mi único Dios y Señor, y te entrego toda mi libertad. Quiero pertenecerte en cuerpo y alma y me consagro íntegramente a tu divina voluntad y misericordia. Te entrego todas mis facultades y pongo ante ti todas mis posibilidades: Deseo hacer siempre tu santa voluntad, pues te confieso como mi único amo y señor. Quiero andar en tu presencia toda mi vida. No quiero vivir dividido, disperso, y renuncio a toda actitud o conducta que me separe y me aparte de ti.

Padre de bondad infinita, te consagro mi memoria y quiero recordar y considerar siempre lo que tú esperas de mí. Deseo vivir, Padre Santo, según las expectativas, planes y proyectos que, desde toda la eternidad, has acariciado, soñado y pensado sobre mí. Que nada me distraiga y me aparte de ese proyecto misterioso. Quiero que estés orgulloso de mí como lo estás de tu amado Hijo, Jesús.

A ti, Señor Jesús, Señor de los Milagros, te consagro mi entendimiento y toda mi capacidad de pensar, discurrir y soñar. Tú eres mi sabiduría y mi ciencia. En ti, divino Maestro, quiero aprender todos los secretos y todo el saber. En ti encuentro el sentido más pleno de mi vida y de mi existencia. No quiero saber ni entender nada fuera de ti. Tú eres mi luz, vida y esperanza. Renuncio a buscar al margen de ti razones para vivir y esperar.

A ti, Espíritu Consolador, te entrego toda mi voluntad. Te consagro toda mi capacidad de gozo y felicidad. Que sólo en ti encuentre alegría y contento. Dame, Espíritu Santo, gusto en las cosas santas. Dame la vida eterna, que es conocer de verdad y saborear el amor del Padre y del Hijo. Hazme sentir la belleza y la bondad de la vida cristiana, y valorar la sabiduría de la Cruz. Líbrame de la mentira y de la vanidad del mundo presente.

Ven, Espíritu Vivificador, y mira mi pequeñez, ten compasión de mí, Padre amoroso del pobre: Ven a iluminar lo que está oscuro en mí, ven a enderezar lo torcido, a calentar lo frío, a endulzar lo amargo, en fin a sanar mis heridas. Ven, Espíritu Santo, a pacificar a los violentos, a reconciliar a los enemistados, a robustecer a los débiles, a vivificar lo que languidece, y finalmente, a resucitar a los que están muertos.

Padre Santo, por tu bendito Jesús, derrama el Santo Espíritu sobre toda carne, sobre tu santa Iglesia, sobre el Perú y de manera especial sobre todos los devotos del Señor de los Milagros, y sobre los que estamos haciendo esta Novena en su honor. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.


Novena al Señor de los Milagros, Día 1, 14 de oct. 2023.

octubre 14, 2023

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Imagen del Señor de los Milagros y la Cofradía con hábito morado, color característico del Nazareno

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NOVENA TRINITARIA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS, Día 1, 14 de oct. 2023

Con reflexiones y oraciones sobre la Santísima Trinidad

  1. Señal de la cruz

Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro; en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

  1. Acto de contrición

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre virgen, a los Ángeles, a los Santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

  1. Oración preparatoria para todos los días: Postrados ante el Señor de los Milagros. Adoración y petición.

Señor de los Milagros, me postro a tus pies y te reconozco como mi Salvador y mi Dios. Te adoro y te pido la gracia de hacer devotamente esta Novena en tu honor.

Te doy gracias, Señor Jesús, porque tú bajaste del cielo y viniste al mundo para demostrarnos cuánto nos ama el Padre, el Dios invisible. Divino Jesús, tú sabías que el Padre desea que todos sus hijos se salven y tengan vida en abundancia.

Por eso, te ofreciste al Padre voluntariamente para venir al mundo y cumplir la misión de Mesías y Salvador del pueblo elegido Israel, y después de todos los hombres. Eso fue lo que más te gustó, Señor Jesús. Nadie te obligó, a no ser tu amor incondicional a tu Padre Dios, y por él y en él, a todo nosotros, los seres humanos de todos los tiempos. 

Señor Jesús, desde lo más íntimo de mi corazón te agradezco que te encarnaras y te hicieras hombre como uno de nosotros, igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Te reconozco como mi Señor y mi Dios y quedo admirado y seducido por tu generosidad y tu solidaridad con los hombres, por tu libertad y nobleza, Señor Jesús.

Señor de los Milagros, mi Redentor, te bendigo y te alabo por tu bondad y tierna compasión hacia todos los hombres. Tú eres el puente entre Dios y los hombres. A través de ti, Señor Jesús, todos tenemos acceso seguro y directo al Padre Dios.

Por eso, Padre Santo, yo me postro rendido en tu presencia, te adoro y te bendigo pues tú eres digno de toda bendición en el cielo y en la tierra. A ti la gloria y el poder porque gobiernas el mundo con sabiduría y misericordia. Tú eres el Creador, el Amo y Señor: Todo está en tus manos y nada está perdido.

Gracias, Padre, por enviarnos a tu propio Hijo y también al Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. Este Espíritu nos conduce a la Verdad total que nos trajo Jesucristo. El Espíritu Santo habla y susurra con suavidad y poder persuasivo a nuestro espíritu asegurándonos delicadamente que somos hijos amados del Padre y hermanos entrañables de Cristo. Él nos hace clamar: ¡Abba, Padre! Y también: ¡Jesús vive y es Señor!

Por eso, Padre de bondad, como hijos tuyos queridos, pues lo somos de verdad en tu Hijo bendito, te pedimos que nos envíes el Espíritu, y lo derrames copiosamente en nuestros corazones. Ven, pues, Espíritu Santo, y llénanos del amor del Padre y del Hijo. Ven, dulce huésped del alma. Ven, Padre amoroso del pobre, y no pases de largo, esta vez, ante nosotros en esta Novena que estamos rezando con toda devoción.

Graba en nosotros, Espíritu divino, la huella de la santa unción que nos dé fe, vida y salud de cuerpo y alma. Queremos que esta novena sea especial para todos y cada uno de nosotros. No pases de largo, quédate con nosotros, dentro de nosotros. 

Finalmente, te pedimos, Espíritu Vivificador, que durante estos días podamos saborear el amor personal e incondicional del Padre Dios y la dulzura inefable de su bendito hijo Jesucristo, el Señor de los Milagros. Así quedaremos marcados con la santa unción trinitaria, para alabanza de su gloria. Amén.

  1. Consideraciones bíblico-teológicas para cada día de la Novena:

DÍA PRIMERO: El Cuadro del Señor de los Milagros y el misterio de la Santísima Trinidad.

  1. El cuadro, la pintura

La representación del Crucificado de las Nazarenas de Lima es conocida como el Señor de los Milagros. Originalmente fue una pintura realizada en el paño de una pared de barro en la Lima antigua, colonial. La tradición nos habla de que aquella representación era venerada por una comunidad de fieles de gente de color.

Hubo un terremoto y se cree que milagrosamente la pared donde estaba pintado el Crucificado no sufrió daño alguno. Por eso, comenzó a ser llamado y conocido como el “Señor de los Milagros”.

