Benedicto XVI: Las religiones deben ser una fuerza para la convivencia

octubre 14, 2011

Convivir es nuestro destino

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Afirma la importancia de los encuentros interreligiosos por la paz

CASTEL GANDOLFO, lunes 12 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- “Encuentros como el que tuvo lugar en Asís y como el que tiene lugar hoy en Münich representan ocasiones en las que las religiones pueden interrogarse a sí mismas y preguntarse cómo convertirse en una fuerza para la convivencia”.

Es la convicción expresada por Benedicto XVI en el mensaje enviado, a través del cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Münich y Frisinga, a la apertura, ayer en Münich, del encuentro “Bound to live together. Religiones y culturas en diálogo”, organizado por la diócesis alemana junto con la comunidad de San Egidio.

Estos encuentros que organiza la Comunidad de San Egidio se repiten cada año, cada vez en una ciudad, para mantener vivo el “espíritu de Asís” y el mensaje de paz lanzado por Juan Pablo II hace ya veinticinco años en el encuentro con los líderes religiosos de todo el mundo. Este año, la coincidencia con el décimo aniversario del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York le da una nueva intensidad de significados.

“Estoy contento – subrayó el Papa en su mensaje – de que el encuentro de este año tenga lugar en Münich, la ciudad de la que fui obispo, en la vigilia de mi viaje a Alemania y en preparación a la ceremonia por la memoria del vigésimo quinto aniversario de la oración mundial por la paz en Asís, que tendrá lugar el próximo mes de octubre”.

“El convivir – afirmó Benedicto XVI a propósito del título del meeting, que se puede traducir como “convivir es nuestro destino” – puede transformarse en un vivir unos contra otros, puede convertirse en un infierno, si no aprendemos a acogernos unos a otros, si cada uno no quiere ser otra cosa que él mismo”.

Si el vivir juntos es una simple predisposición que deriva de la condición humana, “es tarea nuestra darle un contenido positivo” y “encontrar el verdadero camino para convivir”.

El deseo de Dios es que los hombres formen una única familia en la que todos seamos hermanos y hermanas. El sentido fundamental de encuentros como el de Münich o el de Asís, para el Papa, es “dirigirnos a cercanos y lejanos en el mismo espíritu de paz que Cristo nos mostró”.

“Debemos aprender a vivir no unos junto a otros –exhortó a los participantes en el Meeting–, sino unos con otros”, lo que significa “aprender a abrir el corazón a los demás, a permitir que nuestros semejantes tomen parte en nuestras alegrías, esperanzas y preocupaciones”.

El corazón, de hecho, “es el lugar donde el Señor se hace cercano”, motivo por el que “la religión, que está centrada en el encuentro del hombre con el misterio divino, está conectada de modo esencial con la cuestión de la paz”.

“Si la religión fracasa en el encuentro con Dios –dijo Benedicto XVI–, si abaja a Dios a uno mismo, en lugar de elevarnos a nosotros hacia él, si hace de él, en cierto sentido, nuestra propiedad, entonces podrá contribuir a la disolución de la paz”.

Si ésta en cambio “conduce a lo divino, al creador y redentor de todos los hombres, entonces se convierte en una fuerza de paz”.

“Sabemos –advirtió el Papa- que también en el cristianismo ha habido distorsiones prácticas de la imagen de Dios, que han llevado a la destrucción de la paz. Tanto más somos llamados a dejar que el Dios divino nos purifique, para convertirnos en hombres de paz”.

No se trata de una invitación ingenua de entusiasmo fácil. “El campo en el que debe prosperar el fruto de la paz debe estar siempre cultivado”. No sin esfuerzos que a veces parecen no conseguir cambiar mucho.

“A menudo –reconoció– no podemos hacer otra cosa que preparar incesantemente y con muchos pequeños pasos el terreno para la paz en nosotros y alrededor nuestro, también pensando en los grandes retos que debe afrontar no el individuo, sino toda la humanidad, como las migraciones, la globalización, las crisis económicas y la salvaguarda de la creación”.

