El cura que limpió el monte de ortigas

junio 16, 2024

San Juan de Ortega, 2 de junio

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San Juan de Ortega. Parroquia de San Martín Obispo en Quintanaortuño, Burgos, donde nació el santo. Foto: Mottaw

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Cuando los montes de Oca eran una selva, Juan de Ortega abrió un camino y levantó un hospital para peregrinos, a los que salvó de los bandoleros de la zona

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo – 2 de Junio de 2024

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A veces, si uno quiere emprender el camino al cielo, basta con pegarse a un santo y seguir sus huellas. Así lo hizo san Juan de Ortega, que continuó la obra de santo Domingo de la Calzada y hoy es uno de los grandes santos de Castilla.

Juan nació en Quintanaortuño, una aldea distante apenas cuatro kilómetros de Vivar, donde pocas décadas antes vio la luz Rodrigo Díaz, el Cid Campeador. Los biógrafos sitúan su nacimiento en el año 1080, en el seno de una familia pudiente de la zona, con tierras y propiedades.

Juan fue el primero de varios hermanos, pero cuando sus padres murieron rechazó la herencia que le correspondía por su primogenitura, ya que tenía otros horizontes menos mundanos.

Así, en el quicio entre los dos siglos que le tocó vivir, Juan lo dejó todo y se fue a Burgos para convertirse en sacerdote, siendo ordenado en 1106 por el obispo de Calahorra y Nájera. De aquellos años se ha conservado hasta hoy una ancha casulla que mide 1,63 metros de largo, lo cual indica que debió de ser un hombre alto y robusto.

Parece ser que en Burgos conoció a san Lemes, hoy patrono de la ciudad, y a santo Domingo de la Calzada, un eremita que en el año 1039 dejó su vida solitaria para construir un puente de madera sobre el río Oja para facilitar el paso de los peregrinos hacia Compostela.

De él aprendió los rudimentos de las técnicas de construcción, y juntos, y gracias al impulso y la financiación del rey Alfonso VI, dedicaron el resto de sus vidas a abrir caminos y levantar hospitales y albergues para peregrinos a Santiago.

Ambos se repartieron el trabajo: Domingo se encargaría de la zona entre Nájera y Redecilla del Camino, y Juan trabajaría entre esta última y Burgos.

«Su vida la dedicó por entero a brindar la mejor acogida a los peregrinos que iban a Compostela, en un tiempo en el que la zona en la que trabajó era un auténtico territorio de frontera. Él lo vivió como una misión sacerdotal», asegura Andrés Picón, canónigo de la catedral de Burgos.

Picón atiende pastoralmente la iglesia del monasterio que el santo fundaría años más tarde, y señala que en aquellos años peregrinar a la tumba del Apóstol «era una cuestión muy seria, porque muchos no podían volver a casa. De hecho, el Camino está lleno de cementerios de peregrinos, porque muchos enfermaban durante la travesía».

Una promesa en la tormenta

Cuando en el año 1109 Domingo entregó su vida al Señor, Juan de Quintanaortuño decidió peregrinar a Jerusalén y así encontrar luces sobre el sentido que debía dar a su vida. Tras la muerte de Alfonso VI, Castilla se había convertido en el escenario de varias contiendas por el poder real, otro motivo que llevó a Juan a Jerusalén, donde pasó varios años.

En el año 1113, el de Quintanaortuño tomó un barco de regreso, pero una tormenta lo zarandeó de tal modo que Juan prometió que, si salía de esa, levantaría en su tierra una iglesia dedicada a san Nicolás, cuyas reliquias había obtenido en la Ciudad Santa. La tormenta se calmó y Juan decidió cumplir su promesa en medio de los Montes de Oca.

Lo que hizo fue literalmente desbrozar y allanar varios kilómetros de esta zona boscosa para crear un camino que no existía, un lugar donde la proliferación de ortigas hizo que al santo se le llamara a partir de entonces Juan de Ortega.

Allí se refugiaban bandoleros que asaltaban y mataban a los que se les ocurría asomar la nariz, por lo que muchos tenían que dar un largo rodeo de varios días solo para poder conservar la vida.

Durante los años siguientes, Juan caminaría hasta Redecilla o Belorado para recoger allí a grupos de peregrinos y acompañarlos por el bosque ofreciéndoles su protección y autoridad como sacerdote.

En medio del trayecto levantó un hospital y un monasterio dedicados a san Nicolás, y poco a poco se rodeó de otros sacerdotes con los que creó una comunidad dedicada a la protección, cuidado y acogida de peregrinos. Ese lugar es hoy el monasterio de San Juan de Ortega, uno de los enclaves esenciales del Camino Francés.

Allí murió, en junio de 1163, «un hombre entregado a Dios y a los demás», afirma Andrés Picón, para quien el santo «es un ejemplo por olvidarse de sí mismo y vivir hacia los otros», sobre todo aquellos «que buscan algo que dé un sentido verdadero a sus vidas, tal como muchos peregrinos hacen hoy».

El milagro de la luz

El milagro de la luz

Cada año, en torno a los equinoccios de primavera y otoño, un rayo de sol penetra por una de las ventanas del monasterio de San Juan de Ortega e ilumina el llamado capitel de la Natividad.

Son solo diez minutos en los que, en medio de la oscuridad del templo, el espectador puede ver cómo la luz avanza por las escenas de piedra que recogen los acontecimientos de la venida de Cristo al mundo, desde la Anunciación hasta el Nacimiento.

A las 18:00 horas, también dos días antes y dos días después de cada equinoccio, allí se citan peregrinos y curiosos para asistir a lo que muchos llaman el milagro de la luz. Esta maravilla que aúna arquitectura y astronomía es obra del artista Simón de Colonia, que en el siglo XV recibió de Isabel la Católica el encargo de reformar el monasterio.

2 de junio: san Juan de Ortega, el cura que limpió el monte de ortigas