Nuestra Señora de la Almudena, Patrona de la Archidiócesis de Madrid.

noviembre 9, 2023

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Habitaré en medio de ti, y comprenderás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti.

PRIMERA LECTURA

Vi que manaba agua del lado derecho del templo, y habrá vida dondequiera que llegue la corriente

Lectura de la profecía de Zacarías 2,14-17

Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti, oráculo del Señor. Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos, y serán Pueblo mío.

Habitaré en medio de ti, y comprenderás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a ti. El Señor tomará posesión de Judá sobre la tierra santa y elegirá de nuevo a Jerusalén.

Calle toda carne ante el Señor, cuando se levante en su santa morada.

Salmo responsorial: Jdt 13,18bcde.19
R. Tú eres el orgullo de nuestra raza.

El Altísimo te ha bendecido, hija,
más que a todas las mujeres de la tierra.
Bendito el Señor, creador del cielo y tierra. R.

Que hoy ha glorificado tu nombre de tal modo,
que tu alabanza estará siempre
en la boca de todos los que se acuerden
de esta obra poderosa de Dios. R.

SEGUNDA LECTURA
Vi la nueva Jerusalén, arreglada como una novia que se adorna para su esposo.

Lectura del libro del Apocalipsis 21, 3-5a

Escuché una voz potente que decía desde el trono:

«Ésta es la morada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos, y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado.»

Y el que estaba sentado en el trono dijo… «Todo lo hago nuevo.»

EVANGELIO
Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre.

Lectura del santo evangelio según san Juan 19, 25-27

En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.

Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»

Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.

Nuestra Señora de la Almudena

Hoy, en la Archidiócesis de Madrid, celebramos la Fiesta de la Virgen de la Almudena, nuestra patrona. Una antigua tradición señala que cuando los cristianos huyeron de la ciudad escondieron la imagen de la Virgen que, siglos más tarde cuando pudieron regresar a sus hogares, fue recuperada milagrosamente.

Esta historia nos hace pensar en una Madre que siempre nos está esperando para que podamos, a su alrededor, constituir un hogar. De hecho, si ella esperó entonces a sus hijos, también ahora desea que nos congreguemos junto a ella alrededor de su Hijo formando parte de esa gran familia que es la Iglesia.

Una autora alemana señalaba que la mujer es como la memoria del hombre. De manera plena la Virgen es la memoria de los cristianos. En el evangelio de san Lucas se señala por dos veces que María guardaba todos los acontecimientos de su Hijo en su corazón y los meditaba.

Si el guardar indica el afecto cuidadoso de la Madre que no desea que nada se pierda, el hecho de meditar indica la actualidad de la relación con su Hijo y la fecundidad de esa actitud.

Podemos unirlo a la presencia de la Virgen junto a la cruz de su Hijo. También estaba allí para que no se perdiera nada de la sangre de su Hijo y para que la entrega sacrificial de la cruz fuera eficaz. A través del corazón de María, la entrega de Cristo sigue siendo fecunda, engendrando nuevos hogares que se incorporan al hogar que se forma en torno a María.

Pero también la Virgen nos enseña cómo formar verdaderamente este hogar. Ella es la presencia cercana y amorosa en torno a la cual sentimos en primer lugar la gracia de la acogida. Quien recibió en sus entrañas al Verbo eterno y, a través de ella se introdujo en el tiempo, nos lleva también a una relación con Dios. Nos introduce en la relación con su Hijo.

Al hacerlo es para nosotros fuente de consuelo, refugio, amparo… tantas cosas de las que en este tiempo de pandemia y de crisis sociopolítica y religiosa nosotros tenemos necesidad, especialmente en estas circunstancias que nos hacen percibir con mayor crudeza nuestra fragilidad e indigencia.

En estos tiempos de desorientación, su mirada amorosa nos atrae, y sabemos que en ella podemos alcanzar la serenidad que buscamos, porque ella tiene lo más grande, la Consolación de Dios. Efectivamente, de sus brazos podemos recibir a Cristo, que nos ofrece con su corazón de madre. Al don del Hijo se añade el modo como se nos entrega, a través de su madre.

Cuando nos paramos a contemplar la imagen, es difícil no dejarse arrastrar por la ternura que envuelve la imagen y que es una llamada a abrir nuestro corazón, y a llamarla, desde los balbuceos de nuestra incapacidad: ¡Madre! Porque su Hijo quiere que también sea nuestra madre, que la que Él ha colmado de gracia, sea el canal para que su amor llegue hasta todos nosotros; un amor transformante que nos hace ser verdaderamente hijos.

Tras la acogida, introducidos en esa relación filial, y en el hogar de la Iglesia somos conducidos a vivir como ella. A vivir un amor concreto hacia los que tenemos más cerca, aquí en Madrid. Somos llamados a extender ese hogar a nuestro alrededor, difundiendo el amor de Cristo a discreción y con generosidad. Ese amor que es la única respuesta a las necesidades y anhelos más profundos de todos los hombres.

http://www.purisimaconcepcionquart.es/comentario/9-11-2012/


El maná de cada día, 2.11.23

noviembre 2, 2023

Conmemoración de los fieles difuntos

Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.
Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí

Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos, 2 de noviembre 2023

La santa Madre Iglesia, después de su solicitud para celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe solo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha de pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna (Elog. del Martirologio Romano).

Antífona de entrada: Rm 8, 11

Dios, que resucitó de entre los muertos a Jesús, vivificará también nuestros cuerpos mortales, por su Espíritu que habita en nosotros.

Oración colecta

Oh Dios, que resucitaste a tu Hijo para que, venciendo la muerte, entrara en tu reino, concede a tus siervos difuntos que, superada su condición mortal, puedan contemplarte para siempre como su Creador y Salvador. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Lamentaciones 3, 17-26

Me han arrancado la paz, y ni me acuerdo de la dicha; me digo: «Se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor.» Fíjate en mi aflicción y en mi amargura, en la hiel que me envenena; no hago más que pensar en ello y estoy abatido.

Pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: que la misericordia del Señor no termina y no se acaba su compasión: antes bien, se renuevan cada mañana: ¡qué grande es tu fidelidad!

El Señor es mi lote, me digo, y espero en él. El Señor es bueno para los que en él esperan y lo buscan; es bueno esperar en silencio la salvación del Señor.

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SALMO 129, 1-2.3-4.5-6.7-8

Desde lo hondo a ti grito, Señor.

Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica.

Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón y así infundes respeto.

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora.

Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

Y él redimirá a Israel de todos sus delitos.

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Aclamación antes del Evangelio: Mt 11, 25

Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del reino a la gente sencilla.

EVANGELIO: Juan 14, 1-6

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»

Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»

Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.»

Antífona de comunión: Flp 3, 20-21

Aguardamos un Salvador: el Señor Jesucristo. Él transformará nuestra condición humilde, según el modelo de su condición

El decálogo del día de los difuntos
Por Jesús de las Heras Muela

Ecclesia Digital

.Recuerdo, oración, gratitud, esperanza y sabiduría son las claves para vivir cristianamente esta jornada.

El 2 de noviembre es el día de la conmemoración de los fieles difuntos. Nuestros cementerios y, sobre todo, nuestro recuerdo y nuestro corazón se llenan de la memoria, de la oración y la ofrenda agradecidas y emocionadas a nuestros familiares y amigos difuntos.

1.- El origen y expansión de esta conmemoración litúrgica es obra, al igual que sucede con la solemnidad del día de Todos los Santos, del celo y de la intuición pastoral de los monjes benedictinos de Cluny hace un milenio.

2.- La conmemoración litúrgica de los fieles difuntos es complementaria de la solemnidad de Todos los Santos. Nuestro destino, una vez atravesados con y por la gracia de Dios los caminos de la santidad, es el cielo, la vida para siempre. Y su inexcusable puerta es la desaparición física y terrena, la muerte.

3.- La muerte es, sin duda alguna, la realidad más dolorosa, más misteriosa y, a la vez, más insoslayable de la condición humana. Como afirmara un célebre filósofo alemán del siglo XX, «el hombre es un ser para la muerte». En la antigüedad clásica, los epicúreos habían acuñado otra frase similar: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”.

4.- Sin embargo, desde la fe cristiana, el fatalismo y pesimismo de esta afirmación existencialista y real del filósofo Martin Heidegger y de la máxima epicúrea, se iluminan y se llenan de sentido. Dios, al encarnarse en Jesucristo, no sólo ha asumido la muerte como etapa necesaria de la existencia humana, sino que la ha trascendido, la ha vencido. Ha dado la respuesta que esperaban y siguen esperando los siglos y la humanidad entera a nuestra condición pasajera y caduca.

La muerte es dolorosa, sí, pero ya no es el final del camino. No vivimos para morir, sino que la muerte es la llave de la vida eterna, el clamor más profundo y definitivo del hombre de todas las épocas, que lleva en lo más profundo de su corazón el anhelo de la inmortalidad.

5.- En el Evangelio y en todo el Nuevo Testamento, encontramos la luz y la respuesta a la muerte. Como el testimonio mismo de Jesucristo, muerto y resucitado por y para nosotros. Como el testimonio de los milagros que Jesús hizo devolviendo a la vida a algunas personas.

6.- Las vidas de los santos -de todos los santos: los conocidos y los anónimos, nuestros santos de los altares y del pueblo- y su presencia tan viva y tan real entre nosotros, a pesar de haber fallecido, corroboran este dogma central del cristianismo que es la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro, a imagen de Jesucristo, muerto y resucitado.

7.- Por ello, el día de los Difuntos es ocasión para reflexionar sobre la vida, para hallar, siquiera en el corazón, su verdadera sabiduría y sentido, que son la sabiduría y el sentido del Dios que nos ama y nos salva y cuya gloria es la Vida del hombre.

8.- El día de los Difuntos es igualmente tiempo para recordar -volver a traer al corazón- la memoria de los difuntos de cada uno, de cada persona, de cada familia, y para dar gracias a Dios por ellos. Así comprobaremos cómo todavía viven, de algún modo, en nosotros mismos; para comprobar, que somos lo que somos gracias, en alguna medida, a ellos; que ellos interceden desde el cielo por nosotros y cómo tienen aún tanto que enseñarnos y ayudarnos.

9.- Por eso también, el día de los Difuntos es ocasión asimismo para rezar por los difuntos. Escribía hace más de medio siglo el Papa Pío XII: “Oh misterio insondable que la salvación de unos dependa de las oraciones y voluntarias mortificaciones de otros”. La Palabra de Dios, ya desde el Antiguo Testamento, nos recuerda que “es bueno y necesario rezar por los difuntos para que encuentren su descanso eterno”.