La pintura del cuadro refleja la manera habitual como los artistas e imagineros religiosos solían representar al Crucificado: La visión de conjunto del cuadro como tal, la distribución de las figuras y objetos, la composición de la escena, los gestos y expresiones de los personajes, la primacía de la finalidad catequética y devocional sobre el mero interés artístico… son los rasgos comunes de este tipo de representaciones cristianas en las iglesias barrocas de la época colonial.

Todo esto nos hace evidente que la figura central es el Crucificado. A su alrededor, sin embargo, descubrimos otros elementos esenciales de la fe cristiana católica, como es –y no podía ser de otra manera- el misterio de la Santísima Trinidad, y de la Iglesia.

En este primer día de la Novena vamos a considerar este misterio central de nuestra fe, reflejado en el Cuadro del Señor de los Milagros: La Trinidad.

En la cúspide del cuadro aparece el Padre Eterno que inspira y afirma todo lo creado y lo gobierna. En su mano sostiene el globo del mundo. Entre la figura central del Crucificado y el Padre está representado el Espíritu en forma de paloma. Estamos, pues, ante el misterio de la Santísima Trinidad.

La teología nos enseña a distinguir la Trinidad inmanente y la Trinidad económica o salvífica. No son dos realidades totalmente distintas y autónomas o independientes, sino la misma y única realidad.

Es el mismo Dios Uno y Trino considerado en su eternidad, hacia dentro de sí, por un lado; y por otro, considerado en su proyección en el espacio y en el tiempo, hacia fuera en la creación y en la historia de la salvación que abarca desde los orígenes del género humano hasta nuestros días.

Los teólogos han conocido y adorado de manera correcta la Trinidad inmanente, cuando no han realizado sus estudios desde un laboratorio teológico, sino desde los datos y las huellas que la Trinidad salvífica nos ha dejado en la historia de la salvación.

Dios se ha revelado para darse a conocer a los hombres y establecer una relación interpersonal y amistosa con ellos. No para satisfacer su curiosidad intelectual, u otros intereses. No es un objeto, es un ser personal que busca libremente relacionarse con nosotros. 

San Agustín dice que Dios no nos enseña en su revelación cómo funcionan los cielos –ciencia, astronomía…- sino cómo se va al cielo. Por tanto, a Dios lo conocemos, solo y principalmente, por su actuar en la historia de salvación, no por la pura especulación o mediante la ejecución de ceremonias o ritos. Dios quiere interactuar con nosotros porque es vida, siempre nuevo. No se repite. Es siempre nuevo.

No se le puede domesticar o cosificar. Con él hay que hablar todos los días, no se puede vivir de rentas «cumpliendo con él y despachándolo» para dedicarnos a lo nuestro. No. Dios ha hecho al hombre «religado» o religioso, es decir, siempre dependiente de él, necesitado de él. Todo con él, nada sin él. 

O sea que a la Trinidad la conocemos solo en su actuar salvífico en el mundo: en lo que realiza en el interior de los creyentes y en la experiencia religiosa. Sobre todo se ha revelado y actuado en la vida, experiencia y predicación de Jesús de Nazaret, el Cristo. Él es la revelación en persona, el Verbo, la Palabra.

Por tanto, Dios no se ha revelado para satisfacer nuestra curiosidad o para deslumbrarnos, sino que se ha mostrado como un ser vivo y vivificador en su acción salvadora y en su relación espiritual con los creyentes.

De ahí que el cristiano no es el que “sabe” cosas de Dios, sino el que “conoce por experiencia personal y comunitaria” a Dios en el devenir de la historia de la salvación, personal y comunitaria.

El cristianismo no es una ideología o un código de leyes, sino una persona viva: Cristo Jesús que nos lleva al Padre y al Espíritu.

Por eso, afirmamos que nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Esto es muy importante y muy actual. Así, podríamos preguntarnos: Si de mi idea sobre Dios y de mi fe religiosa se quitara todo lo que es aprendido o pura información ¿con qué me quedaría? ¿Realmente conozco a Dios por lo que ha hecho en mi vida o está haciendo actualmente en mí? ¿De qué me sirve mi «Dios»?

¿De qué me salva Dios en verdad, aquí y ahora? ¿Lo necesito realmente, es algo vital y necesario para mí? ¿Es algo real y vivo, o es una idea vaga que apenas influye en mi vida?

Al hablar de la Trinidad nuestro lenguaje es necesariamente deficiente y simbólico. En verdad, es mucho más lo que dejamos de “nombrar” o decir sobre Dios, que lo que afirmamos positivamente de Dios; más lo que desconocemos que lo que conocemos realmente, pero no tenemos más remedio que expresarnos así para entendernos, conocer y experimentar la realidad divina, siempre situada “más allá de nosotros”.

Este discurso y esta literatura sobre Dios se conocen como la “teología apofática” o negativa: Porque es más lo que dejamos de decir, que lo que en verdad decimos de Dios y sobre Dios.

Al respecto dirá San Agustín magistralmente: “Si tú me dices que ya lo entiendes, que lo abarcas, que ya lo has encontrado y lo puedes definir…, yo te digo que eso no es Dios”. Él es “siempre más”.

A pesar de esta pobreza y limitación, Dios nos ha comunicado lo suficiente de sí mismo como para conocerlo y relacionarnos con él y ser plenamente felices.

Y debemos seguir hablando de la Trinidad, porque lo que más desea Dios es que nosotros lo conozcamos lo mejor posible y seamos así dichosos y plenos amándolo de corazón y estableciendo con él una relación tan especial que nos lleve a la comunión real y verdadera con la Trinidad, con el Dios verdadero, uno y trino.

Por tanto, si lo que más quiere Dios es dársenos a conocer personalmente, debe de ser relativamente fácil conocer al verdadero Dios lo suficiente como para establecer una relación real, auténtica y plena con él.

Ese conocimiento de la Trinidad tiene que ser algo que está al alcance de todos, no monopolio de personas superdotadas; tiene que ser como el abecé de nuestra fe, lo más elemental y accesible para todos los creyentes.

Nos hace bien remarcar esta cercanía de Dios, porque muchas veces hemos colocado a Dios muy distante de nosotros de manera que llegar a Dios resultaba algo muy difícil, casi imposible de conseguir porque exige mucho esfuerzo de nuestra parte. Es decir, hemos caído frecuentemente en un pelagianismo dañino.

  1. Consideraciones bíblico-teológicas sobre la Trinidad Inmanente

La teología tradicional, apoyada en la historia de la salvación y en la vida y enseñanzas de Jesús, trata de mostrarnos el inefable misterio de la Santísima Trinidad. En esa línea pretendemos movernos en el desarrollo de esta Novena.

El hombre es un espíritu encarnado o un cuerpo espiritualizado. Conforme. Pero Dios es puro espíritu. A Dios nadie lo ha visto jamás. Solo el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, se ha encarnado, se ha hecho hombre como nosotros. Solo hemos visto y palpado a Jesús, el hijo de María y de José, el hijo del carpintero, el nazareno.

Por él hemos sabido que hay un Dios Padre y un Dios Espíritu. De hecho Jesús se relacionaba con un Ser Superior, trascendente y cercano a la vez, al que llamaba Padre y al que le confiaba permanentemente todos sus afanes.

Se sentía Hijo suyo y su alimento era cumplir en todo su santa voluntad. De junto a él había venido al mundo y a él tenía que volver. El Padre constituía el sentido total de su vida.

