Voluntariado católico no puede dejarse seducir por ideologías, dice el Papa

noviembre 30, 2011

La vida encuentra su plenitud gracias a la donación plena de uno mismo

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VATICANO, 11 Nov. 11 / 10:51 am (ACI/EWTN Noticias)

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Al recibir esta mañana a los participantes de un encuentro promovido por el Pontificio Consejo Cor Unum, el Papa Benedicto XVI señaló que el voluntariado católico no puede dejarse seducir por las ideologías y tiene que ser reflejo del amor de Cristo.

A los asistentes del evento organizado en el marco del Año Europeo del Voluntariado, el Santo Padre agradeció «a los millones de voluntarios católicos, que contribuyen constante y generosamente, a la misión caritativa de la Iglesia en todo el mundo».

«En el momento presente, marcado por la crisis y la incertidumbre, vuestro compromiso impulsa con razón la confianza, porque muestra que la bondad sincera existe y que está creciendo en nuestro alrededor. Sin duda la fe de los católicos se refuerza viendo el bien que se hace en nombre de Cristo».

El Santo Padre dijo luego que «para los cristianos, el voluntariado no es sencillamente una expresión de buena voluntad. Se basa en su experiencia personal de Cristo –que fue el primero en servir a la humanidad, dando su vida libremente, por el bien de todos– como experimentamos en la Eucaristía».

Siendo voluntarios, indicó, «también nos convertimos en instrumentos visibles del amor de Cristo en un mundo que anhela ese amor en medio de la pobreza, la soledad, la marginación y la ignorancia que nos rodea».

El Papa resaltó luego que «el voluntariado católico no puede, por supuesto, responder a todas estas necesidades, pero ello no nos desalienta. Tampoco debemos dejarnos seducir por ideologías, que quieren cambiar el mundo según una visión puramente humana».

«Lo poco que logramos hacer para aliviar las necesidades humanas puede ser visto como una buena semilla que crecerá y dará mucho fruto, pues es un signo de la presencia y del amor de Cristo que, como el árbol en el Evangelio, crece para dar cobijo, protección y fuerza a todos los que así lo requieran».

Benedicto XVI destacó la necesidad de que las autoridades públicas reconozcan y agradezcan esta contribución de los católicos que permiten la mejora de la sociedad, subrayando luego las raíces de la caridad cristiana.

«Si estas raíces espirituales se niegan u ocultan y los criterios de nuestra colaboración se vuelven una mera utilidad, lo que distingue verdaderamente el servicio de voluntariado católico, corre el riesgo de perderse, en detrimento de toda la sociedad», alertó.

«Queridos amigos, me gustaría terminar animando a los jóvenes a descubrir el trabajo voluntario como una manera de crecer en el amor desinteresado, que es el que da el sentido más profundo a la vida. Los jóvenes responden sin tardar a la llamada del amor. Ayudémoslos a escuchar a Cristo, que llama a sus corazones y a que se acerquen a Él».

Finalmente el Papa dijo que «no debemos tener miedo de asumir este desafío radical que cambia la vida, ayudando a la juventud a aprender que nuestros corazones están hechos para amar y ser amado. La vida encuentra su plenitud gracias a la donación plena de sí mismos».


El maná de cada día, 30.11.11

noviembre 30, 2011

San Andrés, por El Greco

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SAN ANDRÉS, APÓSTOL

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Primera lectura: Romanos 10, 9-18

Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación. Dice la Escritura: «Nadie que cree en él quedará defraudado.»

Porque no hay distinción entre judío y griego; ya que uno mismo es el Señor de todos, generoso con todos los que lo invocan. Pues «todo el que invoca el nombre del Señor se salvará.» Ahora bien, ¿cómo van a invocarlo, si no creen en él?; ¿cómo van a creer, si no oyen hablar de él?; y ¿cómo van a oír sin alguien que proclame?; y ¿cómo van a proclamar si no los envían? Lo dice la Escritura: «¡Qué hermosos los pies de los que anuncian el Evangelio!»

Pero no todos han prestado oído al Evangelio; como dice Isaías: «Señor, ¿quién ha dado fe a nuestro mensaje?» Así pues, la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo. Pero yo pregunto: «¿Es que no lo han oído?» Todo lo contrario: «A toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje.»
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Salmo 18, 2-3.4-5

R/. A toda la tierra alcanza su pregón.

El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. R/.

Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje. R/.
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Evangelio: Mateo 4, 18-22

En aquel tiempo, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a dos hermanos, a Simón, al que llaman Pedro, y a Andrés, su hermano, que estaban echando el copo en el lago, pues eran pescadores. Les dijo: «Venid y seguidme, y os haré pescadores de hombres.»

Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Y, pasando adelante, vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo Zebedeo, y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con Zebedeo, su padre. Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron.
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SAN ANDRÉS, APÓSTOL

Nota: Las siguientes reflexiones nos pueden servir para vivir con mucha alegría la espiritualidad del Adviento. El Señor está vivo y sigue llamando a cada uno de manera personal y única, intransferible. Que tu respuesta sea también nueva, que reviva tu primer amor: eran como las cuatro de la tarde; Señor, antes te conocía de oídas, ahora te están viendo mis ojos.

— El primer encuentro con Jesús.

— Apostolado de la amistad.

— La llamada definitiva. Desprendimiento y prontitud para seguir al Señor.

I. Fueron y vieron dónde vivía, y permanecieron aquel día con Él. Era alrededor de la hora décima1.

Andrés y Juan fueron los primeros Apóstoles llamados por Jesús, según nos relata el Evangelio. El Maestro ha comenzado su ministerio público y enseguida, al día siguiente, comienza a llamar a los que estarán más cercanos a su Persona. Se encontraba el Bautista con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dijo: He aquí el Cordero de Dios2. Y los dos se fueron detrás del Señor. Se volvió Jesús y, viendo que lo seguían, les preguntó: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives? Les respondió: Venid y veréis. Era en realidad una amable invitación a que le acompañaran.

Durante aquel día Jesús les hablaría de mil cosas con sabiduría divina y encanto humano, y quedaron ya para siempre unidos a su Persona. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan y le siguieron. Juan, después de muchos años, pudo anotar en su Evangelio la hora del encuentro: Era alrededor de la hora décima, hacia las cuatro de la tarde. Jamás olvidó aquel momento en que Jesús les dijo: ¿Qué buscáis? Andrés también recordaría siempre aquel día definitivo.

Nunca se olvida el encuentro decisivo con Jesús. Aceptar la llamada del Señor, ser acogido en el círculo de sus más íntimos, es la mayor gracia que se puede recibir en este mundo. Representa ese día feliz, inolvidable, en el que somos invadidos por la clara invitación del Maestro, ese don inmerecido, tanto más valioso por cuanto viene de Dios, que da sentido a la vida e ilumina el futuro.

Hay llamadas de Dios que son como una invitación dulce y silenciosa; otras, como la de San Pablo, fulminantes como un rayo que rasga la oscuridad, y también hay llamadas en las que el Maestro pone sencillamente la mano sobre el hombro, mientras dice: ¡Tú eres mío! ¡Sígueme! Entonces, el hombre, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel Campo3, porque en él está su tesoro. Ha descubierto, entre los muchos dones de la vida, como un experto que busca perlas finas4, la de mayor valor5.

Venid y veréis. Es en el trato personal con el Señor donde Andrés y Juan conocieron, por experiencia personal, aquello que con las solas palabras no hubieran entendido, del todo6. Es en la oración personal, en la intimidad con Cristo, donde conocemos sus múltiples invitaciones y llamadas a seguirle más de cerca.

Ahora, mientras hablamos con Él, nos podríamos preguntar si tenemos el oído atento a su voz inconfundible, si estamos respondiendo hasta el fondo a lo que nos pide, porque Cristo pasa junto a nosotros y llama. Él sigue presente en el mundo, con la misma realidad de hace veinte siglos, y busca colaboradores que le ayuden a salvar a los hombres, nuestros hermanos. Vale la pena decir que sí a esta empresa divina.

II. Dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías! (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús7.

El encuentro con Jesús dejó a Andrés con el alma llena de felicidad y de gozo; una alegría nueva que era necesario comunicar enseguida. Parece como si no pudiera retener tanta dicha. Al primero que encontró fue a su hermano Pedro. Y comenta San Juan Crisóstomo que, después de haber estado con Jesús, después de haberle tratado durante aquel día, «no guardó para sí este tesoro, sino que se apresuró a buscar a su hermano, para hacerle partícipe de su dicha»8.

Andrés debió de hablar a Pedro con entusiasmo de su descubrimiento: ¡Hemos encontrado al Mesías!, le dice con ese tono especial del que está convencido, pues logra que Pedro, quizá cansado después de una jornada de trabajo, vaya hasta el Maestro, que ya le esperaba: Y lo llevó hasta Jesús.

Ésa es nuestra tarea: llevar a Cristo a nuestros parientes, amigos y conocidos, hablándoles con ese convencimiento que persuade. Este anuncio es propio del alma que «se llena de gozo con su aparición y que se apresura a anunciar a los demás algo tan grande. Ésta es la prueba del verdadero y sincero amor fraternal, el mutuo intercambio de bienes espirituales»9.

