Maná y Vivencias Cuaresmales (24), 12.3.21

marzo 12, 2021

Viernes de la 3ª semana de Cuaresma

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Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los sacrificios
Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los sacrificios.

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Antífona de Entrada: Salmo 86, 8. 10

Señor, no hay otro dios igual a ti, porque sólo tú eres grande y haces maravillas; porque sólo tú eres Dios.

Oración colecta

Infunde Señor, tu gracia en nuestros corazones para que sepamos dominar nuestro egoísmo y secundar las inspiraciones que nos vienen del cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Oseas 14, 2-10

Así dice el Señor: «Israel, conviértete al Señor Dios tuyo, porque tropezaste por tu pecado. Preparad vuestro discurso, volved al Señor y decidle: “Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar Dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano”.

Yo curaré sus extravíos, los amaré sin que lo merezcan, mi cólera se apartará de ellos. Seré para Israel como rocío, florecerá como azucena, arraigará como el Líbano. Brotarán sus vástagos, será su esplendor como un olivo, su aroma como el Líbano.

Vuelven a descansar a su sombra: harán brotar el trigo, florecerán como la viña; será su fama como la del vino del Líbano. Efraín, ¿qué te importan los ídolos? Yo le respondo y le miro: yo soy como un ciprés frondoso: de mí proceden tus frutos. ¿Quién es el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor: los justos andan por ellos, los pecadores tropiezan en ellos.»

SALMO 80, 6c-8a.8bc-9.10-11ab.14.17

Yo soy el Señor, Dios tuyo: escucha mi voz.

Oigo un lenguaje desconocido: «Retiré sus hombros de la carga, y sus manos dejaron la espuerta. Clamaste en la aflicción, y te libré.

Te respondí oculto entre los truenos, te puse a prueba junto a la fuente de Meribá. Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti; ¡ojalá me escuchases, Israel!

No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo, que te saqué del país de Egipto.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino!: te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre.»

Aclamación antes del Evangelio: Mateo 4, 17

Convertíos, dice el Señor, porque ya está cerca el Reino de los cielos.

EVANGELIO: Marcos 12, 28b-34

En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?»

Respondió Jesús: «El primero es: “Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.” El segundo es éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No hay mandamiento mayor que éstos.»

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.»

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios.»

Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.

Antífona de comunión: Marcos 12, 33

Amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los sacrificios.

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VIVENCIAS CUARESMALES

¡Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo!

24. VIERNES

TERCERA SEMANA DE CUARESMA

TEMA: Ayer el Espíritu recriminaba a los incrédulos con claridad y firmeza; hoy, los amonesta con suavidad y ternura. Una prueba más de que Dios busca por todos los medios nuestra salvación, jamás nuestra ruina.

La antífona de la entrada de la misa de hoy es una confesión del poder salvador de Dios frente a toda miseria del hombre en su relación con Dios.

Salmo 85, 8-10.- No tienes igual entre los dioses, Señor: «Grande eres tú y haces maravillas, tú eres el único Dios». Para ti no hay imposibles.

El creyente, de entrada, hace como un esfuerzo por comenzar de nuevo, por penetrar en el santuario, por desperezarse de la rutina y de la incredulidad y elevarse hacia el mundo divino al encuentro del Dios del perdón, de la gratuidad; en fin, para contemplar la magnificencia de la casa del Padre.

¡Qué deseables son tus moradas! ¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la Casa del Señor!

Siéntete, hermano, como un mendigo que tiende la mano a Dios, al hermano mayor, Cristo Jesús, para que te introduzca en la casa del Padre. Él es nuestro mediador y está entre nosotros como el que sirve. Él nos da confianza para llamar a Dios «Padre». Él ha sido constituido “administrador fiel” de todos los bienes preciosos del Padre Bueno y generoso.

Este Administrador goza con ir sacando lo que conviene a cada uno y a su tiempo: de modo que a nadie le sobre ni a nadie le falte. Más todavía: Él es el modelo de todos los agraciados por el Padre; su comportamiento es normativo para cuantos quieran agradar al Padre, ya que él no se tomó nada por su cuenta, solo tomó lo que el Padre le dio como heredad.

Por eso al Padre le complació sumamente poner todas las cosas en sus manos con infinita confianza y predilección. Para que el Hijo reciba gloria. Y a su vez, el Hijo administra, no tanto según su criterio, sino para que el Padre reciba gloria.

Ambos andan a porfía en esa mutua glorificación en el Espíritu Santo, desde el principio, y por siempre.

Y todo ello para bien del hombre. Pero, ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él? ¿Cómo podré retribuir al Señor todo el bien que me ha hecho? Elevaré la copa de la salvación, cantaré eternamente las alabanzas del Señor. ¡Dios mío, qué grande eres! Tu poder me sobrepasa.

Adora, hermano, en este día el misterio de la augusta Trinidad. Vete entrenándote para contemplar ese Misterio, ya que es a la vez inmanente y salvífico.

Es decir, eternamente existente y completo en sí, y a la vez proyectado hacia el tiempo y el espacio por la libérrima disposición de nuestro Dios, trino y uno a la vez. Pues no hay más que un único Misterio trinitario: a la vez inmanente, divino y subsistente, y a la vez salvífico y proyectado a los hombres y por éstos testimoniado en el mundo.

El mismo Dios, el de la teología y el de la experiencia religiosa; el de la eternidad, y el de la historia de salvación, la de Israel, la de la Iglesia y la tuya personal. Cuando Dios te llame a su presencia, te encontrarás con el Misterio divino que ya aquí has visto y contemplado como en un espejo; pero será el mismo.

Por eso, debes entrenarte en esta tierra en el conocer y adorar al mismo Dios, a quien eternamente servirás y alabarás como tu contento y felicidad para siempre. No habrá nada más.

La lectura de Oseas 14, 2-10 recoge la decisión del creyente de renunciar a sus seguridades y dejarse guiar sólo por Dios, para adherirse solo a él, como la hiedra a la pared. Atendamos a esta Palabra sanadora.

Ante la súplica de Israel: “Perdona del todo la iniquidad, recibe benévolo el sacrificio de nuestros labios. No nos salvará Asiria, no montaremos a caballo, no volveremos a llamar dios a la obra de nuestras manos. En ti encuentra piedad el huérfano”… Ante esta súplica, repito, el Señor responde reafirmando su fidelidad y su promesa de salvación:

«Yo sanaré su infidelidad, los amaré de buen grado, pues mi cólera se habrá apartado de ellos. Seré como rocío para Israel, y entonces florecerá como un lirio; echará raíces como el cedro, sus retoños brotarán, tendrá la magnificencia del olivo y el perfume del Líbano».

Este sometimiento al Señor, esta contrición de corazón, no es algo improcedente ni humillante para el hombre sino su mayor grandeza: arrodillarse ante su Señor para confesar sus pecados y alabar la santidad de Dios: eso es lo más grande que el hombre puede hacer en este mundo.

“¿Quién será el sabio que lo comprenda, el prudente que lo entienda? Rectos son los caminos del Señor, los justos andan por ellos, mientras que los pecadores tropiezan con ellos”.

El salmista mezcla su deseo de servir a Dios y la benevolente condescendencia de Dios que le recuerda las obras antiguas, que le estimula para que se le confíe más plenamente:

«Yo soy el Señor, Dios tuyo, escucha mi voz. Escucha, pueblo mío. Retiré la carga de sus hombros y sus manos dejaron la espuerta. Clamaste en la aflicción y te libré, te respondí oculto en los truenos. Escucha, pueblo mío, doy testimonio contra ti: ojalá me escuchases, Israel. No tendrás un dios extraño, no adorarás un dios extranjero; yo soy el Señor, Dios tuyo que te saqué del país de Egipto».

Dios se alboroza pensando en la conversión de su pueblo: «Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino, entonces te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre».

En el Evangelio, Cristo condesciende con el interlocutor sincero y bien intencionado y no tiene secretos con él, pues le enseña la clave más secreta de la felicidad del hombre, la fuente de la mayor bendición y felicidad para el hombre creyente: «Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas». El segundo mandamiento es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

No hay ningún mandamiento más importante que éstos. No hace falta ya hacerle más preguntas, ya nos lo dijo todo si es que realmente queremos escuchar. El que tenga oídos, que oiga.

Solamente resta clamar a Dios mientras seguimos celebrando la Eucaristía a diario si es posible: en el templo y en el trajín de cada día, cada semana.

Oramos sobre las ofrendas diciendo: Mira, Señor, con bondad los dones que te presentamos; que ellos sean gratos a tus ojos y nos alcancen la salvación.

O después de la Comunión: Señor, que la acción de tu Espíritu en nosotros penetre íntimamente nuestro ser para que lleguemos un día a la plena posesión de lo que ahora recibimos en la Eucaristía. La acción del Espíritu Santo es algo que ya se insinúa en estos días de la Cuaresma: así en la oración colecta de hoy decimos:

Infunde, Señor, tu gracia en nuestros corazones, es decir, la acción del Espíritu en nuestros corazones, para que, de manera negativa, sepamos dominar nuestro egoísmo, salir de nosotros mismos, controlar nuestra desconfianza radical; y, de manera positiva, sepamos secundar las inspiraciones que nos vienen del cielo, secundar las inspiraciones del Espíritu en el alma del creyente. Por nuestro Señor Jesucristo.- Amén.

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ORACIÓN SUGERIDA

Señor y Dios mío, enséñame a amarte. Gracias, Padre bueno, por habernos amado tanto que nos has enviado a tu propio Hijo al mundo. Él se juntó a nosotros y asumió nuestra naturaleza, pero él no te ofendió en nada; por eso en él te complaces totalmente.

No mires, Padre Santo, nuestros pecados, mira a Cristo tu Hijo, que es nuestro hermano mayor, y agrádate en él. Él te ha dado toda gloria, todo el poder, toda la bendición de que tú eres digno. Él es nuestra mejor respuesta a tu amor infinito, nuestra única y sobrada respuesta.

