Domingo XXIX del Tiempo Ordinario, Ciclo C
Fiesta de Santa Magdalena de Nagasaki, oar
Antífona de entrada: Sal 16, 6. 8
Yo te invoco, porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos; a la sombra de tus alas escóndeme.
Oración colecta
Dios todopoderoso y eterno, te pedimos entregarnos a ti con fidelidad y servirte con sincero corazón. Por nuestro Señor Jesucristo.
PRIMERA LECTURA: Éxodo 17, 8-13
En aquellos días, Amalec vino y atacó a los israelitas en Rafidín. Moisés dijo a Josué: «Escoge unos cuantos hombres, haz una salida y ataca a Amalec. Mañana yo estaré en pie en la cima del monte, con el bastón maravilloso de Dios en la mano»
Hizo Josué lo que le decía Moisés, y atacó a Amalec; mientras Moisés, Aarón y Jur subían a la cima del monte. Mientras Moisés tenía en alto la mano, vencía Israel; mientras la tenía baja, vencía Amalec.
Y, como le pesaban las manos, sus compañeros cogieron una piedra y se la pusieron debajo, para que se sentase; mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sostuvo en alto las manos hasta la puesta del sol.
Josué derrotó a Amalec y a su tropa, a filo de espada.
SALMO 120,1-2.3-4.5-6.7-8
El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Levanto mis ojos a los montes: ¿de dónde me vendrá el auxilio? El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá que resbale tu pie, tu guardián no duerme; no duerme ni reposa el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha; de día el sol no te hará daño, ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma; el Señor guarda tus entradas y salidas, ahora y por siempre.
SEGUNDA LECTURA: 2 Timoteo 3, 14–4,2
Permanece en lo que has aprendido y se te ha confiado, sabiendo de quién lo aprendiste y que desde niño conoces la sagrada Escritura; ella puede darte la sabiduría que, por la fe en Cristo Jesús, conduce a la salvación.
Toda Escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud; así el hombre de Dios estará perfectamente equipado para toda obra buena.
Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, reprocha, exhorta, con toda paciencia y deseo de instruir.
Aclamación antes del Evangelio: Hb 4, 12
La palabra de Dios es viva y eficaz; juzga los deseos e intenciones del corazón.
EVANGELIO: Lucas 18, 1-8
En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola:
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario» Por algún tiempo se negó, pero después se dijo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en la cara»»
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»
Antífona de comunión: Sal 32, 18-19
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
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Lectura Orante de la Palabra
Paso 1. Disponerse: Abre tu Biblia y tu corazón a la escucha del Señor. Piénsalo: El Señor habla en la Palabra, porque nos ama. Todos encontramos tiempo para lo que queremos. Pide al Espíritu ganas de conocer más a Jesús en esta Palabra. Entrar en la presencia de Dios es como estar en familia con él, en confianza: Por Jesús en el Espíritu derramado en nuestros corazones. Lee despacio.
DOMINGO 29º del Tiempo Ordinario, Ciclo C. Lucas 18, 1-8
Les decía una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer. «Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario». Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: «Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme»». Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».
Paso 2. Leer: Pon mucha atención a lo que dice cada palabra del texto. ¿Responde la parábola a lo que Jesús quería enseñar? Fíjate bien en la descripción de los personajes. ¿Qué frase destacarías? ¿Cómo titularías esta parábola? La insistencia en pedir debe ser expresión de la confianza absoluta en Dios que siempre nos escucha, aunque no siempre nos concede lo que le pedimos porque no nos conviene. Como hace la mamá con su hijo cuando le pide un cuchillo o un veneno.
Paso 3. Escuchar: Lo que dice el texto que lees es para tu vida: ¿Por qué hace Jesús alusión a la fe al final del texto? ¿Será que fe y oración se necesitan mutuamente? ¿La historia de la viuda es como tu historia? En tus problemas ¿a quién acudes? Gracias a su insistencia esta pobre mujer consiguió lo que no podía por su desvalimiento. La fe conduce a la oración, y ésta hace crecer la fe. La oración nos ayuda a convertirnos constantemente, a conocer más a Dios y a acoger sus planes. Si tienes esa fe, Cristo vendrá a tu vida. Cuando venga el Hijo del hombre ¿encontrará tu fe sobre la tierra?
