María Cristina Martínez, consagrada en el Orden de Vírgenes: «Nuestro corazón no queda sin bodas ni nuestras entrañas sin hijos»

noviembre 23, 2023

.

María Cristina Martínez, del Orden de Consagración de Vírgenes (OCV), Arquidiócesis de Córdoba, Argentina.

.

En el marco del 50° Aniversario de la aprobación del nuevo Ritual de Consagración de Vírgenes, María Cristina Martínez OCV: «Nuestro corazón no queda sin bodas ni nuestras entrañas sin hijos»

«Nuestra vocación, de primera Iglesia, fue redescubierta en el riquísimo Vaticano II»

«Sin la Resurrección y sus frutos la consagración no se entiende porque el Señor Jesús está vivo, y sólo desde allí es posible la consagración»

«A distintos estados, a distintos modos de seguirle, es el Espíritu quien va revelando este llamado en el corazón de cada uno»

.

Este tiempo de pandemia nos ha sacudido, ha irrumpido y nos ha sacado de nuestra cotidianeidad. Nos ha despojado. Despojado de tiempos, de encuentros, de modos de hacer, de modos de mirar, de agendas. Y en casos más fuertes también de la salud y hasta de la vida.

Tiempos fuertes si los hay. Tiempo que nos ha permitido escuchar el silencio con la posibilidad, no de viajar afuera, sino de ir hacia adentro. Y desde aquí es desde donde les comparto:

Soy María Cristina Martínez, consagrada en el Orden de Vírgenes, en la arquidiócesis argentina de Córdoba.

Y para contarles de qué se trata este estilo de vida, de vivir la consagración en el Orden de Vírgenes, quisiera partir del hecho fundamental que significa la Pascua y el 50° Aniversario de la aprobación del nuevo Ritual de Consagración de Vírgenes, vocación de la primera Iglesia, redescubierta en el riquísimo Concilio Vaticano II.

Sin la Resurrección y sus frutos la consagración no se entiende porque el Señor Jesús está vivo, y sólo desde allí es posible la consagración. Personalmente, nunca consagraría ni entregaría mi vida a una idea o a alguien que tuvo tal vez una buena propuesta pero que no estuviera vivo.

Él vive. Vive y mira. Vive y ama. Vive y llama, como lo hacía a las orillas del mar de Tiberíades. Y este llamado no es solamente para algunos. Él llama. A distintos estados, a distintos modos de seguirle, es el Espíritu quien va revelando este llamado en el corazón de cada uno. Y el llamado de cada uno es único, es personal, es bello, es santo, es evangélico.

Yo les cuento de este modo en que nos llamó a algunas de nosotras. Este llamado es un don, es un regalo, y como todo don, como dice San Pablo, siempre es para el bien de todos. Ese es el regalo de la virginidad consagrada, eso este don que el Señor nos ha hecho, nos regala día a día y para el bien de muchos.

A veces cuando decimos “virginidad consagrada” la gente lo simplifica diciendo: «¡Ah! Ustedes no se casan, ustedes no tienen hijos…».

Y la verdad es que no es tan así… definitivamente no es así. Porque nuestro corazón no queda sin bodas ni nuestras entrañas sin hijos. Como decía al comienzo, Él está vivo, Él es el amor y Él da vida. Y la vida que da siempre es en abundancia; fecunda.

Cuando uno siente este llamado, desborda el deseo de un corazón sin fronteras, de un amor que abarque a muchos. Por eso la virgen consagrada es fundamentalmente alguien que ama. Y el amor, como nos dijo Jesús en la última cena, siempre es recibir de Él la palangana y la toalla.

El amor siempre se traduce en actitud de servicio. Servicio cotidiano; servicio de atender a un vecino, de escuchar a un enfermo; que es una actitud de vida; no solamente son gestos, sino que es una disponibilidad del corazón.

El amor se expresa en gestos concretos. Ese es el llamado a la virgen consagrada.

Este modo de pertenencia a Jesús, este desposarnos con Jesús, este Jesús que nos llama a un amor esponsal con Él, es de una intimidad honda y por eso también en el ritual de consagración, en un momento el obispo nos da, en uno de los signos más fuertes, el libro de la Liturgia de las Horas.

Rezar con la Iglesia y en su nombre la Liturgia de las Horas significa tener siempre presente a Dios a lo largo del día. No solamente en una actitud de Él y yo solos, infructuosamente intimista, sino unida a toda la Iglesia que alaba, celebra y da gracias.

El llamado al Orden de Vírgenes es una invitación muy fuerte a la intimidad con el Señor, en unión con toda la Iglesia. Y también un llamado indudable a tomar la palangana y la toalla para el servicio.

El servicio de la docencia a algunas, el servicio como enfermeras a otras, como profesionales según los dones de cada una. Cada una de nosotras va viviendo su profesión, su oficio, aquello que hace, en clave de servicio para el bien común y trabajando.

Nuestra consagración tiene esa simplicidad del Evangelio. De hecho no tenemos una Regla de vida como sí tienen las congregaciones religiosas.

La Regla para nosotras es el Evangelio; y el Evangelio es Jesús mismo. De ahí también la simplicidad del modo de consagración: Es seguir a Jesús en esta virginidad del corazón.

¿Qué significa esta virginidad, este llamado? Es esta integridad del corazón; este corazón indiviso; esta unidad interior. Esto no es fruto de nuestra bondad o mérito. Es un regalo de Dios. Y como gracia, se agradece. Y como gracia, se pide. Pedimos el don de la virginidad cada día y lo agradecemos cada día.

Esta llamada a la integridad de corazón es una llamada que el Señor hace a todo creyente. Podemos decir que todos estamos llamados a esta virginidad del corazón, que en nuestro caso es una virginidad también física, pero a la virginidad, a esta integridad del corazón estamos llamados todos.

.

Virgen consagrada. Rito de Consagración presidido por el señor obispo diocesano.

.

A nosotras el Señor nos llama a vivirlo desde ahora. Que será plena en el cara a cara, en el cielo.

Nos llama a vivirlo desde ya. Y se convierte así en un don profético. Profético porque anuncia lo que vamos a vivir todos, que es ser uno con Dios. Y ahí está la fuente de nuestra alegría. Dentro de la Iglesia este, en sencillez, es nuestro modo de vida.

Si ustedes nos ven en la calle, quizás por el aspecto, podrían decir: es una de tantas, porque en general no vestimos hábito. Y sí, como decían de Jesús: se hizo uno de tantos. En simplicidad y en intensidad de amor.

Aquí estamos, en comunión con toda la Iglesia, y en la belleza de cada una de las vocaciones reflejamos el rostro de la ternura de Dios. Asumiendo que es un caminito de cada día, la vírgenes consagradas nos sabemos hijas de la Iglesia Madre, esposas del Señor Esposo y madres de quienes esperan nuestro servicio concreto.

Claro, siempre mirando a aquella, nuestro modelo de Virginidad y de maternidad, María, que siendo una de tantas entregó su “sí” simple y concreto. Ojalá cada día podamos imitarla. Que ella nos bendiga a todos como Madre del Amor.

https://www.religiondigital.org/vida-religiosa/Cristina-Martinez-OCV-Vaticano-II-virgen-consagrada-vocacion-amor-hijas-esposas-madres-servicio-50-aniversario_0_2237176302.html?utm_source=dlvr.it&utm_medium=twitter


Las Vírgenes Consagradas: una bella vocación no muy conocida en la Iglesia

noviembre 23, 2023

.

Vírgenes consagradas

Vírgenes consagradas: Rito de consagración, imposición del anillo y velación

.

Las Vírgenes Consagradas: una bella vocación no muy conocida en la Iglesia

.

El Espíritu Santo ha inspirado en el cristianismo numerosas vocaciones para la santificación del pueblo de Dios. Muchos son llamados al sacerdocio, al matrimonio, a la vida religiosa, etc. Sin embargo, hay una vocación muy hermosa, antigua y poco conocida en la Iglesia: las Vírgenes Consagradas.

Conoce más de ellas en este artículo.

San Pablo menciona en su primera carta a los Corintios la importancia de la vocación a la que Dios nos llama. Es así que, al mismo tiempo que exalta las virtudes del matrimonio, también nos recuerda el bien que puede hacer una mujer soltera dedicada por entero al Señor.

También la mujer soltera, lo mismo que la virgen, se preocupa de las cosas del Señor, tratando de ser santa en el cuerpo y en el espíritu. La mujer casada, en cambio, se preocupa de las cosas de este mundo, buscando cómo agradar a su marido. Les he dicho estas cosas para el bien de ustedes, no para ponerles un obstáculo, sino para que ustedes hagan lo que es más conveniente y se entreguen totalmente al Señor” (1 Corintios 7, 34-35)

Es así que en la Iglesia primitiva muchas mujeres consagraban su virginidad al Señor para dedicarse a tiempo completo a la labor de la evangelización. ¡Siglos antes de que existieran las monjas y las órdenes religiosas! 

Sobre el origen de esta maravillosa vocación, Benedicto XVI mencionaba que las Vírgenes Consagradas “se remontan a los inicios de la vida evangélica, cuando, como novedad inaudita, el corazón de algunas mujeres comenzó a abrirse al deseo de la virginidad consagrada, es decir, al deseo de entregar a Dios todo su ser, que había tenido en la Virgen de Nazaret y en su ‘sí’ su primera realización extraordinaria. El pensamiento de los Padres ve en María el prototipo de las vírgenes cristianas y muestra la novedad del nuevo estado de vida al que se accede mediante una libre elección de amor“.

Esta forma de consagración comenzó a crecer, y paulatinamente se fue institucionalizando, al punto de hacerse una ceremonia pública y solemne presidida por el propio obispo en la cual la mujer consagrada se convertía en sponsa Christi, es decir, esposa de Cristo, imagen de la Iglesia esposa.

Con el pasar de los siglos el número de Vírgenes Consagradas fue disminuyendo, pero recobró un nuevo impulso luego del Concilio Vaticano II.

“Es motivo de alegría y esperanza ver cómo hoy vuelve a florecer el antiguo Orden de las vírgenes, testimoniado en las comunidades cristianas desde los tiempos apostólicos”. San Juan Pablo II.

.

El Señor Obispo entrega, impone el anillo a la Virgen Consagrada en y para su diócesis.

.

Esta vocación configura a las vírgenes en esposas de Cristo y, aunque el rito de consagración no es literalmente un matrimonio, utiliza algunos símbolos de dicho sacramento: vestido blanco, velo y anillo.

La actual forma de vida de las Vírgenes Consagradas es algo variada. Algunas permanecen en su particular forma de vida viviendo solas o en comunidad y otras se dedican a la enseñanza, al servicio en hospitales, zonas de misión, etc, siempre bajo la paternal dirección de su obispo diocesano al cual le deben obediencia.

Es precisamente al obispo a quien le corresponde discernir la mejor forma de servicio que puede desempeñar una Virgen Consagrada.

Se consagran para dedicar su vida a Jesucristo, se comprometen a llevar una vida casta, y renuncian a la vida matrimonial para transmitir el Evangelio en la parroquia, su trabajo, familia y amistades” (Código de derecho canónico 604).

http://es.churchpop.com/2016/09/14/las-virgenes-consagradas-una-bella-vocacion-no-muy-conocida-en-la-iglesia/

(Reeditada-actualizada: 23 noviembre 2023)


La Recolección Agustiniana (1 de 2)

diciembre 5, 2022

San Agustín, padre de muchas familias religiosas

LA RECOLECCIÓN AGUSTINIANA:

ORIGEN, HISTORIA Y MENSAJE

Por Ángel Martínez Cuesta, agustino recoleto

1. Orígenes

La Recolección Agustiniana hunde sus raíces en la reforma tridentina y en la aspiración a una vida más perfecta. Confluyen en ella dos fuentes principales. La primera es la herencia de la orden de san Agustín, con sus leyes, su liturgia, sus santos, su organización y sus tradiciones. La segunda es el movimiento recoleto, con sus exigencias ascéticas y espirituales.

La primera aporta el cauce, las estructuras materiales y la relación básica con san Agustín y un sin número de referencias religiosas y culturales. La segunda enriquece ese cauce con un deseo de radicalidad, que empuja por el camino de la ascesis, de la igualdad, del recogimiento y del espíritu de oración. El concilio de Trento preparó un clima favorable a la germinación de estos ideales.

a. La raíz agustiniana

Al estallar la Reforma protestante la orden agustiniana, al igual que otras órdenes, seguía inmersa en la decadencia. A lo largo del siglo XVI hizo un gran esfuerzo reformador, en el que colaboraron generales de la talla de Seripando, santos como Tomás de Villanueva o Alonso de Orozco y ascetas como Luis de Montoya y Tomé de Jesús.

Esos esfuerzos prepararon el camino a la reforma de Trento y favorecieron la aparición de religiosos dispuestos a llevarla a cabo. Los decretos tridentinos fueron acogidos en el capítulo general de 1564 y en las constituciones de 1581. El nivel religioso de la orden subió vistosamente, facilitando la aparición de un buen número de pastores y escritores eminentes.

Pero fueron las misiones las que aportaron la pieza más preciosa a aquel rico mosaico. En 1533 desembarcaron siete religiosos en el puerto de Veracruz (México). En los decenios siguientes centenares de religiosos llevaron el mensaje cristiano a la mayoría de los países de América del Sur: Perú (1551), Ecuador (1573), Colombia (1575), Venezuela (1580) y Chile (1595); y a algunos del Extremo Oriente: Filipinas (1565), India (1572) y Japón (1602).

b. Anhelos de mayor perfección

Pero esos logros no satisfacían los anhelos de los partidarios de las experiencias que estaban surgiendo en otras órdenes. Por una parte, no habían desterrado todos los privilegios contrarios a la vida común, y, por otra, ellos no se contentaban con la observancia de las constituciones. Aspiraban a una vida de pobreza real, de más oración, más silencio, más austeridad y más igualdad.

Esos ideales habían fraguado a principios del siglo XVI en el solar franciscano de Castilla y desde él se habían propagado por toda la geografía española. En la segunda mitad del siglo su eco, potenciado por la irrupción teresiana, llegó a gran parte de las comunidades masculinas y femeninas de España, dando origen en algunas de ellas a nuevas ramas de descalzos y recoletos .

La orden agustina no permaneció al margen. Entre 1540 y 1588 fueron apareciendo religiosos deseosos de trasplantarlos esos valores a su orden. Los primeros misioneros de México y el portugués Tomé de Jesús (†1582) fueron los más representativos.