Gracias, Señor Jesús, porque tú eres nuestro contento y nuestra gloria, nuestra justificación ante el Padre, nuestra satisfacción plena ante Dios y para Dios. Por ti y en ti recibimos toda gracia y bendición desde lo alto.

Señor Jesús, tú conoces nuestro barro y nos comprendes como nadie. Mira nuestra pobreza y envíanos, desde el Padre, el santo Espíritu para poder parecernos cada día más a ti, y así no ofender ni decepcionar al Padre de los Cielos, que es digno de toda bendición.- Amén.

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Anímate, hermano, a formular tu oración personal dirigida a cada una de las tres divinas personas de la Santísima Trinidad, pues tienes el Espíritu derramado en tu corazón. Él te lleva de la mano al conocimiento «sabroso» del Padre y del Hijo. Pues en eso consiste la vida eterna: en que conozcamos al Padre y a su Enviado, su Hijo bendito.

El Espíritu nos conduce a la verdad plena. Permítele al Espíritu fluir en tu interior con esos gemidos inefables, y no lo tengas por más tiempo entristecido.

Ha llegado el tiempo de la liberación, aunque estemos en Cuaresma. Si tú quieres, una liberación siempre mayor te irá invadiendo; pues todo tiempo es bueno para Dios si tú quieres, si tú lo deseas. Que se te cumpla como has creído, decía Jesús a los enfermos que se le acercaban con fe y deseo de ser curados.

Finalmente, recuerda, hermano, hermana, que la cuaresma, por estar proyectada esencialmente hacia la Pascua hasta el punto de no tener sentido en sí misma, es, con plenitud, el tiempo de la primavera de la Iglesia: el más apropiado, o bien para ingresar a ella y conocer a Dios, o bien para volver al primer amor, al amor nupcial.

Por eso, merece la pena vivir la Cuaresma cada día con mayor intensidad hasta llegar a la Pascua, con mayor gozo y felicidad. Además, en estos días toda la Iglesia se une en oración para rogar por la conversión de los pecadores y para discernir los signos de Dios de cara a la evangelización de nuestro mundo, de nuestros hermanos más necesitados.

La meta: Que seamos en plenitud hijos de Dios, y así lo sintamos y experimentemos de verdad, con todo nuestro ser. Amén.


El maná de cada día, 12.1.21

enero 12, 2021

Martes de la 1ª semana del Tiempo Ordinario

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Enseñaba con autoridad, y no como los maestros de la Ley.


PRIMERA LECTURA: Hebreos 2, 5-12

Dios no sometió a los ángeles el mundo venidero, del que estamos hablando; de ello dan fe estas palabras: «¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, o el hijo del hombre, para que mires por él? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, todo lo sometiste bajo sus pies.»

En efecto, puesto a someterle todo, nada dejó fuera de su dominio. Pero ahora no vemos todavía que todo le esté sometido. Al que Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora coronado de gloria y honor por su pasión y muerte.

Así, por la gracia de Dios, ha padecido la muerte para bien de todos. Dios, para quien y por quien existe todo, juzgó conveniente, para llevar a una multitud de hijos a la gloria, perfeccionar y consagrar con sufrimientos al guía de su salvación.

El santificador y los santificados proceden todos del mismo. Por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos, cuando dice: «Anunciaré tu nombre a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré.»

SALMO 8, 2a.5.6-7.8-9

Diste a tu Hijo el mando sobre las obras de tus manos.

¡Señor, dueño nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra! ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos.

Todo lo sometiste bajo sus pies: rebaños de ovejas y toros, y hasta las bestias del campo, las aves del cielo, los peces del mar, que trazan sendas por el mar.

Aclamación antes del Evangelio: 1 Tesalonicenses 2, 13

Acoged la palabra de Dios, no como palabra de hombre, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios.

EVANGELIO: Marcos 1, 21-28

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.

Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»

Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.» El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió.

Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»

Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.


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Tenemos depositada en nosotros una fuerza
que nos capacita para amar

De la Regla monástica mayor de san Basilio Magno, obispo

El amor de Dios no es algo que pueda aprenderse con unas normas y preceptos. Así como nadie nos ha enseñado a gozar de la luz, a amar la vida, a querer a nuestros padres y educadores, así también, y con mayor razón, el amor de Dios no es algo que pueda enseñarse, sino que desde que empieza a existir este ser vivo que llamamos hombre es depositada en él una fuerza espiritual, a manera de semilla, que encierra en sí misma la facultad y la tendencia al amor.

Esta fuerza seminal es cultivada dili­gentemente y nutrida sabiamente en la escuela de los divinos preceptos y así, con la ayuda de Dios, llega a su perfección.

Por esto, nosotros, dándonos cuenta de vuestro deseo por llegar a esta perfección, con la ayuda de Dios y de vuestras oraciones, nos esforzaremos, en la medida en que nos lo permita la luz del Espíritu Santo, por avivar la chispa del amor divino escondida en vuestro interior.

Digamos, en primer lugar, que Dios nos ha dado pre­viamente la fuerza necesaria para cumplir todos los mandamientos que él nos ha impuesto, de manera que no hemos de apenarnos como si se nos exigiese algo extraor­dinario, ni hemos de enorgullecernos como si devolviése­mos a cambio más de lo que se nos ha dado.

Si usamos recta y adecuadamente de estas energías que se nos han otorgado, entonces llevaremos con amor una vida llena de virtudes; en cambio, si no las usamos debidamente, ha­bremos viciado su finalidad.

En esto consiste precisamente el pecado, en el uso des­viado y contrario a la voluntad de Dios de las facultades que él nos ha dado para practicar el bien; por el contra­rio, la virtud, que es lo que Dios pide de nosotros, con­siste en usar de esas facultades con recta conciencia, de acuerdo con los designios del Señor.

Siendo esto así, lo mismo podemos afirmar de la cari­dad. Habiendo recibido el mandato de amar a Dios, tene­mos depositada en nosotros, desde nuestro origen, una fuerza que nos capacita para amar; y ello no necesita demostrarse con argumentos exteriores, ya que cada cual puede comprobarlo por sí mismo y en sí mismo.

En efecto, un impulso natural nos inclina a lo bueno y a lo bello, aunque no todos coinciden siempre en lo que es bello y bueno; y, aunque nadie nos lo ha enseñado, amamos a todos los que de algún modo están vinculados muy de cerca a nosotros, y rodeamos de benevolencia, por incli­nación espontánea, a aquellos que nos complacen y nos hacen el bien.

Y ahora yo pregunto, ¿qué hay más admirable que la belleza de Dios? ¿Puede pensarse en algo más dulce y agradable que la magnificencia divina? ¿Puede existir un deseo más fuerte e impetuoso que el que Dios infunde en el alma limpia de todo pecado y que dice con sincero afecto: Desfallezco de amor?

El resplandor de la belleza divina es algo absolutamente inefable e inenarrable (Regla mayor, respuesta 2, 1).

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El maná de cada día, 26.12.20

diciembre 26, 2020

San Esteban, protomártir

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San Esteban: Veo los cielos abiertos… «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»


Antífona de entrada

Las puertas del cielo se han abierto para Esteban, el primero de los mártires; por eso ha recibido el premio de la corona del triunfo.

Oración colecta

Concédenos, Señor, la gracia de imitar a tu mártir san Esteban y de amar a nuestros enemigos, ya que celebramos la muerte de quien supo orar por sus perseguidores. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Hechos de los apóstoles 6, 8-10;7,54-60

En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.

Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»

Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»

Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.»
Y, con estas palabras, expiró.

SALMO 30, 3cd-4.6 y Sab 16bc-17

A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirígeme y guíame.

A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te has fijado en mi aflicción.

Líbrame de los enemigos que me persiguen; haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia.

Aclamación: Salmo 117, 26a y 27a

Bendito el que viene en nombre del Señor, el Señor es Dios, él nos ilumina.

EVANGELIO: Mateo 10, 17-22

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

«No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán.

Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.»

Antífona de comunión: Hechos de los apóstoles 7, 58

Se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu.

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San Esteban, protomártir

LAS ARMAS DE LA CARIDAD
De los sermones de san Fulgencio de Ruspe, obispo

Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado.

Ayer nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y saliendo del recinto del seno virginal, se dignó visitar el mundo; hoy el soldado, saliendo del taber­náculo de su cuerpo, triunfador, ha emigrado al cielo.

Nuestro Rey, siendo la excelsitud misma, se humilló por nosotros; su venida no ha sido en vano, pues ha aportado grandes dones a sus soldados, a los que no sólo ha enriquecido abundantemente, sino que también los ha fortalecido para luchar invenciblemente. Ha traí­do el don de la caridad, por la que los hombres se hacen partícipes de la naturaleza divina

Ha repartido el don que nos ha traído, pero no por esto él se ha empobrecido, sino que, de una forma ad­mirable, ha enriquecido la pobreza de sus fieles, mien­tras él conserva sin mengua la plenitud de sus propios tesoros.

Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al cielo. La caridad, que precedió en el Rey, ha brillado a con­tinuación en el soldado.

Esteban, para merecer la corona que significa su nom­bre, tenía la caridad como arma, y por ella triunfaba en todas partes. Por la caridad de Dios, no cedió ante los judíos que lo atacaban; por la caridad hacia el pró­jimo, rogaba por los que lo lapidaban. Por la caridad, argüía contra los que estaban equivocados, para que se corrigieran; por la caridad, oraba por los que lo lapi­daban, para que no fueran castigados.

Confiado en la fuerza de la caridad, venció la acerba crueldad de Saulo, y mereció tener en el cielo como compañero a quien conoció en la tierra como perseguidor. La santa e inquebrantable caridad de Esteban deseaba conquistar orando a aquellos que no pudo convertir amonestando.

