Recolección Agustiniana (2 de 2)

diciembre 5, 2022

Convento de San Millán de la Cogolla, Monasterio de Yuso. Agustinos Recoletos

(Continúa)

6. Actualidad de la espiritualidad recoleta

La reflexión postconciliar ha concretado las aspiraciones de la Recolección primitiva en tres vocablos: interioridad, comunidad y apostolado. Y ha visto en ellos una respuesta válida a tres exigencias básicas del cristiano. La contemplación satisface su sed de soledad y de absoluto. La comunidad sale al encuentro de las exigencias de su naturaleza social, y el apostolado responde al mandato misionero de Cristo.

Son, además, remedios utilísimos de tres grandes males de nuestro mundo actual: la dispersión, el individualismo y el relativismo; y equipan al religioso para sostener con éxito el triple combate de la unificación de la persona, de su sociabilidad y de su vocación apostólica.

La reforma recoleta fue una protesta contra la mediocridad y la rutina, protagonizada por gente radical, que quería señalarse en el servicio de su Señor; gente consciente de la inmensidad de Dios y de que siempre queda mucho de él por conocer y amar; de que no es propio del hombre pararse a contemplar con fruición el camino recorrido cuando queda tanto por descubrir.

Su recuerdo estimula, por un lado, a buscar modos de convertir nuestras comunidades en lugares donde los fieles encuentren las facilidades, las técnicas y los maestros de oración que pedía Juan Pablo II al constatar el eco que hoy encuentran las religiones orientales; y, por otro, a abrirse al mundo circunstante.

La vivencia comunitaria debe traspasar los umbrales del convento y convertir a sus miembros, a sus parroquias y a sus colegios en agentes de solidaridad, de acogida y de diálogo.

La comunidad agustiniana tiene mucho de denuncia social, porque está construida no sobre las fuerzas que de ordinario rigen las colectividades –orgullo, ambición, afán de poder, rivalidad–, sino sobre la comunión y la búsqueda del otro. Con la puesta en común de cuanto son y cuanto poseen, sus miembros muestran la posibilidad de construir la sociedad sobre pilares más solidarios.

La regla de san Agustín «resuena como una protesta contra la desigualdad de una sociedad caracterizada por el egoísmo y el individualismo, por la sed de poseer, el orgullo y el afán del poder». La Recolección recogió sus valores y los revistió de un ropaje de sencillez, sobriedad y austeridad que los hace más tangibles.

La sobriedad y el silencio son rasgos constitutivos del alma recoleta. Ninguno de los dos encuentra mayor eco en nuestra cultura. Y cuando se llega a apreciar su valor, suele faltar valentía para acogerlos y transfundirlos a la vida práctica. Sin embargo, cada día va quedando más clara su actualidad, ya que salen al encuentro de dos de los males que más afligen a nuestro mundo.

La sobriedad, nombre actual de la penitencia, es el mejor antídoto contra el consumismo que tanto se depreca, pero que con tanto afán se persigue. Templa el carácter y dispone el alma a la oración y a la lucha. No sin razón afirmaba Agustín que quien no se abstiene de cosas lícitas está cerca de caer en las ilícitas: qui enim a nullis refrænat licitis, vicinus est et illicitis.

Un autorizado intérprete actual de su pensamiento, a pesar de ser consciente de las insidias que encierra, ve en la ascesis uno de los pocos rasgos que permiten identificar al religioso en el mundo de hoy.

También Juan Pablo II creía que la ascesis «es indispensable a la persona consagrada para permanecer fiel a la propia vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz». Libera a las personas y a las comunidades «del egocentrismo y la sensualidad» y las capacita para dar «testimonio de las características que reviste la auténtica búsqueda de Dios, orillando el peligro de confundirla con la búsqueda sutil de sí mismas o con la fuga en la gnosis». El empeño ascético «es necesario para dilatar el corazón y abrirlo a la acogida del Señor y de los hermanos».

Benedicto XVI ha insistido en la necesidad de la ascética y en su inseparable conexión con la mística, al punto de no ser posible la una sin la otra. En un tiempo de fragmentación y fragilidad como es el nuestro, es necesario superar la dispersión del activismo y cultivar la unidad de la vida espiritual a través de la adquisición de una profunda mística y de una sólida ascética.

«Una vida simple, pobre, sobria, esencial y austera» ayuda al religioso a robustecer la respuesta vocacional, a afrontar las insidias del aburguesamiento y le acerca más a los menesterosos.

