LA RECOLECCIÓN AGUSTINIANA:
ORIGEN, HISTORIA Y MENSAJE
Por Ángel Martínez Cuesta, agustino recoleto
1. Orígenes
La Recolección Agustiniana hunde sus raíces en la reforma tridentina y en la aspiración a una vida más perfecta. Confluyen en ella dos fuentes principales. La primera es la herencia de la orden de san Agustín, con sus leyes, su liturgia, sus santos, su organización y sus tradiciones. La segunda es el movimiento recoleto, con sus exigencias ascéticas y espirituales.
La primera aporta el cauce, las estructuras materiales y la relación básica con san Agustín y un sin número de referencias religiosas y culturales. La segunda enriquece ese cauce con un deseo de radicalidad, que empuja por el camino de la ascesis, de la igualdad, del recogimiento y del espíritu de oración. El concilio de Trento preparó un clima favorable a la germinación de estos ideales.
a. La raíz agustiniana
Al estallar la Reforma protestante la orden agustiniana, al igual que otras órdenes, seguía inmersa en la decadencia. A lo largo del siglo XVI hizo un gran esfuerzo reformador, en el que colaboraron generales de la talla de Seripando, santos como Tomás de Villanueva o Alonso de Orozco y ascetas como Luis de Montoya y Tomé de Jesús.
Esos esfuerzos prepararon el camino a la reforma de Trento y favorecieron la aparición de religiosos dispuestos a llevarla a cabo. Los decretos tridentinos fueron acogidos en el capítulo general de 1564 y en las constituciones de 1581. El nivel religioso de la orden subió vistosamente, facilitando la aparición de un buen número de pastores y escritores eminentes.
Pero fueron las misiones las que aportaron la pieza más preciosa a aquel rico mosaico. En 1533 desembarcaron siete religiosos en el puerto de Veracruz (México). En los decenios siguientes centenares de religiosos llevaron el mensaje cristiano a la mayoría de los países de América del Sur: Perú (1551), Ecuador (1573), Colombia (1575), Venezuela (1580) y Chile (1595); y a algunos del Extremo Oriente: Filipinas (1565), India (1572) y Japón (1602).
b. Anhelos de mayor perfección
Pero esos logros no satisfacían los anhelos de los partidarios de las experiencias que estaban surgiendo en otras órdenes. Por una parte, no habían desterrado todos los privilegios contrarios a la vida común, y, por otra, ellos no se contentaban con la observancia de las constituciones. Aspiraban a una vida de pobreza real, de más oración, más silencio, más austeridad y más igualdad.
Esos ideales habían fraguado a principios del siglo XVI en el solar franciscano de Castilla y desde él se habían propagado por toda la geografía española. En la segunda mitad del siglo su eco, potenciado por la irrupción teresiana, llegó a gran parte de las comunidades masculinas y femeninas de España, dando origen en algunas de ellas a nuevas ramas de descalzos y recoletos .
La orden agustina no permaneció al margen. Entre 1540 y 1588 fueron apareciendo religiosos deseosos de trasplantarlos esos valores a su orden. Los primeros misioneros de México y el portugués Tomé de Jesús (†1582) fueron los más representativos.
En 1575 el capítulo general de la orden aprobó una determinación, recogida en las constituciones del 1581, que autorizaba a las provincias a promulgar estatutos más rigurosos para los religiosos que, inspirados por el Espíritu Santo, “quisieran” abrazar una disciplina más austera . Esa cláusula deparó el cauce jurídico a los promotores de la Recolección.
Tras varios intentos infructuosos, su sueño, favorecido por Felipe II, comenzó a hacerse realidad en 1588. El 5 de diciembre el capítulo provincial de Castilla, reunido en Toledo bajo la presidencia del general de la orden, mandó erigir en la provincia “tres o más monasterios de varones y otros tantos de mujeres en los que se practicase un género de vida más austera, la que, tras madura reflexión, reglamentase nuestro padre provincial con su definitorio”.
2. La Forma de vivir
Fray Luis de León, encargado de dar forma al proyecto, lo concretó en un escrito que tituló Forma de vivir (1589). Es un texto de apenas 14 capitulitos y sólo tuvo vigencia jurídica hasta el año 1637, pero su influjo sobre la organización espiritual de la Recolección fue decisivo hasta la desamortización de Mendizábal (1835).