Y ahora Pablo se alegra con Esteban, y con Esteban goza de la caridad de Cristo, triunfa con Esteban, rei­na con Esteban; pues allí donde precedió Esteban, mar­tirizado por las piedras de Pablo, lo ha seguido éste, ayudado por las oraciones de Esteban.

¡Oh vida verdadera, hermanos míos, en la que Pablo no queda confundido de la muerte de Esteban, en la que Esteban se alegra de la compañía de Pablo, porque ambos participan de la misma caridad! La caridad en Esteban triunfó de la crueldad de los judíos, y en Pablo cubrió la multitud de sus pecados, pues en ambos fue la caridad respectiva la que los hizo dignos de poseer el reino de los cielos.

La caridad es la fuente y el origen de todos los bienes, egregia protección, camino que conduce al cielo. Quien camina en la caridad no puede temer ni errar; ella dirige, protege, encamina.

Por todo ello, hermanos, ya que Cristo construyó una escala -escalera- de caridad, por la que todo cristiano puede ascender al cielo, guardad fielmente la pura caridad, ejercitadla mutuamente unos con otros y, progresando en ella, alcanzad la perfección.

 


“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32)

noviembre 15, 2020

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El Papa invita a comer en el Vaticano a mil quinientos pobres

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“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32)

Mensaje del Santo Padre Francisco para la IV Jornada Mundial de los Pobres

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
15 de noviembre de 2020

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“Tiende tu mano al pobre” (cf. Si 7,32). La antigua sabiduría ha formulado estas palabras como un código sagrado a seguir en la vida. Hoy resuenan con todo su significado para ayudarnos también a nosotros a poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la indiferencia.

La pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más débiles (cf. Mt 25,40).

1. Tomemos en nuestras manos el Eclesiástico, también conocido como Sirácida, uno de los libros del Antiguo Testamento. Aquí encontramos las palabras de un sabio maestro que vivió unos doscientos años antes de Cristo. Él buscaba la sabiduría que hace a los hombres mejores y capaces de escrutar en profundidad las vicisitudes de la vida.

Lo hizo en un momento de dura prueba para el pueblo de Israel, un tiempo de dolor, luto y miseria causado por el dominio de las potencias extranjeras. Siendo un hombre de gran fe, arraigado en las tradiciones de sus antepasados, su primer pensamiento fue dirigirse a Dios para pedirle el don de la sabiduría. Y el Señor le ayudó.

Desde las primeras páginas del libro, el Sirácida expone sus consejos sobre muchas situaciones concretas de la vida, y la pobreza es una de ellas. Insiste en el hecho de que en la angustia hay que confiar en Dios:

«Endereza tu corazón, mantente firme y no te angusties en tiempo de adversidad. Pégate a él y no te separes, para que al final seas enaltecido. Todo lo que te sobrevenga, acéptalo, y sé paciente en la adversidad y en la humillación. Porque en el fuego se prueba el oro, y los que agradan a Dios en el horno de la humillación. En las enfermedades y en la pobreza pon tu confianza en él. Confía en él y él te ayudará, endereza tus caminos y espera en él. Los que teméis al Señor, aguardad su misericordia y no os desviéis, no sea que caigáis» (2,2-7).

2. Página tras página, descubrimos un precioso compendio de sugerencias sobre cómo actuar a la luz de una relación íntima con Dios, creador y amante de la creación, justo y providente con todos sus hijos. Sin embargo, la constante referencia a Dios no impide mirar al hombre concreto; al contrario, las dos cosas están estrechamente relacionadas.

Lo demuestra claramente el pasaje del cual se toma el título de este Mensaje (cf. 7,29-36). La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre.

Por lo tanto, el tiempo que se dedica a la oración nunca puede convertirse en una coartada para descuidar al prójimo necesitado; sino todo lo contrario: la bendición del Señor desciende sobre nosotros y la oración logra su propósito cuando va acompañada del servicio a los pobres.

3. ¡Qué actual es esta antigua enseñanza, también para nosotros! En efecto, la Palabra de Dios va más allá del espacio, del tiempo, de las religiones y de las culturas. La generosidad que sostiene al débil, consuela al afligido, alivia los sufrimientos, devuelve la dignidad a los privados de ella, es una condición para una vida plenamente humana.

La opción por dedicarse a los pobres y atender sus muchas y variadas necesidades no puede estar condicionada por el tiempo a disposición o por intereses privados, ni por proyectos pastorales o sociales desencarnados. El poder de la gracia de Dios no puede ser sofocado por la tendencia narcisista a ponerse siempre uno mismo en primer lugar.

Mantener la mirada hacia el pobre es difícil, pero muy necesario para dar a nuestra vida personal y social la dirección correcta. No se trata de emplear muchas palabras, sino de comprometer concretamente la vida, movidos por la caridad divina.

Cada año, con la Jornada Mundial de los Pobres, vuelvo sobre esta realidad fundamental para la vida de la Iglesia, porque los pobres están y estarán siempre con nosotros (cf. Jn 12,8) para ayudarnos a acoger la compañía de Cristo en nuestra vida cotidiana.

4. El encuentro con una persona en condición de pobreza siempre nos provoca e interroga. ¿Cómo podemos ayudar a eliminar o al menos aliviar su marginación y sufrimiento? ¿Cómo podemos ayudarla en su pobreza espiritual? La comunidad cristiana está llamada a involucrarse en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona.

No podemos sentirnos “bien” cuando un miembro de la familia humana es dejado al margen y se convierte en una sombra. El grito silencioso de tantos pobres debe encontrar al pueblo de Dios en primera línea, siempre y en todas partes, para darles voz, defenderlos y solidarizarse con ellos ante tanta hipocresía y tantas promesas incumplidas, e invitarlos a participar en la vida de la comunidad.

Es cierto, la Iglesia no tiene soluciones generales que proponer, pero ofrece, con la gracia de Cristo, su testimonio y sus gestos de compartir. También se siente en la obligación de presentar las exigencias de los que no tienen lo necesario para vivir.

Recordar a todos el gran valor del bien común es para el pueblo cristiano un compromiso de vida, que se realiza en el intento de no olvidar a ninguno de aquellos cuya humanidad es violada en las necesidades fundamentales.

5. Tender la mano hace descubrir, en primer lugar, a quien lo hace, que dentro de nosotros existe la capacidad de realizar gestos que dan sentido a la vida. ¡Cuántas manos tendidas se ven cada día! Lamentablemente, sucede cada vez más a menudo que la prisa nos arrastra a una vorágine de indiferencia, hasta el punto de que ya no se sabe más reconocer todo el bien que cotidianamente se realiza en el silencio y con gran generosidad.

Así sucede que, sólo cuando ocurren hechos que alteran el curso de nuestra vida, nuestros ojos se vuelven capaces de vislumbrar la bondad de los santos “de la puerta de al lado”, «de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 7), pero de los que nadie habla.

Las malas noticias son tan abundantes en las páginas de los periódicos, en los sitios de internet y en las pantallas de televisión, que nos convencen que el mal reina soberano. No es así.

Es verdad que está siempre presente la maldad y la violencia, el abuso y la corrupción, pero la vida está entretejida de actos de respeto y generosidad que no sólo compensan el mal, sino que nos empujan a ir más allá y a estar llenos de esperanza.

6. Tender la mano es un signo: un signo que recuerda inmediatamente la proximidad, la solidaridad, el amor. En estos meses, en los que el mundo entero ha estado como abrumado por un virus que ha traído dolor y muerte, desaliento y desconcierto, ¡cuántas manos tendidas hemos podido ver!

La mano tendida del médico que se preocupa por cada paciente tratando de encontrar el remedio adecuado. La mano tendida de la enfermera y del enfermero que, mucho más allá de sus horas de trabajo, permanecen para cuidar a los enfermos. La mano tendida del que trabaja en la administración y proporciona los medios para salvar el mayor número posible de vidas.

La mano tendida del farmacéutico, quién está expuesto a tantas peticiones en un contacto arriesgado con la gente. La mano tendida del sacerdote que bendice con el corazón desgarrado. La mano tendida del voluntario que socorre a los que viven en la calle y a los que, a pesar de tener un techo, no tienen comida. La mano tendida de hombres y mujeres que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad.

Y otras manos tendidas que podríamos describir hasta componer una letanía de buenas obras. Todas estas manos han desafiado el contagio y el miedo para dar apoyo y consuelo.

7. Esta pandemia llegó de repente y nos tomó desprevenidos, dejando una gran sensación de desorientación e impotencia. Sin embargo, la mano tendida hacia el pobre no llegó de repente. Ella, más bien, ofrece el testimonio de cómo nos preparamos a reconocer al pobre para sostenerlo en el tiempo de la necesidad. Uno no improvisa instrumentos de misericordia.

Es necesario un entrenamiento cotidiano, que proceda de la conciencia de lo mucho que necesitamos, nosotros los primeros, de una mano tendida hacia nosotros.

Este momento que estamos viviendo ha puesto en crisis muchas certezas. Nos sentimos más pobres y débiles porque hemos experimentado el sentido del límite y la restricción de la libertad. La pérdida de trabajo, de los afectos más queridos y la falta de las relaciones interpersonales habituales han abierto de golpe horizontes que ya no estábamos acostumbrados a observar.

Nuestras riquezas espirituales y materiales fueron puestas en tela de juicio y descubrimos que teníamos miedo. Encerrados en el silencio de nuestros hogares, redescubrimos la importancia de la sencillez y de mantener la mirada fija en lo esencial. Hemos madurado la exigencia de una nueva fraternidad, capaz de ayuda recíproca y estima mutua.

Este es un tiempo favorable para «volver a sentir que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás y por el mundo […]. Ya hemos tenido mucho tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe, de la honestidad […].

