Modelos de santidad y de liderazgo femenino

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1 Catalina Tekakwitha. 2 Teresa de Calcuta. 3 Elizabeth Ann Seton. 4 Daphrose Rugamba. 5 María Beltrame Quattrocchi. 6 Laura Montoya. 7 Josefina Bakhita. 8 María de la Cruz MacKillop. 9 Magdalena de Jesús. 10 Rebeca de Himlaya. Fotos: 1, 2, 5, 7 y 8: CNS. 3: Lawrense OP. 4: C. Emmanuele. 6: madrelaura.org. 9: Archivo PSG. 10: José Raphael Perea.

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Víctimas de esclavitud, del genocidio ruandés o fundadoras, el Vaticano ha destacado a diez mujeres que reflejaron a Dios a través de sus vidas y obras.

Sandra Ferrer Valero 21 de Marzo de 2024

Roma acogió en torno al Día Internacional de la Mujer un congreso en el que se puso el acento en la importancia que tuvieron y tienen las mujeres en la historia de la humanidad y en el seno de la Iglesia.

Para ello, abordaron vidas y obras de diez mujeres que fueron modelo de santidad y de liderazgo femenino. Las elegidas son mujeres de los cinco continentes que encontraron en la fe el camino para sanar sus heridas y cuidar de los demás.

Algunas de ellas no nacieron en hogares católicos, pero su vida las llevó a encontrar la cruz y abrazarla sin condiciones.

Como Josefina Bakhita (1869-1947), quien, después de una terrible existencia de esclavitud, sometimiento y maltrato, —fue marcada con heridas en todo su cuerpo-, supo perdonar a sus captores gracias a la fe y al consuelo que encontró en las hermanas canossianas. Considerada patrona de su Sudán natal y protectora de los supervivientes de la trata de personas, fue canonizada por el Papa san Juan Pablo II en el año 2000.

Conversas fueron también las estadounidenses Catalina Tekakwitha (1656-1680) y Elizabeth Ann Seton (1774-1821); la primera dejó atrás las creencias de su tribu mohawk y se convirtió al catolicismo, mientras que Elizabeth lo hizo desde sus orígenes presbiterianos.

Ambas mujeres sufrieron el rechazo de los suyos tras tomar tan profunda decisión, algo que no amilanó sus corazones, llevándolas a ambas al camino de la santidad. Benedicto XVI, durante la homilía en que fue canonizada Catalina en 2012, destacó «la acción de la gracia en su vida, carente de apoyos externos».

Pablo VI, 37 años antes, canonizaba a Elizabeth, «madre de familia y, al mismo tiempo, fundadora de la primera congregación religiosa de mujeres en Estados Unidos», una mujer de la que destacó «el dinamismo y la autenticidad de su vida» como «un ejemplo en nuestros días —y para las generaciones venideras— de lo que las mujeres pueden y deben realizar en el cumplimiento de su papel, para el bien de la humanidad».

Como Elizabeth, otras mujeres fundaron congregaciones religiosas de carácter educativo y asistencial que forjaron una red misionera y evangelizadora por todo el planeta.

Empezando por la carismática Teresa de Calcuta (1910-1997) y sus Misioneras de la Caridad, que nacieron en Calcuta y se expandieron por más de 100 países con miles de religiosas trabajando día a día para ayudar a refugiados, enfermos, huérfanos y desamparados.

Con el mismo objetivo crearía María de la Cruz MacKillop (1842-1909), primera santa australiana, la congregación de las Hermanas de San José del Sagrado Corazón. «Ella, en su juventud, se dedicó a la educación de los pobres en la difícil y exigente zona rural de Australia, impulsando a otras mujeres a unirse a la primera comunidad de religiosas de ese país». Con estas palabras, Benedicto XVI la canonizaba en 2010.

También la primera santa colombiana, Laura Montoya (1874-1949), fundó la Congregación de las Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, después de una vida de penurias que se convirtió en ejemplo de superación.

Se volcó en su vida religiosa, en palabras del Papa Francisco, «primero como maestra y después como madre espiritual de los indígenas, a los que infundió esperanza, acogiéndolos con ese amor aprendido de Dios y llevándolos a Él con una eficaz pedagogía que respetaba su cultura y no se contraponía a ella».

Vidas de profunda oración vivieron Rebeca de Himlaya (1832-1914) en el Líbano y Magdalena de Jesús (1898-1989) en las zonas desérticas de Argel, convirtiéndose, con su propia vida, en ejemplo de espiritualidad.

Por último, dos mujeres elevadas a los altares junto a sus maridos. La maestra María Beltrame Quattrocchi (1881-1965) construyó junto a su esposo una familia católica con cuatro hijos y un compromiso con los demás tan fuerte que se convirtieron en modelo de caridad cristiana.

«En su vida —destacó san Juan Pablo II durante su beatificación—, como en la de tantos otros matrimonios que cumplen cada día sus obligaciones de padres, se puede contemplar la manifestación sacramental del amor de Cristo a la Iglesia».

También maestra fue Daphrose Rugamba (1944-1994), pero su vida junto a su marido Cyprien terminó trágicamente con su ejecución, siendo ambos víctimas del genocidio de Ruanda.

Todas ellas fueron modelo para la humanidad y figuras necesarias para ensalzar el papel de las mujeres en el pasado, el presente y el futuro.

Francisco así lo destacó en su discurso ante los participantes del congreso y puso de manifiesto que «ellas, en diferentes épocas y culturas, con estilos distintos y con iniciativas de caridad, de educación y de oración, han dado una prueba de cómo el genio femenino puede reflejar, de modo único, la santidad de Dios en el mundo».

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