Homilía del papa Francisco en la Misa de gallo

diciembre 26, 2014

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El Papa dirige la oración del Ángelus

El Papa dirige la oración del Ángelus

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Texto de la homilía del papa Francisco en la Misa de gallo

Es la segunda Navidad que el Santo Padre pasa en el Vaticano. ‘Lo más importante es dejar que el Señor me encuentre y me acaricie con cariño’.

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Ciudad del Vaticano, 24 de diciembre de 2014 (Zenit.org) Redacción | 6847 hits

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló» (Is 9, 1). «Un ángel del Señor se les presentó [a los pastores]: la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2, 9).

De este modo, la liturgia de la santa noche de Navidad nos presenta el nacimiento del Salvador como luz que irrumpe y disipa la más densa oscuridad. La presencia del Señor en medio de su pueblo libera del peso de la derrota y de la tristeza de la esclavitud, e instaura el gozo y la alegría.

También nosotros, en esta noche bendita, hemos venido a la casa de Dios atravesando las tinieblas que envuelven la tierra, guiados por la llama de la fe que ilumina nuestros pasos y animados por la esperanza de encontrar la «luz grande». Abriendo nuestro corazón, tenemos también nosotros la posibilidad de contemplar el milagro de ese niño-sol que, viniendo de lo alto, ilumina el horizonte.

El origen de las tinieblas que envuelven al mundo se pierde en la noche de los tiempos. Pensemos en aquel oscuro momento en que fue cometido el primer crimen de la humanidad, cuando la mano de Caín, cegado por la envidia, hirió de muerte a su hermano Abel (cf. Gn 4, 8).

También el curso de los siglos ha estado marcado por la violencia, las guerras, el odio, la opresión. Pero Dios, que había puesto sus esperanzas en el hombre hecho a su imagen y semejanza, aguardaba pacientemente. Dios Esperaba. Esperó durante tanto tiempo, que quizás en un cierto momento hubiera tenido que renunciar.

En cambio, no podía renunciar, no podía negarse a sí mismo (cf. 2 Tm 2, 13). Por eso ha seguido esperando con paciencia ante la corrupción de los hombres y de los pueblos. La paciencia de Dios, qué difícil es entender esto, la paciencia de Dios delante de nosotros.

A lo largo del camino de la historia, la luz que disipa la oscuridad nos revela que Dios es Padre y que su paciente fidelidad es más fuerte que las tinieblas y que la corrupción.

En esto consiste el anuncio de la noche de Navidad. Dios no conoce los arrebatos de ira y la impaciencia; está siempre ahí, como el padre de la parábola del hijo pródigo, esperando de ver a lo lejos el retorno del hijo perdido.

Con paciencia, la paciencia de Dios.

La profecía de Isaías anuncia la aparición de una gran luz que disipa la oscuridad. Esa luz nació en Belén y fue recibida por las manos tiernas de María, por el cariño de José, por el asombro de los pastores.

Cuando los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento del Redentor, lo hicieron con estas palabras: «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

La «señal» es la humildad de Dios, la humildad de Dios llevada hasta el extremo. Es el amor con el que, aquella noche, asumió nuestra fragilidad, nuestros sufrimientos, nuestras angustias, nuestros anhelos y nuestras limitaciones.

El mensaje que todos esperaban, que buscaban en lo más profundo de su alma, no era otro que la ternura de Dios: Dios que nos mira con ojos llenos de afecto, que acepta nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez.

Esta noche santa, en la que contemplamos al Niño Jesús apenas nacido y acostado en un pesebre, nos invita a reflexionar. ¿Cómo acogemos la ternura de Dios? ¿Me dejo alcanzar por él, me dejo abrazar por él, o le impido que se acerque? «Pero si yo busco al Señor», podríamos responder.

Sin embargo, lo más importante no es buscarlo, sino dejar que sea él quien me encuentre y me acaricie con cariño. Ésta es la pregunta que el Niño nos hace con su sola presencia: ¿permito a Dios que me quiera mucho?

Y más aún: ¿tenemos el coraje de acoger con ternura las situaciones difíciles y los problemas de quien está a nuestro lado, o bien preferimos soluciones impersonales, quizás eficaces pero sin el calor del Evangelio?

¡Cuánta necesidad de ternura tiene el mundo de hoy! La paciencia de Dios, la ternura de Dios.

La respuesta del cristiano no puede ser más que aquella que Dios da a nuestra pequeñez. La vida tiene que ser vivida con bondad, con mansedumbre.

Cuando nos damos cuenta de que Dios está enamorado de nuestra pequeñez, que él mismo se hace pequeño para propiciar el encuentro con nosotros, no podemos no abrirle nuestro corazón y suplicarle:

«Señor, ayúdame a ser como tú, dame la gracia de la ternura en las circunstancias más duras de la vida, concédeme la gracia de la cercanía en las necesidades de los demás, de la mansedumbre en cualquier conflicto».

Queridos hermanos y hermanas, en esta noche santa contemplemos el pesebre: allí «el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande». La vio la gente sencilla, dispuesta a acoger el don de Dios.

En cambio, no la vieron los arrogantes, los soberbios, los que establecen las leyes según sus propios criterios personales, los que adoptan actitudes de cerrazón. Miremos al misterio y recemos, pidiendo a la Virgen Madre: «María, muéstranos a Jesús».