En 1575 el capítulo general de la orden aprobó una determinación, recogida en las constituciones del 1581, que autorizaba a las provincias a promulgar estatutos más rigurosos para los religiosos que, inspirados por el Espíritu Santo, “quisieran” abrazar una disciplina más austera . Esa cláusula deparó el cauce jurídico a los promotores de la Recolección.

Tras varios intentos infructuosos, su sueño, favorecido por Felipe II, comenzó a hacerse realidad en 1588. El 5 de diciembre el capítulo provincial de Castilla, reunido en Toledo bajo la presidencia del general de la orden, mandó erigir en la provincia “tres o más monasterios de varones y otros tantos de mujeres en los que se practicase un género de vida más austera, la que, tras madura reflexión, reglamentase nuestro padre provincial con su definitorio”.

2. La Forma de vivir

Fray Luis de León, encargado de dar forma al proyecto, lo concretó en un escrito que tituló Forma de vivir (1589). Es un texto de apenas 14 capitulitos y sólo tuvo vigencia jurídica hasta el año 1637, pero su influjo sobre la organización espiritual de la Recolección fue decisivo hasta la desamortización de Mendizábal (1835).

Traduce el deseo de mayor perfección de que hablaba el capítulo de Toledo en una intensificación de la vida comunitaria y contemplativa y en una acentuación de los rasgos ascéticos de la vida religiosa. El espíritu de oración es su rasgo más característico. Los recoletos dedicarán dos horas diarias a la oración mental, restringirán sus salidas del convento y se esforzarán por crear en él una atmósfera de quietud y paz que favorezca la contemplación.

El segundo rasgo del texto es el amor a la vida común perfecta. Un aire comunitario lo impregna de principio a fin. En el convento no hay lugar para el privilegio, el peculio o el trato de excepción. Todos sus moradores gozan de los mismos derechos y están sujetos a las mismas obligaciones.

Nadie puede disponer de cosa propia, por mínima que sea, y el trato en la comida, el vestido y la celda es idéntico para todos. Los títulos honoríficos quedan desterrados. Todo tiende a promover “la paz de los religiosos entre sí, [que] es muy cierta señal [de] que el Espíritu Santo vive en ellos”. El número de frailes en cada convento no debe pasar de 20, “porque el amor se conserva mejor entre pocos”.

Otro de sus elementos cualificantes es la ascesis. Una ascesis que procede del radicalismo evangélico, del recuerdo idealizado de las primeras comunidades de la orden y de una antropología teñida de pesimismo y que se descomponía en mil manifestaciones que envolvían la totalidad de la vida del fraile.

El rechazo de toda propiedad inmueble, la tosquedad de los edificios, la pequeñez y desaliño de las celdas, la vileza del vestido y del calzado, la abundancia de ayunos y alimentos cuaresmales, la frecuencia de las disciplinas, el silencio, el retiro, todo recordaba al fraile recoleto su compromiso de seguir a Cristo pobre a través de las privaciones, renuncias y estrecheces que la pobreza lleva siempre consigo.

No siempre ha sido fácil conciliar su espiritualidad con la concepción agustiniana de la vida religiosa. En concreto, se le han reprochado su acentuado ascetismo y un cierto recelo ante el apostolado. Los promotores de la Recolección aspiraban a reproducir en sus comunidades la vida de las fundaciones de san Agustín. Pero su información acerca de ellas era muy deficiente.

Compartían la creencia, entonces general, de que el santo doctor había fundado comunidades de corte eremítico. En consecuencia, asociaban su ideal religioso con las prácticas típicas del eremitismo –silencio, soledad, austeridad, apostolado limitado, recelo ante los estudios–, que, por otra parte, eran las más estimadas por el movimiento reformista de la época.

3. Difusión de la Recolección por España y sus colonias

Esta Forma de vivir comenzó a practicarse el 19 de octubre de 1589 en el convento de Talavera de la Reina, desde donde se propagó a los pueblos vallisoletanos de Portillo (1590) y Nava del Rey (1591). En 1596 los recoletos se establecieron en Madrid, donde construyeron su sede central; y en 1600, en El Toboso. Dos años más tarde Roma formaba con esos cinco conventos una provincia recoleta.

El espaldarazo romano reavivó las esperanzas de los recoletos. Con el apoyo del pueblo fiel en pocos años se extendieron por la geografía española, y cruzaron los océanos. El año 1604 inician su andadura en torno a la ermita colombiana de La Candelaria los recoletos americanos. Al año siguiente los españoles se asocian a la vanguardia misional de la Iglesia zarpando para las lejanas tierras de Filipinas. En 1619 se establecieron en Roma.

En 1621 Gregorio XV elevó la provincia a congregación y encomendó su gobierno a un vicario general. A finales de noviembre del mismo año el capítulo general de la nueva congregación eligió a su primer vicario y la dividió en cuatro provincias.

Las tres primeras, localizadas en España, tendrían una fisonomía prevalentemente contemplativa. La cuarta, de carácter misional, comprendería los conventos y misiones de Filipinas. En 1629 absorbieron a los recoletos colombianos que pasaron a formar la quinta provincia, que tendría carácter mixto. A imitación de la Recolección española surgieron reformas descalzas en Italia (1592), Francia (1596) y Portugal (1664).

Durante el siglo XVIII la tensión religiosa decrece ostensiblemente. El espíritu místico y misional merma en la misma medida en que crecen la aspiración a una vida más cómoda y la sed de títulos honoríficos con su letanía de privilegios y exenciones. Fruto y, a la vez, síntoma de esa languidez espiritual son el estancamiento de la comunidad, la rutina y la decadencia de la vida común. Entre 1688 y 1824 la comunidad no logra abrir ni una sola casa en España. A mediados del siglo XVII alcanzó la cifra de 1.500 religiosos y en ella se mantuvo durante siglo y medio. En 1808 había descendido a unos 1.100.

4. Entre guerras y revoluciones

En el siglo XIX la Recolección careció de libertad para programar su vida. Comenzó con la invasión napoleónica y concluyó con la revolución filipina. Entre ambas fechas sendas desamortizaciones desmantelaron su estructura material en España (1835) y Colombia (1861) e le impusieron un nuevo perfil. En España perdió 32 de sus 33 conventos.

Sólo sobrevivió el de Monteagudo, fundado poco antes como plantel de misioneros para Filipinas. En Colombia quedó reducida a un minúsculo grupo de religiosos exclaustrados sin apenas vínculos entre sí.

Esta violenta intervención estatal modificó la orientación espiritual de la congregación. Hasta 1835 había sido una corporación de corte contemplativo, con un fuerte apéndice misional en Filipinas y otro, más débil, en Colombia; ahora, despojada de sus conventos y sin posibilidad de reanudar la vida común, se convierte en una congregación de talante apostólico, adoptando toda ella un sistema de vida que hasta entonces había sido exclusivo de una de sus provincias.

5. Expansión por América y España

En 1898 un nuevo embate puso a prueba la solidez de la Recolección. 34 religiosos murieron a manos de los revolucionarios filipinos y otros 80 dieron con sus huesos en la cárcel. Los demás se refugiaron en Manila o huyeron precipitadamente a España. En pocos meses la congregación se encontró con 300 religiosos desocupados y desesperanzados. Sólo los más magnánimos fueron capaces de reaccionar.

A mediados de 1899 ya andaban por Panamá, Venezuela y Brasil más de 40 religiosos. Poco después pasaron a la isla de Trinidad. Durante cuatro lustros se dedicaron casi exclusivamente al apostolado parroquial en zonas marginadas. Hacia 1915 comenzaron a congregarse en centros propios, en los cuales era más fácil conjugar el apostolado con la vida religiosa.

Esa idea condujo a fundar residencias en ciudades como São Paulo (1916), Caracas (1918), Río de Janeiro (1920) y Buenos Aires (1927); a abrir territorios misionales en China (1924), Colombia (1927) y Brasil (1925 y 1928) y a buscar tareas compatibles con la vida común.

El capítulo general de 1908, reunido en San Millán tras 79 años de interrupción, puso fin a un periodo de experimentación anárquica e inauguró otro en que se impuso la reflexión y se dio curso a una serie de medidas que en pocos años condujeron la comunidad a la reconstitución de su antiguo régimen de gobierno (1908), a su autonomía administrativa (1912), a la actualización de sus leyes (1912) y, sobre todo, a la recuperación de rasgos fundamentales de su fisonomía espiritual que durante el siglo XIX habían caído en el olvido (Continuará).

Blog Padre Ismael Ojeda

.

.

LA RECOLECCIÓN AGUSTINIANA:

ORIGEN, HISTORIA Y MENSAJE

Por Ángel Martínez Cuesta, agustino recoleto

.

1. Orígenes

La Recolección Agustiniana hunde sus raíces en la reforma tridentina y en la aspiración a una vida más perfecta. Confluyen en ella dos fuentes principales. La primera es la herencia de la orden de san Agustín, con sus leyes, su liturgia, sus santos, su organización y sus tradiciones. La segunda es el movimiento recoleto, con sus exigencias ascéticas y espirituales.

La primera aporta el cauce, las estructuras materiales y la relación básica con san Agustín y un sin número de referencias religiosas y culturales. La segunda enriquece ese cauce con un deseo de radicalidad, que empuja por el camino de la ascesis, de la igualdad, del recogimiento y del espíritu de oración. El concilio de Trento preparó un clima favorable a la germinación de estos ideales.

a. La raíz agustiniana

Al estallar…

Ver la entrada original 1.763 palabras más


¿Qué es el Ministerio de Padres y Madres Orantes?

junio 13, 2022

.

El Ministerio de Padres y Madres Orantes celebró el 20 aniversario en el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en Miami, Florida. 12. julio 2019

.

.

Qué es el Ministerio de Padres y Madres Orantes?

.

El Ministerio Padres y Madres Orantes (MPMO) son grupos de padres y madres llenos de amor a Dios y a sus familias, que se han formado como “Ministerios de Padres y Madres Orantes” en diferentes Parroquias de Miami y otros lugares de los Estados Unidos y de varios países de la América Latina.

Estos grupos de padres y madres en oración se han formado en MPMO debido a la gran necesidad que tienen los padres de familia de ayudar a los hijos a desarrollarse como personas de bien y para ayudarles a defenderse de todos los peligros a que están expuestos los jóvenes en esta sociedad actual.

(Los padres recurren a la oración…) Por el dolor que están sintiendo al ver los hijos acosados por los peligros de la droga, el licor, la violencia, el sexo libre y por todo tipo de peligros que los acechan y, lo más doloroso de todo, verlos tan alejados de Dios. Debido también a la dificultad que están teniendo los padres de familia para comunicarse con los hijos. Los hogares se han convertido en centros de angustia y discordias por la falta de comprensión entre los miembros de la familia.

Nuestros hijos, hoy más que nunca, necesitan de nuestras oraciones, para su protección y salvación. Si logramos que en cada hora del día se esté orando por nuestros hijos y los hijos del mundo entero, en algún lugar de este planeta… estaremos ayudando a la Virgen María a aplastarle la cabeza a Satanás.

Sabemos que las oraciones de los padres nunca son desatendidas por Dios y especialmente si nuestra intercesora y presentadora de las oraciones, es la misma Virgen María. Así lo hizo en las bodas de Caná, cuando vio que a los novios se les estaba acabando el vino, ella le pidió a su hijo Jesús, que hiciera su primer milagro, y Jesús, aunque le dijo que no había llegado su hora, la complació y convirtió el agua en el mejor vino.

Unámonos a ella, pues, en esta gran misión de salvar a nuestros hijos y los hijos del mundo entero, estando seguros de que Jesús también la complacerá en esta petición.

Objetivos específicos de cada Ministerio de Padres y Madres Orantes que, al estar unidos, forman el Ejército Eucarístico del Ministerio PMO

  • Salvar a nuestros hijos. No sólo eso, sino que queremos que se conviertan en apóstoles fieles y sumisos al llamado del Señor.
  • Nos unimos a la Bienaventurada Virgen María, Madre de Cristo, en el silencio de la oración de corazón pidiendo por nuestros hijos.
  • Orar incansablemente para defender a nuestros hijos siguiendo el ejemplo de Santa Mónica, madre de San Agustín.

cruz-rosario

Planes de acción del MPMO

  • Misa y Hora Santa mensual de alabanza, petición y reparación por nuestros hijos.
  • Celebración especial el día 1ro. de Enero de cada año, en honor a la Madre de Cristo.
  • Ayudar a formar los grupos en cada Parroquia que se nos solicita, en cualquier País que lo desee.
  • Programas de radio en diferentes emisoras para dar ayuda y consuelos a los padres de familia.
  • Ofrecer conferencias y retiros de formación espiritual y sobre la relación entre los miembros de la familia.
  • Congresos de Padres y Madres Orantes en diferentes Países o Parroquias.
  • Distribución de folletos de formación en las Parroquias que tengan los Ministerios de PMO o en las que lo soliciten.
  • Poner a disposición de todos, por una donación mínima, material de recurso para evangelizar; tales como libros, vídeos, CDs de audio, etc.

Nuestra misión es ayudar a papá y mamá a trasmitir la fe, las virtudes y valores cristianos a los hijos y a formar hogares que sean dignos templos donde se desarrolle una familia sana y feliz.

Les enviamos muchas bendiciones y les recordamos que “oren y confíen”.

Luis y Loly García
Fundadores

fundadores

Quienes Somos

Celebración del 20 Aniversario del MPMO

NOTA: Este Ministerio de Padres y Madres Orantes tiene especial devoción a Santa Mónica, referente irrenunciable de las madres cristianas católicas. Modelo de esposas y madres cristianas. Entre sus recursos de inspiración cuentan con una bella oración en la que se implora la intercesión de Santa Mónica y San Agustín.

«Dios de bondad, consolador de los que lloran, tú que, lleno de compasión, acogiste las lágrimas que Santa Mónica derramaba pidiendo la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por la intercesión de ambos, el arrepentimiento sincero de nuestros pecados y los de nuestros hijos. Que ellos vuelvan a ti como lo hizo San Agustín.

Santa Mónica, Madre de San Agustín, sigue rogando por las madres y por sus hijos, por las esposas y sus maridos, y por todos los pobres pecadores que necesitamos convertirnos.
Amén»


Maná y Vivencias Cuaresmales (2), 3.3.22

marzo 3, 2022

Jueves después de Ceniza

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es 1225983112422_f1.jpg
Libertad para elegir el bien o el mal.


