Domingo XXXI del Tiempre Ordinario

octubre 31, 2010

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Hoy ha llegado la salvación a esta casa

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DOMINGO XXXI

DEL TIEMPO ORDINARIO

31 de Octubre

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Lectura del libro de la Sabiduría 11, 23-12, 2.

Señor, el mundo entero es ante ti como un grano de arena en la balanza, como gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho; si hubieras odiado alguna cosa, no la habrías creado.

Y ¿cómo subsistirían las cosas si tú no lo hubieses querido? ¿Cómo conservarían su existencia, si tú no las hubieses llamado? Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida. En todas las cosas está tu soplo incorruptible. Por eso corriges poco a poco a los que caen; a los que pecan les recuerdas su pecado, para que se conviertan y crean en ti, Señor.


Salmo 144, 1-2.8-9. 10-11.13cd-14

R/. Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey.

Te ensalzaré, Dios mío, mi Rey,
bendeciré tu nombre por siempre jamás,
Día tras día te bendeciré,
y alabaré tu nombre por siempre jamás. R/.

El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad,
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R/.

Que todas tus criaturas te den gracias,
Señor, que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.

El Señor es fiel a sus palabras,
bondadoso en todas sus acciones.
El Señor sostiene a los que van a caer,
endereza a los que ya se doblan. R/.

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Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Tesalonicenses 1, 11-2, 2.

Hermanos:

Siempre rezamos por vosotros, para que nuestro Dios os considere dignos de vuestra vocación; para que con su fuerza os permita cumplir buenos deseos y la tarea de la fe; y para que así Jesús nuestro Señor sea vuestra gloria y vosotros seáis la gloria de él, según la gracia de Dios y del Señor Jesucristo.

Os rogamos a propósito de la última venida de nuestro Señor Jesucristo y de nuestro encuentro con él, que no perdáis fácilmente la cabeza ni os alarméis por supuestas revelaciones, dichos o cartas nuestras: como si afirmásemos que el día del Señor está encima.


+ Lectura del santo Evangelio según San Lucas 19, 1-10.

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad.

Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí.

Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
-Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
-Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.

Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor:
-Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.

Jesús le contestó:
-Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

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COMENTARIO AL EVANGELIO: Cuando visita Dios

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

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OVIEDO, viernes, 29 octubre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, 31 de octubre, XXXI del tiempo ordinario (Lucas 19, 1-10), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.
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El Evangelio de este domingo nos llena de una serena esperanza. Jesús no ha venido para el regalo fácil, para el aplauso falaz y la lisonja barata de los que están en el recinto seguro, sino más bien «ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido». Aquella sociedad judía había hecho una clasificación cerrada de los que valían y de los que no. Jesús romperá ese elenco maldito, ante el escándalo de los hipócritas, y será frecuente verle tratar con los que estaban condenados a toda marginación: enfermos, extranjeros, prostitutas y publicanos. Era la gente que por estar perdida, Él había venido precisamente a buscar. Concretamente Zaqueo, tenía en su contra que era rico y jefe de publicanos, con una profesión que le hacía odioso ante el pueblo y con una riqueza de dudosa adquisición.

Jesús como Pastor bueno que busca una oveja perdida, o una dracma extraviada, buscará también a este Zaqueo, y le llamará por su nombre para hospedarse en su casa: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa». Lucas emplea en su evangelio más veces este adverbio, hoy: cuando comienza su ministerio público («hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír» -Lc 4,16-22-), y cuando esté con Dimas, el buen ladrón, en el calvario («te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» Lc 23,43 ).

El odio hacia Zaqueo, el señalamiento que murmura, condena y envidia… no sirvieron para transformar a este hombre tan bajito como aprovechón. Bastó una mirada distinta en su vida, fue suficiente que alguien le llamase por su nombre con amor, y entrase en su casa sin intereses lucrativos, para que este hombre cambiase, para que volviese a empezar arreglando sus desaguisados.

La oscuridad no se aclara denunciando su tenebrosidad, sino poniendo un poco de luz. Es lo que hizo Jesús en esa casa y en esa vida. Y Zaqueo comprendió, pudo ver su error, su mentira y su injusticia, a la luz de esa Presencia diferente. La luz misericordiosa de Jesús, provocó en Zaqueo el cambio que no habían podido obtener los odios y acusaciones sobre este hombre. Fue su hoy, su tiempo de salvación.

