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(II) PROYECCIÓN DE LA VOCACIÓN
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Un hecho providencial
»En 1977 una mujer -notad que hay siempre una mujer como mediadora; y éste es un don de la mujer, ser una ayuda; el hombre debe ser una ayuda también-, una mujer ofreció cuatro boletos con todo incluido para ir a América a un Encuentro Carismático Ecuménico que tendría lugar en Kansas City en los Estados Unidos. Uno de estos boletos se le ofreció a un profesor de teología que después fue nombrado arzobispo de Turín y fue cardenal, ahora jubilado. Pero en el último momento su madre enfermó y no pudo ir.
Este boleto llego a mí. Yo me decía: “Será una experiencia más”. Yo tenía que ir a los EE.UU. para aprender inglés y me decía: “En una semana todo habrá acabado y yo iré a mi comunidad capuchina”.
Observando qué hacía el Espíritu
»Me fui a este Encuentro. Había 40.000 personas. La mitad católicos y la otra mitad de otras confesiones cristianas, muchos pentecostales, anglicanos y toda clase de confesiones cristianas. Y allí yo seguía en esta posición de observador que está interesado con algunas manifestaciones, como la manera de proclamar la Palabra de Dios con tanta unción, pero rechazaba otras expresiones que no entraban en mi esquema mental. Por la mañana cada Iglesia se reunía por su cuenta y por la tarde nos reuníamos todos juntos en un estadio escuchando, cantando…
Hubo una escena que siempre me quedará grabada en la memoria. Una tarde, un líder de la Renovación Carismática muy conocido, tomó el micrófono y empezó a hablar de una manera nueva para mí. Él dijo: “Llorad y haced lamento porque el cuerpo de mi Hijo está destrozado. Vosotros, los obispos, llorad y haced penitencia porque el cuerpo de mi Hijo está destrozado, vosotros los sacerdotes, los pastores, los laicos…”
Descubriendo el señorío de Cristo
»Mientras él hablaba yo empecé a ver a gente que caía a mi alrededor hasta que todo el estadio era una inmensa muchedumbre de gente llorando de arrepentimiento por la división, la discordia entre los cristianos. Y todo esto pasaba y había un gran letrero sobre el cielo, un letrero electrónico que decía: Jesus is Lord -Jesús es Señor-.
Me pareció una profecía: La Iglesia, reunida en un lugar, formando un solo cuerpo, todos de rodillas lloramos, pidiendo perdón al Señor bajo el señorío de Cristo. Fue allí cuando concebí este libro, “La vida en el señorío de Cristo” que ahora se titula de forma más sencilla “La vida en Cristo”, porque era el descubrimiento del Señorío de Cristo, de Jesús, el Señor. Era muy extraño porque yo como profesor había estudiado este título: Kirios, Señor.
Jericó debe caer
»Conocía su importancia; pero me parecía algo nuevo porque para mí el descubrimiento del señorío de Cristo es el alma de la Renovación Carismática, su fruto más profundo. La experiencia del Espíritu viene sobre los que proclaman a Jesús Señor. Tengo que decirlo con gran vergüenza: no estaba todavía convencido. No era mala fe, sino que, como sacerdote, como hombre de estudio, me sentía obligado a discernir y ser prudente, tal vez demasiado prudente.
Había un canto que se cantaba allí que era la historia de Jericó que cae al son de las trompetas. Esta canción cuenta la historia y había un estribillo que repetía: “Jericó debe caer”. Cuando se cantaba este estribillo, imaginad pues éramos 40.000 personas, mis compañeros italianos me daban codazos y me decían: escucha bien porque Jericó eres tú. Y Jericó cayó. No inmediatamente, no tan fácilmente.
Preparando el terreno a una experiencia
»Me invitaron a un Retiro en New Jersey y tengo que comentar la importancia de no criticar a los sacerdotes que tienen dificultades en aceptar la Renovación, sino amarlos. Fue el amor que yo encontré en mis hermanos, sobre todo en un joven sacerdote irlandés que trabaja en América, su paciencia, sus cuidados y atenciones. Esto preparó el terreno para mi experiencia.
Me fui a esta casa de Retiro, pensando en quedarme allí un día y después irme a mi comunidad capuchina en Washington. Me dijeron: “quédate aquí”. Y empezó una lucha en mí. Yo me decía: “Esta no es una casa de perdición, es una casa de Retiro, si me quedo no me puede hacer mal… Entonces, ¡me quedo, Señor!; te doy esta última posibilidad de convencerme, de hablarme”.
Todavía había una resistencia
»Empecé aquella semana que concluía con el bautismo en el Espíritu. Insisto, compartir mis dificultades puede ayudar a otros. Había todavía en mí una resistencia. Yo me decía: “Soy ya bautizado, sacerdote, religioso. Yo soy hijo de San Francisco de Asís. Tengo a San Francisco como mi padre. ¿Qué más necesito? ¿Qué pueden darme estos hermanos laicos?”. Era una objeción de la carne, del hombre viejo, evidentemente. Y continuaba retumbando en mí esta frase: “Yo soy ya hijo de San Francisco de Asís, tengo ya una hermosa espiritualidad”.
Y mientras yo pensaba esto, una mujer -siempre una mujer- abrió la Biblia y, sin saber nada, empezó a leer. Era el pasaje donde Juan Bautista dice a los fariseos: “No digáis en vuestros corazones: tenemos a Abraham como nuestro padre”. Yo entendí que el Señor me hablaba a mí. Y ésta es la manera que tiene el Señor de hablar a través de la Escritura. Estaba claro que el Señor contestaba a mi objeción.
