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Imagen del Señor de los Milagros y la Cofradía con hábito morado, color característico del Nazareno
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NOVENA TRINITARIA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS, Día 1, 14 de oct. 2023
Con reflexiones y oraciones sobre la Santísima Trinidad
- Señal de la cruz
Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor Dios nuestro; en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
- Acto de contrición
Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante ustedes, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión; por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa.
Por eso ruego a santa María, siempre virgen, a los Ángeles, a los Santos y a ustedes, hermanos, que intercedan por mí ante Dios, nuestro Señor.
- Oración preparatoria para todos los días: Postrados ante el Señor de los Milagros. Adoración y petición.
Señor de los Milagros, me postro a tus pies y te reconozco como mi Salvador y mi Dios. Te adoro y te pido la gracia de hacer devotamente esta Novena en tu honor.
Te doy gracias, Señor Jesús, porque tú bajaste del cielo y viniste al mundo para demostrarnos cuánto nos ama el Padre, el Dios invisible. Divino Jesús, tú sabías que el Padre desea que todos sus hijos se salven y tengan vida en abundancia.
Por eso, te ofreciste al Padre voluntariamente para venir al mundo y cumplir la misión de Mesías y Salvador del pueblo elegido Israel, y después de todos los hombres. Eso fue lo que más te gustó, Señor Jesús. Nadie te obligó, a no ser tu amor incondicional a tu Padre Dios, y por él y en él, a todo nosotros, los seres humanos de todos los tiempos.
Señor Jesús, desde lo más íntimo de mi corazón te agradezco que te encarnaras y te hicieras hombre como uno de nosotros, igual en todo a nosotros, menos en el pecado. Te reconozco como mi Señor y mi Dios y quedo admirado y seducido por tu generosidad y tu solidaridad con los hombres, por tu libertad y nobleza, Señor Jesús.
Señor de los Milagros, mi Redentor, te bendigo y te alabo por tu bondad y tierna compasión hacia todos los hombres. Tú eres el puente entre Dios y los hombres. A través de ti, Señor Jesús, todos tenemos acceso seguro y directo al Padre Dios.
Por eso, Padre Santo, yo me postro rendido en tu presencia, te adoro y te bendigo pues tú eres digno de toda bendición en el cielo y en la tierra. A ti la gloria y el poder porque gobiernas el mundo con sabiduría y misericordia. Tú eres el Creador, el Amo y Señor: Todo está en tus manos y nada está perdido.
Gracias, Padre, por enviarnos a tu propio Hijo y también al Espíritu Santo derramado en nuestros corazones. Este Espíritu nos conduce a la Verdad total que nos trajo Jesucristo. El Espíritu Santo habla y susurra con suavidad y poder persuasivo a nuestro espíritu asegurándonos delicadamente que somos hijos amados del Padre y hermanos entrañables de Cristo. Él nos hace clamar: ¡Abba, Padre! Y también: ¡Jesús vive y es Señor!
Por eso, Padre de bondad, como hijos tuyos queridos, pues lo somos de verdad en tu Hijo bendito, te pedimos que nos envíes el Espíritu, y lo derrames copiosamente en nuestros corazones. Ven, pues, Espíritu Santo, y llénanos del amor del Padre y del Hijo. Ven, dulce huésped del alma. Ven, Padre amoroso del pobre, y no pases de largo, esta vez, ante nosotros en esta Novena que estamos rezando con toda devoción.
Graba en nosotros, Espíritu divino, la huella de la santa unción que nos dé fe, vida y salud de cuerpo y alma. Queremos que esta novena sea especial para todos y cada uno de nosotros. No pases de largo, quédate con nosotros, dentro de nosotros.
Finalmente, te pedimos, Espíritu Vivificador, que durante estos días podamos saborear el amor personal e incondicional del Padre Dios y la dulzura inefable de su bendito hijo Jesucristo, el Señor de los Milagros. Así quedaremos marcados con la santa unción trinitaria, para alabanza de su gloria. Amén.
- Consideraciones bíblico-teológicas para cada día de la Novena:
DÍA PRIMERO: El Cuadro del Señor de los Milagros y el misterio de la Santísima Trinidad.
- El cuadro, la pintura
La representación del Crucificado de las Nazarenas de Lima es conocida como el Señor de los Milagros. Originalmente fue una pintura realizada en el paño de una pared de barro en la Lima antigua, colonial. La tradición nos habla de que aquella representación era venerada por una comunidad de fieles de gente de color.
Hubo un terremoto y se cree que milagrosamente la pared donde estaba pintado el Crucificado no sufrió daño alguno. Por eso, comenzó a ser llamado y conocido como el “Señor de los Milagros”.
