El maná de cada día, 31.5.23

May 31, 2023

La Visitación de la Virgen María

Fiesta de la Visitación de la Bienaventurada Virgen María, con motivo de su viaje al encuentro de su prima Isabel, que estaba embarazada de un hijo en su ancianidad, y a la que saludó. Al encontrarse gozosas las dos futuras madres, el Redentor que venía al mundo santificó a su precursor, que aún estaba en el seno de Isabel, y al responder María al saludo de su prima, exultante de gozo en el Espíritu Santo, glorificó a Dios con el cántico de alabanza del «Magníficat» (Elog. del Martirologio Romano).

.

la-virgen-botticelli
Virgen María, flor de las flores

.

ULTIMO DÍA DE MAYO, MES MARIANO

Antífona de entrada: Salmo 65, 16.

Fieles de Dios, venid a escuchar; os contaré lo que el Señor ha hecho conmigo.

Oración colecta

Dios todopoderoso, tú que inspiraste a la Virgen María, cuando llevaba ya en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a su prima Isabel, concédenos, te rogamos, que, dóciles al soplo del Espíritu, podamos, con María, cantar tus maravillas durante toda nuestra vida. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Sofonías 3, 14-18

Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de Israel, en medio de ti, y ya no temerás.

Aquel día dirán a Jerusalén: «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta. Apartaré de ti la amenaza, el oprobio que pesa sobre ti.

SALMO: Isaías 12, 2-3. 4bcd. 5-6

Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.

El Señor es mi Dios y salvador: confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación.

Dad gracias al Señor, invocad su nombre, contad a los pueblos sus hazañas, proclamad que su nombre es excelso.

Tañed para el Señor, que hizo proezas, anunciadlas a toda la tierra; gritad jubilosos, habitantes de Sión: «Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.»

ALELUYA: Lucas 1,45

Dichosa tú, Virgen María, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

EVANGELIO: Lucas 1, 39-56

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.»

María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.

Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.

Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.

Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.»

María se quedó con Isabel unos tres meses y después volvió a su casa.

Antífona de comunión: Lc 1, 48-49

Me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo.


CON FLORES A MARÍA, QUE MADRE NUESTRA ES

Venid con flores a María

Tradicionalmente el mes de mayo es el mes mariano por excelencia. Vamos a honrar a nuestra Madre reproduciendo unos párrafos tomados de la primera encíclica del Papa Benedicto «Dios es amor».

María ha recibido con asombro el amor de Dios y se lo ha devuelto con inmenso gozo, como Madre de Dios. A la vez, ha ejercido a favor de los hombres una maternal solicitud que estrenó en la tierra y la continúa en los cielos para siempre.

Contemplemos finalmente, dice el Papa Benedicto, a los Santos, a quienes han ejercido de modo ejemplar la caridad. Los Santos son los verdaderos portadores de luz en la historia, porque son hombres y mujeres de fe, esperanza y amor.

Entre los Santos, sobresale María, Madre del Señor y espejo de toda santidad. El Evangelio de Lucas la muestra atareada en un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual permaneció «unos tres meses» (1, 56) para atenderla durante el embarazo.

«Magnificat anima mea Dominum», dice con ocasión de esta visita —«proclama mi alma la grandeza del Señor»— (Lc 1, 46), y con ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse a sí misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien encuentra tanto en la oración como en el servicio al prójimo; sólo entonces el mundo se hace bueno.

María es grande precisamente porque quiere enaltecer a Dios en lugar de a sí misma. Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1, 38. 48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios.

Es una mujer de esperanza: sólo porque cree en las promesas de Dios y espera la salvación de Israel, el ángel puede presentarse a ella y llamarla al servicio total de estas promesas.

Es una mujer de fe: «¡Dichosa tú, que has creído!», le dice Isabel (Lc 1, 45). El Magníficat —un retrato de su alma, por decirlo así— está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios.

Así se pone de relieve que la Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios.

Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de la Palabra encarnada.

María es, en fin, una mujer que ama. ¿Cómo podría ser de otro modo? Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser más que una mujer que ama.

Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos evangélicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la que en Caná se percata de la necesidad en la que se encuentran los esposos, y lo hace presente a Jesús.

Lo vemos en la humildad con que acepta ser como olvidada en el período de la vida pública de Jesús, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva familia y que la hora de la Madre llegará solamente en el momento de la cruz, que será la verdadera hora de Jesús (cf. Jn 2, 4; 13, 1).

Entonces, cuando los discípulos hayan huido, ella permanecerá al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25-27); más tarde, en el momento de Pentecostés, serán ellos los que se agrupen en torno a ella en espera del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14).

Venid con flores a María

La vida de los Santos no comprende sólo su biografía terrena, sino también su vida y actuación en Dios después de la muerte. En los Santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos.

En nadie lo vemos mejor que en María. La palabra del Crucificado al discípulo —a Juan y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27)— se hace de nuevo verdadera en cada generación.

María se ha convertido efectivamente en Madre de todos los creyentes. A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia.

Y siempre experimentan el don de su bondad; experimentan el amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón.

Los testimonios de gratitud, que le manifiestan en todos los continentes y en todas las culturas, son el reconocimiento de aquel amor puro que no se busca a sí mismo, sino que sencillamente quiere el bien.

La devoción de los fieles muestra al mismo tiempo la intuición infalible de cómo es posible este amor: se alcanza merced a la unión más íntima con Dios, en virtud de la cual se está embargado totalmente de Él, una condición que permite a quien ha bebido en el manantial del amor de Dios convertirse a sí mismo en un manantial «del que manarán torrentes de agua viva» (Jn 7, 38).

María, la Virgen, la Madre, nos enseña qué es el amor y dónde tiene su origen, su fuerza siempre nueva. A ella confiamos la Iglesia, su misión al servicio del amor:

Santa María, Madre de Dios, tú has dado al mundo la verdadera luz, Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.

Te has entregado por completo a la llamada de Dios y te has convertido así en fuente de la bondad que mana de Él.

Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él. Enséñanos a conocerlo y amarlo, para que también nosotros podamos llegar a ser capaces de un verdadero amor y ser fuentes de agua viva en medio de un mundo sediento (Dios es Amor, nn. 40-42; la distribución del texto y los remarcados en negrita son míos).

Venid con flores a María


Decreto Ecclesia Mater

May 30, 2023

.

Con esta memoria el Papa Francisco desea incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles.

.

Decreto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos sobre la Celebración de la Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, en el Calendario Romano General

La gozosa veneración otorgada a la Madre de Dios por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer (cf. Gálatas 4, 4), la Virgen María, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia.

Esto estaba ya de alguna manera presente en el sentir eclesial a partir de las palabras premonitorias de san Agustín y de san León Magno. El primero dice que María es madre de los miembros de Cristo, porque ha cooperado con su caridad a la regeneración de los fieles en la Iglesia; el otro, al decir que el nacimiento de la Cabeza es también el nacimiento del Cuerpo, indica que María es, al mismo tiempo, madre de Cristo, Hijo de Dios, y madre de los miembros de su cuerpo místico, es decir, la Iglesia.

Estas consideraciones derivan de la maternidad divina de María y de su íntima unión a la obra del Redentor, culminada en la hora de la cruz.

En efecto, la Madre, que estaba junto a la cruz (cf. Juan 19, 25), aceptó el testamento de amor de su Hijo y acogió a todos los hombres, personificados en el discípulo amado, como hijos para regenerar a la vida divina, convirtiéndose en amorosa nodriza de la Iglesia que Cristo ha engendrado en la cruz, entregando el Espíritu.

A su vez, en el discípulo amado, Cristo elige a todos los discípulos como herederos de su amor hacia la Madre, confiándosela para que la recibieran con afecto filial.

María, solícita guía de la Iglesia naciente, inició la propia misión materna ya en el cenáculo, orando con los Apóstoles en espera de la venida del Espíritu Santo (cf. Hechos 1, 14).

Con este sentimiento, la piedad cristiana ha honrado a María, en el curso de los siglos, con los títulos, de alguna manera equivalentes, de Madre de los discípulos, de los fieles, de los creyentes, de todos los que renacen en Cristo y también «Madre de la Iglesia», como aparece en textos de algunos autores espirituales e incluso en el magisterio de Benedicto XIV y León XIII.

De todo esto resulta claro en qué se fundamentó el beato Pablo VI, el 21 de noviembre de 1964, como conclusión de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, para declarar a la bienaventurada Virgen María «Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa», y estableció que «de ahora en adelante la Madre de Dios sea honrada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título».

Por lo tanto, la Sede Apostólica, especialmente después de haber propuesto una misa votiva en honor de la bienaventurada María, Madre de la Iglesia, con ocasión del Año Santo de la Redención (1975), incluida posteriormente en el Misal Romano, concedió también la facultad de añadir la invocación de este título en las Letanías Lauretanas (1980) y publicó otros formularios en el compendio de las misas de la bienaventurada Virgen María (1986); y concedió añadir esta celebración en el calendario particular de algunas naciones, diócesis y familias religiosas que lo pedían.