Esa destrucción de todo fundamento de la vida social termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses, provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente» (Carta enc. Laudato si’, 229).

En definitiva, las graves crisis económicas, financieras y políticas no cesarán mientras permitamos que la responsabilidad que cada uno debe sentir hacia al prójimo y hacia cada persona permanezca aletargada.

8. “Tiende la mano al pobre” es, por lo tanto, una invitación a la responsabilidad y un compromiso directo de todos aquellos que se sienten parte del mismo destino. Es una llamada a llevar las cargas de los más débiles, como recuerda san Pablo: «Mediante el amor, poneos al servicio los unos de los otros. Porque toda la Ley encuentra su plenitud en un solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. […] Llevad las cargas los unos de los otros» (Ga 5,13-14; 6,2).

El Apóstol enseña que la libertad que nos ha sido dada con la muerte y la resurrección de Jesucristo es para cada uno de nosotros una responsabilidad para ponernos al servicio de los demás, especialmente de los más débiles. No se trata de una exhortación opcional, sino que condiciona de la autenticidad de la fe que profesamos.

El libro del Eclesiástico viene otra vez en nuestra ayuda: sugiere acciones concretas para apoyar a los más débiles y también utiliza algunas imágenes evocadoras. En un primer momento toma en consideración la debilidad de cuantos están tristes: «No evites a los que lloran» (7,34).

El período de la pandemia nos obligó a un aislamiento forzoso, incluso impidiendo que pudiéramos consolar y permanecer cerca de amigos y conocidos afligidos por la pérdida de sus seres queridos. Y sigue diciendo el autor sagrado: «No dejes de visitar al enfermo» (7,35).

Hemos experimentado la imposibilidad de estar cerca de los que sufren, y al mismo tiempo hemos tomado conciencia de la fragilidad de nuestra existencia. En resumen, la Palabra de Dios nunca nos deja tranquilos y continúa estimulándonos al bien.

9. “Tiende la mano al pobre” destaca, por contraste, la actitud de quienes tienen las manos en los bolsillos y no se dejan conmover por la pobreza, de la que a menudo son también cómplices. La indiferencia y el cinismo son su alimento diario. ¡Qué diferencia respecto a las generosas manos que hemos descrito!

De hecho, hay manos tendidas para rozar rápidamente el teclado de una computadora y mover sumas de dinero de una parte del mundo a otra, decretando la riqueza de estrechas oligarquías y la miseria de multitudes o el fracaso de naciones enteras. Hay manos tendidas para acumular dinero con la venta de armas que otras manos, incluso de niños, usarán para sembrar muerte y pobreza.

Hay manos tendidas que en las sombras intercambian dosis de muerte para enriquecerse y vivir en el lujo y el desenfreno efímero. Hay manos tendidas que por debajo intercambian favores ilegales por ganancias fáciles y corruptas. Y también hay manos tendidas que, en el puritanismo hipócrita, establecen leyes que ellos mismos no observan.

En este panorama, «los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia.

Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe» (Exhort. ap. Evangelii gaudium54).

No podemos ser felices hasta que estas manos que siembran la muerte se transformen en instrumentos de justicia y de paz para el mundo entero.

10. «En todas tus acciones, ten presente tu final» (Si 7,36). Esta es la expresión con la que el Sirácida concluye su reflexión. El texto se presta a una doble interpretación. La primera hace evidente que siempre debemos tener presente el fin de nuestra existencia. Acordarse de nuestro destino común puede ayudarnos a llevar una vida más atenta a quien es más pobre y no ha tenido las mismas posibilidades que nosotros.

Existe también una segunda interpretación, que evidencia más bien el propósito, el objetivo hacia el que cada uno tiende. Es el fin de nuestra vida que requiere un proyecto a realizar y un camino a recorrer sin cansarse. Y bien, la finalidad de cada una de nuestras acciones no puede ser otra que el amor. Este es el objetivo hacia el que nos dirigimos y nada debe distraernos de él.

Este amor es compartir, es dedicación y servicio, pero comienza con el descubrimiento de que nosotros somos los primeros amados y movidos al amor. Este fin aparece en el momento en que el niño se encuentra con la sonrisa de la madre y se siente amado por el hecho mismo de existir. Incluso una sonrisa que compartimos con el pobre es una fuente de amor y nos permite vivir en la alegría.

La mano tendida, entonces, siempre puede enriquecerse con la sonrisa de quien no hace pesar su presencia y la ayuda que ofrece, sino que sólo se alegra de vivir según el estilo de los discípulos de Cristo.

En este camino de encuentro cotidiano con los pobres, nos acompaña la Madre de Dios que, de modo particular, es la Madre de los pobres. La Virgen María conoce de cerca las dificultades y sufrimientos de quienes están marginados, porque ella misma se encontró dando a luz al Hijo de Dios en un establo.

Por la amenaza de Herodes, con José su esposo y el pequeño Jesús huyó a otro país, y la condición de refugiados marcó a la sagrada familia durante algunos años.

Que la oración a la Madre de los pobres pueda reunir a sus hijos predilectos y a cuantos les sirven en el nombre de Cristo. Y que esta misma oración transforme la mano tendida en un abrazo de comunión y de renovada fraternidad.

Roma, en San Juan de Letrán, 13 de junio de 2020, memoria litúrgica de san Antonio de Padua.

Francisco

http://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/poveri/documents/papa-francesco_20200613_messaggio-iv-giornatamondiale-poveri-2020.html


El maná de cada día, 13.11.20

noviembre 13, 2020

Viernes de la 32ª semana del Tiempo Ordinario

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Dichoso el que camina en la voluntad del Señor…

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PRIMERA LECTURA: 2 Juan 4-9

Señora elegida: Me alegré mucho al enterarme de que tus hijos caminan en la verdad, según el mandamiento que el Padre nos dio.

Ahora tengo algo que pedirte, señora. No pienses que escribo para mandar algo nuevo, sino sólo para recordaros el mandamiento que tenemos desde el principio, amarnos unos a otros. Y amar significa seguir los mandamientos de Dios. Como oísteis desde el principio, éste es el mandamiento que debe regir vuestra conducta.

Es que han salido en el mundo muchos embusteros, que no reconocen que Jesucristo vino en la carne. El que diga eso es el embustero y el anticristo.

Estad en guardia, para que recibáis el pleno salario y no perdáis vuestro trabajo. Todo el que se propasa y no permanece en la doctrina de Cristo no posee a Dios; quien permanece en la doctrina posee al Padre y al Hijo.

SALMO 118,1.2.10.11.17.18

Dichoso el que camina en la voluntad del Señor.

Dichoso el que, con vida intachable, camina en la voluntad del Señor.

Dichoso el que, guardando sus preceptos, lo busca de todo corazón.

Te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos.

En mi corazón escondo tus consignas, así no pecaré contra ti.

Haz bien a tu siervo: viviré y cumpliré tus palabras.

Ábreme los ojos, y contemplaré las maravillas de tu voluntad.

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Aclamación antes del Evangelio: Lucas 21, 28

Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.

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EVANGELIO: Lucas 17, 26-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre: comían, bebían y se casaban, hasta el día en que Noé entró en el arca; entonces llegó el diluvio y acabó con todos. Lo mismo sucedió en tiempos de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, sembraban, construían; pero el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre del cielo y acabó con todos.

Así sucederá el día que se manifieste el Hijo del hombre. Aquel día, si uno está en la azotea y tiene sus cosas en casa, que no baje por ellas; si uno está en el campo, que no vuelva. Acordaos de la mujer de Lot. El que pretenda guardarse su vida la perderá; y el que la pierda la recobrará.

Os digo esto: aquella noche estarán dos en una cama: a uno se lo llevarán y al otro lo dejarán; estarán dos moliendo juntas: a una se la llevarán y a la otra la dejarán.»

Ellos le preguntaron: «¿Dónde, Señor?»

Él contestó: «Donde se reúnen los buitres, allí está el cuerpo.»

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PERSEVEREMOS EN LA ESPERANZA

Anónimo
Homilía de un autor del siglo segundo, 10, 1-12,1; 13,1

Hermanos míos, hagamos la voluntad del Padre que nos ha llamado y esforcémonos por vivir ejercitando la virtud con el mayor celo; huyamos del vicio, como del primero de nuestros males, y rechacemos la impiedad, a fin de que el mal no nos alcance. Porque, si nos esforzamos en obrar el bien, lograremos la paz.

La razón por la que algunos hombres no alcanzan la paz es porque se dejan llevar por temores humanos y posponen las promesas fu­turas a los gozos presentes.

Obran así porque ignoran cuán grandes tormentos están reservados a quienes se entregan a los placeres de este mundo y cuán grande es la felicidad que nos está preparada en la vida eterna.

Y, si ellos fueran los únicos que hicieran esto, sería aún tolerable; pero el caso es que no cesan de pervertir a las almas inocentes con sus doctrinas depravadas, sin darse cuenta de que de esta forma incurren en una doble conde­nación: la suya propia y la de quienes los escuchan.

Nosotros, por tanto, sirvamos a Dios con un corazón puro, y así seremos justos; porque, si no servimos a Dios y desconfiamos de sus promesas, entonces seremos des­graciados. Se dice, en efecto, en los profetas:

Desdichados los de ánimo doble, los que dudan en su corazón, los que dicen: «Todo esto hace tiempo que lo hemos oído, ya fue dicho en tiempo de nuestros padres; hemos esperado, día tras día, y nada de ello se ha realizado».

¡Oh insensatos! Comparaos con un árbol; tomad, por ejemplo, una vid: primero se le cae la hoja, luego salen los brotes, después puede contemplarse la uva verde, finalmente aparece la uva ya madura. Así también mi pueblo: primero sufre in­quietudes y tribulaciones, pero luego alcanzará la fe­licidad.

