Juan Pablo II y el guardia suizo: 5 lecciones de liderazgo que usan los maestros de emprendedores

junio 17, 2014
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Andreas Widmer en la actualidad

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PERSONAS EMPRENDEDORAS,

INNOVADORAS…

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La palabra de moda hoy es mindfulness, concepto que viene a resumir la capacidad de volcar toda la mente y la atención indivisa en algo que se está haciendo.

Es un trending topic en internet. Se usa en escuelas de negocios, los profesores del IESE escriben artículos sobre ello, se escriben libros enteros.

También escribe de ello Carmine Gallo, un conferenciante de moda y coach en comunicación para las marcas más admiradas del mundo.

Es autor de siete bestsellers internacionales entre los que se incluye su última publicación “Talk Like TED: The 9 Public-Speaking Secrets of the World´s Top Minds”: (Habla como un conferenciante TED: Los 9 secretos de las mentes más privilegiadas del mundo a la hora de hablar en público).

Gallo es colaborador habitual de la revista Forbes, en la que nos cuenta la siguiente historia real de atención y liderazgo que tienen por protagonistas al Papa San Juan Pablo II y a un joven guardia suizo.


Soledad en Nochebuena

En la Nochebuena de 1986 Andreas Widmer hacía su primer servicio estrenándose como Guardia Suizo al servicio del Papa Juan Pablo II, su jefe, que llegaría a ser santo. Pocos son los que pueden decir que han tenido un jefe santo.

El primer encuentro entre los dos se produjo cuando San Juan Pablo II salía por la puerta de su apartamento papal y se dirigía a celebrar la misa de medianoche. ¡Quién le iba a decir al joven Widmer que Karol Wojtyla iba en ese primer momento a causar una impresión indeleble en su persona!

Fue esa gran capacidad del pontífice de estar en lo que hacía lo que hizo que éste se diera cuenta de las circunstancias personales por las que atravesaba el joven y novato guardia suizo. Circunstancias que le causaban desasosiego, hasta que San Juan Pablo II inició la conversación.

Widmer era joven, añoraba su familia en plena vigilia de Navidad y se sentía un poco deprimido y falto de seguridad. No había comentado esta sensación con nadie.

Juan Pablo II se le acercó y le dijo: “¡Está claro que ésta es tu primera Navidad fuera de casa! Valoro mucho el sacrificio que haces por la Iglesia. Voy a rezar por ti esta noche en la misa”.

Ninguno de entre sus colegas y amigos había notado esa noche la angustia que le embargaba. Tuvo que ser el líder de mil doscientos millones de católicos el que se diera cuenta, y le diera una lección del liderazgo de aquél que está dispuesto a servir.


De guardia a profesor de emprendedores

Gallo conoció al soldado Andreas Widmer hace dieciocho meses, y se sorprendió gratamente al comprobar con qué aprovechamiento había aprendido la lección, llegando hoy a ejercer como Director del Programa para Emprendedores de la Catholic University of America en Washington, D.C.

“Le asalté en el momento en que salía hacia Roma para hablar del legado que el Papa Juan Pablo II deja a todo líder que, independientemente de su credo religioso, desea inspirar a su equipo para que consiga la excelencia”, comenta.


El Papa Juan Pablo II enseña a un joven Guardia Suizo 5 lecciones de liderazgo:

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1. Animaba a la gente a pensar en grande y a mantener la vista alzada y puesta en la distancia.

“Juan Pablo siempre tenía la perspectiva de mi vida completa cuando me hablaba. Estoy convencido de que esto es una consecuencia natural de su dedicación durante largos años a la universidad como capellán.

En una ocasión se detuvo a hablar conmigo. Quiso saber cómo me iba y si me gustaba mucho o poco ser guardia suizo.

Le hablé de mis ocupaciones y preocupaciones, todas ellas centradas en el corto plazo. Él me ayudó a pasar de una visión a corto plazo a la visión a largo plazo para el resto de mi vida”.

Según Widmer el pontífice siempre le empujaba a alcanzar metas más altas y a no quedarse instalado en la mediocridad. “Me empujaba a pensar en grande”.


