Domingo XVI del Tiempo Ordinario, Ciclo A
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Dejadlos crecer juntos hasta la siega
Antífona de Entrada: Sal 53, 6. 8
Dios es mi auxilio, el Señor sostiene mi vida. Te ofreceré un sacrificio voluntario dando gracias a tu nombre, que es bueno.
Oración colecta
Muéstrate propicio con tus hijos, Señor, y multiplica sobre ellos los dones de tu gracia, para que, encendidos de fe, esperanza y caridad, perseveren fielmente en el cumplimiento de tu ley. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA: Sabiduría 12, 13. 16-19
Fuera de ti, no hay otro dios al cuidado de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia.
Tu poder es el principio de la justicia, y tu soberanía universal te hace perdonar a todos.
Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu poder total, y reprimes la audacia de los que no lo conocen.
Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres.
Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento.
SALMO 85, 5-6. 9-10. 15-16a
Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia, con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende la voz de mi súplica.
Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre: «Grande eres tú, y haces maravillas; tú eres el único Dios.»
Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí.
SEGUNDA LECTURA: Romanos 8, 26-27
Hermanos:
El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables.
Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.
Aclamación antes del Evangelio: Mt 11, 25
Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del reino a la gente sencilla.
EVANGELIO: Mateo 13, 24-43
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó.
Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo: «Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?»
Él les dijo: «Un enemigo lo ha hecho.»
Los criados le preguntaron: «¿Quieres que vayamos a arrancarla?»
Pero él les respondió: «No, que, al arrancar la cizaña, podríais arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y, cuando llegue la siega, diré a los segadores:
‘Arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero.'»»
Les propuso esta otra parábola:
«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.»
Les dijo otra parábola:
«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.»
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo».
Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle: «Acláranos la parábola de la cizaña en el campo.»
Él les contestó:
«El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los segadores los ángeles.
Lo mismo que se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre.
El que tenga oídos, que oiga.»
Antífona de la comunión: Ap 3, 20
Estoy a la puerta llamando -dice el Señor-: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos.
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Comentario del Papa Francisco: Solo Dios, en el Juicio Final, podrá separar el bien del mal
VATICANO, 23 Jul. 17 / 05:22 am (ACI).- El Papa Francisco, durante el rezo del Ángelus este domingo en la plaza de San Pedro en el Vaticano, exhortó a los cristianos a no desanimarse en el ejercicio del discernimiento entre el bien y el mal, y recordó que, en nuestra vida, ambas realidades conviven y que sólo Dios podrá separarlas en el Juicio Final.
Para explicarlo, el Santo Padre se refirió a la parábola del trigo y la cizaña de la lectura evangélica del día. “La narración se desarrolla en un campo con dos protagonistas opuestos. Por una parte, está el patrón del campo, una figura de Dios, que esparce la buena semilla de trigo. De otro lado, tenemos el enemigo, que representa a Satanás, y que esparce la mala hierba”.
“Con el paso del tiempo, en medio del trigo crece también la cizaña y, ante esto, el patrón y sus siervos tienen diferentes opiniones. Los siervos quieren intervenir arrancando la cizaña. Sin embargo, el patrón, preocupado sobre todo por salvar el trigo, se opone diciendo: ‘No sea que, al arrancar la cizaña, arranquéis también el trigo’”.
De esta manera, el Pontífice señaló que “Jesús nos dice que en este mundo el bien y el mal están entrelazados, que es imposible separarlos y extirpar todo el mal. Solo Dios puede hacer eso, y lo hará en el juicio final”.
Por ello, animó a los cristianos a desempeñar un adecuado ejercicio de la libertad, “en la cual se lleva a cabo el difícil ejercicio del discernimiento”.
“Se trata –explicó– de compaginar, con gran fe en Dios y en su providencia, dos actitudes aparentemente contradictorias: la decisión y la paciencia. La decisión es aquella que consiste en querer ser una buena semilla, con todas sus propias fuerzas, y entonces alejarse del maligno y de sus seducciones”.
Por su parte, “la paciencia significa preferir una Iglesia que sea fermento, que no tema mancharse las manos lavando el pan de sus hijos, antes que una Iglesia de los ‘puros’ que pretenda decidir antes de tiempo quién está en el Reino de Dios y quién no”.
En ese ejercicio de discernimiento, “el Señor, que es la Sabiduría encarnada, hoy nos ayuda a comprender que el bien y el mal no se pueden identificar con territorios definidos o determinados grupos humanos”.