Por tanto, hermanos míos, no seamos de ánimo doble, antes bien perseveremos en la esperanza, a fin de recibir nuestro galardón, porque es fiel aquel que ha prometido dar a cada uno según sus obras.

Si practicamos, pues, la justicia ante Dios, entraremos en el reino de los cielos y recibiremos aquellas promesas que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar.

Estemos, pues, en todo momento en expectación del reino de Dios, viviendo en la caridad y en la justicia, pues desconocemos el día de la venida del Señor. Por tanto, hermanos, hagamos penitencia y obremos el bien, pues vivimos rodeados de insensatez y de maldad.

Purifiqué­monos de nuestros antiguos pecados y busquemos nuestra salvación arrepintiéndonos de nuestras faltas en lo más profundo de nuestro ser.

No adulemos a los hombres ni busquemos agradar solamente a los nuestros; procuremos, por el contrario, edificar con nuestra vida a los que no son cristianos, evitando así que el nombre de Dios sea blasfemado por nuestra causa.
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UNA LUPA EN TU VIDA

Los pulgones no se aprecian a simple vista y, sin embargo, sus plagas tienen una gran capacidad destructora. Son capaces de secar y agostar cosechas enteras, si no se previenen y atajan a tiempo sus efectos devastadores.

Piensa que, también en tu vida cristiana, corres el peligro de sufrir plagas mayores y de consecuencias más profundas, si no pones remedio a tiempo.

Es importante, por ello, habituarse a examinar la propia vida, observar con el aumento y el detalle de una lupa todos los rincones de la conciencia. En ella suelen anidar, sin que tú te des cuenta, muchas larvas de defectos y pecados, que pueden convertirse en una plaga espiritual y agostar esa vida de Dios que quiere crecer entre tus abrojos y espinas.

No acabes tus jornadas sin hacer un breve examen de conciencia. Párate a considerar, durante un tiempo concreto, cuáles son las intenciones más secretas de tus actos, los intereses ocultos que te han movido a actuar de esa manera, los hábitos no corregidos y en los que llevas tanto tiempo instalado, por qué tienes esas reacciones tan primarias ante circunstancias molestas, inoportunas o imprevistas, por qué tantos días acaban llenos de la más desordenada esterilidad, dominados por la plaga del activismo.

Pero, pondera también los dones recibidos de Dios, las insinuaciones que hoy el Espíritu Santo ha dejado caer en tu alma, ese gozo apostólico que has cosechado en tu entrega a los demás, tantos detalles de generosidad, de olvido de ti, que has podido regalar a otros, esos pequeños vencimientos que sólo tú y el Señor habéis conocido, tantos ofrecimientos y súplicas por los que se han encomendado a tus oraciones.

Piensa que las cosas más bellas, a veces están tan escondidas, que sólo llegas a descubrirlas y apreciarlas cuando las ves a través de una lupa.

Si te acostumbras a hacer cada día el examen de tu vida y de tu jornada descubrirás la riqueza tan oculta que mora en lo escondido de tu alma, allí donde solo Dios y tú os habláis cara a cara.

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El comentario del Papa Francisco en la misa de Santa Marta

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El amor del cristiano es concreto, no es el amor ‘superficial’ de una telenovela. Lo indicó este viernes el papa Francisco en la misa matutina en la Casa Santa Marta, advirtiendo sobre las ideologías que ‘desengranan a la Iglesia’, reiterando que el criterio del amor cristiano es “la encarnación del Verbo”.

Deteniéndose sobre la naturaleza del amor cristiano, el Santo Padre mencionó la segunda carta de San Juan apóstol y el mandamiento “caminar en el amor”. ¿Pero de qué amor se trata?, visto que esta palabra “se usa hoy” para tantas cosas. Porque se habla de amor en una telenovela, de amor teórico.

En cambio la encarnación del amor cristiano, precisó “es la encarnación del Verbo”, y quien niega esto es el anticristo. Y profundiza más: “Un amor que no reconoce que Jesús vino con su carne, en la carne”, reconoce “un amor mundano, filosófico, abstracto” o sea “un amor disminuido, superficial”.

“Dios ha enviado a su Hijo, que se ha encarnado y hecho una vida como nosotros” dijo, e invitó “a amar como amó Jesús, como nos enseñó, siguiendo su ejemplo, caminando por el camino de Jesús. Y el camino de Jesús es el que nos da la vida”, indicó.

Para ello, explicó Francisco, es necesario “salir continuamente del propio egoísmo y ponerse al servicio de los otros”. Y eso porque el amor cristiano “es un amor concreto, porque es concreta la presencia de Dios en Jesucristo”.

Por lo tanto advierte sobre quien desfigura esta doctrina de la carne, de la encarnación, porque así “no permanece en la doctrina de Cristo, no posee a Dios”. Porque la Iglesia es una comunidad en torno a la presencia de Cristo. Francisco cita la palabra ‘proagon’, sobrepasar, extraviarse, y que de allí nacen las ideologías, sobre el amor, sobre la Iglesia, las ideologías que le quitan a la Iglesia la carne de Cristo. Y añadió que “estas teorías, arruinan a la comunidad, la Iglesia”.

El Santo Padre advirtió que teorizando así sobre el amor, se llega a un Dios sin Cristo, a un Cristo sin Iglesia y a una Iglesia sin pueblo. “Todo en este proceso quita la carne a la Iglesia”. Es por esto que el diácono Lorenzo decía –recordó el Papa– que ‘los pobres son el tesoro de la Iglesia’. ¿Por qué? “Porque son el tesoro en Cristo”.

El Papa concluyó su homilía invitando a no entrar en ese proceso, que quizás seduce a tanta gente, de ‘ideologizar’ este amor, desencarnando a la Iglesia, desencarnando el amor cristiano. Y así no llegar al triste espectáculo de un Dios sin Cristo, de un Cristo sin Iglesia y de una Iglesia sin pueblo”.

https://es.zenit.org/articles/santa-marta-la-ideologia-lleva-a-un-dios-sin-cristo-y-a-un-cristo-sin-iglesia-y-sin-pueblo/


El maná de cada día, 12.11.20

noviembre 12, 2020

Jueves de la 32ª semana del Tiempo Ordinario

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Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás.

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PRIMERA LECTURA: Filemón 7-20

Me alegró y animó mucho tu caridad, hermano, porque tú has aliviado los sufrimientos de los santos. Por eso, aunque tengo plena libertad en Cristo para mandarte lo que conviene hacer, prefiero rogártelo apelando a tu caridad, yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús.

Te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión, que antes era tan inútil para ti, y ahora, en cambio, es tan útil para ti y para mí; te lo envío como algo de mis entrañas.

Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar, en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo; así me harás este favor, no a la fuerza, sino con libertad.

Quizá se apartó de ti para que lo recobres ahora para siempre; y no como esclavo, sino mucho mejor: como hermano querido. Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano.

Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo. Si en algo te ha perjudicado y te debe algo, ponlo en mi cuenta; yo, Pablo, te firmo el pagaré de mi puño y letra, para no hablar de que tú me debes tu propia persona. Por Dios, hermano, a ver si me das esta satisfacción en el Señor; alivia mi ansiedad, por amor a Cristo.

SALMO 145, 7.8-9a.9bc-10

Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob.

Que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos.

El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos. El Señor guarda a los peregrinos.

Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.

Aclamación antes del Evangelio: Juan 15, 5

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, dice el Señor; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante.

EVANGELIO: Lucas 17, 20-25

En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo iba a llegar el reino de Dios Jesús les contestó: «El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí; porque mirad, el reino de Dios está dentro de vosotros.»

Dijo a sus discípulos: «Llegará un tiempo en que desearéis vivir un día con el Hijo del hombre, y no podréis. Si os dicen que está aquí o está allí no os vayáis detrás. Como el fulgor del relámpago brilla de un horizonte a otro, así será el Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser reprobado por esta generación.»

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Nos es útil tanto el saber que el Señor ha de venir como el ignorar el cuándo.

San Agustín, Comentario al salmo 36,1,1

Hemos escuchado que el último día ha de venir con terror para quienes rechazan la seguridad del vivir bien, y prefieren continuar en su mala vida. Es útil que Dios haya querido que ignorásemos aquel día, para que el corazón esté siempre preparado en la espera de lo que sabe que ha de llegar, aunque no sepa cuándo ha de ser.

Pues nuestro Señor Jesucristo, enviado a nosotros como maestro, a pesar de ser el Hijo del hombre, dijo que ignoraba ese día (Mc 13, 32).

Su magisterio no incluía el enseñarnos eso a nosotros. En efecto, nada hay que sepa el Padre y que ignore el Hijo, puesto que la ciencia del Padre se identifica con su Sabiduría, y su Sabiduría es su Hijo, su Palabra. Pero no era provechoso para nosotros conocer esa fecha, que conocía el que había venido para enseñarnos, pero no lo que él sabia que no nos era de provecho.

En su condición de maestro, no sólo enseñó, sino que también ocultó algo, pues en cuanto maestro sabía enseñar lo provechoso y ocultar lo dañino. Así, por cierta forma de hablar, se afirma que el Hijo ignora lo que no enseña: es decir, se dice que ignora lo que nos hace ignorar, según una forma de hablar que es habitual.

Hablamos de un día alegre, porque nos pone alegres, y de un día triste porque nos pone tristes, y del frío perezoso, porque nos vuelve perezosos. Igual que, de manera contraria, dice el Señor: «Ahora conozco».

Se dijo a Abrahán: Ahora conozco que tú temes a Dios (Gn 22, 12). Esto ya lo sabia Dios antes de ponerlo a prueba. Pues la prueba tuvo lugar para hacernos conocer a nosotros lo que Dios ya conocía, y a fin de que se escribiese para nuestra instrucción lo que él ya conocía antes de tener tal documento. Y hasta es posible que ni siquiera el mismo Abrahán conociese la fuerza de su fe.