Antífona de entrada: Salmo 54, 17-20.23

Clamé al Señor, y escuchó mi voz y me libró de los que me atacaban. Encomienda a Dios tus afanes y él te sustentará.

Oración colecta

Señor, que tu gracia inspire, sostenga y acompañe nuestras obras, para que nuestro trabajo comience en ti, como en su fuente, y tienda siempre a ti, como a su fin. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Deuteronomio 30, 15-20

Moisés habló al pueblo, diciendo: «Mira: hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal. Si obedeces los mandatos del Señor, tu Dios, que yo te promulgo hoy, amando al Señor, tu Dios, siguiendo sus caminos, guardando sus preceptos, mandatos y decretos, vivirás y crecerás; el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde vas a entrar para conquistarla.

Pero, si tu corazón se aparta y no obedeces, si te dejas arrastrar y te prosternas dando culto a dioses extranjeros, yo te anuncio hoy que morirás sin remedio, que, después de pasar el Jordán y de entrar en la tierra para tomarla en posesión, no vivirás muchos años en ella.

Hoy cito como testigos contra vosotros al cielo y a la tierra; te pongo delante vida y muerte, bendición y maldición. Elige la vida, y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida y tus muchos años en la tierra que había prometido dar a tus padres Abrahán, Isaac y Jacob.»

SALMO 1

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.

Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal.

Aclamación antes del Evangelio: Mateo 4, 17

Arrepentíos, dice el Señor; porque el Reino de los cielos se ha acercado.

EVANGELIO: Lucas 9, 22-25

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día.»

Y, dirigiéndose a todos, dijo: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»

Antífona de comunión: Salmo 50, 12

¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.

VIVENCIAS CUARESMALES

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es ashwednesday11.jpg
La señal del cristiano

2. JUEVES DESPUÉS DE CENIZA

TEMA: Libertad del hombre, capacidad de elegir

El camino hacia la fe: gracia de Dios y libertad del hombre


Texto bíblico: Deuteronomio 30, 15-20.

«Ten en cuenta que hoy yo pongo ante ti el bien y la vida por una parte y por otra el mal y la muerte. Si escuchas los mandamientos de tu Dios que yo te prescribo, vivirás y te multiplicarás. Yahvé te bendecirá en la tierra que vas a poseer. Escoge pues la vida…

Pongo hoy por testigo ante ustedes al cielo y a la tierra, te pongo delante la vida y la muerte, la bendición o la maldición; escoge, pues, la vida para que vivas tú y tu descendencia. En eso está tu vida y la duración de tus días…»

Libertad del hombre: Dios a nadie va a salvar sin su colaboración, es decir, contra su voluntad. Pues el hombre se define por sus decisiones; tiene que optar, necesariamente; no puede permanecer en la indecisión, ambigüedad o indiferencia. Si no avanza, retrocede. Los talentos recibidos hay que invertirlos según la voluntad del Señor que nos los confió.

Por otra parte, Dios a nadie condenará sin justa causa. «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti», enseñó certeramente san Agustín. Dios respeta nuestra libertad y espera nuestra decisión, pues quiere que todos se salven y, mediante el Santo Espíritu, hace agradables sus mandamientos, inspira y previene nuestras acciones, mueve nuestra voluntad hacia el bien. Pero siempre sin forzar nuestra libertad.

Por eso, afirmamos que sólo creerá el que “quiera” creer. Parafraseando a Luis Evely podemos afirmar que nunca verás tan claro, tan claro, que te sientas obligado a creer; ni tan oscuro, tan oscuro, que te parezca absurdo e irracional el creer. Nunca verás tan confuso y contradictorio que ello te exima de creer.

La fe, por tanto, exige un «plus», un algo más, un extra. La persona tiene que decidir libremente. Tiene que pronunciarse, definirse; implicarse comprometiendo todo su ser. 

Es decir, el hombre debe poner algo de su parte, debe querer creerle a Dios, debe mirar a Dios con tal admiración y benevolencia que, aunque se diera la posibilidad de que Dios fuera mentiroso, él se resistiría a creerlo; más aún, no lo quiere creer; más aún, hace a Dios sincero, “recrea” -si se puede hablar así- al mismo Dios, precisamente por su actitud humilde, benevolente, contemplativa y obsequiosa.

Y esto le hace más grande al hombre que a Dios. El hombre da la talla mediante su fe. Se mide. Se define a sí mismo.

La fe, pues, no se contenta con aceptar resignada y pasivamente la verdad y la realidad de Dios sino que la afirma, la hace existente por su amor, le interesa que Dios exista y sea Dios, no hombre; le gusta y se complace en que Dios sea soberano, y lo quiere por amor: Que Dios sea Dios.

La fe, por tanto, hasta podemos afirmar que recrea a Dios, le da consistencia, lo afirma, lo inventa por amor, si fuera necesario. La fe expresa una querencia dinámica del hombre que le sublima en su ser, le hace merecedor de salvación, lo introduce en una existencia generosa y por tanto feliz.

Pero tal apuesta es también gracia de Dios, no pura iniciativa y capacidad del hombre.

De ahí la expresión del salmista:

«Dichoso el hombre que teme al Señor; su gozo es la ley del Señor. Será como un árbol plantado al borde de la acequia…»

(Salmo 1ero., vers. 1, 2, 3, 4 y 6).

El hombre, colocado ante el misterio de Dios, puede adoptar una doble postura:

por una parte, y gracias a la fe, apuesta por la sencillez, el respeto, la docilidad, la querencia, la inocencia, la voluntad de fidelidad y la benevolencia; o por el contrario, permite que en su corazón se vayan estableciendo la sospecha gratuita y torcida, la queja, la susceptibilidad, la hipersensibilidad, el resentimiento, la envidia, la soberbia, la autosuficiencia, el amor propio, la petulancia vanidosa, la insensatez, la superficialidad… en fin, el atrevimiento.

Esa apuesta por la fe y el amor generoso es equivalente a perder la vida por Cristo: es salir de sí mismo o renunciar a ganar el mundo; es decir, renunciar a vivir en total autonomía e independencia (evangelio).

Perder la vida propia significa vivir en total dependencia respecto de Dios. Es hacerle más caso a Dios que a uno mismo, librarse de la propia soledad para comunicarse con Dios hasta hacerse un solo ser con él; y así, adquirir la verdadera valía y la plena libertad y felicidad, pues “Nos hiciste, Señor, para ti…”, sentencia san Agustín.

San Pablo manifiesta su unión existencial con Dios en Cristo por obra del Espíritu: “Vivo yo, pero no soy yo; es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20).


ORACIÓN COLECTA (de la misa):

“Que tu gracia, Señor,

inspire, sostenga y acompañe nuestras obras

para que nuestro trabajo comience en ti como en su fuente

y tienda siempre a ti como a su fin”.

ORACIÓN PERSONAL (sugerida):

Señor, Padre Santo,

enséñame el camino de la sencillez.

Enséñame a mirar a tu bendito Hijo Jesús

con toda atención y reverencia

para descubrir su maravillosa sumisión a ti y a los hombres,

obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz…

Ayúdame a negarme a mí mismo (Evangelio),

creyendo más en tus insinuaciones que en mis convicciones;

que no busque mi propio interés sino tu gloria,

que salga de mí mismo y me encuentre contigo.

Te lo pido por Cristo tu Hijo,

en quien nos das toda sabiduría y el sentido de nuestra vida. Amén.


Carta Apostólica “Scripturae Sacrae affectus” del Papa Francisco

septiembre 30, 2021

San Jerónimo: «Lee muy a menudo las Divinas Escrituras, o mejor, nunca el texto sagrado se te caiga de las manos». 

Carta Apostólica “Scripturae Sacrae affectus” del Papa Francisco

San Jerónimo: «Por la asidua lectura y la meditación prolongada, había hecho de su corazón una biblioteca de Cristo» (Nepociano).

«Él es todo en la lectura, todo en los libros; no descansa ni de día ni de noche; siempre lee o escribe algo» (Postumiano).

Redacción ACI Prensa

El Papa Francisco firmó la Carta Apostólica “Scripturae Sacrae affectus” este 30 de septiembre en el 16º centenario de la muerte de San Jerónimo.

“Una estima por la Sagrada Escritura, un amor vivo y suave por la Palabra de Dios escrita es la herencia que san Jerónimo ha dejado a la Iglesia a través de su vida y sus obras. Las expresiones, tomadas de la memoria litúrgica del santo, nos ofrecen una clave de lectura indispensable para conocer, en el XVI centenario de su muerte, su admirable figura en la historia de la Iglesia y su gran amor por Cristo”, destacó el Papa.

A continuación, el texto completo de la Carta:

Una estima por la Sagrada Escritura, un amor vivo y suave por la Palabra de Dios escrita es la herencia que san Jerónimo ha dejado a la Iglesia a través de su vida y sus obras. Las expresiones, tomadas de la memoria litúrgica del santo [1], nos ofrecen una clave de lectura indispensable para conocer, en el XVI centenario de su muerte, su admirable figura en la historia de la Iglesia y su gran amor por Cristo.

Este amor se extiende, como un río en muchos cauces, a través de su obra de incansable estudioso, traductor, exegeta, profundo conocedor y apasionado divulgador de la Sagrada Escritura; fino intérprete de los textos bíblicos; ardiente y en ocasiones impetuoso defensor de la verdad cristiana; ascético y eremita intransigente, además de experto guía espiritual, en su generosidad y ternura.

Hoy, mil seiscientos años después, su figura sigue siendo de gran actualidad para nosotros, cristianos del siglo XXI.

Introducción

El 30 de septiembre del año 420, Jerónimo concluía su vida terrena en Belén, en la comunidad que fundó junto a la gruta de la Natividad. De este modo se confiaba a ese Señor que siempre había buscado y conocido en la Escritura, el mismo que como Juez ya había encontrado en una visión, cuando padecía fiebre, quizá en la Cuaresma del año 375.

En ese acontecimiento, que marcó un viraje decisivo en su vida, un momento de conversión y cambio de perspectiva, se sintió arrastrado a la presencia del Juez: «Interrogado acerca de mi condición, respondí que era cristiano. Pero el que estaba sentado me dijo: “Mientes; tú eres ciceroniano, tú no eres cristiano”» [2].

San Jerónimo, en efecto, había amado desde joven la belleza límpida de los textos clásicos latinos y, en comparación, los escritos de la Biblia le parecían, inicialmente, toscos e imprecisos, demasiado ásperos para su refinado gusto literario.

Ese episodio de su vida favoreció la decisión de consagrarse totalmente a Cristo y a su Palabra, dedicando su existencia a hacer que las palabras divinas, a través de su infatigable trabajo de traductor y comentarista, fueran cada vez más accesibles a los demás. Ese acontecimiento dio a su vida una orientación nueva y más decidida: convertirse en servidor de la Palabra de Dios, como enamorado de la “carne de la Escritura”.

Así, en la búsqueda continua que caracterizó su vida, revalorizó sus estudios juveniles y la formación recibida en Roma, reordenando su saber en un servicio más maduro a Dios y a la comunidad eclesial.

Por eso, san Jerónimo entra con pleno derecho entre las grandes figuras de la Iglesia de la época antigua, en el periodo llamado el siglo de oro de la patrística, verdadero puente entre Oriente y Occidente: fue amigo de juventud de Rufino de Aquilea, visitó a Ambrosio y mantuvo una intensa correspondencia con Agustín.

En Oriente conoció a Gregorio Nacianceno, Dídimo el Ciego, Epifanio de Salamina. La tradición iconográfica cristiana lo consagró representándolo, junto con Agustín, Ambrosio y Gregorio Magno, entre los cuatro grandes doctores de la Iglesia de Occidente.

Mis predecesores también quisieron recordar su figura en diversas circunstancias. Hace un siglo, con ocasión del decimoquinto centenario de su muerte, Benedicto XV le dedicó la Carta encíclica Spiritus Paraclitus (15 septiembre 1920), presentándolo al mundo como «doctor maximus explanandis Scripturis» [3]. En tiempos más recientes, Benedicto XVI expuso su personalidad y sus obras en dos catequesis sucesivas [4].

Ahora, en el decimosexto centenario de su muerte, también yo deseo recordar a san Jerónimo y volver a proponer la actualidad de su mensaje y de sus enseñanzas, a partir de su gran estima por las Escrituras.

En este sentido, puede conectarse perfectamente, como guía segura y testigo privilegiado, con la XII Asamblea del Sínodo de los Obispos, dedicada a la Palabra de Dios [5], y con la Exhortación apostólica Verbum Domini (VD) de mi predecesor Benedicto XVI, publicada precisamente en la fiesta del santo, el 30 de septiembre de 2010 [6].

De Roma a Belén

La vida y el itinerario personal de san Jerónimo se consumaron por las vías del imperio romano, entre Europa y Oriente. Nació alrededor del año 345 en Estridón, frontera entre Dalmacia y Panonia, en el territorio de la actual Croacia y Eslovenia, y recibió una sólida educación en una familia cristiana.

Según el uso de la época, fue bautizado en edad adulta, en los años en que estudió retórica en Roma, entre el 358 y el 364. Precisamente en este periodo romano se convirtió en un lector insaciable de los clásicos latinos, que estudiaba bajo la guía de los maestros de retórica más ilustres de su tiempo.

Al finalizar los estudios emprendió un largo viaje a la Galia, que lo llevó a la ciudad imperial de Tréveris, hoy Alemania. Allí entró en contacto, por primera vez, con la experiencia monástica oriental difundida por san Atanasio. De este modo maduró un deseo profundo que lo acompañó a Aquilea donde inició con algunos de sus amigos «un coro de bienaventurados» [7], un periodo de vida en común.

Hacia el año 374, pasando por Antioquía, decidió retirarse al desierto de Calcis, para realizar, de forma cada vez más radical, una vida ascética, en la que estaba reservado un amplio espacio al estudio de las lenguas bíblicas, primero del griego y después del hebreo.

Se confió a un hermano judío, convertido al cristianismo, que lo introdujo en el conocimiento de la nueva lengua hebrea y de los sonidos, que definió «palabras fricativas y aspiradas» [8].

Jerónimo eligió y vivió el desierto, con la consiguiente vida eremítica, en su significado más profundo: como lugar de las elecciones existenciales fundamentales, de intimidad y encuentro con Dios, donde a través de la contemplación, las pruebas interiores y el combate espiritual llegó al conocimiento de la fragilidad, con una mayor conciencia de los límites propios y ajenos, reconociendo la importancia de las lágrimas [9].

Así, en el desierto, experimentó concretamente la presencia de Dios, la necesaria relación del ser humano con Él, su consolación misericordiosa. A este respecto, me gusta recordar una anécdota, de tradición apócrifa.