¿Podremos hacer escuchar en nuestro mundo esa voz de Alguien que nos llama por nuestro nombre, sin usarnos ni manipularnos, sin echarnos más tierra encima, sin señalar inútilmente todas las zonas oscuras de nuestra sociedad y de nuestras vidas personales, sino sencillamente poniendo luz en ellas? Quiera el Señor visitar también hoy la casa de este mundo y de esta humanidad. Será el milagro de volver a empezar para quienes le acojamos, como Zaqueo.

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Misión en África y renovación

octubre 30, 2010

 

Nueva misión, los frailes en movimiento

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“BOOM” DE LOS FRANCISCANOS

 

DEL EMMANUEL

EN CAMERÚN

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El 80% de los miembros de la orden

está en ese país

NKONGSAMBA, miércoles 20 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Los Franciscanos del Emmanuel están viviendo un verdadero boom en Camerún. De los 75 miembros que la orden tiene en total, 60 se encuentran en este país africano.

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El hermano Denis-Antoine explicó a la asociación caritativa Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) que la orden, nacida en Montreal (Canadá) en 1985, llegó a Camerún en 1999.

Fue después de que un sacerdote diocesano de la ciudad de Nkongsamba, al oeste del país, conociera a los Franciscanos del Emmanuel a través de un periódico y les pidiera que ayudaran a un grupo de fieles de una parroquia que querían vivir la espiritualidad de san Francisco.

“Por petición del obispo, llegamos y empezamos a formar una fraternidad de miembros laicos”, explicó el religioso. Con el tiempo, los grupos se han ido extendiendo, estabilizándose y multiplicándose. Muchos de los jóvenes miembros laicos han pedido convertirse en frailes.

“En 2005, llegué con un joven hermano laico de Canadá a Camerún para fundar la primera casa de formación”, continuó el hermano Denis-Antoine.

“Con la ayuda de algunos benefactores, entre ellos AIN, los frailes construyeron un convento con 18 habitaciones y la estructura para la comunidad y su misión”.

Desde entonces, la comunidad de Nkongsamba ha ido creciendo y ahora hay 17 frailes en formación y 8 ya profesos. Los hermanos se forman para ocuparse de la atención sanitaria, la catequesis y la agricultura.

A petición del obispo, los Franciscanos del Emmanuel también han instituido un centro espiritual que acoge retiros y sesiones de formación para grupos procedentes de todo Camerún. La comunidad se ocupa también de los más pobres de la sociedad y está implicada en el trabajo de la parroquia, en la asistencia a los jóvenes y en la capellanía de las cárceles.

El hermano Denis-Antoine describió cómo la orden se ha extendido también a las diócesis vecinas de Bafoussam e Douala. En Douala, recientemente ha nacido una fraternidad laica local, compuesta sobre todo por jóvenes adultos y existe el proyecto de abrir un convento el año que viene.

Explicando la misión en esta zona, el hermano Denis-Antoine dijo que los hermanos “ayudarán a nuestra misión regular y se encargarán también de un orfanato con treinta niños que necesita gestión y supervisión”. Los franciscanos también trabajan para poner a punto un dispensario y una sala de maternidad en uno de los barrios más pobres de la ciudad.

“El mensaje principal que queremos dejar es que estamos ahí, presentes junto a las personas, esperando darles este testimonio de vida del Evangelio tras las huellas de nuestro padre, san Francisco”, destacó el fraile.

“Nuestras fraternidades de miembros laicos están implicadas en la solidaridad con los pobres y los necesitados para mejorar sus condiciones”, continuó. “Por eso creemos que un compromiso espiritual con la vida evangélica tiene un profundo impacto social, sobre todo en la vida de los individuos que toman esta elección, pero también en la vida de la sociedad en general”, añadió.

El fraile expresó su “profunda gratitud” a AIN por su ayuda. “Siendo una comunidad franciscana, somos pobres y necesitamos realmente apoyo financiero, como el que proporciona AIN, para la realización de nuestra misión franciscana en la Iglesia”, dijo.

Y concluyó: “Gracias a AIN y a todos los benefactores por la ayuda que hemos recibido ya y por haber escuchado esta nueva petición de apoyo, dándonos la oportunidad de ser vuestras manos y vuestro corazón para el pueblo de África”.

