¡Jóvenes, huid de la fornicación!

enero 13, 2024

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Belleza de la vida cristiana: El cuerpo es templo del Espíritu. ¡Glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

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Carta semanal de Mons. Demetrio Fernández:

«Huid de la fornicación» 

Fecha: 12/01/2012 – Actualizada: 13 enero 2024

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1 Corintios 6, 13c-15a.17-20

El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo. Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él. Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros. Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

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Comentario de Mons. Demetrio en forma de carta pastoral:

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Impacta escuchar tan directamente esta palabra en la liturgia de este domingo. Parece dirigida especialmente a nuestro tiempo, donde la incitación a la fornicación es continua en los medios de comunicación, en el cine, en la TV, incluso hasta en algunas escuelas de secundaria, dentro de los programas escolares.

San Pablo se dirige a los corintios, una ciudad portuaria donde había de todo, también de lo malo. En el imperio romano, la honestidad y la castidad fue decayendo y las costumbres entre los jóvenes y adolescentes era en ciertos ambientes, sobre todo deportivos, una depravación.

San Pablo se dirige directamente a los jóvenes y les exhorta: “Huid de la fornicación”, y les da una razón de peso: “¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo… que habita en vosotros? No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros” (1 Co 6, 20).

Precisamente, una de las propuestas o incluso «valores», que son engaños en realidad, y que hoy más se gritan con ansia de libertad es la contraria: “Yo soy mía/mío, y con mi cuerpo hago lo que quiero”.

El Evangelio de Jesucristo tiene repercusiones en todos los ámbitos de la persona, también en el campo de la sexualidad. La sexualidad humana vista con ojos limpios es el lenguaje y la expresión del amor verdadero, de un amor que no busca sólo su interés y su satisfacción, sino que es donación, entrega.

Es decir, un amor que busca la felicidad del otro y que está dispuesto al sacrificio y a la renuncia. Un amor que tiene su ámbito y su cauce en el matrimonio estable y bendecido por Dios.

La castidad es la virtud que educa la sexualidad, haciéndola humana y sacándola de su más brutal animalidad. Cuando la sexualidad está bien encauzada, la persona vive en armonía consigo misma y en armonía con los demás, evitando toda provocación o violencia. La castidad viene protegida por el pudor.

Cuando la sexualidad está desorganizada es como una bomba de mano, que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo.

Y esto sea dicho para todos los estados de vida: para la persona soltera, en la que no hay lugar para el ejercicio de la sexualidad, para la persona casada, que ha de saber administrar sus impulsos en aras del amor auténtico, para la persona consagrada, que vive su sexualidad sublimada en un amor más puro y oblativo.

“Huid de la fornicación”, nos dice san Pablo. Me ha llamado la atención un libro publicado estos días, en el que una candidata a miss Venezuela explica su experiencia reciente con un título que lo dice todo: “Virgen a los treinta”.

Precisamente no alcanzó el título al que se presentaba por no aceptar la propuesta de la fornicación, que al parecer era una condición, no escrita, del concurso. En ella se ha cumplido esta palabra de san Pablo. Y el libro se ha convertido en bestseller -el más vendido- entre los jóvenes y las jóvenes de su entorno, de nuestro tiempo.

Es posible llegar virgen al matrimonio, aunque el ambiente no sea favorable. Es posible vivir una consagración  total, de alma y cuerpo, al Señor como una ofrenda al Señor que beneficia a los demás. Es posible ser fiel al propio marido, a la propia mujer.

Más aún, a eso invita la Palabra de Dios en este domingo, huyendo de la fornicación. Y la Palabra de Dios tiene fuerza para que se cumpla en nuestras vidas.

“Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo… ¡Glorificad a Dios con vuestro cuerpo!” Damos gloria a Dios no sólo con nuestros buenos pensamientos y deseos, con nuestra voluntad que busca someterse a la voluntad divina, purificando continuamente la intención. Damos gloria a Dios también con nuestro cuerpo.

Dios nos ha amado también corporalmente, al hacerse carne el Hijo de Dios. El cristianismo es la religión de la redención de nuestra carne. Nuestro amor a Dios, a Jesucristo, pasa por nuestro cuerpo.

La gracia de Dios es capaz de organizar nuestra sexualidad humana y hacerla progresivamente capaz de expresar el amor más auténtico, el único que hace feliz a toda persona humana.

Recibid mi afecto y mi bendición

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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http://www.diocesisdecordoba.com/

La sexualidad humana vista con ojos limpios es el lenguaje y la expresión del amor verdadero, de un amor que no busca sólo su interés y su satisfacción, sino que es donación, entrega.

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Maná y Vivencias Cuaresmales (5), 6.3.22

marzo 5, 2022

Domingo I de Cuaresma, Ciclo C

sinai
Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás


Antífona de entrada: Salmo 90, 15-16

Me invocará y yo lo escucharé; lo libraré y lo glorificaré; prolongaré los días de su vida.

Oración colecta

Al celebrar un año más la santa Cuaresma, concédenos, Dios todopoderoso, avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Deuteronomio 26, 4-10

Dijo Moisés al pueblo:

«El sacerdote tomará de tu mano la cesta con las primicias y la pondrá ante el altar del Señor, tu Dios.

Entonces tú dirás ante el Señor, tu Dios: «Mi padre fue un arameo errante, que bajó a Egipto, y se estableció allí, con unas pocas personas.

Pero luego creció, hasta convertirse en una raza grande, potente y numerosa.

Los egipcios nos maltrataron y nos oprimieron, y nos impusieron una dura esclavitud.
Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros padres, y el Señor escuchó nuestra voz, miró nuestra opresión, nuestro trabajo y nuestra angustia.

El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido, en medio de gran terror, con signos y portentos.

Nos introdujo en este lugar, y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel.

Por eso, ahora traigo aquí las primicias de los frutos del suelo que tú, Señor, me has dado.»

Lo pondrás ante el Señor, tu Dios, y te postrarás en presencia del Señor, tu Dios.»

SALMO 90, 1-2. 10-11. 12-13. 14-15

Acompáñame, Señor, en la tribulación..

Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente, di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti.»

No se te acercará la desgracia, ni la plaga llegará hasta tu tienda, porque a sus ángeles ha dado órdenes para que te guarden en tus caminos.

Te llevarán en sus palmas, para que tu pie no tropiece en la piedra; caminarás sobre áspides y víboras, pisotearás leones y dragones.

«Se puso junto a mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y lo escucharé. Con él estaré en la tribulación, lo defenderé, lo glorificaré.»

SEGUNDA LECTURA: Romanos 10, 8-13

Hermanos:
La Escritura dice: «La palabra está cerca de ti: la tienes en los labios y en el corazón.»
Se refiere a la palabra de la fe que os anunciamos.

Porque, si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás.

Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación.

Dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado.»
Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan.

Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.»

Aclamación antes del Evangelio: Mateo 4, 4

No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.

EVANGELIO: Lucas 4, 1-13

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y, durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer, y al final sintió hambre.

Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan.»

Jesús le contestó: «Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre».»

Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mi, todo será tuyo.»

Jesús le contestó: «Está escrito: «Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto».»

Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti», y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras».»

Jesús le contestó: «Está mandado: «No tentarás al Señor, tu Dios».»

Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Antífona de comunión: Mateo 4,4

No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de Dios.

VIVENCIAS CUARESMALES

San Agustín, padre de la Iglesia.

5. PRIMER DOMINGO DE CUARESMA


Observación general:

Los mensajes bíblicos de los Domingos cuaresmales correspondientes a los tres ciclos giran en torno a estos temas y realidades:

1era. y 2da. Lectura:
Historia de la salvación

Evangelios:
Catequesis prebautismal.


La oración colecta de la misa de hoy resume lo que pedimos y lo que deseamos alcanzar durante la Cuaresma:

“Al celebrar un año más la Santa Cuaresma
concédenos, Señor Todopoderoso,
avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo
y vivirlo en su plenitud”.

Las tres tentaciones que Cristo venció son ”resumen“ de todas las tentaciones que puede sufrir o padecer el hombre en el mundo. Con el ejemplo y la gracia de Cristo, nosotros podemos también vencer toda tentación hasta con facilidad, si ponemos los medios pertinentes.

Reducimos las tentaciones a tres clases:

1. Comodidad y avaricia, hasta utilizar a Dios para transformar las piedras en pan (egocentrismo, egolatría). Sucumbir a las apetencias corporales.
Domina o vence la caridad frente al egoísmo: Jesús vive para los demás y no utiliza los dones de Dios en su propio provecho sino en función de los demás. Por eso, ahora no hace el milagro que le sugiere el diablo. Lo hará a favor de la multitud hambrienta, pensando en los demás; pues la voluntad del Padre es que alimente a la multitud.

2. Honor sobre los demás (soberbia, endiosamiento). Ceder a las apetencias espirituales hasta provocar una intervención milagrosa de Dios enviando ángeles que auxilien a Jesús, y así lograr fama y veneración de la gente.
Domina o vence la esperanza sobre la acomodación a las ofertas fáciles e inmediatas de una felicidad ficticia… Ir por el recto camino.

3. Honor sobre Dios (dominio, poder… adoración): “Todo esto te lo daré, si te postras”. Endiosamiento (claudicar ante el mal).
Domina o vence la fe frente a la egolatría o adoración de otros dioses. Jesús defiende la fe en su Padre y no se deja llevar por falsos dioses.

La oración después de la comunión nos recuerda que la eucaristía fortalece la vida teologal: la fe, la esperanza y la caridad. La tentación pone a prueba nuestra unión con Dios sustentada en esas tres virtudes.
Reza así:

Después de recibir el pan del cielo
que alimenta la fe,
consolida la esperanza
y fortalece en el amor,

te rogamos, Dios nuestro,
que nos hagas sentir hambre de Cristo,
pan vivo y verdadero,
y nos enseñes a vivir constantemente
de toda palabra que sale de tu boca. Por Jesucristo.



De los comentarios de san Agustín, obispo, sobre los salmos

En Cristo fuimos tentados, en él vencimos al diablo

Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica. ¿Quién es el que habla? Parece que sea uno solo. Pero veamos si es uno solo: Te invoco desde los confines de la tierra con el corazón abatido. Por lo tanto, si invoca desde los confines de la tierra, no es uno solo; y, sin embargo, es uno solo, porque Cristo es uno solo, y todos nosotros somos sus miembros.

¿Y quién es ese único hombre que clama desde los confines de la tierra? Los que invocan desde los confines de la tierra son los llamados a aquella herencia, a propósito de la cual se dijo al mismo Hijo: Pídemelo; te daré en herencia las naciones, en posesión, los confines de la tierra. De manera que quien clama desde los confines de la tierra es el cuerpo de Cristo, la heredad de Cristo, la única Iglesia de Cristo, esta unidad que formamos todos nosotros.

Y ¿qué es lo que pide? Lo que he dicho antes: Dios mío, escucha mi clamor, atiende a mi súplica; te invoco desde los confines de la tierra. O sea: “Esto que pido, lo pido desde los confines de la tierra”, es decir, desde todas partes.

Pero, ¿por qué ha invocado así? Porque tenía el corazón abatido. Con ello da a entender que el Señor se halla presente en todos los pueblos y en los hombres del orbe entero no con gran gloria, sino con graves tentaciones.

Pues nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente a través de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones.

Éste que invoca desde los confines de la tierra está angustiado, pero no se encuentra abandonado. Porque a nosotros mismos, esto es, a su cuerpo, quiso prefigurarnos también en aquel cuerpo suyo en el que ya murió, resucitó y ascendió al cielo, a fin de que sus miembros no desesperen de llegar adonde su cabeza los precedió.

De forma que nos incluyó en sí mismo cuando quiso verse tentado por Satanás. Nos acaban de leer que Jesucristo, nuestro Señor, se dejó tentar por el diablo. ¡Nada menos que Cristo tentado por el diablo! Pero en Cristo estabas siendo tentado tú, porque Cristo tenía de ti la carne, y de él procedía para ti la salvación; de ti procedía la muerte para él, y de él para ti la vida; de ti para él los ultrajes, y de él para ti los honores; en definitiva, de ti para él la tentación, y de él para ti la victoria cierta y definitiva.