Traduce el deseo de mayor perfección de que hablaba el capítulo de Toledo en una intensificación de la vida comunitaria y contemplativa y en una acentuación de los rasgos ascéticos de la vida religiosa. El espíritu de oración es su rasgo más característico. Los recoletos dedicarán dos horas diarias a la oración mental, restringirán sus salidas del convento y se esforzarán por crear en él una atmósfera de quietud y paz que favorezca la contemplación.
El segundo rasgo del texto es el amor a la vida común perfecta. Un aire comunitario lo impregna de principio a fin. En el convento no hay lugar para el privilegio, el peculio o el trato de excepción. Todos sus moradores gozan de los mismos derechos y están sujetos a las mismas obligaciones.
Nadie puede disponer de cosa propia, por mínima que sea, y el trato en la comida, el vestido y la celda es idéntico para todos. Los títulos honoríficos quedan desterrados. Todo tiende a promover “la paz de los religiosos entre sí, [que] es muy cierta señal [de] que el Espíritu Santo vive en ellos”. El número de frailes en cada convento no debe pasar de 20, “porque el amor se conserva mejor entre pocos”.
Otro de sus elementos cualificantes es la ascesis. Una ascesis que procede del radicalismo evangélico, del recuerdo idealizado de las primeras comunidades de la orden y de una antropología teñida de pesimismo y que se descomponía en mil manifestaciones que envolvían la totalidad de la vida del fraile.
El rechazo de toda propiedad inmueble, la tosquedad de los edificios, la pequeñez y desaliño de las celdas, la vileza del vestido y del calzado, la abundancia de ayunos y alimentos cuaresmales, la frecuencia de las disciplinas, el silencio, el retiro, todo recordaba al fraile recoleto su compromiso de seguir a Cristo pobre a través de las privaciones, renuncias y estrecheces que la pobreza lleva siempre consigo.
No siempre ha sido fácil conciliar su espiritualidad con la concepción agustiniana de la vida religiosa. En concreto, se le han reprochado su acentuado ascetismo y un cierto recelo ante el apostolado. Los promotores de la Recolección aspiraban a reproducir en sus comunidades la vida de las fundaciones de san Agustín. Pero su información acerca de ellas era muy deficiente.
Compartían la creencia, entonces general, de que el santo doctor había fundado comunidades de corte eremítico. En consecuencia, asociaban su ideal religioso con las prácticas típicas del eremitismo –silencio, soledad, austeridad, apostolado limitado, recelo ante los estudios–, que, por otra parte, eran las más estimadas por el movimiento reformista de la época.
3. Difusión de la Recolección por España y sus colonias
Esta Forma de vivir comenzó a practicarse el 19 de octubre de 1589 en el convento de Talavera de la Reina, desde donde se propagó a los pueblos vallisoletanos de Portillo (1590) y Nava del Rey (1591). En 1596 los recoletos se establecieron en Madrid, donde construyeron su sede central; y en 1600, en El Toboso. Dos años más tarde Roma formaba con esos cinco conventos una provincia recoleta.
El espaldarazo romano reavivó las esperanzas de los recoletos. Con el apoyo del pueblo fiel en pocos años se extendieron por la geografía española, y cruzaron los océanos. El año 1604 inician su andadura en torno a la ermita colombiana de La Candelaria los recoletos americanos. Al año siguiente los españoles se asocian a la vanguardia misional de la Iglesia zarpando para las lejanas tierras de Filipinas. En 1619 se establecieron en Roma.
En 1621 Gregorio XV elevó la provincia a congregación y encomendó su gobierno a un vicario general. A finales de noviembre del mismo año el capítulo general de la nueva congregación eligió a su primer vicario y la dividió en cuatro provincias.
Las tres primeras, localizadas en España, tendrían una fisonomía prevalentemente contemplativa. La cuarta, de carácter misional, comprendería los conventos y misiones de Filipinas. En 1629 absorbieron a los recoletos colombianos que pasaron a formar la quinta provincia, que tendría carácter mixto. A imitación de la Recolección española surgieron reformas descalzas en Italia (1592), Francia (1596) y Portugal (1664).