El Sumo Pontífice Francisco, considerando atentamente que la promoción de esta devoción puede incrementar el sentido materno de la Iglesia en los Pastores, en los religiosos y en los fieles, así como la genuina piedad mariana, ha establecido que la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, sea inscrita en el Calendario Romano el lunes después de Pentecostés y sea celebrada cada año.

Esta celebración nos ayudará a recordar que el crecimiento de la vida cristiana, debe fundamentarse en el misterio de la Cruz, en la ofrenda de Cristo en el banquete eucarístico, y en la Virgen oferente, Madre del Redentor y de los redimidos.

Por tanto, tal memoria deberá aparecer en todos los Calendarios y Libros litúrgicos para la celebración de la Misa y de la Liturgia de las Horas: los respectivos textos litúrgicos se adjuntan a este decreto y sus traducciones, aprobadas por las Conferencias Episcopales, serán publicadas después de ser confirmadas por este Dicasterio.

Donde la celebración de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia, ya se celebra en un día diverso con un grado litúrgico más elevado, según el derecho particular aprobado, puede seguir celebrándose en el futuro del mismo modo.

Sin que obste nada en contrario.

En la sede de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, a 11 de febrero de 2018, memoria de la bienaventurada Virgen María de Lourdes.
Robert Card. Sarah
Prefecto

Arthur Roche
Arzobispo Secretario

https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccdds/documents/rc_con_ccdds_doc_20180211_decreto-mater-ecclesiae_sp.html


El maná de cada día, 30.5.23

May 30, 2023

Martes de la 8ª semana del Tiempo Ordinario

Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido
Jesús es infinitamente generoso
en su recompensa a quienes le siguen.

PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 35,1-15

El que observa la ley hace una buena ofrenda, el que guarda los mandamientos ofrece sacrificio de acción de gracias; el que hace favores ofrenda flor de harina, el que da limosna ofrece sacrificio de alabanza.

Apartarse del mal es agradable a Dios, apartarse de la injusticia es expiación.

No te presentes a Dios con las manos vacías; esto es lo que pide la ley. La ofrenda del justo enriquece el altar, y su aroma llega hasta el Altísimo. El sacrificio del justo es aceptado, su ofrenda memorial no se olvidará.

Honra al Señor con generosidad y no seas mezquino en tus ofrendas; cuando ofreces, pon buena cara, y paga de buena gana los diezmos. Da al Altísimo como él te dio: generosamente, según tus posibilidades, porque el Señor sabe pagar y te dará siete veces más. No lo sobornes, porque no lo acepta, no confíes en sacrificios injustos; porque es un Dios justo, que no puede ser parcial.

SALMO 49,5-6.7-8.14.23

Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.

Congregadme a mis fieles, que sellaron mi pacto con un sacrificio. Proclame el cielo su justicia; Dios en persona va a juzgar.

«Escucha, pueblo mío, que voy a hablarte; Israel, voy a dar testimonio contra ti; yo, Dios, tu Dios. No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí.»

«Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza, cumple tus votos al Altísimo. El que me ofrece acción de gracias, ese me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.»

Aclamación antes del Evangelio: Mt 11, 25

Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del reino a la gente sencilla.

EVANGELIO: Marcos 10,28-31

En aquel tiempo, Pedro se puso a decir a Jesús: «Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»

Jesús dijo: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más –casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones–, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros.»

Jesús es infinitamente generoso
en su recompensa a quienes le siguen

P. Francisco Fernández Carvajal

Lo hemos dejado todo… Cuántas veces hemos experimentado, al responder con nueva generosidad ante las exigencias de la vocación cristiana, que el desprendimiento efectivo de los bienes lleva consigo la liberación de un peso considerable: como el soldado que se despoja de su impedimenta al entrar en combate para estar más ágil de movimientos.

Saboreamos así, en el servicio de Dios, un señorío sobre las cosas que nos rodean: ya no se es esclavo de ellas y se vive con gozo aquello a lo que aludía San Pablo: estamos en el mundo como quienes nada tenemos, pero todo lo poseemos (8).

El corazón del cristiano que de esta manera se ha despojado del egoísmo se llena más fácilmente de la caridad, y con ella todas las cosas son suyas: Todo es vuestro, vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios (9).

Pedro recuerda a Jesús que, a diferencia del joven que acaban de dejar, ellos lo abandonaron todo por Él. Simón no mira atrás, pero parece tener necesidad de unas palabras del Maestro que les reafirme en que han salido ganando en el cambio, que vale la pena estar junto a Él, aunque no posean nada.

El Apóstol se manifiesta muy humanamente, pero su pregunta expresa a la vez la confianza que le unía al Señor. Jesús se llenó de ternura ante aquellos que, a pesar de sus defectos, le seguían con fidelidad:

En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa, hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida eterna… “¡A ver si encuentras, en la tierra, quien pague con tanta generosidad!” (10).

No se queda corto Jesús. Ni un vaso de agua fría -una limosna, un servicio, cualquier buena acción- dado por Cristo quedará sin su recompensa (11).

Seamos sinceros al examinar cómo vivimos el desprendimiento, la pobreza: ¿podemos afirmar ante Dios que lo hemos dejado todo? Si es así, Jesús no dejará de confirmarnos en el camino. Quien tiene en cuenta hasta la más pequeña de las acciones, ¿cómo podrá olvidar la fidelidad de día tras día por puro amor?

Quien multiplicó panes y peces para una multitud que le sigue unas jornadas, quizá sin mucha rectitud de intención, ¿qué no hará por los que hayan dejado todo para seguirle siempre?

Si estos que van en pos de Él tuvieran necesidad de una ayuda particular para seguir adelante, ¿cómo podrá olvidarse Jesús? , ¿qué nos negará nuestro Padre Dios cuando acudimos a Él ante la falta de medios?

“Sólo por volver a Él su hijo, después de traicionarle, prepara una fiesta, ¿qué nos otorgará, si siempre hemos procurado quedarnos a su lado?” (12).

Las palabras de Cristo dieron seguridad a quienes le acompañaban aquel día camino de Jerusalén, y a cuantos a través de los siglos, después de haber entregado todo al Señor, de nuevo buscan en la enseñanza del Señor la firmeza de la fe y de la entrega. La promesa de Cristo rebasa con creces toda la felicidad que el mundo puede dar.

Él nos quiere felices también aquí en la tierra: quienes le siguen con generosidad obtienen, ya en esta vida, un gozo y una paz que superan con mucho las alegrías y consuelos humanos. Y a este gozo y paz, anticipo del Cielo, hay que añadir la bienaventuranza eterna.

“Son dos horas de vida y grandísimo el premio: y cuando no hubiera ninguno, sino cumplir lo que nos aconsejó el Señor, es grande la paga en imitar en algo a su Majestad” (13).

(8) 2 Cor 6, 10.-(9) 1 Cor 3, 22-23.-(10) Cfr. J. ESCRIVA DE BALAGUER, Camino, n. 670.-(11) Cfr. Mt 10, 42.-(12) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 309.-(13) SANTA TERESA, Camino de perfección, 2, 7.-

http://www.homiletica.org


Papa Francisco: La Iglesia es mujer y madre

May 29, 2023

.

«La maternidad de María es algo grande», insistió el Papa. Dios «ha querido nacer de una mujer para enseñarnos este camino».

.

El Papa Francisco celebró por primera vez la misa en la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia

Papa Francisco en la capilla de la Casa Santa Marta
Lunes, 21 de mayo de 2018

En Santa Marta, el 21 de mayo, el Papa Francisco celebró por primera vez la misa en la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia: desde este año, de hecho, la solemnidad en el calendario romano general se celebra el lunes después de Pentecostés, como fue dispuesto por el Pontífice con el decreto Ecclesia mater de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos (11 febrero 2018), precisamente para «favorecer el crecimiento del sentido materno de la Iglesia en los pastores, en los religiosos y en los fieles, como también de la genuina piedad mariana».

«En los Evangelios cada vez que se habla de María se habla de la “madre de Jesús”», hizo notar Francisco en la homilía, refiriéndose al pasaje evangélico de Juan (19, 25-34).

Y «aunque en la Anunciación no se dice la palabra “madre”, el contexto es de maternidad: la madre de Jesús», afirmó el Papa, subrayando que «esta actitud de madre acompaña su obra durante toda la vida de Jesús: es madre». Tanto que, prosiguió, «al final Jesús la da como madre a los suyos, en la persona de Juan: “Yo me voy, pero esta es vuestra madre”». He ahí, por tanto, «la maternidad de María».

«Las palabras de la Virgen son palabras de madre», explicó el Papa. Y lo son «todas: después de aquellas, al principio, de disponibilidad a la voluntad de Dios y de alabanza a Dios en el Magníficat, todas las palabras de la Virgen son palabras de madre». E incluso «antes, en Nazaret, lo hace crecer, lo cría, lo educa, pero después lo sigue: “Tu madre está ahí”».