El rechazo de la ascesis y del esfuerzo desvela dos lagunas de la renovación postconciliar de la vida religiosa. La primera es una idea parcial, cuando no falsa, del hombre caído, que se manifiesta en la preeminencia que de ordinario se da al aspecto racional en la formación inicial y, sobre todo, en la permanente.

Es una confianza digna de los ilustrados del siglo XVIII, que creían que para cambiar al hombre bastaba con educar su entendimiento. La segunda sería la poca atención prestada a la acción de la gracia.

Agustín y los recoletos primitivos estaban convencidos de que sin el auxilio de la gracia el esfuerzo humano resulta estéril. La convicción intelectual es insuficiente para abrazarse decididamente con el bien , la voluntad humana se resiste a arrostrar las angosturas del camino que a él conduce  y a sacrificar los bienes terrenos para adquirir la margarita del evangelio .

El recogimiento es aún más necesario. Es un presupuesto esencial del hombre interior. La reflexión, la contemplación, la inquisición, la búsqueda incesante y otras actitudes afines son imprescindibles para quienes aspiran a ser dueños de su vida y de sus destinos.

Las constituciones preconciliares lo tenían por el adorno más hermoso de las órdenes –præcipuum omnium ordinum regularium decus-. El Kempis lo comparaba al terreno fértil en que crece vigorosa la virtud: In silentio et quiete proficit anima devota.

Sin interioridad el hombre es pura superficialidad, sin consistencia interna, un ser siempre a la deriva, víctima de la emoción del momento, de la moda, de la voz que más grita o del viento que más sopla.

Séneca advirtió que la primera señal de un ánimo equilibrado es la capacidad de detenerse y permanecer en compañía de sí mismo: primum argumentum compositæ mentis existimo posse esse consistere et secum morari.

Agustín hizo suyo ese pensamiento y lo enriqueció con las célebres fórmulas en que resumió su teoría sobre la interioridad: Noli foras ire, in te ipsum redi, in interiore homine habitat veritas […]; transcende teipsum.

Sólo en nuestra recámara interior, decían los recoletos del siglo XVI, nos encontramos con nosotros mismos y llegamos a conocer la verdad.

Hoy, más que nunca, es necesario pararse a pensar, distanciarse de lo que nos rodea y nos aturde, si queremos reencontrarnos con nosotros mismos y encontrar al Dios que habita en nosotros: «Regresa primero a tu corazón, tú que andas desterrado y errante. ¿A dónde? Al Señor. […] Vuelve al corazón […]. Allí está la imagen de Dios. En el interior del hombre habita Cristo».

Ángel MARTÍNEZ CUESTA, OAR

Roma


La Recolección Agustiniana (1 de 2)

diciembre 5, 2022

San Agustín, padre de muchas familias religiosas

LA RECOLECCIÓN AGUSTINIANA:

ORIGEN, HISTORIA Y MENSAJE

Por Ángel Martínez Cuesta, agustino recoleto

1. Orígenes

La Recolección Agustiniana hunde sus raíces en la reforma tridentina y en la aspiración a una vida más perfecta. Confluyen en ella dos fuentes principales. La primera es la herencia de la orden de san Agustín, con sus leyes, su liturgia, sus santos, su organización y sus tradiciones. La segunda es el movimiento recoleto, con sus exigencias ascéticas y espirituales.

La primera aporta el cauce, las estructuras materiales y la relación básica con san Agustín y un sin número de referencias religiosas y culturales. La segunda enriquece ese cauce con un deseo de radicalidad, que empuja por el camino de la ascesis, de la igualdad, del recogimiento y del espíritu de oración. El concilio de Trento preparó un clima favorable a la germinación de estos ideales.

a. La raíz agustiniana

Al estallar la Reforma protestante la orden agustiniana, al igual que otras órdenes, seguía inmersa en la decadencia. A lo largo del siglo XVI hizo un gran esfuerzo reformador, en el que colaboraron generales de la talla de Seripando, santos como Tomás de Villanueva o Alonso de Orozco y ascetas como Luis de Montoya y Tomé de Jesús.

Esos esfuerzos prepararon el camino a la reforma de Trento y favorecieron la aparición de religiosos dispuestos a llevarla a cabo. Los decretos tridentinos fueron acogidos en el capítulo general de 1564 y en las constituciones de 1581. El nivel religioso de la orden subió vistosamente, facilitando la aparición de un buen número de pastores y escritores eminentes.