Todo hombre se conoce al ser como interrogado por la tentación. Pedro desconocía las fuerzas de su fe, cuando dijo al Señor: Estaré contigo hasta la muerte. Pero el Señor, que le conocía, le predijo cuándo le iban a fallar las fuerzas, diagnosticándole su debilidad, como si hubiese tomado el pulso a su corazón (Lc 22, 33-34).

De esta manera Pedro que antes de la tentación había presumido de sí, en ella se conoció a si mismo. Por tanto, no es un absurdo suponer que también nuestro padre Abrahán llegó a conocer las fuerzas de su fe, cuando, tras mandársele sacrificar a su único hijo, no dudó ni temió ofrecer a Dios lo que él le había dado.

Pues del mismo modo que ignoraba cómo se lo había de dar cuando aún no había nacido, así creyó que podía restablecérselo, una vez inmolado. Dijo, por tanto, Dios: Ahora conozco. Que hemos de entenderlo de este modo: «Ahora te he hecho conocer», según las formas de hablar antes mencionadas, por las que hablamos de frío perezoso, porque nos vuelve perezosos, y de día alegre porque nos pone alegres.

De igual manera se dice conocer, porque nos hace conocer. Éste es el sentido de aquellas palabras: El Señor vuestro Dios os pone a prueba para saber si le amáis (Dt 13, 3).

Sin duda atribuirías al Señor nuestro Dios, el Dios sumo, Dios verdadero, una gran ignorancia -lo que es un gran sacrilegio, como bien comprendes- si interpretas las palabras: El Señor os pone a prueba para saber, como si hubiera en él ignorancia y obtuviese la ciencia mediante la prueba a que nos somete. Entonces, ¿qué significa: Os pone a prueba para saber? Os pone a prueba, para haceros saber.

Tomad, por contraste, la norma según la cual se han de entender tales palabras. Si cuando oís decir que Dios conoció, entendéis que os hizo conocer, de idéntica manera, cuando oís que el Hijo del hombre, es decir, Cristo ignora aquel día, tenéis que entender que él hace que lo ignoremos.

¿Qué quiero decir con «hace que lo ignoremos»? Que lo oculta para que ignoremos lo que no nos es provechoso que se nos descubra. Es lo que dije antes: que el maestro bueno sabe qué ha de enseñar y qué ha de ocultar. Así leemos que él difirió ciertas cosas.

Eso nos hace comprender que no se ha de manifestar todo aquello que no pueden comprender aquellos a quienes se les manifiesta. Dice, en efecto, en otro lugar: Tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no podéis soportarlas (Jn 16, 12). Y también el Apóstol: No pude hablaros a vosotros como a espirituales, sino como a carnales; como a párvulos en Cristo os di a beber leche, y no alimento sólido, pues no podíais tomarlo, como tampoco podéis ahora (1 Cor 3, 1-2).

¿A qué vienen estas palabras? Miran a que, como sabemos que ha de llegar el último día, y que nos es útil tanto el saber que ha de venir como el ignorar el cuándo, tengamos el corazón preparado mediante una vida santa, de forma que no sólo no temamos tal día, sino que hasta lo amemos. Pues, en verdad, ese día, aunque para los incrédulos signifique un aumento de fatigas, para los creyentes significará el fin de las mismas.

¿A cuál de estos dos grupos de personas quieres pertenecer? Ahora está en tu poder, antes de que venga; pero no una vez que haya llegado. Elige, mientras estás a tiempo, pues lo que Dios oculta por misericordia, lo difiere también por misericordia.


Papa Francisco recuerda que la meta definitiva de la vida es el encuentro con Dios

noviembre 8, 2020

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El Papa Francisco en el rezo del Ángelus. Foto: Vatican Media

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Papa Francisco recuerda que la meta definitiva de la vida es el encuentro con Dios

Redacción ACI Prensa
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El Papa Francisco invitó a no olvidar que la meta de nuestra vida es “la cita definitiva con Dios”, por lo que animó a realizar buenas acciones y a no absolutizar el presente.

Así lo dijo el Santo Padre antes de dirigir el rezo del Ángelus este Domingo 8 de noviembre.

Tras comentar el pasaje del Evangelio de San Mateo en el que Jesús relata la parábola de las diez vírgenes invitadas a una fiesta de bodas “símbolo del Reino de los cielos”, el Papa animó a realizar buenas acciones inspiradas en el amor del Señor para cambiar de vida, y a convertirse a partir de hoy, y no dejarlo para mañana.

“Si queremos estar preparados para el último encuentro con el Señor, debemos cooperar con él a partir de ahora y realizar buenas acciones inspiradas en su amor”, advirtió.

En esta línea, el Santo Padre destacó que “con esta parábola, Jesús quiere decirnos que debemos estar preparados para el encuentro con Él. No solo para el encuentro final, sino también para el compromiso diario en vista de ese encuentro, para el cual no basta la lámpara de la fe, también se necesita el aceite de la caridad y las buenas obras”.

“La fe que verdaderamente nos une a Jesús es la que, como dice el apóstol Pablo, ‘actúa por la caridad’. Esto es lo que representa la actitud de las muchachas prudentes. La reserva de aceite, que tomaron junto con las lámparas, indica las buenas obras realizadas en colaboración con la gracia. Ser sabios y prudentes significa no esperar el último momento para corresponder a la gracia de Dios, sino hacerlo activamente de inmediato”, afirmó.

Sin embargo, el Pontífice reconoció que “lamentablemente sucede que nos olvidamos de la meta de nuestra vida, es decir, la cita definitiva con Dios, perdiendo así el sentido de la espera y absolutizando el presente”.

“Cuando uno absolutiza el presente, mira solo el presente, pierde el sentido de la espera, que es muy hermoso, esperar al Señor es muy necesario, y también nos lleva fuera de las contradicciones del momento”, añadió.

En este sentido, el Papa alertó que “esta actitud excluye cualquier perspectiva del más allá: hacemos todo como si nunca tuviéramos que partir para la otra vida. Y entonces solo nos preocupa poseer, emerger, tener una buena colocación…” y agregó que “si nos dejamos guiar por lo que nos parece más atractivo, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril; no acumulamos reservas de aceite para nuestra lámpara, y se apagará antes del encuentro con el Señor”.

“Si, por el contrario, estamos atentos y hacemos el bien correspondiendo a la gracia de Dios, podemos esperar serenamente la llegada del novio. El Señor también puede venir mientras dormimos: esto no nos preocupa, porque tenemos la reserva de aceite acumulada con las buenas obras de cada día”, explicó el Papa.

Finalmente, el Santo Padre invitó a invocar “la intercesión de María Santísima, para que nos ayude a vivir, como ella, una fe activa: ella es la lámpara luminosa con la que podemos atravesar la noche más allá de la muerte y alcanzar la gran fiesta de la vida”.

A continuación, el Evangelio comentado por el Papa Francisco:

San Mateo 25, 1-13

1 «Entonces el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes.

3 Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; 4 las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas.

5 Como el novio tardara, se adormecieron todas y se durmieron. 6 Mas a media noche se oyó un grito: «¡Ya está aquí el novio! ¡Salid a su encuentro!» 7 Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas.

8 Y las necias dijeron a las prudentes: «Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se apagan.» 9 Pero las prudentes replicaron: «No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que vayáis donde los vendedores y os lo compréis.»

10 Mientras iban a comprarlo, llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de boda, y se cerró la puerta.

11 Más tarde llegaron las otras vírgenes diciendo: «¡Señor, señor, ábrenos!» 12 Pero él respondió: «En verdad os digo que no os conozco.» 13 Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora.

https://www.aciprensa.com/noticias/papa-francisco-recuerda-que-la-meta-definitiva-de-la-vida-es-el-encuentro-con-dios-62393?fbclid=IwAR2mEmHRtkUUKTBIUk5s4Jk7XWczWaZoa3cvlEbY_LHG5WUZx006ubx7qvM


El maná de cada día, 26.10.20

octubre 26, 2020

Lunes de la 30ª semana del Tiempo Ordinario

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ORCHID
Seamos imitadores de Dios, como hijos queridos.


PRIMERA LECTURA: Efesios 4, 32–5,8

Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.

Por otra parte, de inmoralidad, indecencia o afán de dinero, ni hablar; es impropio de santos. Y nada de chabacanerías, estupideces o frases de doble sentido; todo eso está fuera de sitio.

Lo vuestro es alabar a Dios. Meteos bien esto en la cabeza: nadie que se da a la inmoralidad, a la indecencia o al afán de dinero, que es una idolatría, tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios.

Que nadie os engañe con argumentos especiosos; estas cosas son las que atraen el castigo de Dios sobre los rebeldes. No tengáis parte con ellos; porque en otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad como hijos de la luz.

SALMO 1, 1-2.3.4.6

Seamos imitadores de Dios, como hijos queridos.

Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos, ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.

Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal.

ALELUYA: Juan 17, 17ba

Tu Palabra, Señor, es verdad; conságranos en la verdad.

EVANGELIO: Lucas 13, 10-17

Un sábado, enseñaba Jesús en una sinagoga. Había una mujer que desde hacía dieciocho años estaba enferma por causa de un espíritu, y andaba encorvada, sin poderse enderezar.

Al verla, Jesús la llamó y le dijo: «Mujer, quedas libre de tu enfermedad.»
Le impuso las manos, y en seguida se puso derecha. Y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había curado en sábado, dijo a la gente: «Seis días tenéis para trabajar; venid esos días a que os curen, y no los sábados.»

Pero el Señor, dirigiéndose a él, dijo: «Hipócritas: cualquiera de vosotros, ¿no desata del pesebre al buey o al burro y lo lleva a abrevar, aunque sea sábado? Y a ésta, que es hija de Abrahán, y que Satanás ha tenido atada dieciocho años, ¿no había que soltarla en sábado?»