Si hemos sido tentados en él, también en él vencemos al diablo. ¿Te fijas en que Cristo fue tentado, y no te fijas en que venció? Reconócete a ti mismo tentado en él, y reconócete también vencedor en él. Podía haber evitado al diablo; pero, si no hubiese sido tentado, no te habría aleccionado para la victoria cuando tú fueras tentado (Salmo 60, 2-3: CCL, 39, 766).

“Di a esta piedra que se convierta en pan” (Lc 4,3)

Las piedras son minerales cuyo valor está a merced del criterio arbitrario de los hombres. Una piedra que a nosotros nos resulta preciosa, o que dicen que es útil para la construcción, quizá no tiene tanto valor fuera de ese pequeño mundo en donde es tan apreciada, porque ha de medirse con objetos de una valía mucho más elevada y noble que la que aporta el simple valor material.

Cuántas veces nos resulta agobiante y pesado nuestro día a día porque nos empeñamos en vivirlo cargando a las espaldas con un fardo repleto de piedras y piedras que, en nuestro pequeño mundo, tienen un valor casi absoluto. Las piedras de tantas obligaciones y compromisos que asumimos sólo por quedar bien ante los demás, la losa pesada de esos deberes laborales que cumplimos sin responsabilidad ni dedicación, o nuestro cristianismo cumplidor y mediocre que convertimos en un duro y desabrido pedernal.

La tentación está en querer convertir todas esas rocas en ese poco de pan tierno y sabroso que el mundo valora y con el que sacia, sólo momentáneamente, las hambres más profundas del alma.

Querer un cristianismo de mínimos, correcto y cumplidor, capaz de saciar al hombre sin el esfuerzo y fracaso de la cruz, es vivir en la constante tentación de la mediocridad acomodaticia que pone una vela a Dios y otra al diablo.

No pretendas vivir tu vida cristiana alimentada sólo con el pan de tus criterios, ambiciones y egoísmos, porque nunca verás plenamente saciada tu hambre de felicidad. Tampoco llenes tu alma de piedras inútiles y pesadas que te hacen caer bajo el peso de tantos activismos estériles y de agobios inútiles o de conveniencia.

Has de aprender a llevar en tu vida esa misma carga ligera que llevó Cristo hasta la Cruz: el pecado de tu vida y de la vida de todos los hombres sobrellevado por el amor infinito hacia el Padre. En el saco vacío de nuestra oración han de caber sólo tantas y tantas inquietudes, agobios y preocupaciones que pesan sobre la vida de nuestros hermanos, los hombres.

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Maná y Vivencias Cuaresmales (4), 5.3.22

marzo 5, 2022

Sábado después de Ceniza

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Familia con hijos
Familia, sé lo que eres, que ya es bastante.

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Antífona de entrada: Salmo 68, 17

Escúchanos, Señor, pues eres bueno y míranos conforme a tu bondad infinita.

Oración colecta

Dios todopoderoso y eterno, mira compasivo nuestra debilidad y extiende sobre nosotros tu mano poderosa. Por nuestro Señor Jesucristo.

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PRIMERA LECTURA: Isaías 58,9b-14

Así dice el Señor Dios: «Cuando destierres de ti la opresión, el gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

El Señor te dará reposo permanente, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña; reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán reparador de brechas, restaurador de casas en ruinas.

Si detienes tus pies el sábado y no traficas en mi día santo, si llamas al sábado tu delicia y lo consagras a la gloria del Señor, si lo honras absteniéndote de viajes, de buscar tu interés, de tratar tus asuntos, entonces el Señor será tu delicia.

Te asentaré sobre mis montañas, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob.» Ha hablado la boca del Señor.

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SALMO 85, 1-2.3-4.5-6

Enséñame, Señor, tu camino, para que siga tu verdad.

Inclina tu oído, Señor, escúchame, que soy un pobre desamparado; protege mi vida, que soy un fiel tuyo; salva a tu siervo, que confía en ti.

Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti.

Porque tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica.

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Aclamación antes del Evangelio: Ezequiel 33, 11

No quiero la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva, dice el Señor.

EVANGELIO: Lucas 5, 27-32

En aquel tiempo, Jesús vio a un publicano llamado Leví, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: «Sígueme.»

Él, dejándolo todo, se levantó y lo siguió. Leví ofreció en su honor un gran banquete en su casa, y estaban a la mesa con ellos un gran número de publicanos y otros.

Los fariseos y los escribas dijeron a sus discípulos, criticándolo: «¿Cómo es que coméis y bebéis con publicanos y pecadores?»

Jesús les replicó: «No necesitan médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan.»

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Antífona de comunión: Mateo 9, 13

Misericordia quiero y no sacrificios, dice el Señor; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.
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VIVENCIAS CUARESMALES

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4. SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA

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TEMA: Santificación del Sábado.

Sumisión a Dios, amor ordenado hacia el hermano.

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La vida feliz en el amor a Dios y al prójimo, necesita un tiempo fuerte de revisión, de celebración y afirmación personal y comunitaria. Ese tiempo sagrado es el Día del Señor, el Domingo.

En el Antiguo Testamento se nos prescribe el descanso sabático: «Si detienes tus pies el sábado, y no traficas en mi día santo; si llamas al sábado tu delicia, y lo consagras a la gloria del Señor; si lo honras absteniéndote de viajes, de buscar tu interés, de tratar tus asuntos, entonces el Señor será tu delicia» (Is 58, 13-14).

En otras palabras y abundando en lo mismo:

Seis días tendrás para tus trabajos y ocupaciones, pero el séptimo día, no trabajarás, no lucrarás, pues no te pertenece; es del Señor. Por tanto, descansarás y lo santificarás. ¿Cómo?

Dando culto a tu Dios, por una parte, y, por otra, entregándote a los hermanos, sobre todo a tu propia familia. Ellos, además del pan de cada día, necesitan tu cariño, tu cercanía, tu amor sincero.

También te acordarás de los pobres: Darás limosna de lo que el Señor te ha regalado en tu trabajo durante la semana. Si tienes fe darás hasta el diezmo de todo cuanto el Señor te da, porque tu confianza está en el Señor, no en tus fuerzas ni en tus previsiones, ni en tus provisiones o seguridades.

Ese día es sagrado, reservado para Dios; no le pertenece al hombre, es de Dios, y el hombre debe respetarlo haciendo lo que Dios prescribe.

Lo expresa la primera lectura: es preciso renovar el amor al hermano practicando una convivencia verdaderamente fraterna, en primer lugar en el hogar, que es la iglesia doméstica; y en segundo lugar, participando en la eucaristía, en la familia eclesial como cuerpo místico de Cristo, llevando al altar la ofrenda, compartiendo los bienes con el hermano necesitado.

En el Domingo, todos los bautizados celebran la mayor riqueza que tienen en común: la salvación en Cristo. Si comparten lo más valioso, con más razón compartirás lo que vale menos, lo material.

Por tanto, los hermanos deben igualarse o nivelarse en la posesión y en el uso de los bienes materiales; es decir, tienen que hacer limosna.

En el domingo debe anticiparse aquella unidad que tendremos en la Jerusalén celestial. Los santos padres son muy exigentes en la construcción del reino de Dios sobre la justicia, la limosna y la intercomunión o comunicación de los bienes materiales.

La común herencia de los bienes eternos debe relativizar y orientar la posesión y el uso de los bienes temporales y pasajeros.

La caridad y la justicia para con todos los hombres, especialmente para con los más necesitados, acarreará al cristiano la plenitud de vida y la máxima capacidad de trasmitir vida, empezando por su propia casa:

“Brillará tu luz en las tinieblas y tu oscuridad se volverá mediodía. El Señor te guiará siempre, en el desierto saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos, serás un huerto bien regado, un manantial de aguas cuya vena nunca engaña, reconstruirás viejas ruinas, levantarás sobre cimientos de antaño; te llamarán tapiador de brechas, restaurador de casas en ruinas.

Si detienes tus pies el sábado, y no traficas en mi día santo; si llamas al sábado tu delicia, y lo consagras a la gloria del Señor; si lo honras absteniéndote de viajes, de buscar tu interés, de realizar tus negocios, entonces el Señor será tu delicia.

Te asentaré sobre mis montañas, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob –ha hablado la boca del Señor– “ (Is 58, 9-14).

Como se trata de algo tan importante, Dios no lo deja a la improvisación sino que «manda» santificar el Sábado, para nosotros el Día del Señor, el Domingo.

Dios sabe que el hombre necesita dedicar un día íntegro cada semana, para renovar los fundamentos de su existencia, para mantener y aun hacer crecer su bienestar integral: su relación con Dios y su relación con el hermano, comenzando por la familia; y hasta para salvaguardar su propia salud física, psicológica y emocional.

La Iglesia prescribe este descanso dominical para todos sus hijos bajo conciencia de pecado grave, porque se trata de algo transcendental en la vida cristiana.

Efectivamente, quien no santifica el Día del Señor estaría dañando gravemente su vida espiritual: su relación vital con Dios y su relación afectuosa con los hermanos. Ese tal lastimaría gravemente su bienestar integral como persona creyente.

En fin, no estaría capacitado para vivir como el Señor espera de él: siendo sal de la tierra y luz del mundo.

El Día del Señor es un día de fiesta para renovar la vida familiar: reconciliación y diálogo entre los esposos y renovación de la relación con los hijos; el domingo pueden rezar juntos y, si se puede, acudir en familia al templo para escuchar la palabra de Dios, darle gracias por la salud, el trabajo, la fe… y renovar la verdadera comunión entre todos los miembros de la familia en el seno de la comunidad eclesial.

Con el precepto dominical, Dios y la Iglesia salen al encuentro de la debilidad del hombre, procurándole una vida feliz.

Con la observancia obsequiosa del Domingo, nosotros le permitimos a Dios extender su mano misericordiosa cada semana sobre nosotros para sanar nuestras dolencias, darnos ánimo para seguir caminando por la vida con esperanza y fortaleza hasta llegar a la Patria definitiva.

Cada domingo, reconocemos que estamos enfermos, y acudimos esperanzados al Señor; y él se va glorificando en nuestra debilidad y adelantando su Reino en nuestra persona, en nuestra familia, en la Iglesia.

“Éste -el día domingo- es un día que constituye el centro mismo de la vida cristiana… El descubrimiento de este día es una gracia que se ha de pedir, no sólo para vivir en plenitud las exigencias propias de la fe, sino también para dar una respuesta concreta a los anhelos íntimos y auténticos de cada ser humano” (Dies Domini, 7).

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La Eucaristía: Abre al futuro de Dios

agosto 8, 2021

La Eucaristía es la cumbre, aquí abajo, de la alianza de amor entre Dios y su pueblo: signo y fuente de alegría cristiana, preparación para la fiesta eterna.

 

La Eucaristía: Abre al futuro de Dios – Catequesis sobre la Eucaristía

Audiencia General, S.S. Juan Pablo II – 25 de octubre, 2000

1. «En la liturgia terrena pregustamos y participamos en la liturgia celeste» (Sacrosanctum Concilium, 8; cf. Gaudium et spes, 38). Estas palabras tan claras y esenciales del concilio Vaticano II nos presentan una dimensión fundamental de la Eucaristía: es «futurae gloriae pignus», prenda de la gloria futura, según una hermosa expresión de la tradición cristiana (cf. Sacrosanctum Concilium, 47).

«Este sacramento -afirma santo Tomás de Aquino- no nos introduce inmediatamente en la gloria, pero nos da la fuerza para llegar a la gloria, y por eso se le llama «viático»» (Summa Theol., III, 79, 2, ad 1).

La comunión con Cristo que vivimos ahora mientras somos peregrinos y caminantes por las sendas de la historia anticipa el encuentro supremo del día en que «seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es» (1 Jn 3, 2).

Elías, que, caminando por el desierto, se sienta sin fuerzas bajo una retama y es fortalecido por un pan misterioso hasta llegar a la cumbre del encuentro con Dios (cf. 1 R 19, 1-8) es un símbolo tradicional del itinerario de los fieles, que en el pan eucarístico encuentran la fuerza para caminar hacia la meta luminosa de la ciudad santa.

2. También este es el sentido profundo del maná dado por Dios en las estepas del Sinaí, «pan de los ángeles», que podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los gustos, manifestación de la dulzura de Dios para con sus hijos (cf. Sb 16, 20-21).