María «es madre desde el principio, desde el momento en el que aparece en los Evangelios, desde el momento de la Anunciación hasta el final, ella es madre». De ella «no se dice “la señora” o “la viuda de José”» —y en realidad «podían decirlo»— sino que siempre María «es madre».

«Los padres de la Iglesia han entendido bien esto —afirmó el Pontífice— y han entendido también que la maternidad de María no termina en ella; va más allá». También los padres «dicen que María es madre, la Iglesia es madre y tu alma es madre: hay femenino en la Iglesia, que es maternal».

Por eso, explicó Francisco, «la Iglesia es femenina porque es “iglesia”, “esposa”: es femenina y es madre, da a luz». Es, por tanto «esposa y madre», pero «los padres van más allá y dicen: “También tu alma es esposa de Cristo y madre”».

«En esta actitud que viene de María que es madre de la Iglesia —hizo presente el Papa— podemos entender esta dimensión femenina de la Iglesia: cuando no está, la Iglesia pierde la verdadera identidad y se convierte en una asociación de beneficencia o en un equipo de fútbol o cualquier otra cosa, pero no la Iglesia».

«La Iglesia es “mujer” —reiteró Francisco— y cuando nosotros pensamos en el rol de la mujer en la Iglesia debemos remontarnos hasta esta fuente: María, madre». Y «la Iglesia es “mujer” porque es madre, porque es capaz de “dar a luz hijos”: su alma es femenina porque es madre, es capaz de dar a luz actitudes de fecundidad».

«La maternidad de María es algo grande», insistió el Pontífice. Dios, de hecho, «ha querido nacer de una mujer para enseñarnos este camino». Es más, «Dios se ha enamorado de su pueblo como un esposo con la esposa: esto se dice en el Antiguo Testamento. Y es «un misterio grande».

Como consecuencia, prosiguió Francisco, «nosotros podemos pensar» que «si la Iglesia es madre, las mujeres deberán tener funciones en la Iglesia: sí, es verdad, deberán tener funciones, muchas funciones que hacen, gracias a Dios son más las funciones que las mujeres tienen en la Iglesia».

Pero «esto no es lo más significativo», advirtió el Papa, porque «lo importante es que la Iglesia sea mujer, que tenga esta actitud de esposa y de madre». Con la conciencia de que «cuando olvidamos esto, es una Iglesia masculina sin esta dimensión, y tristemente se convierte en una Iglesia de solterones, que viven en este aislamiento, incapaces de amor, incapaces de fecundidad».

Por tanto, afirmó el Pontífice, «sin la mujer la Iglesia no va adelante, porque ella es mujer, y esta actitud de mujer le viene de María, porque Jesús lo ha querido así».

Francisco, al respecto, también quiso indicar «el gesto, diría la actitud, que diferencia mayormente a la Iglesia como mujer, la virtud que la diferencia más como mujer». Y sugirió reconocerlo en el «gesto de María en el nacimiento de Jesús: “Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo puso en un pesebre”».

Una imagen en la que se encuentra «precisamente la ternura de toda madre con su hijo: curarlo con ternura, para que no se hiera, para que esté bien cubierto». Y «la ternura» por eso es también «la actitud de la Iglesia que se siente mujer y se siente madre».

«San Pablo —lo escuchamos ayer, también en el breviario lo hemos rezado— nos recuerda las virtudes del Espíritu y nos habla de la mansedumbre, la humildad, de estas virtudes llamadas “pasivas”», afirmó el Papa, haciendo notar que sin embargo «son las virtudes fuertes, las virtudes de las madres».

He ahí que, añadió, «una Iglesia que es madre va por el camino de la ternura; conoce el lenguaje de tanta sabiduría de las caricias, del silencio, de la mirada que sabe de compasión, que sabe de silencio». Y «también un alma, una persona que vive esta pertenencia a la Iglesia, sabiendo que también es madre debe ir por el mismo camino: una persona mansa, tierna, sonriente, llena de amor».

«María, madre; la Iglesia, madre; nuestra alma, madre», repitió Francisco, invitando a pensar «en esta riqueza grande de la Iglesia y nuestra; y dejemos que el Espíritu Santo nos fecunde, a nosotros y a la Iglesia, para convertirnos también nosotros en madres de los otros, con actitud de ternura, de mansedumbre, de humildad. Seguros de que este es el camino de María».

Y, en conclusión, el Papa hizo notar también que «curioso es el lenguaje de María en los Evangelios: cuando habla al Hijo, es para decirle cosas que los demás necesitan; y cuando habla a los demás, es para decirles: “haced todo lo que Él os diga”».

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2018/documents/papa-francesco-cotidie_20180521_iglesia-mujer-madre.html


El maná de cada día, 29.5.23

May 29, 2023

Bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia

Maria Madre de la Iglesia
María, Madre de la Iglesia

Antífona de entrada: Hch 1, 14

Los discípulos perseveraban unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.

Oración colecta

Oh, Dios, Padre de misericordia, cuyo Unigénito, clavado en la cruz, proclamó a santa María Virgen, su Madre, como Madre también nuestra, concédenos, por su cooperación amorosa, que tu Iglesia, cada día más fecunda, se llene de gozo por la santidad de sus hijos y atraiga a su seno a todas las familias de los pueblos. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Génesis 3, 9-15. 20

Después de comer Adán del árbol, el Señor Dios lo llamó y le dijo: «Dónde estás?».

Él contestó: «Oí tu ruido en el jardín, me dio miedo, porque estaba desnudo, y me escondí».

El Señor Dios le replicó: «¿Quién te informó de que estabas desnudo?, ¿es que has comido del árbol del que te prohibí comer?».

Adán respondió: «La mujer que me diste como compañera me ofreció del fruto y comí».

El Señor Dios dijo a la mujer: «¿Qué has hecho?».

La mujer respondió: «La serpiente me sedujo y comí».

El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, maldita tú entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón».

Adán llamó a su mujer Eva, por ser la madre de todos los que viven.

SALMO 86, 1-2. 3 y 5. 6-7

¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

Él la ha cimentado sobre el monte santo; y el Señor prefiere las puertas de Sion a todas las moradas de Jacob.

¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios! Se dirá de Sion: «Uno por uno, todos han nacido en ella; el Altísimo en persona la ha fundado».

El Señor escribirá en el registro de los pueblos: «Este ha nacido allí». Y cantarán mientras danzan: «Todas mis fuentes están en ti».

ALELUYA

¡Oh, feliz Virgen que engendraste al Señor! ¡Oh, Bienaventurada Madre de la Iglesia, que infundes en nosotros el Espíritu de tu Hijo Jesucristo!

EVANGELIO: Juan 19, 25-34

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.

Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo».

Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre».

Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: «Tengo sed».

Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo: «Está cumplido».

E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.

Antífona de la comunión: Jn 2, 1. 11

Había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; entonces Jesús comenzó sus signos y manifestó su gloria, y creyeron los discípulos en él.

LA IGLESIA ES MUJER Y MADRE

Papa Francisco en la capilla de la Casa Santa Marta
Lunes, 21 de mayo de 2018

En Santa Marta, el 21 de mayo, el Papa Francisco celebró por primera vez la misa en la memoria de la bienaventurada Virgen María, Madre de la Iglesia: desde este año, de hecho, la solemnidad en el calendario romano general se celebra el lunes después de Pentecostés, como fue dispuesto por el Pontífice con el decreto Ecclesia mater de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos (11 febrero 2018), precisamente para «favorecer el crecimiento del sentido materno de la Iglesia en los pastores, en los religiosos y en los fieles, como también de la genuina piedad mariana».

«En los Evangelios cada vez que se habla de María se habla de la “madre de Jesús”», hizo notar Francisco en la homilía, refiriéndose al pasaje evangélico de Juan (19, 25-34).

Y «aunque en la Anunciación no se dice la palabra “madre”, el contexto es de maternidad: la madre de Jesús», afirmó el Papa, subrayando que «esta actitud de madre acompaña su obra durante toda la vida de Jesús: es madre». Tanto que, prosiguió, «al final Jesús la da como madre a los suyos, en la persona de Juan: “Yo me voy, pero esta es vuestra madre”». He ahí, por tanto, «la maternidad de María».

«Las palabras de la Virgen son palabras de madre», explicó el Papa. Y lo son «todas: después de aquellas, al principio, de disponibilidad a la voluntad de Dios y de alabanza a Dios en el Magníficat, todas las palabras de la Virgen son palabras de madre». E incluso «antes, en Nazaret, lo hace crecer, lo cría, lo educa, pero después lo sigue: “Tu madre está ahí”».

María «es madre desde el principio, desde el momento en el que aparece en los Evangelios, desde el momento de la Anunciación hasta el final, ella es madre». De ella «no se dice “la señora” o “la viuda de José”» —y en realidad «podían decirlo»— sino que siempre María «es madre».

«Los padres de la Iglesia han entendido bien esto —afirmó el Pontífice— y han entendido también que la maternidad de María no termina en ella; va más allá». También los padres «dicen que María es madre, la Iglesia es madre y tu alma es madre: hay femenino en la Iglesia, que es maternal».