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Sermón sobre los pastores (8)

octubre 29, 2010

 

 

La solicitud del Buen Pastor

 

Del sermón de san Agustín, obispo,

sobre los pastores

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Los cristianos débiles

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No fortalecéis a las ovejas débiles, dice el Señor. Se lo dice a los malos pastores, a los pastores falsos, a los pastores que buscan su interés y no el de Jesucristo, que se aprovechan de la leche y la lana de las ovejas, mientras que no se preocupan de ellas ni piensan en fortalecer su mala salud. Pues me parece que hay alguna diferencia en­tre estar débil, o sea, no firme –ya que son débiles los que padecen alguna enfermedad–, y estar propiamente enfer­mo, o sea, con mala salud.

Desde luego que estas ideas que nos estamos esforzando por distinguir las podríamos precisar, por nuestra parte, con mayor diligencia, y por supuesto que lo haría mejor cualquier otro que supiera más o fuera más fervoroso; pero, de momento, y para que no os sintáis defraudados, voy a deciros lo que siento, como comentario a las pala­bras de la Escritura.

Es muy de temer que al que se en­cuentra débil no le sobrevenga una tentación y le desmo­rone. Por su parte, el que está enfermo es ya esclavo de algún deseo que le está impidiendo entrar por el camino de Dios y someterse al yugo de Cristo.

Pensad en esos hombres que quieren vivir bien, que han determinado ya vivir bien, pero que no se hallan tan dispuestos a sufrir males, como están preparados a obrar el bien. Sin embargo, la buena salud de un cristiano le debe llevar no sólo a realizar el bien, sino también a so­portar el mal. De manera que aquellos que dan la impre­sión de fervor en las buenas obras, pero que no se hallan dispuestos o no son capaces de sufrir los males que se les echan encima, son en realidad débiles.

Y aquellos que aman el mundo y que por algún mal deseo se alejan de las buenas obras, éstos están delicados y enfermos, puesto que, por obra de su misma enfermedad, y como si se halla­ran sin fuerza alguna, son incapaces de ninguna obra buena.

En tal disposición interior se encontraba aquel paralítico al que, como sus portadores no podían introducirle ante la presencia del Señor, hicieron un agujero en el te­cho, y por allí lo descolgaron. Es decir, para conseguir lo mismo en lo espiritual, tienes que abrir efectivamente el techo y poner en la presencia del Señor el alma paralítica, privada de la movilidad de sus miembros y desprovista de cualquier obra buena, gravada además por sus pecados y languideciendo a causa del morbo de su concupiscencia.

Si, efectivamente, se ha alterado el uso de todos sus miem­bros y hay una auténtica parálisis interior, si es que quie­res llegar hasta el médico –quizás el médico se halla ocul­to, dentro de ti: este sentido verdadero se halla oculto en la Escritura–, tienes que abrir el techo y depositar en pre­sencia del Señor al paralítico, dejando a la vista lo que está oculto.

En cuanto a los que no hacen nada de esto y descuidan hacerlo, ya habéis oído las palabras que les dirige el Señor: No curáis a las enfermas, ni vendáis sus heridas; ya lo he­mos comentado. Se hallaba herida por el miedo a la prue­ba. Había algo para vendar aquella herida; estaba aquel consuelo: Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba su­pere vuestras fuerzas. No, para que sea posible resistir, con la prueba dará también la salida (Sermón 46, 13: CCL 41, 539-540).

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Sermón sobre los pastores (7)

octubre 28, 2010

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San Agustín, Pastor de almas

 


Sermón de san Agustín, obispo,  sobre los pastores

Ofrece el alivio de la consolación

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El Señor, dice la Escritura, castiga a sus hijos preferidos. Y tú te atreves a decir: «Quizás seré una excepción» Si eres una excepción en el castigo, quedarás igualmente exceptuado del número de los hijos. «¿Es cierto —pregun­tarás— que castiga a cualquier hijo?»

Cierto que castiga a cualquier hijo, y del mismo modo que a su Hijo único. Aquel Hijo, que había nacido de la misma substancia del Padre, que era igual al Padre por su condición divina, que era la Palabra por la que había creado todas las cosas, por su misma naturaleza no era susceptible de castigo. Y, pre­cisamente, para no quedarse sin castigo, se vistió de la carne de la especie humana. ¿Conque va a dejar sin cas­tigo al hijo adoptado y pecador, el mismo que no dejó sin castigo a su único Hijo inocente?