10.- El día de los Difuntos es además una nueva y plástica catequesis sobre los llamados “novísimos”: muerte, juicio y eternidad. Nos recuerda el estadio intermedio a la gloria, al cielo: el purgatorio, y la necesidad de rezar por nuestros hermanos (“las ánimas del purgatorio”) allí presentes para que pronto purguen sus deficiencias y pasen al gozo eterno de la visión de Dios.

Meses antes de fallecer, en junio de 1991, ya muy visitado por la hermana enfermedad, el periodista, sacerdote, escritor y poeta José Luis Martín Descalzo, escribió, con jirones de su propio cuerpo y de su propia alma, estos versos bellísimos y tan cristianos sobre la muerte:

«Morir sólo es morir. Morir se acaba. Morir es una hoguera fugitiva.

Es cruzar una puerta a la deriva y encontrar lo que tanto se buscaba.

Acabar de llorar y hacer preguntas, ver al Amor sin enigmas ni espejos;

descansar de vivir en la ternura; tener la paz , la luz, la casa juntas

y hallar, dejando los dolores lejos, la Noche-luz tras tanta noche oscura».

LA HERMANA MUERTE

Vista desde nuestros cortos esquemas y criterios, la muerte es el mayor y más absurdo fracaso del hombre. Vista desde la fuerza de la Cruz, es la mayor victoria de Dios y nuestro mayor triunfo. Quizá aprendemos demasiado tarde a vivir de la mejor manera que se puede vivir, que es cara a Dios.

Nuestro Señor, en Getsemaní, sufrió en su humanidad la agonía indescriptible de ver cercana su muerte y sólo el amor oscuro al Padre y a tu salvación pudo sostenerlo en la Cruz. No te extrañes, pues, de que te cueste mirar cara a cara a tu hermana muerte.

Pídele con fuerza a tu Madre eso que tantas veces le has dicho en tus oraciones: “Ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte”. Encomiéndale a san José los últimos trabajos del alma y del cuerpo en esta vida, a él que tuvo la dicha de morir acompañado de María y de Jesús.

Y no dejes pasar ni uno sólo de tus días sin ofrecer tu oración por nuestros hermanos difuntos, que tanto necesitan de la oración de toda la Iglesia. Contempla en ellos cómo, tarde o temprano, llega el fin de todas las cosas. ¿Qué te llevarás, entonces, de esta vida, si solo tú y tu amor podrás mostrar a Dios en tus manos vacías?

http://www.mater-dei.es


Novena al Señor de los Milagros, Día 1, 14 de oct. 2023.

octubre 14, 2023

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Imagen del Señor de los Milagros y la Cofradía con hábito morado, color característico del Nazareno

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NOVENA TRINITARIA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS, Día 1, 14 de oct. 2023

Con reflexiones y oraciones sobre la Santísima Trinidad

  1. Señal de la cruz

Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro; en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

  1. Acto de contrición

Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.

Por eso ruego a santa María, siempre virgen, a los Ángeles, a los Santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.

  1. Oración preparatoria para todos los días: Postrados ante el Señor de los Milagros. Adoración y petición.

Señor de los Milagros, me postro a tus pies y te reconozco como mi Salvador y mi Dios. Te adoro y te pido la gracia de hacer devotamente esta Novena en tu honor.

Te doy gracias, Señor Jesús, porque tú bajaste del cielo y viniste al mundo para demostrarnos cuánto nos ama el Padre, el Dios invisible. Divino Jesús, tú sabías que el Padre desea que todos sus hijos se salven y tengan vida en abundancia.

Por eso, te ofreciste al Padre voluntariamente para venir al mundo y cumplir la misión de Mesías y Salvador del pueblo elegido Israel, y después de todos los hombres. Eso fue lo que más te gustó, Señor Jesús. Nadie te obligó, a no ser tu amor incondicional a tu Padre Dios, y por él y en él, a todo nosotros, los seres humanos de todos los tiempos. 

Señor Jesús, desde lo más íntimo de mi corazón te agradezco que te encarnaras y te hicieras hombre como uno de nosotros, igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Te reconozco como mi Señor y mi Dios y quedo admirado y seducido por tu generosidad y tu solidaridad con los hombres, por tu libertad y nobleza, Señor Jesús.

Señor de los Milagros, mi Redentor, te bendigo y te alabo por tu bondad y tierna compasión hacia todos los hombres. Tú eres el puente entre Dios y los hombres. A través de ti, Señor Jesús, todos tenemos acceso seguro y directo al Padre Dios.

Por eso, Padre Santo, yo me postro rendido en tu presencia, te adoro y te bendigo pues tú eres digno de toda bendición en el cielo y en la tierra. A ti la gloria y el poder porque gobiernas el mundo con sabiduría y misericordia. Tú eres el Creador, el Amo y Señor: Todo está en tus manos y nada está perdido.

Gracias, Padre, por enviarnos a tu propio Hijo y también al Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. Este Espíritu nos conduce a la Verdad total que nos trajo Jesucristo. El Espíritu Santo habla y susurra con suavidad y poder persuasivo a nuestro espíritu asegurándonos delicadamente que somos hijos amados del Padre y hermanos entrañables de Cristo. Él nos hace clamar: ¡Abba, Padre! Y también: ¡Jesús vive y es Señor!

Por eso, Padre de bondad, como hijos tuyos queridos, pues lo somos de verdad en tu Hijo bendito, te pedimos que nos envíes el Espíritu, y lo derrames copiosamente en nuestros corazones. Ven, pues, Espíritu Santo, y llénanos del amor del Padre y del Hijo. Ven, dulce huésped del alma. Ven, Padre amoroso del pobre, y no pases de largo, esta vez, ante nosotros en esta Novena que estamos rezando con toda devoción.

Graba en nosotros, Espíritu divino, la huella de la santa unción que nos dé fe, vida y salud de cuerpo y alma. Queremos que esta novena sea especial para todos y cada uno de nosotros. No pases de largo, quédate con nosotros, dentro de nosotros. 

Finalmente, te pedimos, Espíritu Vivificador, que durante estos días podamos saborear el amor personal e incondicional del Padre Dios y la dulzura inefable de su bendito hijo Jesucristo, el Señor de los Milagros. Así quedaremos marcados con la santa unción trinitaria, para alabanza de su gloria. Amén.

  1. Consideraciones bíblico-teológicas para cada día de la Novena:

DÍA PRIMERO: El Cuadro del Señor de los Milagros y el misterio de la Santísima Trinidad.

  1. El cuadro, la pintura

La representación del Crucificado de las Nazarenas de Lima es conocida como el Señor de los Milagros. Originalmente fue una pintura realizada en el paño de una pared de barro en la Lima antigua, colonial. La tradición nos habla de que aquella representación era venerada por una comunidad de fieles de gente de color.

Hubo un terremoto y se cree que milagrosamente la pared donde estaba pintado el Crucificado no sufrió daño alguno. Por eso, comenzó a ser llamado y conocido como el “Señor de los Milagros”.

La pintura del cuadro refleja la manera habitual como los artistas e imagineros religiosos solían representar al Crucificado: La visión de conjunto del cuadro como tal, la distribución de las figuras y objetos, la composición de la escena, los gestos y expresiones de los personajes, la primacía de la finalidad catequética y devocional sobre el mero interés artístico… son los rasgos comunes de este tipo de representaciones cristianas en las iglesias barrocas de la época colonial.

Todo esto nos hace evidente que la figura central es el Crucificado. A su alrededor, sin embargo, descubrimos otros elementos esenciales de la fe cristiana católica, como es –y no podía ser de otra manera- el misterio de la Santísima Trinidad, y de la Iglesia.

En este primer día de la Novena vamos a considerar este misterio central de nuestra fe, reflejado en el Cuadro del Señor de los Milagros: La Trinidad.

En la cúspide del cuadro aparece el Padre Eterno que inspira y afirma todo lo creado y lo gobierna. En su mano sostiene el globo del mundo. Entre la figura central del Crucificado y el Padre está representado el Espíritu en forma de paloma. Estamos, pues, ante el misterio de la Santísima Trinidad.

La teología nos enseña a distinguir la Trinidad inmanente y la Trinidad económica o salvífica. No son dos realidades totalmente distintas y autónomas o independientes, sino la misma y única realidad.

Es el mismo Dios Uno y Trino considerado en su eternidad, hacia dentro de sí, por un lado; y por otro, considerado en su proyección en el espacio y en el tiempo, hacia fuera en la creación y en la historia de la salvación que abarca desde los orígenes del género humano hasta nuestros días.

Los teólogos han conocido y adorado de manera correcta la Trinidad inmanente, cuando no han realizado sus estudios desde un laboratorio teológico, sino desde los datos y las huellas que la Trinidad salvífica nos ha dejado en la historia de la salvación.

Dios se ha revelado para darse a conocer a los hombres y establecer una relación interpersonal y amistosa con ellos. No para satisfacer su curiosidad intelectual, u otros intereses. No es un objeto, es un ser personal que busca libremente relacionarse con nosotros. 

San Agustín dice que Dios no nos enseña en su revelación cómo funcionan los cielos –ciencia, astronomía…- sino cómo se va al cielo. Por tanto, a Dios lo conocemos, solo y principalmente, por su actuar en la historia de salvación, no por la pura especulación o mediante la ejecución de ceremonias o ritos. Dios quiere interactuar con nosotros porque es vida, siempre nuevo. No se repite. Es siempre nuevo.

No se le puede domesticar o cosificar. Con él hay que hablar todos los días, no se puede vivir de rentas «cumpliendo con él y despachándolo» para dedicarnos a lo nuestro. No. Dios ha hecho al hombre «religado» o religioso, es decir, siempre dependiente de él, necesitado de él. Todo con él, nada sin él. 

O sea que a la Trinidad la conocemos solo en su actuar salvífico en el mundo: en lo que realiza en el interior de los creyentes y en la experiencia religiosa. Sobre todo se ha revelado y actuado en la vida, experiencia y predicación de Jesús de Nazaret, el Cristo. Él es la revelación en persona, el Verbo, la Palabra.

Por tanto, Dios no se ha revelado para satisfacer nuestra curiosidad o para deslumbrarnos, sino que se ha mostrado como un ser vivo y vivificador en su acción salvadora y en su relación espiritual con los creyentes.

De ahí que el cristiano no es el que “sabe” cosas de Dios, sino el que “conoce por experiencia personal y comunitaria” a Dios en el devenir de la historia de la salvación, personal y comunitaria.