Por eso, explicó Francisco, «la Iglesia es femenina porque es “iglesia”, “esposa”: es femenina y es madre, da a luz». Es, por tanto «esposa y madre», pero «los padres van más allá y dicen: “También tu alma es esposa de Cristo y madre”».

«En esta actitud que viene de María que es madre de la Iglesia —hizo presente el Papa— podemos entender esta dimensión femenina de la Iglesia: cuando no está, la Iglesia pierde la verdadera identidad y se convierte en una asociación de beneficencia o en un equipo de fútbol o cualquier otra cosa, pero no la Iglesia».

«La Iglesia es “mujer” —reiteró Francisco— y cuando nosotros pensamos en el rol de la mujer en la Iglesia debemos remontarnos hasta esta fuente: María, madre». Y «la Iglesia es “mujer” porque es madre, porque es capaz de “dar a luz hijos”: su alma es femenina porque es madre, es capaz de dar a luz actitudes de fecundidad».

«La maternidad de María es algo grande», insistió el Pontífice. Dios, de hecho, «ha querido nacer de una mujer para enseñarnos este camino». Es más, «Dios se ha enamorado de su pueblo como un esposo con la esposa: esto se dice en el Antiguo Testamento. Y es «un misterio grande».

Como consecuencia, prosiguió Francisco, «nosotros podemos pensar» que «si la Iglesia es madre, las mujeres deberán tener funciones en la Iglesia: sí, es verdad, deberán tener funciones, muchas funciones que hacen, gracias a Dios son más las funciones que las mujeres tienen en la Iglesia».

Pero «esto no es lo más significativo», advirtió el Papa, porque «lo importante es que la Iglesia sea mujer, que tenga esta actitud de esposa y de madre». Con la conciencia de que «cuando olvidamos esto, es una Iglesia masculina sin esta dimensión, y tristemente se convierte en una Iglesia de solterones, que viven en este aislamiento, incapaces de amor, incapaces de fecundidad».

Por tanto, afirmó el Pontífice, «sin la mujer la Iglesia no va adelante, porque ella es mujer, y esta actitud de mujer le viene de María, porque Jesús lo ha querido así».

Francisco, al respecto, también quiso indicar «el gesto, diría la actitud, que diferencia mayormente a la Iglesia como mujer, la virtud que la diferencia más como mujer». Y sugirió reconocerlo en el «gesto de María en el nacimiento de Jesús: “Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo puso en un pesebre”».

Una imagen en la que se encuentra «precisamente la ternura de toda madre con su hijo: curarlo con ternura, para que no se hiera, para que esté bien cubierto». Y «la ternura» por eso es también «la actitud de la Iglesia que se siente mujer y se siente madre».

«San Pablo —lo escuchamos ayer, también en el breviario lo hemos rezado— nos recuerda las virtudes del Espíritu y nos habla de la mansedumbre, la humildad, de estas virtudes llamadas “pasivas”», afirmó el Papa, haciendo notar que sin embargo «son las virtudes fuertes, las virtudes de las madres».

He ahí que, añadió, «una Iglesia que es madre va por el camino de la ternura; conoce el lenguaje de tanta sabiduría de las caricias, del silencio, de la mirada que sabe de compasión, que sabe de silencio». Y «también un alma, una persona que vive esta pertenencia a la Iglesia, sabiendo que también es madre debe ir por el mismo camino: una persona mansa, tierna, sonriente, llena de amor».

«María, madre; la Iglesia, madre; nuestra alma, madre», repitió Francisco, invitando a pensar «en esta riqueza grande de la Iglesia y nuestra; y dejemos que el Espíritu Santo nos fecunde, a nosotros y a la Iglesia, para convertirnos también nosotros en madres de los otros, con actitud de ternura, de mansedumbre, de humildad. Seguros de que este es el camino de María».

Y, en conclusión, el Papa hizo notar también que «curioso es el lenguaje de María en los Evangelios: cuando habla al Hijo, es para decirle cosas que los demás necesitan; y cuando habla a los demás, es para decirles: “haced todo lo que Él os diga”».

http://w2.vatican.va/content/francesco/es/cotidie/2018/documents/papa-francesco-cotidie_20180521_iglesia-mujer-madre.html


Homilía del Papa Francisco en la fiesta de Pentecostés 2023

May 28, 2023

.

Ven, Don de dones, armonía de la Iglesia, únenos a ti. Ven, Espíritu del perdón, armonía del corazón, transfórmanos como tú sabes, por intercesión de María.

.

SANTA MISA DE LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉSHomilía del Papa Francisco

Basílica de San Pedro
Domingo, 28 de mayo de 2023

.

La Palabra de Dios hoy nos muestra al Espíritu Santo en acción. Lo vemos actuar en tres momentos: en el mundo que ha creadoen la Iglesia y en nuestros corazones.

1. Primeroen el mundo que ha creado, en la creación. Desde el principio, el Espíritu Santo está en acción: «Si envías tu aliento, son creados», hemos rezado con el Salmo (104,30). Él, en efecto, es creator Spiritus (cf. S. Agustín, In Ps. 32,2,2), Espíritu creador; así lo invoca la Iglesia desde hace siglos.

Pero, podemos preguntarnos, ¿qué hace el Espíritu en la creación del mundo? Si todo proviene del Padre, si todo fue creado por medio del Hijo, ¿cuál es el papel específico del Espíritu? Un gran Padre de la Iglesia, san Basilio, escribió: «Si se intenta sustraer al Espíritu de la creación, todas las cosas se mezclan y la vida surge sin ley, sin orden» (Spir., XVI,38).

Esta es la función del Espíritu: es Aquel que, al principio y en todo tiempo, hace pasar las realidades creadas del desorden al orden, de la dispersión a la cohesión, de la confusión a la armonía. Este modo de actuar lo veremos siempre en la vida de la Iglesia.

Él da al mundo, en una palabra, armonía; de ese modo «guía el curso de los tiempos y renueva la faz de la tierra» (Const. past. Gaudium et spes, 26; Sal 104,30). Renueva la tierra, pero —atención— no cambiando la realidad, sino armonizándola; este es su estilo porque Él en sí mismo es armonía: Ipse harmonia est (cf. S. Basilio, In Ps. 29,1), dice un Padre de la Iglesia.

Hoy en el mundo hay mucha discordia, mucha división. Estamos todos conectados y, sin embargo, nos encontramos desconectados entre nosotros, anestesiados por la indiferencia y oprimidos por la soledad. Muchas guerras, muchos conflictos; ¡parece increíble el mal que el hombre puede llegar a realizar!

Pero, en realidad, lo que alimenta nuestras hostilidades es el espíritu de la división, el diablo, cuyo nombre significa precisamente “el que divide”. Sí, el que precede y excede nuestro mal, nuestra desunión, es el espíritu maligno, el «seductor del mundo entero» (Ap 12,9). Él goza con los antagonismos, con las injusticias, con las calumnias; son su alegría.

Y, frente al mal de la discordia, nuestros esfuerzos por construir la armonía no son suficientes. He aquí entonces que el Señor, en el culmen de su Pascua, en el culmen de la salvación, derramó sobre el mundo creado su Espíritu bueno, el Espíritu Santo, que se opone al espíritu de división porque es armonía; Espíritu de unidad que trae la paz.

¡Pidámosle que venga cada día a nuestro mundo, a nuestra vida y esté delante de cualquier tipo de división!    

2. Además de estar presente en la creación, lo vemos actuando en la Iglesia, desde el día de Pentecostés. Pero notemos que el Espíritu no dio comienzo a la Iglesia impartiendo instrucciones y normas a la comunidad, sino descendiendo sobre cada uno de los apóstoles; cada uno recibió gracias particulares y carismas diferentes.

Toda esta pluralidad de dones distintos podría generar confusión, pero al Espíritu —como en la creación— le gusta crear armonía partiendo precisamente de la pluralidad. Su armonía no es un orden impuesto y homologado. No es así; en la Iglesia hay un orden «organizado de acuerdo a la diversidad de los dones del Espíritu» (S. Basilio, Spir., XVI,39).

En Pentecostés, en efecto, el Espíritu Santo descendió en numerosas lenguas de fuego; dio a cada uno la capacidad de hablar otras lenguas (cf. Hch 2,4) y de oír a los demás hablar en la propia lengua (cf. Hch 2,6.11).

Por tanto, no creó una lengua igual para todos, no eliminó las diferencias, las culturas, sino que armonizó todo sin homologar, sin uniformar. Y esto nos debe hacer pensar en este momento, en el que la tentación del “retroceso” busca homologar todo en disciplinas únicamente de apariencia, sin sustancia.

Detengámonos en este aspecto: el Espíritu no comienza por un proyecto estructurado —como hacemos nosotros, que a menudo nos perdemos después en nuestros programas—; no, Él empieza repartiendo dones gratuitos y sobreabundantes. El texto, en efecto, subraya que en Pentecostés «todos quedaron llenos del Espíritu Santo» (Hch 2,4). Todos llenos, así empieza la vida de la Iglesia; no por un plan preciso y articulado, sino por la experiencia del mismo amor de Dios.