Verdaderamente, quien encuentra a Cristo lo encuentra para todos y, en primer lugar, para los más cercanos: parientes, amigos, colegas…

Nosotros hemos tratado con intimidad ¡quizá desde hace no pocos años! a Cristo, que pasó cerca de nuestra vida: «como Andrés, también nosotros, por la gracia de Dios, hemos descubierto al Mesías y el significado de la esperanza que hay que transmitir a nuestro pueblo»10. El Señor se vale con frecuencia de los lazos de la sangre, de la amistad… para llamar a otras almas a seguirle. Esos vínculos pueden abrir la puerta del corazón de nuestros parientes y amigos a Jesús, que a veces no puede entrar debido a los prejuicios, los miedos, la ignorancia, la reserva mental o la pereza.

Cuando la amistad es verdadera no son necesarios grandes esfuerzos para hablar de Cristo: la confidencia surgirá como algo normal. Entre amigos es fácil intercambiar puntos de vista, comunicar hallazgos… ¡Sería tan poco natural que no habláramos de Cristo, siendo lo más importante que hemos descubierto y el motor de nuestro actuar!

La amistad, con la gracia de Dios, puede ser el cauce natural y divino a un mismo tiempo para un apostolado hondo, capilar, hecho uno a uno. Muchos descubrirán por nuestras palabras llenas de esperanza y de alegría a Jesús cercano, como lo encontró Pedro, como quizá lo hallamos en otro tiempo nosotros.

«Un día, no quiero generalizar, abre tu corazón al Señor y cuéntale tu historia: quizá un amigo, un cristiano corriente igual a ti, te descubrió un panorama profundo y nuevo, siendo al mismo tiempo viejo como el Evangelio. Te sugirió la posibilidad de empeñarte seriamente en seguir a Cristo, en ser apóstol de apóstoles. Tal vez perdiste entonces la tranquilidad y no la recuperaste, convertida en paz, hasta que libremente, porque te dio la gana -que es la razón más sobrenatural-, respondiste que sí a Dios. Y vino la alegría, recia, constante, que solo desaparece cuando te apartas de Él»11.

Esa alegría que solo hemos encontrado al seguir los pasos del Maestro, y que deseamos que muchos disfruten.

III. Un tiempo más tarde, mientras caminaban junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón el llamado Pedro y Andrés su hermano, que echaban la red al mar, pues eran pescadores. Y les dijo Jesús: Seguidme y os haré pescadores de hombres. Ellos, al instante dejaron las redes y le siguieron12.

Es la llamada definitiva, culminación de aquel primer encuentro con el Maestro. Andrés, como los demás Apóstoles, respondió al instante, con prontitud. San Gregorio Magno, al comentar esta llamada definitiva de Jesús y el desprendimiento de todo lo que poseían con que respondieron aquellos pescadores, enseña que el reino de los cielos «vale tanto cuanto tienes»13.

Ante Jesús que pasa no podemos reservarnos nada. Mucho dejaron Pedro y Andrés, «puesto que ambos dejaron los deseos de poseer»14. El Señor necesita corazones limpios y desprendidos. Y cada cristiano que sigue a Cristo ha de vivir, según su peculiar vocación, este espíritu de entrega. No puede haber algo en nuestra vida que no sea de Dios. ¿Qué nos vamos a reservar cuando el Maestro está tan cerca, cuando le vemos y le tratamos todos los días?

Este desprendimiento nos permitirá acompañar a Jesús que continúa su camino con paso rápido, que no sería posible seguir con demasiados fardos. El paso de Dios puede ser ligero, y sería triste que nos quedásemos atrás por cuatro cosas que no valen la pena. Él, de una forma u otra, pasa siempre cerca de nosotros y nos llama. Una veces lo hace a una edad temprana, otras en la madurez, y también cuando ya falta un trayecto más corto para llegar hasta Él, como se desprende de aquella parábola de los jornaleros que fueron contratados a diversas horas del día15.

En cualquier caso, es necesario responder a esa llamada con la alegría estremecida que nos han dejado los Evangelistas cuando recuerdan su llamada. Es el mismo Jesús el que pasa ahora, el que nos ha invitado a seguirle.

Cuenta la tradición que San Andrés murió alabando la cruz, pues le acercaba definitivamente a su Maestro: «Oh cruz buena, que has sido glorificada por causa de los miembros del Señor, cruz por largo tiempo deseada, ardientemente amada, buscada sin descanso y ofrecida a mis ardientes deseos (…), devuélveme a mi Maestro, para que por ti me reciba el que por ti me redimió»16. No nos importarán los mayores sacrificios si vemos a Jesús detrás de ellos.

1 Jn 1, 39. — 2 Jn 1, 37. — 3 Mt 13, 44. — 4 Mt 13, 45. — 5 J. L. Sánchez de Alba, El Evangelio de San Juan, Palabra, 3.ª ed., Madrid 1987, nota a Jn 1, 35-51. — 6 Santo Tomás, Comentario al Evangelio de San Juan, in loc. — 7 Antífona de comunión. Jn 1, 41-42. — 8 Liturgia de las Horas, Segunda lectura, San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Juan 19, 1. — 9 Ibídem. — 10 Juan Pablo II, Homilía 30-XI-1982. — 11 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 1. — 12 Mt 4, 18-20. — 13 San gregorio Magno, Homilías sobre Evangelios, I, 5, 2. — 14 Ibídem. — 15 Cfr. Mt 20, 1 ss. — 16 Pasión de San Andrés.


BBC: Una hipocresía históricamente insensata

noviembre 29, 2011

La BBC ha decidido ignorar el nacimiento de Cristo.

Por Lucetta Scaraffia
L’Osservatore Romano

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La noticia de que la BBC ha decidido cambiar la definición de la fecha —sustituyendo las usuales siglas que evocan el antes de Cristo y después de Cristo con un genérico «era común» para no ofender a los creyentes de otras religiones— no ha suscitado grandes reacciones.

Aparte de las de muchísimos no cristianos, que mediante varios portavoces han hecho saber que no se sentían para nada ofendidos por la datación tradicional. Pero estas moderadas y respetuosas tomas de posición no han importado a los dirigentes de la emisora británica, como ya ha sucedido en casos análogos. En realidad, es ya muy claro que el respeto de las demás religiones es sólo un pretexto, porque aquellos que quieren eliminar toda huella de cristianismo de la cultura occidental son sólo algunos laicos occidentales.

Y no es ciertamente la primera vez que esto ocurre. El intento de cambiar la datación viene de la Revolución francesa, que impuso un nuevo calendario en el que el cómputo del tiempo comenzaba desde el 14 de julio de 1789, día tradicional del inicio de los movimientos revolucionarios, e inventó nuevos nombres para los meses, obviamente borrando las fiestas cristianas, sustituidas por otras «revolucionarias». Las semanas, para borrar el domingo, fueron sustituidas por las décadas. El calendario duró poco, eliminado en 1806 por Napoleón: las nuevas fechas tenían algo de postizo y de ridículo incluso para los más orgullosos ilustrados.

El segundo intento lo realizó Lenin, que cambió el calendario sustituyéndolo con una datación que partía del golpe de Estado del 24 de octubre de 1917. Este calendario, que permaneció en vigor desde 1929 hasta 1940, sustituía las semanas con una escansión de cinco días, y naturalmente abolía las fiestas cristianas, reemplazándolas con las nacidas de la revolución. Pero tampoco este intento tuvo mucho éxito, como demuestra el hecho de que se usó paralelamente al calendario gregoriano, también para mantener relaciones con el resto del mundo. Así fue también para la datación a partir de la marcha sobre Roma, con la que comenzaba la Era fascista, impuesta por Mussolini y que, sin embargo, se aunaba a la tradicional, sin pretender sustituirla.

En resumen, la idea de remover el calendario cristiano tiene pésimos antecedentes, con numerosos fracasos a la espalda. Es necesario decir que esta vez la BBC se limita a cambiar la dicción y no el cómputo del tiempo, pero, haciendo así, no se puede negar que haya realizado un gesto hipócrita. La hipocresía de quien finge no saber por qué precisamente desde aquel momento se comienzan a contar los años.

Negar la función históricamente revolucionaria de la venida de Cristo a la tierra, aceptada también por quien no lo reconoce como Hijo de Dios, es una enorme tontería. Y desde el punto de vista histórico, lo saben tanto los judíos como los musulmanes.

¿Cómo se puede fingir no saber que solamente desde aquel momento se afirmó la idea de que todos los seres humanos son iguales en cuanto son todos hijos de Dios? Principio sobre el que se fundan los derechos humanos, en base a los cuales se juzga a pueblos y gobernantes. Principio que hasta ese momento nadie había apoyado, y sobre el que en cambio se basa la tradición cristiana.

¿Por qué no reconocer que desde aquel momento el mundo cambió? ¿Que desaparecieron tabúes e impuridades materiales y que la naturaleza fue liberada de la presencia de lo sobrenatural precisamente porque Dios es trascendente? De estas realidades nació la posibilidad para los pueblos europeos de descubrir el mundo y para los científicos de iniciar el estudio experimental de la naturaleza que ha llevado al nacimiento de la ciencia moderna.

¿Por qué entonces negar incluso las deudas culturales que la civilización tiene con respecto al cristianismo? No existe nada más anti-histórico ni más insensato, como judíos y musulmanes han comprendido claramente. No es cuestión de fe, sino de razón. También esta vez.