Jerónimo le dijo al Señor: “¿Qué quieres de mí?” Y Él le respondió: “Todavía no me has dado todo”. “Pero, Señor, yo te di esto, esto y esto…” —“Falta una cosa” —“¿Qué cosa?” —“Dame tus pecados, para que pueda tener la alegría de perdonarlos otra vez” [10].

Volvemos a encontrarlo en Antioquía, donde fue ordenado sacerdote por el obispo Paulino, después en Constantinopla, hacia el año 379, donde conoció a Gregorio Nacianceno y prosiguió sus estudios; se dedicó a traducir del griego al latín importantes obras (las homilías de Orígenes y la crónica de Eusebio), respiró el clima del Concilio celebrado en esa ciudad en el año 381.

En esos años, su pasión y su generosidad se revelaron en el estudio. Una bendita inquietud lo guiaba y lo volvía incansable y apasionado en la búsqueda: «Cuántas veces me desanimé, cuántas desistí para empezar de nuevo en mi empeño de aprender», conducido por la “amarga semilla” de semejantes estudios para poder recoger “dulces frutos” [11].

En el año 382 Jerónimo volvió a Roma y se puso a disposición del papa Dámaso quien, valorando sus grandes cualidades, lo nombró su estrecho colaborador. Aquí Jerónimo se dedicó a una actividad incesante, sin olvidar la dimensión espiritual.

En el Aventino, gracias al apoyo de mujeres aristocráticas romanas, deseosas de elecciones evangélicas radicales, como Marcela, Paula y su hija Eustoquio, creó un cenáculo fundado en la lectura y el estudio riguroso de la Escritura. Jerónimo fue exegeta, docente, guía espiritual.

En ese tiempo comenzó una revisión de las anteriores traducciones latinas de los Evangelios, y quizá también de otras partes del Nuevo Testamento; continuó su trabajo como traductor de homilías y comentarios escriturísticos de Orígenes, desplegó una intensa actividad epistolar, se confrontó públicamente con autores heréticos, a veces con excesos e intransigencias, pero siempre movido sinceramente por el deseo de defender la verdadera fe y el depósito de las Escrituras.

Este periodo intenso y prolífico se interrumpió con la muerte del papa Dámaso. Se vio obligado a dejar Roma y, seguido por algunos amigos y mujeres deseosas de continuar la experiencia espiritual y el estudio bíblico que habían comenzado, partió hacia Egipto —donde conoció al gran teólogo Dídimo el Ciego— y Palestina, para establecerse definitivamente en Belén en el año 386.

Retomó sus estudios filológicos, arraigados en los lugares físicos que habían sido escenario de esas narraciones. La importancia que daba a los lugares santos se evidencia no sólo por la elección de vivir en Palestina, desde el año 386 hasta su muerte, sino también por el servicio a las peregrinaciones.

Precisamente en Belén, lugar privilegiado para él, cerca de la gruta de la Natividad fundó dos monasterios “gemelos”, masculino y femenino, con albergues para acoger a los peregrinos venidos ad loca sancta, manifestando así su generosidad para alojar a cuantos llegaban a aquella tierra para ver y tocar los lugares de la historia de la salvación, uniendo de este modo la búsqueda cultural a la espiritual [12].

Poniéndose a la escucha, Jerónimo se encontró a sí mismo en la Sagrada Escritura, como también el rostro de Dios y de los hermanos, y afinó su predilección por la vida comunitaria.

De ahí su deseo de vivir con los amigos, como en los tiempos de Aquilea, y de fundar comunidades monásticas, persiguiendo el ideal cenobítico de vida religiosa que ve al monasterio como “lugar de entrenamiento” donde formar personas «que se hayan hecho los más insignificantes de todos para merecer ser los primeros», felices en la pobreza y capaces de enseñar con el propio estilo de vida.

De hecho, consideraba formativo vivir «bajo la disciplina de un solo padre y en compañía de muchos hermanos» para aprender la humildad, la paciencia, el silencio y la mansedumbre, consciente de que «a la verdad no le gustan los rincones ni le hacen falta los chismosos» [13].

Además, confiesa que comenzó a «sentir […] nostalgia de las celdas del monasterio y a echar de menos la similitud de aquellas hormigas con los monjes, entre los cuales se trabaja en común y, aunque nada sea propiedad de cada cual, todos lo tienen todo» [14].

Jerónimo no encontró en el estudio un deleite efímero centrado en sí mismo, sino un ejercicio de vida espiritual, un medio para llegar a Dios y, de este modo, su formación clásica se reordenó también en un servicio más maduro a la comunidad eclesial.

Pensemos en la ayuda que dio al papa Dámaso, en la enseñanza que dedicó a las mujeres, especialmente para el hebreo, desde el primer cenáculo en el Aventino, hasta hacer entrar a Paula y Eustoquio en «las discrepancias de los traductores» [15] y, algo inaudito para ese tiempo, permitirles que pudieran leer y cantar los Salmos en la lengua original [16].

Una cultura, la suya, puesta al servicio y confirmada como necesaria para todo evangelizador. Así le recordaba al amigo Nepociano:

«La palabra del presbítero está inspirada por la lectura de las Escrituras. No te quiero ni declamador, ni deslenguado, ni charlatán, sino conocedor del misterio e instruido en los designios de tu Dios. Hablar con engolamiento o precipitadamente para suscitar admiración ante el vulgo ignorante es propio de hombres incultos. El hombre de frente altanera se lanza con frecuencia a interpretar lo que ignora, y si logra convencer a los demás, se arroga para sí mismo el saber» [17].

Hasta su muerte en el año 420, Jerónimo transcurrió en Belén el periodo más fecundo e intenso de su vida, completamente dedicado al estudio de la Escritura, comprometido en la monumental obra de traducción de todo el Antiguo Testamento a partir del original hebreo.

Al mismo tiempo, comentaba los libros proféticos, los salmos, las obras paulinas, escribía subsidios para el estudio de la Biblia.

El trabajo valioso que se encuentra en sus obras es fruto del diálogo y la colaboración, desde la copia y el análisis de los manuscritos hasta su reflexión y discusión: Para estudiar «los libros divinos yo nunca he confiado en mis propias fuerzas ni he tenido como maestra mi propia opinión, sino que he solido preguntar incluso sobre aquellas cosas que yo creía saber, ¡cuánto más sobre aquellas de las que yo estaba dudoso!»[18].

Por eso, consciente de sus propios límites, pedía auxilio continuamente en la oración de intercesión, para que la traducción de los textos sagrados estuviera hecha «con el mismo espíritu con que fueron escritos los libros» [19], sin olvidar traducir también otras obras de autores como Orígenes, indispensables para el trabajo exegético, para «procurar materiales a quienes quieran adelantar en el conocimiento de las cosas» [20].

El estudio de Jerónimo se reveló como un esfuerzo realizado en la comunidad y al servicio de la comunidad, modelo de sinodalidad también para nosotros, para nuestro tiempo y para las diversas instituciones culturales de la Iglesia, con vistas a que sean siempre «lugar donde el saber se vuelve servicio, porque sin el saber nacido de la colaboración y que se traduce en la cooperación no hay desarrollo humano genuino e integral»[21].

El fundamento de esa comunión es la Escritura, que no podemos leer por nuestra cuenta: «La Biblia ha sido escrita por el Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sólo en esta comunión con el Pueblo de Dios podemos entrar realmente, con el “nosotros”, en el núcleo de la verdad que Dios mismo quiere comunicarnos» [22].

La vigorosa experiencia de vida de Jerónimo, alimentada por la Palabra de Dios, hizo que se convirtiera en guía espiritual, a través de una intensa correspondencia epistolar. Se hizo compañero de viaje, convencido de que «ningún arte se aprende sin maestro», como escribe a Rústico: «Todo lo que pretendo insinuarte, tomándote de la mano, todo lo que pretendo inculcarte, como el experto marino que ha pasado por muchos naufragios lo haría con un remero bisoño» [23].

Desde aquel rincón tranquilo del mundo acompañaba a la humanidad en una época de grandes cambios, marcada por acontecimientos como el saqueo de Roma del año 410, que lo afectó profundamente.

Confiaba en sus cartas las polémicas doctrinales, siempre en defensa de la recta fe, revelándose como hombre de relaciones vividas con fuerza y con dulzura, involucrado totalmente, sin formas edulcoradas, experimentando que «el amor no tiene precio» [24].

Así vivía sus afectos, con ímpetu y sinceridad. Esta implicación en las situaciones en las que vivía y actuaba se constata también con el hecho de que ofrecía su trabajo de traducción y crítica como munus amicitiae.

Era un don ante todo para los amigos, a quienes destinaba y dedicaba sus obras, y a quienes les pedía que las leyeran con ojos amigables más que críticos, y luego para los lectores, sus contemporáneos y los de todos los tiempos [25].

Dedicó los últimos años de su vida a la lectura orante personal y comunitaria de la Escritura, a la contemplación, al servicio a los hermanos a través de sus obras.

Todo esto en Belén, junto a la gruta donde la Virgen dio a luz al Verbo, consciente de que es «dichoso aquel que porta en su pecho la cruz, la resurrección y el lugar del nacimiento de Cristo y el de la ascensión. Dichoso aquel que tiene a Belén en su corazón, y en cuyo corazón Cristo nace a diario» [26].

La clave sapiencial de su retrato

Para una plena comprensión de la personalidad de san Jerónimo es necesario conjugar dos dimensiones características de su existencia como creyente.

Por un lado, su absoluta y rigurosa consagración a Dios, con la renuncia a cualquier satisfacción humana, por amor a Cristo crucificado (cf. 1 Co 2,2; Flp 3,8.10); por otro lado, el esfuerzo de estudio asiduo, dirigido exclusivamente a una comprensión del misterio del Señor cada vez más profunda.

Es precisamente este doble testimonio ofrecido de modo admirable por san Jerónimo, el que se propone como modelo, sobre todo, para los monjes, quienes viven de ascesis y oración, con vistas a que se dediquen al trabajo asiduo de la investigación y del pensamiento; después, para los estudiosos, que deben recordar que el saber sólo es válido religiosamente si está fundado en el amor exclusivo a Dios, y expoliado de toda ambición humana y aspiración mundana.

Tales dimensiones fueron incorporadas en el campo de la historia del arte, donde la presencia de san Jerónimo es frecuente: grandes maestros de la pintura occidental nos han dejado sus representaciones. Podríamos organizar las diversas tipologías iconográficas en dos líneas distintas.

Una lo define sobre todo como monje y penitente, con un cuerpo marcado por el ayuno, retirado en zonas desérticas, de rodillas o postrado en tierra, en muchos casos apretando una piedra en la mano derecha para golpearse el pecho, y con los ojos vueltos al Crucificado. En esta línea se sitúa la conmovedora obra maestra de Leonardo da Vinci conservada en la Pinacoteca Vaticana.

Otro modo de representar a Jerónimo es el que lo muestra vestido como un estudioso, sentado en su escritorio, dedicado a la traducción y al comentario de la Sagrada Escritura, rodeado de libros y pergaminos, consagrado a la misión de defender la fe a través del pensamiento y la escritura. Albrecht Dürer, por citar otro ejemplo ilustre, lo representó más de una vez en esta actitud.

Los dos aspectos evocados anteriormente se encuentran unidos en el lienzo de Caravaggio, en la Galería Borghese de Roma. En una única escena se representa al anciano asceta, vestido ligeramente con un manto rojo, que tiene un cráneo sobre la mesa, símbolo de la vanidad de las realidades terrenas; pero al mismo tiempo también se manifiesta con vehemencia su cualidad de estudioso, que tiene los ojos fijos en el libro, mientras su mano mete la pluma en el tintero, como acto que caracteriza al escritor.

De manera análoga —que llamaría sapiencial— debemos comprender el doble perfil del itinerario biográfico de Jerónimo. Cuando, como un verdadero «León de Belén», exageraba en los tonos, lo hacía por la búsqueda de una verdad que estaba dispuesto a servir incondicionalmente. Y como él mismo explica en el primero de sus escritos, Vida de san Pablo, ermitaño de Tebas, los leones son capaces de «desaforados rugidos», pero también de lágrimas [27].

Por este motivo, las dos fisonomías contrapuestas que aparecen en su figura son, en realidad, elementos con los que el Espíritu Santo le permitió madurar su unidad interior.

Amor por la Sagrada Escritura

El rasgo peculiar de la figura espiritual de san Jerónimo sigue siendo, sin duda, su amor apasionado por la Palabra de Dios, transmitida a la Iglesia en la Sagrada Escritura. Si todos los Doctores de la Iglesia —y en particular los de la época cristiana primitiva— obtuvieron explícitamente de la Biblia el contenido de sus enseñanzas, Jerónimo lo hizo de una manera más sistemática y en algunos aspectos única.

En los últimos tiempos los exegetas han descubierto el genio narrativo y poético de la Biblia, exaltado precisamente por su calidad expresiva. Jerónimo, en cambio, lo que enfatizaba de las Escrituras era más bien el carácter humilde con el que Dios se reveló, expresándose en la naturaleza áspera y casi primitiva de la lengua hebrea, comparada con el refinamiento del latín ciceroniano.

Por tanto, no se dedicaba a la Sagrada Escritura por un gusto estético, sino —como es bien conocido— sólo porque lo llevaba a conocer a Cristo, porque ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo [28].

Jerónimo nos enseña que no sólo se deben estudiar los Evangelios, y que no es solamente la tradición apostólica, presente en los Hechos de los Apóstoles y en las Cartas, la que hay que comentar, sino que todo el Antiguo Testamento es indispensable para penetrar en la verdad y la riqueza de Cristo [29].

Las mismas páginas del Evangelio lo atestiguan: nos hablan de Jesús como Maestro que, para explicar su misterio, recurre a Moisés, a los profetas y a los Salmos (cf. Lc 4,16-21; 24,27.44-47). Incluso la predicación de Pedro y Pablo, en los Hechos, se fundamenta emblemáticamente en las antiguas Escrituras; sin ellas, no puede entenderse plenamente la figura del Hijo de Dios, el Mesías Salvador.

El Antiguo Testamento no debe considerarse como un vasto repertorio de citas que demuestran el cumplimiento de las profecías en la persona de Jesús de Nazaret. En cambio, más radicalmente, sólo a la luz de las “figuras” veterotestamentarias es posible comprender plenamente el significado del acontecimiento de Cristo, cumplido en su muerte y resurrección.