Pero fueron las misiones las que aportaron la pieza más preciosa a aquel rico mosaico. En 1533 desembarcaron siete religiosos en el puerto de Veracruz (México). En los decenios siguientes centenares de religiosos llevaron el mensaje cristiano a la mayoría de los países de América del Sur: Perú (1551), Ecuador (1573), Colombia (1575), Venezuela (1580) y Chile (1595); y a algunos del Extremo Oriente: Filipinas (1565), India (1572) y Japón (1602).

b. Anhelos de mayor perfección

Pero esos logros no satisfacían los anhelos de los partidarios de las experiencias que estaban surgiendo en otras órdenes. Por una parte, no habían desterrado todos los privilegios contrarios a la vida común, y, por otra, ellos no se contentaban con la observancia de las constituciones. Aspiraban a una vida de pobreza real, de más oración, más silencio, más austeridad y más igualdad.

Esos ideales habían fraguado a principios del siglo XVI en el solar franciscano de Castilla y desde él se habían propagado por toda la geografía española. En la segunda mitad del siglo su eco, potenciado por la irrupción teresiana, llegó a gran parte de las comunidades masculinas y femeninas de España, dando origen en algunas de ellas a nuevas ramas de descalzos y recoletos .

La orden agustina no permaneció al margen. Entre 1540 y 1588 fueron apareciendo religiosos deseosos de trasplantarlos esos valores a su orden. Los primeros misioneros de México y el portugués Tomé de Jesús (†1582) fueron los más representativos.

En 1575 el capítulo general de la orden aprobó una determinación, recogida en las constituciones del 1581, que autorizaba a las provincias a promulgar estatutos más rigurosos para los religiosos que, inspirados por el Espíritu Santo, “quisieran” abrazar una disciplina más austera . Esa cláusula deparó el cauce jurídico a los promotores de la Recolección.

Tras varios intentos infructuosos, su sueño, favorecido por Felipe II, comenzó a hacerse realidad en 1588. El 5 de diciembre el capítulo provincial de Castilla, reunido en Toledo bajo la presidencia del general de la orden, mandó erigir en la provincia “tres o más monasterios de varones y otros tantos de mujeres en los que se practicase un género de vida más austera, la que, tras madura reflexión, reglamentase nuestro padre provincial con su definitorio”.

2. La Forma de vivir

Fray Luis de León, encargado de dar forma al proyecto, lo concretó en un escrito que tituló Forma de vivir (1589). Es un texto de apenas 14 capitulitos y sólo tuvo vigencia jurídica hasta el año 1637, pero su influjo sobre la organización espiritual de la Recolección fue decisivo hasta la desamortización de Mendizábal (1835).

Traduce el deseo de mayor perfección de que hablaba el capítulo de Toledo en una intensificación de la vida comunitaria y contemplativa y en una acentuación de los rasgos ascéticos de la vida religiosa. El espíritu de oración es su rasgo más característico. Los recoletos dedicarán dos horas diarias a la oración mental, restringirán sus salidas del convento y se esforzarán por crear en él una atmósfera de quietud y paz que favorezca la contemplación.

El segundo rasgo del texto es el amor a la vida común perfecta. Un aire comunitario lo impregna de principio a fin. En el convento no hay lugar para el privilegio, el peculio o el trato de excepción. Todos sus moradores gozan de los mismos derechos y están sujetos a las mismas obligaciones.

Nadie puede disponer de cosa propia, por mínima que sea, y el trato en la comida, el vestido y la celda es idéntico para todos. Los títulos honoríficos quedan desterrados. Todo tiende a promover “la paz de los religiosos entre sí, [que] es muy cierta señal [de] que el Espíritu Santo vive en ellos”. El número de frailes en cada convento no debe pasar de 20, “porque el amor se conserva mejor entre pocos”.

Otro de sus elementos cualificantes es la ascesis. Una ascesis que procede del radicalismo evangélico, del recuerdo idealizado de las primeras comunidades de la orden y de una antropología teñida de pesimismo y que se descomponía en mil manifestaciones que envolvían la totalidad de la vida del fraile.

El rechazo de toda propiedad inmueble, la tosquedad de los edificios, la pequeñez y desaliño de las celdas, la vileza del vestido y del calzado, la abundancia de ayunos y alimentos cuaresmales, la frecuencia de las disciplinas, el silencio, el retiro, todo recordaba al fraile recoleto su compromiso de seguir a Cristo pobre a través de las privaciones, renuncias y estrecheces que la pobreza lleva siempre consigo.