Paso 4. Orar: El Espíritu gime dentro de nosotros y nos ayuda a que oremos como conviene, es decir, según los planes de Dios. Pues nosotros no sabemos pedir, porque no sabemos lo que nos conviene. Desde tu indefensión, desde tu necesidad de que se te haga justicia, grita con el salmista: Levanto mis ojos a los montes; ¿de dónde me vendrá el auxilio? Y como él, espera la ayuda de tu Creador y Salvador.
Paso 5. Vivir: La Palabra la vamos haciendo vida poco a poco, por la oración y el compromiso. Hoy vemos claramente cómo la oración es para la vida, para afrontar los problemas de cada día. ¿Has experimentado la fuerza de la oración frente a las contrariedades de la vida y frente a tus “adversarios”? La oración ¿alimenta tu fe y la alegría de vivir como discípulo de Jesús en tus pensamientos, palabras y obras?
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EL HORARIO DE DIOS
Por Monseñor Jesús Sanz Montes, ofm
OVIEDO, viernes, 15 octubre 2010 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario al Evangelio del domingo, 17 de octubre, XXIX del tiempo ordinario (Lucas 18,1-8), redactado por monseñor Jesús Sanz Montes, ofm, arzobispo de Oviedo, administrador apostólico de Huesca y de Jaca.
La enseñanza de Jesús sobre la oración no era una cuestión banal. Él quería enseñar a sus discípulos a orar de tal manera que permanentemente pudieran estar hablando-con y escuchando-a Quien permanentemente está dispuesto a acoger nuestras palabras y a dirigirnos las suyas.
El Maestro les propone una parábola con dos personajes curiosos: un juez y una viuda. La persona más desprotegida que demanda ayuda al juez menos indicado. Hasta aquí los personajes de la parábola de Jesús que podríamos llamar pintoresca, y adivinamos los ojos de los discípulos mirando a Jesús mientras les exponía la parábola. ¿En qué quedaría toda la escena? ¿Cómo se resolvería la importunidad de la pobre mujer ante la inmisericordia del injusto juez?
Dice Jesús que aquel juez de mucha ley y poco corazón, terminó por ceder ante la viuda y determinó hacer justicia ante el adversario de ésta. Pero no porque hubiera cambiado en sus adentros, sino simplemente por proteger sus afueras, es decir, por puro temor y para que le dejasen en paz: por si la viuda le pegaba en la cara y para que no lo siguiera fastidiando.
Aquí se pararía el Señor y les diría a los discípulos: ¿os dais cuenta qué ha hecho este juez injusto? Al final ha hecho justicia ante una pobre mujer que suplicaba. Un hombre que no ha sido capaz de hacerlo por la verdadera razón: el servicio al otro, el derecho del otro, el amor al otro, lo hizo por egoísmo, por amor a sí mismo… pero lo hizo.
¿Y Dios? ¿Qué hará Dios? ¿Cómo se comportará ante sus elegidos que día y noche le gritan y suplican?
El cristiano es el que precisamente aprende a vivir desde la inagotable relación con su Dios y Señor, en un continuo cara a cara ante su bendito Rostro, con un constante saberse mirado por los ojos de Otro.
Esta Presencia que es siempre compañía y jamás se escurre como fugitiva, no nos ahorra a los cristianos la fatiga apasionante del vivir de cada día con todas sus luces y sus sombras, pero sí que nos permite vivirlo de otro modo, desde otros Ojos que nos ven, desde otro Corazón que nos ama y por nosotros palpita y desde otra Vida que nos acoge regalándonos la dicha.
La oración, como certeza de una compañía de aquel que nos habla y nos mira, es una educación para la vida: también nosotros cristianos podemos sufrir todas las pruebas, pero nunca con tristeza y desesperanza. La circunstancia puede que no cambie, pero sí nuestro modo de mirarla y de vivirla, porque sabemos que Dios nos acompaña sin interrupción, en horario abierto y sin declino.
COMENTARIO
EL PASAJE evangélico de hoy nos trae a la mente y al corazón la oración que realizan diariamente muchos cristianos, sobre todo madres cristianas que rezan por la fe de sus esposos y de sus hijos, y en algunos casos por su conversión.