De ahí la necesidad de redescubrir, en la práctica catequética y en la predicación, así como en las discusiones teológicas, el aporte indispensable del Antiguo Testamento, que debe ser leído y asimilado como alimento precioso (cf. Ez 3,1-11; Ap 10,8-11) [30].

La dedicación total de Jerónimo a las Escrituras se manifestó en una forma de expresión apasionada, semejante a la de los antiguos profetas. De ellos sacaba nuestro Doctor su fuego interior, que se convertía en palabra impetuosa y explosiva (cf. Jr 5,14; 20,9; 23,29; Ml 3,2; Si 48,1; Mt 3,11; Lc 12,49), necesaria para expresar el celo ardiente del servidor de la causa de Dios.

Siguiendo los pasos de Elías, Juan el Bautista e incluso el apóstol Pablo, el desdén ante la mentira, la hipocresía y las falsas doctrinas enciende el discurso de Jerónimo haciéndolo provocativo y aparentemente duro. La dimensión polémica de sus escritos se comprende mejor si se lee como una especie de calco y actualización de la tradición profética más auténtica.

Jerónimo, por tanto, es un modelo de testimonio inflexible de la verdad, que asume la severidad del reproche para inducir a la conversión. En la intensidad de las locuciones e imágenes se manifiesta la valentía del siervo que no quiere agradar a los hombres sino sólo a su Señor (Ga 1,10), por quien ha consumido toda la energía espiritual.

El estudio de la Sagrada Escritura

El amor apasionado de san Jerónimo por las divinas Escrituras está impregnado de obediencia. En primer lugar respecto a Dios, que se ha comunicado con palabras que exigen una escucha reverente [31] y, en consecuencia, también la obediencia a quienes en la Iglesia representan la tradición interpretativa viva del mensaje revelado.

Sin embargo, la «obediencia de la fe» (Rm 1,5; 16,26) no es una mera recepción pasiva de lo que es conocido; al contrario, requiere el compromiso activo de la investigación personal.

Podemos considerar a san Jerónimo como un “servidor” de la Palabra, fiel y trabajador, completamente consagrado a favorecer en sus hermanos de fe una comprensión más adecuada del «depósito» sagrado que les ha sido confiado (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,14). Si no se entiende lo escrito por los autores inspirados, la misma Palabra de Dios carece de eficacia (cf. Mt 13,19) y el amor a Dios no puede surgir.

Ahora bien, las páginas bíblicas no siempre son accesibles de inmediato. Como se dice en Isaías (29,11), incluso para aquellos que saben “leer” —es decir, que han tenido una formación intelectual suficiente— el libro sagrado aparece “sellado”, cerrado herméticamente a la interpretación.

Por tanto, es necesario que intervenga un testigo competente para proporcionar la llave liberadora, la de Cristo Señor, único capaz de desatar los sellos y abrir el libro (cf. Ap 5,1-10), para revelar la prodigiosa efusión de la gracia (cf. Lc 4,17-21).

Muchos entonces, incluso entre los cristianos practicantes, declaran abiertamente que no saben leer (cf. Is 29,12), no por analfabetismo, sino porque no están preparados para el lenguaje bíblico, sus modos expresivos y las tradiciones culturales antiguas, por lo que el texto bíblico resulta indescifrable, como si estuviera escrito en un alfabeto desconocido y en una lengua poco comprensible.

Se vuelve necesario, por tanto, la mediación del intérprete, ejerciendo su función “diaconal”, al ponerse al servicio de quienes no pueden comprender el sentido de lo escrito proféticamente.

La imagen que se puede evocar, a este respecto, es la del diácono Felipe, impulsado por el Señor para ir en ayuda del eunuco que está leyendo un pasaje de Isaías en su carroza (53,7-8), pero sin poder comprender su significado: «¿Crees entender lo que estás leyendo?», pregunta Felipe; y el eunuco responde: «¿Cómo voy a entender si nadie me lo explica?» (Hch 8,30-31)[32].

Jerónimo es nuestro guía sea porque, como lo hizo Felipe (cf. Hch 8,35), lleva a quien lee al misterio de Jesús, sea también porque asume responsable y sistemáticamente las mediaciones exegéticas y culturales necesarias para una lectura correcta y fecunda de la Sagrada Escritura [33].

La competencia en las lenguas en las que se transmitió la Palabra de Dios, el cuidadoso análisis y evaluación de los manuscritos, la investigación arqueológica precisa, además del conocimiento de la historia de la interpretación, en definitiva, todos los recursos metodológicos que estaban disponibles en su época histórica los supo utilizar armónica y sabiamente, para orientar hacia una comprensión correcta de la Escritura inspirada.

Una dimensión tan ejemplar de la actividad de san Jerónimo es muy importante incluso en la Iglesia de hoy. Como nos enseña la Dei Verbum, si la Biblia es «como el alma de la sagrada teología» [34] y la columna vertebral espiritual de la práctica religiosa cristiana [35], es indispensable que el acto interpretativo de la misma esté sostenido por competencias específicas.

A este propósito sirven ciertamente los centros especializados para la investigación bíblica —como el Pontificio Instituto Bíblico en Roma y L’École Biblique y el Studium Biblicum Franciscanum en Jerusalén— y patrística —como el Augustinianum en Roma—, pero también las Facultades de Teología deben esforzarse para que la enseñanza de la Sagrada Escritura esté programada de tal manera que se asegure a los estudiantes una capacidad interpretativa competente, tanto en la exégesis de los textos como en la síntesis de la teología bíblica.

La riqueza de las Escrituras es desafortunadamente ignorada o minimizada por muchos, porque no se les han proporcionado las bases esenciales del conocimiento.

Por tanto, junto a un incremento de los estudios eclesiásticos dirigidos a sacerdotes y catequistas, que valoricen de manera más adecuada la competencia en la Sagrada Escritura, se debe promover una formación extendida a todos los cristianos, para que cada uno sea capaz de abrir el libro sagrado y extraer los frutos inestimables de sabiduría, esperanza y vida [36].

Aquí quisiera recordar lo que expresó mi predecesor en la Exhortación apostólica Verbum Domini: «La sacramentalidad de la Palabra se puede entender en analogía con la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino consagrados. […]

Sobre la actitud que se ha de tener con respecto a la Eucaristía y la Palabra de Dios, dice san Jerónimo: “Nosotros leemos las Sagradas Escrituras. Yo pienso que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo; yo pienso que las Sagradas Escrituras son su enseñanza. Y cuando él dice: ‛Quien no come mi carne y bebe mi sangre’ (Jn 6,53), aunque estas palabras puedan entenderse como referidas también al Misterio [eucarístico], sin embargo, el cuerpo de Cristo y su sangre es realmente la palabra de la Escritura, es la enseñanza de Dios”» [37].

Lamentablemente, en muchas familias cristianas nadie se siente capaz —como en cambio está prescrito en la Torá (cf. Dt 6,6)— de dar a conocer a sus hijos la Palabra del Señor, con toda su belleza, con toda su fuerza espiritual.

Por eso quise establecer el Domingo de la Palabra de Dios [38], animando a la lectura orante de la Biblia y a la familiaridad con la Palabra de Dios [39].

Todas las demás manifestaciones de la religiosidad se enriquecerán así de sentido, estarán orientadas por una jerarquía de valores y se dirigirán a lo que constituye la cumbre de la fe: la adhesión plena al misterio de Cristo.

La Vulgata

El “fruto más dulce de la ardua siembra” [40] del estudio del griego y el hebreo, realizado por Jerónimo, es la traducción del Antiguo Testamento del hebreo original al latín. Hasta ese momento, los cristianos del imperio romano sólo podían leer la Biblia en griego en su totalidad.

Mientras que los libros del Nuevo Testamento se habían escrito en griego, para los del Antiguo existía una traducción completa, la llamada Septuaginta (es decir, la versión de los Setenta) realizada por la comunidad judía de Alejandría alrededor del siglo II a.C.

Para los lectores de lengua latina, sin embargo, no había una versión completa de la Biblia en su propio idioma, sino sólo algunas traducciones, parciales e incompletas, que procedían del griego. Jerónimo, y después de él sus seguidores, tuvieron el mérito de haber emprendido una revisión y una nueva traducción de toda la Escritura.

Con el estímulo del papa Dámaso, Jerónimo comenzó en Roma la revisión de los Evangelios y los Salmos, y luego, en su retiro en Belén, empezó la traducción de todos los libros veterotestamentarios, directamente del hebreo; una obra que duró años.

Para completar este trabajo de traducción, Jerónimo hizo un buen uso de sus conocimientos de griego y hebreo, así como de su sólida formación latina, y utilizó las herramientas filológicas que tenía a su disposición, en particular las Hexaplas de Orígenes.

El texto final combinó la continuidad en las fórmulas, ahora de uso común, con una mayor adherencia al estilo hebreo, sin sacrificar la elegancia de la lengua latina. El resultado es un verdadero monumento que ha marcado la historia cultural de Occidente, dando forma al lenguaje teológico.

Superados algunos rechazos iniciales, la traducción de Jerónimo se convirtió inmediatamente en patrimonio común tanto de los eruditos como del pueblo cristiano, de ahí el nombre de Vulgata [41]. La Europa medieval aprendió a leer, orar y razonar en las páginas de la Biblia traducidas por Jerónimo.

«La Sagrada Escritura se ha convertido así en una especie de “inmenso vocabulario” (P. Claudel) y de “Atlas iconográfico” (M. Chagall) del que se han nutrido la cultura y el arte cristianos» [42].

La literatura, las artes e incluso el lenguaje popular se han inspirado constantemente en la versión jeronimiana de la Biblia, dejándonos tesoros de belleza y devoción.

En relación a este hecho indiscutible, el Concilio de Trento estableció el carácter «auténtico» de la Vulgata en el decreto Insuper, rindiendo homenaje al uso secular que la Iglesia había hecho de ella y certificando su valor como instrumento de estudio, predicación y discusión pública [43].

Sin embargo, no pretendía minimizar la importancia de las lenguas originales, como no dejaba de recordar Jerónimo, ni mucho menos prohibir nuevos trabajos de traducción integral en el futuro. San Pablo VI, asumiendo el mandato de los Padres del Concilio Vaticano II, quiso que la revisión de la traducción de la Vulgata se completara y se pusiera a disposición de toda la Iglesia.

Así es como san Juan Pablo II, en la Constitución apostólica Scripturarum thesaurus [44], promulgó en 1979 la edición típica llamada Neovulgata.

La traducción como inculturación

Con su traducción, Jerónimo logró “inculturar” la Biblia en la lengua y la cultura latina, y esta obra se convirtió en un paradigma permanente para la acción misionera de la Iglesia.

En efecto, «cuando una comunidad acoge el anuncio de la salvación, el Espíritu Santo fecunda su cultura con la fuerza transformadora del Evangelio» [45], y de este modo se establece una especie de circularidad: así como la traducción de Jerónimo está en deuda con la lengua y la cultura de los clásicos latinos, cuyas huellas son claramente visibles, así ella, con su lengua y su contenido simbólico y de imágenes, se ha convertido a su vez en un elemento creador de cultura.

El trabajo de traducción de Jerónimo nos enseña que los valores y las formas positivas de cada cultura representan un enriquecimiento para toda la Iglesia.

Los diferentes modos en que la Palabra de Dios se anuncia, se comprende y se vive con cada nueva traducción enriquecen la Escritura misma, puesto que —según la conocida expresión de Gregorio Magno— crece con el lector [46], recibiendo a lo largo de los siglos nuevos acentos y nueva sonoridad.

La inserción de la Biblia y del Evangelio en las diferentes culturas hace que la Iglesia se manifieste cada vez más como «sponsa ornata monilibus suis» (Is 61,10). Y atestigua, al mismo tiempo, que la Biblia necesita ser traducida constantemente a las categorías lingüísticas y mentales de cada cultura y de cada generación, incluso en la secularizada cultura global de nuestro tiempo [47].

Ha sido recordado, con razón, que es posible establecer una analogía entre la traducción, como acto de hospitalidad lingüística, y otras formas de hospitalidad [48]. Por eso, la traducción no es un trabajo que concierne únicamente al lenguaje, sino que corresponde, de hecho, a una decisión ética más amplia, que está relacionada con toda la visión de la vida.

Sin traducción, las diferentes comunidades lingüísticas no podrían comunicarse entre sí; nosotros cerraríamos las puertas de la historia y negaríamos la posibilidad de construir una cultura del encuentro [49].

En efecto, sin traducción no hay hospitalidad y se fortalecen las acciones de hostilidad. El traductor es un constructor de puentes. ¡Cuántos juicios temerarios, cuántas condenas y conflictos surgen del hecho de ignorar el idioma de los demás y de no esforzarnos, con tenaz esperanza, en esta prueba infinita de amor que es la traducción!

Jerónimo también tuvo que oponerse al pensamiento dominante de su época. Si en los albores del imperio romano, el saber griego era relativamente común, en ese momento ya era una rareza. Sin embargo, llegó a ser uno de los mejores conocedores de la lengua y literatura griega cristiana y se embarcó solo en un viaje aún más arduo cuando se dedicó al estudio del hebreo.

Como fue escrito, si «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» [50], podemos decir que le debemos al poliglotismo de san Jerónimo una comprensión más universal del cristianismo y, al mismo tiempo, más acorde con sus fuentes.

Con la celebración del centenario de la muerte de san Jerónimo, nuestra mirada se vuelve hacia la extraordinaria vitalidad misionera expresada por la traducción de la Palabra de Dios a más de tres mil idiomas. Muchos son los misioneros a quienes debemos la preciosa labor de publicar gramáticas, diccionarios y otras herramientas lingüísticas que ofrecen las bases de la comunicación humana y son un vehículo del «sueño misionero de llegar a todos» [51].

Es necesario valorar todo este trabajo e invertir en él, contribuyendo a superar las fronteras de la incomunicabilidad y de la falta de encuentro. Todavía queda mucho por hacer. Como ha sido afirmado, no existe comprensión sin traducción [52]; no nos comprenderemos a nosotros mismos, ni a los demás.

Jerónimo y la cátedra de Pedro

Jerónimo siempre tuvo una relación especial con la ciudad de Roma: Roma es el puerto espiritual al que regresó continuamente; en Roma se formó el humanista y se forjó el cristiano; él era homo romanus. Este vínculo se daba, de manera muy peculiar, en la lengua de la Urbe, el latín, del que fue maestro y conocedor, pero estuvo sobre todo vinculado a la Iglesia de Roma y, en especial, a la cátedra de Pedro.