De este modo, el Espíritu crea armonía, nos invita a dejar que su amor y sus dones, que están presentes en los demás, nos sorprendan. Como nos ha dicho san Pablo: «Hay diversidad de dones, pero todos proceden del mismo Espíritu […] Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo» (1 Co 12,4.13). 

Ver a cada hermano y hermana en la fe como parte del mismo cuerpo al que pertenezco; esta es la mirada armoniosa del Espíritu, este es el camino que nos indica.

Y el Sínodo que se está realizando es —y debe ser— un camino según el Espíritu; no un parlamento para reclamar derechos y necesidades de acuerdo a la agenda del mundo, no la ocasión para ir donde nos lleva el viento, sino la oportunidad para ser dóciles al soplo del Espíritu.

Porque, en el mar de la historia, la Iglesia navega sólo con Él, que es «el alma de la Iglesia» (S. Pablo VI, Discurso al Sacro Colegio por las felicitaciones onomásticas, 21 junio 1976), el corazón de la sinodalidad, el motor de la evangelización. Sin Él la Iglesia permanece inerte, la fe es una mera doctrina, la moral sólo un deber, la pastoral un simple trabajo.

A veces escuchamos a los así llamados pensadores, teólogos, que nos dan doctrinas frías, parecen matemáticas porque en el interior les falta el Espíritu.

Con Él, en cambio, la fe es vida, el amor del Señor nos conquista y la esperanza renace. Volvamos a poner al Espíritu Santo en el centro de la Iglesia, de lo contrario nuestro corazón no será inflamado de amor por Jesús, sino por nosotros mismos. Pongamos al Espíritu en el principio y en el centro de los trabajos sinodales.

Porque es “a Él, sobre todo, a quien necesita hoy la Iglesia. Digámosle cada día: ¡Ven!” (cf. Íd., Audiencia general, 29 noviembre 1972). Y caminemos juntos, porque al Espíritu, como en Pentecostés, le gusta descender mientras “están todos reunidos” (cf. Hch 2,1).

Sí, para mostrarse al mundo Él escogió el momento y el lugar en el que estaban todos juntos. Por lo tanto, el Pueblo de Dios, para ser colmado del Espíritu, debe caminar unido, hacer sínodo. Así se renueva la armonía en la Iglesia: caminando juntos con el Espíritu al centro. ¡Hermanos y hermanas, construyamos armonía en la Iglesia!

3. Por último, el Espíritu crea armonía en nuestros corazones. Lo vemos en el Evangelio, cuando Jesús, la tarde de Pascua, sopló sobre sus discípulos y dijo: «Reciban el Espíritu Santo» (Jn 20,22). Lo da con un fin específico: para perdonar los pecados, es decir, para reconciliar los ánimos, para armonizar los corazones lacerados por el mal, rotos por las heridas, disgregados por los sentimientos de culpa.

Sólo el Espíritu devuelve la armonía al corazón porque es Aquel que crea la «intimidad con Dios» (S. Basilio, Spir., XIX,49). Si queremos armonía busquémoslo a Él, no a los sucedáneos mundanos. Invoquemos al Espíritu Santo cada día, comencemos rezándole cada día, ¡seamos dóciles a Él!

Y hoy, en su fiesta, preguntémonos: ¿soy dócil a la armonía del Espíritu o sigo mis proyectos, mis ideas, sin dejarme modelar, sin dejarme transformar por Él? ¿Mi modo de vivir la fe es dócil al Espíritu? ¿O es necio, adherido de modo necio a la letra, a las así llamadas doctrinas que sólo son expresiones frías de la vida?  ¿Me apresuro a juzgar, señalo con el dedo y le cierro la puerta en la cara a los demás, considerándome víctima de todo y de todos?

O, por el contrario, ¿acojo su poder creador armonioso, acojo la “gracia del conjunto” que Él inspira, su perdón que da paz, y a mi vez perdono? El perdón significa hacer espacio para que venga el Espíritu. ¿Promuevo reconciliación y creo comunión, o estoy siempre buscando, husmeando dónde hay dificultades para criticar, para dividir, para destruir?

¿Perdono, promuevo reconciliación, creo comunión? Si el mundo está dividido, si la Iglesia se polariza, si el corazón se fragmenta, no perdamos tiempo criticando a los demás y enojándonos con nosotros mismos, sino invoquemos al Espíritu. Él es capaz de solucionar estas cosas.

Espíritu Santo, Espíritu de Jesús y del Padre, fuente inagotable de armonía, te encomendamos el mundo, te consagramos la Iglesia y nuestros corazones. Ven, Espíritu creador, armonía de la humanidad, renueva la faz de la tierra.

Ven, Don de dones, armonía de la Iglesia, únenos a ti. Ven, Espíritu del perdón, armonía del corazón, transfórmanos como tú sabes, por intercesión de María.

https://www.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2023/documents/20230528-omelia-pentecoste.html#:~:text=Esp%C3%ADritu%20Santo%2C%20Esp%C3%ADritu%20de%20Jes%C3%BAs,la%20Iglesia%2C%20%C3%BAnenos%20a%20Ti.


Pentecostés como la efusión definitiva del Espíritu sobre toda carne (3/3)

May 28, 2023

.

No se ausenten de Jerusalén, hasta que reciban el Espíritu Santo. Entonces serán mis testigos ante todos los pueblos

.

EJERCICIO PASCUAL DE ORACIÓN DE ALABANZA AL ESPÍRITU SANTO PORQUE,

UNA VEZ DERRAMADO EN NUESTROS CORAZONES,

CONSTITUYE EL NUEVO Y DEFINITIVO PUEBLO DE DIOS, EL NUEVO ISRAEL,

LA IGLESIA, CUERPO Y ESPOSA DE CRISTO

PARA GLORIA DEL PADRE.

.

Apreciado hermano, estimada hermana: Ha llegado el momento de coronar el ejercicio cuaresmal y pascual. Han sido noventa días de búsqueda del Señor.

Han sido también noventa días en los que el Señor ha salido a nuestro encuentro, un día tras otro, con fidelidad y renovada ilusión.

Concluyendo la pascua, nosotros le presentamos al Señor, con alegría y satisfacción, nuestros esfuerzos y disposición para revivir la acción del Espíritu en nosotros, en toda la Iglesia.

Mereció la pena realizarlos. Y aunque no se puede merecer el don divino, ahora el Señor nos premiará con una nueva efusión del Espíritu Santo: una renovada sensibilidad para captar y seguir las inspiraciones del Espíritu.

Recurrimos en este momento a la plegaria litúrgica de la Iglesia, al Prefacio de la Misa del día de Pentecostés:

En verdad es justo y necesario… darte gracias siempre y en todo lugar… Dios todopoderoso y eterno.

Pues, para llevar a plenitud el misterio pascual, enviaste hoy el Espíritu Santo sobre los que habías adoptado como hijos por su participación en Cristo.

Aquel mismo Espíritu que, desde el comienzo, fue el alma de la Iglesia naciente; el Espíritu que infundió el conocimiento de Dios a todos los pueblos; el Espíritu que congregó en la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas.

Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría y también los coros celestiales… cantan sin cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo…

Queridos hermanos, ayer y anteayer nos hemos centrado en el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo, quizás sin darnos cuenta de ello, guió nuestra aproximación al Misterio.

Hoy queremos tomar mayor conciencia del ser y de la acción del Espíritu en nuestras vidas, en esta celebración de Pentecostés en la que pedimos la efusión del Espíritu sobre cada uno de nosotros, y sobre la Iglesia.

Jesús, al ascender a los cielos, anunció a los discípulos el cumplimiento de la promesa del Espíritu realizada por el Padre en el Antiguo Testamento, sobre todo a través de los profetas: «Vendrán días en que enviaré el Espíritu y la tierra entera se llenará del conocimiento del Señor».

Dios había prometido una nueva ley escrita, no ya en tablas de piedra, sino en el corazón de los creyentes: «Les daré un corazón de carne; les arrancaré, de cuajo, el corazón de piedra; pondré en ellos un corazón nuevo; y entonces, ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios».

Jesús rogó al Padre que cumpliera la promesa enviando el otro Consolador. Éste no traería nada nuevo, sino que les recordaría a los discípulos todo lo revelado por Jesús y se lo haría comprender claramente y experimentarían con fruición lo bueno que es Dios.

El Espíritu vino sobre los discípulos tan pronto como Jesús fue glorificado: «Si no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu».

Pentecostés significa la irrupción del Espíritu que inaugura el nacimiento de la Iglesia, los últimos tiempos y la plenitud de la salvación. Dios ha cumplido su parte. Ahora nos toca a nosotros actuar: Vivir según el Espíritu, no según la carne; pues ya somos criaturas nuevas en Cristo por voluntad del Padre y la acción del Espíritu.

Pero ¿qué significa «la vida en el Espíritu y no en la carne»? Los Hechos de los Apóstoles nos narran el cambio que obró el Espíritu en los Apóstoles y discípulos de Jesús.

