¿Los homosexuales tienen derecho a ser sacerdotes?

enero 20, 2016

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¿Los homosexuales tienen derecho a ser sacerdotes?

La respuesta es taxativa: no, ni tampoco los heterosexuales. Ser sacerdote no es un derecho

De vez en cuando, surge en los medios de comunicación algún caso de sacerdote homosexual que levanta la bandera de los llamados “derechos gays”, incluyendo entre ellos el “derecho al sacerdocio”.

Para empezar, el sacerdocio católico no es un “derecho” para nadie: ni para homosexuales, ni para heterosexuales. El sacerdocio católico es una vocación, un llamado personal e intransferible, hecho por Cristo a quien él quiere.

El propio Cristo confió al primer papa, San Pedro, la misión de cuidar su rebaño en la tierra, afirmando que “lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo”.

Desde los orígenes, los primeros cristianos formaron alrededor de Pedro una asamblea (en griego, ekklesía, término en latín es ecclesia, que en español es iglesia), un rebaño cuyo pastoreo tocaba a los apóstoles, con Pedro a la cabeza, presidiendo la asamblea de los cristianos.

En esa misión confiada por Cristo a Pedro y transmitida a sus sucesores, una serie de medidas prácticas fueron adoptándose por la Iglesia presidida por el Papa, siempre con base en la reflexión conciente del mensaje de Cristo contenida en los Evangelios.

Entre esas medidas, originadas en el Evangelio y preservadas por la Iglesia, está la de verificar el llamado sacerdocio mediante exigencias concretas: que el sacerdote sea hombre, bautizado y heterosexual.

Hombre porque el propio Cristo se hizo hombre, en el pleno sentido antropológico de “hacerse hombre”, y porque, al elegir a sus ministros, Cristo ordenó solamente hombres. Bautizado porque el sacerdote debe ser un miembro vivo de la Iglesia.

Y heterosexual porque el sacerdote está llamado a ser “padre”, sublimando la paternidad biológica y trasformándola en una paternidad espiritual, que incluye la consciente renuncia a la paternidad biológica a través de la opción por el celibato, a ejemplo del propio Cristo sacerdote.

La Congregación para la Educación Católica esclareció la relación entre sacerdocio y homosexualidad en el documento Sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las órdenes sagradas (4 de noviembre de 2005).

Este documento diferencia los “actos homosexuales” de las “tendencias homosexuales”. Los actos implican el ejercicio activo de la homosexualidad, mientras que las tendencias implican solamente el impulso homosexual.

Enseguida, el documento hace otra diferenciación al respecto de las “tendencias homosexuales”: las “profundamente arraigadas” y las que son “expresión de un problema transitorio”.

Y declara: “Respetando profundamente a las personas en cuestión, la Iglesia no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada ‘cultura gay’.

Si se tratase, en cambio, de tendencias homosexuales que fuese sólo la expresión de un problema transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia no terminada, esas deberán serclaramente superadas al menos tres años antes de la ordenación diaconal”.

En cuanto a los padres ya ordenados que se revelan homosexuales, el Papa Benedicto XVI esclarece en el libro entrevista Luz del Mundo, publicado en 2010:

“La homosexualidad no es compatible con la vocación sacerdotal. Pues entonces el celibato no tiene ningún sentido como renuncia. Sería un gran peligro si el celibato se convirtiera, por así decirlo, en ocasión para introducir en el sacerdocio a gente a la que, de todos modos, no le gusta casarse, porque en última instancia también su postura ante el varón y la mujer está de alguna manera modificada, desconcertada, y en cualquier caso no se encuentra en la dirección de la creación de la que hemos hablado.

La Congregación para la Educación Católica emitió hace algunos años una disposición en el sentido de que los candidatos homosexuales no pueden ser sacerdotes porque su orientación sexual los distancia de la recta paternidad, de la realidad interior de la condición de sacerdote.

Por eso, la selección de los candidatos al sacerdocio debe ser muy cuidadosa. Aquí tiene que aplicarse la máxima atención para que no irrumpa una confusión semejante y, al final, por así decirlo, se identifique el celibato de los sacerdotes con la tendencia a la homosexualidad (…) [La existencia de sacerdotes con tendencias homosexuales] forma parte de las dificultades de la Iglesia. Y los afectados tienen que procurar, por lo menos, no practicar activamente esa inclinación a fin de permanecer fieles al cometido interior de su ministerio”.

Ser sacerdote, por lo tanto, no es un “derecho” de nadie; y ejercer la eventual tendencia homosexual no es derecho de ningún sacerdote, así como tampoco la tendencia heterosexual, dado que todos los sacerdotes católicos están llamados, por vocación, también al celibato.

Esta es la respuesta que los católicos deben saber dar cuando los medios de comunicación resuelven hacer campaña para reinventar lo que Cristo estableció, aprovechándose de las debilidades de sacerdotes que no fueron coherentes con la vocación que libremente se comprometieron a abrazar.

Nadie puede alegar que no conocía las renuncias y sacrificios exigidos por el sacerdocio.


El maná de cada día, 20.1.16

enero 20, 2016

Miércoles de la 2ª semana del Tiempo Ordinario

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manos-al-cielo

Bendito sea el Señor, mi roca



PRIMERA LECTURA: 1 Samuel 17,32-33.37.40-51

En aquellos días, Saúl mandó llamar a David, y éste le dijo: «Majestad, no os desaniméis. Este servidor tuyo irá a luchar con ese filisteo.»