El maná de cada día, 29.11.11

noviembre 29, 2011

Ocultas estas cosas a los entendidos y se las revelas a la gente sencilla

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Martes de la 1ª semana de Adviento

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Primera lectura: Isaías 11, 1-10

Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago.

Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor.

No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas. Habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos: un muchacho pequeño los pastorea. La vaca pastará con el oso, sus crías se tumbarán juntas; el león comerá paja con el buey. El niño jugará en la hura del áspid, la criatura meterá la mano en el escondrijo de la serpiente.

No harán daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país de ciencia del Señor, como las aguas colman el mar. Aquel día, la raíz de Jesé se erguirá como enseña de los pueblos: la buscarán los gentiles, y será gloriosa su morada.
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Salmo 71, 1-2.7-8.12-13.17

R/. Que en sus días florezca la justicia, y la paz abunde eternamente.

Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud.

Que en sus días florezca la justicia y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra.

Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del robre y del indigente, y salvará la vida de los pobres.

Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol: que él sea la bendición de todos los pueblos, y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.
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Evangelio: Lucas 10, 21-24

En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.»
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»

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NOTA

La espiritualidad del Adviento tiene un componente mariano fundamental: María es la criatura elegida por Dios para realizar sus planes de salvación. María es la piedra clave para comenzar esa gesta salvífica que tendrá a Cristo como protagonista principal, aunque toda la Trinidad esté implicada naturalmente.

Por eso, la piedad popular ha expresado tradicionalmente la devoción a la Virgen, entre otras manifestaciones, con dos novenas en honor a María, acompañándola en su colaboración con el proyecto de salvación: Una dedicada a la Inmaculada Concepción que comenzaría hoy, 29 de noviembre; y la otra, a la Virgen de la Expectación del parto, a partir del día 16 de diciembre.

Publicaremos en el blog algunos materiales más, añadidos a los ya existentes y que fueron apareciendo en el mes de diciembre de los dos últimos años.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros.
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EL MESíAS, «PRíNCIPE DE LA PAZ»

— La paz, don de Dios. Se pierde por el pecado, la soberbia y la insinceridad.

— Dar alegría y serenidad a quienes carecen de ellas.

— La filiación divina, fundamento de nuestra paz y de nuestra alegría.

I. La paz es uno de los grandes bienes constantemente implorados en el Antiguo Testamento. Se promete este don al pueblo de Israel como recompensa a su fidelidad (1), y aparece como una obra de Dios (2) de la que se siguen incontables beneficios. Pero la verdadera paz llegará a la tierra con la venida del Mesías. Por eso los ángeles anuncian cantando: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad (3). El Adviento y la Navidad son tiempos especialmente oportunos para aumentar la paz en nuestros corazones; son tiempos también para pedir la paz de este mundo lleno de conflictos y de insatisfacciones.

Mirad: Nuestro Señor llega con fuerza. Para visitar a su pueblo con la paz y darle la vida eterna (4). Isaías nos recuerda en la Primera lectura de la Misa que en la era mesiánica habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos (5). Con el Mesías se renuevan la paz y la armonía del comienzo de la Creación y se inaugura un orden nuevo.

El Señor es el Príncipe de la paz (6), y desde el mismo momento en que nace nos trae un mensaje de paz y de alegría, de la única paz verdadera y de la única alegría cierta. Después las irá sembrando a su paso por todos los caminos: La paz sea con vosotros; soy yo, no temáis (7). La presencia de Cristo en nuestras vidas es, en toda circunstancia, la fuente de una paz serena e inalterable: Soy yo, no temáis, nos dice.

Las enseñanzas del Señor constituyen la buena nueva de la paz (8). Y este es también el tesoro que nos ha dejado en herencia a sus discípulos de todos los tiempos; la paz os dejo, mi paz os doy, no os la doy como la da el mundo (9). «La paz sobre la tierra, nacida del amor al prójimo, es imagen y efecto de la paz de Cristo, que procede de Dios Padre.

En efecto, el propio Hijo encarnado, Príncipe de la paz, ha reconciliado con Dios a todos los hombres por medio de su cruz (…), ha dado muerte al odio en su propia carne y, después del triunfo de su resurrección, ha infundido el Espíritu de amor en el corazón de los hombres»10. La paz del Señor trasciende por completo la paz del mundo, que puede ser superficial y aparente, quizá resultado del egoísmo y compatible con la injusticia.

Cristo es nuestra paz (11) y nuestra alegría; el pecado, por el contrario, siembra soledad, inquietud y tristeza en el alma. La paz del cristiano, tan necesaria para el apostolado y para la convivencia, es orden interior, conocimiento de las propias miserias y virtudes, respeto a los demás y una plena confianza en el Señor, que nunca nos deja. Es consecuencia de la humildad, de la filiación divina y de la lucha contra las propias pasiones, siempre dispuestas al desorden.

Se pierde la paz por el pecado, y por la soberbia y la falta de sinceridad con uno mismo y con Dios. También se pierde la paz por la impaciencia: cuando no se sabe ver la mano de Dios providente en las dificultades y contrariedades.

La confesión sincera de nuestros pecados es uno de los principales medios puestos por Dios para recuperar la paz perdida por el pecado o por la falta de correspondencia a la gracia. «Paz con Dios, efecto de la justificación y alejamiento del pecado; la paz con el prójimo, fruto de la caridad difundida por el Espíritu Santo; y la paz con nosotros mismos, la paz de la conciencia, proveniente de la victoria sobre las pasiones y sobre el mal» (12). Recuperar la paz, si la hubiésemos perdido, es una de las mejores muestras de caridad para quienes están a nuestro alrededor, y también la primera tarea para preparar en nuestro corazón la llegada del Niño Dios.

II. En la bienaventuranza en la que se enuncia el don de la paz «no se contenta el Señor con eliminar toda discusión y enemistad de unos con otros, sino que nos pide algo más: que tratemos de poner paz en quienes están enemistados» (13).

El cristiano es un hombre abierto a la paz y su presencia debe dar serenidad y alegría. Pero se trata de la verdadera paz, no de sus sucedáneos. Somos bienaventurados cuando sabemos llevar la paz a quienes están afligidos, cuando servimos como instrumentos de unión en la familia, entre nuestros compañeros de trabajo, con todas las personas en medio de los sucesos de la vida de cada día. Para poder realizar este cometido importantísimo hemos de ser humildes y afables, pues la soberbia solo ocasiona disensiones (14).

El hombre que tiene paz en su corazón la sabe comunicar casi sin proponérselo, y en él buscan apoyo y serenidad los demás: es una gran ayuda en el apostolado. Los cristianos hemos de difundir la paz interior de nuestro corazón allí donde nos encontremos. Por el contrario, el amargado, el inquieto y el pesimista, que carecen de paz en su corazón, destruyen lo que encuentran a su paso.

Serán bendecidos especialmente por el Señor quienes velan por la paz entre las naciones y trabajan por ella con intención recta; y, sobre todo, los que oran y se sacrifican para poner a los hombres en paz con Dios. Este es el primer quehacer de cualquier actividad apostólica.

El apostolado de la Confesión, que nos mueve a llevar a nuestros amigos a este sacramento debe tener un especial premio en el Cielo, pues este sacramento es verdaderamente la mayor fuente de paz y de alegría en el mundo. «No hablan de la severidad de Dios los confesonarios esparcidos por el mundo, en los cuales los hombres manifiestan los propios pecados, sino más bien de su bondad misericordiosa. Y cuantos se acercan al confesonario, a veces después de muchos años y con el peso de pecados graves, en el momento de alejarse de él, encuentran el alivio deseado, encuentran la alegría y la serenidad de la conciencia, que fuera de la Confesión no podrán encontrar en otra parte» (15).

Quienes tienen la paz del Señor y la promueven a su alrededor se llamarán hijos de Dios (16). Y San Juan Crisóstomo explica la razón: «A la verdad, esta fue la obra del Unigénito: unir a los que estaban alejados y reconciliar a los que estaban en guerra» (17). En nuestra propia familia, en el lugar de trabajo, entre nuestros amigos, ¿no podríamos también nosotros fomentar en este tiempo de Adviento una mayor unión con Dios de las personas que nos rodean y una convivencia más amable todavía y más alegre?

III. «Cuando el hombre olvida su destino eterno y el horizonte de su vida se limita a la existencia terrena, se contenta con una paz ficticia, con una tranquilidad solo exterior a la que pide la salvaguardia del máximo bienestar material que puede alcanzarse con el mínimo esfuerzo. De este modo construye una paz imperfecta e inestable, pues no está radicada en la dignidad de la persona humana, hecha a imagen y semejanza de Dios y llamada a la filiación divina. Vosotros jamás tenéis que contentaros con estos sucedáneos de paz; sería un grave error, cuyo fruto produciría la más amarga de las desilusiones.

Ya lo anunció Jesucristo poco antes de la Ascensión al cielo cuando dijo a sus discípulos: La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mundo la da os la doy yo» (Jn 14, 27).