De hecho, los discípulos experimentaron una profunda transformación. Comprendieron las Escrituras y todo el misterio de Jesús.

Quedaron subyugados, entusiasmados, y como enajenados por el Espíritu del Resucitado y, de inmediato, salieron del Cenáculo a predicar por todo el mundo, con mucha convicción y entusiasmo, la salvación traída por Cristo y en él perfectamente realizada.

Nació la Iglesia, y con ella una nueva manera de ver la historia y de construir la sociedad como anticipo del Reino de Dios.

Pero, ojo, esta transformación es la herencia del Resucitado para todo el que crea, sin excepción. «Venid a mí, gritaba Jesús en el atrio del Templo el día de la Fiesta, todos los que tenéis sed, y tomad gratis el agua de la vida».

El don del Espíritu es para todos. Solamente hace falta reconocer que lo necesitamos. Sólo se necesita reconocer que por naturaleza somos limitados, atrevidos, pecadores. Y entonces, sentiremos la sed de Dios, y desearemos ser llenos del Espíritu de Dios: nacer de arriba, de lo alto.

Hermano, hermana: vamos a pedir, o mejor vamos a agradecer, el don del Espíritu al finalizar estas “Vivencias Pascuales”. Claro que ya tienes el Espíritu, desde que recibiste el bautismo.

Pero la cuestión es «cómo lo tienes, cómo está y actúa en ti»: Si está suelto, vivo y actuante en ti, o si lo tienes atado, ignorado y casi anulado por tu pecado o tu inconsciencia.

Vamos a orar con toda sencillez ante quien sabemos nos ama y nos tiene reservadas muchas sorpresas. «Si conocieras el don de Dios y lo que él te puede dar a gustar, tú le pedirías y él te daría…»

Di con todas tus ganas: Ven, Espíritu divino, ven, Padre amoroso del pobre; ven, dulce huésped del alma, y habita en mí, pon tu sede y tu trono en el centro de mi ser, en mi corazón… Te doy las gracias. Amén.

Así dice el Señor Dios: Yo derramaré mi Espíritu sobre todos
Así dice el Señor Dios: Yo derramaré mi Espíritu sobre todos

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

Espíritu divino, creo en ti como la tercera persona de la Santísima Trinidad. Te adoro y te invoco como el Santificador. Tú eres el abrazo del Padre y del Hijo, forjador y fuente de toda relación y comunión.

Te doy gracias porque tú estás derramado en mi corazón desde el bautismo. Aunque no tenga conciencia expresa de tu presencia, sé que tú guías todos mis buenos pensamientos y deseos. Tú me haces presente al Padre y al Hijo, y me inspiras el conocimiento y el amor a ellos.

Con toda reverencia me pongo en tu presencia, Espíritu Santo. Reconozco mi pobreza, y te invoco porque sé que eres “padre amoroso del pobre”. ¿Adónde iría, Señor, con mi pobreza?

Ven, dulce huésped del alma, pues sin ti me abrumaría la mayor y cruel soledad. Tú que eres generoso en tus dones, ten misericordia de mí y lléname de tus gracias.

Te pido perdón, Espíritu Consolador, porque frecuentemente me olvido de ti. Con mi pecado te tengo entristecido. Perdóname. Por el contrario, quiero ser dócil a tus inspiraciones. Ten paciencia conmigo y no me dejes por imposible.

Al finalizar este ejercicio cuaresmal y pascual, ven, Espíritu Santo, a mi vida entera y transfórmala sustancialmente. Quiero recibir como una renovación en toda mi persona, en toda mi existencia. Quiero ser una nueva criatura en Cristo.

No quiero defraudar al Padre que tanto me valora y tanto espera de mí. No puedo traicionarle a Jesús que me amó y se entregó por mí hasta morir en la cruz. Ayúdame, Espíritu de fortaleza, pues me siento desorientado y desvalido.

En fin, tú sabes mejor que nadie lo que me conviene. Ven, padre amoroso del pobre. Visita mi corazón. Mira mi pobreza y hasta mi propia miseria.

Ven a calentar lo que está frío; a iluminar lo oscuro; a enderezar lo torcido; a curar las heridas; a suavizar lo duro; a endulzar la amargura; a calmar la agresividad y la violencia que habitan dentro de mí.

Ven, Espíritu Santificador, con todas tus gracias: los dones y los frutos; para que me parezca más a Jesús, y pueda glorificar al Padre, como él se merece.

Mira que estoy como la tierra reseca que espera la lluvia; espero el agua que limpia, refresca y fecunda. Quiero ser como la arcilla en manos del alfarero para que tú la modeles según los designios del Padre y la imagen del Hijo.

Incluso, quiero ser una vasija nueva: si es preciso, rompe y quiebra mi vida ya hecha, y mis planes, y hazme de nuevo. En fin, quiero ser como el leño que se deja invadir y penetrar por el fuego hasta transformarse en luz y calor y fuego. Ven, Espíritu Sanador, tú que haces nuevas todas las cosas. Tú eres mi única esperanza.

Ven, Espíritu del amor, y enséñame a imitar la generosidad del Padre celestial. Ven, Espíritu Santo, y enséñame a ser hijo en el Hijo de Dios, Jesucristo: que sea verdadero discípulo buscando siempre la gloria del Padre. Dame el celo y la pasión por el Reino que embargaban a Jesús, infúndeme sus mismos sentimientos, los que manifestaba en sus palabras poderosas y obras maravillosas.

Quiero ser otro Cristo en el mundo. Quiero tener su mismo Espíritu para dejarme conducir por él con obsequiosa docilidad y poder en el Amor del Señor.

Te doy gracias, Espíritu divino, por esta oración que me has inspirado y has presentado al Padre y al Hijo, por mí.

Agradezco lo que has hecho en mí, lo que haces, y lo que harás en el futuro para gloria del Padre y contento del Hijo. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.


Maná y Vivencias Pascuales (50B), 28.5.23

May 27, 2023

Domingo de Pentecostés

MISA DEL DÍA

Cuando llegó el día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en oración, vino un viento recio... y quedaron llenos del Espíritu Santo
Cuando llegó el día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en oración, vino un viento recio… y quedaron llenos del Espíritu Santo

ANTÍFONA DE ENTRADA: Sab 1, 7

El Espíritu del Señor ha llenado toda la tierra; él da unidad a todas las cosas y se hace comprender en todas las lenguas. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Oh Dios, que por el misterio de Pentecostés santificas a tu Iglesia, extendida por todas las naciones; derrama los dones de tu Espíritu sobre todos los confines de la tierra y no dejes de realizar hoy, en el corazón de tus fieles, aquellas mismas maravillas que obraste en los comienzos de la predicación evangélica. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Hechos de los Apóstoles: 2, 1-11

El día de Pentecostés, todos los discípulos estaban reunidos en un mismo lugar. De repente se oyó un gran ruido que venía del cielo, como cuando sopla un viento fuerte, que resonó por toda la casa donde se encontraban.

Entonces aparecieron lenguas de fuego, que se distribuyeron y se posaron sobre ellos; se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en otros idiomas, según el Espíritu los inducía a expresarse.

En esos días había en Jerusalén judíos devotos, venidos de todas partes del mundo. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma.

Atónitos y llenos de admiración, preguntaban: «¿No son galileos todos estos que están hablando? ¿Cómo, pues, los oímos hablar en nuestra lengua nativa?

Entre nosotros hay medos, partos y elamitas; otros vivimos en Mesopotamia, Judea Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene. Algunos somos visitantes, venidos de Roma, judíos y prosélitos; también hay cretenses y árabes.

Y sin embargo, cada quien los oye hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua».

SALMO 103

Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor, ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas.

Les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras. Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor.

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios: 12, 3-7.12-13

Hermanos: Nadie puede llamar a Jesús «Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo.

Hay diferentes dones, pero el Espíritu es el mismo. Hay diferentes servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diferentes actividades, pero Dios, que hace todo en todos, es el mismo.

En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Porque así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo.

Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu.

SECUENCIA

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.

Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos. Por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.

ACLAMACIÓN: Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos la llama de tu amor. Aleluya.

EVANGELIO: Juan: 20, 19-23

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes».

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo». Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar».

PREFACIO DEL DOMINGO DE PENTECOSTÉS

En verdad es justo y necesario… darte gracias siempre y en todo lugar… Dios todopoderoso y eterno.

Pues, para llevar a plenitud el misterio pascual, enviaste hoy el Espíritu Santo sobre los que habías adoptado como hijos por su participación en Cristo.

Aquel mismo Espíritu que, desde el comienzo, fue el alma de la Iglesia naciente; el Espíritu que infundió el conocimiento de Dios a todos los pueblos; el Espíritu que congregó en la confesión de una misma fe a los que el pecado había dividido en diversidad de lenguas.

Por eso, con esta efusión de gozo pascual, el mundo entero se desborda de alegría y también los coros celestiales… cantan sin cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo…

Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.
Envía tu espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

EJERCICIO PASCUAL (3): VEN, ESPÍRITU SANTO

Apreciado hermano, estimada hermana: Ha llegado el momento de coronar el ejercicio cuaresmal y pascual. Han sido noventa días de búsqueda del Señor.