El Apóstol dice que no­sotros fuimos llamados a la adopción. Y recibimos la adopción de hijos para ser herederos junto con el Hijo único, para ser incluso su misma herencia: Pídemelo: te daré en herencia las naciones. En sus sufrimientos, nos dio ejemplo a todos nosotros.

Pero, para que el débil no se vea vencido por las futu­ras tentaciones, no se le debe engañar con falsas esperan­zas, ni tampoco desmoralizarlo a fuerza de exagerar los peligros. Dile: Prepárate para las pruebas, y quizá comience a retroceder, a estremecerse de miedo, a no querer dar un paso hacia adelante. Tienes aquella otra frase: Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere vues­tras fuerzas.

Pues bien, prometer y anunciar las tribula­ciones futuras es, efectivamente, fortalecer al débil. Y, si al que experimenta un temor excesivo, hasta el punto de sentirse aterrorizado, le prometes la misericordia de Dios, y no porque le vayan a faltar las tribulaciones, sino por­que Dios no permitirá que la prueba supere sus fuerzas, eso es, efectivamente, vendar las heridas.

Los hay, en efecto, que, cuando oyen hablar de las tribu­laciones venideras, se fortalecen más, y es como si se sin­tieran sedientos de la que ha de ser su bebida. Piensan que es poca cosa para ellos la medicina de los fieles y anhelan la gloria de los mártires.

Mientras que otros, cuando oyen hablar de las tentaciones que necesariamente habrán de so­brevenirles, aquellas que no pueden menos de sobrevenirle al cristiano, aquellas que sólo quien desea ser verdaderamen­te cristiano puede experimentar, se sienten quebrantados y claudican ante la inminencia de semejantes situaciones.

Ofréceles el alivio de la consolación, trata de vendar sus heridas. Di: «No temas, que no va a abandonarte en la prueba aquel en quien has creído. Fiel es Dios, y no permitirá él que la prueba supere sus fuerzas». No son palabras mías, sino del Apóstol, que nos dice: Tendréis la prueba que buscáis de que Cristo habla por mí.

Cuando oyes estas cosas, estás oyendo al mismo Cristo, estás oyen­do al mismo pastor que apacienta a Israel. Pues a él le fue dicho: Nos diste a beber lágrimas, pero con medida. De modo que el salmista, al decir con medida, viene a decir lo mismo que el Apóstol: No permitirá él que la prueba supere vuestras fuerzas. Sólo que tú no has de rechazar al que te corrige y te exhorta, te atemoriza y te consuela, te hiere y te sana (Sermón 46, 11-12: CCL 41, 538-539).

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Carta de san Agustín a Proba (y 6)

octubre 27, 2010

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San Agustín, maestro espiritual

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Carta de san Agustín, obispo, a Proba

El Espíritu intercede por nosotros

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Quien pide al Señor aquella sola cosa que hemos mencionado, es decir, la vida dichosa de la gloria, y esa sola cosa busca, éste pide con seguridad y pide con certeza, y no puede temer que algo le sea obstáculo para conseguir lo que pide, pues pide aquello sin lo cual de nada le aprovecharía cualquier otra cosa que hubiera pedido, orando como conviene.

Ésta es la única vida verdadera, la única vida feliz: contemplar eternamente la belleza del Señor, en la inmortalidad e incorruptibilidad del cuerpo y del es­píritu. En razón de esta sola cosa, nos son necesarias todas las demás cosas; en razón de ella, pedimos oportuna­mente las demás cosas. Quien posea esta vida poseerá todo lo que desee, y allí nada podrá desear que no sea con­veniente.

Allí está la fuente de la vida, cuya sed debemos avivar en la oración, mientras vivimos aún de esperanza. Pues ahora vivimos sin ver lo que esperamos, seguros a la sombra de las alas de aquel ante cuya presencia están todas nuestras ansias; pero tenemos la certeza de nutrirnos un día de lo sabroso de su casa y de beber del torrente de sus delicias, porque en él está la fuente viva, y su luz nos hará ver la luz; aquel día, en el cual todos nuestros deseos quedarán saciados con sus bienes y ya nada tendremos que pedir gimiendo, pues todo lo poseeremos gozando.