La pintura del cuadro refleja la manera habitual como los artistas e imagineros religiosos solían representar al Crucificado: La visión de conjunto del cuadro como tal, la distribución de las figuras y objetos, la composición de la escena, los gestos y expresiones de los personajes, la primacía de la finalidad catequética y devocional sobre el mero interés artístico… son los rasgos comunes de este tipo de representaciones cristianas en las iglesias barrocas de la época colonial.
Todo esto nos hace evidente que la figura central es el Crucificado. A su alrededor, sin embargo, descubrimos otros elementos esenciales de la fe cristiana católica, como es –y no podía ser de otra manera- el misterio de la Santísima Trinidad, y de la Iglesia.
En este primer día de la Novena vamos a considerar este misterio central de nuestra fe, reflejado en el Cuadro del Señor de los Milagros: La Trinidad.
En la cúspide del cuadro aparece el Padre Eterno que inspira y afirma todo lo creado y lo gobierna. En su mano sostiene el globo del mundo. Entre la figura central del Crucificado y el Padre está representado el Espíritu en forma de paloma. Estamos, pues, ante el misterio de la Santísima Trinidad.
La teología nos enseña a distinguir la Trinidad inmanente y la Trinidad económica o salvífica. No son dos realidades totalmente distintas y autónomas o independientes, sino la misma y única realidad.
Es el mismo Dios Uno y Trino considerado en su eternidad, hacia dentro de sí, por un lado; y por otro, considerado en su proyección en el espacio y en el tiempo, hacia fuera en la creación y en la historia de la salvación que abarca desde los orígenes del género humano hasta nuestros días.
Los teólogos han conocido y adorado de manera correcta la Trinidad inmanente, cuando no han realizado sus estudios desde un laboratorio teológico, sino desde los datos y las huellas que la Trinidad salvífica nos ha dejado en la historia de la salvación.
Dios se ha revelado para darse a conocer a los hombres y establecer una relación interpersonal y amistosa con ellos. No para satisfacer su curiosidad intelectual, u otros intereses. No es un objeto, es un ser personal que busca libremente relacionarse con nosotros.
San Agustín dice que Dios no nos enseña en su revelación cómo funcionan los cielos –ciencia, astronomía…- sino cómo se va al cielo. Por tanto, a Dios lo conocemos, solo y principalmente, por su actuar en la historia de salvación, no por la pura especulación o mediante la ejecución de ceremonias o ritos. Dios quiere interactuar con nosotros porque es vida, siempre nuevo. No se repite. Es siempre nuevo.
No se le puede domesticar o cosificar. Con él hay que hablar todos los días, no se puede vivir de rentas «cumpliendo con él y despachándolo» para dedicarnos a lo nuestro. No. Dios ha hecho al hombre «religado» o religioso, es decir, siempre dependiente de él, necesitado de él. Todo con él, nada sin él.
O sea que a la Trinidad la conocemos solo en su actuar salvífico en el mundo: en lo que realiza en el interior de los creyentes y en la experiencia religiosa. Sobre todo se ha revelado y actuado en la vida, experiencia y predicación de Jesús de Nazaret, el Cristo. Él es la revelación en persona, el Verbo, la Palabra.
Por tanto, Dios no se ha revelado para satisfacer nuestra curiosidad o para deslumbrarnos, sino que se ha mostrado como un ser vivo y vivificador en su acción salvadora y en su relación espiritual con los creyentes.
De ahí que el cristiano no es el que “sabe” cosas de Dios, sino el que “conoce por experiencia personal y comunitaria” a Dios en el devenir de la historia de la salvación, personal y comunitaria.
El cristianismo no es una ideología o un código de leyes, sino una persona viva: Cristo Jesús que nos lleva al Padre y al Espíritu.
Por eso, afirmamos que nuestro Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. Esto es muy importante y muy actual. Así, podríamos preguntarnos: Si de mi idea sobre Dios y de mi fe religiosa se quitara todo lo que es aprendido o pura información ¿con qué me quedaría? ¿Realmente conozco a Dios por lo que ha hecho en mi vida o está haciendo actualmente en mí? ¿De qué me sirve mi «Dios»?
¿De qué me salva Dios en verdad, aquí y ahora? ¿Lo necesito realmente, es algo vital y necesario para mí? ¿Es algo real y vivo, o es una idea vaga que apenas influye en mi vida?