Cristo mismo pondrá de relieve este significado espiritual del evento del Éxodo. Es él quien nos hace gustar en la Eucaristía el doble sabor de pan del peregrino y de alimento de la plenitud mesiánica en la eternidad (cf. Is 25, 6).

Utilizando una expresión dedicada a la liturgia sabática judía, la Eucaristía es «gustar la eternidad en el tiempo» (A. J. Heschel).

Como Cristo vivió en la carne permaneciendo en la gloria de Hijo de Dios, así la Eucaristía es presencia divina y trascendente, comunión con lo eterno, signo de la «compenetración de la ciudad terrena y la ciudad celeste» (Gaudium et spes, 40).

Por su naturaleza, la Eucaristía, memorial de la Pascua de Cristo, introduce lo eterno y lo infinito en la historia humana.

3. Las palabras que Jesús pronuncia sobre el cáliz del vino en la última Cena (cf. Lc 22, 20; 1 Co 11, 25) ilustran este aspecto que abre la Eucaristía al futuro de Dios, aun dejándola anclada en la realidad presente. San Marcos y san Mateo evocan en esas mismas palabras la alianza en la sangre de los sacrificios del Sinaí (cf. Mc 14, 24; Mt 26, 28; Ex 24, 8).

San Lucas y san Pablo, por el contrario, revelan el cumplimiento de la «nueva alianza» anunciada por el profeta Jeremías: «He aquí que vienen días -oráculo de Yahveh- en que yo pactaré con la casa de Israel, y con la casa de Judá, una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres» (Jr 31, 31-32).

En efecto, Jesús declara: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre». «Nuevo», en lengua bíblica, indica generalmente progreso, perfección definitiva.

Son también san Lucas y san Pablo quienes subrayan que la Eucaristía es anticipación del horizonte de luz gloriosa propia del reino de Dios.

Antes de la última Cena, Jesús declara: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el reino de Dios. Y, tomando el cáliz, dadas las gracias, dijo: Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el reino de Dios» (Lc 22, 15-18).

También san Pablo recuerda explícitamente que la cena eucarística está orientada hacia la última venida del Señor: «Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga» (1 Co 11, 26).

4. El cuarto evangelista, san Juan, destaca esta orientación de la Eucaristía hacia la plenitud del reino de Dios dentro del célebre discurso sobre el «pan de vida» que Jesús pronuncia en la sinagoga de Cafarnaúm. El símbolo que utiliza como punto de referencia bíblico es, como ya hemos mencionado, el del maná dado por Dios a Israel peregrino en el desierto.

A propósito de la Eucaristía Jesús afirma solemnemente: «Si uno come de este pan, vivirá para siempre (…). El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día (…). Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 51. 54. 58).

La «vida eterna», en el lenguaje del cuarto evangelio, es la misma vida divina que rebasa las fronteras del tiempo. La Eucaristía, al ser comunión con Cristo, es también participación en la vida de Dios, que es eterna y vence la muerte.

Por eso Jesús declara: «Esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día» (Jn 6, 39-40).

5. Desde esta perspectiva, como decía sugestivamente un teólogo ruso, Sergej Bulgakov, «la liturgia es el cielo en la tierra».

Por eso, en la carta apostólica Dies Domini, recogiendo palabras de Pablo VI, exhorté a los cristianos a no abandonar «este encuentro, este banquete que Cristo nos prepara con su amor. ¡Que la participación sea muy digna y festiva a la vez! Cristo, crucificado y glorificado, viene en medio de sus discípulos para conducirlos juntos a la renovación de su resurrección. Es la cumbre, aquí abajo, de la alianza de amor entre Dios y su pueblo: signo y fuente de alegría cristiana, preparación para la fiesta eterna» (n. 58; cf. Gaudete in Domino, conclusión).

Oraciones a la Eucaristía:

https://www.aciprensa.com/Oracion/papa8.htm


Liturgia y pandemia. Retos y perspectivas

junio 15, 2021

Las retransmisiones no son una participación plena en la celebración. Por eso tampoco son un sustitutivo permanente.

Liturgia y pandemia. Retos y perspectivas

Por Ramón Navarro Gómez – 5 de febrero de 2021

El tema para el Encuentro de Delegados Diocesanos de Liturgia, celebrado de forma telemática el 27 de enero, no podía ser otro en este contexto que nos toca vivir. La irrupción de la pandemia de la COVID-19 ha trastocado todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas, también en la vivencia y la celebración de la fe.

Inmersos todavía en ella, con esperanza aunque aún sin un horizonte claro sobre su final, convenía reflexionar sobre el camino realizado y hablar de los retos y esperanzas ante lo que resta de la pandemia y el mundo poscovid.

Este tiempo, sin ninguna duda, ha sido y es una oportunidad para vivir la fe de un modo especial. No solo la fe no debería estar excluida de esta situación, sino que, por las especiales circunstancias, ha de ser vivida con mayor autenticidad.

Al igual que los grandes creyentes –pensemos en tantos personajes bíblicos– los tiempos recios corren el riesgo de apagar la fe, pero también son una invitación a recorrer este camino con mayor intensidad.

La liturgia, celebración del misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado, y verdadero encuentro con Él, se muestra, entonces, como algo insustituible.

El tiempo de pandemia comenzó, allá por el mes de marzo pasado, con el confinamiento general. En la casi totalidad de las diócesis se decretó la suspensión del culto público y se dispensó de la obligación del precepto dominical durante meses, hasta la llamada desescalada.

La reanudación del culto público no estuvo exenta de dificultades, que aún hoy persisten, cuando estamos en lo más crudo de la tercera ola de contagios por el coronavirus.

El encuentro anual de delegados de Liturgia, reinventado en una forma reducida y online para posibilitar su celebración, ha querido ser, en primer lugar, un análisis de la realidad litúrgica vivida en el tiempo de pandemia en las distintas diócesis.

Se hizo una encuesta a los delegados diocesanos de Liturgia, fruto de la cual ha surgido la primera de las dos ponencias del encuentro, a cargo del consultor técnico y asesor del Secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia, el sacerdote de la diócesis de Orihuela-Alicante Jesús Rosillo.

La ponencia de Rosillo nos ayudó a recordar valiosos regalos que nos ha dado el Espíritu Santo en este tiempo complicado. El confinamiento domiciliario nos ha permitido redescubrir el don de la familia, iglesia doméstica. Otro gran tesoro que se ha hecho frecuente es la celebración de la liturgia de las horas.

No podemos pasar por alto dentro de todos estos meses cómo hemos celebrado el triduo santo; lo hemos vivido y celebrado casi en la intimidad, pero con una profundidad extraordinaria.

Una palabra aparte merece el tema de lo digital, campo de enorme creatividad. Los canales de comunicación televisivos y las redes sociales han favorecido el acercamiento de la fe a las casas; ha sido reconfortante verificar cómo se ha podido acompañar a los fieles que se han unido a la vida celebrativa, muchas veces incluso a la de su propia parroquia o comunidad, sin sentirse lejos de la vida litúrgica de la Iglesia.

También ha sido admirable y digna de mencionar la vivencia de los sacerdotes. Un gran número de ministros ordenados han experimentado el encuentro con Dios en la liturgia eucarística sin dejar de celebrar, en la mayoría de las situaciones solos, pero reconociendo el valor infinito de la santa Misa ofrecida por todo el pueblo de Dios.

No podemos obviar, lógicamente, los aspectos más negativos. Me permito señalar tres.

¿Puede sustituir lo digital a lo presencial en la liturgia? ¿Cómo valorar los excesos y extravagancias que se han cometido, sin duda con la buena intención de seguir estando cerca de los fieles? ¿Cómo recuperar el carácter comunitario de la celebración?

A estos y otros interrogantes nos ayudaba a responder el profesor del Pontificio Instituto Litúrgico de Roma Pietro Angelo Muroni.

A él le encomendamos la segunda ponencia del encuentro, sobre los retos y esperanzas que tenemos por delante en el ámbito litúrgico, tanto en el tiempo que todavía nos quede por vivir en la pandemia como en el tiempo poscovid. Él nos hablaba de «reconstruir».

Por ejemplo, reconstruir nuestra forma de celebrar, profundizando en el valor del simbolismo litúrgico y en la gestualidad, ambos tan mermados en las celebraciones en tiempo de pandemia; mejorar las celebraciones que marcan la vida de las personas –como pueden ser, precisamente, las exequias, reducidas a casi su mínima expresión durante estos meses–, redescubrir el valor de la asamblea, ligada a la categoría de Pueblo de Dios, frente a la tentación del individualismo.

Hay también que potenciar esa riqueza que se ha descubierto en la oración en familia, y mantenerla decididamente.

Respecto a la liturgia y lo digital, es preciso tener claro que las retransmisiones no son una participación plena en la celebración y que, en cualquier caso, son un mal menor, útil para ciertas situaciones, pero no un sustitutivo permanente.

Como puede verse, el de este año, con todas sus limitaciones, ha sido un encuentro de delegados muy interesante y fructífero.

Ahora toca que, desde las distintas delegaciones diocesanas, surjan iniciativas concretas para poner en práctica lo que aquí se ha reflexionado y sigamos adelante, siempre con esperanza, fijos los ojos en el Señor.

Ramón Navarro Gómez, Director del secretariado de la Comisión Episcopal de Liturgia de la CEE

Liturgia y pandemia. Retos y perspectivas


«El pueblo de Dios ama la alabanza, no vive de quejas; está hecho para las bendiciones, no para las lamentaciones”

junio 6, 2021

Francisco, a los sacerdotes: «No tengáis miedo de bendecir al pueblo de Dios». Bendecid, sí, no maldigáis, pues estáis llamados a heredar una bendición.

«El pueblo de Dios ama la alabanza, no vive de quejas; está hecho para las bendiciones, no para las lamentaciones”

La Eucaristía “es antídoto contra el “lo siento, pero no me concierne”, contra el “no tengo tiempo, no puedo, no es asunto mío”

“En la multiplicación de los panes nunca se habla de multiplicar, sino de partir, dar, distribuir”

Francisco abogó por “la economía del Evangelio”, que “multiplica compartiendo, nutre distribuyendo, no satisface la voracidad de unos pocos, sino que da vida al mundo”

“El Señor viene a nuestras calles para decir-bien de nosotros y para darnos ánimo. También nos pide que seamos don y bendición”.

El Papa Francisco presidió una emotiva celebración en la explanada de la parroquia de Santa María Consoladora, en el barrio romano de Casal Bertone. Un barrio vinculado a los bombardeos contra la Ciudad Eterna en la II Guerra Mundial.

En su homilía, el Papa invitó a “redescubrir” dos verbos “esenciales para la vida de cada día: decir y dar”.

El primero, ‘decir’, viene acompañado del término ‘bien’, de donde viene el término ‘bendición’. “Todo comienza desde la bendición”, subrayó el Papa, recordando el Evangelio de la multiplicación de los panes y los peces. “Antes de multiplicar los panes, Jesús los bendice (…). La bendición hace que cinco panes sean alimento para una multitud: hace brotar una cascada de bien”.

Decir bien, con amor

“¿Por qué bendecir hace bien? Porque es la transformación de la palabra en don”, explicó Bergoglio. “Cuando se bendice, no se hace algo para sí mismo, sino para los demás. Bendecir no es decir palabras bonitas, no es usar palabras de circunstancia; es decir bien, decir con amor”, recalcó.

“Cuántas veces también nosotros hemos sido bendecidos, en la iglesia o en nuestras casas, cuántas veces hemos escuchado palabras que nos han hecho bien, o una señal de la cruz en la frente… Nos hemos convertido en bendecidos el día del Bautismo, y al final de cada misa somos bendecidos”, subrayó Francisco, quien insistió en que

“la Eucaristía es una escuela de bendición. Dios dice bien de nosotros, sus hijos amados, y así nos anima a seguir adelante. Y nosotros bendecimos a Dios en nuestras asambleas (…). Vamos a Misa con la certeza de ser bendecidos por el Señor, y salimos para bendecir nosotros a su vez, para ser canales de bien en el mundo”.

Por ello, recordó a los pastores que, “es importante que nos acordemos de bendecir al pueblo de Dios”. “Queridos sacerdotes, no tengáis miedo de bendecir, el Señor desea decir bien de su pueblo, está feliz de que sintamos su afecto por nosotros”.