La tradición iconográfica, de manera anacrónica, lo representaba con la púrpura cardenalicia, para señalar su pertenencia al presbiterio de Roma junto al papa Dámaso. Fue en Roma donde comenzó la revisión de la traducción; e incluso cuando la envidia y la incomprensión lo obligaron a abandonar la ciudad, siempre permaneció fuertemente vinculado a la cátedra de Pedro.

Para Jerónimo, la Iglesia de Roma era el terreno fértil donde la semilla de Cristo da fruto abundante [53].

En una época agitada, en la que la túnica inconsútil de la Iglesia se veía a menudo desgarrada por las divisiones entre los cristianos, Jerónimo consideraba la cátedra de Pedro como un punto de referencia seguro: «Yo, que no sigo más primacía que la de Cristo, me uno por la comunión a tu beatitud, es decir, a la cátedra de Pedro. Sé que la Iglesia está edificada sobre esa roca».

En medio de las disputas contra los arrianos, escribió a Dámaso: «Quien no recoge contigo, desparrama; es decir, el que no es de Cristo es del anticristo» [54]. Por eso podía afirmar también: «El que se adhiera a la cátedra de Pedro es mío» [55].

Jerónimo a menudo se vio involucrado en discusiones ásperas a causa de la fe. Su amor por la verdad y la ardiente defensa de Cristo quizá lo llevaron a exagerar la violencia verbal en sus cartas y escritos.

Sin embargo, vivía orientado a la paz: «También nosotros queremos la paz, y no sólo la queremos, sino que la pedimos suplicantes. Pero la paz de Cristo, la paz verdadera, una paz sin enemistades, una paz que no lleve escondida la guerra, una paz que no esclavice a los adversarios, sino que los una como amigos» [56].

Nuestro mundo necesita más que nunca la medicina de la misericordia y la comunión. Permítanme repetir una vez más: Demos un testimonio de comunión fraterna que sea atractivo y luminoso [57].

«En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35). Es lo que pidió intensamente Jesús con su oración al Padre: «Para que todos sean uno […] en nosotros, para que el mundo crea» (Jn 17,21).

Amar lo que Jerónimo amó

Como conclusión de esta Carta, quisiera hacer un nuevo llamamiento a todos. Entre los muchos elogios que la posteridad le rinde a san Jerónimo está el de no ser considerado solamente uno de los más grandes estudiosos de la “biblioteca” de la que el cristianismo se nutre a lo largo del tiempo, comenzando por el tesoro de las Sagradas Escrituras; sino que también se le puede aplicar lo que él mismo escribió sobre Nepociano: «Por la asidua lectura y la meditación prolongada, había hecho de su corazón una biblioteca de Cristo» [58].

Jerónimo no escatimó esfuerzos para enriquecer su biblioteca, en la que siempre vio un laboratorio indispensable para la comprensión de la fe y la vida espiritual; y en esto constituye un maravilloso ejemplo también para el presente. Pero, además, fue más lejos. Para él, el estudio no se limitaba a sus primeros años juveniles de formación, sino que era un compromiso constante, una prioridad de todos los días de su vida.

En definitiva, podemos decir que asimiló toda una biblioteca y se convirtió en dispensador de conocimiento para muchos otros. Postumiano, que en el siglo IV viajó a Oriente para descubrir los movimientos monásticos, fue testigo ocular del estilo de vida de Jerónimo, con quien permaneció unos meses, y lo describió de la siguiente manera: «Él es todo en la lectura, todo en los libros; no descansa ni de día ni de noche; siempre lee o escribe algo» [59].

En este sentido, a menudo pienso en la experiencia que puede tener un joven hoy al entrar en una librería de su ciudad, o en una página de internet, y buscar el sector de libros religiosos. Es un espacio que, cuando existe, en la mayoría de los casos no sólo es marginal, sino carente de obras sustanciales.

Al examinar esos estantes, o esas páginas en la red, es difícil para un joven comprender cómo la investigación religiosa pueda ser una aventura emocionante que une pensamiento y corazón; cómo la sed de Dios haya encendido grandes mentes a lo largo de los siglos hasta hoy; cómo la maduración de la vida espiritual haya contagiado a teólogos y filósofos, artistas y poetas, historiadores y científicos.

Uno de los problemas actuales, no sólo de religión, es el analfabetismo: escasean las competencias hermenéuticas que nos hagan intérpretes y traductores creíbles de nuestra propia tradición cultural.

Deseo lanzar un desafío, de modo particular, a los jóvenes: Vayan en busca de su herencia. El cristianismo los convierte en herederos de un patrimonio cultural insuperable del que deben tomar posesión. Apasiónense de esta historia, que es de ustedes. Atrévanse a fijar la mirada en Jerónimo, ese joven inquieto que, como el personaje de la parábola de Jesús, vendió todo lo que tenía para comprar «la perla de gran valor» (Mt 13,46).

Verdaderamente, Jerónimo es la «biblioteca de Cristo», una biblioteca perenne que dieciséis siglos después sigue enseñándonos lo que significa el amor de Cristo, un amor que no se puede separar del encuentro con su Palabra.

Por esta razón, el centenario actual representa una llamada a amar lo que Jerónimo amó, redescubriendo sus escritos y dejándonos tocar por el impacto de una espiritualidad que puede describirse, en su núcleo más vital, como el deseo inquieto y apasionado de un conocimiento más profundo del Dios de la Revelación.

¿Cómo no escuchar, en nuestros días, lo que Jerónimo exhortaba incesantemente a sus contemporáneos: «Lee muy a menudo las Divinas Escrituras, o mejor, nunca el texto sagrado se te caiga de las manos»? [60].

Un ejemplo luminoso es la Virgen María, evocada por Jerónimo sobre todo como madre virginal, pero también en su actitud de lectora orante de la Escritura.

María meditaba en su corazón (cf. Lc 2,19.51) porque «era santa y había leído las Sagradas Escrituras, conocía a los profetas y recordaba lo que el ángel Gabriel le había anunciado y lo que se le había augurado por boca de los profetas. […] Veía a Aquel recién nacido, que era su Hijo, su único Hijo, acostado y dando vagidos, en ese pesebre, pero a quien en realidad estaba viendo allí acostado era al Hijo de Dios; y lo que ella estaba viendo andaba comparándolo con cuanto había oído y leído» [61].

Encomendémonos a ella, que mejor que nadie puede enseñarnos a leer, meditar, rezar y contemplar a Dios, que se hace presente en nuestra vida sin cansarse jamás.

Roma, San Juan de Letrán, 30 de septiembre, memoria de san Jerónimo, del año 2020, octavo de mi pontificado.

Francisco


[1] «Deus qui beato Hieronymo presbitero suavem et vivum Scripturae Sacrae affectum tribuisti, da, ut populus tuus verbo tuo uberius alatur et in eo fontem vitae inveniet» (Collecta Missae Sancti Hieronymi, Missale Romanum, editio typica tertia, Civitas Vaticana 2002). Traducción en lengua española: «Oh, Dios, que concediste al presbítero san Jerónimo un amor suave y vivo a la Sagrada Escritura, haz que tu pueblo se alimente de tu palabra con mayor abundancia y encuentre en ella la fuente de la vida» (Oración colecta Memoria litúrgica de san Jerónimo, Misal Romano, Madrid 2017)

[2] Epistula (en adelante: Ep.) 22, 30: CSEL 54, 190.

[3] AAS 12 (1920), 385-423.

[4] Cf. Audiencias Generales 7 y 14 noviembre 2007: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (9 noviembre 2007), p. 12; ibíd. (16 noviembre 2007), p. 16.

[5] Sínodo de los Obispos, Mensaje al Pueblo de Dios de la XII Asamblea general ordinaria (24 octubre 2008).

[6] Cf. AAS 102 (2010), 681-787.

[7] Chronicum 374: PL 27, 697-698.

[8] Ep. 125, 12: CSEL 56, 131.

[9] Cf. Ep. 122, 3: CSEL 56, 63.

[10] Cf. Homilía en la Santa Misa, Domus Sanctae Marthae (10 diciembre 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (18 diciembre 2015), p. 13. La anécdota se encuentra en A. Louf, Sotto la guida dello Spirito, Qiqaion, Magnano (BI) 1990, 154-155.

[11] Cf. Ep. 125, 12: CSEL 56, 131.

[12] Cf. VD, 89: AAS 102 (2010), 761-762.

[13] Cf. Ep. 125, 9.15.19: CSEL 56, 128.133-134.139.

[14] Vita Malchi monachi captivi 7, 3: PL 23, 59-60; S. Jerónimo, Vidas de tres monjes: Obras completas, edición bilingüe, vol. II, ed. BAC, Madrid 2002, 631.

[15] Praef. Esther 2: PL 28, 1505.

[16] Cf. Ep. 108, 26: CSEL 55, 344-345.

[17] Ep. 52, 8: CSEL 54, 428-429; cf. VD, 60: AAS 102 (2010), 739.

[18] Praef. Paralipomenon LXX 1.10-15: SCh 592, 340.

[19] Praef. in Pentateuchum: PL 28, 184.

[20] Ep. 80, 3: CSEL 55, 105.

[21] Mensaje con motivo de la XXIV solemne Sesión pública de las Academias Pontificias (4 diciembre 2019): L’Osservatore Romano (6 diciembre 2019), p. 8.

[22] VD, 30: AAS 102 (2010), 709.

[23] Ep. 125, 15.2: CSEL 56, 133.120.

[24] Ep. 3, 6: CSEL 54, 18.

[25] Cf. Praef. Josue 1, 9-12: SCh 592, 316.

[26] Homilia in Psalmum 95: PL 26, 1181; cf. S. Jerónimo, Obras homiléticas. Comentario a los Salmos: Obras completas, edición bilingüe, vol. I, ed. BAC, Madrid 1999, 359.

[27] Cf. Vita S. Pauli primi eremitae, 16, 2: PL 23, 28; S. Jerónimo, Vida de tres monjes: Obras completas, edición bilingüe, vol. II, ed. BAC, Madrid 2002, 615.

[28] Cf. In Isaiam Prol.: PL 24, 17. S. Jerónimo, Comentario a Isaías (Libros I-XII): Obras completas, edición bilingüe, vol. VIa, ed. BAC, Madrid 2007, 5.

[29] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 14.

[30] Cf. ibíd.

[31] Cf. ibíd., 7.

[32] Cf. Ep. 53, 5: CSEL 54, 451; S. Jerónimo, Epistolario I (Cartas 1-85): Obras completas, edición bilingüe, vol. Xa, ed. BAC, Madrid 2013, 505.

[33] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 12.

[34] Ibíd., 24.

[35] Cf. ibíd., 25.

[36] Cf. ibíd., 21.

[37] N. 56; cf. In Psalmum 147: CCL 78, 337-338; S. Jerónimo, Obras homiléticas. Comentario a los Salmos: Obras completas, edición bilingüe, vol. I, ed. BAC, Madrid 1999, 635-636.

[38] Cf. Carta. ap. en forma de Motu Proprio Aperuit illis (30 septiembre 2019).

[39] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 152.175: AAS 105 (2013), 1083-1084.1093.

[40] Cf. Ep. 52,3: CSEL 54, 417.

[41] Cf. VD, 72: AAS 102 (2010), 746-747.

[42] S. Juan Pablo II, Carta a los artistas (4 abril 1999), 5: AAS 91 (1999), 1159-1160.

[43] Cf. Denzinger-Schönmetzer, Enchiridion Symbolorum, 1506.

[44] (25 abril 1979): AAS 71 (1979), 557-559.

[45] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 116: AAS 105 (2013), 1068.

[46] Homilia in Ezech. I, 7: PL 76, 843D.

[47] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 116: AAS 105 (2013), 1068.

[48] Cf. P. Ricœur, Sur la traduction, Bayard, París 2004.

[49] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24: AAS 105 (2013), 1029-1030.

[50] L. Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus, 5.6.

[51] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 31: AAS 105 (2013), 1033.

[52] Cf. G. Steiner, After Babel. Aspects of language and translation, Oxford University Press, Nueva York 1975.

[53] Cf. Ep. 15, 1: CSEL 54, 63.

[54] Ibíd., 15, 2: CSEL 54, 62-64.

[55] Ibíd., 16, 2: CSEL 54, 69.

[56] Ibíd., 82, 2: CSEL 55, 109.

[57]Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 99: AAS 105 (2013), 1061.

[58] Ep. 60, 10: CSEL 54, 561.

[59] Sulpicius Severus, Dialogus I, 9, 5: SCh 510, 136-138.

[60] Ep. 52, 7: CSEL 54, 426.

[61] Homilia de nativitate Domini IV: PLSuppl. 2, 191; S. Jerónimo, Obras homiléticas. Comentario a los Salmos: Obras completas, edición bilingüe, vol. I, ed. BAC, Madrid 1999, 961.


FESTIVIDAD DE SANTA ROSA DE LIMA.

agosto 30, 2021

Santa Rosa de Lima, virgen.

30 de agosto, SANTA ROSA DE LIMA, «Santa Rosita»

Solemnidad en Lima y Fiesta en Perú

Los he unido al único Esposo, Cristo,
para presentarlos a él como una virgen pura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto, 10, 17 — 11, 2

Hermanos:
El que se gloría, que se gloríe en el Señor. Porque el que vale no es el que se recomienda a sí mismo, sino aquel a quien Dios recomienda.
¡Ojalá quisieran tolerar un poco de locura de mi parte! De hecho, ya me toleran. Yo estoy celoso de ustedes con el celo de Dios, porque los he unido al único Esposo, Cristo, para presentarlos a él como una virgen pura.

Palabra de Dios.

SALMO     Sal 148, 1-2. 11-13a. 13c-14 (R.: cf. 12a. 13a)

R. Aleluia. O bien:

Los jóvenes y las vírgenes, alaben el nombre del Señor.

Alaben al Señor desde el cielo,
alábenlo en las alturas;
alábenlo, todos sus ángeles,
alábenlo, todos sus ejércitos. R.

Los reyes de la tierra y todas las naciones,
los príncipes y los gobernantes de la tierra;
los ancianos, los jóvenes y los niños,
alaben el nombre del Señor. R.

Su majestad está sobre el cielo y la tierra,
y él exalta la fuerza de su pueblo.
¡A él, la alabanza de todos sus fieles,
y de Israel, el pueblo de sus amigos! R.

ALELUIA     Juan 15, 9b. 5b

Dice el Señor: Permanezcan en mi amor; el que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto.