Al hablar de la Trinidad nuestro lenguaje es necesariamente deficiente y simbólico. En verdad, es mucho más lo que dejamos de “nombrar” o decir sobre Dios, que lo que afirmamos positivamente de Dios; más lo que desconocemos que lo que conocemos realmente, pero no tenemos más remedio que expresarnos así para entendernos, conocer y experimentar la realidad divina, siempre situada “más allá de nosotros”.
Este discurso y esta literatura sobre Dios se conocen como la “teología apofática” o negativa: Porque es más lo que dejamos de decir, que lo que en verdad decimos de Dios y sobre Dios.
Al respecto dirá San Agustín magistralmente: “Si tú me dices que ya lo entiendes, que lo abarcas, que ya lo has encontrado y lo puedes definir…, yo te digo que eso no es Dios”. Él es “siempre más”.
A pesar de esta pobreza y limitación, Dios nos ha comunicado lo suficiente de sí mismo como para conocerlo y relacionarnos con él y ser plenamente felices.
Y debemos seguir hablando de la Trinidad, porque lo que más desea Dios es que nosotros lo conozcamos lo mejor posible y seamos así dichosos y plenos amándolo de corazón y estableciendo con él una relación tan especial que nos lleve a la comunión real y verdadera con la Trinidad, con el Dios verdadero, uno y trino.
Por tanto, si lo que más quiere Dios es dársenos a conocer personalmente, debe de ser relativamente fácil conocer al verdadero Dios lo suficiente como para establecer una relación real, auténtica y plena con él.
Ese conocimiento de la Trinidad tiene que ser algo que está al alcance de todos, no monopolio de personas superdotadas; tiene que ser como el abecé de nuestra fe, lo más elemental y accesible para todos los creyentes.
Nos hace bien remarcar esta cercanía de Dios, porque muchas veces hemos colocado a Dios muy distante de nosotros de manera que llegar a Dios resultaba algo muy difícil, casi imposible de conseguir porque exige mucho esfuerzo de nuestra parte. Es decir, hemos caído frecuentemente en un pelagianismo dañino.
- Consideraciones bíblico-teológicas sobre la Trinidad Inmanente
La teología tradicional, apoyada en la historia de la salvación y en la vida y enseñanzas de Jesús, trata de mostrarnos el inefable misterio de la Santísima Trinidad. En esa línea pretendemos movernos en el desarrollo de esta Novena.
El hombre es un espíritu encarnado o un cuerpo espiritualizado. Conforme. Pero Dios es puro espíritu. A Dios nadie lo ha visto jamás. Solo el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, se ha encarnado, se ha hecho hombre como nosotros. Solo hemos visto y palpado a Jesús, el hijo de María y de José, el hijo del carpintero, el nazareno.
Por él hemos sabido que hay un Dios Padre y un Dios Espíritu. De hecho Jesús se relacionaba con un Ser Superior, trascendente y cercano a la vez, al que llamaba Padre y al que le confiaba permanentemente todos sus afanes.
Se sentía Hijo suyo y su alimento era cumplir en todo su santa voluntad. De junto a él había venido al mundo y a él tenía que volver. El Padre constituía el sentido total de su vida.
A la vez, por Jesús sabemos que hay un Espíritu o Poder de Dios. De hecho Jesús se siente habitado por él: Animado por él, ora al Padre; empujado por él, sale a predicar; amparado en su fuerza, habla con poder y expulsa a los espíritus inmundos, y cura todas las enfermedades.
Es decir, Jesús nos revela la comunidad trinitaria. Dios no es un ser superior autosuficiente y solitario. Dios es comunidad, familia, comunión. No tiene nombre propio, sino relacional o referencial. Dios-padre, Dios-hijo, Dios-espíritu o comunión.
Por tanto, Dios Padre existe porque tan pronto como es Padre y existe como Padre, se da al Hijo y lo engendra. Esencia y existencia son, en Dios, a la vez, simultáneas. Dios Padre existe porque desde siempre tiene un Hijo al que se da totalmente. Si no tuviera un Hijo no existiría, ni como Padre ni como Dios.
Dios Hijo existe porque desde siempre y por siempre tiene un Dios Padre al que se da, obedece, y busca en todo momento y con toda convicción e intencionalidad su gloria. Está total e íntegramente volcado al Padre Dios. Si no fuera así, no existiría ni como Hijo ni como Dios.
La fuerza que hace salir a Dios Padre de sí para engendrar a Dios Hijo y la fuerza que mueve a Dios Hijo para volverse a Dios Padre es el Espíritu Santo.
El abrazo total de Dios Padre y de Dios Hijo desde siempre, eternamente, constituye el Espíritu Santo o Dios comunión, Amor. La comunicación, la comunión y la unión que se da entre ambos es el Espíritu Santo en persona, también Dios.