A la vez, por Jesús sabemos que hay un Espíritu o Poder de Dios. De hecho Jesús se siente habitado por él: Animado por él, ora al Padre; empujado por él, sale a predicar; amparado en su fuerza, habla con poder y expulsa a los espíritus inmundos, y cura todas las enfermedades.

Es decir, Jesús nos revela la comunidad trinitaria. Dios no es un ser superior autosuficiente y solitario. Dios es comunidad, familia, comunión. No tiene nombre propio, sino relacional o referencial. Dios-padre, Dios-hijo, Dios-espíritu o comunión. 

Por tanto, Dios Padre existe porque tan pronto como es Padre y existe como Padre, se da al Hijo y lo engendra. Esencia y existencia son, en Dios, a la vez, simultáneas. Dios Padre existe porque desde siempre tiene un Hijo al que se da totalmente. Si no tuviera un Hijo no existiría, ni como Padre ni como Dios.

Dios Hijo existe porque desde siempre y por siempre tiene un Dios Padre al que se da, obedece, y busca en todo momento y con toda convicción e intencionalidad su gloria. Está total e íntegramente volcado al Padre Dios. Si no fuera así, no existiría ni como Hijo ni como Dios.

La fuerza que hace salir a Dios Padre de sí para engendrar a Dios Hijo y la fuerza que mueve a Dios Hijo para volverse a Dios Padre es el Espíritu Santo.

El abrazo total de Dios Padre y de Dios Hijo desde siempre, eternamente, constituye el Espíritu Santo o Dios comunión, Amor. La comunicación, la comunión y la unión que se da entre ambos es el Espíritu Santo en persona, también Dios.

No son tres dioses sino un solo Dios en tres personas distintas. Son iguales en su dignidad, en la perfección de su esencia y su existencia. Todo les es común menos su relación, hacia adentro de la familia trinitaria, desde toda la eternidad.

El Padre engendra al Hijo. El Hijo es engendrado y el Espíritu es espirado tanto por el Padre como por el Hijo.

Dios Padre no es cualquier padre porque es único, vive desde siempre y no deja nada que huela a paternidad fuera de él: o sea, es un padre tan especial que es Dios: Dios Padre. Por eso, Dios Padre es principio y fuente, realización y culminación de todas las formas posibles de ser padre, de paternidad o maternidad, de dar vida, engendrar…

El Hijo no es cualquier hijo, sino también Dios porque es origen, realización y terminación de todas las formas posibles de ser hijo, de filiación, de obediencia, de pleitesía, de fidelidad…

El Espíritu es también Dios, y no puede haber otro Espíritu, porque origina, realiza y completa toda forma posible de comunidad, de unión, de comunicación, de amor, de vida, de donación, de complementación…

El Padre, el Hijo y el Espíritu son Dios, porque no dejan nada fuera de la paternidad, de la filiación y de la comunión. La Unidad Divina es Trina porque es el inicio, la realización y la plenitud de todas las formas posibles del ser y del existir…

Como el Padre asume todas las formas posibles de ser “padre” sin dejar nada fuera, por eso es “Dios”; y no puede haber más que un “dios” o “padre” y “fuente”. Si hubiera dos “dioses” eso sería una contradicción en sí.

Como el Hijo no deja ninguna filiación “fuera de sí”, por eso es Dios, no hay otro “hijo”. Y como el Espíritu asume toda forma de unión y comunión y no deja nada fuera, por eso es también Dios.

No son tres dioses, sino un único Dios, pero en tres personalidades o formas distintas, para entendernos. El Padre es la Paternidad en persona, el Hijo es la Filiación en persona y el Espíritu es la Comunión o el Amor en persona.

Abundando en lo mismo: El Padre origina, realiza y completa o acaba toda forma de paternidad o maternidad, de dar vida… El Hijo origina, realiza y agota toda forma de filiación, obediencia, fidelidad… El Espíritu hace brotar, realiza y completa toda forma de nexo, comunicación, relación, diálogo, simpatía, comunión, síntesis, inclusión, compenetración, abrazo, empatía…

Estimado lector, es posible que estos razonamientos te resulten un tanto extraños y complicados, pero no te desanimes. Tratamos de acercarnos al misterio de Dios, que es una realidad trascendente a nosotros, pero a la vez «necesariamente asequible» porque toda persona está hecha a imagen y semejanza de este Dios Uno y Trino.

Por eso, tenemos que parecernos a él, y, por tanto seremos capaces de comprender, conocer y gustar las realidades divinas: Necesitamos a Dios, y él se nos hará el encontradizo.

Poco a poco irás sacándole gusto a esta novena porque el Espíritu está ya actuando en tu mente, conforme se lo permites, para que percibas y comprendas; y también actúa en tu corazón para que admires, desees y adores a Dios.

5. Peticiones o plegaria universal

  1. Dios Padre misericordioso, te damos gracias porque tú eres digno de toda bendición. Haz que te alabemos siempre a través de tu propio Hijo Jesucristo,

Invitación: Roguemos al Señor.

Respuesta: Te lo pedimos, Señor.

  1. Gracias, Padre santo, porque enviaste a tu Hijo al mundo para salvarnos. Concédenos acoger a tu Hijo como el mayor regalo que nos has dado,

Roguemos al Señor…

  1. Padre todopoderoso, que todos los hombres reconozcan que tú, con el Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, para que crean, esperen y amen al Dios único y verdadero,

Roguemos al Señor…

  1. Padre eterno, que a través de tu Hijo has creado todas las cosas y con el Espíritu Santo todo lo gobiernas y diriges, haz que sepamos cuidar del mundo en que vivimos,

Roguemos al Señor…

  1. Señor de los Milagros, honrado, venerado y adorado por generaciones de peruanos dentro y fuera del territorio patrio, bendice al Perú para que seamos un pueblo próspero y creyente para gloria de Dios Padre en el Espíritu Santo,

Roguemos al Señor…

  1. Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo, ven a iluminar a todos los que estamos rezando esta novena a fin de que conozcamos mejor el amor del Padre y del Hijo,

Roguemos al Señor…

7. Señor Jesús, te adoramos y te bendecimos porque con tu santa cruz has redimido el mundo. Ayúdanos a colaborar siempre contigo en la salvación de nuestros hermanos para gloria del Padre,

Roguemos al Señor…

8. Pídase y formúlese ante el Señor la gracia específica que se desea obtener en esta Novena

(Pausa en silencio)

Roguemos al Señor…

Padre nuestro, Ave María y Gloria (tres veces).

(Opcional)

Oración de abandono del Bto. Carlos de Foucauld

Extractada de la contemplación del texto: “Padre mío, en tus manos pongo mi espíritu” Lc. 23,46.

Padre mío, me abandono a ti. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo; con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas; no deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.

 
https://www.charlesdefoucauld.org/es/priere.php
 

6. Oración final para todos los días

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro y te bendigo como mi único Señor y mi Dios. Me postro ante tu divina majestad, Padre Santo, y me rindo totalmente en tu presencia como criatura tuya que soy y también como hijo tuyo en tu bendito Hijo Jesucristo.