»Existen, por tanto, dos tipos de paz: la que los hombres son capaces de construir por sí solos, y la que es don de Dios; (…) la que viene impuesta por el poder de las armas y la que nace del corazón. La primera es frágil e insegura, podría llamarse una mera apariencia de paz porque se funda en el miedo y en la desconfianza. La segunda, por el contrario, es una paz fuerte y duradera porque, al fundarse en la justicia y en el amor, penetra en el corazón; es un don que Dios concede a quienes aman su ley (Cfr. Sal 119, 165)» (18).

Si somos hombres y mujeres que tienen la verdadera paz en su corazón estaremos mejor capacitados para vivir como hijos de Dios y viviremos mejor la fraternidad con los demás. También, en la medida en que nos sintamos hijos de Dios, seremos personas de una paz inalterable.

La filiación divina es el fundamento de la paz y de la alegría del cristiano. En ella encontramos la protección que necesitamos, el calor paternal y la confianza ante el futuro. Vivimos confiados en que detrás de todos los azares de la vida hay siempre una razón de bien: todas las cosas contribuyen al bien de los que aman a Dios (19), decía San Pablo a los primeros cristianos de Roma.

La consideración de nuestra filiación divina nos ayudará a ser fuertes ante las dificultades. «No os asustéis, ni temáis ningún daño, aunque las circunstancias en que trabajéis sean tremendas (…). Las manos de Dios son igualmente poderosas y, si fuera necesario, harían maravillas» (20). Estamos bien protegidos.

Intentemos, pues, en estos días de Adviento, fomentar la paz y la alegría, superando los obstáculos; aprendamos a encontrar al Señor en todas las cosas, también en los momentos difíciles. «Buscad el rostro de Aquel que habita siempre, con presencia real y corporal, en su Iglesia. Haced, al menos, lo que hicieron los discípulos. Tenían solo una fe débil, no poseían gran confianza ni paz, pero al menos no se separan de Cristo (…). No os defendáis de Él, antes bien, cuando estéis en un apuro acudid a Él, día tras día, pidiéndole fervorosamente y con perseverancia aquello que solo Él puede otorgar (…). Así, aunque observe tanta falta de firmeza en vosotros, que no debía existir, se dignará increpar a los vientos y al mar, y dirá: Calma, estad tranquilos. Y habrá una gran paz» (21).

Santa María, Reina de la paz, nos ayudará a tener paz en nuestros corazones, a recuperarla si la hubiéramos perdido, y a comunicarla a quienes nos rodean. Como ya se acerca la festividad de la Inmaculada, nos esforzaremos por acudir a Ella durante todo el día, teniéndola más presente en nuestro trabajo y ofreciéndole alguna muestra especial de cariño.

1 Lev 26, 6. — 2 Is 26, 12. — 3 Lc 2, 14. — 4 Antífona en la Liturgia de las horas. — 5 Cfr. Is 11, 1-10. — 6 Is 9, 6. — 7 Lc 24, 36. — 8 Hech 10, 36. — 9 Jn 14, 27. — 10 Conc. Vat. II, Const. Gaudium et spes, 78. — 11 Ef 2, 14. — 12 Juan Pablo II, Discurso al UNIV-86, Roma 24-III-1986. — 13 San Juan Crisóstomo, Homilía sobre San Mateo, 15, 4. — 14 Prov 13, 10. — 15 Juan Pablo II, Hom. Parroquia de S. Ignacio de A., Roma 16-III-1980. — 16 Cfr. Mt 5, 9. — 17 San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 15, 4. — 18 Juan Pablo II, Discurso al UNIV-86, Roma 24-III-1986. — 19 Rom 8, 28. — 20 San Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 105. — 21 J. H. Newman, Sermón para el domingo IV de Epifanía, 1848.


El Papa destaca ejemplo de nuevo beato sacerdote ejecutado por nazis

noviembre 28, 2011

Beato Carl Lampert

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ACI/EWTN Noticias

En su saludo en alemán a los peregrinos que participaron del ángelus dominical, el Papa Benedicto XVI destacó el ejemplo del sacerdote Carl Lampert, decapitado por los nazis en 1944, y que este domingo 13 de noviembre fue beatificado en Austria.

El Santo Padre señaló que «en el tiempo oscuro del nacionalsocialismo, (el P. Lampert) ha visto con claridad el significado de la palabra de San Pablo: ‘nosotros no pertenecemos a la noche ni a las tinieblas’».

«En ocasión de un interrogatorio que habría podido dejarlo libre, testimonió con convicción: ‘yo amo a mi Iglesia. Permanezco fiel a mi Iglesia y también al sacerdocio. Yo estoy de parte de Cristo y amo a su Iglesia’».

Finalmente el Papa confió a todos «a la intercesión del nuevo Beato para que podamos participar con él en la alegría del Señor».

El P. Carl Lampert, recuerda Radio Vaticano, era un sacerdote diocesano que se desempeñaba como pro vicario de la Administración Apostólica de Innsbruck Feldkirch en Austria.

A partir de 1939, con la persecución de la Administración regional nazi contra la Iglesia, el sacerdote es arrestado tres veces y encarcelado hasta que fue enviado al campo de concentración de Dachau.

Por «presunta actividad contra el Estado» era espiado. Sus llamadas telefónicas y correspondencia era puntualmente interceptada. El 4 de febrero de 1943 fue arrestado junto con otras 40 personas bajo acusación de «favorecimiento hostil», «difusión de informaciones militares» y «escucha de transmisiones enemigas».

Los dos procesos a los que fue sometido concluyeron con la condena a muerte por espionaje. El sacerdote austriaco Carl Lampert fue decapitado con otros dos sacerdotes, Herbert Simoleit y Friedrich Lorenz, el 13 de noviembre de 1944.

El P. Carl Lampert murió pronunciando los nombres de Jesús y de María.


El maná de cada día, 28.11.11

noviembre 28, 2011

Señor, no soy digno de que entres en mi casa

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Lunes de la 1ª semana de Adviento

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Primera lectura: Isaías 2,1-5

Visión de Isaías, hijo de Amos, acerca de Judá y de Jerusalén: Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor en la cima de los montes, encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles, caminarán pueblos numerosos.

Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob: él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor.»
Será el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor.
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Salmo 121, 1-2.4-5.6-7.8-9

R/. Vamos alegres a la casa del Señor.

¡Qué alegría cuando me dijeron: «Vamos a la casa del Señor»! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. R/.

Allá suben las tribus, las tribus del Señor, según la costumbre de Israel, a celebrar el nombre del Señor; en ella están los tribunales de justicia, en el palacio de David. R/.

Desead la paz a Jerusalén: «Vivan seguros los que te aman, haya paz dentro de tus muros, seguridad en tus palacios.» R/.

Por mis hermanos y compañeros, voy a decir: «La paz contigo.» Por la casa del Señor, nuestro Dios, te deseo todo bien. R/.
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Evangelio: Mateo 8, 5-11

En aquel tiempo, al entrar Jesús en Cafarnaún, un centurión se le acercó rogándole: «Señor, tengo en casa un criado que está en cama paralítico y sufre mucho.»
Jesús le contestó: «Voy yo a curarlo.»
Pero el centurión le replicó: «Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y mi criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace.»
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie tanta fe. Os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos.»
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PREPARARNOS PARA RECIBIR A JESUS

– Alegría del Adviento. Alegría al recibir al Señor en la Sagrada Comunión.

– Señor, yo no soy digno… Prepararnos para recibir al Señor. Imitar en sus disposiciones al Centurión de Cafarnaúm.

– Otros detalles referentes a la preparación del alma y del cuerpo para recibir con fruto este sacramento. La Confesión frecuente.

I. El Salmo 121, que leemos en la Misa de hoy, era un canto de los peregrinos que se acercaban a Jerusalén: Qué alegría -recitaban los peregrinos al aproximarse a la ciudad- cuando me dijeron: “Vamos a la casa del Señor”. Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén (1).

Esta alegría es imagen también del Adviento, en el que cada día que transcurre es un paso más hacia la celebración del nacimiento del Redentor. Es además imagen de la alegría que experimenta nuestro corazón cuando nos acercamos bien dispuestos a la Sagrada Comunión.

Es inevitable que, junto a esta alegría, nos sintamos cada vez más indignos, a medida que se aproxima el momento de recibir al Señor; y si decidimos hacerlo, es porque Él quiso quedarse bajo las apariencias de pan y de vino precisamente para servir de alimento y, por tanto, de fortaleza para los débiles y enfermos. No se quedó para ser premio de los fuertes, sino remedio de los débiles. Y todos somos débiles y nos encontramos algo enfermos.

Toda preparación debe parecernos poca, y toda delicadeza insuficiente para recibir a Jesús. Así exhortaba San Juan Crisóstomo a sus fieles para que se dispusieran dignamente a recibir la Sagrada Comunión: “¿Acaso no es un absurdo tener tanto cuidado de las cosas del cuerpo que, al acercarse la fiesta, desde muchos días antes prepares un hermosísimo vestido…, y te adornes y embellezcas de todas las maneras posibles, y, en cambio, no tengas ningún cuidado de tu alma, abandonada, sucia, escuálida, consumida de hambre…?” (2).