No son tres dioses sino un solo Dios en tres personas distintas. Son iguales en su dignidad, en la perfección de su esencia y su existencia. Todo les es común menos su relación, hacia adentro de la familia trinitaria, desde toda la eternidad.
El Padre engendra al Hijo. El Hijo es engendrado y el Espíritu es espirado tanto por el Padre como por el Hijo.
Dios Padre no es cualquier padre porque es único, vive desde siempre y no deja nada que huela a paternidad fuera de él: o sea, es un padre tan especial que es Dios: Dios Padre. Por eso, Dios Padre es principio y fuente, realización y culminación de todas las formas posibles de ser padre, de paternidad o maternidad, de dar vida, engendrar…
El Hijo no es cualquier hijo, sino también Dios porque es origen, realización y terminación de todas las formas posibles de ser hijo, de filiación, de obediencia, de pleitesía, de fidelidad…
El Espíritu es también Dios, y no puede haber otro Espíritu, porque origina, realiza y completa toda forma posible de comunidad, de unión, de comunicación, de amor, de vida, de donación, de complementación…
El Padre, el Hijo y el Espíritu son Dios, porque no dejan nada fuera de la paternidad, de la filiación y de la comunión. La Unidad Divina es Trina porque es el inicio, la realización y la plenitud de todas las formas posibles del ser y del existir…
Como el Padre asume todas las formas posibles de ser “padre” sin dejar nada fuera, por eso es “Dios”; y no puede haber más que un “dios” o “padre” y “fuente”. Si hubiera dos “dioses” eso sería una contradicción en sí.
Como el Hijo no deja ninguna filiación “fuera de sí”, por eso es Dios, no hay otro “hijo”. Y como el Espíritu asume toda forma de unión y comunión y no deja nada fuera, por eso es también Dios.
No son tres dioses, sino un único Dios, pero en tres personalidades o formas distintas, para entendernos. El Padre es la Paternidad en persona, el Hijo es la Filiación en persona y el Espíritu es la Comunión o el Amor en persona.
Abundando en lo mismo: El Padre origina, realiza y completa o acaba toda forma de paternidad o maternidad, de dar vida… El Hijo origina, realiza y agota toda forma de filiación, obediencia, fidelidad… El Espíritu hace brotar, realiza y completa toda forma de nexo, comunicación, relación, diálogo, simpatía, comunión, síntesis, inclusión, compenetración, abrazo, empatía…
Estimado lector, es posible que estos razonamientos te resulten un tanto extraños y complicados, pero no te desanimes. Tratamos de acercarnos al misterio de Dios, que es una realidad trascendente a nosotros, pero a la vez «necesariamente asequible» porque toda persona está hecha a imagen y semejanza de este Dios Uno y Trino.
Por eso, tenemos que parecernos a él, y, por tanto seremos capaces de comprender, conocer y gustar las realidades divinas: Necesitamos a Dios, y él se nos hará el encontradizo.
Poco a poco irás sacándole gusto a esta novena porque el Espíritu está ya actuando en tu mente, conforme se lo permites, para que percibas y comprendas; y también actúa en tu corazón para que admires, desees y adores a Dios.
5. Peticiones o plegaria universal
- Dios Padre misericordioso, te damos gracias porque tú eres digno de toda bendición. Haz que te alabemos siempre a través de tu propio Hijo Jesucristo,
Invitación: Roguemos al Señor.
Respuesta: Te lo pedimos, Señor.
- Gracias, Padre santo, porque enviaste a tu Hijo al mundo para salvarnos. Concédenos acoger a tu Hijo como el mayor regalo que nos has dado,
Roguemos al Señor…
- Padre todopoderoso, que todos los hombres reconozcan que tú, con el Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, para que crean, esperen y amen al Dios único y verdadero,
Roguemos al Señor…
- Padre eterno, que a través de tu Hijo has creado todas las cosas y con el Espíritu Santo todo lo gobiernas y diriges, haz que sepamos cuidar del mundo en que vivimos,
Roguemos al Señor…
- Señor de los Milagros, honrado, venerado y adorado por generaciones de peruanos dentro y fuera del territorio patrio, bendice al Perú para que seamos un pueblo próspero y creyente para gloria de Dios Padre en el Espíritu Santo,
Roguemos al Señor…
- Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo, ven a iluminar a todos los que estamos rezando esta novena a fin de que conozcamos mejor el amor del Padre y del Hijo,
Roguemos al Señor…
7. Señor Jesús, te adoramos y te bendecimos porque con tu santa cruz has redimido el mundo. Ayúdanos a colaborar siempre contigo en la salvación de nuestros hermanos para gloria del Padre,
Roguemos al Señor…
8. Pídase y formúlese ante el Señor la gracia específica que se desea obtener en esta Novena
(Pausa en silencio)
Roguemos al Señor…
Padre nuestro, Ave María y Gloria (tres veces).