Te adoro, mi único Dios y Señor, Trinidad Santa, y te entrego toda mi libertad. Quiero pertenecerte en cuerpo y alma y me consagro íntegramente a tu divina voluntad y misericordia. Te entrego todas mis facultades y pongo ante ti todas mis posibilidades: Deseo hacer siempre tu santa voluntad, pues te confieso como mi único amo y señor.

Quiero andar en tu presencia, Santo Dios Uno y Trino, toda mi vida. No quiero vivir dividido, disperso, y renuncio a toda actitud o conducta que me separe y me aparte de ti. 

Padre de bondad infinita, te consagro mi memoria y quiero recordar y considerar siempre lo que tú esperas de mí. Deseo vivir, Padre Santo, según las expectativas, planes y proyectos que, desde toda la eternidad, has acariciado, soñado y pensado sobre mí.

Que nada me distraiga y me aparte de ese proyecto misterioso. Quiero que estés orgulloso de mí como lo estás de tu amado Hijo, Jesús.

A ti, Señor Jesús, Señor de los Milagros, te consagro mi entendimiento y toda mi capacidad de pensar, discurrir y soñar. Tú eres mi sabiduría y mi ciencia. En tu vida narrada en el Evangelio, divino Maestro, quiero aprender todos los secretos y todo el saber. En ti encuentro el sentido más pleno de mi vida y de mi existencia.

No quiero saber ni entender nada fuera de ti. Tú eres mi luz, vida y esperanza. Renuncio a buscar al margen de ti razones para vivir y esperar.

A ti, Espíritu Consolador, te entrego toda mi voluntad. Te consagro toda mi capacidad de gozo y felicidad. Que solo en ti encuentre alegría y contento. Dame, Espíritu Santo, gusto en las cosas santas. Dame la vida eterna, que es conocer de verdad y saborear el amor del Padre y del Hijo.

Hazme sentir la belleza y la bondad de la vida cristiana, y valorar la sabiduría de la Cruz. Líbrame de la mentira y de la vanidad del mundo presente.

Ven, Espíritu Vivificador, y mira mi pequeñez, ten compasión de mí, Padre amoroso del pobre: Ven a iluminar lo que está oscuro en mí, ven a enderezar lo torcido, a calentar lo frío, a endulzar lo amargo, en fin, a sanar mis heridas.

Ven, Espíritu Santo, a pacificar a los violentos, a reconciliar a los enemistados, a robustecer a los débiles, a vivificar lo que languidece, y finalmente, a resucitar a los que están muertos.

Padre Santo, por tu bendito Jesús, derrama el Santo Espíritu sobre toda carne, sobre tu santa Iglesia, sobre el Perú, y de manera especial sobre todos los devotos del Señor de los Milagros, y sobre los que estamos haciendo esta Novena en su honor. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

  1. Himno al Señor de los Milagros

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Faro que guía, da a nuestras almas

la fe, esperanza, la caridad;

tu amor divino nos ilumine,

nos haga dignos de tu bondad.

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Con paso firme de buen cristiano

hagamos grande nuestro Perú,

y unidos todos como una fuerza

te suplicamos nos des tu luz.

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis).

Letra y música: Isabel Rodríguez Larraín

Revisado en Madrid, oct. de 2023


Israel-Palestina: «Un círculo infernal»

octubre 8, 2023

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Niño judío y palestino abrazados y caminando juntos

Niño judío y niño palestino, abrazados, caminan juntos

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NOTA: Esta entrada fue publicada en julio del 2014, después de la visita del Papa Francisco a Tierra Santa. Puede ayudar a situarnos en la problemática actual acaecida ayer sábado, 7 de de octubre de 2023, en la franja de Gaza. 

Israel-Palestina: «Un círculo infernal, pero rezar dará fruto. Aunque no inmediatamente»

Monseñor William Shomali, obispo auxiliar de Jerusalén, cuenta el drama vivido en Tierra Santa sobre todo para los jóvenes, primeras víctimas del conflicto, y de los cristianos, obligados a huir

Por Salvatore Cernuzio

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ROMA, 17 de julio de 2014 (Zenit.org) – Masacre y tragedia. Es difícil definir de otra manera la situación en Tierra Santa. En la franja de Gaza se sigue muriendo cada día, y entre lanzamientos de cohetes y bombardeos, la población vive bajo asedio y en miedo constante.

La diplomacia internacional invoca una tregua entre Palestina e Israel, y las Naciones Unidas condenan los lanzamientos de cohetes contra los territorios israelíes.

Mientras tanto, mujeres, niños y familias enteras de Beit Lahya, al norte de Gaza, se han visto obligadas a huir de sus casas, sin maletas y en ayuno, para no sucumbir al enésimo ataque del ejército israelí.

Una situación insostenible frente a la cual el papa Francisco ha expresado su pesar, exhortando en el Ángelus del pasado domingo, el cese de la hostilidad.

ZENIT recoge el testimonio de monseñor William Shomali, obispo auxiliar de Jerusalén y vicario patriarcal para Palestina.
***
Excelencia, ¿qué sucede en Tierra Santa?

–Monseñor Shomali: Lo que está sucediendo es una reacción al secuestro y asesinato de los tres jóvenes judíos en Hebrón. El gobierno de Netanyahu ha atribuido este homicidio al partido Hamas y ha reaccionado con una frenética búsqueda de los criminales, con numerosos arrestos también de ex detenidos.

Mientras tanto, un joven palestino de Shufat, barrio de Jerusalén, fue secuestrado y quemado vivo por algunos extremistas israelíes.

Estos hechos han dado inicio a un círculo vicioso de violencia. El ejército israelí ha golpeado en Gaza las bases de Hamas de la Yihad Islámica. Estas últimas han respondido con el lanzamiento de misiles, llegando a golpear los asentamiento cercanos, así como las ciudades de Haifa, Tel Aviv y Jerusalén.

Estos misiles, conocidos por su imprecisión, hacen más ruido y miedo que destrucción. Para los palestinos, sin embargo, el balance es duro: 170 muertos, 1000 heridos y muchas casas destruidas en Gaza y en los territorios palestinos.

¿Cuál es el origen del conflicto en curso?

— Monseñor Shomali: la razón principal es el fracaso de paz del pasado mes de abril. El ministro americano Kerry, después de nueve meses de trabajo intenso no ha conseguido elaborar un cuadro político para los futuros negociadores.

Tal derrota ha creado en los corazones de los palestinos desesperación, aumentada después por la continua construcción de nuevos asentamientos israelíes. Estas construcciones son vistas como un casus belli continuo.

A esto se añade la tensión entre dos pueblos que tienen que ver como el Monte del Templo-Al Aksa. Aquí la religión forma parte del problema y es una causa agravante.

¿Cómo explica este progresivo aumento de violencia en Gaza, a pocas semanas de la visita del papa Francisco y sus llamamientos a la paz y la reconciliación?

— Monseñor Shomali: La visita del Papa ha suscitado muchas esperanzas, sin embargo ha estado seguida de mucha desilusión. Algo parecido sucedió con la peregrinación de san Juan Pablo II en marzo del 2000: apenas seis meses después de su visita inició la segunda Intifada.

En ambos casos, la violencia se ha desencadenado a causa del fracaso de las negociaciones, precedido de las visitas papales; en el primero, después de la caída del Camp David y en el segundo, después de la mediación americana.