«Hoy se maldice, se desprecia, se insulta»

En este punto, lamentó que “es triste ver con qué facilidad hoy se maldice, se desprecia, se insulta”.

“Presos de un excesivo arrebato, no se consigue aguantar y se descarga la ira con cualquiera y por cualquier cosa. A menudo, por desgracia, el que grita más y con más fuerza, el que está más enfadado, parece que tiene razón y recibe la aprobación de los demás”.

“Nosotros, que comemos el Pan que contiene en sí todo deleite, no nos dejemos contagiar por la arrogancia, no dejemos que la amargura nos llene”, pidió Francisco, quien recordó que “el pueblo de Dios ama la alabanza, no vive de quejas; está hecho para las bendiciones, no para las lamentaciones”.

“Ante la Eucaristía, ante Jesús convertido en Pan, ante este Pan humilde que contiene todo el bien de la Iglesia, aprendamos a bendecir lo que tenemos, a alabar a Dios, a bendecir y no a maldecir nuestro pasado, a regalar palabras buenas a los demás”.

Dar, multiplicar

Y, junto a ‘decir’, el segundo verbo, ‘dar’. “El decir va seguido del dar (…) como Jesús que, después de recitar la bendición, dio el pan para ser distribuido, revelando así el significado más hermoso: el pan no es solo un producto de consumo, sino también un modo de compartir”.

Porque “en la multiplicación de los panes nunca se habla de multiplicar”, sino de “partir, dar, distribuir”.

Y es que “no se destaca la multiplicación, sino el compartir. Es importante: Jesús no hace magia, no transforma los cinco panes en cinco mil y luego dice: “Ahora, distribuidlos”. No. Jesús reza, bendice esos cinco panes y comienza a partirlos, confiando en el Padre. Y esos cinco panes no se acaban. Esto no es magia, es confianza en Dios y en su providencia”.

Frente a un mundo en el que “siempre se busca aumentar las ganancias, incrementar la facturación…”, Francisco abogó por “la economía del Evangelio”, que “multiplica compartiendo, nutre distribuyendo, no satisface la voracidad de unos pocos, sino que da vida al mundo”. Porque, en definitiva, “el verbo de Jesús no es tener, sino dar”.

El Papa recordó la respuesta de Jesús a los discípulos: “Dadles vosotros de comer”, aunque parezca que no hay pan para ellos. “No son razonamientos equivocados, pero no son los de Jesús, que no escucha otras razones: Dadles vosotros de comer”.

Dios, encerrado en un pedacito de pan

“Lo que tenemos da fruto si lo damos —esto es lo que Jesús quiere decirnos—; y no importa si es poco o mucho. El Señor hace cosas grandes con nuestra pequeñez, como hizo con los cinco panes. No realiza milagros con acciones espectaculares, sino con gestos humildes, partiendo con sus manos, dando, repartiendo, compartiendo”, apuntó el Papa, destacando cómo “la omnipotencia de Dios es humilde, hecha sólo de amor. Y el amor hace obras grandes con lo pequeño”.

La Eucaristía nos lo enseña: allí está Dios encerrado en un pedacito de pan. Sencillo y esencial, Pan partido y compartido, la Eucaristía que recibimos nos transmite la mentalidad de Dios. Y nos lleva a entregarnos a los demás”, subrayó. La Eucaristía “es antídoto contra el “lo siento, pero no me concierne”, contra el “no tengo tiempo, no puedo, no es asunto mío””.

Lo poco que tienes es mucho

Algo que vale para los tiempos de Jesús, pero también hoy, “en nuestra ciudad, hambrienta de amor y atención, que sufre la degradación y el abandono, frente a tantas personas ancianas y solas, familias en dificultad, jóvenes que luchan con gran esfuerzo para ganarse el pan y alimentar sus sueños”.

El Señor sigue diciendo “Dales de comer”, y tú puedes responder “Tengo poco, no soy capaz”. “No es verdad, lo poco que tienes es mucho a los ojos de Jesús si no lo guardas para ti mismo, si lo arriesgas. Y no estás solo: tienes la Eucaristía, el Pan del camino, el Pan de Jesús.

También esta tarde nos nutriremos de su Cuerpo entregado. Si lo recibimos con el corazón, este Pan desatará en nosotros la fuerza del amor: nos sentiremos bendecidos y amados, y querremos bendecir y amar, comenzando desde aquí, desde nuestra ciudad, desde las calles que recorreremos esta tarde”, culminó.

https://www.religiondigital.org/vaticano/Francisco-sacerdotes-bendecir-Pueblo-Dios-corpus-papa-vaticano_0_2133686626.html


Maná y Vivencias Cuaresmales (40), 28.3.21

marzo 27, 2021

Domingo de Ramos, Ciclo B

 

¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!
¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!

 

Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén: Marcos 11, 1-10

Cuando se acercaban a Jerusalén, junto a Betfagé y a Betania, frente al monte de los Olivos, Jesús envió dos de sus discípulos, y les dijo: «Entrad en la aldea y luego que entréis en ella, hallaréis un pollino atado, en el cual ningún hombre ha montado; desatadlo y traedlo. Y si alguien os dijere: ¿Por qué hacéis eso? decir que el Señor lo necesita, y que luego lo devolverá».

Fueron, y hallaron el pollino atado afuera a la puerta, en el recodo del camino, y lo desataron. Y unos de los que estaban ahí les dijeron: «¿Qué hacéis desatando el pollino?» Ellos entonces les dijeron como Jesús había mandado; y los dejaron ir. Y trajeron el pollino a Jesús, y echaron sobre él sus mantos, y se sentó sobre él. También muchos tendían sus mantos por el camino, y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían por el camino. Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces, diciendo: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!»

Y entró Jesús en Jerusalén, y en el templo; y habiendo mirado alrededor todas las cosas, como ya anochecía, se fue a Betania con los doce.

 

Antífona de entrada: Mateo 21, 9

Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel. ¡Hosanna en el cielo!

Oración colecta

Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su gloriosa resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Isaías 50, 4-7

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento.

Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados.

El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.

El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

 

SALMO 21, 8-9.17-18a.19-20.23-24

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

Al verme, se burlan de mí, hacen visajes, menean la cabeza: «Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libre, si tanto lo quiere.»

Me acorrala una jauría de mastines, me cerca una banda de malhechores; me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos.

Se reparten mi ropa, echan a suertes mi túnica. Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.

Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alabadlo; linaje de Jacob, glorificadlo; temedlo, linaje de Israel.

 

SEGUNDA LECTURA: Filipenses 2, 6-11

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.

Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.

Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

 

Aclamación antes del Evangelio: Filipenses 2, 8-9

Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz: Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le concedió el nombre sobre todo nombre.

 

EVANGELIO: Marcos 14, 1 – 15, 47

C. Faltaban dos días para la Pascua y los Ázimos. Los sumos sacerdotes y los escribas pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero decían:

S. «No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.»

C. Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado a la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro; quebró el frasco y lo derramó en la cabeza de Jesús. Algunos comentaban indignados:

S. «¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido por más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.»

C. Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:

+. «Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está bien. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis; pero a mí no me tenéis siempre. Ella ha hecho lo que podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os aseguro que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se recordará también lo que ha hecho ésta.»

C. Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron dinero. Él andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?

C. El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:

S. «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»

C. Él envió a dos discípulos, diciéndoles:

+. «Id a la cuidad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: «El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?» Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»

C. Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.

C. Al atardecer fue él con los Doce. Estando a la mesa comiendo, dijo Jesús:

+. «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo.»

C. Ellos, consternados, empezaron a preguntarle uno tras otro:

S. «¿Seré yo?»

C. Respondió:

+. «Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!»

C. Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo:

+. «Tomad, esto es mi cuerpo.»

C. Cogiendo la copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo:

+. «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»
C. Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Jesús les dijo:

+. Todos vais a caer, como está escrito: «Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas.» Pero, cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea.»

C. Pedro replicó:

S. «Aunque todos caigan, yo no.»

C. Jesús le contestó:

+. «Te aseguro que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres.»

C. Pero él insistía:

S. «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.»

C. Y los demás decían lo mismo.

C. Fueron a un huerto, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos:

+. «Sentaos aquí mientras voy a orar.»

C. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo:

+. «Me muero de tristeza; quedaos aquí velando.»

C. Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:

+. «¡Abba! (Padre), tú lo puedes todo; aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.»

C. Volvió y, al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro:

+. «Simón, ¿duermes?; ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil.»

C. De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió por tercera vez y les dijo:

+. «Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega.»

C. Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles:

S. «Al que yo bese, ése es; prendedlo y conducidlo bien sujeto.»

C. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo:

S. «¡Maestro!»

C. Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:

+. «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras.»

C. Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho, envuelto sólo en una sábana, y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?

C. Condujeron a Jesús a casa del sumo sacerdote, y se reunieron todos los sumos sacerdotes y los ancianos y los escribas. Pedro lo fue siguiendo de lejos, hasta el interior del palacio del sumo sacerdote; y se sentó con los criados a la lumbre para calentarse. Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose en pie, daban testimonio contra él, diciendo:

S. «Nosotros le hemos oído decir: «Yo destruiré este templo, edificado por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por hombres.»

C. Pero ni en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote se puso en pie en medio e interrogó a Jesús:

S. «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?»

C. Pero él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo interrogó de nuevo, preguntándole:

S. «¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?…»

C. Jesús contestó:

+. «Sí lo soy. Y veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.»

C. El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras, diciendo:

S. «¿Qué falta hacen más testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué decís?»

C. Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a escupirle y, tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:

S. «Haz de profeta.

C. Y los criados le daban bofetadas.
C. Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró y dijo:

S. «También tú andabas con Jesús, el Nazareno.»

C. Él lo negó, diciendo:

S. «Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.»

C. Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:

S. «Éste es uno de ellos.»

C. Y él lo volvió a negar. Al poco rato, también los presentes dijeron a Pedro:

S. «Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.»

C. Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:

S. «No conozco a ese hombre que decís.»

C. Y en seguida, por segunda vez, cantó un gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.

C. Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes, con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, se reunieron, y, atando a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato. Pilato le pregunto:

S. «¿Eres tú el rey de los judíos?»

C. Él respondió:

+. «Tú lo dices.»

C. Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato pregunto de nuevo:

S. «¿No contestas nada? Mira cuántos cargos presentan contra ti.»

C. Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado. Por la fiesta solía soltarse un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio en la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre. Pilato les contestó:

S. «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?»

C. Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:

S. «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?»

C. Ellos gritaron de nuevo:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Pilato les dijo:

S. «Pues, ¿qué mal ha hecho?»

C. Ellos gritaron más fuerte:

S. «¡Crucifícalo!»

C. Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

C. Los soldados se lo llevaron al interior del palacio -al pretorio- y reunieron a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:

S. «¡Salve, rey de los judíos!

C. Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.

C. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz. Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), y le ofrecieron vino con mirra; pero él no lo aceptó. Lo crucificaron y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que se llevaba cada uno. Era media mañana cuando lo crucificaron. En el letrero de la acusación estaba escrito: «El rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a su derecha y otro a su izquierda.
C. Los que pasaban lo injuriaban, meneando la cabeza y diciendo:

S. «¡Anda!, tú que destruías el templo y lo construías en tres días sálvate a ti mismo bajando de la cruz.»

C. Los sumos sacerdotes con los escribas se burlaban también de él, diciendo:

S. «A otros ha salvado, y a sí mismo no se puede salvar. Que el Mesías, el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.»

C. También los que estaban crucificados con él lo insultaban.

C. Al llegar el mediodía, toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde. Y, a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:

+. «Eloí, Eloí, lamá sabktaní.»

C. Que significa:

+. «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»

C. Algunos de los presentes, al oírlo, decían:

S. «Mira, está llamando a Elías.»

C. Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la sujetó a una caña, y le daba de beber, diciendo:

S. «Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.»

C. Y Jesús, dando un fuerte grito, expiró.

* Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. El velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver cómo había expirado, dijo:

S. «Realmente este hombre era Hijo de Dios.»

C. Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas, María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de José, y Salomé, que, cuando él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas que habían subido con él a Jerusalén.

C. Al anochecer, como era el día de la Preparación, víspera del sábado, vino José de Arimatea, noble senador, que también aguardaba el reino de Dios; armándose de valor, se presentó ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Pilato se extrañó de que hubiera muerto ya; y, llamando al centurión, le preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el cadáver a José. Éste compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca, y rodó una piedra en la entrada del sepulcro. María Magdalena y María la de José observaban dónde lo ponían.