Pero, como esta única cosa que pedimos consiste en aquella paz que sobrepasa toda inteligencia, incluso cuando en la oración pedimos esta paz, hemos de pensar que no sabemos pedir lo que nos conviene. Porque no podemos imaginar cómo sea esta paz en sí misma y, por tanto, no sabemos pedir lo que nos conviene.

Cuando se nos presenta al pensamiento alguna imagen de ella, la rechazamos, la reprobamos, reconocemos que está lejos de la realidad, aunque continuamos ignorando lo que buscamos.

Pero hay en nosotros, para decirlo de algún modo, una docta ignorancia; docta, sin duda, por el Espíritu de Dios, que viene en ayuda de nuestra debilidad. En efecto, dice el Apóstol: Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. Y añade a continuación: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escudriña los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios.

No hemos de entender estas palabras como si dijeran que el Espíritu de Dios, que en la Trinidad divina es Dios inmutable y un solo Dios con el Padre y el Hijo, orase a Dios como alguien distinto de Dios, intercediendo por los santos; si el texto dice que el Espíritu intercede por los santos, es para significar que incita a los fieles a interce­der, del mismo modo que también se dice: Se trata de una prueba del Señor, vuestro Dios, para ver si lo amáis, es decir, para que vosotros conozcáis si lo amáis.

El Espíritu pues, incita a los santos a que intercedan con gemidos ine­fables, inspirándoles el deseo de aquella realidad tan su­blime que aún no conocemos, pero que esperamos ya con perseverancia. Pero ¿cómo se puede hablar cuando se de­sea lo que ignoramos? Ciertamente que si lo ignoráramos del todo no lo desearíamos; pero, por otro lado, si ya lo viéramos no lo desearíamos ni lo pediríamos con gemidos inefables (Carta 130, 14, 27-15, 28: CSEL 44, 71-73).

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Carta de san Agustín a Proba (5)

octubre 26, 2010

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Orar en el Espíritu: No sabemos pedir lo que nos conviene.

 

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Carta de san Agustín, obispo, a Proba

No sabemos pedir lo que nos conviene

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Quizá me preguntes aún por qué razón dijo el Após­tol que no sabemos pedir lo que nos conviene, siendo así que podemos pensar que tanto el mismo Pablo como aque­llos a quienes él se dirigía conocían la oración dominical.

Porque el Apóstol experimentó seguramente su incapa­cidad de orar como conviene, por eso quiso manifestarnos su ignorancia; en efecto, cuando, en medio de la sublimi­dad de sus revelaciones, le fue dado el aguijón de su carne, el ángel de Satanás que lo apaleaba, desconociendo la ma­nera conveniente de orar, Pablo pidió tres veces al Señor que lo librara de esta aflicción. Y oyó la respuesta de Dios y el porqué no se realizaba ni era conveniente que se rea­lizase lo que pedía un hombre tan santo: Te basta mi gra­cia: la fuerza se realiza en la debilidad.

Ciertamente, en aquellas tribulaciones que pueden ocasionarnos provecho o daño no sabemos cómo debemos orar; pues como dichas tribulaciones nos resultan duras y molestas y van contra nuestra débil naturaleza, todos coincidimos naturalmente en pedir que se alejen de nosotros.

Pero, por el amor que nuestro Dios y Señor nos tiene, no debemos pensar que si no aparta de nosotros aquellos contratiempos es porque nos olvida; sino más bien, por la paciente tolerancia de estos males, esperemos obtener bienes mayores, y así la fuerza se realiza en la debilidad.

Esto, en efecto, fue escrito para que nadie se enorgullezca si, cuando pide con impaciencia, es escuchado en aquello que no le conviene, y para que nadie decaiga ni desespere de la misericordia divina si su oración no es escuchada en aquello que pidió y que, posiblemente, o bien le sería causa de un mal mayor o bien ocasión de que, engreído por la prosperidad, corriera el riesgo de perderse. En tales casos, ciertamente, no sabemos pedir lo que nos conviene.

Por tanto, si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra.

De ello nos dio ejemplo aquel divino Mediador, el cual dijo en su pasión: Padre, si es posible, que pase y se aleje de mí ese cáliz, pero, con perfecta abnegación de la voluntad humana que recibió al hacerse hombre, añadió inmediatamente: Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres.

