Tres pilares de la autoridad de Jesús explicados por el Papa Francisco

enero 12, 2017

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Papa Francisco predica en

El Papa Francisco predica en la misa celebrada hoy en Santa Marta

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Los tres pilares de la autoridad de Jesús explicados por el Papa Francisco

Por Miguel Pérez Pichel y Walter Sánchez Silva

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VATICANO, 10 Ene. 17 / 06:35 am (ACI).- En su homilía en la Misa celebrada esta mañana en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco explicó cuáles eran los pilares sobre los que se sostiene la autoridad de Jesús: su actitud de servicio a las personas, su cercanía al pueblo y su coherencia.

Estas características de Jesús, dijo el Papa, se contraponían a la actitud de los fariseos y doctores de la ley, que carecían de autoridad ante el pueblo precisamente por su comportamiento hipócrita y principesco.

1.- El servicio

Según informa Radio Vaticana, en su homilía el Santo Padre explicó que “Jesús servía a la gente, explicaba las cosas de forma que la gente las entendiera bien. Estaba al servicio de las personas. Tenía una actitud de servidor, y eso le daba autoridad”.

“Por el contrario, las personas escuchaban y respetaban a los doctores de la ley, pero no sentían que tuvieran autoridad sobre ellos, porque tenían unas maneras de príncipes: ‘Nosotros somos los maestros, los príncipes, y nosotros les enseñamos a ustedes. No somos sus servidores: nosotros mandamos, ustedes obedecen’. Jesús nunca se hizo pasar por un príncipe, siempre era el servidor de todos, y esto es lo que le daba autoridad”.

2.- La cercanía

El Pontífice destacó que “Jesús no tenía alergia a la gente: tocaba a los leprosos, a los enfermos…, no le producían rechazo”. Por el contrario, los fariseos despreciaban a “la pobre gente ignorante”.

Estos fariseos y doctores de la ley “estaban apartados de la gente, no eran cercanos a las personas; Jesús permanecía cercano a la gente, y eso le daba autoridad. Aquellos doctores tenían una autoridad clerical, es decir, su autoridad se basaba en el clericalismo”.

Francisco se refirió luego al ejemplo de uno de sus predecesores: “me gusta mucho cuando leo la cercanía con la gente que mostraba el Beato Pablo VI. En el número 48 de Evangelli Nuntiandi se muestra el corazón del pastor cercano: esa era la autoridad de aquel Papa, la cercanía”.

La Evangelii Nuntiandi es una exhortación apostólica de 1975, escrita por el Papa Pablo VI, sobre la evangelización en el mundo contemporáneo, que mantiene su vigencia hasta hoy.

En el número 48 de este documento, el Papa Pablo VI hace una aguda reflexión sobre la religiosidad popular y sus expresiones, explicando también su importancia y desafíos.

Pablo VI señala, entre otras cosas, que “hay que ser sensible a ella, saber percibir sus dimensiones interiores y sus valores innegables, estar dispuesto a ayudarla a superar sus riesgos de desviación. Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo”.

3.- La coherencia

Por último, el Papa Francisco contrapuso la coherencia de Jesús con la hipocresía de los fariseos: “Jesús vivía aquello que predicaba. Era como una unidad, una armonía que hacía lo que pensaba y mostraba una armonía plena entre aquello que pensaba, sentía y hacía”.

“En cambio -prosiguió el Pontífice- los fariseos y doctores no eran coherentes, y su personalidad estaba dividida hasta el punto de que Jesús recomienda a sus discípulos: ‘Haced lo que os dicen, pero no lo que hacen’. Les recomienda eso porque decían una cosa y hacían otra. ¡Incoherencia! Eran incoherentes”.

“Y el adjetivo que Jesús les dedica tantas veces es el de hipócritas. ¡Y se entiende que uno que se considera príncipe, que tiene una actitud clerical, que es un hipócrita, no tiene autoridad! Y esta otra, la de Jesús, es la autoridad que reconoce el pueblo de Dios”, subrayó Francisco.

Evangelio comentado por el Papa Francisco en su homilía:

Marcos 1:21-28
21 Llegan a Cafarnaúm. Al llegar el sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar.
22 Y quedaban asombrados de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas.
23 Había precisamente en su sinagoga un hombre poseído por un espíritu inmundo, que se puso a gritar:
24 «¿Qué tenemos nosotros contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Santo de Dios.»
25 Jesús, entonces, le conminó diciendo: «Cállate y sal de él.»
26 Y agitándole violentamente el espíritu inmundo, dio un fuerte grito y salió de él.
27 Todos quedaron pasmados de tal manera que se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad! Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen.»
28 Bien pronto su fama se extendió por todas partes, en toda la región de Galilea.

