El maná de cada día, 9.1.16

Sábado después de Epifanía

El Señor siempre nos escucha

El Señor siempre nos escucha



PRIMERA LECTURA: 1 Juan 5, 14-21

Queridos hermanos:

En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que le hayamos pedido.

Si alguno ve que su hermano comete un pecado que no es de muerte, pida y Dios le dará vida -a los que cometan pecados que no son de muerte, pues hay un pecado que es de muerte, por el cual no digo que pida-. Toda injusticia es pecado, pero hay pecado que no es de muerte.

Sabemos que todo el que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios lo guarda, y el Maligno no llega a tocarle. Sabemos que somos de Dios, y que el mundo entero yace en poder del Maligno. Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado inteligencia para que conozcamos al Verdadero. Nosotros estamos en el Verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el Dios verdadero y la vida eterna.

Hijos míos, guardaos de los ídolos.


SALMO 149, 1-2.3-4. 5-6a y 9b

El Señor ama a su pueblo.

Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles; que se alegre Israel por su Creador, los hijos de Sión por su Rey.

Alabad su nombre con danzas, cantadle con tambores y cítaras; porque el Señor ama a su pueblo y adorna con la victoria a los humildes.

Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos en filas, con vítores a Dios en la boca; es un honor para todos sus fieles.


Aclamación antes del Evangelio: Mateo 4, 16

El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló.


EVANGELIO: Juan 3, 22-30

En aquel tiempo, fue Jesús con sus discípulos a Judea, se quedó allí con ellos y bautizaba.

También Juan estaba bautizando en Enón, cerca de Salín, porque había allí agua abundante; la gente acudía y se bautizaba. A Juan todavía no le habían metido en la cárcel.

Se originó entonces una discusión entre un judío y los discípulos de Juan acerca de la purificación; ellos fueron a Juan y le dijeron: «Oye, rabí, el que estaba contigo en la otra orilla del Jordán, de quien tú has dado testimonio, ése está bautizando, y todo el mundo acude a él.»

Contestó Juan: «Nadie puede tomarse algo para sí, si no se lo dan desde el cielo. Vosotros mismos sois testigos de que yo dije: «Yo no soy el Mesías, sino que me han enviado delante de él.» El que lleva a la esposa es el esposo; en cambio, el amigo del esposo, que asiste y lo oye, se alegra con la voz del esposo; pues esta alegría mía está colmada. Él tiene que crecer, y yo tengo que menguar.»


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¿GENEROSOS O GRATUITOS?

El amor se da sin medidas, sin excusas, sin interés, sin exigencias ni condiciones. Si tu fe cristiana no te lleva a darte cada vez más a Dios y a los demás, si no fructifica en obras concretas de conversión interior y de cambio de vida, algo está fallando en tu cristianismo.

No puedes conformarte con ser parcialmente generoso. Ni siquiera puedes conformarte con una generosidad movida sólo por motivos humanitarios o altruistas que, tarde o temprano, acaba cansándose y reclamando su paga.

Tampoco debes engañarte con esa generosidad que, a menudo, se mezcla con esa pizca de egoísmo y autocomplacencia que se da buscando a cambio un poco de reconocimiento, de agradecimiento, de consideración de parte de aquel a quien damos.

Es fácil ser generosos cuanto tenemos la certeza, aunque sea pequeña, de que nos será devuelto o recompensado ese favor o de que será apuntado a nuestra cuenta de méritos. La gratuidad, en cambio, es más propia de esa caridad cristiana que, además de dar, se entrega. ¿Quieres saber hasta dónde ha de llegar tu entrega?

Mira a la cruz y contempla esa conmovedora gratuidad del amor de Cristo, entregado hasta el extremo por todos y desconocido por tantos. Así ha de ser tu entrega: sin que tu mano derecha sepa lo que hace la izquierda. Y tu Padre que ve en lo escondido te lo pagará.

¿Qué clase de caridad es aquella que se da a aquellos que pueden recompensarnos y rehúsa acercarse a los que nunca conocerán o valorarán nuestro don? Sólo unos pocos supieron ver, más allá del aparente fracaso de la cruz, el mayor amor y el corazón más hermosamente entregado.

Y pocos son los que, a contracorriente, viven su entrega y su fe con ese ánimo desprendido de reconocimientos humanos, de buena opinión ajena, del agradecimiento de los demás. Si tu generosidad no está dispuesta a entregarse así, hasta el olvido de la cruz, poco o nada saborearás de ese verdadero amor que sólo Dios sabe regalar al alma pobre y desprendida.

Dios Padre no dudó en entregar a su Hijo Amado aun sabiendo que, en muchas almas, esa entrega nunca sería aceptada, conocida ni correspondida. Atesora en tu alma esa riqueza única, exquisita, de quien sabe entregarse como ese Hijo Amado, aun sabiendo que tu caridad pueda caer entre las piedras y las zarzas del olvido, de la crítica, de la incomprensión o de la burla.

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