El cristianismo no es una ideología o un código de leyes, sino una persona viva: Cristo Jesús que nos lleva al Padre y al Espíritu.

Por eso, afirmamos que nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Esto es muy importante y muy actual. Así, podríamos preguntarnos: Si de mi idea sobre Dios y de mi fe religiosa se quitara todo lo que es aprendido o pura información ¿con qué me quedaría? ¿Realmente conozco a Dios por lo que ha hecho en mi vida o está haciendo actualmente en mí? ¿De qué me sirve mi «Dios»?

¿De qué me salva Dios en verdad, aquí y ahora? ¿Lo necesito realmente, es algo vital y necesario para mí? ¿Es algo real y vivo, o es una idea vaga que apenas influye en mi vida?

Al hablar de la Trinidad nuestro lenguaje es necesariamente deficiente y simbólico. En verdad, es mucho más lo que dejamos de “nombrar” o decir sobre Dios, que lo que afirmamos positivamente de Dios; más lo que desconocemos que lo que conocemos realmente, pero no tenemos más remedio que expresarnos así para entendernos, conocer y experimentar la realidad divina, siempre situada “más allá de nosotros”.

Este discurso y esta literatura sobre Dios se conocen como la “teología apofática” o negativa: Porque es más lo que dejamos de decir, que lo que en verdad decimos de Dios y sobre Dios.

Al respecto dirá San Agustín magistralmente: “Si tú me dices que ya lo entiendes, que lo abarcas, que ya lo has encontrado y lo puedes definir…, yo te digo que eso no es Dios”. Él es “siempre más”.

A pesar de esta pobreza y limitación, Dios nos ha comunicado lo suficiente de sí mismo como para conocerlo y relacionarnos con él y ser plenamente felices.

Y debemos seguir hablando de la Trinidad, porque lo que más desea Dios es que nosotros lo conozcamos lo mejor posible y seamos así dichosos y plenos amándolo de corazón y estableciendo con él una relación tan especial que nos lleve a la comunión real y verdadera con la Trinidad, con el Dios verdadero, uno y trino.

Por tanto, si lo que más quiere Dios es dársenos a conocer personalmente, debe de ser relativamente fácil conocer al verdadero Dios lo suficiente como para establecer una relación real, auténtica y plena con él.

Ese conocimiento de la Trinidad tiene que ser algo que está al alcance de todos, no monopolio de personas superdotadas; tiene que ser como el abecé de nuestra fe, lo más elemental y accesible para todos los creyentes.

Nos hace bien remarcar esta cercanía de Dios, porque muchas veces hemos colocado a Dios muy distante de nosotros de manera que llegar a Dios resultaba algo muy difícil, casi imposible de conseguir porque exige mucho esfuerzo de nuestra parte. Es decir, hemos caído frecuentemente en un pelagianismo dañino.

  1. Consideraciones bíblico-teológicas sobre la Trinidad Inmanente

La teología tradicional, apoyada en la historia de la salvación y en la vida y enseñanzas de Jesús, trata de mostrarnos el inefable misterio de la Santísima Trinidad. En esa línea pretendemos movernos en el desarrollo de esta Novena.

El hombre es un espíritu encarnado o un cuerpo espiritualizado. Conforme. Pero Dios es puro espíritu. A Dios nadie lo ha visto jamás. Solo el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, se ha encarnado, se ha hecho hombre como nosotros. Solo hemos visto y palpado a Jesús, el hijo de María y de José, el hijo del carpintero, el nazareno.

Por él hemos sabido que hay un Dios Padre y un Dios Espíritu. De hecho Jesús se relacionaba con un Ser Superior, trascendente y cercano a la vez, al que llamaba Padre y al que le confiaba permanentemente todos sus afanes.

Se sentía Hijo suyo y su alimento era cumplir en todo su santa voluntad. De junto a él había venido al mundo y a él tenía que volver. El Padre constituía el sentido total de su vida.

A la vez, por Jesús sabemos que hay un Espíritu o Poder de Dios. De hecho Jesús se siente habitado por él: Animado por él, ora al Padre; empujado por él, sale a predicar; amparado en su fuerza, habla con poder y expulsa a los espíritus inmundos, y cura todas las enfermedades.

Es decir, Jesús nos revela la comunidad trinitaria. Dios no es un ser superior autosuficiente y solitario. Dios es comunidad, familia, comunión. No tiene nombre propio, sino relacional o referencial. Dios-padre, Dios-hijo, Dios-espíritu o comunión. 

Por tanto, Dios Padre existe porque tan pronto como es Padre y existe como Padre, se da al Hijo y lo engendra. Esencia y existencia son, en Dios, a la vez, simultáneas. Dios Padre existe porque desde siempre tiene un Hijo al que se da totalmente. Si no tuviera un Hijo no existiría, ni como Padre ni como Dios.

Dios Hijo existe porque desde siempre y por siempre tiene un Dios Padre al que se da, obedece, y busca en todo momento y con toda convicción e intencionalidad su gloria. Está total e íntegramente volcado al Padre Dios. Si no fuera así, no existiría ni como Hijo ni como Dios.

La fuerza que hace salir a Dios Padre de sí para engendrar a Dios Hijo y la fuerza que mueve a Dios Hijo para volverse a Dios Padre es el Espíritu Santo.

El abrazo total de Dios Padre y de Dios Hijo desde siempre, eternamente, constituye el Espíritu Santo o Dios comunión, Amor. La comunicación, la comunión y la unión que se da entre ambos es el Espíritu Santo en persona, también Dios.

No son tres dioses sino un solo Dios en tres personas distintas. Son iguales en su dignidad, en la perfección de su esencia y su existencia. Todo les es común menos su relación, hacia adentro de la familia trinitaria, desde toda la eternidad.

El Padre engendra al Hijo. El Hijo es engendrado y el Espíritu es espirado tanto por el Padre como por el Hijo.

Dios Padre no es cualquier padre porque es único, vive desde siempre y no deja nada que huela a paternidad fuera de él: o sea, es un padre tan especial que es Dios: Dios Padre. Por eso, Dios Padre es principio y fuente, realización y culminación de todas las formas posibles de ser padre, de paternidad o maternidad, de dar vida, engendrar…

El Hijo no es cualquier hijo, sino también Dios porque es origen, realización y terminación de todas las formas posibles de ser hijo, de filiación, de obediencia, de pleitesía, de fidelidad…

El Espíritu es también Dios, y no puede haber otro Espíritu, porque origina, realiza y completa toda forma posible de comunidad, de unión, de comunicación, de amor, de vida, de donación, de complementación…

El Padre, el Hijo y el Espíritu son Dios, porque no dejan nada fuera de la paternidad, de la filiación y de la comunión. La Unidad Divina es Trina porque es el inicio, la realización y la plenitud de todas las formas posibles del ser y del existir…

Como el Padre asume todas las formas posibles de ser “padre” sin dejar nada fuera, por eso es “Dios”; y no puede haber más que un “dios” o “padre” y “fuente”. Si hubiera dos “dioses” eso sería una contradicción en sí.

Como el Hijo no deja ninguna filiación “fuera de sí”, por eso es Dios, no hay otro “hijo”. Y como el Espíritu asume toda forma de unión y comunión y no deja nada fuera, por eso es también Dios.

No son tres dioses, sino un único Dios, pero en tres personalidades o formas distintas, para entendernos. El Padre es la Paternidad en persona, el Hijo es la Filiación en persona y el Espíritu es la Comunión o el Amor en persona.

Abundando en lo mismo: El Padre origina, realiza y completa o acaba toda forma de paternidad o maternidad, de dar vida… El Hijo origina, realiza y agota toda forma de filiación, obediencia, fidelidad… El Espíritu hace brotar, realiza y completa toda forma de nexo, comunicación, relación, diálogo, simpatía, comunión, síntesis, inclusión, compenetración, abrazo, empatía…

Estimado lector, es posible que estos razonamientos te resulten un tanto extraños y complicados, pero no te desanimes. Tratamos de acercarnos al misterio de Dios, que es una realidad trascendente a nosotros, pero a la vez «necesariamente asequible» porque toda persona está hecha a imagen y semejanza de este Dios Uno y Trino.

Por eso, tenemos que parecernos a él, y, por tanto seremos capaces de comprender, conocer y gustar las realidades divinas: Necesitamos a Dios, y él se nos hará el encontradizo.

Poco a poco irás sacándole gusto a esta novena porque el Espíritu está ya actuando en tu mente, conforme se lo permites, para que percibas y comprendas; y también actúa en tu corazón para que admires, desees y adores a Dios.

5. Peticiones o plegaria universal

  1. Dios Padre misericordioso, te damos gracias porque tú eres digno de toda bendición. Haz que te alabemos siempre a través de tu propio Hijo Jesucristo,

Invitación: Roguemos al Señor.

Respuesta: Te lo pedimos, Señor.

  1. Gracias, Padre santo, porque enviaste a tu Hijo al mundo para salvarnos. Concédenos acoger a tu Hijo como el mayor regalo que nos has dado,

Roguemos al Señor…

  1. Padre todopoderoso, que todos los hombres reconozcan que tú, con el Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, para que crean, esperen y amen al Dios único y verdadero,

Roguemos al Señor…

  1. Padre eterno, que a través de tu Hijo has creado todas las cosas y con el Espíritu Santo todo lo gobiernas y diriges, haz que sepamos cuidar del mundo en que vivimos,

Roguemos al Señor…

  1. Señor de los Milagros, honrado, venerado y adorado por generaciones de peruanos dentro y fuera del territorio patrio, bendice al Perú para que seamos un pueblo próspero y creyente para gloria de Dios Padre en el Espíritu Santo,

Roguemos al Señor…

  1. Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo, ven a iluminar a todos los que estamos rezando esta novena a fin de que conozcamos mejor el amor del Padre y del Hijo,

Roguemos al Señor…

7. Señor Jesús, te adoramos y te bendecimos porque con tu santa cruz has redimido el mundo. Ayúdanos a colaborar siempre contigo en la salvación de nuestros hermanos para gloria del Padre,

Roguemos al Señor…

8. Pídase y formúlese ante el Señor la gracia específica que se desea obtener en esta Novena

(Pausa en silencio)

Roguemos al Señor…

Padre nuestro, Ave María y Gloria (tres veces).

(Opcional)

Oración de abandono del Bto. Carlos de Foucauld

Extractada de la contemplación del texto: “Padre mío, en tus manos pongo mi espíritu” Lc. 23,46.

Padre mío, me abandono a ti. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo; con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas; no deseo nada más, Dios mío.

Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.

 
https://www.charlesdefoucauld.org/es/priere.php
 

6. Oración final para todos los días

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro y te bendigo como mi único Señor y mi Dios. Me postro ante tu divina majestad, Padre Santo, y me rindo totalmente en tu presencia como criatura tuya que soy y también como hijo tuyo en tu bendito Hijo Jesucristo.

Te adoro, mi único Dios y Señor, Trinidad Santa, y te entrego toda mi libertad. Quiero pertenecerte en cuerpo y alma y me consagro íntegramente a tu divina voluntad y misericordia. Te entrego todas mis facultades y pongo ante ti todas mis posibilidades: Deseo hacer siempre tu santa voluntad, pues te confieso como mi único amo y señor.

Quiero andar en tu presencia, Santo Dios Uno y Trino, toda mi vida. No quiero vivir dividido, disperso, y renuncio a toda actitud o conducta que me separe y me aparte de ti. 

Padre de bondad infinita, te consagro mi memoria y quiero recordar y considerar siempre lo que tú esperas de mí. Deseo vivir, Padre Santo, según las expectativas, planes y proyectos que, desde toda la eternidad, has acariciado, soñado y pensado sobre mí.

Que nada me distraiga y me aparte de ese proyecto misterioso. Quiero que estés orgulloso de mí como lo estás de tu amado Hijo, Jesús.

A ti, Señor Jesús, Señor de los Milagros, te consagro mi entendimiento y toda mi capacidad de pensar, discurrir y soñar. Tú eres mi sabiduría y mi ciencia. En tu vida narrada en el Evangelio, divino Maestro, quiero aprender todos los secretos y todo el saber. En ti encuentro el sentido más pleno de mi vida y de mi existencia.

No quiero saber ni entender nada fuera de ti. Tú eres mi luz, vida y esperanza. Renuncio a buscar al margen de ti razones para vivir y esperar.

A ti, Espíritu Consolador, te entrego toda mi voluntad. Te consagro toda mi capacidad de gozo y felicidad. Que solo en ti encuentre alegría y contento. Dame, Espíritu Santo, gusto en las cosas santas. Dame la vida eterna, que es conocer de verdad y saborear el amor del Padre y del Hijo.

Hazme sentir la belleza y la bondad de la vida cristiana, y valorar la sabiduría de la Cruz. Líbrame de la mentira y de la vanidad del mundo presente.

Ven, Espíritu Vivificador, y mira mi pequeñez, ten compasión de mí, Padre amoroso del pobre: Ven a iluminar lo que está oscuro en mí, ven a enderezar lo torcido, a calentar lo frío, a endulzar lo amargo, en fin, a sanar mis heridas.

Ven, Espíritu Santo, a pacificar a los violentos, a reconciliar a los enemistados, a robustecer a los débiles, a vivificar lo que languidece, y finalmente, a resucitar a los que están muertos.

Padre Santo, por tu bendito Jesús, derrama el Santo Espíritu sobre toda carne, sobre tu santa Iglesia, sobre el Perú, y de manera especial sobre todos los devotos del Señor de los Milagros, y sobre los que estamos haciendo esta Novena en su honor. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

  1. Himno al Señor de los Milagros

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Faro que guía, da a nuestras almas

la fe, esperanza, la caridad;

tu amor divino nos ilumine,

nos haga dignos de tu bondad.

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)

Con paso firme de buen cristiano

hagamos grande nuestro Perú,

y unidos todos como una fuerza

te suplicamos nos des tu luz.

Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión

tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis).

Letra y música: Isabel Rodríguez Larraín

Revisado en Madrid, oct. de 2023


Misa vespertina de la Asunción de la Santísima Virgen María

agosto 14, 2023

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Nuestra Señora de la Asunción. La Virgen fue llevada en cuerpo y alma a los cielos. 

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LA ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA, Solemnidad

MISA VESPERTINA DE LA VIGILIA, 14 de agosto

PRIMERA LECTURA

Metieron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le había preparado

Lectura del primer libro de las Crónicas 15, 3-4. 15-16; 16, 1-2

En aquellos días, David congregó en Jerusalén a todos los israelitas, para trasladar el arca del Señor al lugar que le había preparado. Luego reunió a los hijos de Aarón y a los levitas.

Luego los levitas se echaron los varales a los hombros y levantaron en peso el arca de Dios, tal como había mandado Moisés por orden del Señor.

David mandó a los jefes de los levitas organizar a los cantores de sus familias, para que entonasen cantos festivos acompañados de instrumentos, arpas, cítaras y platillos.

Metieron el arca de Dios y la instalaron en el centro de la tienda que David le había preparado. Ofrecieron holocaustos y sacrificios de comunión a Dios y, cuando David terminó de ofrecerlos, bendijo al pueblo en nombre del Señor.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 131, 6-7. 9-10. 13-14 (R.: 8)

RLevántate, Señor, ven a tu mansión,
ven con el arca de tu poder.

Oímos que estaba en Efrata,
la encontramos en el Soto de Jaar:
entremos en su morada,
postrémonos ante el estrado de sus pies. R.

Que tus sacerdotes se vistan de gala,
que tus fieles vitoreen.
Por amor a tu siervo David,
no niegues audiencia a tu Ungido. R.

Porque el Señor ha elegido a Sión,
ha deseado vivir en ella:
«Esta es mi mansión por siempre,
aquí viviré, porque la deseo». R.

SEGUNDA LECTURA

Nos da la victoria por Jesucristo

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 54-57

Hermanos:

Cuando esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra escrita:

«La muerte ha sido absorbida en la victoria.

¿Dónde está, muerte, tu victoria?

¿Dónde está, muerte, tu aguijón?».

El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado es la Ley.

¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo!

Palabra de Dios.

Aleluya Lc 11, 28

Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

EVANGELIO

Dichoso el vientre que te llevó

cRUZ Lectura del santo evangelio según san Lucas 11, 27-28

En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo:

—«Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron».

Pero él repuso:

—«Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen».

Palabra del Señor.

http://servicioskoinonia.org/leccionario/texto/5127TA0815.html#MD

La Asunción de la Virgen: la muerte de amor

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La fiesta de la Asunción de María al cielo nos invita a poner los ojos en la vida eterna, que es nuestro destino, nuestra patria verdadera, la meta de nuestro caminar.

María nos precede y nosotros esperamos participar un día de su suerte. Nos lo dice el libro del Apocalipsis: el dragón [=el maligno] no pudo con la mujer [=la Virgen María, la Iglesia, cada creyente], ni podrá nunca, porque Dios la protege. 

Las fuerzas del mal siguen haciéndonos la guerra, pero no pueden tener la última palabra, ya que el triunfo final es de nuestro Dios y del Cordero, vencedor de la muerte. 

En nuestros sufrimientos y tribulaciones miremos a María. Ella nos precede y nos asegura el destino de vida y felicidad que está reservado para los que perseveren en la fe.

San Juan de la Cruz dice que las almas que viven una altísima experiencia de unión con Dios en esta vida no mueren de muerte natural, sino de un acto de purísimo amor, por el que se unen definitivamente con Cristo. Por eso, san Alfonso María de Ligorio dice que la Virgen María «murió en el amor, a causa del amor y por amor».
Sor María de Jesús de Ágreda, en su libro Mística Ciudad de Dios, escribió que «La enfermedad que le quitó la vida a María fue el amor, sin otro achaque ni accidente alguno»

Por eso se habla de la «dormición» de María. Su muerte fue un pasar de este mundo al cielo sin violencia ni sobresaltos. 

Que nuestro amor por Cristo crezca cada día, para que él se determine a romper definitivamente la «tela del encuentro» y nos una consigo para siempre. Amén.

«La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su Cuerpo» (Catecismo, 974).

«Oh Madre de Dios, en el alumbramiento conservaste la virginidad, en tu dormición no abandonaste al mundo, siendo Madre de la Vida, te trasladaste a la vida eterna y por tus oraciones salvas de la muerte a nuestras almas. Incansable en tus oraciones, Madre de Dios, en tu intercesión manifiestas esperanza inquebrantable. No fuiste retenida en el sepulcro ni en la muerte, porque siendo la Madre de la Vida fuiste trasladada a la vida por aquel que se encarnó en tu vientre virginal» (Oración de la liturgia bizantina).

«En verdad la muerte de los santos del Señor Dios de las virtudes es preciosa, pero mucho más preciosa es la migración de esta vida por parte de la Madre de Dios. Ahora alégrense los cielos y aplaudan los ángeles; ahora acomódese la tierra y exulten los hombres; ahora el aire resuene con gozosos cánticos; la noche oscura expulse la triste y deforme tiniebla, y se imite el esplendor del día radiante con la claridad de los fuegos» (San Juan Damasceno).

Publicado por Eduardo Sanz de Miguel, o.c.d. en 6:00 a. m. 

https://padreeduardosanzdemiguel.blogspot.com/2012/08/la-asuncion-de-la-virgen-3.html?fbclid=IwAR1C9MWHGyqoR_BDt-pOy4YePSBdfN4UZtS0D0FH_YfAJo8QhCuWs-cjnbc

 


El maná de cada día, 1.6.23

junio 1, 2023

Nuestro Señor Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, Ciclo A

Fiesta de nuestro Señor Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, según el rito de Melquisedec, en quien el Padre se ha complacido desde toda la eternidad, mediador entre Dios y los hombres que, para cumplir la voluntad del Padre, se ofreció a sí mismo en el altar de la cruz de una vez para siempre como víctima de salvación en favor de todo el mundo. 

Al instituir el sacrificio de la eterna alianza, elige con amor de hermano a hombres de este pueblo para que, al repetirlo constantemente en la Iglesia, se renueve la abundancia de la gracia divina con la que nacerá el cielo nuevo y la tierra nueva, y se realizará hasta los confines del mundo lo que el ojo no vio ni el oído oyó ni el hombre puede pensar (Elog. del Martirologio Romano).

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Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

Antífona de entrada: Hb 7,24

Cristo, mediador de una nueva alianza, como permanece para siempre, tiene el sacerdocio que no pasa.

Oración colecta

Oh Dios, que para gloria tuya y salvación del género humano constituiste a tu Hijo único sumo y eterno Sacerdote, concede a quienes él eligió para ministros y dispensadores de sus misterios la gracia de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Génesis 22, 9-18

En aquellos días, llegaron Abrahán e Isaac al sitio que le había dicho Dios. Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo: «¡Abrahán, Abrahán!».

Él contestó: «Aquí estoy».

El ángel le ordenó: «No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo».

Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.

Abrahán llamó a aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy, «En el monte el Señor es visto».

El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo: «Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado a tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».

SALMO 39, 6. 7. 8-9. 10. 11

Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios; entonces yo digo. «Aquí estoy».

«Como está escrito en mi libro, para hacer tu voluntad. Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas».

He proclamado tu justicia ante la gran asamblea; no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes.

No me he guardado en el pecho tu justicia, he contado tu fidelidad y tu salvación.

Alégrense y gocen contigo todos los que te buscan; digan siempre: «Grande es el Señor», los que desean tu salvación.

ALELUYA: Flp 2, 8-9

Cristo se ha hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre.

EVANGELIO: Mateo 26, 36-42

Jesús fue con sus discípulos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».

Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia.

Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».

Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».

Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos.

Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».

De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».

Antífona de comunión: Mt 28, 20

Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo, dice el Señor.

Cristo, sacerdote y víctima
Pío XII. De la carta encíclica Mediator Dei

Cristo es ciertamente sacerdote, pero lo es para nosotros, no para sí mismo, ya que él, en nombre de todo el género humano, presenta al Padre eterno las aspiraciones y sentimientos religiosos de los hombres.

Es también víctima, pero lo es igualmente para nosotros, ya que se pone en lugar del hombre pecador.

Por esto, aquella frase del Apóstol: Tened los mismos sentimientos propios de Cristo Jesús exige de todos los cristianos que, en la medida de las posibilidades humanas, reproduzcan en su interior las mismas disposiciones que tenía el divino Redentor cuando ofrecía el sacrificio de sí mismo: disposiciones de una humilde sumisión, de adoración a la suprema majestad divina, de honor, alabanza y acción de gracias.

Les exige asimismo que asuman en cierto modo la condición de víctimas, que se nieguen a sí mismos, conforme a las normas del Evangelio, que espontánea y libremente practiquen la penitencia, arrepintiéndose y expiando los pecados.

Exige finalmente que todos, unidos a Cristo, muramos místicamente en la cruz, de modo que podamos hacer nuestra aquella sentencia de san Pablo: Estoy crucificado con Cristo.

Cristo vive siempre para interceder en nuestro favor
De las cartas de san Fulgencio de Ruspe, obispo

Fijaos que en la conclusión de las oraciones decimos: «Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo»; en cambio, nunca decimos: «Por el Espíritu Santo».

Esta práctica universal de la Iglesia tiene su explicación en aquel misterio según el cual, el mediador entre Dios y los hombres es el hombre Cristo Jesús, sacerdote eterno según el rito de Melquisedec, que entró una vez para siempre con su propia sangre en el santuario, pero no en un santuario construido por hombres, imagen del auténtico, sino en el mismo cielo, donde está a la derecha de Dios e intercede por nosotros.

Teniendo ante sus ojos este oficio sacerdotal de Cristo, dice el Apóstol: Por su medio, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que profesan su nombre.

Por él, pues, ofre­cemos el sacrificio de nuestra alabanza y oración, ya que por su muerte fuimos reconciliados cuando éramos toda­vía enemigos.

Por él, que se dignó hacerse sacrificio por nosotros, puede nuestro sacrificio ser agradable en la presencia de Dios.

Por esto, nos exhorta san Pedro: Tam­bién vosotros, como piedras vivas, entráis en la construc­ción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado, para ofrecer sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo.

Por este motivo, decimos a Dios Pa­dre: «Por nuestro Señor Jesucristo».

Al referirnos al sacerdocio de Cristo, necesariamente hacemos alusión al misterio de su encarnación, en el cual el Hijo de Dios, a pesar de su condición divina, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, según la cual se rebajó hasta someterse incluso a la muerte; es decir, fue hecho un poco inferior a los ángeles, conservando no obstante su divinidad igual al Padre.

El Hijo fue hecho un poco inferior a los ángeles en cuanto que, permane­ciendo igual al Padre, se dignó hacerse como un hombre cualquiera.

Se abajó cuando se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo. Más aún, el abajarse de Cristo es el total anonadamiento, que no otra cosa fue el tomar la condición de esclavo.

Cristo, por tanto, permaneciendo en su condición divi­na, en su condición de Hijo único de Dios, según la cual le ofrecemos el sacrificio igual que al Padre, al tomar la condición de esclavo, fue constituido sacerdote, para que, por medio de él, pudiéramos ofrecer la hostia viva, santa, grata a Dios.

Nosotros no hubiéramos podido ofrecer nuestro sacrificio a Dios si Cristo no se hubiese hecho sacrificio por nosotros: en él nuestra propia raza humana es un verdadero y saludable sacrificio.

En efecto, cuando precisamos que nuestras oraciones son ofrecidas por nuestro Señor, sacerdote eterno, reconocemos en él la verdadera carne de nuestra misma raza, de conformidad con lo que dice el Apóstol: Todo sumo sacerdote, escogido de entre los hombres, está puesto para representar a los hombres en el culto a Dios: para ofrecer dones y sacrificios por los pecados.

Pero, al decir: «tu Hijo», añadimos: «que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo», para recordar, con esta adición, la unidad de naturaleza que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y significar, de este modo, que el mismo Cristo, que por nosotros ha asumido el oficio de sacerdote, es por naturaleza igual al Padre y al Espíritu Santo (Carta 14, 36-37: CCL 91, 429-431).


Textos de la Misa de la Virgen María, Reina de la Paz.

julio 28, 2022

En Perú, 28 de Julio, Fiestas Patrias, Nuestra Señora de la Paz

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Virgen María, Nuestra Señora de la Paz
La Santísima Virgen María, Nuestra Señora de la Paz

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Misa de la Virgen María, Reina de la Paz.  Fiesta en el Perú, 

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ANTÍFONA DE ENTRADA

Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado, y es su nombre «Príncipe de la paz».

ORACIÓN COLECTA

Dios nuestro, que por medio de tu Hijo Unigénito otorgas paz a los hombres, por intercesión de la Bienaventurada siempre Virgen María, concede a nuestro tiempo la tranquilidad deseada, para que formemos una sola familia en la paz y permanezcamos unidos en el amor fraterno. Por Nuestro Señor Jesucristo.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Te ofrecemos, Señor, este sacrificio de expiación, al celebrar la memoria de la santísima Virgen María, Reina de la paz, y pedimos para tu familia los dones de la unidad y de la paz. Por nuestro Señor Jesucristo…

ANTÍFONA DE COMUNIÓN

La Virgen engendró al Dios y hombre, Dios nos devolvió la paz, reconciliando consigo el cielo y la tierra.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Concédenos, Señor, tu Espíritu de caridad, para que, alimentados con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, en esta conmemoración de la Virgen María, Reina de la Paz, cultivemos eficazmente entre nosotros la paz que él nos dio. Por Jesucristo, nuestro Señor.

LITURGIA DE LA PALABRA

LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 9,1-3. 5-6

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia. Como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.

Porque la vara del opresor, el yugo de su carga, y el bastón de su hombro los quebrantaste como el día de Madián. Porque un niño nos ha nacido un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: «Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo. Príncipe de la paz».

Para dilatar el principado con una paz sin límites, sobre el trono de David y sobre su reino. Para sostenerlo y consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora y por siempre. El celo del Señor de los ejércitos lo realizará. (Palabra de Dios)

SALMO RESPONSORIAL. SAL. 84

R. El Señor anuncia la paz al pueblo.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

Antífona Aleluya Cf. Lc 1, 28

Alégrate María, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita tú eres entre las mujeres.

EVANGELIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 1, 26-38

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando es su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.

El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin.” Y María dijo al ángel: «¡Cómo será eso pues no conozco a varón?»

El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo; y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».

María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel. (Palabra del Señor)

PLEGARIA UNIVERSAL

INVITATORIO: Al celebrar hoy la festividad de nuestra Madre, bajo el título de Reina de la Paz, oremos por su intercesión a Dios Padre todopoderoso. Y digámosle…

ORACION DE LOS FIELES

1. Para que el Hijo de Dios, que se hizo hombre en el seno de una Virgen humilde y obediente, conceda a los fieles imitar a aquélla que complació con su humildad al Señor, y a nosotros nos ayudó con su obediencia, roguemos al Señor.

2. Para que los fieles, a imitación de María, mediten y conserven en su corazón, y anuncien con celo lo que han oído del Hijo de Dios, roguemos al Señor.

3. Por nuestras autoridades, docentes y padres de familia para que, sintiendo la protección y la fortaleza de María, el Espíritu de Dios les permita ejercer sus funciones buscando el bien común en todo el Perú, nuestra Patria querida, roguemos al Señor.

4. Para que el que miró la humillación de María, su esclava, ponga también sus ojos en nuestra debilidad y haga obras grandes en nosotros y a través de nosotros, roguemos al Señor.

5. Por los jóvenes de los diferentes centros educativos de todo el Perú para que, bajo el patrocinio de Nuestra Señora Reina de la Paz, sientan la vocación de servicio a los demás y así construyan la civilización del amor y de la paz. Roguemos al Señor

6. Para que todos nosotros, por la intercesión de Santa María Reina de la Paz, nos amemos no sólo con palabras, sino con obras y de verdad, roguemos al Señor.

ORACIÓN CONCLUSIVA

Oh Dios bondadoso, tu hijo Jesús vino a este mundo para hacer tu voluntad y para dejarnos su paz. Por la intercesión de nuestra Madre y Señora, Reina de la Paz, concédenos sabiduría y humildad a fin de dar a conocer esa paz en el Perú y en el mundo entero. Inspira nuestros pensamientos, palabras y acciones para ser testigos de tu presencia en nuestros corazones. Que el Espíritu Santo nos colme con todas sus gracias y bendiciones, de modo que podamos seguir en el camino que conduce a la paz para toda la humanidad. Te lo pedimos por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén

PREFACIO

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Padre santo, siempre y en todo lugar, y proclamar tu grandeza en esta festividad de la bienaventurada Virgen María. Ella es tu humilde esclava que, al recibir el anuncio del ángel Gabriel, concibió en su seno virginal al Príncipe de la paz, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro.

Ella es la madre fiel que se mantuvo intrépida en pie, junto a la cruz donde el Hijo, para salvarnos, pacificó con su sangre el universo. Ella es la discípula de Cristo, alumna de la paz, que, orando con los apóstoles, esperó la Promesa del Padre, el Espíritu de la paz, de la unidad, de la caridad y del gozo.

Por eso, con todos los ángeles y santos te alabamos proclamando sin cesar: Santo, Santo, Santo…

PLEGARIA EUCARISTICA V/d: La Iglesia, en camino hacia la unidad.