Durante el siglo XVIII la tensión religiosa decrece ostensiblemente. El espíritu místico y misional merma en la misma medida en que crecen la aspiración a una vida más cómoda y la sed de títulos honoríficos con su letanía de privilegios y exenciones. Fruto y, a la vez, síntoma de esa languidez espiritual son el estancamiento de la comunidad, la rutina y la decadencia de la vida común. Entre 1688 y 1824 la comunidad no logra abrir ni una sola casa en España. A mediados del siglo XVII alcanzó la cifra de 1.500 religiosos y en ella se mantuvo durante siglo y medio. En 1808 había descendido a unos 1.100.
4. Entre guerras y revoluciones
En el siglo XIX la Recolección careció de libertad para programar su vida. Comenzó con la invasión napoleónica y concluyó con la revolución filipina. Entre ambas fechas sendas desamortizaciones desmantelaron su estructura material en España (1835) y Colombia (1861) e le impusieron un nuevo perfil. En España perdió 32 de sus 33 conventos.
Sólo sobrevivió el de Monteagudo, fundado poco antes como plantel de misioneros para Filipinas. En Colombia quedó reducida a un minúsculo grupo de religiosos exclaustrados sin apenas vínculos entre sí.
Esta violenta intervención estatal modificó la orientación espiritual de la congregación. Hasta 1835 había sido una corporación de corte contemplativo, con un fuerte apéndice misional en Filipinas y otro, más débil, en Colombia; ahora, despojada de sus conventos y sin posibilidad de reanudar la vida común, se convierte en una congregación de talante apostólico, adoptando toda ella un sistema de vida que hasta entonces había sido exclusivo de una de sus provincias.
5. Expansión por América y España
En 1898 un nuevo embate puso a prueba la solidez de la Recolección. 34 religiosos murieron a manos de los revolucionarios filipinos y otros 80 dieron con sus huesos en la cárcel. Los demás se refugiaron en Manila o huyeron precipitadamente a España. En pocos meses la congregación se encontró con 300 religiosos desocupados y desesperanzados. Sólo los más magnánimos fueron capaces de reaccionar.
A mediados de 1899 ya andaban por Panamá, Venezuela y Brasil más de 40 religiosos. Poco después pasaron a la isla de Trinidad. Durante cuatro lustros se dedicaron casi exclusivamente al apostolado parroquial en zonas marginadas. Hacia 1915 comenzaron a congregarse en centros propios, en los cuales era más fácil conjugar el apostolado con la vida religiosa.
Esa idea condujo a fundar residencias en ciudades como São Paulo (1916), Caracas (1918), Río de Janeiro (1920) y Buenos Aires (1927); a abrir territorios misionales en China (1924), Colombia (1927) y Brasil (1925 y 1928) y a buscar tareas compatibles con la vida común.
El capítulo general de 1908, reunido en San Millán tras 79 años de interrupción, puso fin a un periodo de experimentación anárquica e inauguró otro en que se impuso la reflexión y se dio curso a una serie de medidas que en pocos años condujeron la comunidad a la reconstitución de su antiguo régimen de gobierno (1908), a su autonomía administrativa (1912), a la actualización de sus leyes (1912) y, sobre todo, a la recuperación de rasgos fundamentales de su fisonomía espiritual que durante el siglo XIX habían caído en el olvido (Continuará).
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LA RECOLECCIÓN AGUSTINIANA:
ORIGEN, HISTORIA Y MENSAJE
Por Ángel Martínez Cuesta, agustino recoleto
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1. Orígenes
La Recolección Agustiniana hunde sus raíces en la reforma tridentina y en la aspiración a una vida más perfecta. Confluyen en ella dos fuentes principales. La primera es la herencia de la orden de san Agustín, con sus leyes, su liturgia, sus santos, su organización y sus tradiciones. La segunda es el movimiento recoleto, con sus exigencias ascéticas y espirituales.
La primera aporta el cauce, las estructuras materiales y la relación básica con san Agustín y un sin número de referencias religiosas y culturales. La segunda enriquece ese cauce con un deseo de radicalidad, que empuja por el camino de la ascesis, de la igualdad, del recogimiento y del espíritu de oración. El concilio de Trento preparó un clima favorable a la germinación de estos ideales.
a. La raíz agustiniana
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