EVANGELIO

Vende todo lo que posee y compra el campo

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo     13, 44-46

Jesús dijo a la multitud:
«El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo.
El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.»

Palabra del Señor.


10 jóvenes monjas de Iesu Communio hablan de su vocación, sus llamadas, miedos y encuentros con Dios

agosto 16, 2021

Novicias y postulantes de Jesu Communio que desean consagrarse a Dios para siempre en la vida religiosa contemplativa.

10 jóvenes monjas de Iesu Communio hablan de su vocación, sus llamadas, miedos y encuentros con Dios

Son jóvenes, muchas con estudios universitarios y algunas incluso con carreras profesionales. Pero un día decidieron dejar todo para entregarse completamente para el Señor como monjas de vida contemplativa.

Son Carla, Irene, Raquel, Carlota, Andrea… chicas que superan por poco los 20 años. Provienen de Madrid, Barcelona, Valencia, de ciudades y pueblos de toda España, y ahora son novicias y postulantes en Iesu Communio, instituto religioso fundado por la Madre Véronica Berzosa, y que con sus más de 200 religiosas en sus dos monasterios representan todo un fenómeno vocacional.

En la localidad valenciana de Godella se encuentra la primera fundación de Iesu Communio, carisma nacido en el burgalés monasterio de La Aguilera.

Precisamente, para mostrar al mundo la belleza de la vocación religiosa y la alegría que transmiten estas jóvenes monjas, la Archidiócesis de Valencia pidió el testimonio de algunas de las religiosas y el instituto ha publicado un bonito vídeo en el que intercala esta llamada de diez chicas jóvenes que todavía no han realizado los votos perpetuos.

Las jóvenes muestran de manera sencilla y amorosa cómo conocieron a Dios, el momento que cambió sus vidas, la llamada a la vida religiosa, los miedos y por último la alegría que se transmite cuando se vive en la voluntad de Dios.

Aunque en el vídeo los testimonios de estas diez chicas se van intercalando, en ReL hemos agrupado cada uno de ellos para así mostrar cada historia con un rostro y un nombre.

La primera de ellas es Carla, una joven madrileña de 24 años. “A los 15 años tras la muerte repentina de mi padre decidí alejarme de la Iglesia y de Jesús, le eché la culpa de su muerte y del sufrimiento”, afirma. Sin embargo, años después acabó yendo a la JMJ de Cracovia de 2016 y a la vuelta hacia Madrid su grupo paró en Lourdes. “Ahí cambió mi vida”, confiesa.

Recuerda la canción que dice que “nadie te ama como yo”. En ese momento tuvo la “certeza” de que nadie la amaba como Dios, “que Él siempre había estado ahí, que en todo ese sufrimiento que había pasado Él estaba, que me conocía y que iba a amar siempre”.

Visitando a las que son hoy sus hermanas, a Carla le llamó la atención la mirada que tenían. “Dije: ‘esa mirada la quiero para mí’. Eran muchas miradas en una sola, la de Jesús”.

Sin embargo, esta madrileña no fue ajena al “miedo a la vocación” porque “era una renuncia a poder ser madre. Pero cuando llegué a esta casa descubrí que esto no era así, que la maternidad que me regalaba Jesús era inimaginable con lo que yo podía pensar”. Y finalmente, “arrasada por Él decidí seguirlo y feliz hasta hoy”.

María tiene 23 años, es también madrileña y tan sólo lleva ocho meses en Iesu Communio. Esta joven estaba acabando Enfermería cuando empezó a sentir esta llamada.

Pero un domingo en misa en el Evangelio escuchó cómo Jesús miraba a Pedro. “Sentí en ese momento que miraba a mí y sentí que sabía toda mi historia y que me quería para Él”.

Un momento crucial se produjo escuchando al Papa que dijo que el designio de Dios hace a esa persona bailar y cantar al corazón.

“Es verdad que ahí lo reconocí. Fue como: ‘María, ya sabes dónde canta y baila tu corazón’. Y es el único lugar”, explica. Así fue como dijo sí al Señor y a esta vida religiosa, que la define “como si te hubiera tocado la lotería, mucho mejor”.

Irene tiene 25 años y lleva ya año y medio en este monasterio. Antes de ingresar en Iesu Communio cursó una Ingeniería e incluso llegó a trabajar en una empresa. Desde siempre la Física y la Matemáticas le encantaban, y cree que “visto ahora siento que el universo, los planetas me hablaban de alguien pero entonces no lo conocía”.

En su día a día entró –según cuenta- “en un mundo superficial, para así no sufrir”. Pero Irene asegura que en una Eucaristía, en la consagración, cayó de rodillas por primera vez y “alguien dentro de mí, y que yo ahora creo que son mis hermanas, oró: ‘Hágase’”.

Antes de dar el paso definitivo esta joven trabajaba en una empresa de pararrayos, justo en el proceso de duda sobre su vocación. ¿Para qué sirve la vida contemplativa?, se preguntaba.

Y la respuesta la encontró en su trabajo: “El rayo impacta en el pararrayos, y para que no dañe a nadie se introduce en la tierra. Yo entonces vi cómo Dios me explicaba la vida contemplativa. El amor de todo un Dios poderoso se quiere derramar para que así llegue la vida a tantos que no lo conocen”.

Otra de las jóvenes que cuenta su experiencia es Ione. Sentía un “vacío muy grande”, con muchas preguntas en su vida y en el mundo a las que no encontraba respuesta. Y entonces se encontró con Dios, “un amor que no había sentido en mi vida”, y que estaba por encima de todas las cosas que ella no aceptaba de sí misma.

Ella también estudió Enfermería y un suceso la tocó profundamente. Una camilla entró a toda prisa con una mujer que se había intentado suicidar, estaba inconsciente pero cuando la recuperaba únicamente gritaba: ‘¡dejad que me muera!’. Y a mí esto me atravesó”.

Un año después fue a la JMJ de Madrid y en la peregrinación pasó por La Aguilera. “Para mí fue como un golpe, un shock de repente. Pensé: ‘no estoy loca, lo mismo que me pasa a mí les ha pasado a estas mujeres’”, recuerda.

Y en aquel instante sintió un “deseo enorme” de seguir a Jesús. Y confiesa que “desde ese momento tuve la certeza de que nunca en mi vida iba a sentirme sola y que tenía un Amor al que recurrir”.

María es una joven valenciana que dice que desde niña siempre había dicho que nunca sería monja. Ahora lo es. Antes de llegar a Iesu Communio tras ser llamada por Dios afirma que “me he pasado la vida buscando el amor”.

Y así fue como hizo una experiencia en las misiones. A la vuelta sintió que “Dios me pedía algo diferente pero no sabía lo que quería, y entonces yo estaba perdida y desorientada”.

Empezó a rezar todos los días con las hermanas pidiendo a Dios que le dijera qué quería de ella, hasta que un día mientras oraba recibió contestación: “bienvenida a esta casa, que era mi casa”. Y así fue el proceso de ir “rindiéndose” ante el Señor hasta que por primera vez pudo decir: “Lo que tú quieras”.

Andrea es de Barcelona y tiene 23 años. “Siento que conocía al Señor de oídas pero un día hizo luz en mi corazón. Su vida era una exigencia constante. Se ponía metas “intentando encontrar la felicidad, el amor”, pero cuando las alcanzaba “veía que había puesto todo mi ser en una cosa que de repente me dejaba vacía, no me daba respuesta”.

Como a otras muchas de las hermanas, una peregrinación fue un punto de inflexión. Y así llegó igualmente a conocer de verdad a las religiosas de Iesu Communio.

“Estaba acostumbrada a las redes sociales, ver imágenes de vidas aparentemente perfectas, escaparates donde pones tus sueños, pero al final eran sólo imágenes que no llevaban a nada real. Pero por primera vez veía a gente feliz, de carne y hueso. Y aquello me fascinó, ya no me podía conformar con la vida que estaba llevando”.

Popi lleva en la comunidad tan sólo 10 meses. Esta joven confiesa que “tenía fe pero para mí era como una especie de carga de la que tienes que tirar, una serie de normas que tienes que cumplir o una talla que dar frente a Dios y los demás”.

Poco a poco, Dios fue trabajando en ella y le fue mostrando que la quería en este monasterio. “¿Cómo voy a tener vocación?”, se preguntaba también. Y entonces un día Dios habló: “Te quiero así, como estás ahora”. Y este fue el punto definitivo para dar este paso en su vida.

Carmen tiene 20 años. “Empecé a salir de fiesta muchísimo, buscaba la vida en mis amigas, en los viajes, en mis estudios…”, relata esta joven. En una peregrinación se sintió por primera vez “amada de arriba abajo” por el Señor, y su vida fue cambiando.

A su alrededor había gente sufriendo mucho, jóvenes que no encontraban sentido a su vida, drogas, depresiones… “Esto me cuestionaba todo”, confiesa.

“Me ayudó mucho el testimonio de una monja que era joven y que quería vivir con radicalidad, entregárselo todo a Jesús. Y su lema era ‘todo o nada’. Me cautivó y dije: ‘yo también quiero entregar todo a Jesús”, destaca Carmen.

Carlota es una barcelonesa de 22 años que asegura que “no entendía por qué teniéndolo todo sentía que no tenía nada, sino un vacío enorme”. Buscaba llenarlo ayudando en comedores sociales, dando clases de refuerzo y comida a gente sin techo. Incluso empezó Enfermería.

No quería ser monja, y sonriendo asegura que como mucho misionera. Su mejor amigo le propuso que hiciera una experiencia de fin de semana con unas monjas para así “descartar” la vocación.

Pero lo que descartó fue la vida que había fuera pues allí había encontrado lo que anhelaba, no sin miedo porque en su vida hasta entonces no cabía la posibilidad de ser religiosa.

Por último Raquel es una joven de 23 años que lleva siete meses en Iesu Communio. Proviene de una familia cristiana pero al final en su vida “el Señor era una cosa más, sin importancia, porque tocaba y ya está”.

Igualmente, en una peregrinación Dios la “traspasó con una Palabra”. Sentía que la llamaba y ella le amaba pero confiesa que le daba “muchísimo miedo” poder equivocarse.

Sin embargo, Raquel relata que “Dios no ha forzado absolutamente nada, sino que a través de la Iglesia todo ha sido libertad en mi vida. Esto te sobrecoge y te atrae de una manera que no puedes negarle. Decirle que no sería como negar lo mejor que me ha pasado en la vida”.

Vea aquí el vídeo testimonial de estas jóvenes de Iesu Communio


¿Poder en la Iglesia? Las mujeres siempre lo han tenido

agosto 11, 2021

La Iglesia católica, más que cualquier otro cuerpo institucional en la historia, elevó a las mujeres y las alentó a explotar al máximo su potencial.

¿Poder en la Iglesia? Las mujeres siempre lo han tenido

Ninguna otra institución ha hecho más para dar poder a las mujeres y animarlas a pensar con su propia cabeza

Por Elizabeth Scalia

La periodista del New York Times Maureen Dowd aprovechó la ocasión de la visita del papa Francisco a Estados Unidos para referirse a él como al “perfecto papa del siglo XIX”, en gran parte porque no parece interesado en el sacerdocio femenino. Las afirmaciones de Dowd a menudo no tienen contexto, y el artículo no es particularmente interesante, pero viene bien porque nos permite considerar cómo la Iglesia católica, más que cualquier otro cuerpo institucional en la historia, elevó a las mujeres y las alentó a explotar al máximo su potencial (subrayado del editor).

Se puede argumentar con razón el hecho de que la Iglesia católica ha sido el medio para liberar a las mujeres, y no, como muchos acusan desconsideradamente, el medio de su opresión. Hasta hace 150 años, la gran mayoría de las mujeres instruidas y realizadas estaba compuesta por mujeres católicas religiosas, que concibieron ideas totalmente originales, y las llevaron a cabo.

Pensad en Elizabeth Bailey Seton, viuda con 5 hijos, desheredada por su familia a causa de su conversión, que concibió la que hemos llegado a conocer como la educación elemental católica, inventando sustancialmente los medios para que los hijos de los pobres y marginados fueran instruidos y competitivos en el “nuevo mundo”.

Pensad en Teresa de Ávila, que no sólo reformó una orden religiosa corrupta, sino que construyó 16 monasterios, tanto para hombres como para mujeres, aun sufriendo a menudo un dolor paralizante. Y escribió también algunos libros considerados clásicos de la teología, y ahora es Doctora de la Iglesia. ¡No está mal para una mujer que pasó la adolescencia leyendo novelillas!

Pensad en las estadounidenses Henriette De Lille, hija de esclavos liberados, y en Katharine Drexel, hija de un rico industrial, que fundaron ambas órdenes femeninas y gastaron tiempo y energías para construir escuelas y hospitales para los nativos americanos y los afroamericanos en el profundo Sur.

Pensad en Catalina de Siena, consejera de papas y reyes, que dictaba sus cartas a dos escribientes a la vez. Otra Doctora de la Iglesia. Es interesante que Catalina fuese casi del todo analfabeta y “poco dotada” en base a los estándares mundanos, pero la Iglesia –que no es una institución elitista– la define “Doctora” igual que a Santa Hildegarda de Bingen, una gigante intelectual de la música, la ciencia, la medicina, las letras y la teología. Como en el caso de Santa Teresa de Lisieux, que entró en el Carmelo a los 15 años y nunca lo abandonó, pero cuya influencia ha llegado muy lejos.

Oh, y no olvidemos a Juana de Arco, una mujer guerrera que guiaba a los hombres en la batalla. Sí, hombres de la Iglesia la abatieron. Pero no los recordamos a ellos ni les llamamos santos, como a ella. ¿O no?

El hecho es que, aunque se hable de cómo la Iglesia ha sido opresora hacia las mujeres, no ha habido otra institución en la historia que haya dado a las mujeres una tal libertad de crear, explorar, descubrir, servir, gestionar, construir, expandir, en general con bien pocas ayudas de las cajas diocesanas donde trabajaban, y la mayor parte de las veces sin intervención por parte de la jerarquía masculina.

Rose Hawthorne, hija de Nathaniel Hawthorne, fundó las Dominicas de Hawthorne, una orden de monjas que cuidan a los enfermos de cáncer, gratis, y que se basa únicamente en donaciones.

Una mujer americana de nombre Vera Duss consiguió la licenciatura en Medicina en la Sorbona de París y después de una semana entró en una abadía benedictina parisina, donde escondía y cuidaba a judíos perseguidos por los nazis. Después de que Patton liberara París, Madre Benedicta Duss se sintió llamada a volver a América e instituyó una abadía benedictina en Connecticut, una de cuyos miembros es, ironía del destino, la nieta de Patton.