2. Estaba totalmente volcado en cada conversación.

“Cada vez que hablaba con Juan Pablo, incluso cuando solamente me pasaba para saludarlo, me hacía sentir como si yo fuera la razón por la que se había levantado esa mañana”.

Volvamos al primer encuentro de Widmer con su nuevo jefe en esa vigilia de Navidad. Widmer admite que se sentía triste y decidido a dejar el servicio. Pensaba en ese momento que había cometido un tremendo error apuntándose al cuerpo de la Guardia Suiza.

Cuando el papa salió de su apartamento, podría haber simplemente pasado de largo. “Pero no pasó solamente. Se paró y se dio cuenta de que estaba turbado y del motivo real de mis circunstancias. Tenía la fina habilidad de notar las cosas en el preciso momento, de captar el verdadero sentimiento de la gente con la que se cruzaba”.

Juan Pablo hacía sentir especial a la gente porque estaba presente. Éste es un rasgo común en un líder que inspira a personas.

«Los empleados que me cuentan que trabajan para líderes que les inspiran casi siempre comentan que su jefe les hace sentir como si fueran la persona más importante en ese momento en esa habitación y que su jefe se preocupa genuinamente de su bienestar».


3. Mostraba a las personas que creía en ellas.

“Juan Pablo tenía más fe en mí que yo mismo”, decía Widmer. “Eso aumentaba mi autoestima y me permitía conseguir más de lo que yo hubiera pensado que era posible. Creyó en mí antes que yo mismo”.

Los líderes que inspiran creen en la gente, a menudo incluso más que ellos mismos y con más fuerza.

«Uno de los líderes más inspiradores al que he tenido el placer de entrevistar fue un maestro de escuela», señala Carmine Gallo. «Ron Clark fue el profesor Disney del año en 2000. Incluso se llegó a hacer una película sobre él para la televisión acerca de su experiencia.

Lo que le mereció el premio fue cuando se encargó de una clase de alumnos con fracaso escolar de 5º curso en Harlem y en un solo año académico ofrecerles con aprovechamiento las habilidades necesarias para desbancar en el examen de final de curso a la clase con mayor grado de excelencia hasta ese momento».

«Clark me contó que se permitió albergar grandes esperanzas en los chicos.

Clark no les dijo que iban a superar el nivel que se esperaba de ellos, simplemente les dijo que iban a superar a la clase de los alumnos más destacados por su rendimiento académico de la escuela al final de ese curso. Una vez ellos se lo creyeron y creyeron en sí mismos, el cielo era el límite».


4. Veía el trabajo no como una carga sino como una oportunidad.

Según cuenta Widmer “Juan Pablo II hablaba del trabajo no como si se tratara de una carga sino como de una oportunidad para llegar a ser aquello a lo que estamos llamados. Creía firmemente que es el trabajo lo que nos hace realmente humanos”.

Juan Pablo creía que cuando trabajamos no solamente “hacemos más”; en su carta encíclica “Laborem Exercens” el papa escribió: “El trabajo es una dimensión fundamental de la existencia del Hombre sobre la tierra.”


5. Celebraba la capacidad emprendedora.

Juan Pablo celebraba el fenómeno de ser emprendedor porque crear algo a partir de la nada es un aspecto fundamental de toda espiritualidad.

«Al igual que los que creen tienen Fe en su Creador, así también el emprendedor debe tener Fe en su visión, Fe en la capacidad del equipo de ejecutar la visión, y Fe en que aquello que se proponen llevar a término está intensamente conectado a algo mayor que ellos mismos», asegura Gallo.

Juan Pablo convenció a Widmer que el fenómeno emprendedor era un camino grandioso sobre el que construir su vida, camino en el que podía utilizar sus dones, talentos e ideas para desplegar plenamente su potencial y así participar en la obra de la creación.


El maná de cada día, 17.6.14

junio 17, 2014

Martes de la 11ª semana del Tiempo Ordinario

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Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen.