Por lo cual, entendemos perfectamente que por la obediencia de uno todos se convertirán en justos (Carta 130, 14, 25-26: CSEL 44, 68-71).

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Carta de san Agustín a Proba (4)

octubre 25, 2010

 

 

San Agustín, Doctor de la Iglesia, Maestro de la oración cristiana

 

De la carta de san Agustín, obispo, a Proba

Nada hallarás que no se encuentre en esta oración dominical

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Quien dice, por ejemplo: Como mostraste tu santidad a las naciones, muéstranos así tu gloria y saca veraces a tus profetas, ¿qué otra cosa dice sino: Santificado sea tu nombre?

Quien dice: Dios de los ejércitos, restáuranos, que bri­lle tu rostro y nos salve, ¿qué otra cosa dice sino: Venga a nosotros tu reino?

Quien dice: Asegura mis pasos con tu promesa, que ninguna maldad me domine, ¿qué otra cosa dice sino: hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo?

Quien dice: No me des riqueza ni pobreza, ¿qué otra cosa dice sino: El pan nuestro de cada día dánosle hoy?

Quien dice: Señor, tenle en cuenta a David todos sus afanes, o bien: Señor, si soy culpable, si hay crímenes en mis manos, si he causado daño a mi amigo, ¿qué otra cosa dice sino: Perdónanos nuestras deudas así como no­sotros perdonamos a nuestros deudores?

Quien dice: Líbrame de mi enemigo, Dios mío, proté­geme de mis agresores, ¿qué otra cosa dice sino: Líbranos del mal?

Y, si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical. Por eso, hay libertad de decir estas cosas en la oración con unas u otras palabras, pero no debe haber libertad para decir cosas distintas.

Esto es, sin duda alguna, lo que debemos pedir en la oración, tanto para nosotros como para los nuestros, como también para los extraños e incluso para nuestros mismos enemigos, y, aunque roguemos por unos y otros de modo distinto, según las diversas necesidades y los diversos grados de familiaridad, procuremos, sin embargo, que en nuestro corazón nazca y crezca el amor hacia todos.

Aquí tienes explicado, a mi juicio, no sólo las cualida­des que debe tener tu oración, sino también lo que debes pedir en ella, todo lo cual no soy yo quien te lo ha enseña­do, sino aquel que se dignó ser maestro de todos.

Hemos de buscar la vida dichosa y hemos de pedir a Dios que nos la conceda. En qué consiste esta felicidad son muchos los que lo han discutido, y sus sentencias son muy numerosas. Pero nosotros, ¿qué necesidad tenemos de acudir a tantos autores y a tan numerosas opiniones?

En las divinas Escrituras se nos dice de modo breve y veraz: Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor. Para que podamos formar parte de este pueblo, llegar a contem­plar a Dios y vivir con él eternamente, el Apóstol nos dice: Esa orden tiene por objeto el amor, que brota del corazón limpio, de la buena conciencia y de la fe sincera.

Al citar estas tres propiedades, se habla de la concien­cia recta aludiendo a la esperanza. Por tanto, la fe, la espe­ranza y la caridad conducen hasta Dios al que ora, es de­cir, a quien cree, espera y desea, al tiempo que descubre en la oración dominical lo que debe pedir al Señor (Carta 130, 12, 22-13, 24: CSEL 44, 65-68).

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Domingo XXX del Tiempo Ordinario

octubre 24, 2010

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Dos hombres subieron al Templo a orar

 

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DOMINGO 24 DE OCTUBRE DEL 2010

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Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico (35,12-14.16-18)El Señor es un Dios justo, que no puede ser parcial; no es parcial contra el pobre, escucha las súplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repite su queja; sus penas consiguen su favor, y su grito alcanza las nubes; los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansan; no ceja hasta que Dios le atiende, y el juez justo le hace justicia. 

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Salmo 33, 2-3.17-18.19.23

R/. Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha 

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.

El Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. R/.

El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él . R/.

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Segunda lectura

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (4,6-8.16-18)Estoy a punto de ser sacrificado, y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida. 

