Vivencias Cuaresmales 2010 (7)

febrero 22, 2010

No te cierres a tu propia carne

6. LUNES

PRIMERA SEMANA DE CUARESMA


NOTA: Aunque hoy la Iglesia celebra la Fiesta de la Cátedra de san Pedro, nosotros hoy, en atención a las personas que están haciendo el itinerario cuaresmal con estas Vivencias, les ofrecemos, como todos los días, las siguientes consideraciones.


Lecturas bíblico-litúrgicas:

Entrada: Salmo 122, 2-3

1era. lectura: Levítico 19, 1-2. 11. 18

Salmo: 18, 8-9-10. 15

Aclamación: Lucas 8, 15

Evangelio: Mateo 25, 31-46

Comunión: Mateo 25, 40. 34

TEMA central iluminador: La santidad de Dios se expresa en la cercanía a los pobres. La santidad del hombre consiste en imitar a Dios: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (porque es imagen de Dios; porque el deseo de la felicidad es algo connatural a todo hombre; hay que amar al hermano “como Dios te ama a ti”).

Se pide en la oración colecta que Dios nos convierta, nos ilumine, además de extender su mano sobre nuestra debilidad para que la Cuaresma dé en nosotros sus mejores frutos.

En la Cuaresma Dios siente celos por su pueblo, por cada uno de nosotros, que fuimos iluminados en el Bautismo y llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo. Al ver nuestro desvalimiento y la incongruencia en la práctica cristiana, Dios se remanga el brazo como cuando sacó a los israelitas de Egipto “con mano poderosa y brazo extendido”. Dijo en efecto a Moisés: He bajado y he visto que mi pueblo está oprimido, y quiero que tú lo saques de Egipto.

Dios, jamás se resigna a vernos esclavizados en el pecado y viviendo como siervos cuando en realidad somos hijos. El hijo pródigo no podía seguir viviendo entre cerdos, animales impuros, comiendo su mismo alimento. Era hijo del Rey. Le correspondía otro tipo de existencia. El padre salía todas las tardes a otear el horizonte por si regresaría su hijo… Dios no puede permanecer indiferente ante el sufrimiento de sus hijos. He bajado… Su santidad consiste en sentir en carne propia lo que viven sus hijos. Por eso, le dice a Moisés que su nombre es: “El que está junto a ti”, “el que no te abandona”. Su santidad es cercanía, fidelidad, misericordia.

Durante la Cuaresma, tratamos de acoger esa cercanía de Dios, permitiéndole que renueve y hasta rehaga nuestras vidas. Y en segundo lugar, tratamos de llevar a nuestros hermanos hasta Dios para que recuperen su libertad. Como el Padre nos trató enviando a su Hijo, así nosotros debemos comportarnos como hermanos unos de otros, prójimos o próximos y misericordiosos.

Sólo así podremos seguir gozando del amor de Dios, precisamente dándolo a discreción. Sólo así percibiremos en nuestra conciencia la voz clara del Espíritu de Cristo: Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer. Si Cristo no tuvo reparo en identificarse con cualquier hombre y también conmigo, por qué voy a sentir repugnancia, si tengo ya su Santo Espíritu.

El milagro de la Cuaresma consistirá en la renovación del corazón de cada creyente, pasando del egoísmo al amor. Corazones nuevos, hombres nuevos para crear la civilización del amor, un mundo más fraterno donde prevalezca el respeto, la misericordia y el perdón de las ofensas.

Será la obra de Dios actuante en nosotros por la fuerza de su Espíritu que hace nuevas todas las cosas. Dejémonos transformar por él y supliquémosle: atráenos a ti para que podamos acercarnos a ti. Y en ti abrazaremos a todos y a toda la creación.

Ven, Espíritu divino, en esta Cuaresma y descúbrenos al Padre a través de Cristo el Señor, presente en todos los hombres, en particular, en los más necesitados. Amén.

ORACIÓN COLECTA

Conviértenos a ti, Dios Salvador nuestro; ilumínanos con la luz de tu Palabra, para que la celebración de esta Cuaresma produzca en nosotros sus mejores frutos.

Frutos de santidad: 1ª Lect. «Seréis santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo. No robaréis. No mentiréis. No engañaréis a vuestro prójimo…» (Levítico l9, 1-2.11-18.).

La santidad en Dios no significa tanto separación de la historia humana, o trascendencia, sino cercanía al hombre, plenitud en el amor. Es el primer fruto de la filiación divina, imitar al Padre, el único bueno y misericordioso, ser pacientes como él, que manda el sol y la lluvia sobre buenos y sobre malos.

“Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino… Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber…” (Mt 25, 31-46).

En la oración después de la comunión se pide que la recepción del cuerpo y sangre de Cristo y la nueva efusión del Espíritu Santo producida por la eucaristía, durante toda la misa, constituya un alivio para el cuerpo y para el alma. Toda misa es sanadora porque llega a la persona en toda su integridad, restaurando nuestro ser según la llamada original a ser imagen de Cristo, plenitud de todas las cosas, gracias al cual y mediante su Espíritu podemos establecer relaciones positivas con toda criatura. Estamos llamados a ser bendecidos por el único Hijo en quien el Padre encuentra sus complacencias.

«Restaurar en Cristo la integridad de la persona”, “imagen” de Dios. Toda ascesis cristiana trata de hacernos volver a la “imagen prístina” que Dios puso en nosotros (purificar; iluminar). Salmo 102. Himno a la Misericordia de Dios. (Se recomienda meditar para pedir el perdón de Dios…).

Comentario de San Agustín a Mt 25, 31-46:

Los pobres a quienes damos limosna, ¿qué son, sino nuestros portaequipajes, que nos ayudan a traspasar nuestros bienes de la tierra al cielo? Los entregas a tu portaequipajes y lleva al cielo lo que le das. “¿Cómo, dices, lo lleva al cielo? Estoy viendo que los consume en comida”. Así es precisamente como los traslada, comiéndolos en vez de conservarlos. ¿O es que te has olvidado de las palabras del Señor? Venid, benditos de mi Padre, recibir el reino. Tuve hambre y me disteis de comer…

Si no despreciaste a quien mendigaba en tu presencia, mira a quién llegó lo que diste: Cuando lo hicisteis con uno de estos pequeños, conmigo lo hicisteis. Lo que tú diste lo recibió Cristo; lo recibió quien te dio qué dar; lo recibió quien al final se te dará a sí mismo…

Mi exhortación, hermanos míos, sería ésta: dad del pan terreno y llamad a las puertas del Pan celeste. El Señor es ese pan. Yo soy, dijo, el pan de vida (Jn 5, 35)… Dios quiere que le demos a él, puesto que también él nos ha dado a nosotros… Aunque él es el verdadero Señor y no necesita de nuestros bienes, para que pudiéramos hacer algo en su favor, se dignó sufrir hambre en los pobres: Tuve hambre, dijo, y me disteis de comer… Cuando lo hicisteis con uno de estos mis pequeños, conmigo lo hicisteis (Sermón 389, 4-6).

OBSERVACIÓN FINAL

Estimado lector, te propongo un ejercicio de síntesis en tu itinerario cuaresmal. Puedes preguntarte: De todo lo que estoy pensando hoy, orando y conversando, ¿qué debo confirmar como ya logrado y conseguido? Y por otro lado, ¿qué debo cambiar, qué queda aún esperando ser aclarado, asumido, sanado, superado… con la gracia de Dios y la acción vivificadora y consoladora del Espíritu?