Sobre el encuentro de oración en los Jardines Vaticanos, reitero lo que dijo el Santo Padre en el llamamiento del Ángelus: la oración lleva siempre frutos aunque sea a largo plazo.

Como en el caso del olivo, plantado al final del encuentro, cuyo florecer se hace esperar muchos años. Es necesario también reiterar que las palabras del Pontífice durante la «Invocación para la Paz» permanecen válidas en cuanto único camino justo hacia la paz.

El Papa ha hecho entender que las negociaciones por sí solas no bastan, como nos enseña la historia, y que es necesario moverse hacia otro horizonte que es la oración.

En estos conflictos las primeras víctimas son sobre todo los jóvenes. En su opinión, ¿en el origen se trata de un problema de educación?

–Monseñor Shomali: Es verdad que los jóvenes son víctimas de este conflicto, sin olvidar los niños, frágiles y traumatizados, por los bombardeos y el miedo. Las consecuencias se verán en el futuro, ahora cultivan el odio y el deseo de venganza.

El odio ha sido nutrido por una larga historia de violencia donde cada uno culpa al otro. Esta falsa retórica no ayuda. El odio puede ser eliminado solamente a través de la educación en valores de justicia, paz y reconciliación.

Pero la educación debe coincidir con pasos concretos, dando a cada parte los propios derechos: a los palestinos dignidad con un estado viable, y a los israelíes una seguridad y un reconocimiento del mundo árabe e islámico.

Los adultos, frente a estos horrores que afectan a las nuevas generaciones, ¿cómo reaccionan? A menudo son ellos mismos quienes empujan a los jóvenes a combatir…

— Monseñor Shomali: Es una paradoja decir que son los jóvenes que salen a la calle espontáneamente y van a los check-point para desafiar a los soldados israelíes, mientras el gobierno palestino no desea tal enfrentamiento con el ejército israelí.

Los jóvenes se encuentran inmersos en un círculo vicioso. Es urgente que la comunidad internacional encuentre una solución y la imponga a ambas partes. Todos viven en un círculo infernal, en el cual tanto los adultos como los jóvenes se encuentran atrapados y no saben cómo salir.

El resto de la población, sobre todo la cristiana, ¿cómo está reaccionando a todo esto?

— Monseñor Shomali: los cristianos, tanto palestinos como israelíes, sufren como todos los otros habitantes de esta tierra. Temen que la situación empeore y las consecuencias sociales y económicas. Rezan por la paz y la gran mayoría rechaza la violencia.

Es rarísimo verles salir a las plazas y recurrir a la violencia. Son también los más frágiles y débiles frente a la tentación de emigrar. Durante la última Intifada muchos jóvenes y familias cristianas dejaron Tierra Santa para buscar en otro lugar una vida más segura y digna.

Para ellos es difícil resistir a esta tentación. Para nosotros es difícil convencerles para que no abandonen estos lugares y hacerles entender que vivir aquí es un privilegio y una vocación.

Ustedes, como Patriarcado latino de Jerusalén, ¿de qué forma tratan de mostrarse cercanos a esta gente que vive en el miedo y bajo bombardeos?

— Monseñor Shomali: Estamos cerca con la oración y la ayuda humanitaria que organizamos según nuestras posibilidades. De momento no podemos hacer nada por la gente de Gaza. Cuando terminen las hostilidades iremos a visitarles para estar cerca de ellos y ver cómo ayudarles.

De momento nos limitamos a llamar por teléfono cada día a nuestro párroco de Gaza para pedir las últimas noticias.

En su opinión, ¿hay esperanza de que esta tempestad de violencia y muerte pueda parar, o como muchos temen, es inminente la explosión de una tercera Intifada?

— Monseñor Shomali: Es cierto que ni el gobierno palestino ni el gobierno israelí quieren una tercera Intifada. Ninguno saldría victorioso. Las consecuencias son duras para todos. Un ejemplo: los peregrinos han comenzado a cancelar reservas.

Sabemos por experiencia lo difícil que es retomar el flujo del turismo después de un conflicto. Rezamos al Señor para que estos enfrentamientos cesen rápidamente.


Novena a San Ezequiel Moreno (1/9)

agosto 10, 2023

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

Aquí me tienes, Dios mío y Padre mío, en tu presencia. Humildemente te pido perdón de todas mis culpas y la gracia de perseverar en tu santo servicio hasta la muerte. Deseo durante estos nueve días recordar las virtudes de san Ezequiel Moreno para renovar mi fe y mi entrega a ti, mi Señor.

Por intercesión de san Ezequiel, te ruego escuches mis ruegos y me concedas la gracia especial que te pido en esta novena. Finalmente, te encomiendo a todos los enfermos, en particular a los terminales y a los que sufren de cáncer. Por Jesucristo nuestro Señor.- Amén.

DÍA 1º.- San Ezequiel nació en un hogar pobre muy cristiano. La formación y ejemplo que recibió en la familia suscitaron la vocación religiosa y misionera y orientaron toda su vida hacia el servicio a los hombres y la santidad. (Pausa de reflexión y oración)

En este día te pedimos, Dios nuestro, padre de toda familia en el cielo y en la tierra, por la santificación de los hogares, por la formación cristiana de la juventud y por las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal. Por Jesucristo Nuestro Señor.- Amén.

(Pídase la gracia especial que se desee alcanzar en la novena)

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

San Ezequiel Moreno, ruega por nosotros.

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS

Padre nuestro: la oración confiada y la certeza de la intercesión de san Ezequiel son para mí un remanso de paz y de consuelo en mis penas y trabajos. Haz que sus ejemplos me estimulen siempre hacia el bien y que no me falte nunca su protección bondadosa. Te lo pido por Jesucristo Nuestro Señor.- Amén.


Novena a Santa Rita de Casia (8), 20.5.23

May 20, 2023

OCTAVO DÍA

RITA, ESPOSA DE JESUCRISTO

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1. Señal de la cruz

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro; en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

2. Acto de contrición

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los Ángeles, a los Santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

3. Oración preparatoria para todos los días

Señor y Dios nuestro, admirable en tus Santos. Venimos a ti, el único Santo, atraídos por el ejemplo de Rita, tu hija predilecta. Nos encomendamos a su poderosa intercesión y queremos imitar su vida de santidad.

Pues tú nos mandaste: “Sean santos porque Yo soy santo”. A la vez, tu Hijo nos ordenó: “Sean perfectos como su Padre celestial es perfecto”.

Padre de bondad, concédenos poder contemplar durante esta novena con gran admiración y devoción las maravillas que obraste en tu sierva Rita.

Hoy nos unimos a todos los devotos de santa Rita para darte gracias por los ejemplos de santidad que en ella nos dejaste. Concédenos imitarla en la tierra, para que así podamos alabarte con santa Rita y con todos los santos para siempre en el cielo.

Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

4. Datos biográficos o ejemplos de vida

Recordemos en primer lugar que Rita vivió en los siglos XIV y XV, en el Quattrocento, es decir, en la época de la espiritualidad gótico-renacentista, marcada por el descubrimiento de lo humano, de la belleza natural.

En el aspecto religioso, estos siglos se caracterizan por una espiritualidad centrada en la contemplación piadosa de la santa humanidad de Cristo, y no tanto en la divinidad estática e impasible preferida por la espiritualidad bizantina y románica.