La primera vez que me defendí, todos me abandonaron, y nadie me asistió. Que Dios los perdone. Pero el Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. Él me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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Evangelio Lectura del santo evangelio según san Lucas (18,9-14)

En aquel tiempo, a algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: «¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo» El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.» Os digo que éste bajó a su casa justificado, y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido»

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COMENTARIO AL EVANGELIO

Por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm

 

OVIEDO, viernes 22 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del próximo domingo, 24 de octubre, XXX del tiempo ordinario (Lucas 18, 9-14), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.

 

Quien se ha encontrado con el Dios vivo alguna vez, ha frecuentado su amistad y ha saboreado el amor de Dios, nunca se tendrá por justo, porque justo sólo es Dios; y acercarse al solo Justo supone hacer la experiencia de comprobar nuestra desproporcionada diferencia con él. Saberse pecador, reconocerse como no justo, no significa vivir tristes, sin paz o sin esperanza, sino situar la seguridad en Dios y no en las propias fuerzas o en una hipócrita virtud.

Alguien que verdaderamente no ha orado nunca, seguirá necesitando afirmarse y convencerse de su propia seguridad, ya que la de Dios, la única fidedigna, ni siquiera la ha intuido. Y cuando alguien se tiene por justo, y está hinchado de su propia seguridad, es decir, cuando vive en su mentira, suele maltratar a sus prójimos, los desprecia «porque no llegan a su altura», porque no están al nivel de «su» santidad.

Tenemos, pues, el retrato robot de quien estando incapacitado para orar por estas tres actitudes incompatibles con la auténtica oración, como el fariseo de la parábola, llega a creer que puede comprar a Dios la salvación. La moneda de pago sería su arrogante virtud, su postiza santidad. Hasta aquí el fariseo.

Pero había otro personaje en la parábola: el publicano, es decir, un proscrito de la legalidad, alguien que no formaba parte del censo de los buenos. Y al igual que otras veces, Jesús lo pondrá como ejemplo, no para resaltar morbosamente su condición pecadora, sino para que en ésta resplandezca la gracia que puede hacer nuevas todas las cosas.

Aquel publicano ni se sentía justo ante Dios, ni tenía seguridad en su propia coherencia, ni tampoco despreciaba a nadie. Ni siquiera a sí mismo. Sólo dijo una frase, al fondo del templo, en la penumbra de sus pecados: «Oh Dios, ten compasión de este pecador». Preciosa oración, tantas veces repetida por los muchos peregrinos que en su vida de oscuridad, de errores, de horrores quizás también, han comenzado a recibir gratis una salvación que con nada se puede comprar.

Jesús nos enseña a orar viviendo en la verdad, no en el disfraz de una vida engañosa y engañada ante todos menos ante Dios. Tratar de amistad con quien nos ama, es reconocer que sólo él es Dios, que nosotros somos unos pobres pecadores a los que se les concede el don de volver a empezar siempre, de volver a la luz, a la alegría verdadera, a la esperanza, para rehacer aquello que en nosotros y entre nosotros, pueda haber manchado la gloria de Dios, el nombre de un hermano y nuestra dignidad.

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Carta de san Agustín a Proba (3)

octubre 23, 2010

 

Padre nuestro, que estás en el cielo

 

De la carta de san Agustín, obispo, a Proba

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Sobre la oración dominical

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A nosotros, cuando oramos, nos son necesarias las palabras: ellas nos amonestan y nos descubren lo que debemos pedir; pero lejos de nosotros el pensar que las palabras de nuestra oración sirvan para mostrar a Dios lo que ne­cesitamos o para forzarlo a concedérnoslo.

Por tanto, al decir: Santificado sea tu nombre, nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamen­te, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios.

Y, cuando añadimos: Venga a nosotros tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a nosotros y de que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no.

Cuando decimos: Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, pedimos que el Señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen sus ángeles en el cielo.

Cuando decimos: El pan nuestro de cada día dánosle hoy, con el hoy queremos significar el tiempo presente, para el cual, al pedir el alimento principal, pedimos ya lo suficiente, pues con la palabra pan significamos todo cuanto necesitamos, incluso el sacramento de los fieles, el cual nos es necesario en esta vida temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para conseguir la vida eterna.

Cuando decimos: Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, nos obli­gamos a pensar tanto en lo que pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos.

