Martes de la Octava de Pascua
.
.
CLAVE DE ESPIRITUALIDAD PASCUAL: Oración colecta
Tú, Señor, que nos has salvado por el misterio pascual, continúa favoreciendo con dones celestes a tu pueblo, para que alcance la libertad verdadera y pueda gozar de la alegría del cielo, que ya ha empezado a gustar en la tierra.
Antífona de entrada: Eclesiástico 15, 3-4
El Señor les dará a beber el agua de la sabiduría; se apoyarán en Él y no vacilarán. Él los llenará de gloria eternamente. Aleluya.
PRIMERA LECTURA: Hechos de los apóstoles 2, 36-41. “Arrepiéntanse y bautícense en el nombre de Jesucristo“.
El díade Pentecostés decía Pedro a los judíos: «Sepa entonces con seguridad toda la gente de Israel que Dios ha hecho Señor y Cristo a este Jesús, a quien ustedes crucificaron».
Al oír esto, se afligieron profundamente. Dijeron, pues, a Pedro y a los demás apóstoles: «Hermanos, ¿qué debemos hacer?”
Pedro les contestó: «Conviértanse y háganse bautizar cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo, para que sus pecados sean perdonados. Y Dios les dará el Espíritu Santo; porque la promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los extranjeros a los que el Señor llame”.
Con estas y otras muchas palabras les hablaba y les invitaba con insistencia: «Sálvense de esta generación malvada». Los que creyeron fueron bautizados y en aquel día se les unieron alrededor de tres mil personas.
SALMO 32, 4-5.18-19.20.22
La misericordia del Señor llena la tierra.
La palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales; él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.
Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperarnos de ti.
Aclamación antes del Evangelio: Sal 117, 24
Éste es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo.
EVANGELIO: Juan 20, 11-18 – “He visto al Señor y me ha dado este mensaje”.
María estaba llorando afuera, cerca del sepulcro. Mientras lloraba se agachó sobre el sepulcro, y vio a dos ángeles de blanco, sentados, uno a la cabecera y el otro a los pies, en donde había estado el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: «Mujer, ¿por qué lloras?» Les respondió: «Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto». Al decir, retrocedió y vio a Jesús, de pie, pero no lo reconoció.
Le dijo Jesús: «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?» Ella, creyendo que sería el cuidador del huerto, le contestó: «Señor, si tú lo has sacado, dime dónde lo pusiste y yo me lo llevaré».
Jesús le dice: «María». Entonces ella se dio vuelta y le dijo: «Rabboní» que en hebreo significa “maestro mío”.
«Suéltame, le dijo Jesús, pues aún no he vuelto donde mi Padre: anda a decir a mis hermanos que subo donde mi Padre, que es el Padre de ustedes; donde mi Dios que es el Dios de ustedes».
María Magdalena fue a los discípulos y les dijo: “He visto al Señor» y me ha dicho tales y tales cosas”.
Antífona de la comunión: Colosenses 3, 1-2
Puesto que ustedes han resucitado con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aficiónense a los bienes del cielo, no a los de la tierra. Aleluya.
Clave hermenéutica de interpretación del relato evangélico: La narración de esta aparición hay que interpretarla teniendo como fondo el Cantar de los Cantares.
Por tanto, la clave nupcial aportará una gran iluminación teológica y espiritual: Resucitado-Comunidad cristiana; Cristo-Iglesia, esposa.
Términos sugerentes son: “huerto”, “mujer”, “darse media vuelta, volverse”, “buscar”, “hortelano”, “soltar o dejar de tocar” (Cf. Secundino Castro Sánchez, ocd.: Evangelio de Juan. DDB, 2008; pp. 349-357)
De los comentarios de san Agustín, obispo, sobre los salmos
El Aleluya pascual
Toda nuestra vida presente debe discurrir en la alabanza de Dios, porque en ella consistirá la alegría sempiterna de la vida futura; y nadie puede ser idóneo de la vida futura si no se ejercita ahora en esta alabanza.
Ahora, alabamos a Dios, pero también le rogamos. Nuestra alabanza incluye la alegría, la oración, el gemido.
Es que se nos ha prometido algo que todavía no poseemos; y, porque es veraz el que lo ha prometido, nos alegramos por la esperanza; mas, porque todavía no lo poseemos, gemimos por el deseo.
Es cosa buena perseverar en este deseo, hasta que llegue lo prometido; entonces cesará el gemido y subsistirá la alabanza.
Por razón de estos dos tiempos -uno, el presente, que se desarrolla en medio de las pruebas y tribulaciones de esta vida, y el otro, el futuro, en el que gozaremos de la seguridad y la alegría perpetuas-, se ha instituido la celebración de un doble tiempo, el de antes y el de después de Pascua.
El que precede a la Pascua significa las tribulaciones que en esta vida pasamos; el que celebramos ahora, después de Pascua, significa la felicidad que luego poseeremos.
Por tanto, antes de Pascua celebramos lo mismo que ahora vivimos; después de Pascua celebramos y significamos lo que aún no poseemos.
Por esto, en aquel primer tiempo nos ejercitamos en ayunos y oraciones; en el segundo, el que ahora celebramos, descansamos de los ayunos y lo empleamos todo en alabanza. Esto significa el Aleluya que cantamos.
En aquel que es nuestra cabeza, hallamos figurado y demostrado este doble tiempo. La pasión del Señor nos muestra la penuria de la vida presente, en la que tenemos que padecer la fatiga y la tribulación, y finalmente la muerte; en cambio, la resurrección y la glorificación del Señor es una muestra de la vida que se nos dará.
Ahora, pues, hermanos, os exhortamos a la alabanza de Dios; y esta alabanza es la que nos expresamos mutuamente cuando decimos: Aleluya. “Alabad al Señor”, nos decimos unos a otros; y, así, todos hacen aquello a lo que se exhortan mutuamente.
Pero procurad alabarlo con toda vuestra persona, esto es, no sólo vuestra lengua y vuestra voz deben alabar a Dios, sino también vuestro interior, vuestra vida, vuestras acciones.
En efecto, lo alabamos ahora, cuando nos reunimos en la Iglesia; y, cuando volvemos a casa, parece que cesamos de alabarlo. Pero, si no cesamos en nuestra buena conducta, alabaremos continuamente a Dios. Dejas de alabar a Dios cuando te apartas de la justicia y de lo que a él le place.
Si nunca te desvías del buen camino, aunque calle tu lengua, hable tu conducta; y los oídos de Dios atienden a tu corazón. Pues, del mismo modo que nuestros oídos escuchan nuestra voz, así los oídos de Dios escuchan nuestros pensamientos (Salmo 148, 1 – 2: CCL 40, 2165 – 2166).