RITO DE CONCLUSIÓN

BENDICIÓN SOLEMNE (pueden inclinarse para recibir la bendición)

– El Dios, que en su providencia amorosa quiso salvar al género humano por el fruto bendito del seno de la Virgen María, los colme de sus bendiciones. R. Amén.

– Que les acompañe siempre la protección de la Virgen, por quien han recibido al Autor de la vida y de la Paz, Cristo el Señor. R. Amén.

– Y a todos ustedes, reunidos hoy para celebrar con devoción esta festividad de nuestra Señora Reina de la Paz, el Señor les conceda la alegría del Espíritu y los bienes de su reino. R. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca siempre. R. Amén

(Despedida: Glorifiquen a Dios con su vida. Pueden ir en paz)


San Pedro y San Pablo en la nueva evangelización

junio 29, 2022

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San Pedro y San Pablo

San Pedro y San Pablo, columnas de la Iglesia católica

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San Pedro y san Pablo, ejemplos de evangelizadores
«Columnas de la Iglesia. Heraldos de la Nueva Evangelización, el testimonio de estos dos grandes apóstoles continúa mostrando al mundo el poder de la gracia de Dios que nos transforma y convierte en faro de luz para nuestros semejantes»

Por Isabel Orellana Vilches

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MADRID, 29 de junio de 2014 (Zenit.org) – No hay figuras más destacadas que estos apóstoles para ilustrar la fecha de hoy en un santoral. Los Santos Padres los han considerado dos columnas sobre las que descansa la Iglesia.

Continúan interpelando al hombre de hoy, alumbrando a quien se propone unirse con la Santísima Trinidad.

Un océano de amor vería el Maestro en los ojos del humilde pescador de Betsaida para erigir sobre él la Iglesia. Tras la rudeza de sus manos y rostro curtidos en el mar apreciaría un tierno corazón refulgiendo en su mirada.

Impetuoso, impulsivo, imprevisible e incluso contestatario cuando atendía a la escueta razón, y se le paralizaba el pulso al sospechar la pérdida de su Maestro por ignorar todavía el trasfondo mesiánico albergado en sus palabras, el apóstol era una piedra preciosa a la espera de ser tallada, un hombre de raza, pura pasión…

Se ha tendido a subrayar la debilidad que Pedro mostró tras el prendimiento de Cristo, relegando a un segundo plano la globalidad de sus edificantes gestos que sostuvieron a la Iglesia hasta derramar su sangre. Fue pronto en el seguimiento; se anticipó a la petición de lo que se considera legítimo, como es la familia.

En ello se asemejaba al resto de los apóstoles, ciertamente, pero Cristo se fijó en él de forma especial. Al conocerle, le saludó por su nombre: «Tú eres Simón…» y le dio otro apelativo, el de Cefas. Todo un símbolo, una señal; le proporcionó nueva identidad y ésta incluía el cambio sustantivo para su vida.

El llamamiento personal continúa teniendo este signo para nosotros; exige una transformación, como devela el evangelio que le sucedió a Pedro.

Él se aventuró a responder al Maestro en nombre de los apóstoles desde lo más hondo del corazón, de forma inspirada, rotunda. Había resonado en su interior la voz divina y lo reconoció como Mesías: una auténtica y explícita profesión de fe. Es obvio que no podemos confesar a Dios si no lo entrañamos.

Por ese acto, Cristo lo denominó «bienaventurado», edificando sobre él su Iglesia al instante. Es verdad que vaciló y se dejó llevar por sus temores desoyendo la advertencia del Maestro, sin tomar conciencia de la fatalidad en la que incurriría; por eso no puso coto a tiempo a su flaqueza, sucumbió y lo negó.

Pero de la radicalidad de su posterior respuesta, que vino envuelta en amargas lágrimas, se extraen incontables lecciones, teniendo como trasfondo la misericordia y el perdón divino. Toda debilidad, sea del orden que sea, es susceptible de modificación, porque contamos con la gracia para renacer día tras día.

Pedro protagonizó uno de los instantes más tiernos del evangelio, cuando Cristo le preguntó tres veces si le amaba. Con ese consuelo en su corazón aglutinó a los apóstoles, anunció la Palabra, sufrió cárcel, conmovió a las gentes sorprendidas de que un galileo hablase con tanta fuerza, afrontó las dificultades surgidas en las comunidades, hizo milagros…; en suma, amó hasta la saciedad.

Estaba al frente de todos, junto a María, cuando recibieron el Espíritu Santo. Apresado durante la persecución de Nerón en el año 64, a punto de ser ajusticiado en la cruz, sintiéndose indigno de morir como Cristo, pidió que le crucificaran boca abajo.

A su vez, Pablo, el más grande misionero que ha existido sobre la faz de la tierra, es un ejemplo vivo de lo que significa el compromiso personal en el seguimiento de Cristo testificando la Palabra con independencia del humano sentir, del «temor» y del «temblor» que se pueda experimentar.

No fue miembro de la primera comunidad, pero su admirable impronta apostólica nada tiene que envidiar a la de los Doce.

Judío, originario de Tarso, nació entre los años 5-10 d.C. Formado bajo la tutela del prestigioso Gamaliel en Jerusalén, al conocer la existencia de los seguidores de Cristo, considerados como una secta, se propuso luchar contra ella descargando toda su fuerza.

Si su trayectoria anterior a la conversión fue la de un celoso defensor del ideal en el que creía, ese que le indujo a actuar fieramente, después de haber quedado cegado por la luz del Altísimo camino de Damasco, no le faltaron arrestos para anunciar el evangelio; en su pecho albergaba un volcán de pasión.

Este infatigable apóstol de los gentiles, precursor de la Nueva Evangelización, nos enseña a difundir la Palabra a los alejados de la fe y no solo a los creyentes; hacerlo a tiempo y a destiempo en los paraninfos universitarios o en los suburbios, en ámbitos donde mora la increencia y en los que ya anida la fe.

Nos insta a enriquecer los nuevos areópagos que las presentes circunstancias ofrecen. Él hubiera aprovechado convenientemente los actuales mass media: prensa, radio, televisión, Internet, redes sociales…

Estos recursos puestos al alcance de un apóstol de su talla habrían dado la vuelta al mundo impregnados del amor de Dios.

Dio testimonio de su arrebatadora entrega a Cristo sin ocultar cuántas penalidades atravesó por Él: cárceles, azotes, naufragios, peligros constantes, hambre, sed, frío, falta de abrigo y de descanso, agresiones a manos de salteadores, etc.

A todo ello hemos de estar dispuestos si de verdad queremos seguir a Cristo. Pablo pudo ponerse como ejemplo, con tanta modestia y libertad en el amor, porque ya no vivía en sí mismo; era Cristo quien estaba en él, de quien provenía su fuerza y su gloria; Él le confortaba.

Viajó incansablemente, venció la resistencia de ciudades dominadas por la idolatría y de los que quisieron doblegarle, superó reticencias de sus propios hermanos, y convirtió a indecibles con su vida, palabra, milagros y prodigios.

Ansiaba tanto llegar a la meta, que luchaba para que después de haberla predicado, no fueran otros los que la conquistaran quedándose rezagado en el camino. Libró perfectamente su combate, corrió hasta el fin, firme en la fe. Todo lo consideró basura con tal de ganar a Cristo, gastándose y desgastándose por Él.

Constituye un ejemplo incuestionable para nuestra vida. Coronó la suya entregándola bajo el golpe de espada que le asestaron en la Vía del Mar hacia el año 67.


Maná y Vivencias Cuaresmales (28), 29.3.22

marzo 29, 2022

Martes de la 4ª semana de Cuaresma

 

Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida
Todos los seres vivos, que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida.


Antífona de entrada: Isaías 55, 1

Todos los que tenéis sed, venid a beber agua; los que no tenéis dinero, venid, y de balde adquirid trigo, y comed; sin pagar nada, adquirid vino y leche.

Oración colecta

Te pedimos, Señor, que las prácticas santas de esta Cuaresma dispongan el corazón de tus fieles para celebrar dignamente el misterio pascual y anunciar a todos los hombres la grandeza de tu salvación. Por nuestro Señor Jesucristo.

PRIMERA LECTURA: Ezequiel 47, 1-9.12

En aquellos días, el ángel me hizo volver a la entrada del templo. Del zaguán del templo manaba agua hacia levante –el templo miraba a levante–.

El agua iba bajando por el lado derecho del templo, al mediodía del altar. Me sacó por la puerta septentrional y me llevó a la puerta exterior que mira a levante. El agua iba corriendo por el lado derecho.

El hombre que llevaba el cordel en la mano salió hacia levante. Midió mil codos y me hizo atravesar las aguas: ¡agua hasta los tobillos! Midió otros mil y me hizo cruzar las aguas:¡agua hasta las rodillas! Midió otros mil y me hizo pasar: ¡agua hasta la cintura! Midió otros mil.

Era un torrente que no pude cruzar, pues habían crecido las aguas y no se hacía pie; era un torrente que no se podía vadear.

Me dijo entonces: «¿Has visto, hijo de Adán?» A la vuelta me condujo por la orilla del torrente. Al regresar, vi a la orilla del río una gran arboleda en sus dos márgenes.

«Estas aguas fluyen hacia la comarca levantina, bajarán hasta la estepa, desembocarán en el mar de las aguas salobres, y lo sanearán. Todos los seres vivos que bullan allí donde desemboque la corriente, tendrán vida; y habrá peces en abundancia. Al desembocar allí estas aguas, quedará saneado el mar y habrá vida dondequiera que llegue la corriente.

A la vera del río, en sus dos riberas, crecerán toda clase de frutales; no se marchitarán sus hojas ni sus frutos se acabarán; darán cosecha nueva cada luna, porque los riegan aguas que manan del santuario; su fruto será comestible y sus hojas medicinales.»

 

SALMO 45, 2-3.5-6.8-9

El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob.

Dios es nuestro refugio y nuestra fuerza, poderoso defensor en el peligro. Por eso no tememos aunque tiemble la tierra, y los montes se desplomen en el mar.

El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, el Altísimo consagra su morada. Teniendo a Dios en medio, no vacila; Dios la socorre al despuntar la aurora.

El Señor de los ejércitos está con nosotros, nuestro alcázar es el Dios de Jacob. Venid a ver las obras del Señor, las maravillas que hace en la tierra.

 

Aclamación antes del Evangelio: Salmo 50, 12.14

Crea en mí, Señor, un corazón puro y devuélveme tu salvación, que regocija.