“Él nos dice que la línea que separa el bien y el mal se encuentra en el corazón de cada persona. Somos todos pecadores. Jesucristo, con su muerte en la cruz y su resurrección, nos ha liberado de la esclavitud del pecado, y nos da la gracia de caminar en una vida nueva, pero con el Bautismo nos ha dado también la Confesión porque siempre tenemos necesidad de ser perdonados de nuestros pecados. Mirar siempre el mal que está fuera de nosotros, significa no querer reconocer el pecado que también está en mí”.
Por último, el Papa destacó la paciencia de Dios con los hombres: “¡Cuánta paciencia tiene Dios! También cada uno puede decir esto: ¡Cuánta paciencia tiene Dios conmigo!”.
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Comentario personal en clave trinitaria:
En la oración colecta pedimos renovar la relación con Dios Trinidad mediante la fe, la esperanza y la caridad. Mediante esas virtudes teologales entramos en comunión con Dios Padre por la caridad, con Dios Verbo encarnado por la fe, y con Dios Espíritu Santo por la esperanza.
El Amor del Padre que debemos recibimos como lo más específico de nuestra filiación nos es mostrado en la primera lectura: Dios Padre gobierna el mundo, con sabiduría y misericordia, con justicia. Todo está bien, nada está perdido… El Padre es paciente con todos. Así nos enseña el acceso al perdón mediante el arrepentimiento. Todos tenemos remedio gracias a su amor y providencia. Nos enseña a ser humanos, indulgentes como lo es él con nosotros. El Padre Dios sustenta y rige todas las cosas. Es el Dueño del mundo.
En el evangelio del día se nos muestra al Hijo, al Verbo, a la Palabra que no sólo ha hablado sino que también ha cumplido como nadie esa misma Palabra. Él es la respuesta a la voluntad del Padre, que quiere que todos sus hijos se salven, y la respuesta del hombre al mensaje de salvación. Jesús es el sembrador que esparce generosamente la palabra divina, y es la semilla que ha producido el ciento por uno, el trigo limpio; la levadura que hace fermentar la materia humana del mundo. Jesús respeta la paciencia del Padre y nos invita a examinar qué espíritu es el que nos mueve en nuestros deseos y decisiones…
El Espíritu lo encontramos en la segunda lectura como la gracia y la fuerza divina que eleva al hombre para que pueda comprender el amor del Padre y del Hijo, y así poder orar según Dios, como conviene, y vivir en plenitud de vida y de verdad, de amor.
Si no habláramos de esa relación personal con Dios Trinidad mediante las virtudes teologales, estaríamos armando un trenzado de preceptos, imperativos morales, consejos y normas que no dan vida: pura ideología estéril. Nuestro Dios es un Dios de vida y no de muerte; espíritu y vida, no letra muerta y discurso impersonal.
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EL TRIGO Y LA CIZAÑA
P. Raniero Cantalamessa, ofmcap
Con tres parábolas, Jesús presenta en el Evangelio la situación de la Iglesia en el mundo. La parábola del grano de mostaza que se convierte en un árbol indica el crecimiento del Reino, no tanto en extensión, sino en intensidad; indica la fuerza transformadora del Evangelio que «levanta» la masa y la prepara para convertirse en pan.
Los discípulos comprendieron fácilmente estas dos parábolas; pero esto no sucedió con la tercera, la del trigo y la cizaña, y Jesús tuvo que explicársela a parte.
El sembrador, dijo, era él mismo; la buena semilla, los hijos del Reino; la cizaña, los hijos del maligno; el campo, el mundo; y la siega, el fin del mundo.
Esta parábola de Jesús, en la antigüedad, fue objeto de una memorable disputa que es muy importante tener presente también hoy. Había espíritus sectarios, donatistas, que resolvían la cuestión de manera simplista: por una parte, está la Iglesia (¡su iglesia!) constituida sólo por personas perfectas; por otra, el mundo lleno de hijos del maligno, sin esperanza de salvación.
A estos se les opuso san Agustín: el campo, explicaba, ciertamente es el mundo, pero también en la Iglesia; lugar en el que viven codo a codo santos y pecadores y en el que hay lugar para crecer y convertirse. «Los malos –decía– están en el mundo o para convertirse o para que por medio de ellos los buenos ejerzan la paciencia».
Los escándalos que de vez en cuando sacuden a la Iglesia, por tanto, nos deben entristecer, pero no sorprender. La Iglesia se compone de personas humanas, no sólo de santos. Además, hay cizaña también dentro de cada uno de nosotros, no sólo en el mundo y en la Iglesia, y esto debería quitarnos la propensión a señalar con el dedo a los demás.
Erasmo de Roterdam, respondió a Lutero, quien le reprochaba su permanencia en la Iglesia católica a pesar de su corrupción: «Soporto a esta Iglesia con la esperanza de que sea mejor, pues ella también está obligada a soportarme en espera de que yo sea mejor».