Si alguna vez nos sentimos fríos o físicamente desganados no por eso vamos a dejar de comulgar. Procuraremos salir de este estado ejercitando más la fe, la esperanza y el amor. Y si se tratara de tibieza o de rutina, está en nuestras manos el remover esa situación, pues contamos con la ayuda de la gracia. Pero no debemos confundir otros estados, por ejemplo de cansancio, con la situación de una mediocridad espiritual aceptada o de una rutina que crece por días. Cae en la tibieza el que no se prepara, el que no pone lo que está en su mano para evitar las distracciones cuando Jesús viene a su corazón. Es tibieza acercarse a comulgar manteniendo nuestra imaginación con otras cosas y pensamientos. Tibieza es no dar importancia al sacramento que se recibe.

La digna recepción del Cuerpo del Señor será siempre una oportunidad para encendernos en el amor. “Habrá quien diga: por eso, precisamente, no comulgo más a menudo, porque me veo frío en el amor (…). Y ¿porque te ves frío quieres alejarte del fuego? Precisamente porque sientes helado tu corazón debes acercarte más a menudo a este Sacramento, siempre que alimentes sincero deseo de amor a Jesucristo. Acércate a la Comunión -dice San Buenaventura- aun cuando te sientas tibio, fiándolo todo de la misericordia divina, porque cuanto más enfermo se halla uno, tanta mayor necesidad tiene del médico” (3).

Nosotros, al pensar en el Señor que nos espera, podemos cantar llenos de gozo en lo más íntimo de nuestra alma: ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la casa del Señor…!

El Señor se alegra también cuando ve nuestro esfuerzo por estar bien dispuestos para recibirle. Meditemos sobre los medios y el interés que ponemos en preparar la Santa Misa, en evitar las distracciones y desechar la rutina, en que nuestra acción de gracias sea intensa y enamorada, de forma que nos haga estar unidos a Cristo todo el día.

II. El Evangelio de la Misa (4) nos trae las palabras de un hombre gentil,un centurión del ejército romano.

Estas palabras están recogidas en la liturgia de la Misa desde muy antiguo, y han servido para la preparación inmediata de la Comunión a los cristianos de todos los tiempos: Domine, non sum dignus -Señor, yo no soy digno.

Los jefes judíos de la ciudad pidieron a Jesús que aliviara la pena de este gentil, curando a un siervo suyo al que estimaba mucho, que estaba apunto de morir (5). La razón por la que deseaban favorecerle era que les había construido una sinagoga.

Cuando Jesús estuvo cerca de la casa, el centurión pronunció las palabras que se repiten en todas las Misas (diciendo “alma” en lugar de “siervo”): Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa, pero di una sola palabra y mi siervo quedará sano. Una sola palabra de Cristo sana, purifica, alienta y llena de esperanza.

El centurión es un hombre con profunda humildad, generoso, compasivo y con un altísimo concepto de Jesús. Como es gentil, no se atreve a dirigirse personalmente al Señor, sino que envía a otros, que considera más dignos, para que intercedan por él. Fue la humildad, comenta San Agustín,”la puerta por donde el Señor entró a posesionarse del que ya poseía” (6).

La fe, la humildad y la delicadeza se unen en el alma de este hombre.Por esto, la Iglesia nos propone su ejemplo y sus mismas palabras como preparación para recibir a Jesús cuando viene a nosotros en la Sagrada Comunión: Señor, yo no soy digno…

La Iglesia nos invita no sólo a repetir sus palabras, sino a imitar sus disposiciones de fe, de humildad y de delicadeza. “Queremos decir a Jesús que aceptamos su inmerecida y singular visita, multiplicada sobre la tierra,hasta llegar a nosotros, hasta cada uno de nosotros, y decirle también que nos sentimos atónitos e indignos de tanta bondad, pero felices; felices de que se nos haya concedido a nosotros y al mundo; también queremos decirle que un prodigio tan grande no nos deja indiferentes e incrédulos, sino que pone en nuestros corazones un entusiasmo gozoso, que no debería nunca faltar en los verdaderos creyentes” (7).

Es admirable observar cómo aquel centurión de Cafarnaúm quedó doblemente unido al sacramento de la Eucaristía: por las palabras que el sacerdote y los fieles dicen antes de comulgar en la Misa, y porque fue en la sinagoga de Cafarnaúm, que él había construido, donde Jesús dijo por primera vez que debíamos alimentarnos de su Cuerpo para tener vida en nosotros: Este es el pan bajado del cielo -dijo Jesús-; no como el pan que comieron los padres y murieron; el que come este pan vivirá para siempre. Y precisa San Juan: Esto lo dijo enseñando en Cafarnaúm, en la sinagoga (8).

III. Prepararnos para recibir al Señor en la Comunión significa en primer lugar recibirle en gracia. Cometería una gravísima ofensa, un sacrilegio, quien fuera a comulgar en pecado mortal. Nunca debemos acercarnos a recibir al Señor si hay una duda fundada de haber cometido un pecado grave de pensamiento, de palabra o de obra. Quien come el pan y bebe el cáliz del Señor indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Por ello, continúa San Pablo: Examínese el hombre a sí mismo y entonces coma el pan y beba el cáliz, pues el que sin discernir come y bebe el Cuerpo del Señor, se come y se bebe su propia condenación (9).

“Hay que recordar al que libremente comulga el mandato: Que se examine cada uno a sí mismo (1 Cor 11, 28). Y la práctica de la Iglesia declara que es necesario este examen para que nadie, consciente de pecado mortal, por contrito que se crea, se acerque a la Sagrada Eucaristía sin que haya precedido la Confesión sacramental” (10).

“La participación en los beneficios de la Eucaristía depende además de la calidad de las disposiciones interiores, pues los Sacramentos de la nueva ley, al mismo tiempo que actúan ex opere operato, producen un efecto tanto mayor cuanto más perfectas son las condiciones en las que se reciben” (11).

De ahí la conveniencia de una esmerada preparación del alma y del cuerpo: deseos de purificación, de tratar con delicadeza este santo sacramento, de recibirlo con la mayor piedad posible. Es una excelente preparación la lucha por vivir en presencia de Dios durante el día, y el hecho mismo de procurar cumplir lo mejor posible nuestros deberes cotidianos; sintiendo, cuando cometemos un error, la necesidad de desagraviar al Señor; llenando la jornada de acciones de gracias y de comuniones espirituales. Así se hará habitual, poco a poco, que en el trabajo, en la vida de familia, en las diversiones, en cualquier actividad tengamos el corazón puesto en el Señor.

Junto a estas disposiciones interiores, y como su necesaria manifestación, están las del cuerpo: el ayuno prescrito por la Iglesia, las posturas, el modo de vestir, etc., que son signos de respeto y reverencia.

Pensemos al terminar nuestra oración cómo recibió María a Jesús después del anuncio del Angel. Pidámosle que nos enseñe a comulgar “con aquella pureza, humildad y devoción” con que Ella le recibió en su Seno bendito, “con el espíritu y fervor de los Santos”, aunque nos sintamos indignos y poca cosa.

(1) Sal 121, 1-2.- (2) SAN JUAN CRISOSTOMO, Homilía 6; PG 48, 756.- (3) SAN ALFONSO M. DE LIGORIO, Práctica del amor a Jesucristo, 2.- (4) Mt 8, 5-13.- (5) Cfr. Lc 7, 1-10.- (6) SAN AGUSTIN, Sermón 6.- (7) PABLOVI, Homilía, 25-V-67.- (8) Jn 6, 58-59.- (9) 1 Cor 11, 27-28.- (10) PABLO VI, Instr. Eucharisticum Mysterium, 37.- (11) SAN PIO X, Decr. Sacra Tridentina Synodus, 20-XII-1905.

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Nueva Evangelización, medicina para el mundo

noviembre 27, 2011

Es tiempo de redescubrir el “primer amor” con que nos ama Dios de manera incondicional

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Cuarenta años del consejo de conferencias episcopales europeas

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ROMA, jueves 24 de noviembre de 2011 (ZENIT.org).- “La Nueva Evangelización no afecta sólo a Europa sino que es una cuestión referida al mundo entero”. Ésta ha sido la afirmación de monseñor Rino Fisichella, en la clausura del Seminario sobre Europa y la Nueva Evangelización que tuvo lugar en Roma el pasado martes 22 de noviembre.

El encuentro, en el que participaron un número significativo de cardenales, arzobispos, obispos en representación de las diócesis europeas, presidentes, secretarios y subsecretarios de la curia vaticana, embajadores en la Santa Sede, fue organizado por el Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), conjuntamente con el Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, con la intención de celebrar los cuarenta años de actividad a servicio de la comunión entre los obispos de Europa.

Monseñor Fisichella recordó que la Nueva Evangelización es necesaria para responder a la crisis antropológica, ética y social causada por la eliminación de Dios en el mundo de los hombres.

Según el presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, el entusiasmo de una fe razonable es la clave para hacer renacer en verdad y libertad al mundo entero.

A este propósito el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano, destacó que “a los bautizados cuya fe se ha apagado y que ya no practican, el Evangelio debe ser anunciado con un nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones”.

“La nueva evangelización -precisó el purpurado- no es sólo un ‘refugio’ sino una ‘nueva primavera’; un medio para valorar los nuevos brotes que nacen en un bosque antiguo”.

Para el secretario de Estado, es tiempo de redescubrir el “primer amor”, el “reflejo del amor inmenso que Dios Padre ha mostrado por nosotros dándonos a su Hijo”, porque es ese “primer amor” la fuerza que mueve el corazón y los pasos de tantos nuevos evangelizadores: personas, familias, comunidades, movimientos eclesiales, como se constató en el encuentro del pasado 15 de octubre en el Vaticano.