Casi desde el inicio, la Iglesia promovió la realización femenina. Sería difícil encontrar otra institución en el planeta que no sea la Iglesia católica, que haya permitido sencillamente a las mujeres pensar con su propia cabeza, ser lo que habían nacido para ser, y realizar grandes cosas.

La Iglesia ha promovido literalmente a miles de grandísimas mujeres, cuyos éxitos son injustamente ignorados hoy porque los realizaron llevando un hábito. Comparadlas a las mujeres “poderosas” de hoy, mujeres a menudo atrapadas en su vórtice amargo de expectativas no realizadas, o adiestradas para encontrar “microagresiones” en torno a ellas, y el contraste no podría ser más estridente.

¿Las mujeres modernas son de verdad más imaginativas, más conscientes a nivel social que esas mujeres católicas que básicamente inventaron los servicios sociales en la Iglesia, mucho antes de que los Gobiernos supieran qué hacer con los huérfanos y los hijos analfabetos de los pobres, o cómo curar a los enfermos? Es dudoso.

¿Las mujeres modernas son más libres que las mujeres religiosas que construyeron y sirvieron las iglesias? Por desgracia no, porque en nuestra sociedad secularista, la creatividad de las mujeres no sigue el curso de Dios, sino el que ya ha tenido éxito para los hombres. Su sentido del éxito se mide no por su servicio a los demás y al cielo, sino por estándares humanos falsos, y masculinos.

Piense lo que piense la Dowd del papa Francisco, vale la pena recordar que fue la Iglesia católica, antes que cualquier otro, en mirar a las mujeres que rodeaban al Ser más importante nunca aparecida en la tierra y a verlas como mujeres en plenitud, merecedoras de honor y respeto.

Sara, Rebeca, Esther y Rut tuvieron su propio papel y fueron honradas, con ese respeto –esa voluntad de mirar a las mujeres como algo más que simples notas a pie de página, como personas esenciales en la historia de la salvación– comenzado con María, la mujer llamada por la Iglesia la más grande de todos los santos y la más grande de la creación de Dios.

¿Poder en la Iglesia? Las mujeres siempre lo han tenido


La belleza única de la mujer en la Iglesia Católica, con velo o sin velo (2 de 2)

junio 25, 2021

Mujer sujetándose el velo sobre la cabeza

(Continúa)

La belleza única de la mujer en la Iglesia Católica, con velo o sin velo

¿Vuelve el uso del velo entre las mujeres católicas?

¿No habrá llegado el momento de redescubrir el significado del velo o de la mantilla entre las mujeres católicas? ¿Qué nos dicen los signos de los tiempos en la Iglesia y en el mundo sobre la mujer? ¿Tendrá el velo suficiente entidad como para promover una renovación de la función de la mujer en la Iglesia? ¿Qué capacidad significativa puede tener el velo en las mujeres?

6. La mujer, primera transmisora del don de la vida y de la fe, iniciadora de humanidad

La mujer es el sagrario de la vida, pues la fecundación acontece en sus entrañas y la implantación vital del embrión humano se realiza en el seno materno. Éste garantiza la permanente y segura acogida del nuevo ser, y con ello su incorporación a la familia humana.

Los esposos y padres, pero específicamente la madre, son los transmisores de la vida y de la experiencia religiosa. A este embrión es infundida el alma inmortal creada directamente por Dios para completar las condiciones vitales del nuevo ser, según los planes de Dios.

Así la esposa y madre se convierte en el primer recinto sagrado donde se desarrollará el nuevo ser humano. Ella será la primera trasmisora del reconocimiento de los padres y del mundo exterior hacia el nuevo ser humano: acogida, valoración, afirmación, seguridad, supervivencia, desarrollo vital, absorción de los valores humanos y de la experiencia religiosa.

La mujer, esposa y madre, comparte las vivencias y experiencias de la Santísima Virgen María. Con ella pronuncia el “fiat”: Hágase en mí, como tú digas. Con María, como mujer y madre, comparte su respuesta “personal” y en cierta soledad, pero no desamparo.

Es la sumisión obsequiosa de la fe a Dios, no al varón, ni al destino, ni a la visión cultural o moda social. Ella se siente feliz como criatura del Señor, vivencialmente como mujer, semejante a María, que es bendita entre todas las mujeres por su particular y personal obediencia a Dios.

“Ser madre no significa sólo traer al mundo un hijo, sino que es también una elección de vida. La elección de vida de una madre es la elección de dar vida. Y esto es grande, esto es bello. Sin las madres, no sólo no habría nuevos fieles, sino que la fe perdería buena parte de su calor sencillo y profundo. No somos huérfanos, somos hijos de la Iglesia, somos hijos de la Virgen y somos hijos de nuestras madres” (Papa Francisco).

7. La belleza polifacética de la mujer en la Iglesia

La mujer es icono de la ternura y belleza de Dios en el mundo, en la sociedad. En la Iglesia es icono de la nueva Eva, de María, la llena de gracia y bendita entre todas las mujeres. Representa a la Iglesia como la Esposa de Cristo. En fin, goza de un espectro magnífico y esplendoroso de gracia y belleza espiritual.

Por estas y otras mil razones, la mujer, en el orden de la gracia, en la Iglesia, en la familia, en la sociedad, en el mundo… posee una riqueza real y significativa casi infinita, según los planes de Dios. La grandiosidad de María nos es accesible en cada mujer, sobre todo en la propia madre, gracias a la cual ha venido al mundo todo ser humano y ha experimentado las vivencias más originales y fundantes.

En fin, es tan grande la mujer cristiana en los planes de Dios que ignorarla equivaldría a privar a la Iglesia y a la humanidad de una riqueza inimaginable y polifacética. Es mucho en efecto lo que Dios ha dispuesto depositar en María y en la mujer como don para la humanidad, para la sociedad y para la Iglesia, como un mar sin fondo en el que siempre podremos bucear para sacar más y más tesoros de gracia y bendición en Cristo.

Por eso, la mujer en la Iglesia debería ser considerada como una perla preciosa digna de todo respeto y veneración. En ella, Dios ha depositado bienes admirables e inefables para bendición de la Iglesia y de la humanidad entera.

En analogía con la vida religiosa que no es jerarquía, la mujer pertenecería al corazón de la Iglesia. Por tanto, estarían justificadas en ella todas las formas de vestir y de presentación que expresen ternura, belleza, recato, pureza, castidad, prudencia, humildad, servicio, disponibilidad, sobriedad, cercanía, acogida, perdón, reconciliación, paz…

8. El velo “dice bien” con la mujer que representa la feminidad en la Iglesia y la nupcialidad

En la tradición de la Iglesia ha existido hasta nuestros días la costumbre y la delicadeza de cubrir los objetos bendecidos o consagrados dedicados al culto, como son el tabernáculo o sagrario donde se reserva el Santísimo Sacramento. Los altares están cubiertos con manteles y adornados porque representan a Cristo. Son la “mesa” donde se preparan los dones que serán consagrados. Los vasos sagrados, copones y cálices, son adornados y también cubiertos artísticamente.

La Iglesia como tal es la “perla preciosa”, la nueva creación en gracia y santidad, la novia que representa a todas las naciones. Todos los laicos toman parte en la naturaleza femenina de la Iglesia, pero las mujeres simbolizan a la Iglesia como la novia.

Las mujeres recuerdan a los varones que la esencia de la Iglesia es su condición de “desposada” con Dios: Ha sido sacada de las tinieblas y del pecado y ha sido adornada como novia para su Esposo. Toda mujer bautizada es un icono de esa vocación de toda la Iglesia. Ésta no puede olvidarse de ese primer amor, fundante y definitivo.

Por eso, toda mujer en la Iglesia es digna de una veneración especial, de respeto, de estima y de cariño. Una comunidad cristiana madura debería reservar para toda mujer un sitial de honor por consideración a la Nueva Eva, la Santísima Virgen María, Madre de Dios, y en atención a la función humana y salvífica con la que Dios le ha distinguido y embellecido, no para su autocomplacencia y vanidad, sino para gloria de Dios y bien de la humanidad y de la Iglesia.

Esta disposición de Dios respecto de la mujer es sagrada y única, digna de todo respeto por parte del varón. Los laicos varones en la Iglesia representan a Cristo, el novio. De ahí que algunos varones accedan al sacerdocio ministerial de Cristo, para bien de la Iglesia, no para su propio interés y poder.

La función y la dignidad jerárquicas no debe generar en el clero actitudes de suficiencia, autoritarismo y discriminación respecto de las mujeres, sino más bien todo lo contrario: un ministerio sacerdotal y pastoral inspirado por la caridad y la atención personal según las necesidades de cada uno. Los clérigos deben imitar la humildad y delicadeza con que Jesús trataba a las mujeres de su tiempo.

El Papa Francisco ha denunciado los daños que causa el clericalismo en la Iglesia. Los pastores deberían ser especialmente atentos con la mujer en la Iglesia, sus más acérrimos defensores y promotores. Siempre será la mejor una prioridad pastoral. A veces ellas constituyen la verdadera opción por los pobres y marginados, o descartados.

Las palabras que el ángel dirigió a san José también se aplican a los clérigos: José, no tengas reparo en llevarte a María tu mujer. Ellos no deben tener ningún reparo en acoger todo lo que Dios ha depositado y realiza en ellas para enriquecer a la Iglesia y a la humanidad entera. Como José a María en su día, deben dar legitimidad y plena integración de las mujeres en la Iglesia y en la sociedad.

9. Al final, ¿usar velo, por qué, y para qué?

A estas alturas, la mujer consciente de lo dicho hasta aquí se preguntaría qué añade llevar velo o qué se pierde si deja de llevarlo. Quizás lo más acertado y valioso sea la voluntad y la libertad de cada mujer en la Iglesia. Lo más valioso de lo expuesto quizás sea el haber dado vueltas a un tema y a una experiencia que interesa a todos, para gloria de Dios, bien de la humanidad y crecimiento y belleza de la Iglesia.

Ante esta ambiciosa apuesta, el uso de un atuendo femenino en sí mismo puede parecer insignificante y hasta ridículo de cara a una causa tan noble, tan inmensa y santa. Sin embargo, no despreciable. El valor de este gesto a los ojos de Dios será infinito y de capital importancia para la madurez, belleza y fecundidad de la Iglesia en nuestro mundo.

En efecto, una mujer que usa el velo, con motivación religiosa, muestra a todas luces una gran reverencia ante Dios y ante la Iglesia, y fomenta su propio recogimiento para la oración; se honra a sí misma ante los demás valorando su pertenencia a Dios y su santo orgullo de pertenecer al corazón de la Iglesia, por deferencia del Poderoso. Simboliza también a toda la Iglesia en cuanto que es la esposa de Cristo.

San Pablo pide a las mujeres que se sometan a sus maridos por amor a Dios; análogamente la Iglesia debe someterse a Cristo; y Cristo llevó una vida sumisa a los designios del Padre. Por eso, Cristo amó a la Iglesia hasta el punto de sufrir y morir por ella. Los maridos imitando a Cristo amarán a sus esposas como a su propio cuerpo. Y este es un gran misterio, confesará san Pablo, y “yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia”.

El velo es una prenda de vestir que la mujer utiliza para orar, para comunicarse con Dios por lo general en asamblea litúrgica. Es un gesto, un detalle, un estilo que, sin molestar a nadie, le ayuda a sentir y a expresar su identidad personal y su función especifica en la Iglesia.

Las mujeres tienen, de manera natural, un cabello hermoso, y el velo acentúa esa belleza, la resalta. Pero con la intención de agradar a Dios no a los hombres. Por tanto, con velo o sin velo, la mujer expresará siempre ante su Esposo y Señor sentimientos de humildad, delicadeza, amor apasionado y nupcial, recato, modestia, recogimiento, piedad y, en fin, contemplación. Esto es lo que interesa, esto es lo valioso, lo decisivo.

El Papa Francisco comenta la forma peculiar de sentir y de orar de María que guardaba todas estas cosas en su corazón: “Contemplando a la Madre nos sentimos animados a soltar tantos pesos inútiles y a encontrar lo que verdaderamente cuenta. El don de la Madre, el don de toda madre y de toda mujer es muy valioso para la Iglesia, que es madre y mujer”.

Prosigue el Papa con una referencia muy sugerente acerca de la manera peculiar de sentir, actuar y orar de san José y de todo varón: “Y mientras el hombre frecuentemente abstrae, afirma e impone ideas; la mujer, la madre, sabe custodiar, unir en el corazón, vivificar. Para que la fe no se reduzca sólo a una idea o doctrina, todos necesitamos de un corazón de madre, que sepa custodiar la ternura de Dios y escuchar los latidos del hombre. Que la Madre, que es el sello especial de Dios sobre la humanidad, custodie este año y traiga la paz de su Hijo al corazón de todos los hombres y al mundo entero” (https://www.aciprensa.com/noticias/texto-homilia-del-papa-francisco-en-la-solemnidad-de-santa-maria-madre-de-dios-12676).

A modo de conclusión

¿Por qué usar velo, por qué puedes usar velo? Porque quieres: Porque a Dios le encantó hacerte mujer, como María, con una misión única, original e intransferible. Quiso hacerte libre y le gusta verte libre y creativa, llena de amor y feliz como él, que es Amante de la vida. Dios te ha hecho libre como el querer, su fiel e íntima colaboradora en la salvación y en la vida de los hombres. ¿Por qué más? Porque estás orgullosa de ser mujer, porque te gustas en él, porque es tu respuesta entusiasta a Dios que te hizo mujer como María, y sabes por fe, y estás segura de que eso es lo mejor para ti, para todos.

¿Y para qué usar velo? Podrías llevarlo y usarlo cuando te parezca oportuno, para aprender a cumplir la voluntad de Dios, para aprender la fidelidad a tu vocación única y original de mujer como María… Para disponerte a ser esposa, a ser madre… Para colaborar de la mejor manera posible con los designios de Dios y salvar a todos los hombres, para ser sacramento de la ternura y de la libertad de Dios, para amar a discreción, como María, tu modelo y plenitud… bendita entre todas las mujeres. Y para llevar el Fruto bendito de su vientre, Jesús el Salvador, a todas las naciones, para gloria y alabanza de Dios Padre, Hijo y Espíritu. Amén.

Puede interesar:

https://youtu.be/LWu_RFHBZmQ

http://adelantelafe.com/uso-del-velo-en-la-mujer-en-la-santa-misa/