En estos tiempos prevalece la veneración de los misterios del nacimiento, bautismo, pasión y muerte del Señor.

Rita recibió del ambiente religioso y cultural esta espiritualidad. Todos sus biógrafos destacan la temprana piedad de Rita todavía niña y adolescente.

Dice la tradición que a los trece años se retiró a una habitación para dedicarse a la penitencia y a las prácticas de piedad, venerando la santa humanidad de Cristo sobre todo en su pasión y muerte.

Rita amó tiernamente a Cristo humanado, el único rostro del Dios invisible. Sintió particular compasión por el Cristo sufriente.

Cuentan, además, las crónicas que pasaba largos ratos en profunda adoración ante Jesús Sacramentado. También lo veneraba en las personas afligidas por la pobreza o la enfermedad.

Los sentimientos de ternura, compasión y amor sincero que profesaba al Cristo adolorido, los proyectaba también hacia los pobres, hacia los más necesitados. Compartía con ellos vestidos y alimentos.

De esta forma, la espiritualidad de Rita era profundamente alegre y humanizadora: entendía que Cristo la había amado hasta entregarse por ella, y que, por tanto, ella debía corresponder a ese amor infinito con todas sus fuerzas y con todas las consecuencias.

Como se lo había demostrado Jesús a Rita y a todos nosotros, hasta el extremo.

Rita contemplaba admirada ese torrente de amor que llegaba hasta ella, lo agradecía ensimismada y se dejaba invadir del Espíritu del Amor Hermoso para poder, consiguientemente, transmitirlo a los hermanos y devolverlo al mismo Dios, multiplicado.

Con san Pablo, Rita exclamaba: ¡Él me amó y se entregó por mí; fui alcanzada por el amor de Dios cuando era pecadora. Él me amó primero!

Aceptaba gozosa los sufrimientos de la vida: en primer lugar, para imitar a Cristo y compartir sus dolores redentores porque “amor con amor se paga”; y, en segundo lugar, los ofrecía por sus propios pecados, por la conversión y la santificación de su prójimo comenzando por su misma familia y después por sus hermanas de comunidad.

Así Rita suplía lo que faltaba a los sufrimientos de Cristo para llegar hasta sus hermanos. Es decir, prolongaba los sufrimientos redentores de Cristo hasta hacerlos efectivos en favor de sus hermanos, en su familia, en su comunidad conventual.

5. Fuentes bíblicas

Rita respondió tiernamente al requerimiento de Jesús que busca consoladores, según aquel texto de Lamentaciones 1, 12.19.21.16.17:

Todos ustedes que pasan por el camino, miren y observen si hay dolor semejante al que me atormenta, con el que Yahvé me ha herido en el día de su ardiente cólera. Llamé a mis amigos, pero me traicionaron. Oye cómo gimo, no hay quien me consuele.

Por eso lloro yo, mis ojos se deshacen en lágrimas porque está lejos de mí el consolador que reanime mi alma. Sión tiende sus manos: no hay quien la consuele.

Rita acompañó y consoló al Siervo sufriente de Isaías:

… Hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento… estaba despreciado y no hemos hecho caso de él. Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban, y nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado.

Fue tratado como culpable a causa de nuestras rebeldías y aplastado por nuestros pecados. Fue detenido y enjuiciado injustamente sin que nadie se preocupara por él (Isaías 53, 2-9).

Rita, invadida por los sentimientos más ardientes de caridad y de dolor, pidió al Crucificado con muchas lágrimas: “Oh Jesús, hazme partícipe de tus dolores”, y Cristo le concedió el estigma de la espina.

Así pudo exclamar con san Pablo: Yo, por mi parte, llevo en mi cuerpo las señales de Jesús (Efesios 6, 17).

Y también: Al presente, me alegro cuando tengo que sufrir por ustedes, así completo en mi carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para bien de su Cuerpo que es la Iglesia (Colosenses 1, 24-25).

Estoy crucificado con Cristo, y ahora no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Todo lo que me toca vivir, lo vivo transformado por la fe en el Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20).

También Rita dijo con su vida lo que escribió san Pablo a los Corintios:

Nosotros proclamamos un Mesías crucificado. Para los judíos, ¡qué escándalo más grande! Y para los griegos, ¡qué locura! Él, sin embargo, es Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios para aquellos que Dios ha llamado (1 Corintios 1, 23-24).

Me propuse no saber otra cosa entre ustedes sino a Cristo Jesús y a éste crucificado (1 Corintios 2, 2).

Dios me libre –exclamaba también san Pablo– de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo.

Por último, Rita sublimaba todo sufrimiento, porque en verdad lo que sufrimos en la vida presente no se puede ni comparar con la gloria que se manifestará después en nosotros (Romanos 8, 12).

Preguntado Jesús sobre el mandamiento principal, contestó: El primer mandamiento es: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor. Al Señor tu Dios amarás con todo tu corazón y con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas.

Y después viene éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos (Marcos 12, 29-31).

6. Consideraciones bíblicas y agustinianas

Como buena hija de Agustín, Rita llenó su vida del amor a Dios y al prójimo. Nada más justo y legítimo, porque el amor constituye el núcleo de la espiritualidad agustiniana.

El amor fue el motor de toda la vida de Agustín, la meta siempre perseguida y siempre inalcanzable, hilo conductor de su pensamiento y sus escritos.

La Regla que escribió para los monasterios la encabeza así: “Ante todo, queridos hermanos, amemos a Dios; después, también al prójimo, porque éstos son los mandatos principales que se nos han dado”.

Y al concluirla, resume así su intención: “El Señor os conceda cumplir todo esto por amor, como realmente enamorados de la belleza espiritual; y exhalando el buen perfume de Cristo con vuestra ejemplar convivencia”.

Tratando de acercarnos a la experiencia y enseñanza agustiniana diríamos, en primer lugar, que el plan de Dios y la gracia de Dios llevan al hombre más por la vía afectiva que por la intelectiva. Aceptamos la gracia de Dios en nosotros porque nos proporciona gusto y deleite en las cosas santas.

El hombre está hecho más para gozar que para entender: el imán que más atrae al alma es el amor. El alma humana es particularmente vulnerable al amor; es como la debilidad del hombre.

Por tanto, el hombre, necesaria y libremente, siente, busca y descansa sólo en la fruición del amor y del bien. El hombre busca ser feliz como la meta más añorada, y buscando la felicidad se mueve en todo su pensar y quehacer.

Pero aquí entra el misterio del pecado. ¿Por qué el hombre, si busca la felicidad por encima de todo, escoge el mal, el pecado, su propia perdición?

Porque es engañado: se le presenta un mal bajo apariencia de bien y cae. Elige un bien finito que le agrada de momento, pero que le aparta del bien supremo e infinito. Ese bien finito, se convierte en un mal porque el hombre sólo se saciará con el Bien de Dios, y el bien finito le deja más insatisfecho e infeliz, esclavo de las criaturas.

El hombre se autoengaña por instigación del diablo, que lo enreda en el disfrute de las cosas creadas, al margen de Dios, y aun en contra de Dios.

De esta forma, el hombre no sólo usa, sino que abusa de las cosas, cayendo en la codicia y haciéndose tan vano como las cosas mismas que le tienen atrapado.