El cardenal Péter Erdó, presidente del CCEE, reveló que, si bien parece que prevalece la secularización “a través de su doctrina, el arte y la liturgia, la Iglesia ofrece al mundo una nueva mirada hacia el misterio de Dios capaz de abrir el corazón y la razón humana”.

Y añadió: “la Evangelización pasa siempre y necesariamente a través de la caridad vivida en la cotidianidad”, porque la caridad “es un signo de la presencia y del amor de Cristo”.

El presidente del CCEE concluyó afirmando que “los cristianos, en la llamada a la Nueva Evangelización, son desafiados por Jesús y por la Iglesia así como por el grito de las personas que buscan un sentido para sus vidas, a comprometerse para llevar alivio a los que sufren en el alma y en el cuerpo”.

El profesor Philippe Capelle-Dumont de la Facultad de Filosofía, del Institut Catholique de París, realizó una larga y docta ponencia sobre el tema: “El contexto cultural de la Europa de hoy y el Evangelio”, explicando que todo se mueve buscando a Dios.

Con este propósito, Luca Volontè, parlamentario en el Consejo de Europa, explicó que “en este periodo de larga crisis general se debe aprovechar la gran oportunidad de Europa”.

“En una Europa con una crisis de identidad, debemos decir a nuestros conciudadanos -precisó- que es la urgencia de Cristo la que transforma las batallas nacionales y europeas de la política y de la sociedad. Es necesario un gran llamamiento a la movilización consciente para el crecimiento de un nuevo ‘humanismo’ que Europa necesita con urgencia”.


Domingo I de Adviento – Ciclo B

noviembre 26, 2011

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Preparemos el camino para el Señor que llegará pronto

Primera lectura: Isaías 63,16b-17.19b; 64,2b-7

Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es «Nuestro redentor». Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?

Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia, jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasamos; aparta nuestras culpas, y seremos salvos.

Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano.
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Salmo 79, 2ac.3b.15-16.18-19

R/. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve.

Pastor de Israel, escucha, tú que te sientas sobre querubines, resplandece. Despierta tu poder y ven a salvarnos.

Dios de los ejércitos, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó, y que tú hiciste vigorosa.

Que tu mano proteja a tu escogido, al hombre que tú fortaleciste. No nos alejaremos de ti; danos vida, para que invoquemos tu nombre.
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Segunda lectura: 1 Corintios 1, 3-9

La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros. En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo.

De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!
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Evangelio: Marcos 13, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»
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EN LA ESPERA DEL SEÑOR

— Vigilantes ante la llegada del Mesías.

— Principales enemigos de nuestra santidad: las tres concupiscencias. La Confesión, medio para preparar la Navidad.

— Vigilantes mediante la oración, la mortificación y el examen de conciencia.

I. Dios todopoderoso, aviva en tus fieles, al comenzar el Adviento, el deseo de salir al encuentro con Cristo, acompañados por las buenas obras1.

Quizá hayamos tenido la experiencia –decía R. Knox en un sermón sobre el Adviento2– de lo que es caminar en la noche y arrastrar los pies durante kilómetros, alargando ávidamente la vista hacia una luz en la lejanía que representa de alguna forma el hogar. ¡Qué difícil resulta apreciar en plena oscuridad las distancias! Lo mismo puede haber un par de kilómetros hasta el lugar de nuestro destino, que unos pocos cientos de metros.

En esa situación se encontraban los profetas cuando miraban hacia adelante en espera de la redención de su pueblo. No podían decir, con una aproximación de cien años ni de quinientos, cuándo habría de venir el Mesías. Solo sabían que en algún momento la estirpe de David retoñaría de nuevo, que en alguna época se encontraría una llave que abriría las puertas de la cárcel; que la luz que solo se divisaba entonces como un punto débil en el horizonte se ensancharía al fin, hasta ser un día perfecto. El pueblo de Dios debía estar a la espera.

Esta misma actitud de expectación desea la Iglesia que tengamos sus hijos en todos los momentos de nuestra vida. Considera como una parte esencial de su misión hacer que sigamos mirando al futuro, aunque ya se ha cumplido el segundo milenio de aquella primera Navidad, que la liturgia nos presenta inminente. Nos alienta a que caminemos con los pastores, en plena noche, vigilantes, dirigiendo nuestra mirada hacia aquella luz que sale de la gruta de Belén.

Cuando el Mesías llegó, pocos le esperaban realmente. Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron3. Muchos de aquellos hombres se habían dormido para lo más esencial de sus vidas y de la vida del mundo.

Estad vigilantes, nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa. Despertad, nos repetirá San Pablo4. Porque también nosotros podemos olvidarnos de lo más fundamental de nuestra existencia.

Convocad a todo el mundo, anunciadlo a las naciones y decid: Mirad a Dios nuestro Salvador, que llega. Anunciadlo y que se oiga; proclamadlo con fuerte voz5. La Iglesia nos alerta con cuatro semanas de antelación para que nos preparemos a celebrar de nuevo la Navidad y, a la vez, para que, con el recuerdo de la primera venida de Dios hecho hombre al mundo, estemos atentos a esas otras venidas de Dios, al final de la vida de cada uno y al final de los tiempos. Por eso, el Adviento es tiempo de preparación y de esperanza.

«Ven, Señor, y no tardes». Preparemos el camino para el Señor que llegará pronto; y si advertimos que nuestra visión está nublada y no vemos con claridad esa luz que procede de Belén, de Jesús, es el momento de apartar los obstáculos. Es tiempo de hacer con especial finura el examen de conciencia y de mejorar en nuestra pureza interior para recibir a Dios. Es el momento de discernir qué cosas nos separan del Señor, y tirarlas lejos de nosotros. Para ello, este examen debe ir a las raíces mismas de nuestros actos, a los motivos que inspiran nuestras acciones.

II. Como en este tiempo queremos de verdad acercarnos más a Dios, examinaremos a fondo nuestra alma. Allí encontraremos los verdaderos enemigos que luchan sin tregua para mantenernos alejados del Señor. De una forma u otra, allí están los principales obstáculos para nuestra vida cristiana: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida6.

«La concupiscencia de la carne no es solo la tendencia desordenada de los sentidos en general (…), no se reduce exclusivamente al desorden de la sensualidad, sino también a la comodidad, a la falta de vibración, que empuja a buscar lo más fácil, lo más placentero, el camino en apariencia más corto, aun a costa de ceder en la fidelidad a Dios (…).

»El otro enemigo (…) es la concupiscencia de los ojos, una avaricia de fondo, que lleva a no valorar sino lo que se puede tocar (…).

»Los ojos del alma se embotan; la razón se cree autosuficiente para entender todo, prescindiendo de Dios. Es una tentación sutil, que se ampara en la dignidad de la inteligencia, que Nuestro Padre Dios ha dado al hombre para que lo conozca y lo ame libremente. Arrastrada por esa tentación, la inteligencia humana se considera el centro del universo, se entusiasma de nuevo con el seréis como dioses (Gen 3, 5) y, al llenarse de amor por sí misma, vuelve la espalda al amor de Dios.

»La existencia nuestra puede, de este modo, entregarse sin condiciones en manos del tercer enemigo, de la superbia vitae. No se trata solo de pensamientos efímeros de vanidad o de amor propio: es un engreimiento general. No nos engañemos, porque este es el peor de los males, la raíz de todos los descaminos»7.

Puesto que el Señor viene a nosotros, hemos de prepararnos. Cuando llegue la Navidad, el Señor debe encontrarnos atentos y con el alma dispuesta; así debe hallarnos también en nuestro encuentro definitivo con Él. Necesitamos enderezar los caminos de nuestra vida, volvernos hacia ese Dios que viene a nosotros. Toda la existencia del hombre es una constante preparación para ver al Señor, que cada vez está más cerca, pero en el Adviento la Iglesia nos ayuda a pedir de una manera especial; Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad: enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador8.

Prepararemos este encuentro en el sacramento de la Penitencia. Cercana ya la Navidad de 1980, el Papa Juan Pablo II estuvo con más de dos mil niños en una parroquia romana. Y comenzó la catequesis: ¿Cómo os preparáis para la Navidad? Con la oración, responden los chicos gritando. Bien, con la oración, les dice el Papa, pero también con la Confesión. Tenéis que confesaros para acudir después a la Comunión. ¿Lo haréis? Y los millares de chicos, más fuerte todavía, responden: ¡Lo haremos! Sí, debéis hacerlo, les dice Juan Pablo II. Y en voz más baja: El Papa también se confesará para recibir dignamente al Niño Dios.

Así lo haremos también nosotros en las semanas que faltan para la Nochebuena, con más amor, con más contrición cada vez. Porque siempre podemos recibir con mejores disposiciones este sacramento de la misericordia divina, como consecuencia de examinar más a fondo nuestra alma.

III. En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Estad sobre aviso, velad y orad, porque no sabéis cuándo será el tiempo (…). Velad, pues, porque no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa: si a la tarde, o a media noche, o al canto del gallo, o a la mañana. No sea que cuando viniere de repente, os halle durmiendo. Y lo que a vosotros digo a todos digo, velad9.