 


El maná de cada día, 12.1.17

enero 12, 2017

Jueves de la 1ª semana del Tiempo Ordinario

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Si quieres, puedes curarme

Si quieres, puedes curarme



PRIMERA LECTURA: Hebreos 3, 7-14

Como dice el Espíritu Santo: «Si escucháis hoy su voz, no endurezcáis el corazón, como cuando la rebelión, cuando la prueba del desierto, donde me pusieron a prueba vuestros padres y me tentaron, a pesar de haber visto mis obras durante cuarenta años; por eso me indigné contra aquella generación, y dije: «Siempre tienen el corazón extraviado; no han conocido mis caminos, por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso.»»

¡Atención, hermanos! Que ninguno de vosotros tenga un corazón malo e incrédulo, que lo lleve a desertar del Dios vivo.

Animaos, por el contrario, los unos a los otros, día tras día, mientras dure este «hoy», para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado.

En efecto, somos partícipes de Cristo, si conservamos firme hasta el final la actitud del principio.


SALMO 94, 6-7.8-9.10-11

Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: «No endurezcáis vuestro corazón».

Entrad, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía.

Ojalá escuchéis hoy su voz: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masa en el desierto; cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras.»

«Durante cuarenta años aquella generación me asqueó, y dije: «Es un pueblo de corazón extraviado, que no reconoce mi camino; por eso he jurado en mi cólera que no entrarán en mi descanso.»»


Aclamación antes del Evangelio: Mt 4, 23

Jesús proclamaba el Evangelio del reino, curando las dolencias del pueblo.


EVANGELIO: Marcos 1, 40-45

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: «Si quieres, puedes limpiarme.»

Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Quiero: queda limpio.»

La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio.

Él lo despidió, encargándole severamente: «No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés.»

Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes.
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S.S. Benedicto XVI. Angelus del 12 de febrero de 2012

El evangelio de este domingo (Mc 1, 40-45) nos muestra a Jesús en contacto con la forma de enfermedad considerada en aquel tiempo como la más grave, tanto que volvía a la persona «impura» y la excluía de las relaciones sociales: hablamos de la lepra. Una legislación especial (cf. Lv 13-14) reservaba a los sacerdotes la tarea de declarar a la persona leprosa, es decir, impura; y también correspondía al sacerdote constatar la curación y readmitir al enfermo sanado a la vida normal.

Mientras Jesús estaba predicando por las aldeas de Galilea, un leproso se le acercó y le dijo: «Si quieres, puedes limpiarme». Jesús no evita el contacto con este hombre; más aún, impulsado por una íntima participación en su condición, extiende su mano y lo toca —superando la prohibición legal—, y le dice: «Quiero, queda limpio».

En ese gesto y en esas palabras de Cristo está toda la historia de la salvación, está encarnada la voluntad de Dios de curarnos, de purificarnos del mal que nos desfigura y arruina nuestras relaciones.

En aquel contacto entre la mano de Jesús y el leproso queda derribada toda barrera entre Dios y la impureza humana, entre lo sagrado y su opuesto, no para negar el mal y su fuerza negativa, sino para demostrar que el amor de Dios es más fuerte que cualquier mal, incluso más que el más contagioso y horrible. Jesús tomó sobre sí nuestras enfermedades, se convirtió en «leproso» para que nosotros fuéramos purificados.

Un espléndido comentario existencial a este evangelio es la célebre experiencia de san Francisco de Asís, que resume al principio de su Testamento:

«El Señor me dio de esta manera a mí, el hermano Francisco, el comenzar a hacer penitencia: en efecto, como estaba en pecados, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué con ellos la misericordia. Y al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura del alma y del cuerpo; y después de esto permanecí un poco de tiempo, y salí del mundo» (Fuentes franciscanas, 110).

En aquellos leprosos, que Francisco encontró cuando todavía estaba «en pecados» —como él dice—, Jesús estaba presente, y cuando Francisco se acercó a uno de ellos, y, venciendo la repugnancia que sentía, lo abrazó, Jesús lo curó de su lepra, es decir, de su orgullo, y lo convirtió al amor de Dios. ¡Esta es la victoria de Cristo, que es nuestra curación profunda y nuestra resurrección a una vida nueva!

Queridos amigos, dirijámonos en oración a la Virgen María, a quien ayer celebramos recordando sus apariciones en Lourdes. A santa Bernardita la Virgen le dio un mensaje siempre actual: la llamada a la oración y a la penitencia.

A través de su Madre es siempre Jesús quien sale a nuestro encuentro para liberarnos de toda enfermedad del cuerpo y del alma. ¡Dejémonos tocar y purificar por él, y seamos misericordiosos con nuestros hermanos!