Además: “Desde el primer encuentro de Asís hace 25 años, ha habido y hay muchas iniciativas por la reconciliación y la paz que llenan de esperanza, por desgracia también muchas ocasiones perdidas, muchos pasos atrás”.

“Terribles actos de violencia y terrorismo –dijo el Papa– han sofocado repetidamente la esperanza de la convivencia pacífica de la familia humana en el alba del tercer milenio, viejos conflictos se ocultan bajo las cenizas o explotan de nuevo, y a ellos se añaden nuevos enfrentamientos y nuevos problemas”.

Con todo, los cristianos saben que “la paz no puede simplemente ‘hacerse’, sino que siempre es también ‘dada’”.

“La paz es un don de Dios y al mismo tiempo un proyecto que nosotros debemos realizar, nunca realizado del todo”, ha afirmado Benedicto XVI, recordando el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2011. Se trata por tanto de “un mandato permanente confiado a nosotros y al mismo tiempo un don que invocar”.

“Precisamente por eso –concluyó el Pontífice– es necesario el testimonio común de todos aquellos que buscan a Dios con corazón puro, para realizar cada vez más la visión de una convivencia pacífica entre todos los hombres”.

 

 


El maná de cada día, 14.10.11, y novena 4

octubre 14, 2011

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más

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Viernes de la 28ª semana

del Tiempo Ordinario

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Primera lectura: Romanos 4, 1-8

Veamos el caso de Abrahán, nuestro progenitor según la carne. ¿Quedó Abrahán justificado por sus obras? Si es así, tiene de qué estar orgulloso; pero, de hecho, delante de Dios no tiene de qué. A ver, ¿qué dice la Escritura?: «Abrahán creyó a Dios, y esto le valió la justificación.»

Pues bien, a uno que hace un trabajo el jornal no se le cuenta como un favor, sino como algo debido; en cambio, a éste que no hace ningún trabajo, pero tiene fe en que Dios hace justo al impío, esa fe se le cuenta en su haber.

También David llama dichoso al hombre a quien Dios otorga la justificación, prescindiendo de sus obras: «Dichoso el hombre que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le cuenta el pecado.»
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Salmo 31, 1-2.5.11

Tú eres mi refugio, me rodeas de cantos de liberación.

Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado; dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito.

Habla pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: «Confesaré al Señor mí culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.

Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero.
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Evangelio: Lucas 12, 1-7

En aquel tiempo, miles y miles de personas se agolpaban hasta pisarse unos a otros.

Jesús empezó a hablar, dirigiéndose primero a sus discípulos: «Cuidado con la levadura de los fariseos, o sea, con su hipocresía. Nada hay cubierto que no llegue a descubrirse, nada hay escondido que no llegue a saberse. Por eso, lo que digáis de noche se repetirá a pleno día, y lo que digáis al oído en el sótano se pregonará desde la azotea.

A vosotros os digo, amigos míos: no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden hacer más. Os voy a decir a quién tenéis que temer: temed al que tiene poder para matar y después echar al infierno. A éste tenéis que temer, os lo digo yo.

¿No se venden cinco gorriones por dos cuartos? Pues ni de uno solo se olvida Dios. Hasta los pelos de vuestra cabeza están contados. Por lo tanto, no tengáis miedo: no hay comparación entre vosotros y los gorriones.»
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Novena a Santa Magdalena de Nagasaki (4)

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Con humildad y lágrimas pidió vestir el hábito de terciaria

 

Rito de entrada para todos los días:

V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme.

