San Manuel González García – 4 de enero

enero 4, 2017

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«Este beato español, gran obispo de Málaga, ha recibido el título de apóstol del sagrario con toda propiedad. Dedicó su vida a restituir en el corazón de las personas el amor a la Eucaristía»

San Manuel González García, promotor de la devoción al Santísimo Sacramento: Dedicó su vida a restituir en el corazón de las personas el amor a la Eucaristía

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«Este beato español, gran obispo de Málaga, ha recibido el título de apóstol del sagrario con toda propiedad. Dedicó su vida a restituir en el corazón de las personas el amor a la Eucaristía»

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(ZENIT – Madrid).- La ternura y la piedad por el Santísimo Sacramento formaron en la vida de este santo un tándem inigualable. Estremecido por la insensibilidad de los fieles ante el Sagrario, su cometido estuvo guiado por un único afán: restituir en el corazón de todos el amor a la Eucaristía que había quedado defenestrado.

Nació en Sevilla, España, el 25 de febrero de 1877, en una familia humilde y cristiana. Era el cuarto de cinco hermanos. Al ser alumno del colegio catedralicio de San Miguel, formó parte de los «seises» de la catedral hispalense –el grupo de niños de coro que danzan y cantan en el templo en las solemnidades del Corpus Christi y de la Inmaculada–, de los cuales era semillero el centro académico.

Este hecho signó su vida para siempre con el amor a la Eucaristía y a la Virgen María encaminando sus pasos hacia el sacerdocio. Recibió este sacramento en 1901 de manos del cardenal –hoy beato– Marcelo Spínola. El 2 de diciembre de 1902 en el transcurso de una misión efectuada en la localidad sevillana de Palomares del Río, ante las dificultades que ofrecía la misión, sucedió lo siguiente:

«Fuime derecho al Sagrario… y ¡qué Sagrario, Dios mío! ¡Qué esfuerzos tuvieron que hacer allí mi fe y mi valor para no salir corriendo para mi casa! Pero no huí. Allí de rodillas… mi fe veía a un Jesús tan callado, tan paciente, tan bueno, que me miraba… que me decía mucho y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio… La mirada de Jesucristo en esos Sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal».

Llegó a Huelva en 1905 donde rigió la parroquia de san Pedro. La indiferencia de la gente y las tensiones ideológicas conformaban una situación harto complicada. Oraba con insistencia, confiando plenamente en Dios.

Ante el Sagrario preguntó: «¿Por dónde comienzo, Corazón de Jesús?». Con aguda visión se dijo: «Hay que ganar primero a estas tres o cuatro mujeres que aún vienen a la Iglesia». Y conquistó a todos con su proverbial simpatía.

En 1910 develó sus anhelos a las más cercanas colaboradoras: «Permitidme que, yo que invoco muchas veces la solicitud de vuestra caridad en favor de los niños pobres y de todos los pobres abandonados, invoque hoy vuestra atención y vuestra cooperación en favor del más abandonado de todos los pobres: el Santísimo Sacramento. Os pido una limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado… os pido por el amor de María Inmaculada y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que os hagáis las Marías de esos Sagrarios abandonados».

Así nació la «Obra para los Sagrarios–Calvarios» y otras fundaciones relacionadas con la devoción a la Eucaristía para niños, jóvenes, laicos, sacerdotes y religiosas. Tras ellas siempre la misma aspiración: «Dar y buscar compañía a Jesús Eucaristía».

Benedicto XV lo designó obispo auxiliar de Málaga, diócesis a la que se incorporó en febrero de 1916, y en 1920 lo nombró obispo de esta ciudad.

Entonces escribió: «Yo no quiero ser obispo más que del Sagrario abandonado. Voy a Málaga para ser obispo de dos grandes desconsolados: el Sagrario y el pueblo. El Sagrario, porque se ha quedado sin pueblo; y el pueblo porque se ha quedado sin Sagrario conocido, amado y frecuentado».

El sentimiento de cercanía con las gentes y la Iglesia estaba presente en su acontecer. Recorría las calles, las parroquias y escuelas departiendo con todos para luego llevar en su corazón y oración la realidad de cada uno de ellos.

Así se percató de la conveniencia de erigir un gran seminario, que levantó en medio de incontables necesidades, dando respuesta con él a la urgencia de contar con sacerdotes y solventar la grave carencia de un lugar digno donde formarlos.

Se ha dicho que «proyectó un seminario sustancialmente eucarístico. En el que la Eucaristía fuera: en el orden pedagógico, el más eficaz estímulo; en el científico, el primer maestro y la primera asignatura; en el disciplinar, el más vigilante inspector; en el ascético, el modelo más vivo; en el económico, la gran providencia; y en el arquitectónico, la piedra angular».

Quería que los sacerdotes pudieran «llegar a ser hostia en unión de la Hostia consagrada».

En la primavera de 1931 la violencia se cebó en el palacio episcopal que fue incendiado junto a otros templos malagueños. Obligado a huir para salvar su vida y la de otros, fue acogido por el prelado de Gibraltar hasta que a finales de año pudo regresar a Madrid.

Su último destino fue Palencia. Pío XI le encomendó la diócesis nombrándolo obispo de la misma en 1935. Hallándose el Hermano Rafael en el monasterio de Dueñas, ambos tuvieron ocasión de conocerse.

Fue autor de numerosos libros, entre otros: «Lo que puede un cura hoy», referencia ineludible para los presbíteros de su época. En 1939 hallándose de paso por Zaragoza enfermó de gravedad. Y el 4 de enero de 1940 falleció en una clínica de Madrid, pero fue enterrado en la catedral de Palencia.