Han sido también noventa días en los que el Señor ha salido a nuestro encuentro, un día tras otro, con fidelidad y renovada ilusión.

Concluyendo la pascua, nosotros le presentamos al Señor, con alegría y satisfacción, nuestros esfuerzos.

Mereció la pena realizarlos. Y aunque no se puede merecer el don divino, ahora el Señor nos premiará con una nueva efusión del Espíritu Santo: una renovada sensibilidad para captar y seguir las inspiraciones del Espíritu.

Ayer y anteayer nos hemos centrado en el Padre y el Hijo. El Espíritu Santo, quizás sin darnos cuenta de ello, guió nuestra aproximación al Misterio.

Hoy queremos tomar mayor conciencia del ser y de la acción del Espíritu en nuestras vidas.

Jesús, al ascender a los cielos, anunció a los discípulos el cumplimiento de la promesa del Espíritu realizada por el Padre en el Antiguo Testamento, sobre todo a través de los profetas: «Vendrán días en que enviaré el Espíritu y la tierra entera se llenará del conocimiento del Señor».

Dios había prometido una nueva ley escrita, no ya en tablas de piedra, sino en el corazón de los creyentes: «Les daré un corazón de carne; les arrancaré, de cuajo, el corazón de piedra; pondré en ellos un corazón nuevo; y entonces, ellos serán mi pueblo y yo seré su Dios».

Jesús rogó al Padre que cumpliera la promesa enviando el otro Consolador. Éste no traería nada nuevo, sino que les recordaría a los discípulos todo lo revelado por Jesús y se lo haría comprender claramente y experimentarían con fruición lo bueno que es Dios.

El Espíritu vino sobre los discípulos tan pronto como Jesús fue glorificado: «Si no me voy, no vendrá el Espíritu».

Pentecostés significa la irrupción del Espíritu que inaugura el nacimiento de la Iglesia, los últimos tiempos y la plenitud de la salvación. Dios ha cumplido su parte. Ahora nos toca a nosotros actuar: Vivir según el Espíritu, no según la carne.

¿Qué significa «la vida en el Espíritu»? Los Hechos de los Apóstoles nos narran el cambio que obró el Espíritu en los Apóstoles y discípulos de Jesús.

De hecho, los discípulos experimentaron una profunda transformación. Comprendieron las Escrituras y todo el misterio de Jesús.

Quedaron subyugados, entusiasmados, y como enajenados por el Espíritu del Resucitado y, de inmediato, salieron del Cenáculo a predicar por todo el mundo, con mucha convicción y entusiasmo, la salvación traída por Cristo y en él perfectamente realizada.

Nació la Iglesia, y con ella una nueva manera de ver la historia y de construir la sociedad como anticipo del Reino de Dios.

Pero, ojo, esta transformación es la herencia del Resucitado para todo el que crea, sin excepción. «Venid a mí, gritaba Jesús en el atrio del Templo el día de la Fiesta, todos los que tenéis sed, y tomad gratis el agua de la vida».

El don del Espíritu es para todos. Solamente hace falta reconocer que lo necesitamos. Sólo se necesita reconocer que por naturaleza somos limitados, atrevidos, pecadores. Y entonces, sentiremos la sed de Dios, y desearemos ser llenos del Espíritu de Dios: nacer de arriba, de lo alto.

Hermano, hermana: vamos a pedir, o mejor agradecer, el don del Espíritu al finalizar estas “Vivencias Pascuales”. Claro que ya tienes el Espíritu, desde que recibiste el bautismo.

Pero la cuestión es cómo lo tienes: Si está suelto, vivo y actuante en ti, o si lo tienes atado, ignorado y casi anulado por tu pecado o tu inconsciencia.

Vamos a orar con toda sencillez ante quien sabemos nos ama y nos tiene reservadas muchas sorpresas. «Si conocieras el don de Dios y lo que él te puede dar a gustar, tú le pedirías y él te daría…»

Di con todas tus ganas: Ven, Espíritu divino, ven, Padre amoroso del pobre; ven, dulce huésped del alma, y habita en mí, pon tu sede y tu trono en el centro de mi ser, en mi corazón. Te doy las gracias. Amén.

Así dice el Señor Dios: Yo derramaré mi Espíritu sobre todos
Así dice el Señor Dios: Yo derramaré mi Espíritu sobre todos

ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

Espíritu divino, creo en ti como la tercera persona de la Santísima Trinidad. Te adoro y te invoco como el Santificador. Tú eres el abrazo del Padre y del Hijo, forjador y fuente de toda relación y comunión.

Te doy gracias porque tú estás derramado en mi corazón desde el bautismo. Aunque no tenga conciencia expresa de tu presencia, sé que tú guías todos mis buenos pensamientos y deseos. Tú me haces presente al Padre y al Hijo, y me inspiras el conocimiento y el amor a ellos.

Con toda reverencia me pongo en tu presencia, Espíritu Santo. Reconozco mi pobreza, y te invoco porque sé que eres “padre amoroso del pobre”. ¿Adónde iría, Señor, con mi pobreza?

Ven, dulce huésped del alma, pues sin ti me abrumaría la mayor y cruel soledad. Tú que eres generoso en tus dones, ten misericordia de mí y lléname de tus gracias.

Te pido perdón, Espíritu Consolador, porque frecuentemente me olvido de ti. Con mi pecado te tengo entristecido. Perdóname. Por el contrario, quiero ser dócil a tus inspiraciones. Ten paciencia conmigo y no me dejes por imposible.

Al finalizar este ejercicio cuaresmal y pascual, ven, Espíritu Santo, a mi vida entera y transfórmala sustancialmente. Quiero recibir como una renovación en toda mi persona, en toda mi existencia. Quiero ser una nueva criatura en Cristo.

No quiero defraudar al Padre que tanto me valora y tanto espera de mí. No puedo traicionarle a Jesús que me amó y se entregó por mí hasta morir en la cruz. Ayúdame, Espíritu de fortaleza, pues me siento desorientado y desvalido.

En fin, tú sabes mejor que nadie lo que me conviene. Ven, padre amoroso del pobre. Visita mi corazón. Mira mi pobreza y hasta mi propia miseria.

Ven a calentar lo que está frío; a iluminar lo oscuro; a enderezar lo torcido; a curar las heridas; a suavizar lo duro; a endulzar la amargura; a calmar la agresividad y la violencia que habitan dentro de mí.

Ven, Espíritu Santificador, con todas tus gracias: los dones y los frutos; para que me parezca más a Jesús, y pueda glorificar al Padre, como él se merece.

Mira que estoy como la tierra reseca que espera la lluvia; espero el agua que limpia, refresca y fecunda. Quiero ser como la arcilla en manos del alfarero para que tú la modeles según los designios del Padre y la imagen del Hijo.

Incluso, quiero ser una vasija nueva: si es preciso, rompe y quiebra mi vida ya hecha, y mis planes, y hazme de nuevo. En fin, quiero ser como el leño que se deja invadir y penetrar por el fuego hasta transformarse en luz y calor y fuego. Ven, Espíritu Sanador, tú que haces nuevas todas las cosas. Tú eres mi única esperanza.

Ven, Espíritu del amor, y enséñame a imitar la generosidad del Padre celestial. Ven, Espíritu Santo, y enséñame a ser hijo en el Hijo de Dios, Jesucristo: que sea verdadero discípulo buscando siempre la gloria del Padre. Dame el celo y la pasión por el Reino que embargaban a Jesús, infúndeme sus mismos sentimientos, los que manifestaba en sus palabras poderosas y obras maravillosas.

Quiero ser otro Cristo en el mundo. Quiero tener su mismo Espíritu para dejarme conducir por él con obsequiosa docilidad y poder en el Amor del Señor.

Te doy gracias, Espíritu divino, por esta oración que me has inspirado y has presentado al Padre y al Hijo, por mí.

Agradezco lo que has hecho en mí, lo que haces, y lo que harás en el futuro para gloria del Padre y contento del Hijo. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.


Maná y Vivencias Pascuales (50A), 27.5.23

May 27, 2023

Domingo de Pentecostés

MISA VESPERTINA DE LA VIGILIA

Así dice el Señor Dios: Yo derramaré mi Espíritu sobre todos
Así dice el Señor Dios: Derramaré mi Espíritu sobre ellos, del  mayor al menor, y todos me conocerán

Textos bíblico-litúrgicos.-Entrada: Rom 5, 5; 10.11; 1era lectura: Joel 3, 1-5; Salmo 103; 2da. Lectura: Rom 8, 22-27; Evangelio: Jn 7, 37-39; Comunión: Jn 7, 37.

ANTÍFONA DE ENTRADA, Rom 5, 5; 10.11.- El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Dios todopoderoso y eterno, que has querido que celebráramos el misterio pascual durante cincuenta días, renueva entre nosotros el prodigio de Pentecostés, para que los pueblos divididos por el odio y el pecado se congreguen por medio de tu Espíritu y, reunidos, confiesen tu nombre en la diversidad de sus lenguas. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Joel 3, 1-5

Así dice el Señor Dios: Derramaré mi espíritu sobre toda carne: profetizarán vuestros hijos e hijas, vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. También sobre mis siervos y siervas derramaré mi espíritu en aquellos días.