Oración

Oh Padre, que te complaces en escoger a los pequeños y débiles para manifestarnos las maravillas de tu amor, y que escogiste a la joven Magdalena de Nagasaki para que propagara el Evangelio entre sus conciudadanos, velara por su fidelidad a Cristo, hiciera a ti ofrenda de su vida como terciaria seglar agustino-recoleta y muriera mártir de la fe, concédenos, por su intercesión, que sepamos, ser siempre testimonios fieles de Cristo en nuestro vivir cotidiano y sepamos amar a nuestros hermanos con amor sincero y desinteresado. Danos, Señor, saber colaborar activamente en la difusión del Evangelio. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

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Reflexión para el día cuarto:

Magdalena en la escuela de los beatos Francisco de Jesús y Vicente de san Antonio

El 20 de junio de 1623, un grupo de once misioneros, procedentes de Filipinas, consigue burlar la estrecha vigilancia japonesa y desembarcar en el puerto puerto de Ichiki. Entre ellos van dos agustinos recoletos; uno español, Francisco de Jesús, y otro portugués, Vicente de san Antonio. Ambos tienen 33 años y se distinguen por la austeridad de su vida, por su pobreza, por su ardor apostólico. El ardor y el ímpetu que nace de su carisma, de su íntima unión con Dios, les hará producir muchos frutos. Vicente se queda en Nagasaki; Francisco sigue hasta la isla de Hiroshima para aprender la lengua, y volverá a Nagasaki al año siguiente.

La joven Magdalena se siente atraída por la austeridad de la vida, por el celo apostólico y por el aura de espiritualidad que emana de los dos frailes recoletos. Así había concebido ella la vida de una persona consagrada a Dios. Desea asemejarse a ellos, unirse a su labor apostólica, aprender de sus labios el secreto de su espiritualidad. Ha hablado muchas veces con el padre Vicente y le ha expuesto sus inquietudes y sus deseos. El buen misionero la ha comprendido y la ha animado a vestir el hábito de terciaria agustina recoleta. Es lo que deseaba la joven Magdalena. «Con humildad y lágrimas, dice su biógrafo, pidió al santo Fray Francisco de Jesús, Vicario Provincial…, le diese el hábito de religiosa». Era probablemente el año 1624. Y un año más tarde, emitiría los votos de obediencia y de virginidad.

Magdalena no es propiamente una religiosa. Es una terciaria seglar agustina recoleta; una persona consagrada que vive el ideal agustino recoleto trabajando en el mundo. Desde el día de la profesión, forma parte de la familia agustino-recoleta. Ha perdido a sus padres, pero ha encontrado otros padres que la aman en Cristo y la dirigen en el camino de la vida hacia la santidad. Y encuentra pronto también una numerosa familia que la arropa. No está ya sola. Otros hermanos terciarios y terciarias van engrosando en Nagasaki la familia. Ella, Magdalena, joven en años, es sin embargo la primogénita, la hermana mayor, la que da a todos ejemplo de austeridad y de celo apostólico.

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Oración de los fieles para todos los días:

Elevemos, hermanos, nuestras oraciones al Padre común, por intercesión de santa Magdalena de Nagasaki, virgen y mártir, y patrona de nuestra fraternidad seglar agustino-recoleta.

– Por todos los misioneros, especialmente por los agustinos recoletos, para que sepan predicar única y exclusivamente a Cristo, y éste crucificado. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

– Por todos los catequistas, para que sepan ayudar en el robustecimiento de la fe, esperanza y caridad de los creyentes y catecúmenos. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

– Por nuestras fraternidades seglares agustino- recoletas, para que imiten los ejemplos de caridad, sencillez, desprendimiento, sacrificio y fidelidad hasta el martirio de santa Magdalena de Nagasaki. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

– Por todos los pueblos del Extremo Oriente, para que se abran a la luz de Cristo y crean en el Evangelio. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

Por todos los que sufren persecución a causa del Evangelio, para que sepan mantenerse íntegros en la fe, constantes en la esperanza y animosos en la caridad. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

Para añadir a la oración comunitaria:

Por todos nuestros amigos y compañeros, para que encuentren en nosotros el ejemplo de vida entregada a Cristo y de fidelidad a nuestro compromiso bautismal. Oremos.
R. Te rogamos, óyenos.

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Oración final para todos los días:

Padre y Señor nuestro, tu mártir Magdalena de Nagasaki predicó sin desfallecer el Evangelio y derramó su sangre por ti; concédenos, por su intercesión, ser fíeles testigos de tu Palabra, seguidores de sus ejemplos y participar con ella de tu gloria por la eternidad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.