No siempre ha sido fácil conciliar su espiritualidad con la concepción agustiniana de la vida religiosa. En concreto, se le han reprochado su acentuado ascetismo y un cierto recelo ante el apostolado. Los promotores de la Recolección aspiraban a reproducir en sus comunidades la vida de las fundaciones de san Agustín. Pero su información acerca de ellas era muy deficiente.

Compartían la creencia, entonces general, de que el santo doctor había fundado comunidades de corte eremítico. En consecuencia, asociaban su ideal religioso con las prácticas típicas del eremitismo –silencio, soledad, austeridad, apostolado limitado, recelo ante los estudios–, que, por otra parte, eran las más estimadas por el movimiento reformista de la época.

3. Difusión de la Recolección por España y sus colonias

Esta Forma de vivir comenzó a practicarse el 19 de octubre de 1589 en el convento de Talavera de la Reina, desde donde se propagó a los pueblos vallisoletanos de Portillo (1590) y Nava del Rey (1591). En 1596 los recoletos se establecieron en Madrid, donde construyeron su sede central; y en 1600, en El Toboso. Dos años más tarde Roma formaba con esos cinco conventos una provincia recoleta.

El espaldarazo romano reavivó las esperanzas de los recoletos. Con el apoyo del pueblo fiel en pocos años se extendieron por la geografía española, y cruzaron los océanos. El año 1604 inician su andadura en torno a la ermita colombiana de La Candelaria los recoletos americanos. Al año siguiente los españoles se asocian a la vanguardia misional de la Iglesia zarpando para las lejanas tierras de Filipinas. En 1619 se establecieron en Roma.

En 1621 Gregorio XV elevó la provincia a congregación y encomendó su gobierno a un vicario general. A finales de noviembre del mismo año el capítulo general de la nueva congregación eligió a su primer vicario y la dividió en cuatro provincias.

Las tres primeras, localizadas en España, tendrían una fisonomía prevalentemente contemplativa. La cuarta, de carácter misional, comprendería los conventos y misiones de Filipinas. En 1629 absorbieron a los recoletos colombianos que pasaron a formar la quinta provincia, que tendría carácter mixto. A imitación de la Recolección española surgieron reformas descalzas en Italia (1592), Francia (1596) y Portugal (1664).

Durante el siglo XVIII la tensión religiosa decrece ostensiblemente. El espíritu místico y misional merma en la misma medida en que crecen la aspiración a una vida más cómoda y la sed de títulos honoríficos con su letanía de privilegios y exenciones. Fruto y, a la vez, síntoma de esa languidez espiritual son el estancamiento de la comunidad, la rutina y la decadencia de la vida común. Entre 1688 y 1824 la comunidad no logra abrir ni una sola casa en España. A mediados del siglo XVII alcanzó la cifra de 1.500 religiosos y en ella se mantuvo durante siglo y medio. En 1808 había descendido a unos 1.100.

4. Entre guerras y revoluciones

En el siglo XIX la Recolección careció de libertad para programar su vida. Comenzó con la invasión napoleónica y concluyó con la revolución filipina. Entre ambas fechas sendas desamortizaciones desmantelaron su estructura material en España (1835) y Colombia (1861) e le impusieron un nuevo perfil. En España perdió 32 de sus 33 conventos.

Sólo sobrevivió el de Monteagudo, fundado poco antes como plantel de misioneros para Filipinas. En Colombia quedó reducida a un minúsculo grupo de religiosos exclaustrados sin apenas vínculos entre sí.

Esta violenta intervención estatal modificó la orientación espiritual de la congregación. Hasta 1835 había sido una corporación de corte contemplativo, con un fuerte apéndice misional en Filipinas y otro, más débil, en Colombia; ahora, despojada de sus conventos y sin posibilidad de reanudar la vida común, se convierte en una congregación de talante apostólico, adoptando toda ella un sistema de vida que hasta entonces había sido exclusivo de una de sus provincias.

5. Expansión por América y España

En 1898 un nuevo embate puso a prueba la solidez de la Recolección. 34 religiosos murieron a manos de los revolucionarios filipinos y otros 80 dieron con sus huesos en la cárcel. Los demás se refugiaron en Manila o huyeron precipitadamente a España. En pocos meses la congregación se encontró con 300 religiosos desocupados y desesperanzados. Sólo los más magnánimos fueron capaces de reaccionar.

