Maná y Vivencias Pascuales (38), 7.5.24

Martes de la 6ª semana de Pascua

Si no me voy, no vendrá a ustedes el Paráclito.

TEXTO ILUMINADOR

Decía Jesús a los discípulos: En verdad les conviene que yo me vaya, porque mientras yo no me vaya, el Paráclito no vendrá a ustedes. En cambio, si me voy, es para enviárselo.

En estas dos últimas semanas de Pascua el tema del Espíritu será recurrente. Constituyen una especie de «adviento» mientras esperamos al Espíritu. Jesús promete a los discípulos que no los dejará huérfanos. Él tiene que volver al Padre pero vendrá otro Consolador.

Desaparece la presencia física de Jesús pero se inaugura otra clase de presencia, la del Espíritu de la verdad: Les enseñará todas las cosas, les dará fuerzas para proclamar a Jesús como Salvador y permanecerá para siempre con los discípulos, con la Iglesia.

En los próximos días comenzaremos en esta página unos ejercicios de preparación para recibir una nueva efusión del Espíritu como colofón de la celebración pascual.

Trataremos de acompañar a la Virgen María y a los discípulos reunidos en el Cenáculo, en la espera de la venida del Espíritu.

Así la fiesta de Pentecostés nos inundará del gozo y de la paz del Resucitado, «completando o coronando la experiencia pascual», si es que podemos hablar así.

Con la oración sobre las ofrendas, rezamos: Concédenos, Señor, darte gracias siempre por medio de estos misterios pascuales; y ya que continúan en nosotros la obra de tu redención, sean también fuente de gozo incesante. Por Jesucristo.

ORACIÓN COLECTA

Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resucitar gloriosamente. Por nuestro Señor.

PRIMERA LECTURA: Hch 16, 22-34.

En aquellos días, la gente de Filipos se amotinó contra Pablo y Silas, y los magistrados mandaron arrancarles las ropas y los hicieron apalear. Después de haberles dado muchos golpes, los echaron a la cárcel, dando orden al carcelero de vigilarlos con todo cuidado.

Éste, al recibir dicha orden, los metió en el calabozo interior, y les sujetó los pies con cadenas al piso del calabozo.

Hacia la media noche Pablo y Silas estaban cantando himnos a Dios, y los demás presos los escuchaban. De repente se produjo un temblor tan fuerte que se conmovieron los cimientos de la cárcel; todas las puertas se abrieron de golpe y a todos los presos se les soltaron las cadenas.

Se despertó el carcelero y vio todas las puertas de la cárcel abiertas. Creyendo que los presos se habían escapado, sacó la espada para matarse, pero Pablo le gritó: No te hagas daño, que estamos todos aquí.

El hombre pidió una luz, entró de un salto y, después de encerrar bien a los demás presos, se arrojó temblando a los pies de Pablo y Silas. Después los sacó fuera y les preguntó: Señores, ¿qué debo hacer para salvarme? Le respondieron: Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia.

Así que le anunciaron la Palabra del Señor a él y a todos los de su casa, y él, sin más demora, les lavó las heridas y se bautizó con todos los suyos, los subió a su casa a aquellas horas de la noche, les preparó la mesa e hicieron fiesta con todos los suyos por haber creído en Dios.

SALMO 137, 1-8

Te doy gracias, Señor, de todo corazón, pues oíste las palabras de mi boca. Canto para ti en presencia de los ángeles, y me postro ante tu templo santo.

Doy gracias a tu nombre por tu amor y tu verdad, porque tu promesa supera a tu fama. El día en que clamé, me respondiste y aumentaste la fuerza en mi alma.

El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos.

Aclamación: Juan 16, 7.13

Les voy a enviar el Espíritu de la verdad, dice el Señor; él les enseñará la verdad plena.

EVANGELIO Juan 16, 5-11

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Me voy al que me envió, y ninguno de ustedes me pregunta: ¿adónde vas? Se han llenado de tristeza al oír lo que les dije, pero es verdad lo que les digo: les conviene que yo me vaya, porque mientras yo no me vaya, el Paráclito no vendrá a ustedes. En cambio, si me voy, es para enviárselo.

Y cuando venga él, rebatirá al mundo en lo que toca al pecado, al camino de justicia y al juicio. ¿Qué pecado? Que no creyeron en mí. ¿Qué camino de justicia? Mi partida hacia el Padre mientras ustedes ya no me verán. ¿Qué juicio? El Príncipe de este mundo ya ha sido condenado.

COMUNIÓN: Lucas 24, 46.26.

Era necesario que el Mesías padeciera y resucitara de entre los muertos, para entrar en su gloria. Aleluya.

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Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo,

sobre el evangelio de san Juan

Efusión del Espíritu Santo sobre toda carne

Cuando el Creador del universo decidió restaurar todas las cosas en Cristo, dentro del más maravilloso orden, y devolver a su anterior estado la naturaleza del hombre, prometió que, al mismo tiempo que los restantes bienes, le otorgaría también ampliamente el Espíritu Santo, ya que de otro modo no podría verse reintegrado a la pacífica y estable posesión de aquellos bienes.

Determinó, por tanto, el tiempo en que el Espíritu Santo habría de descender hasta nosotros, a saber, el del advenimiento de Cristo, y lo prometió al decir: En aquellos días, se refiere a los del Salvador, derramaré mi Espíritu sobre toda carne.

Y cuando el tiempo de tan gran munificencia y libertad produjo para todos al Unigénito encarnado en el mundo, como hombre nacido de mujer, de acuerdo con la divina Escritura, Dios Padre otorgó a su vez el Espíritu, y Cristo, como primicia de la naturaleza renovada, fue el primero que lo recibió.

Y esto fue lo que atestiguó Juan Bautista cuando dijo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo y se posó sobre él.

Decimos que Cristo, por su parte, recibió el Espíritu, en cuanto se había hecho hombre, y en cuanto convenía que el hombre lo recibiera; y, aunque es el Hijo de Dios Padre, engendrado de su misma substancia, incluso antes de la encarnación, más aún, antes de todos los siglos, no se da por ofendido de que el Padre le diga, después que se hizo hombre: Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy.

Dice haber engendrado hoy a quien era Dios, engendrado de él mismo desde antes de los siglos, a fin de recibirnos por su medio como hijos adoptivos; pues en Cristo, en cuanto hombre, se encuentra significada toda la naturaleza; y así también el Padre, que posee su propio Espíritu, se dice que se lo otorga a su Hijo, para que nosotros nos beneficiemos del Espíritu en él.

Por esta causa perteneció a la descendencia de Abrahán, como está escrito, y se asemejó en todo a sus hermanos.

De manera que el Hijo unigénito recibe el Espíritu Santo no para sí mismo, pues es suyo, habita en él, y por su medio se comunica, como ya dijimos antes, sino para instaurar y restituir a su integridad a la naturaleza entera, ya que, al haberse hecho hombre, la poseía en su totalidad.

Puede, por tanto, entenderse, si es que queremos usar nuestra recta razón, así como los testimonios de la Escritura, que Cristo no recibió el Espíritu para sí, sino más bien para nosotros en sí mismo: pues por su medio nos vienen todos los bienes (libro 5, cap. 2: PG 73, 751-754).

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