A estas palabras, sus enemigos quedaron abochornados, y toda la gente se alegraba de los milagros que hacía.


(Nota: Los subrayados son míos)
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La mujer encorvada y la misericordia de Jesús

P. Francisco Fernández Carvajal

En el Evangelio de la Misa1, San Lucas nos relata cómo Jesús entró a enseñar un sábado en la sinagoga, según era su costumbre. Y había allí una mujer poseída por un espíritu, enferma desde hacía dieciocho años, y estaba encorvada sin poder enderezarse de ningún modo.

Y Jesús, sin que nadie se lo pidiera, movido por su compasión, la llamó y le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Y le impuso las manos, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios.

El jefe de la sinagoga se indignó porque Jesús curaba en sábado. Con su alma pequeña no comprende la grandeza de la misericordia divina que libera a esta mujer postrada desde hacía tanto tiempo. Celoso en apariencia de la observancia del sábado prescrita en la Ley2, el fariseo no sabe ver la alegría de Dios al contemplar a esta hija suya sana de alma y de cuerpo.

Su corazón, frío y embotado –falto de piedad–, no sabe penetrar en la verdadera realidad de los hechos: no ve al Mesías, presente en aquel lugar, que se manifiesta como anunciaban las Escrituras.

Y no atreviéndose a murmurar directamente de Jesús, lo hace de quienes se acercan a él: Seis días hay en los que es necesario trabajar; venid, pues, en ellos a ser curados y no en día de sábado.

Y el Señor, como en otras ocasiones, no calla: les llama hipócritas, falsos, y contesta –recogiendo la alusión al trabajo– señalando que, así como ellos se daban buena prisa en soltar del pesebre a su asno o a su buey para llevarlos a beber aunque fuera sábado, a esta, que es hija de Abrahán, a la que Satanás ató hace ya dieciocho años, ¿no era conveniente soltarla de esta atadura aun en día de sábado?

Aquella mujer, en su encuentro con Cristo recupera su dignidad; es tratada como hija de Abrahán y su valor está muy por encima del buey o del asno. Sus adversarios quedaron avergonzados, y toda la gente sencilla se alegraba por todas las maravillas que hacía.

La mujer quedó libre del mal espíritu que la tenía encadenada y de la enfermedad del cuerpo. Ya podía mirar a Cristo, y al Cielo, y a las gentes, y al mundo. Nosotros hemos de meditar muchas veces estos pasajes en los que la compasiva misericordia del Señor, de la que tan necesitados andamos, se pone singularmente de relieve.

Esa delicadeza y cariño los manifiesta Jesús no solo con un grupo pequeño de discípulos, sino con todos. Con las santas mujeres, con representantes del Sanedrín como Nicodemo y con publicanos como Zaqueo, con enfermos y con sanos, con doctores de la ley y con paganos, con personas individuales y con muchedumbres enteras.

»Nos narran los Evangelios que Jesús no tenía dónde reclinar su cabeza, pero nos cuentan también que tenía amigos queridos y de confianza, deseosos de acogerlo en su casa. Y nos hablan de su compasión por los enfermos, de su dolor por los que ignoran y yerran, de su enfado ante la hipocresía»3.

La consideración de estas escenas del Evangelio nos debe llevar a confiar más en Jesús, especialmente cuando nos veamos más necesitados del alma o del cuerpo, cuando experimentemos con fuerza la tendencia a mirar solo lo material, lo de abajo, y a imitarle en nuestro trato con las gentes: no pasemos nunca con indiferencia ante el dolor o la desgracia. Hagamos igual que el Maestro, que se compadece y pone remedio.

1 Lc 13, 10-17. — 2 Cfr. Ex 20, 8. — 3 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 108.

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El maná de cada día, 25.10.20

octubre 24, 2020

Domingo XXX del Tiempo Ordinario, Ciclo A

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Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo
Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.


Antífona de entrada: Sal 104, 3-4

Que se alegren los que buscan al Señor. Recurrid al Señor y a su poder, buscad continuamente su rostro.

Oración colecta

Dios todopoderoso y eterno, aumenta nuestra fe, esperanza y caridad, y, para conseguir tus promesas, concédenos amar tus preceptos. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Éxodo 22, 20-26

Así dice el Señor:

«No oprimirás ni vejarás al forastero, porque forasteros fuisteis vosotros en Egipto.

No explotarás a viudas ni a huérfanos, porque, si los explotas y ellos gritan a mí, yo los escucharé. Se encenderá mi ira y os haré morir a espada, dejando a vuestras mujeres viudas y a vuestros hijos huérfanos.

Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a un pobre que habita contigo, no serás con él un usurero, cargándole intereses.

Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás antes de ponerse el sol, porque no tiene otro vestido para cubrir su cuerpo, ¿y dónde, si no, se va a acostar? Si grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo.»

SALMO 17,2-3a.3bc-4.47.51ab

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.

Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador.

Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos.

Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador. Tú diste gran victoria a tu rey, tuviste misericordia de tu Ungido.

SEGUNDA LECTURA: 1 Tesalonicenses 1, 5c-10

Hermanos:

Sabéis cuál fue nuestra actuación entre vosotros para vuestro bien. Y vosotros seguisteis nuestro ejemplo y el del Señor, acogiendo la palabra entre tanta lucha con la alegría del Espíritu Santo. Así llegasteis a ser un modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya.

Desde vuestra Iglesia, la palabra del Señor ha resonado no sólo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes.

Vuestra fe en Dios había corrido de boca en boca, de modo que nosotros no teníamos necesidad de explicar nada, ya que ellos mismos cuentan los detalles de la acogida que nos hicisteis: cómo, abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y vivir aguardando la vuelta de su Hijo Jesús desde el cielo, a quien ha resucitado de entre los muertos y que nos libra del castigo futuro.

Aclamación antes del Evangelio: Jn 14, 23

El que me ama guardará mi palabra, dice el Señor, y mi Padre lo amará, y vendremos a él.

EVANGELIO: Mateo 22, 34-40

En aquel tiempo, los fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?»

Él le dijo: «»Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.» Este mandamiento es el principal y primero.

El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»

Estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas.»

Antífona de comunión: Sal 19, 6

Que podamos celebrar tu victoria y en el nombre de nuestro Dios alzar estandartes.

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P. Raniero Cantalamessa, ofmcap

“Amarás al prójimo como a ti mismo”. Añadiendo las palabras “como a ti mismo”, Jesús nos ha puesto delante un espejo al que no podemos mentir; nos ha dado una medida infalible para descubrir si amamos o no al prójimo.

Sabemos muy bien, en cada circunstancia, qué significa amarnos a nosotros mismos y qué querríamos que los demás hicieran por nosotros. Jesús no dice, nótese bien: “Lo que el otro te haga, házselo tú a él”. Esto sería aún la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Dice: lo que tú quisieras que el otro te hiciera, házselo tú a él (cf. Mt 7, 12), que es muy distinto.

Jesús consideraba el amor al prójimo como “su mandamiento”, en el que se resume toda la Ley. “Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,12).

Muchos identifican el entero cristianismo con el precepto del amor al prójimo, y no están del todo desencaminados. Pero debemos intentar ir un poco más allá de la superficie de las cosas.

Cuando se habla del amor al prójimo el pensamiento va en seguida a las “obras” de caridad, a las cosas que hay que hacer por el prójimo: darle de comer, de beber, visitarlo; es decir, ayudar al prójimo. Pero esto es un efecto del amor, no es aún el amor. Antes de la beneficencia viene la benevolencia; antes que hacer el bien, viene el querer.

La caridad debe ser “sin fingimientos”, es decir, sincera (literalmente, “sin hipocresía”) (Rm 12, 9); se debe amar “verdaderamente de corazón” (1 Pe 1,22).

Se puede de hecho hacer caridad o limosna por muchos motivos que no tienen nada que ver con el amor: por quedar bien, por parecer benefactores, para ganarse el paraíso, incluso por remordimientos de conciencia.

Mucha caridad que hacemos a los países del tercer mundo no está dictada por el amor, sino por el remordimiento. Nos damos cuenta de la diferencia escandalosa que existe entre nosotros y ellos, y nos sentimos en parte responsables de su miseria. ¡Se puede tener poca caridad, también “haciendo caridad”!

Está claro que sería un error fatal contraponer entre sí el amor del corazón y la caridad de los hechos, o refugiarse en las buenas disposiciones interiores hacia los demás, para encontrar una excusa a la propia falta de caridad actual y concreta.

Si encuentras a un pobre hambriento y entumecido de frío, decía Santiago, ¿de qué sirve decir “Pobre, ve, caliéntate, come algo”, pero no le das nada de lo que necesita? “Hijos míos, añade el evangelista Juan, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (1 Jn, 3,18).

No se trata por tanto de subestimar las obras externas de caridad, sino de hacer que éstas tengan su fundamento en un genuino sentimiento de amor y benevolencia.

Esta caridad del corazón o interior es la caridad que todos y siempre podemos ejercer, es universal. No es una caridad que algunos -los ricos y sanos- pueden solamente dar y otros -los pobres y enfermos- pueden solo recibir. Todos podemos hacerla y recibirla. Además es muy concreta.

Se trata de empezar a mirar con nuevos ojos las situaciones y las personas con las que vivimos. ¿Con qué ojos? Es sencillo: los ojos con que quisiéramos que Dios nos mirara a nosotros. Ojos de excusa, de benevolencia, de comprensión, de perdón…

Cuando esto sucede, todas las relaciones cambian. Caen, como por milagro, todos los motivos de prevención y hostilidad que nos impedían amar a cierta persona, y ésta empieza a parecernos por lo que es en realidad: una pobre criatura humana que sufre por sus debilidades y límites, como tú, como todos.