Me levanté, no hablaba todavía inglés, hablaba en italiano, pero extrañamente todos parecían entenderme y dije: “Señor, no diré ya más que soy hijo de San Francisco de Asís porque me doy cuenta de que no lo soy. Te pido a Ti que hagas de mí un hijo verdadero de San Francisco de Asís y si para eso es necesario someterme al bautismo en el Espíritu, acepto”.
Bautismo en el Espíritu
»Empecé a prepararme para recibir el Bautismo en el Espíritu. Ésta fue la ocasión para mí, como teólogo, de preguntarme qué es este signo del bautismo en el Espíritu de la Renovación Carismática. Y lo que percibí en un primer momento es lo siguiente: es una manera de decir a Dios este “sí, acepto”, que otros dijeron por mí en mi bautismo. En mi bautismo, la iglesia peguntó: ¿crees en Dios? Y otras personas -que fueron mis padres- contestaron: sí, creo. ¿Aceptas a Jesús como Señor?
Y me di cuenta que ahora había llegado el momento de decir yo en primera persona a Jesús: sí; acepto a Jesús como Señor. También era la ocasión para renovar mi profesión religiosa, mi ordenación sacerdotal, renovar todo por el Espíritu Santo. Después tuve la ocasión de reflexionar sobre el Bautismo en el Espíritu, también he escrito algo en mis libros. Para mí es una gracia de renovación de todo el rito de la iniciación cristiana, el bautismo, la confirmación.
Pero es también una gracia extraordinaria que no se puede explicar con las categorías que ya conocemos. Es una gracia, es una respuesta a la plegaria del Papa Juan XXIII que pidió a Dios un nuevo Pentecostés para la Iglesia Católica. El Señor ha contestado y esta gracia es una gracia especial de un Pentecostés renovado para la Iglesia del final del II Milenio y tal vez de todo el III Milenio.
Es una gracia especial y esto explica por qué esta gracia del Bautismo en el Espíritu, de un nuevo Pentecostés, no es sólo conocida por nosotros los católicos; también los protestantes la conocieron antes que nosotros y para ellos también es una gracia especial.
Le doy al Señor las riendas de mi vida
»La última impresión que recuerdo, en la vigilia de mi bautismo, es que paseaba por el parque y el Señor me habló con una imagen, como muy a menudo el Señor hace. Es una imagen que se forma en mi interior y que es una palabra. Imágenes que son palabras que se graban a fuego en el alma. Es una manera que Dios tiene de comunicarse con sus criaturas. Yo me veía como un cochero que estaba sobre un coche y tenía las riendas del coche. Intenté guiar y decidir si ir rápido o despacio, a derecha o izquierda. Entonces me pareció que el Señor Jesús subía a mi lado y muy amablemente me decía: ¿Quieres darme las riendas de tu vida?
Hubo un momento de pánico porque me di cuenta que esto significaba que si yo le daba las riendas de mi vida al Señor, a partir de ese momento yo ya no volvería a ser más el señor de mi vida, el dueño de mi vida. Él sería el Dueño de mi vida. Por gracia de Dios, en momentos como éste se descubre qué es la gracia de Dios. Se descubre lo que dice San Pablo que todo es gracia, que por la gracia somos salvados.
Por la gracia de Dios encontré en mi corazón un sí, Señor, toma las riendas de mi vida porque yo me doy cuenta de que no puedo ni siquiera decidir sobre mi vida; mañana podría estar muerto; entonces… toma Tú, Señor, las riendas de mi vida. Ahora tengo que hacer en voz baja una pequeña confesión pública: muy a menudo, de muchas maneras, he intentado retomar las riendas de mi vida y esto son las debilidades humanas; pero cada vez, el Señor me hace comprender que una vez que se le han dado las riendas no se puede volver a tomar.
Elegir a Jesús como Señor de tu vida
»Llegó el momento de esta oración del Bautismo en el Espíritu y había muchas profecías y todas eran sobre un ministerio que era la proclamación del Evangelio. Un hermano -este sacerdote irlandés- decía: “Tú encontrarás un nuevo gozo en tu vida en proclamar mi Palabra”. Ya he dicho que hasta ese momento yo no era un predicador y no sabía qué significaba esta palabra. Se hablaba de Pablo que iba a Antioquia y anunciaba el Evangelio a todas las naciones. Hubo un momento en que me dijeron, ahora elige a Jesús como el Señor de toda tu vida.
En ese momento levanté mis ojos y encontré el crucifijo que estaba por encima del altar y otra imagen, otra voz interior: “Yo soy el Señor que estás eligiendo. Yo, el Crucificado”. Esto me ayudó enormemente porque me hizo entender que la Renovación Carismática no es simplemente algo emocional, esa alegría, levantar los brazos… Sí, ésos son signos exteriores de una alegría nueva. Pero lo esencial es que, en la Renovación Carismática, el Espíritu Santo te lleva al corazón del Evangelio que es la cruz de Jesús; de allí brota el Espíritu como la sangre y el agua.
Algo está sucediendo…
»No hubo emociones particulares durante mi Bautismo en el Espíritu; pero sí la certeza de que algo estaba sucediendo. El día después me fui al aeropuerto para irme a Washington y, en el coche, el sacerdote que me acompañaba me dijo: “ahora escucha bien porque yo pongo una cinta en el cassette y la primera canción es una profecía para ti”. Era un canto que decía: “Qué bellos son los pies de los que anuncian el Evangelio”. Ahora, por donde voy en Italia, me cantan este canto porque saben que es mi canción.
(Continuará)