El maná de cada día, 26.12.14

diciembre 26, 2014

Señor, no les tengas en cuenta este pecado

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San Esteban, protomártir



Antífona de entrada

Las puertas del cielo se han abierto para Esteban, el primero de los mártires; por eso ha recibido el premio de la corona del triunfo.


Oración colecta

Concédenos, Señor, la gracia de imitar a tu mártir san Esteban y de amar a nuestros enemigos, ya que celebramos la muerte de quien supo orar por sus perseguidores. Por nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA: Hechos de los apóstoles 6, 8-10;7,54-60

En aquellos días, Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba grandes prodigios y signos en medio del pueblo. Unos cuantos de la sinagoga llamada de los libertos, oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, se pusieron a discutir con Esteban; pero no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba.

Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia. Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios.»

Dando un grito estentóreo, se taparon los oídos; y, como un solo hombre, se abalanzaron sobre él, lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo. Los testigos, dejando sus capas a los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: «Señor Jesús, recibe mi espíritu.»

Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado.»
Y, con estas palabras, expiró.


SALMO 30, 3cd-4.6 y Sab 16bc-17

A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu.

Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve, tú que eres mi roca y mi baluarte; por tu nombre dirigeme y guíame.

A tus manos encomiendo mi espíritu: tú, el Dios leal, me librarás. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. Te has fijado en mi aflicción.

Líbrame de los enemigos que me persiguen; haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia.


Aclamación: Salmo 117, 26a y 27a

Bendito el que viene en nombre del Señor, el Señor es Dios, él nos ilumina.


EVANGELIO: Mateo 10, 17-22

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles:

«No os fiéis de la gente, porque os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa; así daréis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Cuando os arresten, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en su momento se os sugerirá lo que tenéis que decir; no seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros. Los hermanos entregarán a sus hermanos para que los maten, los padres a los hijos; se rebelarán los hijos contra sus padres, y los matarán.

Todos os odiarán por mi nombre; el que persevere hasta el final se salvará.»


Antífona de comunión: Hechos de los apóstoles 7, 58

Se pusieron a apedrear a Esteban, que repetía esta invocación: Señor Jesús, recibe mi espíritu.


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San Esteban, protomártir

LAS ARMAS DE LA CARIDAD
De los sermones de san Fulgencio de Ruspe, obispo

Ayer celebramos el nacimiento temporal de nuestro Rey eterno; hoy celebramos el triunfal martirio de su soldado.

Ayer nuestro Rey, revestido con el manto de nuestra carne y saliendo del recinto del seno virginal, se dignó visitar el mundo; hoy el soldado, saliendo del taber­náculo de su cuerpo, triunfador, ha emigrado al cielo.

Nuestro Rey, siendo la excelsitud misma, se humilló por nosotros; su venida no ha sido en vano, pues ha aportado grandes dones a sus soldados, a los que no sólo ha enriquecido abundantemente, sino que también los ha fortalecido para luchar invenciblemente. Ha traí­do el don de la caridad, por la que los hombres se hacen partícipes de la naturaleza divina

Ha repartido el don que nos ha traído, pero no por esto él se ha empobrecido, sino que, de una forma ad­mirable, ha enriquecido la pobreza de sus fieles, mien­tras él conserva sin mengua la plenitud de sus propios tesoros.

Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al cielo. La caridad, que precedió en el Rey, ha brillado a con­tinuación en el soldado.

Esteban, para merecer la corona que significa su nom­bre, tenía la caridad como arma, y por ella triunfaba en todas partes. Por la caridad de Dios, no cedió ante los judíos que lo atacaban; por la caridad hacia el pró­jimo, rogaba por los que lo lapidaban. Por la caridad, argüía contra los que estaban equivocados, para que se corrigieran; por la caridad, oraba por los que lo lapi­daban, para que no fueran castigados.

Confiado en la fuerza de la caridad, venció la acerba crueldad de Saulo, y mereció tener en el cielo como compañero a quien conoció en la tierra como perseguidor. La santa e inquebrantable caridad de Esteban deseaba conquistar orando a aquellos que no pudo convertir amonestando.

Y ahora Pablo se alegra con Esteban, y con Esteban goza de la caridad de Cristo, triunfa con Esteban, rei­na con Esteban; pues allí donde precedió Esteban, mar­tirizado por las piedras de Pablo, lo ha seguido éste, ayudado por las oraciones de Esteban.

¡Oh vida verdadera, hermanos míos, en la que Pablo no queda confundido de la muerte de Esteban, en la que Esteban se alegra de la compañía de Pablo, porque ambos participan de la misma caridad! La caridad en Esteban triunfó de la crueldad de los judíos, y en Pablo cubrió la multitud de sus pecados, pues en ambos fue la caridad respectiva la que los hizo dignos de poseer el reino de los cielos.

La caridad es la fuente y el origen de todos los bienes, egregia protección, camino que conduce al cielo. Quien camina en la caridad no puede temer ni errar; ella dirige, protege, encamina.

Por todo ello, hermanos, ya que Cristo construyó una escala de caridad, por la que todo cristiano puede ascender al cielo, guardad fielmente la pura caridad, ejercitadla mutuamente unos con otros y, progresando en ella, alcanzad la perfección.

 

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