(Opcional)
Oración de abandono del Bto. Carlos de Foucauld
Extractada de la contemplación del texto: “Padre mío, en tus manos pongo mi espíritu” Lc. 23,46.
Padre mío, me abandono a ti. Haz de mí lo que quieras. Sea lo que sea, te doy las gracias. Lo que hagas de mí te lo agradezco, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo; con tal que tu voluntad se haga en mí y en todas tus criaturas; no deseo nada más, Dios mío.
Pongo mi vida en tus manos.
Te la doy, Dios mío,
con todo el amor de mi corazón,
porque te amo,
y porque para mí amarte es darme,
entregarme en tus manos sin medida,
con infinita confianza,
porque tú eres mi Padre.
6. Oración final para todos los días
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro y te bendigo como mi único Señor y mi Dios. Me postro ante tu divina majestad, Padre Santo, y me rindo totalmente en tu presencia como criatura tuya que soy y también como hijo tuyo en tu bendito Hijo Jesucristo.
Te adoro, mi único Dios y Señor, Trinidad Santa, y te entrego toda mi libertad. Quiero pertenecerte en cuerpo y alma y me consagro íntegramente a tu divina voluntad y misericordia. Te entrego todas mis facultades y pongo ante ti todas mis posibilidades: Deseo hacer siempre tu santa voluntad, pues te confieso como mi único amo y señor.
Quiero andar en tu presencia, Santo Dios Uno y Trino, toda mi vida. No quiero vivir dividido, disperso, y renuncio a toda actitud o conducta que me separe y me aparte de ti.
Padre de bondad infinita, te consagro mi memoria y quiero recordar y considerar siempre lo que tú esperas de mí. Deseo vivir, Padre Santo, según las expectativas, planes y proyectos que, desde toda la eternidad, has acariciado, soñado y pensado sobre mí.
Que nada me distraiga y me aparte de ese proyecto misterioso. Quiero que estés orgulloso de mí como lo estás de tu amado Hijo, Jesús.
A ti, Señor Jesús, Señor de los Milagros, te consagro mi entendimiento y toda mi capacidad de pensar, discurrir y soñar. Tú eres mi sabiduría y mi ciencia. En tu vida narrada en el Evangelio, divino Maestro, quiero aprender todos los secretos y todo el saber. En ti encuentro el sentido más pleno de mi vida y de mi existencia.
No quiero saber ni entender nada fuera de ti. Tú eres mi luz, vida y esperanza. Renuncio a buscar al margen de ti razones para vivir y esperar.
A ti, Espíritu Consolador, te entrego toda mi voluntad. Te consagro toda mi capacidad de gozo y felicidad. Que solo en ti encuentre alegría y contento. Dame, Espíritu Santo, gusto en las cosas santas. Dame la vida eterna, que es conocer de verdad y saborear el amor del Padre y del Hijo.
Hazme sentir la belleza y la bondad de la vida cristiana, y valorar la sabiduría de la Cruz. Líbrame de la mentira y de la vanidad del mundo presente.
Ven, Espíritu Vivificador, y mira mi pequeñez, ten compasión de mí, Padre amoroso del pobre: Ven a iluminar lo que está oscuro en mí, ven a enderezar lo torcido, a calentar lo frío, a endulzar lo amargo, en fin, a sanar mis heridas.
Ven, Espíritu Santo, a pacificar a los violentos, a reconciliar a los enemistados, a robustecer a los débiles, a vivificar lo que languidece, y finalmente, a resucitar a los que están muertos.
Padre Santo, por tu bendito Jesús, derrama el Santo Espíritu sobre toda carne, sobre tu santa Iglesia, sobre el Perú, y de manera especial sobre todos los devotos del Señor de los Milagros, y sobre los que estamos haciendo esta Novena en su honor. Amén.
Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
- Himno al Señor de los Milagros
Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión
tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)
Faro que guía, da a nuestras almas
la fe, esperanza, la caridad;
tu amor divino nos ilumine,
nos haga dignos de tu bondad.
Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión
tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis)
Con paso firme de buen cristiano
hagamos grande nuestro Perú,
y unidos todos como una fuerza
te suplicamos nos des tu luz.
Señor de los Milagros, a ti venimos en procesión
tus fieles devotos, a implorar tu bendición (bis).
Letra y música: Isabel Rodríguez Larraín
Revisado en Madrid, oct. de 2023