A mediados de 1899 ya andaban por Panamá, Venezuela y Brasil más de 40 religiosos. Poco después pasaron a la isla de Trinidad. Durante cuatro lustros se dedicaron casi exclusivamente al apostolado parroquial en zonas marginadas. Hacia 1915 comenzaron a congregarse en centros propios, en los cuales era más fácil conjugar el apostolado con la vida religiosa.

Esa idea condujo a fundar residencias en ciudades como São Paulo (1916), Caracas (1918), Río de Janeiro (1920) y Buenos Aires (1927); a abrir territorios misionales en China (1924), Colombia (1927) y Brasil (1925 y 1928) y a buscar tareas compatibles con la vida común.

El capítulo general de 1908, reunido en San Millán tras 79 años de interrupción, puso fin a un periodo de experimentación anárquica e inauguró otro en que se impuso la reflexión y se dio curso a una serie de medidas que en pocos años condujeron la comunidad a la reconstitución de su antiguo régimen de gobierno (1908), a su autonomía administrativa (1912), a la actualización de sus leyes (1912) y, sobre todo, a la recuperación de rasgos fundamentales de su fisonomía espiritual que durante el siglo XIX habían caído en el olvido (Continuará).

Blog Padre Ismael Ojeda

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LA RECOLECCIÓN AGUSTINIANA:

ORIGEN, HISTORIA Y MENSAJE

Por Ángel Martínez Cuesta, agustino recoleto

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1. Orígenes

La Recolección Agustiniana hunde sus raíces en la reforma tridentina y en la aspiración a una vida más perfecta. Confluyen en ella dos fuentes principales. La primera es la herencia de la orden de san Agustín, con sus leyes, su liturgia, sus santos, su organización y sus tradiciones. La segunda es el movimiento recoleto, con sus exigencias ascéticas y espirituales.

La primera aporta el cauce, las estructuras materiales y la relación básica con san Agustín y un sin número de referencias religiosas y culturales. La segunda enriquece ese cauce con un deseo de radicalidad, que empuja por el camino de la ascesis, de la igualdad, del recogimiento y del espíritu de oración. El concilio de Trento preparó un clima favorable a la germinación de estos ideales.

a. La raíz agustiniana

Al estallar…

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Mensaje del Prior general en el Aniversario de la Recolección Agustiniana 2022

diciembre 5, 2022

Los primeros frailes agustinos recoletos, en un collage del P. Esteban Peña, oar.

A TODA LA FAMILIA AGUSTINA RECOLETA: Que el Dios de la esperanza colme nuestros corazones de alegría y paz.

Estimados hermanos y hermanas:

Se aproxima el día de la Recolección Agustiniana, 434 años del nacimiento de nuestra familia y por lo tanto una oportunidad y motivo importante para recordar, reflexionar, agradecer y celebrar.

Como cualquier familia tenemos una historia que se ha ido abriendo paso entre luces y sombras, una historia que es siempre maestra y de la que tenemos mucho que aprender; una historia que no debe ser nunca pretexto para no avanzar o caer en el inmovilismo, en la rigidez o en la cerrazón del corazón, porque el Señor hace nuevas todas las cosas (cf. Ap. 21,5)  y nos sigue llamando siempre, pero especialmente en este tiempo de Adviento, a abrir surcos y caminos y a roturar tierras para que germine entre nosotros, la novedad de Dios.

La Recolección no puede perder la valentía y la libertad que vivió en sus orígenes. La definición quinta del capítulo de Toledo, que dio inicio a la Recolección decía: no queriendo oponerse al Espíritu Santo, determinamos… Los padres de aquel capítulo de la Provincia agustiniana de Castilla actuaron con libertad, fueron capaces de tomar una decisión valiente y de acoger las sorpresas de Dios; fueron capaces de no silenciar el ruido que hace el Espíritu cuando se manifiesta en la Iglesia.

Pido a toda la familia agustino-recoleta: frailes, monjas, religiosas, Fraternidades seglares, JAR, Madres Mónicas y colaboradores laicos de nuestros ministerios, que no resistamos al Espíritu Santo, como no resistieron nuestros padres fundadores. Así como Dios ha tenido la creatividad de crear el mundo, de la misma manera sigue teniendo la creatividad de crear cosas nuevas todos los días y de seguir sorprendiéndonos.

