El maná de cada día, 5.8.13

Lunes de la 18ª semana del Tiempo Ordinario

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No tenemos más que cinco panes y dos peces

No tenemos más que cinco panes y dos peces

PRIMERA LECTURA: Números 11, 4b-15

En aquellos días, los israelitas dijeron: «¡Quién pudiera comer carne! Cómo nos acordamos del pescado que comíamos gratis en Egipto, y de los pepinos y melones y puerros y cebollas y ajos.

Pero ahora se nos quita el apetito de no ver más que maná.»

El maná se parecía a semilla de coriandro con color de bedelio; el pueblo se dispersaba a recogerlo, lo molían en el molino o lo machacaban en el almirez, lo cocían en la olla y hacían con ello hogazas que sabían a pan de aceite. Por la noche caía el rocío en el campamento y, encima de él, el maná.

Moisés oyó cómo el pueblo, familia por familia, lloraba, cada uno a la entrada de su tienda, provocando la ira del Señor; y disgustado, dijo al Señor: «¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o lo he dado a luz, para que me digas: «Coge en brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres»?

¿De dónde sacaré pan para repartirlo a todo el pueblo? Vienen a mí llorando: «Danos de comer carne.» Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas. Si me vas a tratar así, más vale que me hagas morir; concédeme este favor, y no tendré que pasar tales penas.»


SALMO 80,12-13.14-15.16-17

Aclamad a Dios, nuestra fuerza.

Mi pueblo no escuchó mi voz, Israel no quiso obedecer: los entregué a su corazón obstinado, para que anduviesen según sus antojos.

¡Ojalá me escuchase mi pueblo y caminase Israel por mi camino! En un momento humillaría a sus enemigos y volvería mi mano contra sus adversarios.

Los que aborrecen al Señor te adularían, y su suerte quedaría fijada; te alimentaría con flor de harina, te saciaría con miel silvestre.


Aclamación antes del Evangelio: Mt 4, 4b

No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.


EVANGELIO: Mateo 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.

Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: «Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.»

Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.» Ellos le replicaron: «Si aquí no tenemos más que cinco panes y dos peces.» Les dijo: «Traédmelos.»

Mandó a la gente que se recostara en la hierba y, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente.

Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce cestos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
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“MAESTRO, DESPIDE A LA GENTE”

Aquel día había sido agotador. Era tal la cantidad de gente que se agolpaba para oír su predicación, para ser curada de sus enfermedades, que los Apóstoles no llegaban a todo. Así que, aprovechando la hora del atardecer, insistieron prudentemente al Maestro para que fuera ya despidiendo a la gente.

Estaban en un descampado, muchos de ellos tenían que hacer una larga jornada de camino para volver a sus casas, y no habían traído nada para comer. También el Maestro estaba muy cansado y, además, la noche podía caer muy pronto. No era conveniente prolongar más aquello…

Tú y yo, como aquellos cansados Apóstoles, tendemos a un cristianismo suficiente y cumplidor, nada exagerado, acorde con el patrón y la opinión del mundo.

Y todo, quizá, en nombre de la sabia prudencia humana. Por eso, el Señor siempre descoloca nuestros planes y, como aquel día a los Apóstoles, no cesa de invitarnos a más: “No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer”.

Si el Maestro hubiera cedido a las exigencias de la comodidad mediocre y cumplidora de aquellos Apóstoles, no habría podido hacer el milagro grandioso de la multiplicación de los cinco panes y dos peces.

Bastó sólo ese poco de pan, eso poco que en aquel momento podían darle al Señor, para que Él multiplicara con abundancia el esfuerzo de aquellas gentes cansadas.

Todos se saciaron, y no sólo de pan, al ver aquel poder magnífico del Señor inclinándose ante la necesidad y miseria de los hombres.

Mira si tu comodidad, tus excusas, tus intereses egoístas, no están haciendo de tu fe un pan desabrido y seco que ni sacia, ni gusta, ni es capaz de abrirse y acoger la acción de Dios.

Lañas diarias www.mater-dei.es

1 Responses to El maná de cada día, 5.8.13

  1. FRANCISCO JOSÉ AUDIJE PACHECO dice:

    Se ve que Moisés era un líder responsable y honrado. El pueblo que Dios le ha encomendado para que guíe, pasa por dificultades graves. No tienen para comer, están sufriendo. Recuerdan con nostalgia los días de la esclavitud en Egipto. Ahora son políticamente libres, pero, en medio del desierto, viven la tiranía de la falta de lo mínimo para sobrevivir físicamente. Moisés padece el sufrimiento de su pueblo, no vive en una burbuja, insensiblilizado, tiene un corazón tierno, humano, y pide ayuda al Señor, en quien él ha confiado siempre para liderar a su pueblo. No se escaquea, no huye, no se esconde ante la realidad, no da vanas esperanzas a los suyos ni los engaña. En medio de la nada del desierto, solo Dios puede socorrerles, Moisés lo sabe, y afronta el problema, acude a Dios, que les ha salvado en otras ocasiones. Después, en el Evangelio, ocurre algo parecido. Jesús predica en descampado a una multitud, se acerca la hora de comer, y allí no hay nada para tanta gente. Los apóstoles, que son listos, le aconsejan a Jesús que termine con la prédica y envíe a la gente a los poblados para que compren comida. Pero Jesús contesta: «Dadles vosotros de comer». Apenas hay unos pocos peces y algo de pan, no pueden alimentar a las miles de personas que hay allí, es de sentido común. Pero el Señor consigue multiplicar la escasez, y los apóstoles dan de comer a todos, incluso sobra comida. «Dadles vosotros de comer», no eludáis vuestra responsabilidad, no viváis al margen de los problemas, no os inventéis excusas para no cumplir con vuestro deber. Los que tenemos a Dios, vivimos confiando en Él, vivimos confiando en su Palabra, en sus promesas de salvación, en que Él nos conducirá al Cielo, atravesando este desierto terrenal, donde no nos faltará lo necesario para que no nos fallen las fuerzas en el duro camino. Los que creemos en Cristo, los que amamos a Cristo, tenemos otra escala de valores. Tenemos puesta nuestra vista en el horizonte de sus enseñanzas, porque sabemos que nos ha de faltar alimento para reponer las fuerzas necesarias para continuar el camino. Es el sentido común cristiano. Puede que parezcamos tontos, pero no, lo que somos es cristianos, somos seguidores del Evangelio, y creemos que la solución a todos los problemas de la humanidad, está en confiar en los consejos de Nuestro Señor, y, por lo tanto, acatarlos.

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