Es como si la máscara que todos los hombres y las cosas llevan puesta en el rostro cayeran, y la persona nos apareciera como lo que es realmente.

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El maná de cada día, 19.10.20

octubre 19, 2020

Lunes de la 29ª semana de Tiempo Ordinario

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Noveno y último día de la novena a Santa Magdalena de Nagasaki
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El Señor nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño
El Señor nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.

PRIMERA LECTURA: Efesios 2, 1-10

Hubo un tiempo en que estabais muertos por vuestros delitos y pecados, cuando seguíais la corriente del mundo presente, bajo el jefe que manda en esta zona inferior, el espíritu que ahora actúa en los rebeldes contra Dios.

Antes procedíamos nosotros también así; siguiendo los deseos de la carne, obedeciendo los impulsos de la carne y de la imaginación; y, naturalmente, estábamos destinados a la reprobación, como los demás.

Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura gracia estáis salvados-, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él.

Así muestra a las edades futuras la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir.

Somos, pues, obra suya. Nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas obras, que él nos asignó para que las practicásemos.

SALMO 99, 2.3.4.5

El Señor nos hizo y somos suyos.

Aclama al Señor, tierra entera, servid al Señor con alegría, entrad en su presencia con vítores.

Sabed que el Señor es Dios: que él nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebaño.

Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con himnos, dándole gracias y bendiciendo su nombre.

«El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades.»

Aclamación antes del Evangelio: Mt 5, 3

Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

EVANGELIO: Lucas 12, 13-21

En aquel tiempo, dijo uno del público a Jesús: «Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia.»

Él le contestó: «Hombre, ¿quién me ha nombrado juez o árbitro entre vosotros?»

Y dijo a la gente: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes.»

Y les propuso una parábola:

«Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: «¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha.»

Y se dijo: «Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha. Y entonces me diré a mí mismo: Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida.»

Pero Dios le dijo: «Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será?»

Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios.»

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EN EL MUNDO, PERO NO DEL MUNDO

Homilía de San Gregorio Magno, papa, sobre los evangelios

Quiero exhortaros a que dejéis todas las cosas, pero quiero hacerlo sin excederme. Si no podéis abandonar todas las cosas del mundo, al menos poseedlas de tal forma que por medio de ellas no seáis retenidos en el mundo.

Vosotros debéis poseer las cosas terrenas, no ser su posesión; bajo el control de vuestra mente deben estar las cosas que tenéis, no suceda que vuestro espíritu se deje vencer por el amor de las cosas terrenas y, por ello, sea su esclavo.

Las cosas terrenas sean para usarlas, las eternas para desearlas; mientras peregrinamos por este mundo, utili­cemos las cosas terrenas, pero deseemos llegar a la pose­sión de las eternas. Miremos de soslayo todo lo que se hace en el mundo; pero que los ojos de nuestro espíritu miren de frente hacia lo que poseeremos cuando lleguemos.

Extirpemos completamente nuestros vicios, no sólo de nuestras acciones, sino también de nuestros pensamientos. Que la voluptuosidad de la carne, la vana curio­sidad y el fuego de la ambición no nos separen del convite eterno; al contrario, hagamos las cosas honestas de este mundo como de pasada. de tal forma que las cosas terrenas que nos causan placer sirvan a nuestro cuerpo, pero sin ser obstáculo para nuestro espíritu.

No nos atrevemos, queridos hermanos, a deciros que dejéis todas las cosas. Sin embargo, si queréis, aun rete­niendo las cosas temporales, podéis dejarlas, si las admi­nistráis de tal forma que vuestro espíritu tienda hacia las cosas celestiales.

Porque usa del mundo, pero como si no usase de él, quien toma todas las cosas necesarias para el servicio de su vida, y, al mismo tiempo, no permite que ellas dominen su mente, de modo que las cosas presten su servicio desde fuera y no interrumpan la atención del espíritu, que tiende hacia las cosas eternas.

Para los que así obran, las cosas terrenas no son objeto de deseo, sino instrumento de utilidad. Que no haya, por lo tanto, nada que retarde el deseo de vuestro espíritu, y que no os veáis enredados en el deleite que las cosas terrenas procuran.

Si se ama el bien, que la mente se deleite en los bienes superiores, es decir, en los bienes celestiales. Si se teme el mal, que se piense en los males eternos, y así, recordan­do dónde está el bien más deseable y el mal más temible, no dejaremos que nuestro corazón se apegue a las cosas de aquí abajo.

Para lograr esto, contamos con la ayuda del que es mediador entre Dios y los hombres; por su mediación, obtendremos rápidamente todo, si estamos inflamados de amor hacia él, que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
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Novena a Santa Magdalena de Nagasaki, y (9)

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Magdalena, testimonio ejemplar de fortaleza y de valor cristiano

Rito de entrada para todos los días:

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Oración

Oh Padre, que te complaces en escoger a los pequeños y débiles para manifestarnos las maravillas de tu amor, y que escogiste a la joven Magdalena de Nagasaki para que propagara el Evangelio entre sus conciudadanos, velara por su fidelidad a Cristo, hiciera a ti ofrenda de su vida como terciaria seglar agustino-recoleta y muriera mártir de la fe, concédenos, por su intercesión, que sepamos ser siempre testimonios fieles de Cristo en nuestro vivir cotidiano y sepamos amar a nuestros hermanos con amor sincero y desinteresado. Danos, Señor, saber colaborar activamente en la difusión del Evangelio. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.


Reflexión para el día noveno:

Martirio de santa Magdalena

A primeros de octubre de 1634 comunican a Magdalena la condena a muerte. Debe morir en el terrible tormento de la horca y hoya. Con ella, han condenado a la misma pena a diez compañeros de prisión. Los condenados son conducidos al lugar del suplicio.

Abre la marcha un alguacil, que proclama a voz en grito el bando de la sentencia de muerte. Sigue Magdalena, encabezando el grupo, como una capitana. Va vestida con su hábito negro y la correa de las terciarias agustinas recoletas. Lleva a la espalda un letrero con la motivación de su condena a muerte: «por no querer renegar de la ley de Cristo».

Por su juventud y belleza, por su intrépido valor, por sus encendidos discursos a los verdugos y a los cristianos, que ven pasar la comitiva, atrae las miradas de todos. Ve entre la gente a varios de sus amigos portugueses, que tantas veces la han ayudado con sus limosnas cuando andaba escondida por los montes, y a otros muchos conocidos. Serán testigos maravillosos en su proceso de canonización.

Llegados al lugar del tormento, los verdugos cuelgan en la horca a Magdalena cabeza abajo y con los brazos atados contra el cuerpo. Medio cuerpo, hasta la cintura, ha quedado introducido en el pozo que está debajo de la horca… Los verdugos esperan inútilmente alguna señal. No se oyen sino los débiles suspiros de la víctima, que habla con el Señor e invoca, dice un testigo, a la Virgen María, Madre de Dios, y a Jesús…

Sumida en altísima contemplación, como a Jesús en la cruz, se la oyó exclamar, dice un testigo: «Tengo sed». Los soldados, compadecidos, le ofrecen un vaso de agua. Pero ella dice “que su sed no era de esa agua, y que Cristo Nuestro Señor le daría del agua que ella deseaba».

Trece días duró el suplicio. Todos estaban admirados de la resistencia de la joven: los paganos no se lo explicaban; los cristianos veían en ello un prodigio de Dios.

Al fin, el cielo se llenó de densos nubarrones, y una lluvia abundante cayó sobre la tierra; el pozo se inundó, y la joven Magdalena murió ahogada. Los soldados quemaron el cuerpo y esparcieron sus cenizas en el mar para que no cayesen en manos de los cristianos.

La muerte de Magdalena causó una profunda impresión tanto en los cristianos de Nagasaki como en los paganos, al punto que los soldados que la vigilaron durante el martirio contaban a los portugueses, llenos de estupor, el comportamiento prodigioso de la joven. Los cristianos recordarán durante mucho tiempo el martirio y los ejemplos de la joven terciaria agustino-recoleta.

Y pocos años después, en el proceso de beatificación de Macao, testificarán numerosas personas sobre la sencilla heroicidad hasta el martirio de la joven Magdalena, que supo sacrificar su hermosura por amor a Cristo y dio a todos un estupendo ejemplo de fortaleza y de valor cristiano.


Oración de los fieles para todos los días:

Elevemos, hermanos, nuestras oraciones al Padre común, por intercesión de santa Magdalena de Nagasaki, virgen y mártir, y patrona de nuestra fraternidad seglar agustino-recoleta.

– Por todos los misioneros, especialmente por los agustinos recoletos, para que sepan predicar única y exclusivamente a Cristo, y éste crucificado. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

– Por todos los catequistas, para que sepan ayudar en el robustecimiento de la fe, esperanza y caridad de los creyentes y catecúmenos. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

– Por nuestras fraternidades seglares agustino- recoletas, para que imiten los ejemplos de caridad, sencillez, desprendimiento, sacrificio y fidelidad hasta el martirio de santa Magdalena de Nagasaki. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

– Por todos los pueblos del Extremo Oriente, para que se abran a la luz de Cristo y crean en el Evangelio. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

Por todos los que sufren persecución a causa del Evangelio, para que sepan mantenerse íntegros en la fe, constantes en la esperanza y animosos en la caridad. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

Para añadir a la oración comunitaria:

– Por todos los difuntos de las fraternidades seglares agustino-recoletas, para que gocen do la eterna felicidad junto con Magdalena en la Casa del Padre. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

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Oración final para todos los días:

Padre y Señor nuestro, tu mártir Magdalena de Nagasaki predicó sin desfallecer el Evangelio y derramó su sangre por ti; concédenos, por su intercesión, ser fieles testigos de tu Palabra, seguidores de sus ejemplos y participar con ella de tu gloria por la eternidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.