Y ese no resistir al Espíritu del Señor exige de cada uno de nosotros buenas dosis de docilidad y de sintonía con ese mismo Espíritu, para saber interpretar sus gemidos y secundar sus insinuaciones. La resistencia al Espíritu mata la alegría, la esperanza y la fidelidad y destruye el carisma. Nuestro carisma, como decía Vicente de Lerins, un santo Padre francés del siglo V hablando de las verdades de la Iglesia, se consolida con los años, se desarrolla con el tiempo y se profundiza con la edad. En palabras más actuales podemos decir análogamente con el Papa Francisco, que no se puede conservar el carisma sin hacerlo progresar. El carisma está vivo, progresa y crece, y eso es algo que los hombres no podemos detener.

Otra característica del movimiento recoleto fue la insatisfacción o, mejor dicho, el inconformismo. No todos los frailes agustinos estaban contentos con la vida cómoda y rutinaria que se iba extendiendo por la sociedad del siglo XVI y que se estaba infiltrando en los conventos, dando lugar a la acomodación, la relajación en la pobreza, la búsqueda de privilegios y exenciones y el descuido de la oración, lo que hizo que se resintiera bastante el ideal de la vida fraterna.

Pero había un grupo de insatisfechos, de inconformistas, que buscaban con ansia la santidad perfecta, que observaban la Regla y las Constituciones con todo rigor, vivían en pobreza extrema, tenían una oración intensa y continua, y eran apóstoles ardientes en la misión. Su vida era denuncia y testimonio.

El inconformismo está en la esencia de la Recolección porque está también en la esencia del evangelio: No os acomodéis a este mundo, antes transformaos con una mentalidad nueva, para discernir la voluntad de Dios, lo que es bueno y aceptable y perfecto (Rm, 12,2-3)

En medio de una sociedad que busca arrastrarnos con sus ideologías y que quiere imponernos su pensamiento único, los cristianos tenemos la obligación de ser inconformistas: inconformistas con la mediocridad, inconformistas con unas relaciones interpersonales superficiales, inconformistas con la mentalidad de lo descartable y de lo light, inconformistas con la polarización que estamos sufriendo entre derechas e izquierdas, buenos y malos, progresistas y conservadores; inconformistas con la falta de respeto al que no piensa como yo, inconformistas con el modelo de familia y de moral que nos quieren imponer e inconformistas con la relativización de absolutamente todo. El inconformismo evangélico y recoleto es constructivo, se fundamenta en el amor y está llamado a ser profético.

Celebramos este 434 aniversario de la Recolección en el marco de la clausura del IV centenario del primer capítulo general de los Agustinos Recoletos en noviembre de 1621 en el convento de Madrid. A partir de este capítulo histórico, la recién creada Congregación de Recoletos, entre otras cosas, consolida el espectacular crecimiento que tuvo en apenas 33 años, se organiza en cuatro Provincias, gana en autonomía y se dota de instrumentos necesarios para su buen funcionamiento: Constituciones, Ritual, etc.

Cuatrocientos años después, la Orden recoleta se vuelve a organizar nuevamente en cuatro provincias. Dentro del año del centenario se han celebrado el capítulo general y los cuatro capítulos provinciales. Capítulos que han sido un momento para ejercer la sinodalidad en toda la Orden, un momento de gracia y de paso de Dios por nuestra familia. Como decía Fr. Miguel Miró, prior general en la apertura de este IV Centenario, estamos arraigados en la historia, pero, confiando en la fuerza del Espíritu, queremos responder a lo que el Señor nos pide, a los signos de los tiempos y a lo que el pueblo de Dios espera de nosotrosEchemos un vistazo a estos 400 años, y tratemos de sacar propuestas de vida y esperanza para el futuro.

Aprendamos de nuestra historia recoleta a ser valientes, a dejarnos conducir por el Espíritu del Señor, sin resistencias, abiertos a las sorpresas de Dios y no conformándonos a este mundo, sino que con docilidad y audacia sigamos encarnando y viviendo este carisma recoleto, actualizándolo en las diferentes formas de vida y vocación, pero siempre con la autenticidad que caracterizó al movimiento recoleto. Y que el Señor que comenzó en la nosotros esta obra buena, Él mismo la lleve a término.

Roma, 1 de diciembre de 2022.