Antífona de comunión: Mateo, 26,42

Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.

 

VIVENCIAS CUARESMALES

 

 

 

40.- DOMINGO DE RAMOS

CICLO B

 

RITO DE ENTRADA: Conmemoración de la entrada del Señor en Jerusalén.

Evangelio de la procesión de ramos, Marcos 11,1-10: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!

 

TEMA CENTRAL.- La entrada de Cristo en Jerusalén para cumplir su misterio Pascual.

En la oración de bendición de ramos se pide el don de la alabanza a Cristo victorioso y el don de la vida nueva ya aquí en la tierra y que crezca hasta conducirnos a la Jerusalén Celestial.

La oración colecta de hoy resume la finalidad del plan de salvación de Dios: Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio, y que un día participemos en su gloriosa resurrección. Por nuestro Señor Jesucristo.

San Agustín resumirá en la humildad las enseñanzas de Cristo a los hombres: como él se sometió a la voluntad del Padre y, por amor a Dios, a los hombres, así el cristiano debe someterse en todo a los planes de Dios. Por eso se pide que las enseñanzas de su Pasión nos sirvan.

A ver si consideramos con verdadera devoción la Pasión Salvadora de Cristo y aprendemos sus grandes, misteriosas y definitivas enseñanzas para la humanidad de todos los tiempos.

La primera lectura de Isaías 50, 4-7 resume la valentía de Jesús ante Dios y ante los hombres, que consiste en su actitud noble y transparente que le conduce a la libertad plena. “El Señor Yahvé me ha concedido el poder hablar como su discípulo. Y ha puesto en mi boca las palabras para aconsejar como es debido al que está aburrido. Cada mañana, él me despierta y lo escucho como lo hacen los discípulos. El Señor Yahvé me ha abierto los oídos y yo no me resistí ni me eché atrás. He ofrecido mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas a quienes me tiraban de la barba, y no oculté mi rostro ante las injurias y los escupos. El Señor Yahvé viene en mi ayuda y por eso no me molestan las ofensas. Por eso puse mi cara dura como piedra”.

En la segunda lectura, esa transparencia recibe el nombre de anonadamiento: se aniquiló a sí mismo. Ante ese gesto de Jesús, Pablo invita a todos a bendecir a Cristo y a adorarlo como a verdadero Dios, constituido salvador universal y para siempre.

Cristo es el Señor, para gloria de Dios Padre, Filipenses 2, 6-11: “Jesús, que era de condición divina, no se aferró celoso a su igualdad con Dios, sino que se aniquiló a sí mismo tomando la condición de esclavo, y llegó a ser semejante a los hombres. Habiéndose comportado como hombre, se humilló, obedeciendo hasta la muerte, y muerte en una cruz. Por eso Dios lo engrandeció y le concedió un nombre que está sobre todo nombre. Para que ante el nombre de Jesús todos se arrodillen en los cielos, en la tierra y entre los muertos. Y que toda lengua proclame que Cristo es el Señor para la gloria de Dios Padre”.

Admira el misterio de Cristo en la pasión. Es el resumen de su vida: conclusivo y magnífico colofón de toda su vida terrena, que es también divina.

Comunión, Mateo 26, 42: Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad.

 

De los Sermones de san Andrés de Creta, obispo
Bendito el que viene, como Rey, en nombre del Señor

Venid, y al mismo tiempo que ascendemos al monte de los Olivos, salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy de Betania y, por propia voluntad, se apresura hacia su venerable y dichosa pasión, para llevar a plenitud el misterio de la salvación de los hombres.

Porque el que va libremente hacia Jerusalén es el mismo que por nosotros, los hombres, bajó del cielo, para levantar consigo a los que yacíamos en lo más profundo y colocarnos, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido.

Y viene, no como quien busca su gloria por medio de la fastuosidad y de la pompa. No porfiará -dice-, no gritará, no boceará por las calles, sino que será manso y humilde, y se presentará sin espectacularidad alguna.

Ea, pues, corramos a una con quien se apresura a su pasión e imitemos a quienes salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera que acojamos al Verbo que viene, y así logremos a captar aquel Dios que nunca puede ser totalmente captado por nosotros.

Alegrémonos, pues, porque se nos ha presentado mansamente el que es manso y que asciende sobre el ocaso de nuestra ínfima vileza, para venir hasta nosotros y convivir con nosotros, de modo que pueda, por su parte, llevarnos hasta la familiaridad con él.

Ya que, si bien se dice que, habiéndose incorporado las primicias de nuestra condición, ascendió, con ese botín, sobre los cielos hacia el oriente, es decir, según me parece hacia su propia gloria y divinidad, no abandonó, con todo, su propensión hacia el género humano hasta haber sublimado al hombre, elevándolo progresivamente desde los más ínfimo de la tierra hasta lo más alto de los cielos.

Así es como nosotros deberíamos prosternarnos a los pies de Cristo, no poniendo bajo sus pies nuestras túnicas o unas ramas inertes, que muy pronto perderían su verdor, su fruto y su aspecto agradable sino revistiéndonos de su gracia, es decir, de Él mismo, pues los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo os habéis revestido de Cristo. Así debemos ponernos a sus pies como si fuéramos unas túnicas.

Y si antes, teñidos como estábamos de la escarlata del pecado, volvimos a encontrar la blancura de la lana gracias al saludable baño del bautismo, ofrezcamos ahora al vencedor de la muerte no ya ramas de palma, sino trofeos de victoria.

Repitamos cada día aquella sagrada exclamación que los niños cantaban, mientras agitamos los rayos espirituales del alma: Bendito el que viene, como Rey, en nombre del Señor (Sermón 9 sobre el domingo de Ramos; PG 97, 990-994).

 

ESTIMADO HERMANO, APRECIADA HERMANA, estamos concluyendo el tiempo cuaresmal y entramos ya en la Semana Santa o Semana de Pasión. Te felicito por seguir con fidelidad este camino cuaresmal, día a día.

Hemos procurado ejercitarnos en la oración, el ayuno y la limosna: una mayor atención a la Palabra de Dios, un ejercicio de ascesis para orientar todas nuestras fuerzas hacia el amor de Dios y del prójimo, y finalmente una praxis de la compasión y de la misericordia con uno mismo y con los hermanos.

Pero esto no valdría gran cosa si no estuviera referido a Cristo, nuestro Maestro y único Dueño. Toda la Cuaresma culmina focalizando nuestra mente y nuestros sentimientos en la contemplación de Jesús, hijo del hombre e Hijo de Dios.

En estos próximos días, Jesús llevará a feliz término su gesta salvadora. Morirá en su ley, es decir, como ha vivido: lleno del amor de Dios y apasionado por la salvación de los hombres.

Hermanos, sigamos de cerca sus huellas para hacernos, de alguna manera, dignos de resucitar con él a una vida nueva. Ya lo estás consiguiendo, pero merece la pena seguir hasta el final, pues Dios es siempre sorpresivo, siempre quiere más: Mayores cosas verás. Enhorabuena y adelante.


Maná y Vivencias Cuaresmales (26), 14.3.21

marzo 13, 2021

Domingo IV de Cuaresma, Ciclo B

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ADVERTENCIA: A este domingo se le llamaba «LAETARE» (Alégrate), porque con esa palabra comenzaba la antífona de entrada, en latín: “Laetare, Jerusalem”. “Alégrate, Jerusalén”.

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El que obra perversamente no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

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Antífona de entrada: Is 66, 10-11

Festejad a Jerusalén, gozad con ella todos los que la amáis, alegraos de su alegría, los que por ella llevasteis luto; mamaréis de sus pechos y os saciaréis de sus consuelos.

Oración colecta

Señor, que reconcilias contigo a los hombres por tu Palabra hecha carne, haz que el pueblo cristiano se apresure, con fe viva y entrega generosa, a celebrar las próximas fiestas pascuales. Por nuestro Señor Jesucristo…


PRIMERA LECTURA: 2 Crónicas 36, 14-16.19-23

En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén.

El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio.

Los caldeos incendiaron la casa de Dios y derribaron las murallas de Jerusalén; pegaron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Y a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde fueron esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los persas; para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del profeta Jeremías: «Hasta que el país haya pagado sus sábados, descansará todos los días de la desolación, hasta que se cumplan los setenta años.»

En el año primero de Ciro, rey de Persia, en cumplimiento de la palabra del Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de Persia, que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia:

«El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una casa en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo, ¡sea su Dios con él, y suba!»»

SALMO 136, 1-2.3.4.5.6

Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti

Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión; en los sauces de sus orillas colgábamos nuestras cítaras.

Allí los que nos deportaron nos invitaban a cantar; nuestros opresores, a divertirlos: «Cantadnos un cantar de Sión.»

¡Cómo cantar un cántico del Señor en tierra extranjera! Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha.

Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.

SEGUNDA LECTURA: Efesios 2, 4-10

Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo –por pura gracia estáis salvados–, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él.

Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe.

Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. Pues somos obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

Aclamación antes del Evangelio: Jn 3, 16

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en él tiene vida eterna.

EVANGELIO: Juan 3, 14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.

Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

Antífona de comunión: Sal 121, 3-4

Jerusalén está fundada como ciudad bien compacta. Allá suben las tribus, las tribus del Señor, a celebrar tu nombre, Señor.


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VIVENCIAS CUARESMALES

Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único


26. CUARTO DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B

Nota: Pueden proclamarse las lecturas del ciclo A por su valor bautismal.

Dios Padre nos ha entregado la mayor riqueza que tenía, la única: Su propio Hijo. Ese sacrificio se lo ha impuesto para buscar tener otros muchos hijos en su Bendito Hijo. A eso le ha llevado su misma condición de ser Fuente y Principio de todo, Origen primigenio, Dador del ser, Creador y Fundamento de todo, El Único bueno, compasivo y generoso…

Él no se puede negar a sí mismo, porque el Amor es esencialmente difusivo… Dios Padre ama sin medida; ésa es la medida de su amor.

Por eso, al enviar a su Hijo al mundo ha buscado darnos vida en abundancia. Y aunque ese proyecto eterno de su ardiente corazón le ha costado caro, porque los hombres se han empeñado en hacérselo difícil, Él no se ha echado atrás… No puede negarse a sí mismo, nos devuelve bien por mal, ahoga el mal a fuerza de bien…

Por eso, además de crearnos, nos recreó en Cristo, nos rehizo en Cristo. Nos ha infundido el mismo Espíritu que habita en el Hijo. Por eso, somos verdaderos hijos de Dios, aunque adoptivos.

Esa fidelidad de Dios Padre para llevar adelante su plan, a pesar del pecado del hombre o precisamente espoleado aún más si cabe por el mismo pecado del hombre… se ha convertido como en la paciencia y el dolor del Padre al entregar a su Hijo inocente al suplicio de la Cruz. El Padre hizo a su Hijo pecado por nosotros. El Padre escuchó la oración de su Hijo en el huerto, “pase de mí este cáliz”; ¿por qué he de ir a la cruz, qué delito he cometido para ello, por qué se ensañan contra mí, sólo he buscado tu gloria, qué más podía hacer por ellos que no haya hecho, y por Ti, Padre Santo?

Es difícil imaginarse los sentimientos del Padre y del Hijo en ese drama de la salvación del hombre. En la Biblia encontramos un pasaje que nos ayuda a intuir los sentimientos encontrados del Padre y del Hijo:

Abrahán camina con su hijo Isaac hacia el monte donde ha de ofrecerlo, y en esto Isaac le pregunta: Padre, estamos llevando el fuego y la leña, ¿pero dónde está la víctima para ofrecer? Ésa es la pregunta de Jesús al Padre durante toda su vida, sobre todo cuando le cerca el misterio de la maldad del hombre… pero sigue su camino haciendo el bien, trabajando en comunión con el Padre… hasta verse clavado en la Cruz. Desde allá pudo exclamar con profunda satisfacción: “Todo está cumplido”.

Podemos afirmar que la maldad humana y la inconsciencia del hombre ha puesto a prueba la magnificencia de Dios Padre y la fidelidad de Dios Hijo y la imaginación creativa de Dios Espíritu Santo, por expresarnos de alguna manera: un solo Dios en tres personas distintas. A la vez inmanente y a la vez salvífico.