Haré prodigios en el cielo y en la tierra: sangre, fuego, columnas de humo. El sol se entenebrecerá, la luna se pondrá color sangre, antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Cuantos invoquen el nombre del Señor se salvarán.

Porque en el monte Sión y en Jerusalén quedará un resto; como lo ha prometido el Señor a los supervivientes que llamó.

En vez de la lectura anterior se puede elegir cualquiera de las siguientes: Génesis, 11, 1-9; Éxodo, 19, 3-8.16-20; Ezequiel 37, 1-14.

SALMO 103

Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor. ¡Dios mío, qué grande eres! Cuántas son tus obras, Señor; la tierra está llena de tus criaturas.

Les retiras el aliento y expiran, y vuelven a ser polvo; envías tu aliento y los creas, y repueblas la faz de la tierra.

Gloria a Dios para siempre, goce el Señor con sus obras. Que le sea agradable mi poema, y yo me alegraré con el Señor.

SEGUNDA LECTURA: Rom 8, 22-27.- El espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables

Hermanos: Sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto; y no sólo ella, sino también nosotros, los que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente, anhelando que se realice plenamente nuestra condición de hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.

Porque ya es nuestra la salvación, pero su plenitud es todavía objeto de esperanza. Esperar lo que ya se posee no es tener esperanza, porque, ¿cómo se puede esperar lo que ya se posee? En cambio, si esperamos algo que todavía no poseemos, tenemos que esperarlo con paciencia.

El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras.

Y Dios, que conoce profundamente los corazones, sabe lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega conforme a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen.

ACLAMACIÓN.- Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor. Aleluya.

EVANGELIO: Juan 7, 37-39

El último día, el más solemne de las fiestas, Jesús en pie gritaba: El que tenga sed, que venga a mí; el que cree en mí, que beba. Como dice la Escritura: de sus entrañas manarán torrentes de agua viva.

Decía esto refiriéndose al Espíritu, que habían de recibir los que creyeran en él. Todavía no se había dado el Espíritu, porque Jesús no había sido glorificado.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Derrama, Señor, la bendición de tu Espíritu, sobre estos dones que te presentamos, para que tu Iglesia quede inundada de tu amor, y sea ante todo el mundo signo visible de la salvación. Por Jesucristo.

COMUNIÓN: Jn 7, 37.- El último día de las fiestas, Jesús en pie gritaba: el que tenga sed, que venga a mí. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

La comunión que acabamos de recibir, Señor, nos comunique el mismo ardor del Espíritu Santo que tan maravillosamente inflamó a los apóstoles de tu Hijo. Que vive y reina.

ORACIÓN AL ESPIRITU SANTO

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas: fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro, mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por la bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.


Pentecostés por medio del Hijo (2/3)

May 27, 2023

.

Jesús, lleno del Espíritu de Dios, pasó por el mundo haciendo el bien.


EJERCICIO PASCUAL DE ORACIÓN AL HIJO PIDIÉNDOLE LA EFUSIÓN DEL ESPÍRITU

Ayer contemplamos que Dios Padre ha tomado la iniciativa para crearnos y después para redimirnos. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo. Hoy vamos a recibir al Hijo, y a través de él avanzaremos hacia el Espíritu que es vida y es amor.

El amor consiste, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero. Por tanto, nosotros recibimos el amor de Dios, tomamos conciencia de ser amados por Dios. Entonces, nosotros, más que amar a Dios, primero tenemos que «dejarnos amar» por Dios.

Pues bien, Dios Padre ha enviado a su Hijo al mundo, no para condenarlo, sino para salvarlo. Todo el que cree en Jesús como enviado del Padre tiene vida eterna.

Por tanto, debemos acoger a Jesús y creer todo cuanto nos diga y nos mande porque sólo él ha bajado del cielo, y sólo a él Dios Padre lo ha acreditado con palabras verdaderas y signos maravillosos.

Jesús, lleno del Espíritu de Dios, pasó por el mundo haciendo el bien. Y sufriendo aprendió a obedecer hasta la muerte y muerte de cruz. Dios Padre lo perfeccionó a base a sufrimientos.

Pero, después de muerto, no lo dejó en el sepulcro sino que lo glorificó. Es decir, le dio un nombre sobre todo nombre y lo constituyó Señor y Salvador. No hay salvación fuera de él.

Por tanto, en este día, estimados hermanos, debemos hacer un acto de fe en Jesús confesándolo como nuestro Señor y Salvador, sometiéndole a él todo nuestro ser, nuestra persona.

Sólo así podemos agradar al Padre y podremos recibir el Espíritu Santificador: Solo a través de Jesús llegaremos al Padre, es el camino. Nadie llega al Padre sino por medio del Hijo.

Creer en Jesús significa adherirse vitalmente a él, con toda sinceridad y decisión: Entregándole todo lo que somos y queremos, y a la vez renunciando a todo cuanto no sea conforme a los designios del Padre.

Esta fe ha de comprometer toda nuestra existencia y todas las dimensiones y facultades de nuestra personalidad.

.

ORACIÓN A JESÚS EL SEÑOR (Para interiorizar, contemplar, ser revestidos del amor de Dios Padre a través del Hijo con el poder y la vitalidad del Espíritu Santo)

Señor Jesús, creo que tú has venido de parte de Dios para revelarnos los designios de su amor.

Te doy gracias por tu disponibilidad, pues tú te ofreciste al Padre diciéndole: Aquí estoy, Señor y Padre, para hacer tu voluntad. Me has dado un cuerpo; mándame a mí. Yo iré y les mostraré a todos tu gloria.

Gracias, Señor Jesús, por esa solidaridad, esa generosidad y fidelidad. Te admiro, te doy gracias y te acojo en lo más profundo de mi corazón como testigo y prueba, comprobación del amor del Padre.

Tú te has rebajado tanto que te has hecho hermano nuestro, en todo igual a nosotros, menos en el pecado.

Creo en ti, Señor, te amo, y quiero acoger tu palabra: ¿A dónde iría lejos de ti que lo sabes todo? Sólo tú tienes palabras de vida eterna.

Tú eres mi sabiduría y mi todo. Tú pasaste por el mundo haciendo el bien. Y ahora yo creo que tú estás vivo, y que eres capaz de transformar mi vida totalmente.

Sé que te has hecho en todo semejante a nosotros, has asumido nuestra carne: Tú sabes que somos de barro, y nos puedes comprender porque tú asumiste nuestra condición humana.

Por eso, me inspiras toda la confianza para entregarme a ti y dejarme llevar adonde tú dispongas por la fuerza y la inspiración del Santo Espíritu. Tú eres mi maestro. No quiero saber nada fuera de ti.

Por eso, te consagro mi entendimiento y toda mi persona. Quiero que tú gobiernes mi vida por tu santo Espíritu.

Toma posesión de toda mi persona, de todo mi ser: para que yo tenga tus mismos sentimientos, tus intereses, tus mismos deseos y acciones. Que ya no viva yo, sino que tú vivas en mí.

Renuncio a dirigir mi vida al margen de ti o contra la voluntad del Padre. Renuncio al pecado y a todas las acciones, promesas y mentiras del espíritu malo.

Renuncio a mi personalidad pecadora, al hombre viejo. Quiero ser una criatura nueva, un vaso nuevo. Todo lo anterior pasó… y renuncio a ello.

En ti, Señor Jesús, seré una persona completamente nueva, definitivamente diferente. Estoy seguro que eso tú lo puedes hacer porque el Padre te ha dado todo poder y te ha constituido cono único Señor y Salvador.

Ayer, Señor Jesús, tu Espíritu me capacitaba para imitar al Padre Dios que hace brillar el sol sobre justos e injustos. Aprendí a perdonar y a olvidar las ofensas hasta renunciar a todo resentimiento, ojeriza y venganza.

Hoy, Señor Jesús, tu Espíritu me sugiere que colabore contigo en la salvación del mundo. Sí, quiero continuar tu obra para llevar muchos hermanos a la gloria, para que la casa del Padre se llene de invitados. Para que tus desposorios, Cristo Jesús, con la humanidad alcancen a todos los hombres.

Finalmente, sé que has tomado en serio esta declaración de fe y de amor hacia ti, Señor Jesús, amigo fiel que nunca fallas. Querría sentir más intensamente esta consagración, y manifestártela con mayor convicción. Pero tú comprendes mi debilidad y sabes valorar mis esfuerzos y mi deseo.

Por eso, te confieso y te proclamo como mi Salvador, mi único Señor, Dueño de mi vida y de todas mis cosas. No quiere ya ser esclavo de nada ni de nadie sino sólo de ti; y por ti y en ti, esclavo de todos.

Lléname de tu Espíritu para realizar las obras que el Padre espera. Amén.