Cuando decimos: No nos dejes caer en la tentación, nos exhortamos a pedir la ayuda de Dios, no sea que, pri­vados de ella, nos sobrevenga la tentación y consintamos ante la seducción o cedamos ante la aflicción.

Cuando decimos: Líbranos del mal, recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno.

Y estas últimas palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano, sea cual fuere la tribulación en que se encuen­tre, tiene en esta petición su modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la re­flexión en la cual meditar y las expresiones con que ter­minar dicha oración.

Es, pues, muy conveniente valerse de estas palabras para grabar en nuestra memoria todas estas realidades.

Porque todas las demás palabras que podamos decir, bien sea antes de la oración, para excitar nuestro amor y para adquirir conciencia clara de lo que vamos a pedir, bien sea en la misma oración, para acrecentar su intensi­dad, no dicen otra cosa que lo que ya se contiene en la oración dominical, si hacemos la oración de modo con­veniente.

Y quien en la oración dice algo que no puede referirse a esta oración evangélica, si no ora ilícitamente, por lo menos hay que decir que ora de una manera carnal. Aunque no sé hasta qué punto puede llamarse lícita una tal oración, pues a los renacidos en el Espíritu solamente les conviene orar con una oración espiritual (Carta 130, 11, 21-12, 22: CSEL 44, 63-64).

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Carta de san Agustín a Proba (2)

octubre 22, 2010

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Práctica de la oración vocal

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De la carta de san Agustín, obispo, a Proba

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Debemos, en ciertos momentos,

amonestarnos a nosotros mismos

con la oración vocal

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Deseemos siempre la vida dichosa y eterna, que nos dará nuestro Dios y Señor, y así estaremos siempre orando. Pero, con objeto de mantener vivo este deseo, de­bemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que, de algún modo, nos distraen de él y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal, no fuese caso que si nuestro deseo empezó a entibiarse llegara a quedar totalmente frío y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabara por ex­tinguirse del todo.

Por eso, cuando dice el Apóstol: Vuestras peticiones sean presentadas a Dios, no hay que entender estas pala­bras como si se tratara de descubrir a Dios nuestras peti­ciones, pues él continuamente las conoce, aun antes de que se las formulemos; estas palabras significan, más bien, que debemos descubrir nuestras peticiones a noso­tros mismos en presencia de Dios, perseverando en la ora­ción, sin mostrarlas ante los hombres por vanagloria de nuestras plegarias.

Como esto sea así, aunque ya en el cumplimiento de nuestros deberes, como dijimos, hemos de orar siempre con el deseo, no puede considerarse inútil y vituperable el entregarse largamente a la oración, siempre y cuando no nos lo impidan otras obligaciones buenas y necesarias. Ni hay que decir, como algunos piensan, que orar largamente sea lo mismo que orar con vana palabrería. Un cosa, en efecto, son las muchas palabras y otra cosa el efecto perseverante y continuado.

Pues del mismo Señor está escrito que pasaba la noche en oración y que oró largamente; con lo cual, ¿qué hizo sino darnos ejemplo, al orar oportunamente en el tiempo, aquel mismo que con el Padre, oye nuestra oración en la eternidad?

Se dice que los monjes de Egipto hacen frecuentes oraciones, pero muy cortas, a manera de jaculatorias brevísimas, para que así la atención, que es tan sumamente necesaria en la oración, se mantenga vigilante y despierta y no se fatigue ni se embote con la prolijidad de las palabras. Con esto nos enseñan claramente que así con no hay que forzar la atención cuando no logra mantenerse despierta, así tampoco hay que interrumpirla cuando puede continuar orando.

Lejos, pues, de nosotros la oración con vana palabrería; pero que no falte la oración prolongada, mientras persevere ferviente la atención. Hablar mucho en la oración es como tratar un asunto necesario y urgente con palabras superfluas. Orar, en cambio, prolongadamente es llamar con corazón perseverante y lleno de afecto a la puerta de aquel que nos escucha.

Porque, con frecuencia, la finalidad de la oración se logra más con lágrimas y llantos que con palabras y expresiones verbales. Porque el Señor recoge nuestras lágrimas en su odre y a él no se le ocultan nuestros gemidos, pues todo lo creó por medio de aquel que es su Palabra, y no necesita las palabras humanas (Carta 130, 9, 18-10, 20: CSEL 44, 60-63).

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