 

EVANGELIO: Juan 5, 1-3.5-16

En aquel tiempo, se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las ovejas, una piscina que llaman en hebreo Betesda.

Ésta tiene cinco soportales, y allí estaban echados muchos enfermos, ciegos, cojos, paralíticos. Estaba también allí un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo.

Jesús, al verlo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: «¿Quieres quedar sano?»

El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se remueve el agua; para cuando llego yo, otro se me adelantado.»
Jesús le dice: «Levántate, toma tu camilla y echa a andar.»

Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.
Aquel día era sábado, y los judíos dijeron al hombre que había quedado sano: «Hoy es sábado, y no se puede llevar la camilla.»

Él les contestó: «El que me ha curado es quien me ha dicho: Toma tu camilla y echa a andar.»

Ellos le preguntaron: «¿Quién es el que te ha dicho que tomes la camilla y eches a andar?»

Pero el que había quedado sano no sabía quién era, porque Jesús, aprovechando el barullo de aquel sitio, se había alejado.

Más tarde lo encuentra Jesús en el templo y le dice: «Mira, has quedado sano; no peques más, no sea que te ocurra algo peor.»

Se marchó aquel hombre y dijo a los judíos que era Jesús quien lo había sanado. Por esto los judíos acosaban a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.

 

Antífona de comunión: Salmo 22, 1-2

El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.

VIVENCIAS CUARESMALES

 

¿Quieres quedar sano?



28.- MARTES

CUARTA SEMANA DE CUARESMA

 

 

TEMA.- El baño del Bautismo. Las aguas de la vida brotaban del lado derecho del templo de Dios. Un soldado abrió el costado de Jesús, y al punto salió agua y sangre.

La antífona de entrada nos ayuda a reconocer que esa vida nueva que llega a nosotros por la fe no está dependiendo de nuestros merecimientos. Así se activa más la oración de alabanza porque Dios sabe que esa oración es la que mejor le permite actuar en el hombre, pues le deja a éste más despojado de sí mismo. El hombre viejo queda más relegado y también sus malas obras.

Oíd, sedientos todos, acudid por agua también los que no tenéis dinero (Is 55, 1). No os preocupéis si no tenéis con qué comprar el agua de la vida, venid y tomadla de balde, pues yo la doy gratuitamente.

No pretendáis merecerla, comprarla, porque os haríais despreciables, ya que no tiene precio, sólo se puede agradecer y desear con toda el alma, con todo el vigor de la fe, una fe creadora, que provoca el poder de Dios a favor del hombre.

Oremos: Señor, glorifícate en mi vida y haz en mí, o mejor dicho, haz de mí lo que quieras; sea lo que sea, te doy las gracias. Amén, amén.

Ezequiel 47, 1-9-12: Las aguas que salen del templo son expresión de la vida divina que debe llegar a cada hombre y a todas las áreas de su ser.

Esas aguas forman un estero, un río de agua viva que sanará y vivificará todo lo que alcance, allá adonde llegue el agua habrá peces en abundancia, las riberas del río serán pobladas por árboles frondosos y fecundos, frutales; no se les caerá la hoja ni les faltarán los frutos, sus hojas servirán de medicina y sus frutos de comida.

El agua expresa el poder de Dios que irrumpe en el hombre y le capacita para obrar según Dios, y a la vez le impulsa para dar frutos en abundancia. Esa agua vivificadora para nosotros es el agua del bautismo.

Ahora en la Cuaresma, tratamos de reasumir aquella fuerza de Dios que se nos entregó como germen divino de una vez por todas en el bautismo; ese germen es capaz de transformarnos totalmente, de convertirnos en hijos de Dios, llenos de gracia y santidad.

Sin embargo, nosotros no hemos colaborado con Dios para permitirle inundar de agua viva nuestras vidas. Son muchos los prejuicios y esclavitudes del hombre viejo que nos tienen paralizados y que nos impiden arrojarnos a la piscina sanadora, a Cristo mismo.

Atención, hermano, hermana: En cada Cuaresma, Cristo sigue pasando a tu lado como al lado del enfermo que llevaba postrado treinta y ocho años esperando la curación. Dichoso tú si no lo dejas pasar de largo, si lo reconoces y le clamas curación.

Cristo en cada Cuaresma pasa a nuestro lado, se detiene ante nosotros, siente lástima de nosotros por la situación en que nos encuentra, y nos pregunta a cada uno en particular: ¿Quieres sanar?

Felices nosotros si nos sentimos enfermos, débiles y desdichados, pero no desesperados. Porque él ha venido por los pecadores y los enfermos. Pues los sanos no necesitan médico. ¿Reconoces que estás enfermo? ¿Quieres confesar tu debilidad? ¿Quieres sanar de una vez por todas?

No te excuses ante esa invitación de Cristo. Pues nunca estarás del todo liberado ni sanado. Aún puedes vivir mejor la libertad y la plenitud de vida que te ofrece Cristo. Pídesela y dile que tenga misericordia de ti, que no pase de largo, por favor.

Oremos con todo el sentimiento: «Señor, no tengo a nadie que me meta a la piscina cuando se mueve el agua».

Escuchemos el milagro realizado por Jesús.- Jesús, al ver al hombre enfermo echado, y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo, le dice: ¿Quieres quedar sano? El enfermo le contestó: Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina.

Jesús le dice: Levántate, toma tu camilla y echa a andar. Y al momento el hombre quedó sano, tomó su camilla y echó a andar.

La piscina de Betsaida estaba dedicada al dios pagano Esculapio. El enfermo judío que acudía a ese lugar estaba cometiendo el pecado de buscar salvación fuera de Israel. Por eso llevaba ya treinta y ocho años, y no tenía a nadie que le ayudara.

Jesús se fue a ese lugar “sospechoso” para todo judío ortodoxo. Fue a buscar al pecador, sin que por ello aprobase lo que la gente creía. Jesús se interesa por el enfermo, y le pregunta. Le da la oportunidad de pronunciarse, de reconocer su impotencia. Además, todo esto Jesús lo hace en sábado, incluida la curación.

Los judíos descansan en sábado y quieren que Dios mismo también descanse y que no salve ese día a los hombres necesitados. Jesús justifica su actuación en sábado porque imita a su Padre que siempre actúa a favor de los hombres, y que, por tanto, también trabaja en día sábado, es decir, que no quiere que nadie se pierda. Y todos los días son apropiados y óptimos para esa liberación.

Su voluntad salvífica está por encima de todas las prescripciones humanas. Jesús se manifiesta en el templo de Dios, su Padre, no en la piscina. Y le invita al judío sanado a que no vuelva a pecar.

Por tu parte, hermano, vuélvete al Señor de tu justicia. No sigas buscando salvación en la curandería, en los horóscopos, en las sectas, en la violencia, en la marginación, en el desenfreno, la droga o el alcohol, en una vida al margen de Dios o contra Dios…

Vuélvete al Señor tu Dios en esta Cuaresma, recupera o revive lo que se te dio con el agua regeneradora del bautismo, y goza de una nueva efusión del Espíritu en ti; y no te eches atrás, no pierdas la libertad que te da Cristo, no sea que te suceda algo peor.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN: «Purifícanos, Señor, y renuévanos de tal modo con tus sacramentos que también nuestro cuerpo encuentre medios y fuerzas para la vida presente y el germen de su vida inmortal».

 

 

De los sermones de san León Magno, papa

Contemplación de la pasión del Señor

El verdadero venerador de la pasión del Señor tiene que contemplar de tal manera, con la mirada del corazón, a Jesús crucificado, que reconozca en él su propia carne.

Toda la tierra ha de estremecerse ante el suplicio del Redentor: las mentes infieles, duras como la piedra, han de romperse, y los que están en los sepulcros, quebradas las losas que los encierran, han de salir de sus moradas mortuorias.

Que se aparezcan también ahora en la ciudad santa, eso es, en la Iglesia de Dios, como un anuncio de la resurrección futura, y lo que un día ha de realizarse en los cuerpos efectúese ya ahora en los corazones.

A ninguno de los pecadores se le niega su parte en la cruz, ni existe nadie a quien no auxilie la oración de Cristo. Si ayudó incluso a sus verdugos, ¿cómo no va a beneficiar a los que se convierten a él?

Se eliminó la ignorancia, se suavizaron las dificultades, y la sangre de Cristo suprimió aquella espada de fuego que impedía la entrada en el paraíso de la vida. La oscuridad de la vieja noche cedió ante la luz verdadera.

Se invita a todo el pueblo cristiano a disfrutar de las riquezas del paraíso, y a todos los bautizados se les abre la posibilidad de regresar a la patria perdida, a no ser que alguien se cierre a sí mismo aquel camino que quedó abierto, incluso, ante la fe del ladrón arrepentido.

No dejemos, por tanto, que las preocupaciones y la soberbia de la vida presente se apoderen de nosotros, de modo que renunciemos al empeño de conformarnos a nuestro Redentor, a través de sus ejemplos, con todo el impulso de nuestro corazón.

Porque no dejó de hacer ni sufrir nada que fuera útil para nuestra salvación, para que la virtud que residía en la cabeza residiera también en el cuerpo.

Y, en primer lugar, el hecho de que Dios acogiera nuestra condición humana cuando la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, ¿a quién excluyó de su misericordia, sino al infiel? ¿Y quién no tiene una naturaleza común con Cristo, con tal de que acoja al que a su vez lo ha asumido a él, puesto que fue regenerado por el mismo Espíritu por el que él fue concebido?

Y además, ¿quién no reconocerá en él sus propias debilidades? ¿Quién dejará de advertir que el hecho de tomar aliento, buscar el descanso y el sueño, experimentar la solicitud de la tristeza y las lágrimas de la compasión es fruto de la condición humana del Señor?

Y como, desde antiguo, la condición humana esperaba ser sanada de sus heridas y purificada de sus pecados, el que era unigénito Hijo de Dios quiso hacerse también hijo de hombre, para que no le faltara ni la realidad de la naturaleza humana ni la plenitud de la naturaleza divina.

Nuestro es lo que, por tres días yació exánime en el sepulcro y, al tercer día resucitó; lo que ascendió sobre todas las alturas de los cielos hasta la diestra de la majestad paterna: para que también nosotros, si caminamos tras sus mandatos y no nos avergonzamos de reconocer lo que, en la humildad del cuerpo, tiene que ver con nuestra salvación, seamos llevados hasta la compañía de su gloria; puesto que habrá de cumplirse lo que manifiestamente proclamó:

Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo (Sermón 15 sobre la pasión del Señor, 3-4: PL 54, 366-367).