Para mantener este estado de vigilia es necesario luchar, porque la tendencia de todo hombre es vivir con los ojos puestos en las cosas de la tierra. Especialmente en este tiempo de Adviento, no vamos a dejar que se ofusquen nuestros corazones con la glotonería y embriaguez y los cuidados de esta vida, y perder de vista así la dimensión sobrenatural que deben tener todos nuestros actos. San Pablo compara esta vigilia sobre nosotros a la guardia que hace el soldado bien armado que no se deja sorprender10. «Este adversario enemigo nuestro por dondequiera que pueda procura dañar; y pues él no anda descuidado, no lo andemos nosotros»11.

Estaremos alerta si cuidamos con esmero la oración personal, que evita la tibieza y, con ella, la muerte de los deseos de santidad; estaremos vigilantes si no descuidamos las mortificaciones pequeñas, que nos mantienen despiertos para las cosas de Dios. Estaremos atentos mediante un delicado examen de conciencia, que nos haga ver los puntos en que nos estamos separando, casi sin darnos cuenta, de nuestro camino.

«Hermanos –nos dice San Bernardo–, a vosotros, como a los niños, Dios revela lo que ha ocultado a los sabios y entendidos: los auténticos caminos de la salvación. Meditad en ellos con suma atención. Profundizad en el sentido de este Adviento. Y, sobre todo, fijaos quién es el que viene, de dónde viene y a dónde viene, para qué, cuándo y por dónde viene. Tal curiosidad es buena. La Iglesia universal no celebraría con tanta devoción este Adviento si no contuviera algún gran misterio»12.

Salgamos con corazón limpio a recibir al Rey supremo, porque está para venir y no tardará, leemos en las antífonas de la liturgia.

Santa María, Esperanza nuestra, nos ayudará a mejorar en este tiempo de Adviento. Ella espera con gran recogimiento el nacimiento de su Hijo, que es el Mesías. Todos sus pensamientos se dirigen a Jesús, que nacerá en Belén. Junto a Ella nos será fácil disponer nuestra alma para que la llegada del Señor no nos encuentre dispersos en otras cosas, que tienen poca o ninguna importancia ante Jesús.

1 Colecta de la Misa del día. — 2 Cfr. R. A. Knox, Sermón sobre el Adviento, 21-XII-1947. — 3 Jn 1, 11.— 4 Cfr. Rom 13, 11. — 5 Salmo responsorial. Lunes de la I Semana de Adviento. — 6 1 Jn 2, 16. — 7 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 5-6. — 8 Salmo responsorial de la Misa del día. Ciclo C. Sal 24. — 9 Mc 13, 33-37. Evangelio de la Misa del día. Ciclo B. — 10 Cfr. 1 Tes 5, 4-11. — 11 Santa Teresa, Camino de perfección, 19, 13. — 12 San Bernardo, Sermón sobre los seis aspectos del Adviento, 1.



El maná de cada día, 26.11.11

noviembre 26, 2011

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Sábado de la 34ª semana del Tiempo Ordinario

¡Hijos de los hombres, bendecid al Señor!

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Primera lectura: Daniel 7, 15-27

Yo, Daniel, me sentía agitado por dentro, y me turbaban las visiones de mi fantasía. Me acerqué a uno de los que estaban allí en pie y le pedí que me explicase todo aquello.
Él me contestó, explicándome el sentido de la visión: «Esas cuatro fieras gigantescas representan cuatro reinos que surgirán en el mundo. Pero los santos del Altísimo recibirán el Reino y lo poseerán por los siglos de los siglos.»
Yo quise saber lo que significaba la cuarta fiera, diversa de las demás; la fiera terrible, con dientes de hierro y garras de bronce, que devoraba y trituraba y pateaba las sobras con las pezuñas; lo que significaban los diez cuernos de su cabeza, y el otro cuerno que le salía y eliminaba a otros tres, que tenía ojos y una boca que profería insolencias, y era más grande que los otros. Mientras yo seguía mirando, aquel cuerno luchó contra los santos y los derrotó. Hasta que llegó el anciano para hacer justicia a los santos del Altísimo, y empezó el imperio de los santos.
Después me dijo: «La cuarta bestia es un cuarto reino que habrá en la tierra, diverso de todos los demás; devorará toda la tierra, la trillará y triturará. Sus diez cuernos son diez reyes que habrá en aquel reino; después vendrá otro, diverso de los precedentes, que destronará a tres reyes; blasfemará contra el Altísimo e intentará aniquilar a los santos y cambiar el calendario y la ley. Dejarán en su poder a los santos durante un año y otro año y otro año y medio. Pero, cuando se siente el tribunal para juzgar, le quitará el poder, y será destruido y aniquilado totalmente. El poder real y el dominio sobre todos los reinos bajo el cielo serán entregados al pueblo de los santos del Altísimo. Será un reino eterno, al que temerán y se someterán todos los soberanos.
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Salmo: Dn 3, 82.83.84.85.86.87

R/. Ensalzadlo con himnos por los siglos.

Hijos de los hombres, bendecid al Señor. R/.

Bendiga Israel al Señor. R/.

Sacerdotes del Señor, bendecid al Señor. R/.

Siervos del Señor, bendecid al Señor. R/.

Almas y espíritus justos, bendecid al Señor. R/.

Santos y humildes de corazón, bendecid al Señor. R/.
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Evangelio: Lucas 21, 34-36

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneros en pie ante el Hijo del hombre.»
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HACIA LA CASA DEL PADRE

– Anhelo del Cielo.

– La «divinización» del alma, de sus potencias y del cuerpo glorioso.

– La gloria accidental. Estar vigilantes.

I. Me mostró el río del agua de la vida claro como un cristal, procedente del trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, y en una y otra orilla del río, está el árbol de la vida, que produce frutos doce veces (…). En ella estará el trono de Dios y del Cordero, y sus siervos le darán culto, verán su rostro y llevarán su nombre grabado en sus frentes1. La Sagrada Escritura acaba donde comenzó: en el Paraíso. Y las lecturas de este último día del año litúrgico nos señalan el fin de nuestro caminar aquí en la tierra: la Casa del Padre, nuestra morada definitiva,

El Apocalipsis nos enseña, mediante símbolos, la realidad de la vida eterna, donde se verá cumplido el anhelo del hombre: la visión de Dios y la felicidad sin término y sin fin. San Juan nos presenta en estalectura el encuentro de quienes fueron fieles en esta vida: el agua es el símbolo del Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, representado por el río que surge del trono de Dios y del Cordero. El nombre de Dios sobre las frentes de los elegidos expresa su pertenencia al Señor2. En el Cielo ya no habrá noche: no será necesaria luz ni lámparas ni el sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos y reinará por los siglos de los Siglos3.

La muerte de los hijos de Dios será solo el paso previo, la condición indispensable, para reunirse con su Padre Dios y permanecer con Él por toda la eternidad. Junto a Él ya no habrá noche. En la medida en que vamos creciendo en el sentido de la filiación divina, perdemos el miedo a la muerte, porque sentimos con más fuerza el anhelo de encontrarnos con nuestro Padre, que nos espera. Esta vida es solo el camino hasta Él; «por eso es necesario vivir y trabajar en el tiempo llevando en el corazón la nostalgia del Cielo»4.

Muchos hombres, sin embargo, no tienen en su corazón esta «nostalgia del Cielo» porque se encuentran aquí satisfechos de su prosperidad y confort material y se sienten como si estuvieran en casa propia y definitiva, olvidando que no tenemos aquí morada permanente5 y que nuestro corazón está hecho para los bienes eternos. Han empequeñecido su corazón y lo han llenado de cosas que poco o nada valen, y que dejarán para siempre dentro de un tiempo no demasiado largo.

Los cristianos amamos la vida y todo lo que en ella encontramos de noble: amistad, trabajo, alegría, amor humano…, y no debe extrañarnos que a la hora de dejar este mundo experimentemos cierto temor y desazón, pues el cuerpo y el alma fueron creados por Dios para estar unidos y solo tenemos experiencia de este mundo. Sin embargo, la fe nos dará el consuelo inefable de saber que la vida se transforma, no se pierde; y al deshacerse la casa de nuestra habitación terrena, se nos prepara en el Cielo una eterna morada6. Después nos espera la Vida.

Los hijos de Dios quedarán maravillados en la gloria al ver todas las perfecciones de su Padre, de las que solo tuvieron un anticipo en la tierra. Y se sentirán plenamente en su casa, en su morada ya definitiva, en el seno de la Trinidad Beatísima7.

Por eso, podemos exclamar: «¡Si no nos morimos!: cambiamos de casa y nada más. Con la fe y el amor, los cristianos tenemos esta esperanza; una esperanza cierta. No es más que un hasta luego. Nos debíamos morir despidiéndonos así: ¡hasta luego!»8.