Su sepultura contiene el epitafio que él mismo escribió: «Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!».

Fue beatificado por Juan Pablo II el 29 de abril de 2001. El papa Francisco lo canonizó el 16 de octubre de 2016.

https://es.zenit.org/articles/san-manuel-gonzalez-garcia-4-de-enero/


El maná de cada día, 4.1.17

enero 4, 2017

Miércoles 4 enero 2017. Feria Tiempo de Navidad

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Venid y veréis



Antífona de entrada: Is 9, 1

El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló.


Oración colecta

Dios todopoderoso, concédenos que tu salvación, que llegó con una luz nueva del cielo para la redención del mundo, amanezca en nuestros corazones y los renueve siempre. Por nuestro Señor Jesucristo.


PRIMERA LECTURA: 1 Juan 3, 7-10

Hijos míos, que nadie os engañe. Quien obra la justicia es justo, como él es justo. Quien comete el pecado es del diablo, pues el diablo peca desde el principio.

El Hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo. Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado, porque su germen permanece en él, y no puede pecar, porque ha nacido de Dios.

En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo: todo el que no obra la justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano.


SALMO 97

Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas: su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo.

Retumbe el mar y cuanto contiene, la tierra y cuantos la habitan; aplaudan los ríos, aclamen los montes.

Al Señor, que llega para regir la tierra. Regirá el orbe con justicia y los pueblos con rectitud.


Aclamación antes del Evangelio: Hb 1, 1-2

En distintas ocasiones habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo.


EVANGELIO: Juan 1, 35-42

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.»

Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: «¿Qué buscáis?»

Ellos le contestaron: «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»

Él les dijo: «Venid y lo veréis.»

Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).»

Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»


Antífona de comunión: 1 Jn 1, 2

La vida, que estaba junto al Padre, se hizo visible y se nos manifestó.

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¡QUÉ DÍA TAN FELIZ Y QUÉ NOCHE TAN DELICIOSA PASARON!

San Agustín, Comentario al evangelio de Juan 7, 8-10

Estaban Juan y dos de sus discípulos (Jn 1,35). He aquí dos discípulos de Juan. Juan era tan amigo del esposo que no buscaba su gloria, sino que daba testimonio de la verdad. ¿Quiso, por ventura, retener consigo a sus discípulos, para que no se fueran en pos del Señor? Antes bien, fue él quien mostró a sus discípulos a quién debían seguir.

Ellos consideraban a Juan como el Cordero, pero él les dijo: «¿Por qué me miráis a mí? Yo no soy el Cordero: He aquí el Cordero de Dios», palabras que ya había repetido antes. ¿Y qué nos aprovecha a nosotros el Cordero de Dios? He aquí, dijo, quien quita el pecado del mundo. Oídas estas palabras, los dos que estaban con Juan siguieron a Jesús.

Veamos lo siguiente: He aquí el Cordero de Dios, dice Juan. Al oírle hablar, los dos discípulos siguieron a Jesús. Vuelto Jesús y observando que le seguían, les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos respondieron: Rabí -que significa maestro-, ¿dónde vives? (Jn 1,37-38). Ellos no le siguen como para unirse ya a él, pues se sabe cuándo se le unieron: cuando los llamó estando en la barca.

Uno de los dos era Andrés, como acabáis de oír. Andrés era el hermano de Pedro, y sabemos por el evangelio que el Señor llamó a Pedro y a Andrés cuando estaban en la barca, con estas palabras: Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres (Mt 4,19).

Desde aquel momento se unieron a él, para no separarse ya. Ahora, pues, le siguen estos dos, no con la intención de no separarse ya; simplemente querían ver dónde vivía y cumplir lo que está escrito: El dintel de tus puertas desgaste tus pies; levántate para venir a él siempre e instrúyete en sus preceptos (Eclo 6,36).

Él les mostró dónde moraba; ellos fueron y se quedaron con él. ¡Qué día tan feliz y qué noche tan deliciosa pasaron! ¿Quién podrá decirnos lo que oyeron de boca del Señor? Edifiquemos y levantemos también nosotros una casa en nuestro corazón a donde venga él a hablar con nosotros y a enseñarnos.

¿Qué buscáis? Responden: Rabí -que significa maestro-, ¿dónde vives? Contesta Jesús: Venid y vedlo. Y se fueron con él y vieron dónde vivía y se quedaron en su compañía aquel día. Era aproximadamente la hora décima (Jn 1,38-39). ¿Carece, acaso de intención, el que el evangelista nos precise la hora? ¿Podemos creer que no quiera advertirnos nada o que nada busquemos?

Era la hora décima. Este número significa la ley, que se dio en diez mandamientos. Mas había llegado el tiempo de cumplirla por el amor, ya que los judíos no pudieron hacerlo por el temor. Por eso dijo el Señor: No he venido a destruir la ley, sino a darle plenitud (Mt 5,17).

Con razón, pues, le siguen estos dos por el testimonio del amigo del esposo, a la hora décima, hora en que oyó: Rabí -que significa maestro-. Si el Señor oyó que le llamaban Rabí a la hora décima y el número diez simboliza la ley, el maestro de la ley no es otro que el mismo dador de la ley. Nadie diga que uno da la ley y otro la enseña. La enseña el mismo que la da. Él es el maestro de su ley y él mismo la enseña.

Como la misericordia está en sus labios, la enseña misericordiosamente. Así lo dice la Escritura hablando de la sabiduría: Lleva en su lengua la ley y la misericordia (Prov 31,26). No temas que no puedas cumplir la ley; huye a la misericordia. Si te parece demasiado para ti el cumplir la ley, utiliza aquel pacto, aquella firma, aquellas palabras que compuso para ti el abogado celestial.