Fr. Miguel Ángel Hernández Domínguez OAR
Prior general


El maná de cada día, 5.12.22

diciembre 5, 2022

Lunes de la 2ª semana de Adviento

Séptimo día de la novena a la Inmaculada Concepción

5 de diciembre de 1588: Día de la Recolección Agustiniana

Enhorabuena a la Orden Agustinos Recoletos

El Señor nos conceda la fidelidad al carisma original

El páramo será un estanque; lo reseco, un manantial
El páramo será un estanque; lo reseco, un manantial

PRIMERA LECTURA: Isaías 35, 1-10

El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios.

Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará.»

Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco, un manantial.

En el cubil donde se tumbaban los chacales brotarán cañas y juncos. Lo cruzará una calzada que llamarán Vía Sacra: no pasará por ella el impuro, y los inexpertos no se extraviarán. No habrá por allí leones, ni se acercarán las bestias feroces; sino que caminarán los redimidos, y volverán por ella los rescatados del Señor.

Vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

SALMO 84, 9ab-10.11-12.13-14

Nuestro Dios viene y nos salvará.

Voy a escuchar lo que dice el Señor: «Dios anuncia la paz a su pueblo y a sus amigos.» La salvación está ya cerca de sus fieles, y la gloria habitará en nuestra tierra.

La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo.

El Señor nos dará la lluvia, y nuestra tierra dará su fruto. La justicia marchará ante él, la salvación seguirá sus pasos.

Aclamación antes del Evangelio

Mirad, el Rey viene, el Señor de la tierra, y él romperá el yugo de nuestra cautividad.

EVANGELIO: Lucas 5, 17-26

Un día estaba Jesús enseñando, y estaban sentados unos fariseos y maestros de la ley, venidos de todas las aldeas de Galilea, Judea y Jerusalén. Y el poder del Señor lo impulsaba a curar.

Llegaron unos hombres que traían en una camilla a un paralítico y trataban de introducirlo para colocarlo delante de él. No encontrando por donde introducirlo, a causa del gentío, subieron a la azotea y, separando las losetas, lo descolgaron con la camilla hasta el centro, delante de Jesús.

Él, viendo la fe que tenían, dijo: «Hombre, tus pecados están perdonados.»
Los escribas y los fariseos se pusieron a pensar: «¿Quién es éste que dice blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios?»

Pero Jesús, leyendo sus pensamientos, les replicó: «¿Qué pensáis en vuestro interior? ¿Qué es más fácil: decir «tus pecados quedan perdonados», o decir «levántate y anda»? Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar pecados… –dijo al paralítico–: A ti te lo digo, ponte en pie, toma tu camilla y vete a tu casa.»

Él, levantándose al punto, a la vista de ellos, tomó la camilla donde estaba tendido y se marchó a su casa dando gloria a Dios.

Todos quedaron asombrados, y daban gloria a Dios, diciendo llenos de temor: «Hoy hemos visto cosas admirables.»

EL ADVIENTO

Preparar la llegada de Cristo al mundo necesita de un tiempo necesario para predisponer nuestro interior a semejante misterio.

El adviento viene revestido de esperanza, además de una cierta actitud de tensión espiritual: el color morado con el que el sacerdote se reviste en la celebración de la Eucaristía, es signo de penitencia, austeridad y discreción… Son los mismos instrumentos que utilizó Dios para hacerse carne.

Lo que denominamos el anonadamiento divino no es otra cosa sino la contemplación del misterio de Dios, que deja de ser tal, para que tú y yo podamos experimentar en nuestra propia carne la gloria de Aquel que se ha hecho de nuestra misma condición.

El adviento es ir también de la mano de María. La Virgen, durante este tiempo, lleva en su seno a Aquel que resuelve el misterio de Dios y mi propio misterio.

Ella, con sencillez, me invita a descomplicar mi existencia para responder a la llamada de Dios sin miedo, sino con la esperanza puesta en el milagro de Belén: todo el poder de Dios hecho niño, asequible a mi entendimiento y a mi voluntad.

Mater Dei

NOVENA A LA INMACULADA CONCEPCIÓN

milagrosa



DÍA SÉPTIMO

María en el Calvario

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clofás, y maría Magdalena.

Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.»

Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. (Juan 19,25-27)

Oración

Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no desprecies las plegarias que te dirigimos en nuestras necesidades; antes bien, líbranos siempre de todo peligro, ¡oh Virgen gloriosa y bendita!