II. Los santos del Altísimo recibirán el reino y lo poseerán por los siglos de los siglos9.

En el Cielo todo nos parecerá enteramente joven y nuevo. Y esta novedad será tan impresionante que el viejo universo habrá desaparecido como un volumen enrollado10; y, sin embargo, el Cielo no será extraño a nuestros ojos. Será la morada que aun el corazón más depravado siempre anheló en el fondo de su ser. Será la nueva comunidad de los hijos de Dios, que habrán alcanzado allí la plenitud de su adopción. Estaremos con nuevos corazones y voluntades nuevas, con nuestros propios cuerpos transfigurados después de la resurrección. Y esta felicidad en Dios no excluirá las genuinas relaciones personales. «Ahí entran todos los amores humanos verdaderos, auténticamente personales: El amor de los esposos, aquel entre padre e hijos, la amistad, el parentesco, la limpia camaradería…

»Vamos todos caminando por la vida y, según pasan los años, son cada vez más numerosos los seres queridos que nos aguardan al otro lado de la barrera de la muerte. Esta se convierte en algo menos temeroso, incluso en algo alegre, cuando vamos siendo capaces de advertir que es la puerta de nuestro verdadero hogar en el que nos aguardan ya los que nos han precedido en el signo de la fe. Nuestro común hogar no es la tumba fría; es el seno de Dios»11.

Aquí nos encontramos con una pobreza desoladora para hacernos cargo de lo que será nuestra vida en el Cielo junto a nuestro Padre Dios. El Antiguo Testamento apunta la vida del Cielo evocando la tierra prometida, en la que ya no se sufrirán la sed y el cansancio, sino que, por el contrario, abundarán todos los bienes. No padecerán hambre ni sed, ni les afligirá el viento solano ni el sol, porque los guiará el que se ha compadecido de ellos, y los llevará a manantiales de agua12. Jesús, en el que tiene lugar la plenitud de la revelación, nos insiste una y otra vez en esta felicidad perfecta e inacabable. Su mensaje es de alegría y de esperanza en este mundo y en el que está por llegar.

El alma y sus potencias, y el cuerpo después de la resurrección, quedarán como divinizados, sin que esto suprima la diferencia infinita entre la creatura y su Creador. Además de contemplar a Dios tal como es en sí mismo, los bienaventurados conocen en Dios de modo perfectísimo a las criaturas especialmente relacionadas con ellos, y de este conocimiento obtienen también un inmenso gozo. Afirma Santo Tomás que los bienaventurados conocen en Cristo todo lo que pertenece a la belleza e integridad del mundo, en cuanto forman parte del universo. Y por ser miembros de la comunidad humana, conocen lo que fue objeto de su cariño o interés en la tierra; y en cuanto criaturas elevadas al orden de la gracia, tienen un conocimiento claro de las verdades de fe referentes a la salvación: la encarnación del Señor, la maternidad divina de María, la Iglesia, la gracia y los sacramentos13.

«Piensa qué grato es a Dios Nuestro Señor el incienso que en su honor se quema; piensa también en lo poco que valen las cosas de la tierra, que apenas empiezan ya se acaban…

»En cambio, un gran Amor te espera en el Cielo: sin traiciones, sin engaños: ¡todo el amor, toda la belleza, toda la grandeza, toda la ciencia … ! Y sin empalago: te saciará sin saciar»14.

III. En el Cielo veremos a Dios y gozaremos en Él con un gozo infinito, según la santidad y los méritos adquiridos aquí en la tierra. Pero la misericordia de Dios es tan grande, y tanta su largueza, que ha querido que sus elegidos encuentren también un nuevo motivo de felicidad en el Cielo a través de los bienes legítimos creados a los que el hombre aspira; es lo que llaman los teólogos gloria accidental. A esta bienaventuranza pertenecen la compañía de Jesucristo, a quien veremos glorioso, al que reconoceremos después de tantos ratos de conversación con Él, de tantas veces como le recibimos en la Sagrada Comunión…, la compañía de la Virgen, de San José, de los Ángeles, en particular del propio Ángel Custodio, y de todos los santos. Especial alegría nos producirá encontrarnos con los que más amamos en la tierra: padres, hermanos, parientes, amigos…, personas que influyeron de una manera decisiva en nuestra salvación…

Además, como cada hombre, cada mujer, conserva su propia individualidad y sus facultades intelectuales, también en el Cielo es capaz de adquirir otros conocimientos utilizando sus potencias15. Por eso será un motivo de gozo la llegada de nuevas almas al Cielo, el progreso espiritual de las personas queridas que quedaron en la tierra, el fruto de los propios trabajos apostólicos a lo largo del tiempo, la fecundidad sobrenatural de las contrariedades y dificultades padecidas por servir al Maestro… A esto se añadirá, después del juicio universal, la posesión del propio cuerpo, resucitado y glorioso, para el que fue creada el alma. Esta gloria accidental aumentará hasta el día del juicio universal16.

Es bueno y necesario fomentar la esperanza del Cielo; consuela en los momentos más duros y ayuda a mantener firme la virtud de la fidelidad. Es tanto lo que nos espera dentro de poco tiempo que se entienden bien las continuas advertencias del Señor para estar vigilantes y no dejarnos envolver por los asuntos de la tierra de tal manera que olvidemos los del Cielo. En el Evangelio de la Misa de hoy17, el último del año litúrgico, nos advierte Jesús: Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida, la preocupación del dinero y se os eche encima aquel día… Estad siempre despiertos… y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre.

Pensemos con frecuencia en aquellas otras palabras de Jesús: Voy a prepararos un lugar18. Allí, en el Cielo, tenemos nuestra casa definitiva, muy cerca de Él y de su Madre Santísima. Aquí solo estamos de paso. «Y cuando llegue el momento de rendir nuestra alma a Dios, no tendremos miedo a la muerte. La muerte será para nosotros un cambio de casa. Vendrá cuando Dios quiera, pero será una liberación, el principio de la Vida con mayúscula. Vita mutatur, non tollitur (Prefacio I de Difuntos) (…). La vida se cambia, no nos la arrebatan. Empezaremos a vivir de un modo nuevo, muy unidos a la Santísima Virgen, para adorar eternamente a la Trinidad Beatísima, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es el premio que nos está reservado»19.

Mañana comienza el Adviento, el tiempo de la espera y de la esperanza; esperemos a Jesús muy cerca de María.

1 Primera lectura. Año II. Apoc 22, 1-6. — 2 Cfr. Sagrada Biblia, EUNSA, Pamplona 1989, vol. XII, Apocalipsis, in loc. — 3 Apoc 22, 5. — 4 Juan Pablo II, Alocución 22-X-1985. — 5 Heb 13, 14. — 6 Misal Romano, Prefacio de difuntos. — 7 Cfr. B. Perquin, Abba, Padre, p. 343. — 8 San Josemaría Escrivá, en Hoja informativa sobre el proceso de beatificación de este Siervo de Dios, n. 1, p. 5. — 9Primera lectura. Año I. Dan 7, 18. — 10 Apoc 6, 14. — 11 C. López-Pardo, Sobre la vida y la muerte, Rialp, Madrid 1973, p. 358. — 12 Is49, 10. — 13 Cfr. Santo Tomás, Suma Teológica, 1, q. 89, a. 8. — 14San Josemaría Escrivá, Forja, n. 995. — 15 Cfr. Santo Tomás, o. c., 1, q. 89, ad 1 ad 3, aa. 5 y 6; 3, q. 67, a. 2. — 16 Cfr. Catecismo Romano, 1, 13, n. 8. — 17 Lc 21, 34-36. — 18 Jn 14, 2. — 19 A. del Portillo,Homilía 15-VIII-1989, en Romana, n. 9, VII-XII-89, p. 243.

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Científicos logran comunicarse con pacientes en supuesto «estado vegetativo»

noviembre 25, 2011

Tres de los pacientes fueron capaces de responder a las instrucciones recibidas

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LONDRES, 13 Nov. 11 / 04:05 pm (ACI/EWTN Noticias)

Una investigación del Centro para el Cerebro y Mente de la Universidad de Ontario Occidental en Canadá mostró que los pacientes que parecen estar en un estado de inconsciencia permanente o mal llamado «estado vegetativo» sí tienen conciencia y pueden entender lo que se les dice o sucede a su alrededor.

El comúnmente llamado «estado vegetativo» es un trastorno en el que se cree que la persona –víctima de una lesión cerebral severa o que estuvo en coma–, permanece en estado de inconsciencia; algo que ha sido puesto en duda con los resultados de esta investigación publicada en la revista The Lancet y reproducida este jueves por BBC Mundo.

Un aparato portátil de electroencefalografía (EEG) fue la herramienta usada para comunicarse con pacientes que se pensaba estaban en estado de inconsciencia.

«El aparato logró detectar conciencia y medir actividad eléctrica cerebral en estos individuos, lo cual revela que los pacientes eran capaces de entender lo que se les decía y seguir una instrucción para tener pensamientos determinados», indicó la cadena británica.

El estudio involucró a 16 pacientes en el Hospital Addenbrooke en Cambridge (Inglaterra) y en el Hospital Universitario de Lieja (Bélgica), a los que se les pidió que imaginaran que movían los dedos de los pies o apretaban su mano derecha.

Tres de los 16 pacientes generaron repetidamente actividad eléctrica cerebral en respuesta a dos instrucciones diferentes, pese a que conductualmente no mostraron ninguna respuesta.

«Muchas áreas del cerebro que se activan cuando realizas un movimiento también se activan cuando te imaginas que lo están realizando», explicó Adrian Owen, autor del estudio.

«Sabemos que estos tres pacientes estaban conscientes porque fueron capaces de responder repetidamente a las instrucciones que les dimos». «Uno de ellos lo hizo más de 100 veces», indicó.