La obra de la salvación es obra común de la Santísima Trinidad, de las tres Personas divinas. Pero cada Persona la realiza a su manera: El Padre la planifica y se complace en su realización; el Hijo la ejecuta, se hace hombre, muere, resucita, envía el Espíritu; el Espíritu sostiene la fidelidad del Padre y la obediencia del Hijo, y garantiza la plena realización de la salvación en el seno de la Iglesia, el nuevo pueblo de Dios que se va constituyendo en comunidad santa a imagen de la Trinidad, ante todos los pueblos y para gloria de Dios.

Pues bien, la segunda lectura y el evangelio de hoy nos muestran la oferta de Dios Padre a través del Hijo en el Espíritu Santo.

Y no sólo ofrece la salvación sino que la causa en nosotros a menos que no la impidamos con nuestra resistencia y terquedad prefiriendo permanecer en las tinieblas y no venir a la luz. El que se decide a seguir las huellas del paso del Espíritu en su interior; el que, como ciego de nacimiento, se deja iluminar por Cristo de manera progresiva va entendiendo que la salvación le viene no por merecimiento sino por gracia, y así se va encendiendo en la alabanza de Dios, digno de toda bendición. Y ésa es su paga y su mérito ante Dios. ¿Cómo pagaré al Señor por el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre.

Puedes leer el texto evangélico dejando que el Espíritu vaya esponjando tu ser creyente:

“Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo Único

para que todo el que crea en Él no se pierda,

sino que tenga la Vida Eterna.

Dios no mandó a su Hijo a este mundo

para condenar al mundo sino para salvarlo.

El que cree en Él no se pierde;

el que no cree ya se ha condenado,

por no creerle al Hijo Único de Dios.

La Luz

-la luz con minúscula de la carne humana

que debe convertirse

en Luz con mayúscula por la fe libre

y acreditadora de justificación-

vino al mundo,

y los hombres prefirieron las tinieblas a la Luz,

porque sus obras eran malas:

Ahí está la condenación.

El que obra mal, odia la Luz y no viene a la Luz

no sea que descubran y condenen su maldad.

Pero el que camina en la verdad, busca la Luz

para que se vea claramente

que sus obras son hechas según Dios”

(Jn 3, 15-21).

Ahora, hermano, recuerda que tú ya has nacido de arriba por el bautismo. Has recibido el Espíritu Santo a fin de que puedas conocer el amor del Padre y del Hijo. Te invito a que trates de experimentar con la meditación de la lectura apostólica la misericordia de Dios derramada en tu corazón y su admirable disposición, para alabanza de su gloria, y a la vez para nuestra gozosa liberación:

“Hermanos: Dios que es rico en misericordia, nos manifestó su inmenso amor, y a los que estábamos muertos por nuestras faltas nos dio vida con Cristo. ¡Por gracia han sido salvados! Y Dios nos resucitó con Cristo, y nos sentó con él en los cielos. Dios quiso, a través de eso, demostrar en los tiempos venideros la extraordinaria riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.

Pues por gracia de Dios ustedes han sido salvados, por medio de la fe. Esta salvación no viene de ustedes. Dios la concede como un regalo y no como premio de las obras buenas, a fin de que nadie pueda alabarse. En efecto, lo que somos es obra de Dios: nos ha creado en Cristo Jesús, para que hagamos las buenas obras que dispuso desde antes para que nos ocupáramos en ellas” (Ef 2, 4-10).

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Puedes servirte en tu alabanza del magnífico himno de la misma carta a los Efesios, 1, 3-10:

Bendito sea Dios,

Padre de nuestro Señor Jesucristo,

que nos ha bendecido en la persona de Cristo

con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,

antes de crear el mundo,

para que fuésemos santos

e irreprochables ante él

por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,

por pura iniciativa suya, a ser sus hijos,

para que la gloria de su gracia,

que tan generosamente nos ha concedido

en su querido Hijo,

redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,

hemos recibido la redención,

el perdón de los pecados.

El tesoro de su gracia, sabiduría y providencia

ha sido un derroche para con nosotros,

dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Éste es el plan que había proyectado realizar por Cristo

cuando llegase el momento culminante:

Recapitular en Cristo

todas las cosas del cielo y de la tierra.
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Observación sobre la lectura bíblica: Jn 3, 14-21.

Véase el comentario de la Biblia Latinoamericana. Suele ser frecuente que Juan repita hasta siete veces en los discursos de Jesús palabras clave. Aquí podemos leer hasta siete veces la palabra “creer”. Va precedida de “no hacer caso” y seguida de “preferir”. En medio está la fe: Un “plus” de nuestra parte, añadido a la Palabra, hecho de sumisión obsequiosa a Dios que nos habla, para darse a conocer.

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SOBRE EL DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR

El día del Señor

se manifiesta así también como día de la Iglesia.

Se comprende entonces

por qué la dimensión comunitaria

de la celebración dominical

deba ser particularmente destacada a nivel pastoral…

Entre las numerosas actividades

que desarrolla una parroquia

“ninguna es tan vital o formativa para la comunidad

como la celebración dominical

del día del Señor y de su Eucaristía”

(Día del Señor, 35)


Maná y Vivencias Cuaresmales (19), 7.3.21

marzo 6, 2021

Domingo III de Cuaresma, Ciclo B

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La santidad del sábado llegó a plenitud en el “Día del Señor”
La santidad del sábado llegó a plenitud en el “Día del Señor”.


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Antífona de entrada: Sal 24, 15-16

Tengo los ojos puestos en el Señor, porque él saca mis pies de la red. Mírame, oh Dios, y ten piedad de mí, que estoy solo y afligido.

Oración colecta

Señor, Padre de misericordia y origen de todo bien, que aceptas el ayuno, la oración y la limosna como remedio de nuestros pecados, mira con amor a tu pueblo penitente y restaura con tu misericordia a los que estamos hundidos bajo el peso de nuestras culpas. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Éxodo 20, 1-17

En aquellos días, el Señor pronunció las siguientes palabras: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí. No te harás ídolos, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra. No te postrarás ante ellos, ni les darás culto; porque yo, el Señor, tu Dios, soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y bisnietos, cuando me aborrecen.

Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos. No pronunciarás el nombre del Señor, tu Dios, en falso. Porque no dejará el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.

Fíjate en el sábado para santificarlo. Durante seis días trabaja y haz tus tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios: no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero que viva en tus ciudades. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra y el mar y lo que hay en ellos. Y el séptimo día descansó: por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó.

Honra a tu padre y a tu madre: así prolongarás tus días en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de él.

SALMO 18, 8.9.10.11

Señor, tú tienes palabras de vida eterna

La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma; el precepto del Señor es fiel e instruye al ignorante.

Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.

La voluntad del Señor es pura y eternamente estable; los mandamientos del Señor son verdaderos y enteramente justos.

Más preciosos que el oro, más que el oro fino; más dulces que la miel de un panal que destila.

SEGUNDA LECTURA: 1 Corintios 1, 22-25

Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para lo judíos, necedad para los gentiles; pero, para los llamados –judíos o griegos–, un Mesías que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
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Aclamación antes del Evangelio: Jn 3, 16

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único. Todo el que cree en él tiene vida eterna.

EVANGELIO: Juan 2, 13-25

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Antífona de comunión: Sal 83, 4-5

Hasta el gorrión ha encontrado una casa, y la golondrina un nido, colocar sus polluelos; tus altares, Señor de los ejércitos, Rey mío y Dios mío. Dichosos los que viven en tu casa alabándote siempre.

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VIVENCIAS CUARESMALES

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19. TERCER DOMINGO DE CUARESMA, CICLO B


La primera lectura y el evangelio de hoy nos dan pie para meditar en algo tan importante en la vida cristiana y tan arraigado en la conciencia y en la práctica cristiana como es el Domingo o Día del Señor y el precepto dominical.

La Iglesia nuestra madre nos manda, en efecto, santificar el día domingo bajo conciencia de pecado grave. Es decir, el cristiano que no santifica las fiestas daña gravemente su vida espiritual: su relación con Dios y su relación con sus hermanos, comenzando por la familia, la iglesia doméstica. Quien no santifica los domingos no estará capacitado para llevar una existencia como el Señor espera de nosotros.

Primera lectura: En aquel tiempo, habló Dios estas palabras: Acuérdate del día del sábado, para santificarlo. Trabaja seis días, y en ellos haz todas tus faenas. Pero el día séptimo es día de descanso, consagrado a Yahvé tu Dios. Que nadie trabaje. Ni tú, ni tus hijos, ni tus hijas, ni tus siervos, ni tus siervas, ni tus animales, ni los forasteros que viven en tu país. Pues en seis días Yahvé hizo el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto hay en ellos, pero el séptimo día Yahvé descansó, y por eso bendijo el Sábado y lo hizo sagrado.

El precepto del sábado forma parte del decálogo. Los mandamientos transmitidos por Dios a Moisés expresan la alianza con Dios. La elección de Dios es gratuita, pero no incondicionada, pues la comunidad debe ser en el mundo el reflejo de la santidad de Dios. El pueblo elegido debe ser gloria de Dios ante todos los pueblos. Los mandamientos expresan la conducta que debe adoptar Israel para responder a la elección de Dios con agradecimiento y amor reverencial.

En este contexto, mediante la observancia del sábado, el pueblo imita a Dios que también descansó de sus obras en la creación del mundo, y le dedica un día íntegro a Dios cada semana para alabarlo y para abstenerse en ese día de todo interés egoísta.

La finalidad del sábado la ha llevado a plenitud Cristo, el nuevo Adán que vuelve toda la creación al proyecto original. En Él el Padre ha recreado todas las cosas. A través de la muerte y la resurrección, Cristo ha sido constituido el nuevo templo donde se da culto a Dios en espíritu y verdad. “Destruyan este templo y en tres días lo reedificaré. Hablaba de su propio cuerpo…”

Por eso, los cristianos celebraron la resurrección del Señor como la primera y principal fiesta del nuevo pueblo de Dios. La santidad del sábado llegó a plenitud en el “Día del Señor”, el día en el que actuó el Señor de manera definitiva a favor de todos los hombres.

A esta altura del camino cuaresmal me parece oportuno reflexionar sobre el sentido cristiano del día domingo, ya que la eucaristía es el tercer sacramento de la iniciación cristiana que la cuaresma nos invita a interiorizar, y además la observancia del precepto dominical está muy enraizada en la conciencia de nuestro pueblo.

Me serviré de unas reflexiones divulgadas en un misal de bolsillo titulado “La misa, fiesta de la vida” que me publicó la editorial Ediciones Paulinas en Lima el año 1989. Te las ofrezco por si te sirven.

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EL DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR, y EL PRECEPTO DOMINICAL

1. Fundamentación bíblica

En primer lugar, los orígenes del descanso dominical los encontramos en el Antiguo Testamento. Entonces se mandaba descansar -en hebreo sabat- el día sábado, porque el mismo Dios descansó -simbólicamente- el séptimo día después de haber trabajado seis en la creación del mundo.

Así también el hombre debe descansar, por varios motivos. En primer lugar, porque sus fuerzas no son ilimitadas. El hombre se desgasta y debe regenerar su salud física, sicológica, afectiva…

Con el precepto del descanso dominical se quiere asegurar la salud integral del hombre: “Seis días tendrás para tus ocupaciones y trabajos, pero el séptimo lo respetarás: no trabajarás, será para ti un día sagrado porque Yo soy el Señor y te lo mando” (Ex. 20,8-12).

Aquí encontramos la segunda razón del descanso sabático: Dios manda al hombre descansar para recordarle que no es sólo materia, sino también espíritu, que no sólo existe la vida terrena, sino también la eterna. Por lo tanto, no sólo de pan vive el hombre, sino de la palabra divina. El hombre vale más por lo que “es” que por lo que produce y almacena, por lo que “tiene”.

Esta dimensión espiritual debe el hombre recordarla constantemente en su vida, y para que no lo olvide, Dios le manda descansar un día a la semana. Ese día no le pertenece, “pertenece a Dios, es del Señor”.