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PRIMERA LECTURA: 1 Reyes 21, 17-29

Después de la muerte de Nabot, el Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita: «Anda, baja al encuentro de Ajab, rey de Israel, que vive en Samaria. Mira, está en la viña de Nabot, adonde ha bajado para tomar posesión.

Dile: «Así dice el Señor: ‘¿Has asesinado, y encima robas?’ Por eso, así dice el Señor: ‘En el mismo sitio donde los perros han lamido la sangre de Nabot, a ti también los perros te lamerán la sangre.»

Ajab dijo a Elías: «¿Conque me has sorprendido, enemigo mío?»

Y Elías repuso: «¡Te he sorprendido! Por haberte vendido, haciendo lo que el Señor reprueba, aquí estoy para castigarte; te dejaré sin descendencia, te exterminaré todo israelita varón, esclavo o libre. Haré con tu casa como con la de Jeroboán, hijo de Nabat, y la de Basá, hijo de Ajías, porque me has irritado y has hecho pecar a Israel.

También ha hablado el Señor contra Jezabel: «Los perros la devorarán en el campo de Yezrael.» A los de Ajab que mueran en poblado los devorarán los perros, y a los que mueran en descampado los devorarán las aves del cielo.»

Y es que no hubo otro que se vendiera como Ajab para hacer lo que el Señor reprueba, empujado por su mujer Jezabel. Procedió de manera abominable, siguiendo a los ídolos, igual que hacían los amorreos, a quienes el Señor había expulsado ante los israelitas.

En cuanto Ajab oyó aquellas palabras, se rasgó las vestiduras, se vistió un sayal y ayunó; se acostaba con el sayal puesto y andaba taciturno.

El Señor dirigió la palabra a Elías, el tesbita: «¿Has visto cómo se ha humillado Ajab ante mí? Por haberse humillado ante mí, no lo castigaré mientras viva; castigaré a su familia en tiempo de su hijo.»


SALMO 50, 3-4.5-6a.11.16

Misericordia, Señor: hemos pecado.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa. Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios, Salvador mío, y cantará mi lengua tu justicia.


Aclamación antes del Evangelio: Jn 13, 34

Os doy un mandamiento nuevo -dice el Señor-: que os améis unos a otros, como yo os he amado.


EVANGELIO: Mateo 5, 43-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habéis oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo» y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»


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Espíritu Santo, que nos haces participar de la benignidad de Dios

“¡Dad gracias a Dios, porque es bueno!” (1 Cr 16,34). La bondad es un atributo que corresponde, en primer lugar, a Dios. Se identifica con su amor y, por tanto, con lo más íntimo de su esencia. Sólo Él se da enteramente, sin reservas ni límites de tiempo.

Sin embargo, desde nuestra corta perspectiva humana, solemos identificar lo bueno con los instantes de felicidad. Como no nos podemos asegurar una felicidad para siempre, la buscamos en las cosas, ambientes o personas, sin darnos cuenta de que sólo en Dios podemos prolongar hasta lo eterno esos instantes de felicidad.

La benignidad mira al bien del prójimo. Es la inclinación a ocuparse del bien de los demás, bajo la moción del Espíritu Santo. Por tanto, no podemos entender el bien desde los parámetros humanos de la mera filantropía.

Lo difícil es hacer el bien con verdadera rectitud de intención, sin buscar compensaciones ni intereses propios. Comenzando en nuestro ambiente más cercano, con los amigos que saben de nuestros defectos, compañeros con los que compartimos las monotonías diarias, con aquellos que nos juzgan o que no son afines a nuestros criterios.

Así de radical es el Evangelio: “Más bien, amad a vuestros enemigos; haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio; y vuestra recompensa será grande, y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos” (Lc 6,35).

El mal no tiene consistencia propia; es sólo la ausencia del bien. Existe el mal allí donde no hay bien.

No está en nuestras manos alcanzar, en este mundo, un bienestar material y afectivo absolutos, sino que nuestra esperanza está en Dios.

Y, si todo lo creado es bueno, ¿por qué, entonces, existe el mal en el mundo? Porque aún falta lo bueno que tú has de hacer.


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