Porque somos lo que amamos, dirá san Agustín, parafraseando este texto suyo: “Cada cual es lo que es su amor: amas la tierra, tierra eres; amas a Dios, no me atrevo a decirlo yo, escucha la Escritura: Yo dije: sois dioses e hijos todos del Altísimo”.

Por gracia, Dios nos inspira su amor; por el que podemos, en primer lugar, deleitarnos en sus mandatos y, en segundo lugar, desear y amar lo que nos manda. Así el que ama, no siente el trabajo y, por otra parte, cualquier trabajo resulta pesado para quienes no aman.

Por eso exclamará san Agustín: “Ama, y haz lo que quieras”. Porque de la raíz de la caridad no puede salir sino el bien; así como de la codicia salen todos los males (1 Timoteo 6, 10).

De todo esto se deduce que el camino de la perfección coincide con el camino de la caridad. El progreso en la vida cristiana se medirá por el amor alcanzado a Dios, al prójimo y a uno mismo.

San Agustín dirá: “Caminan los que aman, pues no corremos hacia Dios con nuestros pasos sino con nuestros afectos”.

La perfección cristiana consiste en imitar el amor de Dios o la santidad de Dios, pues son equivalentes: “Sed santos porque Yo soy santo. Sed perfectos como el Padre Celestial es perfecto”, es decir, misericordioso y paciente, que manda la lluvia sobre buenos y malos, que hace brillar el sol sobre justos y pecadores.

Amar a Dios sin medida, por puro amor y sin esperanza de recompensa; y al prójimo como a nosotros mismos, y por amor a Dios: Éste es el camino agustiniano del amor.

Las Constituciones de los Agustinos Recoletos resumen la prioridad del amor en la familia agustiniana: El carisma agustiniano se resume en el amor a Dios sin condición, que une las almas y los corazones en convivencia comunitaria de hermanos, y que se difunde hacia todos los hombres para ganarlos y unirlos en Cristo dentro de su Iglesia.

Elemento primordial del patrimonio de san Agustín y de la Orden es la contemplación, que es «vida bajo el amparo de Dios, vida con Dios, vida recibida de Dios, vida que es Dios mismo»; y, también, la entrega total e incondicionada del hombre a Dios.

El agustino recoleto se siente referido a Dios como a fin último y único. El conocimiento y el amor de Dios, sin otra recompensa que el mismo amor, constituyen el ejercicio del «amor casto», de la contemplación, que es el principal cuidado del religioso en esta vida, y que se convertirá en felicidad perfecta en el reino celestial” (Constituciones, nn. 6, 8 y 9).

A continuación reproduzco una oración usada tradicionalmente para contemplar los sufrimientos y la pasión del Señor y también para expresar los sentimientos de arrepentimiento y dolor de los pecados que han provocado la pasión del Crucificado.

Un dolor no sólo de atrición o afligimiento sino incluso de contrición. La paternidad literaria de la siguiente oración es discutida. Algunos críticos la creen “agustiniana”. Reza así:

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, al fin, tu amor, y en tal manera
que, aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y, aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera;
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera. Amén.

7. Peticiones o plegaria universal

Presentemos a Dios nuestras peticiones implorando que nos inspire el Señor sentir y actuar como lo hizo santa Rita en toda su vida.

1. Señor, que te has revelado a los hombres,
– por la intercesión de santa Rita, muéstranos tu rostro, aumentándonos la fe en tu palabra de verdad, y nuestro amor a tu Hijo Jesucristo.

Invitación: Roguemos al Señor.
Respuesta: Te lo pedimos, Señor.

2. Señor, tu sierva santa Rita conservó la paciencia en medio de tantas pruebas y tribulaciones;
– haz que en nuestra vida no seamos jamás motivo de molestia, o irritación para los demás.

3. Señor, que te glorificaste en la vida familiar de santa Rita, utilizándola como instrumento de salvación para su esposo y sus hijos;
– haz que nosotros seamos colaboradores tuyos en la salvación de los hombres, comenzando por nuestros propios hogares, comunidades religiosas o eclesiales.

4. Señor, que concediste a santa Rita la constancia de llamar a las puertas del monasterio hasta ser admitida como religiosa;
– haz que aprendamos el valor del sacrificio y el de la perseverancia en todas las circunstancias de nuestra vida.

5. Señor, que moviste a santa Rita para que prefiriese la muerte de sus hijos a verlos manchados por el pecado del odio y de la condenación eterna,
– enséñanos a perdonar a nuestros enemigos y a vivir en paz con todo el mundo, para que así podamos gozar nosotros mismos de tu paz y bendición.

6. Señor, que diste a santa Rita la paz y la tranquilidad en el monasterio después de tantas penas como había sufrido,
– suscita muchas vocaciones a la vida religiosa, donde muchos hijos tuyos alcancen lo único necesario y adelanten el Reino a este mundo.

7. Pídase y formúlese ante el Señor la gracia específica que se desea obtener por la intercesión de santa Rita en esta novena.

8. Señor, que por tu resurrección venciste a la muerte y permitiste que Rita participara de tu victoria,
– concede la vida eterna a todos los fieles difuntos y en particular a los devotos de santa Rita.

Peticiones para el octavo día

9. Dios Todopoderoso, que concediste a Rita por medio del Espíritu ser revestida de los sentimientos de Cristo,
– ayúdanos, por intercesión de santa Rita, a practicar la obediencia y el silencio en el seguimiento de tu Hijo en nuestros hogares, y en la vida común.

10. Oh Santo Espíritu, derramado en nuestros corazones,
– concédenos, por intercesión de santa Rita, poder contemplar los sufrimientos de Cristo con tal amor que podamos descubrirlo presente en el dolor de nuestros hermanos a los que tratamos de servir en el hogar y en la comunidad de hermanos.

Oración conclusiva

Dios Todopoderoso, que te dignaste conceder a santa Rita amar a sus enemigos y llevar en su corazón y en su frente la señal de la pasión de tu Hijo, concédenos, siguiendo sus ejemplos, considerar de tal manera los dolores de la muerte de tu Hijo que podamos perdonar a nuestros enemigos, y así llegar a ser en verdad hijos tuyos, dignos de la vida eterna prometida a los mansos y sufridos.

Te lo pedimos por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

8. Padre Nuestro, Ave María y Gloria (tres veces).

9. Oración final para todos los días

Oh Dios y Señor nuestro, admirable en tus santos, te alabamos porque hiciste de santa Rita un modelo insigne de amor a ti y a todos los hombres.

El amor fue el peso de su vida que la impulsó, cual río de agua viva, a través de todos los estados de su peregrinación por este mundo, dando a todos ejemplo de santidad, y manifestando la victoria de Cristo sobre todo mal.

Ella meditó continuamente la Pasión salvadora de tu Hijo y compartió sus dolores “completando en su carne lo que faltaba a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia”.

Aleccionada en su interior por la consolación del Espíritu Santo, Rita se convirtió en ejemplo de penitencia y caridad, experimentando continua y gozosamente, cómo la cruz del sufrimiento conduce a la alegría verdadera y a la luz de la resurrección.

De esta manera, se convirtió en instrumento de salvación al servicio del Dios providente, para bien de todos los hombres, sus hermanos, sobre todo en su propio hogar, en su familia, y finalmente en la comunidad agustiniana y en tu Iglesia.