Así, encontramos la tercera razón y la más importante: Dios es el dueño del hombre, y es justo en cuanto ordena; porque Él es el Creador. Él sabe mejor que nadie cómo está hecho el hombre, qué necesita, qué le conviene…

Por tanto, en el fondo, con el precepto del descanso sabático, Dios reclama del hombre la fe, la sumisión obediente, gozosa y confiada, obsequiosa, incondicional. Si manda algo, es por el bien del hombre, no tanto por su propio interés; pues ni nuestra alabanza le engrandece. Y si Dios manda descansar, al hombre sólo le toca obedecer y aceptar la solución que Él mismo le dé, si es que el descanso le acarrea problemas.

Así el creyente se preguntaría: si no trabajo el sábado, ¿cómo subsistiré? ¿Cómo alimentaré a mi familia ese día? Dios te dará en los seis días cuanto necesites no sólo para los seis sino para los siete días, incluido el día sábado. Lo mismo se le promete cuando se le manda dejar descansar la tierra un año de cada siete…

Cuando Dios alimentó a su pueblo con el maná le dijo a Moisés: “que el pueblo salga a recoger la ración de cada día… El sexto día prepararán lo que hayan recogido, y será el doble de lo que recogen a diario”. Pues Dios, que se ocupa de las flores y cuida de los pajarillos del campo, ¿cómo no se preocupará del hombre, su creatura preferida?

Así, mediante estas leyes, Dios iba instruyendo a un pueblo primitivo, y le iba inculcando la fe y la confianza absoluta en Él. Cristo practicará y vivirá como nadie esa confianza.

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2. Domingo, “el primer día de la semana”, Día del Señor.

Para los cristianos el descanso sabático pasó al primer día de la semana; o sea, al día en que resucitó el Señor. Por eso, se le dio un nuevo nombre: “Día del Señor”, “Dies dominica” o Domingo. Los discípulos de Jesús no desprecian los contenidos esenciales del sábado judío, sino que los asumen y los revalorizan a la luz del misterio de Cristo: los trasladan al día Domingo.

A la vez, “el día del Señor” adquiere nuevas connotaciones, propias del Nuevo Testamento. Reseñamos algunas brevemente: En primer lugar, es el día de la Resurrección del Señor. Cristo venció a las tinieblas en ese día y nos dio una nueva vida. Es, por tanto, el día del sol y de la luz. En ese día fueron hechas nuevas todas las cosas. Fueron literalmente recreadas.

Es el día de la nueva creación que ya se sale del tiempo, instaurando el Reino futuro: por eso se le llama también “día octavo”. “Fiesta primordial”, fiesta de toda la Iglesia, la fiesta pascual: nuestro paso con Cristo a la vida eterna. Ese día es el propio de los cristianos, día inolvidable, día memorable y único, para siempre.

En segundo lugar, el domingo es un día de fiesta. Se celebra la vida en general y la vida en Cristo. La salvación de Cristo vivida por la Iglesia debe expresarse, y al expresarla, aumenta la vivencia salvífica. El ambiente de fiesta comienza por la familia, por la “Iglesia doméstica”. Y debe manifestarse por ciertos signos, como el vestir de fiesta y comer mejor que otros días.

El día domingo deberíamos vestirnos mejor, sobre todo para asistir a la Santa Misa. La Misa es como la culminación de la fiesta, como el acto central del domingo. Por tanto, no se puede llegar a la Iglesia vestidos de cualquier manera, como en día laboral, en plan deportivo o playero… Sería un desatino. Nadie se presentaría así a una fiesta de matrimonio civil o religioso… Pues la Misa dominical es más que todo eso…

Por tanto, uno se viste como para una fiesta, no tanto para llamar la atención o lucirse, sino para el Señor, y por el respeto que se merece la Asamblea cristiana que se reúne para la Misa y para celebrar la salvación total en Cristo. Además, en la casa habría que preparar algo especial para comer, para renovar la convivencia familiar; es preciso distinguir el domingo también en la comida.

Debe ser una fiesta familiar. Es el día más oportuno para que todos coman juntos, sea en la casa, sea en el campo, en la calle, visitando a algún familiar o recibiendo su visita. Es preciso alegrarse en el Señor de una forma espontánea y sincera. Decía San Pablo: “Alégrense siempre. Estén siempre alegres en el Señor” (Filip. 4, 4). Es algo así como el distintivo del cristiano católico, y más en estos tiempos de desesperanza.

En este ambiente festivo se deben estrechar las relaciones familiares, los nexos afectivos entre los miembros del hogar. Es el día de la gran reconciliación. Se superan las diferencias, se perdonan y olvidan las ofensas. Es un día nuevo… ”El día que hizo el Señor, día de alegría y de gozo…” ¡Gustad y ved qué bueno es el Señor! ¡Qué hermoso vivir los hermanos unidos! Para ello nos liberó Cristo. (Sal, 118; 349; 24;34,9; 133,1).

Es también el día de la gran liberación. La liberación radical de la soledad, el egoísmo, el resentimiento y el odio. Día de paz en el Señor. Día distinto y muy gratificante. Para el cuerpo y el espíritu.

Los esposos debería renovar su comunicación y su relación afectiva matando de raíz la rutina y el desencanto del paso de los días y olvidando las ofensas. “¡Miren que hago nuevas todas las cosas!” (Ap 21, 5; Is 43, 19). Juntos se sienten padres orgullosos de sus hijos, se interesan por ellos y los acompañan en su crecimiento integral. Pierden el tiempo con ellos, interesándose por sus amistades, sus estudios, sus pequeños y grandes problemas; así el día domingo favorece la renovación de la familia, pequeña Iglesia y fundamento de la sociedad.

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3. Domingo, día de la Asamblea cristiana

La fiesta en el hogar se prolonga en la fiesta de la comunidad cristiana y, a la vez, de ella recibe el sentido más pleno. Los lazos de la fe completan los lazos de la carne y la sangre. La comunidad de fe supone la comunidad familiar, y ésta constituye el primer ámbito del compromiso cristiano. Los familiares son los primeros prójimos, los más próximos a nosotros, en los que debemos reconocer a Cristo mismo.

Todo esto se hace explícito el día domingo. Pues la Iglesia es a la vez visible e invisible, humana y divina. La Iglesia necesita expresar la conciencia de su originalidad y de su identidad. Ella es el nuevo Pueblo de Dios, el nuevo Israel. “Congregado de todos los pueblos, raza, lengua o nación, donde ya no hay judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer… sino todos una misma cosa en Cristo Jesús” (Gál. 3, 28).

La Iglesia necesita recordar, siquiera una vez a la semana, esta identidad, que la separa de toda instancia humana y a la vez la prolonga en todo lo humano. La Iglesia vive en el mundo, pero no es del mundo. Es el pueblo sacerdotal consagrado a Dios y, por tanto, separado de toda corrupción y de la mentira y soberbia del mundo.

Tú, hermano, formas parte de este pueblo rescatado. Eres nueva creación. Debes encontrarte siquiera una vez a la semana con tu verdadera familia, a la que te ha incorporado Cristo desde tu bautismo. La Iglesia por el sacramento te engendró en Cristo y ella, cual madre próvida, te acompaña en esta peregrinación hacia la patria verdadera. No puedes olvidar tus orígenes y menos renegar de ellos.

Cada domingo debes encontrar la raíz profunda de tu ser cristiano y debes gozar integrándote más y más en tu verdadera y definitiva familia, que se prolongará para siempre en el cielo. Por tanto, la Iglesia necesita reunirse en asamblea santa. Así expresa lo que es. Y a la vez, se va haciendo lo que debe ser, y se le impone como tarea permanente.

Por eso es preciso resaltar algunas actividades fundamentales por las que se expresa y se realiza la pertenencia a la Iglesia. Entre ellas, en primer lugar, se destaca la alegría del compartir con los hermanos. Son los hermanos que yo no he elegido. Los ha elegido Dios.

Ellos son mis verdaderos hermanos. Así me hago más universal, más católico. Me uno a los hermanos que Dios eligió; me gusten o no me gusten, eso no cuenta. Debo encontrarme con la verdadera Iglesia de Dios, no con mi grupito o con mi gente.

En segundo lugar, debo llenarme de amor, de simpatía y de aprecio hacia esos hermanos, sean cuales fueren, piensen lo que pensaren. Y eso se demuestra en la reconciliación con todos. Entre los hermanos hay paz, aprecio, armonía… interés y cuidado mutuo.

Por eso pedimos perdón por no habernos sabido reconocer en la vida real y durante la semana como lo que somos en el Señor: hermanos e hijos del mismo Padre, amigos entrañables en un mismo Espíritu.

Pero esa paz y armonía no pueden ser solamente espirituales, sino reales. Por eso, en tercer lugar, no se pueden consentir diferencias escandalosas entre los hermanos por el vestido, alimento, cultura, fe… La paz es compromiso. La paz significa justicia antes y después.

La asamblea dominical debe ser una reunión de hermanos donde se limen las diferencias, donde haya verdadero interés y cuidado de unos por otros. Nadie puede acusar a nadie. Y todos deben acusarse ante el Señor…

La Iglesia se reúne porque es convocada por el Padre Dios que desea que todos se salven. Pero al reunirse se evidencian los pecados entre los hermanos, y por la conversión la Iglesia se renovará constantemente.

Aquí encontramos una razón profunda de la práctica de la limosna, la colecta en la Iglesia y la ayuda a los necesitados. Entre los creyentes se impone la comunicación de bienes, el compartir desprendido y generoso.

El Antiguo Testamento prescribía el diezmo, separado para el templo y los sacerdotes, reconociendo así que todo viene de Dios. En el Nuevo Testamento la comunidad de Jerusalén practicó la comunicación de bienes. San Pablo hacía colecta por los empobrecidos hermanos de las comunidades judías. Después la Iglesia ordenó pagar diezmo y primicias.

Este precepto ha quedado olvidado y caricaturizado. En la actualidad se va tomando conciencia de la conveniencia, legitimidad y hasta necesidad de diezmar, de sentirse responsable del mantenimiento de la Iglesia, de la asistencia a los pobres y de la promoción social de los más desamparados.

La práctica del diezmo es para el creyente la expresión de su total dependencia de Dios: uno se desprende del afán de poseer para ser poseído por Dios, se aprende a depender más de Dios que de sus propias seguridades, en este caso de su dinero ahorrado.

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4. Día de la celebración eucarística

Todo lo expresado hasta aquí encuentra su punto culminante en la celebración eucarística. La Cena del Señor es el objetivo que da sentido a todo lo expuesto hasta aquí. El descanso, la fiesta, la reunión sincera de los hermanos desemboca en la Eucaristía: en ella se expresan de la mejor manera y en ella se realiza todo eso sacramentalmente. Es como el sello del día.

Así lo confirma la historia y la tradición de la Iglesia desde sus orígenes. Así consta en las páginas del Nuevo Testamento. El día domingo es el día de la resurrección del Señor. Todo queda marcado con el sentido pascual. La Cena del Señor es el memorial de la Pascua de Cristo. Domingo y celebración eucarística aparecen unidos esencialmente.

Por eso es inconcebible una práctica auténticamente cristiana que excluya o minusvalore la Misa dominical. No es que la Misa lo sea todo. Pero es el corazón del domingo. El sentido último del mismo y su razón de ser, ya que la Eucaristía es la actualización de la muerte y resurrección del Señor. La Misa dominical garantiza una verdadera vida en Cristo.

Por ahí se explica la práctica eclesial de la Misa dominical y el precepto de “escuchar Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”. Lamentablemente, para muchos católicos el significado del domingo y la Misa de precepto se ha reducido a la mínima expresión: un cumplimiento de una hora a la semana bajo conciencia de pecado grave.

Se ha caricaturizado el “Día del Señor”, convirtiéndolo en algo rutinario y casi ridículo. Por eso, en parte, se explica la apatía y hasta el rechazo de muchos católicos por la Misa dominical. Una pena.

Espero que tú, amigo lector y hermano, a estas alturas sabrás valorar debidamente la Misa y el Día del Señor. Ahora entendemos mejor la necesidad de observar integralmente el descanso dominical, que, por cierto, no significa “no hacer nada”, sino hacer muchas cosas: renovar tu fe, tu vida entera: personal, familiar y social.

Ahora puedes captar mejor que necesitas participar en la Misa. Ya no debes sentir el peso del “precepto”, sino el gozo festivo del encuentro con Dios en Cristo resucitado y presente en tu verdadera familia “católica”.