A la vez las esposas y madres pueden sentirse de alguna manera defraudadas e injustamente tratadas por sus propios familiares. Su oración puede ser un grito a Dios pidiendo «justicia», que no venganza. Se implora la justicia de Dios que es misericordia para todos, que es paz interior que nadie nos puede arrebatar.
Que el Señor escuche a tantas personas que claman a Dios como «la viuda» del evangelio, día y noche, y que se identifican con ella. Que nuestra oración sea sincera y perseverante y que nos transforme a nosotros mismos en primer lugar.
Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?»
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APUNTE BIOGRÁFICO Y
LECTURAS PROPIAS DE LA FIESTA DE
SANTA MAGDALENA DE NAGASAKI
Patrona de la Fraternidad Seglar Agustino-Recoleta
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Hija de nobles y fervientes cristianos, nació en 1611 en las proximidades de la ciudad japonesa de Nagasaki. Los padres y hermanos de Magdalena habían sido condenados a muerte y martirizados por su fe católica cuando ella era todavía muy joven.
En 1624 conoció a los beatos Fancisco de Jesús y Vicente de san Antonio, agustinos recoletos, y, atraída por su espiritualidad, se consagró a Dios como terciaria de su Orden. Los beatos le encomendaron la enseñanza del catecismo a los niños; y pedía limosnas a los comerciantes portugueses para socorrer a los pobres.
Tuvo que refugiarse en 1628 con los agustinos recoletos y miles de cristianos en las montañas de Nagasaki. Allí siguió ejerciendo su apostolado, primero bajo la coordinación y animación de los dos religiosos recoletos y luego por cuenta propia cuando fueron capturados ambos, en noviembre de 1929.
Vestida con su hábito de terciaria, en septiembre de 1634, se presentó valientemente ante los jueces. Al ver que era una joven de veinte a veintidós años, intentaron conquistarla con halagos que ella rechazó. La sometieron, entonces, a los peores suplicios.
Finalmente, estuvo colgada trece días boca abajo con medio cuerpo metido en una hoya, hasta que una intensa lluvia inundó la fosa y Magdalena pereció ahogada.
Los verdugos quemaron su cuerpo y esparcieron las cenizas en el mar. Sus restos desapareciero, pero, pasados los siglos, el juicio de Dios y de la Iglesia sobre su vida ganó para siempre la partida al olvido.
Fue beatificada en 1981 y canonizada por el Papa Juan Pablo II el 18 de octubre de 1987, coincidiendo con la Jornada Mundial de Oración por las Misiones.
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ORACIÓN COLECTA
Dios todopoderoso y eterno, que concediste a la virgen y mártir santa Magdalena predicar con entusiasmo el Evangelio de tu Hijo y derramar su sangre por ti en supremo acto de amor; concédenos, por su intercesión, ser testigos fieles de tu Hijo y conseguir también su gloria en el cielo. Por nuestro Señor Jesucristo.
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PRIMERA LECTURA: Eclesiástico 51, 1-12
Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mi padre. Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de las garras del abismo, me salvaste del látigo de la lengua calumniosa y de los labios que se pervierten con la mentira, estuviste conmigo frente a mis rivales.
Me auxiliaste con tu gran misericordia: del lazo de los que acechan mi traspié, del poder de los que me persiguen a muerte; me salvaste de múltiples peligros: del cerco apretado de las llamas, del incendio de un fuego que no ardía, del vientre de un océano sin agua, de labios mentirosos e insinceros, de las flechas de una lengua traidora.
Cuando estaba ya para morir, y casi en lo profundo del abismo, me volvía a todas partes, y nadie me auxiliaba, buscaba un protector, y no lo había. Recordé la compasión del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a él, y los rescata de todo mal.
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SALMO 123, 2-3.4-5.7b8 (R/.: 7a)
Hemos salvado la vida, como un pájaro de la trampa del cazador
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuando nos asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos: tanto ardía su ira contra nosotros.
Nos habrían arrollado la aguas, llegándonos el torrente hasta el cuello; nos habrían llegado hasta el cuello las aguas espumantes.
La trampa se rompió y escapamos. Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
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EVANGELIO: Lucas 9, 23-26
En aquel tiempo, dirigiéndose a todos, dijo Jesús: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará.
¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo? Pues si uno se avergüenza de mí y de mis palabras, también el Hijo del Hombre se avergonzará de él cuando venga en su gloria, con la del Padre y la de los ángeles santos».
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