Te damos gracias, oh Padre de bondad, fuente de todo don, y te bendecimos por las maravillas obradas en la vida de santa Rita de Casia, tu sierva.

A la vez, te imploramos ser protegidos por su poderosa intercesión, de todo mal, llegando a cumplir tu voluntad en todas las circunstancias de nuestra vida, de acuerdo a los ejemplos de santidad que Rita nos dejó.

Te lo pedimos por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

10. Gozos a santa Rita

CORO

Tú que vives de amor,
y en el amor te recreas,
bendita por siempre seas,
dulce esposa del Señor.

ESTROFAS

1. Cual del ángel la belleza
difunde luz celestial,
exhalaba su pureza
tu corazón virginal.
Danos guardar esa flor,
que es la reina de las flores,
y ponga en ella su amor
el Dios de santos amores.

2. Santa madre, santa esposa,
en las penas y amarguras
brindaba tu amor dulzuras,
como fragancias las rosas.
Trocando en templo tu hogar
buscaste en Dios el consuelo:
almas que saben amar
hacen de un hogar un cielo.

3. Como esposa del Señor
con alma de serafín,
en tu amor ardió el amor
del corazón de Agustín.
Amor que Dios galardona
y en prenda de unión divina,
brota en tu frente una espina
y una flor en su corona.

11. Himno a santa Rita de Casia

Gloria del género humano,
Rita bienaventurada,
sé nuestra fiel abogada (tres veces)
cerca del Rey soberano.

Nido de castos amores,
fue tu corazón sencillo,
claro espejo, cuyo brillo
no hirieron negros vapores.
Haz que nunca amor profano
tenga en nuestro pecho entrada.

Gloria del género humano…

NOTA: Los contenidos de esta Novena a Santa Rita están tomados, con la debida autorización, del librito publicado por Ed. Paulinas, Lima 2015. Asociación Hijas de San Pablo, Lima, Perú.


El Avemaría comentada en clave trinitaria

diciembre 2, 2022

Nuestra Señora de la Expectación del parto

 

MARÍA dijo:

«Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.»

San Beda el Venerable trata de introducirse en los sentimientos de la Virgen María, una vez dado su consentimiento al mensaje del Ángel, y los describe bellamente con estas palabras:

«El Señor -dice- me ha engrandecido con un don tan inmenso y tan inaudito, que no hay posibilidad de explicarlo con palabras, ni apenas el afecto más profundo del corazón es capaz de comprenderlo; por ello ofrezco todas las fuerzas del alma en acción de gracias, y me dedico con todo mi ser, mis sentidos y mi inteligencia a contemplar con agradecimiento la grandeza de aquel que no tiene fin, ya que mi espíritu se complace en la eterna divinidad de Jesús, mi salvador, con cuya temporal concepción ha quedado fecundada mi carne.»

MARÍA prosigue:

«Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación».

En estos días santos, nosotros con gusto aceptamos la invitación de María a proclamar las grandezas de nuestro Dios. Pues él ha estado grande con nosotros en el misterio de la Navidad, al desposarse, a través de María y en ella misma, con la humanidad entera, con la Iglesia, con cada uno de nosotros.

Por eso, con alegría alabamos a Dios saludando a María de muchas maneras, pero particularmente con el Avemaría. Con esta plegaria, que a continuación comentaré, nos unimos a todas las generaciones que proclaman dichosa y siempre bienaventurada a la Virgen María, Madre de Dios y madre nuestra.

Como se hizo con la oración del «Ángelus», hoy comentaré el «Avemaría», brevemente y en clave trinitaria.

Rosario

Dios te salve, María: Dios Padre pronuncia el nombre de María eternamente y proyecta sobre ella un maravilloso plan para dar vida a los hombres y salvarlos de todo mal. Es el mejor proyecto que el Padre ha podido imaginar, como Dios, desde toda la eternidad.

Llena eres de gracia: Dios Hijo le concede a María ser totalmente fiel al plan del Padre en todas las posibilidades. El Hijo, que es la respuesta perfecta al Padre, capacita a María para que corresponda plenamente al Padre: para que no defraude en nada las expectativas del Padre que quiere que todos los hombres se salven.

El Señor está contigo: Dios Espíritu Santo inunda a María de la santidad divina hasta desposarse con ella para hacer presente a Dios en el mundo en la persona del Verbo: Jesús, Dios y hombre verdadero; “Dios con nosotros”.

Así, el Padre, el Hijo y el Espíritu no pudieron hacer más con una criatura de lo que hicieron y siguen haciendo en María, con María y por María. Ella es plenamente dichosa: ”Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza”.

Bendita tú eres entre todas las mujeres: Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza, hombre y mujer. Ambos reflejan la gloria de Dios de manera específica: varonil y femenina. María es la encarnación perfecta de la ternura, el amor y la belleza de Dios en la expresión femenina.

Por eso, es la gloria y el honor ante Dios de todas las mujeres, desde siempre y para siempre. Por la gracia de Dios, María es mujer única, bendita entre todas las mujeres.

Y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús: Toda mujer está llamada a ser madre: espiritual o materialmente. María fue tan anegada por el poder y el amor de Dios que se convirtió en su esposa; ella, con el poder de Dios, ha transmitido la vida de Dios y la vida humana a un ser único, Jesús, Dios y hombre verdadero.

María es la mujer más fecunda, plena y feliz: la madre del hombre más bello nacido de mujer, que es a la vez Hijo del Altísimo. María fue pura transparencia y gratuidad: Cuanto recibe de Dios, no lo retiene para sí, lo devuelve a Dios, y, en él, lo da a los hombres. Por eso es el orgullo de nuestra raza.

Santa María, Madre de Dios: Ella es santísima entre los santos por ser la madre de Dios. Ahí reside toda su grandeza; en que es verdaderamente madre de Dios, madre del mismo que la creó en el tiempo.

Ruega por nosotros, pecadores: A esta criatura excepcional le pedimos que ruegue por nosotros que somos pecadores. Nuestro pecado consiste en no acabar de fiarnos de Dios; en no permitirle actuar en nosotros como a él le plazca, como él haya dispuesto. María sí le dejó a Dios las manos totalmente libres, y por eso,

Dios se glorificó y se sigue glorificando en ella: como sólo Dios Padre puede imaginar, como sólo Dios Hijo puede agraciar, y como sólo Dios Espíritu Santo puede vivificar.

En este misterio de la encarnación san José, varón justo, tuvo su parte importantísima que no detallamos ahora. Pero sí recogemos la exhortación del ángel: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo; ella dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús…

Y José la recibió en su casa”. Nosotros debemos imitar a José acogiendo la acción de Dios en los demás, en la Iglesia, en el mundo, aunque nos sorprenda y no entendamos, superando así el pecado de la envidia y de la soberbia que juzga a los demás y a Dios. Así seremos justos.

Ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén: Conscientes de nuestra condición de debilidad, pedimos a María que la gracia de Dios nos acompañe en cada momento de nuestra existencia, pero particularmente en los últimos acontecimientos de la vida, en la hora de la muerte. Así podremos gozar de Dios para siempre junto a ella, nuestra madre en la fe, que nos ha precedido y reina ahora en los cielos. Amén.