Las tres reglas fundamentales para los lectores en la misa

enero 13, 2022

Las tres reglas fundamentales para los lectores en la misa

Las tres reglas fundamentales para los lectores en la misa

El liturgista italiano Enrico Finotti responde a una lectora de Aleteia

Un lector escribe: “Quisiera saber si hay indicaciones precisas dictadas por el magisterio o simplemente por la tradición que expliquen cómo se debe comportar un lector durante la misa. Las lecturas del día y los salmos no deben ser leídos, sino anunciados. ¿Podrían hacer un pequeño elenco de los “errores” más comunes? Por ejemplo, a veces oigo decir como conclusión de una lectura “Es palabra de Dios” en lugar de “palabra de Dios”. Y también, hay quien pone mucho énfasis en leer, a menudo cambiando fuertemente el tono de voz en los diálogos directos… Hay quien levanta la mirada a los bancos y quien en cambio nunca alza los ojos y los tiene fijos en el texto. Gracias”.

El liturgista Enrico Finotti explica: “La Palabra de Dios en la celebración litúrgica debe ser proclamada con sencillez y autenticidad. El lector, en resumen, debe ser él mismo y proclamar la Palabra sin artificios inútiles. De hecho, una regla importante para la dignidad misma de la liturgia es la de la verdad del signo, que afecta a todo: los ministros, los símbolos, los gestos, los ornamentos y el ambiente”.

Dicho esto, prosigue Finotti, “es también necesario solicitar la formación del lector, que se extiende a tres aspectos fundamentales”.

1. La formación bíblico-litúrgica

“El lector debe tener al menos un conocimiento mínimo de la Sagrada Escritura: estructura, composición, número y nombre de los libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testamento, sus principales géneros literarios (histórico, poético, profético, sapiencial, etc.). Quien sube al ambón debe saber lo que va a hacer y qué tipo de texto va a proclamar.

Además, debe tener una suficiente preparación litúrgica, distinguiendo los ritos y sus partes y sabiendo el significado del propio papel ministerial en el contexto de la liturgia de la palabra.

Al lector corresponde no sólo la proclamación de las lecturas bíblicas, sino también la de las intenciones de la oración universal y otras partes que le son señaladas en los diversos ritos litúrgicos”.

2. La preparación técnica

El lector debe saber cómo acceder y estar en el ambón, cómo usar el micrófono, cómo usar el leccionario, cómo pronunciar los diversos nombres y términos bíblicos, de qué modo proclamar los textos, evitando una lectura apagada o demasiado enfática.

Debe tener clara conciencia de que ejerce un ministerio público ante la asamblea litúrgica: su proclamación por tanto debe ser oída por todos (todo oyente, incluido el más alejado dentro de la iglesia, debe escuchar con facilidad y hasta con gusto, sin apenas esforzarse).

El Verbum Domini con el que termina cada lectura no es una constatación (Esta es la Palabra de Dios), sino una aclamación llena de asombro, que debe suscitar la respuesta agradecida de toda la asamblea (Deo gratias; ¡Te alabamos, Señor!).

3. La formación espiritual

La Iglesia no encarga a actores externos el anuncio de la Palabra de Dios, sino que confía este ministerio a sus fieles, en cuanto que todo servicio a la Iglesia debe proceder de la fe y alimentarla.

El lector, por tanto, debe procurar cuidar la vida interior de la gracia y predisponerse con espíritu de oración y mirada de fe.

Esta dimensión edifica al pueblo cristiano, que ve en el lector un testigo de la Palabra que proclama. Esta, aunque es eficaz por sí misma, adquiere también, de la santidad de quien la transmite, un esplendor singular y un misterioso atractivo.

Del cuidado de la propia vida interior del lector, además que del buen sentido, dependen también la propiedad de sus gestos, de su mirada, del vestido y del peinado.

El ministerio del lector implica una vida pública conforme a los mandamientos de Dios y las leyes de la Iglesia.

Leer en misa es un honor, no un derecho

Esta triple preparación, precisa el liturgista Enrico, “debería constituir una iniciación previa a la asunción de los lectores, pero después debería seguir siendo permanente, para que no se relajen las costumbres. Esto vale para los ministros de cualquier grado y orden.

Será finalmente muy útil para él mismo y para la comunidad que todo lector tenga el valor de verificar si siguen estando en él todas estas cualidades, y si disminuyeran, saber renunciar con honradez.

Realizar este ministerio es ciertamente un “honor” y en la Iglesia siempre se ha considerado así.

Sin embargo, concluye Enrico, no se puede acceder a él a toda cosa, ni debe ser considerado un derecho, sino un servicio en pro de la asamblea litúrgica, que no puede ser ejercido sin las debidas capacitaciones, por el honor de Dios, el respeto a su pueblo y la eficacia misma de la liturgia.

Las tres reglas fundamentales para los lectores en la misa


La Eucaristía: Abre al futuro de Dios

agosto 8, 2021

La Eucaristía es la cumbre, aquí abajo, de la alianza de amor entre Dios y su pueblo: signo y fuente de alegría cristiana, preparación para la fiesta eterna.

 

La Eucaristía: Abre al futuro de Dios – Catequesis sobre la Eucaristía

Audiencia General, S.S. Juan Pablo II – 25 de octubre, 2000

1. «En la liturgia terrena pregustamos y participamos en la liturgia celeste» (Sacrosanctum Concilium, 8; cf. Gaudium et spes, 38). Estas palabras tan claras y esenciales del concilio Vaticano II nos presentan una dimensión fundamental de la Eucaristía: es «futurae gloriae pignus», prenda de la gloria futura, según una hermosa expresión de la tradición cristiana (cf. Sacrosanctum Concilium, 47).

«Este sacramento -afirma santo Tomás de Aquino- no nos introduce inmediatamente en la gloria, pero nos da la fuerza para llegar a la gloria, y por eso se le llama «viático»» (Summa Theol., III, 79, 2, ad 1).

La comunión con Cristo que vivimos ahora mientras somos peregrinos y caminantes por las sendas de la historia anticipa el encuentro supremo del día en que «seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es» (1 Jn 3, 2).

Elías, que, caminando por el desierto, se sienta sin fuerzas bajo una retama y es fortalecido por un pan misterioso hasta llegar a la cumbre del encuentro con Dios (cf. 1 R 19, 1-8) es un símbolo tradicional del itinerario de los fieles, que en el pan eucarístico encuentran la fuerza para caminar hacia la meta luminosa de la ciudad santa.

2. También este es el sentido profundo del maná dado por Dios en las estepas del Sinaí, «pan de los ángeles», que podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los gustos, manifestación de la dulzura de Dios para con sus hijos (cf. Sb 16, 20-21).

Cristo mismo pondrá de relieve este significado espiritual del evento del Éxodo. Es él quien nos hace gustar en la Eucaristía el doble sabor de pan del peregrino y de alimento de la plenitud mesiánica en la eternidad (cf. Is 25, 6).

Utilizando una expresión dedicada a la liturgia sabática judía, la Eucaristía es «gustar la eternidad en el tiempo» (A. J. Heschel).

Como Cristo vivió en la carne permaneciendo en la gloria de Hijo de Dios, así la Eucaristía es presencia divina y trascendente, comunión con lo eterno, signo de la «compenetración de la ciudad terrena y la ciudad celeste» (Gaudium et spes, 40).

Por su naturaleza, la Eucaristía, memorial de la Pascua de Cristo, introduce lo eterno y lo infinito en la historia humana.

3. Las palabras que Jesús pronuncia sobre el cáliz del vino en la última Cena (cf. Lc 22, 20; 1 Co 11, 25) ilustran este aspecto que abre la Eucaristía al futuro de Dios, aun dejándola anclada en la realidad presente. San Marcos y san Mateo evocan en esas mismas palabras la alianza en la sangre de los sacrificios del Sinaí (cf. Mc 14, 24; Mt 26, 28; Ex 24, 8).

San Lucas y san Pablo, por el contrario, revelan el cumplimiento de la «nueva alianza» anunciada por el profeta Jeremías: «He aquí que vienen días -oráculo de Yahveh- en que yo pactaré con la casa de Israel, y con la casa de Judá, una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres» (Jr 31, 31-32).

En efecto, Jesús declara: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre». «Nuevo», en lengua bíblica, indica generalmente progreso, perfección definitiva.

Son también san Lucas y san Pablo quienes subrayan que la Eucaristía es anticipación del horizonte de luz gloriosa propia del reino de Dios.

Antes de la última Cena, Jesús declara: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el reino de Dios. Y, tomando el cáliz, dadas las gracias, dijo: Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el reino de Dios» (Lc 22, 15-18).

También san Pablo recuerda explícitamente que la cena eucarística está orientada hacia la última venida del Señor: «Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga» (1 Co 11, 26).

4. El cuarto evangelista, san Juan, destaca esta orientación de la Eucaristía hacia la plenitud del reino de Dios dentro del célebre discurso sobre el «pan de vida» que Jesús pronuncia en la sinagoga de Cafarnaúm. El símbolo que utiliza como punto de referencia bíblico es, como ya hemos mencionado, el del maná dado por Dios a Israel peregrino en el desierto.

A propósito de la Eucaristía Jesús afirma solemnemente: «Si uno come de este pan, vivirá para siempre (…). El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día (…). Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre» (Jn 6, 51. 54. 58).

La «vida eterna», en el lenguaje del cuarto evangelio, es la misma vida divina que rebasa las fronteras del tiempo. La Eucaristía, al ser comunión con Cristo, es también participación en la vida de Dios, que es eterna y vence la muerte.

Por eso Jesús declara: «Esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día» (Jn 6, 39-40).

5. Desde esta perspectiva, como decía sugestivamente un teólogo ruso, Sergej Bulgakov, «la liturgia es el cielo en la tierra».

Por eso, en la carta apostólica Dies Domini, recogiendo palabras de Pablo VI, exhorté a los cristianos a no abandonar «este encuentro, este banquete que Cristo nos prepara con su amor. ¡Que la participación sea muy digna y festiva a la vez! Cristo, crucificado y glorificado, viene en medio de sus discípulos para conducirlos juntos a la renovación de su resurrección. Es la cumbre, aquí abajo, de la alianza de amor entre Dios y su pueblo: signo y fuente de alegría cristiana, preparación para la fiesta eterna» (n. 58; cf. Gaudete in Domino, conclusión).

Oraciones a la Eucaristía:

https://www.aciprensa.com/Oracion/papa8.htm