Pero Saúl le contestó: «No podrás acercarte a ese filisteo para luchar con él, porque eres un muchacho, y él es un guerrero desde mozo.»

David le replicó: «El Señor, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me librará de las manos de ese filisteo.»

Entonces Saúl le dijo: «Anda con Dios.»

Agarró el cayado, escogió cinco cantos del arroyo, se los echó al zurrón, empuñó la honda y se acercó al filisteo. Éste, precedido de su escudero, iba avanzando, acercándose a David; lo miró de arriba abajo y lo despreció, porque era un muchacho de buen color y guapo, y le gritó: «¿Soy yo un perro, para que vengas a mí con un palo?»

Luego maldijo a David, invocando a sus dioses, y le dijo: «Ven acá, y echaré tu carne a las aves del cielo y a las fieras del campo.»

Pero David le contestó: «Tú vienes hacia mí armado de espada, lanza y jabalina; yo voy hacia ti en nombre del Señor de los ejércitos, Dios de las huestes de Israel, a las que has desafiado. Hoy te entregará el Señor en mis manos, te venceré, te arrancaré la cabeza de los hombros y echaré tu cadáver y los del campamento filisteo a las aves del cielo y a las fieras de la tierra; y todo el mundo reconocerá que hay un Dios en Israel; y todos los aquí reunidos reconocerán que el Señor da la victoria sin necesidad de espadas ni lanzas, porque ésta es una guerra del Señor, y él os entregará en nuestro poder.»

Cuando el filisteo se puso en marcha y se acercaba en dirección de David, éste salió de la formación y corrió velozmente en dirección del filisteo; echó mano al zurrón, sacó una piedra, disparó la honda y le pegó al filisteo en la frente: la piedra se le clavó en la frente, y cayó de bruces en tierra.

Así venció David al filisteo, con la honda y una piedra; lo mató de un golpe, sin empuñar espada. David corrió y se paró junto al filisteo, le agarró la espada, la desenvainó y lo remató, cortándole la cabeza. Los filisteos, al ver que había muerto su campeón, huyeron.


SALMO 143,1.2.9-10

Bendito el Señor, mi Roca.

Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la pelea.

Mi bienhechor, mi alcázar, baluarte donde me pongo a salvo, mi escudo y mi refugio, que me somete los pueblos.

Dios mio, te cantaré un cántico nuevo, tocaré para ti el arpa de diez cuerdas: para ti que das la victoria a los reyes, y salvas a David, tu siervo.


Aclamación antes del Evangelio: Mt 4, 23

Jesús proclamaba el Evangelio del reino, curando las dolencias del pueblo.


EVANGELIO: Marcos 3, 1-6

En aquel tiempo, entró Jesús otra vez en la sinagoga, y había allí un hombre con parálisis en un brazo. Estaban al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo.

Jesús le dijo al que tenía la parálisis: «Levántate y ponte ahí en medio.»

Y a ellos les preguntó: «¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?»

Se quedaron callados. Echando en torno una mirada de ira, y dolido de su obstinación, le dijo al hombre: «Extiende el brazo.»

Lo extendió y quedó restablecido.

En cuanto salieron de la sinagoga, los fariseos se pusieron a planear con los herodianos el modo de acabar con él.

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VENCER A GOLIAT

El joven David derrotó al gigante Goliat con una piedra y una honda; pero, su verdadera arma fue la astucia y la maña. No pretendió convertirse él en gigante, para luchar de igual a igual, sino que fue precisamente su pequeñez la que tumbó y derrotó aquella fuerza tremenda de Goliat.

Cuántas veces nos encontramos ante situaciones de injusticia, de pecado, de mal, de inmoralidad, que nos sobrepasan; cuántas veces nos parece insuperable esa manía o defecto de carácter que parece que nunca lograremos dominar; cuántas necesidades, cuántas urgencias, cuántas miserias humanas nos abruman y acongojan interiormente, sobre todo cuando está en juego la bondad e inocencia de quienes sufren injustamente.

En las cosas de Dios, a veces pretendemos hacernos tan gigantes y poderosos como el Goliat al que tenemos que derrotar. Y, en lugar de apoyarnos en la propia pequeñez, nos desanimamos porque quisiéramos tener la fuerza de un gigante.

Despreciamos las armas de Dios, porque humanamente parecen desproporcionadas e inútiles y calibramos su eficacia según nuestros esquemas demasiado humanos. Nos asusta vernos ante ese Goliat al que, a veces, tenemos que derrotar con nuestras manos vacías.

Has de vencer el mal, el pecado, el error, con esa piedra y esa honda que tienes en tu mano, sin desaprovechar ocasión, sin escatimar esfuerzos o palabras, sin huir por la senda de la omisión y la defección. Pero, es tal la desproporción entre tu piedra y tu Goliat, que no lograrás vencer al gigante si no es con la fuerza y la astucia de la oración.

No pretendas vencerle con las armas de los puños y del voluntarismo, queriendo ser gigante, demostrándote a ti mismo que eres capaz de todo, porque saldrás siempre derrotado y masticarás, una y otra vez, el polvo de tus fracasos y debilidades.

Háblale al Señor de ese Goliat que quieres vencer, de ese gigante que te agobia, te aplasta y te sobrepasa. Pon en las manos de Dios tu piedra y tu honda, las armas de tu propia impotencia y hasta de tus manos vacías, y deja que Él luche y derrote a Goliat en tu propia pequeñez.

Esa oración, silenciosa y escondida, aparentemente tan inútil, multiplica al infinito la eficacia de tu pequeña honda y la débil fuerza de tu piedra.

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