Sentirás el gozo del compartir con tus hermanos llamados con igual derecho que tú a la Vida. Una vida eterna que ya la empiezas a gustar aquí, justamente el día domingo, como ningún otro día. Para eso es el domingo.

Por eso ahora te parece totalmente anormal que un católico no asista a Misa todos los domingos, a no ser por causa grave, y que no comulgue habitualmente. Entiendes que la Misa es una fiesta gozosa; y el domingo un gran gozo y descanso en el Señor. Es el Día en que actuó el Señor: Sea nuestra alegría y nuestro gozo; que no haya por tanto ni luto ni llanto. La alegría en el Señor sea vuestra fortaleza.

¡Espera así el día domingo y vívelo!

De esta manera tendrás garantizada una vida en Cristo, abundante, tal como quiso Él mismo.

Que el Señor bendiga tus buenas disposiciones y te permita entender y saborear cada domingo de esta Cuaresma y del tiempo de Pascua las insondables riquezas de la Eucaristía: “sacramento de piedad , signo de unidad y vínculo de caridad”, en expresión de San Agustín.

ES DOMINGO…

Es domingo: una luz nueva resucita la mañana
con su mirada inocente, llena de gozo y de gracia.

Es domingo: la alegría del mensaje de la Pascua
es la noticia que llega siempre y que nunca se gasta.

Es domingo: la pureza no sólo la tierra baña,
que ha penetrado en la vida por las ventanas del alma.

Es domingo: la presencia de Cristo llena la casa:
la Iglesia, misterio y fiesta, por él y en él convocada

Es domingo: “Este es el día que hizo el Señor”, es la Pascua,
día de la creación nueva y siempre renovada.

Es domingo: de su hoguera brilla toda la semana
y vence oscuras tinieblas en jornadas de esperanza.

Es domingo: un canto nuevo toda la tierra le canta
al Padre, al Hijo, al Espíritu, único Dios que nos salva. Amén.

(Liturgia de las Horas, Himno de Laudes, domingo de la primera semana)

NOTA: En cualquier día de la semana pueden leerse la 1ª lectura, salmo y evangelio del ciclo A, cuando tocaron los ciclos B o C en el domingo.

O sea que la catequesis prebautismal del agua no debe faltar en la oración y meditación cuaresmales.

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TEXTO ILUMINADOR para la semana:

Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios, porque él dice:

“En tiempo favorable te escuché,

en día de salvación vine en tu ayuda”;

pues mirad, ahora es tiempo favorable,

ahora es día de salvación (2 Co 6, 1-3).

 


Maná y Vivencias Cuaresmales (12), 28.2.21

febrero 27, 2021

Domingo II de Cuaresma, Ciclo B

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Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”
Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”.

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Antífona de Entrada: Salmo 26, 8.9

Mi corazón sabe que dijiste: buscad mi rostro. Yo busco tu rostro, Señor, no lo apartes de mí.

Oración colecta

Señor, Padre santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestra espíritu con tu palabra; así con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Génesis 22, 1-2.9-13.15-18

En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán, llamándole: «¡Abrahán!»

Él respondió: «Aquí me tienes.»

Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, en uno de los montes que yo te indicaré.»

Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña.

Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su hijo; pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo «¡Abrahán, Abrahán!»

Él contestó: «Aquí me tienes.»

El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.»

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.

El ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo: «Juro por mí mismo –oráculo del Señor–: Por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.»

SALMO 115, 10.15.16-17.18-19

Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida.

Tenía fe, aun cuando dije: «¡Qué desgraciado soy!» Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles.

Señor, yo soy tu siervo, siervo tuyo, hijo de tu esclava: rompiste mis cadenas. Te ofreceré un sacrificio de alabanza, invocando tu nombre, Señor.

Cumpliré al Señor mis votos en presencia de todo el pueblo, en el atrio de la casa del Señor, en medio de ti, Jerusalén.

SEGUNDA LECTURA: Romanos 8, 31b-34

Hermanos:

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Dios, el que justifica? ¿Quién condenará? ¿Será acaso Cristo, que murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por nosotros?

Aclamación antes del Evangelio: Mateo 17, 15

Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”.

EVANGELIO: Marcos 9, 2-10

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Estaban asustados, y no sabía lo que decía.

Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo.»

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: «No contéis a nadie lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos.»

Esto se les quedó grabado, y discutían qué querría decir aquello de «resucitar de entre los muertos».

Antífona de comunión: Mateo 17, 5

Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo.

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VIVENCIAS CUARESMALES

La Transfiguración del Señor


12. SEGUNDO DOMINGO

DE CUARESMA CICLO B

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TEXTO ILUMINADOR: Una voz desde la nube decía: “Este es mi Hijo, el escogido; escuchadlo”.

Dios nos llamó para destinarnos a ser santos, no en consideración a lo bueno que hubiéramos hecho nosotros, sino porque ese fue su propósito. Esa fue la gracia de Dios que nos concedió en Cristo Jesús desde la eternidad y que llevó a efecto con la aparición de Jesucristo, nuestro Salvador. Él destruyó la muerte e hizo resplandecer la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.

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ORACIÓN COLECTA:
Señor, Padre Santo, tú que nos has mandado escuchar a tu Hijo, el predilecto, alimenta nuestro espíritu con tu Palabra; así, con mirada limpia, contemplaremos gozosos la gloria de tu rostro.

Esta oración se inspira en el relato evangélico de hoy: El Padre nos manda escuchar a su Hijo, la Palabra en persona. Por tanto, en la Cuaresma hay que escuchar más asiduamente la palabra de Dios, alimentar nuestro espíritu, dejando otras lecturas y distracciones que frecuentamos.

La palabra de Dios limpia el ojo interior, inspira buenas ideas, inclina hacia el bien, ahoga el mal, nos hace arder el corazón en deseos del bien, despierta y renueva dentro de nosotros lo mejor que Dios ha sembrado… Nos hace semejantes al Verbo, fuente de la sabiduría, y limpia nuestros ojos para contemplar el rostro de Dios.

Vosotros ya estáis limpios por la palabra que habéis escuchado… El que me ve a mí, ve al Padre. La fe de Abrahán en el Dios veraz le impulsa a salir de la tierra, a ponerse en camino “hacia donde no sabía”; no hay un lugar concreto a donde ir, pues, la fe es dependencia absoluta y permanente respecto de Dios; caminar siempre sin llegar nunca a un lugar para estar, para descansar; pues nuestro descanso no puede situarse en nada que no sea Dios mismo.

El Dios de la alianza le promete a Abrahán descendencia, le da «el hijo de la promesa» y luego se lo pide, le manda que se lo sacrifique. Humanamente, es una contradicción, algo absurdo. Abrahán debe preferir la lógica de la fe. Dios sabrá lo que hace. Dios «provee».

Abrahán lo pierde todo, menos su absoluta confianza en Dios, el único bueno y fiel. Renuncia a todo, y por ese desprendimiento lo consigue todo. Dios le devuelve al hijo y con él todas las bendiciones.

Aplicación a nuestra vida, moraleja: en realidad, sólo tenemos seguro aquello que hemos entregado a Dios. Sólo tenemos y poseemos aquello que tenemos depositado en Dios. Es decir, lo que amamos en Dios y por Dios, y tal como él lo ama.

El Padre nos manda una sola cosa: escuchar a Jesús, imitar su vida. Por la negación de sí mismo a la gloria perfecta, por la pasión a la resurrección. Pero, desde otra perspectiva, Cristo ya pagó por nosotros. Su victoria nos pertenece.

Ahora, todos nosotros podemos pedir al Dios compasivo, con la confianza de hijos amados, todo tipo de curaciones y milagros. Podemos pedirle que nos libre del dolor y de la enfermedad, si nos conviene y es para su gloria.

Tenemos absoluta confianza en Dios por medio de su Hijo que nos dado un espíritu filial. Todo es posible para Dios. Lo único necesario es la gloria de Dios, que sea glorificado en nuestra existencia, sea en vida, sea en muerte. Sólo importa la gloria de Dios, que sea bendecido. Si eso se realiza a través de milagros y portentos, que así sea, aunque me cueste creerlo.

Porque resulta curioso que la gloria de Dios consiste en que el hombre viva plenamente: en que todo hombre experimente aquello mismo que hizo exclamar a Pedro “¡Qué bien se está aquí!”.

Para ser anegado del esplendor de Cristo hace falta traspasar las apariencias del Jesús histórico, para entendernos. Es decir, hay que pasar al Cristo de la fe. Y eso sólo se puede realizar plenamente con la resurrección del Señor.

Por eso Jesús les advierte que no hablen de esa experiencia hasta que él haya resucitado de entre los muertos. Cuando sea constituido Señor y Salvador podrá enviar a raudales el Espíritu sobre los apóstoles conduciéndolos a la verdad plena.

Pero para todo bautizado ya está todo realizado en Cristo de manera perfecta y ejemplar. La Cuaresma y la Pascua se implican mutuamente, pues no se pueden separar la Muerte y la Resurrección del Señor.

Por eso, todos nosotros debemos experimentar lo mismo que Pedro, aun en medio de la Cuaresma: Lo creo, Señor, pero aumenta mi fe. Antes te conocía de oídas, pero ahora te están viendo mis ojos, te estoy sintiendo en mi corazón.

La transfiguración es una experiencia que capacita pedagógicamente a los discípulos para afrontar el dolor y la pasión con valentía y con gozo, de manera plenamente salvífica. Pero no hay que determinar de manera matemática el antes y el después del dolor y de los consuelos divinos, pues lo que Dios da lo da para siempre.

La experiencia de Pedro persiste aunque baje de la montaña. La experiencia de Dios permanece en nosotros aunque salgamos del templo, aunque dejemos la oración contemplativa, aunque nos invadan las pruebas y la oscuridad o viscosidad de la propia existencia. La paz del Señor, que el mundo no puede dar, nos acompaña siempre.

Para conseguir esa vida nueva, gozosa y permanente, hay que morir a la ley del merecimiento, de lo debido… para pasar al amor, a la libertad, a la gratuidad, al compartir el gozo, no caprichoso ni arbitrario, pero sí maravilloso y nupcial de Dios desposado con la humanidad, con cada uno de nosotros, sus hijos.

Mirad que hago nuevas todas las cosas. Lo anterior pasó, llegaron los últimos tiempos, los del Esposo. El desierto está brotando. ¿Es que no lo notáis?”.

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Oración sugerida: Señor, ten paciencia conmigo y enséñame; da gloria a tu nombre y transfigúrame. Es preciso que tú crezcas y que yo disminuya. ¿Adónde iría, Señor, lejos de ti? Estoy dispuesto a todo. Mi vida será gozarme en ti. Pues tú eres digno de toda bendición. Amén.

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Para tu reflexión y oración reproduzco el texto de Filipenses. Pablo exhorta a los hermanos a que se mantengan firmes en el Señor:

“Pues como ya os advertí muchas veces, y ahora tengo que recordároslo con lágrimas en los ojos, muchos de los que están entre vosotros son enemigos de la cruz de Cristo. Su paradero es la perdición; su dios, el vientre; se enorgullecen de lo que debería avergonzarlos y sólo piensan en las cosas de la tierra. Nosotros, en cambio, tenemos nuestra ciudadanía en los cielos, de donde esperamos como salvador a Jesucristo, el Señor. Él transformará nuestro mísero cuerpo en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene para someter todas las cosas” (Flp 3, 18-21).

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Himno de espiritualidad cuaresmal

Llorando los pecados tu pueblo está, Señor. Vuélvenos tu mirada y danos el perdón.

La Cuaresma es combate; las armas: oración, limosnas y vigilias por el reino de Dios.

“Convertid vuestra vida, volved a vuestro Dios, y volveré a vosotros”, esto dice el Señor.

Tus palabras de vida nos llevan hacia ti. Los días cuaresmales nos las hacen sentir. Amén.

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Durante toda la Cuaresma, pero hoy de manera especial por ser el Día del Señor, podemos y debemos exclamar con Pedro: ¡Qué bien se está aquí! Pues si tenemos a Dios, ¿qué nos falta? Comenzamos a decirlo con verdad aquí en la tierra, como peregrinos. Y resultará beneficioso y gratificante ejercitarnos en esa percepción de fe y experiencia del amor de Dios. Un día esperamos decirlo con gozo y para siempre, en la gloria, con nuestros hermanos, con los ángeles y con los santos: ¡Qué bien se está aquí!