Reflexión

De pie junto a su hijo crucificado, María sufrió en su corazón todo lo que padeció él. Fue enorme el sacrificio que Dios le pidió a María en el Calvario. Le pidió que creyera, a pesar de que no había ninguna razón humana para creer, lo que le había anunciado a través del Ángel Gabriel treinta años antes: Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin (Lucas 1,32-33).

Dios le pidió a María que consintiera el sacrificio de Cristo ofreciendo a Jesús al Padre en un acto de adoración, y que uniera sus propios sufrimientos a los de Cristo por nuestra salvación. Los Padres del Concilio Vaticano II describieron maravillosamente la obra de María en el Calvario: María cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia (Lumen Gentium, 61).

Para revelar que, al pie de la cruz, María estaba en pleno parto, dando a luz a la Iglesia, Jesús dijo: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Y al discípulo que amaba, que representa a cada uno de nosotros: Ahí tienes a tu madre. El antiguo autor cristiano Orígenes de Alejandría escribió lo siguiente: Pues si María, como declaran quienes con solidez argumental la exaltan, no tuvo otro hijo que Jesús, y sin embargo Jesús dice a su madre «Mujer, ahí tienes a tu hijo» y no «Ahí tienes a este otro hijo», lo que dice Jesús es prácticamente «Ahí tienes a Jesús, a quien diste a luz». Si es cierto que todo el que es perfecto ya no vive en sí mismo sino que es Cristo quien vive en él, entonces si Cristo vive en él, lo que se le dice a María es «Ahí tienes a tu hijo Cristo» (Orígenes, Comentario al Evangelio de Juan, Libro 1, cap. 6).

San Juan agrega enseguida que desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Los estudiosos de las Escrituras señalan que el texto podría traducirse literalmente como desde aquella hora el discípulo la acogió como propia. Cristo quiere que todos sus discípulos amados establezcan una relación hijo-madre con su madre, la primera y más perfecta de sus discípulos. El discípulo la recibe en su intimidad y le pide que le enseñe los caminos de Cristo.

El beato Juan Pablo II comprendía la consagración a Jesús a través de María a partir de este versículo de la Escritura: «El discípulo la acogió como propia». San Luis de Montfort y San Maximiliano Kolbe le habían enseñado la importancia de la consagración total a Jesús a través de María. Estos tres sacerdotes santos también nos ayudarán a nosotros a entregar todo a Jesús por medio de María.

Es tan importante en estos tiempos de peligro hacer un acto de Consagración total a Jesús a través de la Santísima Virgen. Mediante este acto en el que el cristiano se ofrece a sí mismo, se entrega todo a Cristo por medio de María: el cuerpo, el alma, las posesiones materiales y las ocupaciones, así como todo don espiritual.

Por medio de la consagración, el cristiano se hace libremente siervo y esclavo de María para pertenecer completamente a Jesús. A diferencia de la esclavitud del pecado, esta esclavitud elegida libremente es la única atadura que nos da verdadera libertad y paz.

Entregando todo a Cristo por medio de María, el cristiano confía en que el Espíritu Santo lo utilizará para aplastar la cabeza de Satanás (Gen 3,15) y preparar el Reino de Jesucristo.

Oración

Oración de Consagración escrita por San Maxilimiano Kolbe

Oh Inmaculada, reina del cielo y de la tierra, refugio de los pecadores y Madre nuestra amorosísima, a quien Dios confió la economía de la misericordia. Yo, (su nombre), pecador indigno, me postro ante ti, suplicando que aceptes todo mi ser como cosa y posesión tuya.

A ti, Oh Madre, ofrezco todas las dificultades de mi alma y mi cuerpo, toda la vida, muerte y eternidad. Dispón también, si lo deseas, de todo mi ser, sin ninguna reserva, para cumplir lo que de ti ha sido dicho: «Ella te aplastará la cabeza» (Gen 3,15), y también: «Tú has derrotado todas las herejías en el mundo».

Haz que en tus manos purísimas y misericordiosas me convierta en instrumento útil para introducir y aumentar tu gloria en tantas almas tibias e indiferentes, y de este modo, aumento en cuanto sea posible el bienaventurado Reino del Sagrado Corazón de Jesús. Donde tú entras, Oh Inmaculada, obtienes la gracia de la conversión y la santificación, ya que toda gracia que fluye del Corazón de Jesús para nosotros nos llega a través de tus manos.

V. Ayúdame a alabarte, Oh Virgen Santa
R. y dame fuerza contra tus enemigos. Amén

V. Oh María, sin pecado concebida
R. Ruega por nosotros que recurrimos a ti.