Pero quizá el tema principal de la parábola no es el trigo ni la cizaña, sino la paciencia de Dios. La liturgia lo subraya con la elección de la primera lectura, que es un himno a la fuerza de Dios, que se manifiesta bajo la forma de paciencia e indulgencia. Dios no tiene simple paciencia, es decir, no espera al día del juicio para después castigar más severamente. Se trata de magnanimidad, misericordia, voluntad de salvar.
La parábola del trigo y de la cizaña permite una reflexión de mayor alcance. Uno de los mayores motivos de malestar para los creyentes y de rechazo de Dios para los no creyentes ha sido siempre el «desorden» que hay en el mundo.
El libro bíblico de Qoelet (Eclesiastés), que tantas veces se hace portavoz de las razones de los que dudan y de los escépticos, escribía: «Todo le sucede igual al justo y al impío… Bajo el sol, en lugar del derecho, está la iniquidad, y en lugar de la justicia la impiedad» (Qoelet 3, 16; 9,2).
En todos los tiempos se ha visto que la iniquidad triunfa y que la inocencia queda humillada. «Pero –como decía el gran orador Bossuet– para que no se crea que en el mundo hay algo fijo y seguro, en ocasiones se ve lo contrario, es decir, la inocencia en el trono y la iniquidad en el patíbulo».
La respuesta a este escándalo ya la había encontrado el autor de Qoelet: «Dije en mi corazón: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un tiempo para cada cosa y para toda obra» (Qoelet 3, 17). Es lo que Jesús llama en la parábola «el tiempo de la siega». Se trata, en otras palabras, de encontrar el punto de observación adecuado ante la realidad, de ver las cosas a la luz de la eternidad.
Es lo que pasa con algunos cuadros modernos que, si se ven de cerca, parecen una mezcla de colores sin orden ni sentido, pero si se observan desde la distancia adecuada, se convierten en una imagen precisa y poderosa.
No se trata de quedar con los bazos cruzados ante el mal y la injusticia, sino de luchar con todos los medios lícitos para promover la justicia y reprimir la injusticia y la violencia. A este esfuerzo, que realizan todos los hombres de buena voluntad, la fe añade una ayuda y un apoyo de valor inestimable: la certeza de que la victoria final no será de la injusticia, ni de la prepotencia, sino de la inocencia.
Al hombre moderno le resulta difícil aceptar la idea de un juicio final de Dios sobre el mundo y la historia, pero de este modo se contradice, pues él mismo se rebela a la idea de que la injusticia tenga la última palabra.
En muchos milenios de vida sobre la tierra, el hombre se ha acostumbrado a todo; se ha adaptado a todo clima, inmunizado a muchas enfermedades. Hay algo a lo que nunca se ha acostumbrado: a la injusticia. Sigue experimentándola como intolerable. Y a esta sed de justicia responderá el juicio.
Ya no sólo será querido por Dios, sino también por los hombres y, paradójicamente, también por los impíos. «En el día del juicio universal –dice el poeta Paul Claudel–, no sólo bajará del cielo el Juez, sino que se precipitará a su alrededor toda la tierra».
¡Cómo cambian las vicisitudes humanas cuando se ven desde este punto de vista, incluidas las que tienen lugar en el mundo de hoy! Tomemos el ejemplo que tanto nos humilla y entristece a nosotros, los italianos, el crimen organizado, la mafia la ‘ndrangheta, la camorra…, y que con otros nombres está presente en muchos países.
Recientemente el libro «Gomorra» de Roberto Saviano y la película que se ha hecho sobre él han documentado el nivel de odio y de desprecio alcanzado por los jefes de estas organizaciones, así como el sentimiento de impotencia y casi de resignación de la sociedad ante este fenómeno.
En el pasado, hemos visto personas de la mafia que han sido acusadas de crímenes horrorosos defenderse con una sonrisa en los labios, poner en jaque a jueces y tribunales, reírse ante la falta de pruebas. Como si, librándose de los jueces humanos, habrían resuelto todo.
Si pudiera dirigirme a ellos, les diría: ¡no os hagáis ilusiones, pobres desgraciados; no habéis logrado nada! El verdadero juicio todavía debe comenzar. Aunque acabéis vuestros días en libertad, temidos, honrados, e incluso con un espléndido funeral religioso, después de haber dado grandes ofertas a obras pías, no habréis logrado nada.
El verdadero Juez os espera detrás de la puerta, y no se le puede engañar. Dios no se deja corromper.
Debería ser, por tanto, motivo de consuelo para las víctimas y de saludable susto para los violentos lo que dice Jesús al concluir su explicación sobre la parábola de la cizaña:
«De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre».
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